Eucaristía, principio y proyecto de misión* Felipe Zegarra R. La Eucaristía es “fuente y culminación de toda la predicación evangélica” (Vaticano II, Decreto Presbyterorum Ordinis, 5) La Eucaristía edifica la Iglesia (Ecclesia de Eucharistia, n. 26) 1. LA MISIÓN ES CONSTITUTIVA DE LA IGLESIA Vayan y hagan discípulos míos en todas las naciones… enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y he aquí que yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo (Mateo 28, 18-20). – El anuncio fundamental de Jesús, que encarga a sus discípulos es: el Reino de Dios está cerca (Mateo 10,7). Se trata de la comunidad de Dios con nosotros, querida por Él mismo. – Ese anuncio debe ser realizado, más que con palabras, con gestos o actos, que son signos del Reino: curen enfermos, resuciten muertos, purifiquen leprosos, expulsen demonios. – El anuncio de la Buena Noticia debe hacerse con total gratuidad. Gratis lo han recibido, denlo gratis (Mateo 10,8). 2. LA EUCARISTÍA COMO FUENTE O PRINCIPIO DE LA MISIÓN La vida eclesial tiene en la Eucaristía no sólo una fuerza expresiva especial, sino como su “fuente”. La Eucaristía nutre y modela a la Iglesia: “Porque aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (DD, n. 32, cita de 1 Corintios 10,17). a) Algunos antecedentes de la Eucaristía Salmo 103,15: Es el Señor quien nos da el vino que recrea el corazón del hombre… y el pan [que] conforta el corazón del hombre. En las culturas del Mediterráneo, pan y vino son elementos fundamentales de toda comida. De ahí la fuerza y a la vez la sencillez y cotidianidad de su simbolismo. Sobre el valor del vino, ver Eclesiástico 31,27-28: Como la vida es el vino para el hombre, si lo bebes con medida. ¿Qué es la vida a quien le falta el vino, que ha sido creado para contento de los hombres? Regocijo del corazón y contento del alma es el vino bebido a tiempo y con medida. – En el relato de la huida de Elías (1 Reyes 19,3-8), un ángel lo despertó y le dijo: Levántate y come. Él comió y bebió dos veces, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios. – En la primera “multiplicación de los panes” (Marcos 6,30-43), ante la insinuación de los apóstoles, Jesús les dice: Dénles ustedes de comer… y después les mandó que se * Este texto reproduce lo sustancial de una ponencia presentada en el congreso eucarístico habido en agosto del 2005 en la diócesis de Carabayllo, en el llamado “Cono Norte” de Lima. Conserva su forma esquemática. acomodaran por grupos sobre la verde hierba, y se acomodaron por grupos de cien y de cincuenta; partió los panes y los peces, y los iba dando a los discípulos para que se los fueran sirviendo. Una lectura adecuada del texto nos hace ver un compartir organizado. b) Pasemos al carácter simbólico o sacramental de la Eucaristía Los signos son, escuetamente, pan y vino. Las acciones simbólicas, en primera instancia, tienen sentido de comida sacrificial: se trata de comer el pan transformado en el “cuerpo” (según Juan 6,54.56.58, “mascar” la “carne”) de Jesús; y de beber el vino, a su vez transformado en la “sangre” o vida de Jesús. El Señor quiso enfrentar el horror judío y pagano a la ingestión de sangre (DTB, 362 y 368). Pero, más a fondo, la acción simbólica consiste en compartir comida y bebida, entrar en comunión con Dios y los hermanos. c) Jesús instituyó la “fracción del pan” el jueves, día de su “despedida”, que coincide con el anuncio de su “nueva voluntad” de un amor como el suyo (Juan 13,34-35; 15,12-13). Hagan esto (es decir, celebrar, hacer presente) en conmemoración mía (sobre el pan y la copa)… Pues cada vez que coman este pan y beban esta copa, anuncian la muerte del Señor (evangelizar) hasta que Él vuelva (1 Corintios 11,23-26; y a la vez “hace” o realizar la propia entrega, en unión con Jesús: textos de Cánones). Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección… (Ver EE, ns. 11 y 12). Por eso, celebrar la Eucaristía, hacer presente a Jesús resucitado, quien conserva las huellas de su pasión, implica “hacer” la propia entrega, uniéndose a Él. Como sacramento, “partir el pan” tiene una “dimensión empeñativa”, nos compromete al “estilo cristiano de vida”. d) En el Segundo Testamento subsiste el carácter movilizador de la comida – Mane Nobiscum Domine relaciona el texto de Lucas 24,29 (Quédate con nosotros, Señor…) con el de la misión universal en Mateo 28,16-20; también se puede relacionar este último texto con todo el relato de los discípulos de Emaús y particularmente con 24,33: Levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén… “Los dos discípulos de Emaús, tras haber reconocido al Señor, “se levantaron al momento” (24,33) para ir a comunicar lo que habían visto y oído. Cuando se ha tenido