El Concepto de “Partes de la Oración”

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TEORÍA GRAMATICAL IV
Profs. Carmen Acquarone – Alicia Gil
UNIDAD 3
LECTURA Nº 14
Luis Juan Piccardo: ESTUDIOS GRAMATICALES
Enseñanza Secundaria. Instituto de Profesores “Artigas”
Montevideo, 1962
El Concepto de “Partes de la Oración” (*)
Es un hecho conocido que en las más diversas lenguas el vocabulario se encuentra dividido en clases o
categorías verbales, que los diccionarios suelen consignar con cuidado: sustantivo, verbo, adjetivo... Las
gramáticas, por su parte, se encargan de formularlas y definirlas teóricamente. Las llaman partes del
discurso, siguiendo a los gramáticos alejandrinos, y también, aunque menos frecuentemente, partes de la
oración, según prefiere la tradición gramatical española.
Fueron los filósofos griegos, impulsados por exigencias extralingüísticas −necesidades retóricas y lógicas
las más de las veces− los primeros que en el mundo occidental dirigieron una mirada ordenadora hacia las
formas del léxico. Pero, si desde entonces hasta hoy ha sido casi unánime la intención clasificadora, se está
aún muy lejos de haber logrado unanimidad en las conclusiones. Los autores no coinciden acerca de cuántas
y cuáles son esas clases. Desde Protágoras y Platón que hablan de dos −nombre y verbo− hasta Quintiliano
que distingue once, existe toda una serie de posiciones intermedias. La historia que sobre la terminología y
definiciones de las partes de, la oración presenta Bröndal, resulta particularmente ilustrativa acerca de la
heterogeneidad y cantidad de opiniones que sobre el particular se han dado 1. Y el panorama no varía si nos
trasladamos del amplio campo de la lingüística occidental que considera el maestro de Copenhague, al más
reducido de la gramática de una lengua. Un buen lo proporciona la historia de la gramática española. Así,
Nebrija, el primer preceptista romance, reconoce diez partes de la oración: nombre, pronombre, artículo,
verbo, participio, gerundio, nombre participial infinito, preposición, adverbio y conjunción 2. A tres −nombre,
verbo y partícula− las reducen Cristóbal de Villalón y Gonzalo Correas3. La Real Academia Española, hasta
la 13ª edición de su Gramática (1870), distingue nueve: nombre, pronombre, artículo, verbo, participio,
adverbio, preposición, conjunción e interjección; desde 1870 a 1917 reconoce diez, pues divide el nombre en
sustantivo y adjetivo; a partir de 1917 vuelve a nueve, por supresión del participio. Andrés Bello, a mitad del
siglo pasado, tras prolijo examen, admite siete: sustantivo, adjetivo, verbo, adverbio, preposición, conjunción
e interjección4. Rodolfo Lenz reconoce las mismas partes que Bello, aunque a la interjección la considera no
parte, sino equivalente de oración 5. Análoga clasificación establecen pero apoyándose en distinto criterio,
Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña 6. Lo citado creo que basta para mostrar que, aun acerca de una
misma lengua , se dista mucho de haber logrado uniformidad de opiniones.
Cabe señalar, por otra parte, que lingüistas como Vendryes, Bally y otros sólo consideran como
categorías léxicas los semantemas. A nuestro juicio, sin embargo, el hecho de que la palabra-morfema
(preposición, conjunción, etc.) no sea un elemento lingüístico de empleo universal, no excluye que en ciertas
lenguas posea autonomía y caracteres de verdadero vocablo. Sin pretender, desde luego, entrar al complejo
problema de la noción de palabra, que aquí va implícito, juzgo preferible el criterio de Jespersen, según el
(*)
Comunicación dada en el «Centro Lingüístico de Montevideo»; marzo de 1952. Este trabajo fue enviado al VII
Congreso Internacional de Lingüistas (Londres, 1-6 de setiembre de 1952).
1
V IGGO BRONDAL , Ordklasserne, “Partes orationis”, Studier over de sproglige Kategorier (Avec un résumé en français);
Copenhague, 1928.
Puede verse también OTTO JESPERSEN , The Philosophy of Grammar; London, 1948, Fifth Impression, págs. 58 y sigs.
2
A NTONIO DE NEBRIJA, Gramática Castellana, Salamanca 1492; en la edición de J. R. Sánchez (Madrid, 1931), pág. 99.
3
Licenciado CRISTÓBAL DE VILLALÓN, Gramática Castellana, Amberes, 1558; en La Viñaza, “Biblioteca Histórica de la
Filología Castellana” (Madrid, 1893), pág. 245.
GONZALO CORREAS , Arte de la lengua Española Castellana, Salamanca, 1626; hay edición de La Viñaza, Madrid, 1903.
