XXI Ese día bubo en la casa numerosas visitas. Como era domingo

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LA TIERRA NATIVA
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Ese día bubo en la casa numerosas visitas. Como
era domingo, se habían reservado para ir las personas más caracterizadas, entre las cuales tuvo
Andrés el placer de ver a sus profesores.
El de matemáticas fue el último que llegó, desue el otro extremo de la ciudad. IGra éste un sabio
que había sielo temible en el colegio por sus burlas, y formó así los mejores discípulos. Con su
extmiia disciplina todos se esforzaban por aprender, pues la clase entera tenía derecho a reírse de
[us vídimas; llegar a ser una de éstas era una desdicha. No babía estudiante que no tuviera algo que
contar 11 este respecto, y ninguno al referir su respectivo episodio dejaba de imitar la voz y los gestos del profesor, que durante más de cuarenta años
había educado varias generaciones.
El anciano abrió los brazos temblorcsos a su
discípulo Andrés, y después de los preámbulos, recostando la silla en la pared, extendió sobre los
muslos un gran pañuelo de colores, sacó un cortaplumas y se puso a tallar una ramita que llevaba
ün la mano, lo mismo que hacía en clase .
. -Siempre usted sacándole punta a ese palito,
díjole Andrés.
-Este
es otro, contestóle el maestro con su
tono burlón.
Andrés comprendió el disparate que había dicho
y tembló al oír la burla, como si estuviera en clase;
pero no oyó ninguno de los originales epítetos con
que el vieJo abrumaba a los estudiantes.
A éste y otros profesores eminentes que se
habían env()jec~doenseñando en el Colegio de San-
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ta Librada de Cali, un día -los despacharon para
sus casas, por medio de un decreto, y el famoso
plantel fue invadido por padrecitos franceses que
importó el gobierno. Los viejos servidores de la juventud se hallaron de repente en su ancianidad sin
saber de dónde les venoría el pan diario. Esa fue su
jubilación.
]Jl dÍFwípulo vio alejarse lentamente la figura
del aneúmo venera hle, sobreviviente de una extinguida generación de hombres ilustres. Y en tanto
que sus ojos lo seguían, profundos pensamiento~
germinaron en su mente.
Esa tarde Andrés fue invitado por su hermana
para qüe fueran a la loma de San Antonio, paseo
favorito de la más escogida sociedad.
El aceptó esta invitación con grande alborozo, y
bromeando dijo a su hermana que se pusiera muy
elegante, pues estaba acostumbrado a pasear con
señorita ~ chic.
-~, Qué es chic 'f preguntó Soledad.
-j All! exclamó Andrés,
me olvidaba de que
aquí no hay esos términos.
Cuando salió ella de su tocador, vestida éon
sencillez y gusto, Andrés le dijo:
-Estás dúc.
-Eso se llama estar bien, replicó la joven.
La linda colina a cuyo pie comienza la ciudad
estaba ya llena de gente. Alegres grupos subían despacio, paseaban en todas direcciones o hallaban natural asiento en la alfombra de grama y de tomillo
que tapiza la falda.
Los pintorescos trajes femeniles sugerían la
imagen de un vergel de primavera, que es la única
estación en el Cauca.
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La tarde estaba dorada y los rayos horizontales del sol poniente eran una red luminosa, tendida desde los farallones de la cordillera occidental
hasta las cimas que por el este ciñen el Valle. Plácido viento traía perfumes de distintas selvas.
Al principio de la suave ascensión Andrés y Soledad iban solos, en amable plática, deteniéndose a
cada instante para volver la vista hacia el amplio
y hermoso panorama lleno de poesía.
Al acercarse a un grupo, se adelantaron a su
encuentro tres núbiles beldades, como otras tantas
gracias sonrientes, cogidas de las manos.
Cumplimentaron a Soledad y a Andrés por el
regreso de éste, y se incorporaron a donde sus compañeras las esperaban.
Andrés pudo apreciar la enltura y amabilidad
sencilla de las caleñas, así como el encanto dulce
e ingenuo que es la prenda más grata de su sér.
Todo el grupo siguió en animada charla por la
pendiente amena, y Andrés multiplicaba sus cumplimientos entre las hermosas paisanas de que iba
redeado.
De otras partes recibía sonrisas y saludos, y no
sabía qué hacer con su dichoso corazón.
Hallábase en el ambiente soñado por su espíritu,
y se sentía embargado por todos esos elementos de
ventura que traían a su gastado sér ondas de vida
nueva, azul del cielo que con su pabellón lo cubría,
frescura de las brisas de la tarde, aromas del tomillo, sinceridad de los corazones.
Sentáronse sobre la menuda yerba, cerca de la
capilla, y desde ahí pudo contemplarse todo el hados, madroños y palmeras; el río acariciándola, con
rizan te: la ciudad bajo sus pabellones de tamarin-
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la ternura de sus besos y con la canción de sus arrullos; la vasta llanura, poblada de ganados incontabIes; los cerros azules; los montes dorados. Blanqueaban por sobre los boscajes los altos campanarios de todas las poblaciones del Valle, cada una
a la orilla de un río, cuyos caudales cristalinos son
arrebatados por la corriente poderosa del Cauea,
gigante que baja del sur.
Andrés iba designando toda esa hermosura, y
explicó a las personas que oían'sus frases entusiastas, cómo de tal encanto se forma, en el recuerdo,
la melancolía de la nostalgia.
-De toda esta belleza, terminó diciendo a las
jóvenes, SOH. ustedes las reinas, y reinas de nosotros tambiéñ. Son ustedes las hadas de estas comarcas, las ninfas de estos ríos; al ver1:ls en nuestras fiestas, coronadas de flores, nos rendimos a
su amoroso poderío. La mujer caucana ha inspirado el más bello de todos los poemas, en cuyas páginas los corazones virginales han sabido la dulzura
y la tristeza del amor ...
En el calor de sus palabras había llegado a imponerse. ]\1uchos ojos negros estaban fijes en él;
muchos labios se habían quedado en éxtasis mientras él enunciaba la poesía; entreabiertos labios
semejantes a flores estivales, recibiendo un céfiro
desconocido.
En derredor percibíase la animación de los jneges infantiles; risas y frases argentinas part!an
de los grupos donde hablaban las jóvenes; la nota
multicolora de los trajes floreaba toda la colina.
A la hora del crepúsculo, empezó a descender
aquella multitud de gente feliz, que no sabe de la
vida sino lo que le sugiere el plácido horizonte.
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