verdadera experiencia del Resucitado, alimentándose de su cuerpo y de su sangre, no se puede guardar la alegría sólo para uno mismo. El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio. Entrar en comunión con Cristo en el memorial de la Pascua significa al mismo tiempo el deber de ser misioneros de [ese] acontecimiento [el paso de la muerte a la resurrección]. La despedida al finalizar la misa [ite, missa est] es como una consigna que impulsa al cristiano a comprometerse en la propagación del evangelio [= la Buena Noticia] y en la animación cristiana de la sociedad” (MND, n. 24). – Los primeros cristianos… alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. Y el Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar (Hechos 2,47). El Señor atraía y sigue atrayendo a Él. “Al recibir el Pan de vida, los discípulos de Cristo se disponen a afrontar, con la fuerza del Resucitado y de su Espíritu, los cometidos que le esperan en su vida ordinaria… Los cristianos, convocados cada domingo para vivir y confesar la presencia del resucitado, están llamados a ser evangelizadores y testigos en su vida cotidiana. La oración después de la comunión y el rito de conclusión –bendición y despedida– han de ser entendidos y valorados mejor desde este punto de vista” (DD, n. 45). 3. COMPARTIR LA EUCARISTÍA: PROYECTO DE MISIÓN La Eucaristía no sólo proporciona la fuerza interior para dicha misión, sino también, en cierto sentido, su proyecto. En efecto, la Eucaristía es un modo de ser que pasa de Jesús al cristiano y, por su testimonio, tiende a irradiarse en la sociedad y en la cultura. Para lograrlo, es necesario que cada fiel asimile, en la meditación personal y comunitaria, los valores que la Eucaristía expresa, las actitudes que inspira, los propósitos de vida que suscita (MND, n. 25). La Eucaristía es acontecimiento y proyecto de fraternidad. Desde la Misa dominical surge una ola de caridad destinada a extenderse a toda la vida de los fieles… (Así) el domingo se convierte en una gran escuela de caridad, de justicia y de paz. La presencia del Resucitado en medio de los suyos se convierte en proyecto de solidaridad, urgencia de renovación interior, dirigida a cambiar las estructuras de pecado en las que los individuos, las comunidades, y a veces pueblos enteros, están sumergidos. Lejos de ser evasión, el domingo cristiano es más bien “profecía” inscrita en el tiempo (DD, ns. 72 y 73). En la misma Carta, Juan Pablo II dijo que la Eucaristía es “celebración de la obra del Creador”, y profundizando en la teología del “sábado”, en relación a Génesis 1,1 - 2,4a, afirmó que el ser humano “no sólo está llamado a habitar, sino también a “construir” el mundo, haciéndose así “colaborador” de Dios (DD, n. 10). Después completó la idea al mencionar lo dicho por Jesús en Juan 5,17: “Mi Padre actúa siempre y también yo actúo”. En octubre del 2004, el papa Juan Pablo II anota que la Eucaristía tiene un alcance más allá de las fronteras eclesiales, puesto que “es también proyecto de solidaridad para toda la humanidad”, lo que en toda circunstancia, pero en forma más decidida en el momento actual, nacional e internacionalmente, nos debe hacer “vivir la Eucaristía como una gran escuela de paz” (MND, n. 27). El cristiano que participa en la eucaristía aprender a ser promotor de comunión, de paz y de solidaridad en todas las circunstancias de la vida (MND, n. 27). Esta línea cobra más fuerza inmediatamente antes de la conclusión de este documento, cuando el Papa, bajo el título “Al servicio de los últimos”, afirma que hay un punto en el que “se refleja la autenticidad de la participación en la Eucaristía celebrada en la comunidad: se trata de su impulso para un compromiso activo en la edificación de una sociedad más equitativa y fraterna”, ya que Dios, “trastocando todos los criterios de dominio, que rigen con demasiada frecuencia las relaciones humanas”, afirma “de modo radical el criterio del servicio”1. Cita entonces 1 Corintios 11,17-22.27-34, para recordar con san Pablo “que no es lícita una celebración eucarística en la cual no brille la caridad, corroborada en el compartir efectivamente los bienes con los más pobres”. Y prosigue Juan Pablo II preguntando: ¿Por qué, pues, no hacer de este Año de la Eucaristía un tiempo en que las comunidades diocesanas y parroquiales se comprometan especialmente a afrontar con generosidad fraterna alguna de las múltiples pobrezas de nuestro mundo?... No podemos hacernos ilusiones: por el amor mutuo y, en particular, por la atención a los necesitados se nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo… En base a este criterio se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas (MND, n. 28). Nótese que el Papa abre y