4
A NDRÉS BELLO, Gramática Castellana, Santiago de Chile, 1847; en la ed. de A. Blot (París, 1928), págs. 8-23 y 339.
5
RODOLFO LENZ , La oración y sus partes ; Madrid, 1925; págs. 543-44.
6
A MADO A LONSO y PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA, Gramática Castellana, 1º y 2º cursos; Buenos Aires, 1938 y 1939.
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cual el vocablo-morfema no es idéntico a los morfemas que constituyen parte del vocablo 7. Adhiriendo a tal
posición, el lingüista brasileño Mattoso Camara presenta como ejemplo el caso de la preposición portuguesa
de (y lo mismo cabe decir de la española), que no es igual a la -i del genitivo latino lupi; aquella posee
indudable individualidad morfológica, pues, al contrario de la desinencia latina de genitivo, no depende de la
naturaleza o de los caracteres del vocablo que rige 8. En latín, el genitivo es en -i para lupus, pero en -ae para
rosa, en -is para ovis, etc.; la preposición, en cambio, no se halla bajo tal dependencia. Por tanto, como
afirma el citado lingüista brasileño, la preposición de es un modelo mental autónomo cuyo valor no
desaparece aunque se disocie mentalmente de determinados vocablos.
Ante lo expuesto surgen naturalmente algunas preguntas:
1º) ¿A qué obedecen las discrepancias entre los autores acerca de cuáles son las distintas clases de
palabras?
2º) ¿Existe algún fundamento real en las lenguas para establecer la clasificación que nos ocupa?
En cuanto a lo primero, es decir, las causas de las discrepancias, creo que, en esencia, pueden reducirse a
dos: a) las diferenc ias entre los idiomas que en cada caso se toman como objeto de estudio; b) la diversidad
de, puntos de vista en que los distintos autores apoyan la clasificación.
Parece evidente la afirmación de Edward Sapir de que cada lengua tiene un esquema propio, y que todo
depende de las demarcaciones formales que ella admite 9. Según Meillet sólo existen en realidad dos clases
de palabras cuya distinción es común en todas o casi todas las lenguas: el nombre y el verbo 10. Sus valores
distintos se denotan casi siempre por procedimientos gramaticales, aunque estos varían mucho de un idioma
a otro. Donde las diferencias se hacen más patentes es en las llamadas lenguas flexionales, donde las palabras
traducen en su forma el papel que desempeñan en la oración. Así, por ejemplo, en el latín, la “declinación”
del nombre se opone a la “conjugación” del verbo. Pero, como observa el mismo Meillet, aun en ausencia de
toda flexión, la distinción de nombre y verbo subsiste expresada por medios lingüísticos: “Le fait de placer
un complément avant ou après un mot suffit en chinois à indiquer si ce mot est nom ou verbe”. Luego de
presentar otros ejemplos tomados del inglés, el sabio lingüista francés concluye por admitir que la distinción
de las palabras sólo puede realizarse definitivamente en la oración. Claro que tal conclusión induce a pensar
que la clasificación de las palabras pertenece al habla, y no a la lengua en el sentido saussureano, ya que el
propio creador de la antinomia coloca a la oración en cl campo del habla 11. Pero dejemos por ahora este
problema que nos aparta del plan trazado; más adelante, lo retomaremos para examinarlo.
Decía que, en segundo término, las discrepancias con respecto a la distinción de las partes de la oración
obedecían a la falta de homogeneidad de los criterios clasificadores. Rápidamente examinaré los principales,
con referencia especial al español.
CRITERIO MORFOLÓGICO. Fue formulado por el romano Varrón y es, corno señala Jespersen, uno
de los más ingeniosos. Toma como base los accidentes gramaticales. De acuerdo a ello, Varrón distinguía en
el latín cuatro clases de palabras: nombre, con caso y sin tiempo; verbo. con tiempo y sin caso; participio,
con tiempo y con caso; y partícula, sin tiempo ni caso.
Un esquema similar, pero basado en los accidentes de género y tiempo, presenta Schroeder 12. También,
en esencia, este criterio es el adoptado para el español por Villalón y Correas. Claro está que en nuestro
idioma sólo cabe distinguir formalmente tres clases de palabras, y no cuatro como distinguía Varrón para el
latín. La clasificación se establece así: nombre, que admite número y género; verbo, que posee número,
persona, tiempo y modo; partículas, que son invariables. Son el tiempo y el modo, fundamentalmente, los
que distinguen el verbo del nombre, ya que el número es común a ambos y el género no se da en todos los
nombres como verdadero accidente (útil, capaz...).
Cabe señalar que algunos incluyen en la distinción formal la posibilidad de acompañar la palabra de un
7
OTTO JESPERSEN , Language; 9ª impr., London, 1950, págs. 422 y sigs.
JOAQUIM MATTOSO CAMARA, Principios de Lingüística Geral ; Río de Janeiro, 1942, pág. 58.
9
EDWARD SAPIR, Language; New York, 1921, pág. 125.
10
A. MEILLET, Linguistique Historique et Linguistique Genérale, t. I; reimpr.; París, 1948, pág. 175.
11
FERDINAND DE SAUSSURE, Curso de Lingüística General , traducción de Amado Alonso; Buenos Aires, 1945, pág. 209.
12
L. SCHROEDER , Die formelle Unterscheidung der Redetheile im Griech u. Lat. , Leipzig, 1874. Citado por O. Jerpersen,
The Philosophy of Grammar, pág. 58.
8
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morfema-vocablo: the love, to love.
Sin dejar de reconocer la utilidad que este criterio ha tenido para el mejor conocimiento de la naturaleza
de las palabras, no puede negarse que es insuficiente. En efecto: impide distinguir palabras como el adverbio,
la preposición y la conjunción, que desempeñan papeles completamente distintos; asimismo no diferencia el
sustantivo del adjetivo.
CRITERIO LÓGICO-OBJETIVO. Según este criterio, las partes de la oración se corresponden con 1a
realidad significada y con las respectivas categorías lógicas. Así, el nombre correspondería al concepto de
sustancia, el adjetivo al de cualidad, el verbo al de acción, el adverbio al de modalidad...
Fruto, sobre todo, del racionalismo francés del siglo XVII, la concepción logicista tuvo gran difusión y
arraigó hondamente en la lingüística occidental.
Pero la observación del lenguaje descubre que el sustantivo puede significar, además de sustancia,
cualidad (blancura, palidez), acción (llegada, trabajo), suceso (caída, desfile), etc.; el adjetivo no sólo designa
cualidad (“mar azul”), sino también estado (“ciudad progresista”), relación (“hermanos parecidos”), acción
(“pueblo emprendedor”); el verbo denota acción, pero también inacción (descansa), estado (duerme),
cualidad (negrea), etc. Las partes de la oración, pues , no corresponden a modos de ser de la realidad
significada; la misma realidad puede ser denotada por distintas clases de palabras: “la blancura de la pared”,
“la pared blanca”, “la pared blanquea”, “la pared está blanqueando”.
Un criterio análogo al que nos ocupa ha sido sostenido modernamente por Ernst Otto, quien, sobre la
base de una concepción categorial de la realidad y según su significado relativo, distingue: Dingwort
(palabra que denota objeto), Vorgangswort (palabra que denota proceso), Zuordnungswort (palabra
coordinadora), Eigenschaftswort (palabra que denota cualidad), Umstandswort (palabra que denota
circunstancia) 13.
CRITERIO FUNCIONAL. Toma como base la función sintáctica que las palabras desempeñan en la
oración. Así, se define el sustantivo como "la palabra que puede servir de sujeto"; el verbo como "la palabra
que denota el predicado de la oración"; el adjetivo, como "el complemento o modificante del sustantivo"; el
adverbio, como "el complemento del verbo y del adjetivo", etc.
En lo fundamental, este es el criterio seguido por Andrés Bello; y digo "en lo fundamental", porque en
alguna oportunidad dicho autor toma en consideración, quizás sin advertirlo, elementos formales.
Bröndal, en "L'autonomie de la Syntaxe", al establecer una neta distinción entre Morfología y Sintaxis,
ha puesto de manifiesto serias fallas en el criterio funcional 14. Y no es ningún misterio para quien haya
tenido cierto trato con la gramática, que la naturaleza de una palabra (sustantivo, verbo, adjetivo...) no
supone una función sintáctica única y necesaria. El sustantivo no se caracteriza suficientemente por la
función sujeto, ni el verbo por la predicativa. Cualquier palabra puede oficiar de sujeto: "el no lo fastidió",
"lo bueno agrada"; y la función predicativa está muy lejos de ser privativa del verbo: "¡Hermosa la noche!" Y
la enumeración de desajustes podría aún continuarse.
Bröndal agrega todavía un nuevo argumento para condenar la definición de base sintáctica para
caracterizar las palabras en su calidad de tal: la extrema variabilidad de los sistemas de palabras frente a la
gran constancia de los elementos sintácticos de la frase. El sistema de partes del discurso va desde la
complejidad del indoeuropeo a la extrema sencillez del chino. En cambio, el sistema de funciones sintácticas
permanece siempre invariable; en chino como en vasco o en francés se distingue sujeto y objeto, predicado y
atributo, etc.
LAS PARTES DE LA ORACIÓN COMO MODOS DE PENSAR LA REALIDAD. Es el criterio
seguido por Amado Alonso y Pedro He nríquez Ureña (ob. cit.). Está inspirado en la "Lógica" de Pfänder.