cierra el n. 28 apelando a la autenticidad de las celebraciones eucarísticas. Se trata de lo que se conoce como “inclusión literaria”, que da sentido a un texto. Preguntémonos: ¿Quiénes son, aquí y ahora, los necesitados, los lejanos, los “otros”? Permítanme comenzar a responder: son los que, por diversas razones, no han escuchado, o no han comprendido, o no tienen las condiciones mínimas y deseables para entender y hacer suya la Buena Noticia del amor que Dios nos tiene y que se expresa en la entrega vital de Jesús y de sus seguidores. Eso funda, aun si decidimos permanecer en nuestro propio país, la misión ad gentes (otras zonas, otras familias, los sectores descristianizados), así como la urgencia de la “nueva evangelización”. Esta oposición de raigambre cristiana es muy fuerte en el discurso inaugural de la Cuarta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, cuando el Papa declaró que “hay que hacer valer el nuevo ideal de solidaridad frente a la caduca voluntad de dominio” (n. 15). 1 La fuerza evangelizadora de la Eucaristía es tal que invita al cristiano a entregarse a sí mismo en un compromiso generoso… pues Jesús, al decirnos en la Última Cena hagan esto en memoria mía (Lucas 22,19), nos invita a ser, como Él, pan que se parte y se comparte, sangre que se derrama para la vida del mundo (texto base del Congreso Eucarístico Internacional de Guadalajara, octubre del 2004, n. 63). 4. UNIVERSALIDAD DE LA REDENCIÓN Y DE LA MISIÓN Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por los muchos2 (Marcos 14,24). “Al unirse a Cristo… el pueblo de la Nueva Alianza se convierte en “sacramento” para la humanidad*, signo e instrumento de la salvación*… en luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mateo 5,13-16), para la redención de todos. La misión de la Iglesia continúa la de Cristo” (EE, n. 22; los asteriscos se refieren al concilio Vaticano II, Constitución sobre la Iglesia, ns. 1 y 9). “Mediante la comunión del cuerpo de Cristo, la Iglesia alcanza cada vez más profundamente su ser “en Cristo como sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (EE, n. 24; cita de la Constitución sobre la Iglesia, n. 1). – Con estos dos textos estamos en el corazón de la eclesiología del Concilio. La Iglesia no existe en función de sí misma, sino que está –por la misión– al servicio de la humanidad y la expansión del Reino. – En la misión, el anuncio de la Palabra es fundamental, pero está precedida por el testimonio de vida. “En este Año de la Eucaristía los cristianos se han de comprometer más decididamente a dar testimonio de la presencia de Dios en el mundo” (MND, n. 26). CONCLUSIÓN Muchas cosas más pueden decirse respecto de la Eucaristía, y de hecho se han dicho y se dirán, gracias –entre otros– a la celebración del Año de la Eucaristía. En prolongación de lo antes afirmado, me limito a recordar que, desde épocas remotas, la predicación de la Palabra y la reflexión sobre ella, en el contexto de la celebración, tenía una cuidadosa referencia a los “signos de los tiempos”, a los acontecimientos contemporáneos. Textos litúrgicos antiguos comienzan diciendo hodie, “hoy día”, indicando no sólo que el “memorial” de algún hecho de la historia de salvación se hace presente y se prolonga cada vez, sino que la conexión expresa entre la “doble mesa de la Palabra y del Pan de vida” (DD, n. 39) con la existencia cotidiana de los cristianos resulta imperativa: “Ambos aspectos, el de la celebración y el de la experiencia vivida, se relacionan íntimamente», y la homilía debe actualizar la palabra del Señor “en relación con los interrogantes y la vida de los hombres de nuestro tiempo” (DD, n. 40; ver MND, n. 13). Por otra parte, teniendo en cuenta que los sacramentos “hacen lo que significan” y a la vez “significan lo que hacen”, como se enseña desde hace siglos, es muy importante que cada celebración exprese, en gestos y palabras, con claridad y sobre todo con honestidad, el don que se pretende conmemorar: la doble “relación de comunión que Dios quiere establecer con nosotros y que nosotros mismos debemos desarrollar recíprocamente” (MND, n. 15), nuestra unión con Dios y nuestra unidad fraterna y sin exclusión alguna, en y por Jesús, el Señor y Cristo. ¡Hasta que venga! (1 Corintios 11,26). TEXTOS PRINCIPALES: La fórmula pro multis viene de Isaías 53,11-12 (cuarto poema sobre el Servidor de Dios) y se traduce “por la muchedumbre” o, mejor, “por todos”. 2 Carta apostólica Dies Domini (DD), 31 de mayo de 1998. Carta encíclica Ecclesia de Eucharistia (EE), 17 de mayo del 2003. Carta apostólica Mane Nobiscum Domine (MND), 7 de octubre del 2004. A. Stöger, “Eucaristía”, Diccionario de teología bíblica (DTB) de J.J. Bauer, columnas 360-378.