Según aquellos autores, las partes de la oración no corresponden a modos de ser la realidad, como sostenían
los logicistas, sino a la manera de pensarla y representarla. "Sin que la realidad cambie,
y sólo con variar el modo de representarla, podemos decir el resplandor solar o el sol resplandeciente. En
13
14
ERNST OTTO , Die Wortarten, en “Germanisch – romanische Monatschrift”, 16, 1928, págs. 417-24.
Véase VIGGO BRÖNDAL , L'autonomie de la Syntaxe, en "Journal de Psychologie"; París, 1933.
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la realidad, siempre será el sol objeto independiente y el resplandor algo que depende de él, pero en el
lenguaje se pueden invertir las condiciones, haciendo de resplandor el concepto independiente y de sol el
concepto dependiente, bajo la forma derivada solar" (T. I, pág. 43). Como ejemplo de aplicación de este
criterio pueden servir las siguiente definiciones: "Sustantivos son las palabras con que designamos los
objetos pensándolos con conceptos independientes"; "Verbos son las formas del lenguaje con que pensamos
la realidad como un comportamiento de los objetos". Los verbos representan un concepto dependiente, ya
que "no se pueden pensar independientemente del concepto sujeto sino como algo que el sujeto hace".
Alonso y Henríquez Ureña aplican a las distintas clases de palabras definiciones muy semejantes a las
dadas por Pfänder sobre los respectivos conceptos lógicos. Pero una cosa, por ejemplo, es el concepto
sustantivo y otra el vocablo sustantivo. El mismo Pfänder dice en su "Lógica": "Tampoco pueden
caracterizarse los conceptos sustantivos diciendo que se expresan por medio de nombres sustantivos, pues
esto no es esencial en modo alguno, ya que pueden expresarse por medio de adjetivos, como le ocurre. por
ejemplo, al concepto sustantivo rojo en la proposición "el rojo es una especie de color" 15.
En cuanto a la definición del verbo, resulta aún mucho menos aceptable: deja fuera los verbos
copulativos los pasivos y los impersonales, ya que ninguno de ellos se piensa como un comportamiento del
sujeto. Con respecto a los impersonales, los citados autores ensayan una explicación: "muy antiguamente los
verbos impersonales también tenían sujeto; pero el lenguaje se aparta a menudo de la lógica, funcionando
con regulación autónoma. Así, esos verbos pudieron perder su referencia a cualquier sujeto explícito o
pensado, conservando, sin embargo, todas las demás características del verbo" (Ob. cit., T. I, pág. 45). En
realidad esta explicación, muy discutible históricamente, no hace más que confirmar la insuficiencia del
criterio.
[...]
CONCLUSIONES. ¿Terminaremos, por admitir la imposibilidad de una clasificación satisfactoria de
las palabras? O de otra manera: ¿habrá que responder negativamente a la pregunta formulada al comienzo de
este trabajo, sobre si existe un fundamento natural en 1a lengua para establecer la clasificación que nos
ocupa?
Aunque la breve historia crítica que hemos trazado parece, en apariencia, negar la existencia de una base
natural, creo que, en el fondo, no hace más que confirmarla. Ese empeño varias veces secular para hallar un
principio de clasificación resulta particularmente significativo. Es la necesidad de encontrar un fundamento
teórico a una distinción que está hondamente arraigada en el sentimiento lingüístico; sentimiento que nos
lleva a reconocer, por ejemplo, como pertenecientes a distintas categorías perro y comí. Pero ¿en qué se
apoya este sentimiento? La mayor parte de los autores, según hemos visto, busca la base de la clasificación
en la naturaleza ya objetiva, ya lógica, ya psicológica o metafísica de lo significado. Sólo hay que exceptuar
a los que siguen el criterio funcional y el morfológico. Mas ¿es posible, en el estado actual de las lenguas,
fundar las definiciones de las categorías idiomáticas en su contenido? Un "estado lingüístico procede de otro
estado lingüístico" y lleva necesariamente sus huellas. Creado en la lengua el molde formal para un
determinado contenido, no es nada extraño que, andando el tiempo, se trastornen las relaciones entre forma y
contenido. Esto es tan obvio que parece hasta innecesario decirlo. Todos saben, por ejemplo, cómo algunos
verbos, los llamadas copulativos y auxiliares, han pasado de palabras autónomas a simples utensilios
gramaticales sin contenido de significación. Formalmente presentan todos los caracteres del verbo, pero su
contenido ya no es el considerado típicamente verbal. Asimismo es un hecho conocido la falta de
correspondencia que existe a menudo entre las categorías nocionales y las gramaticales respectivas. Un buen
ejemplo lo suministra la categoría gramatical de género, que, si alguna vez representó una clasificación de
los nombres en correspondencia con una visión particular de los hablantes, ya en el indoeuropeo no es más
que una simple cuestión de concordancia, de base formal20.
Si con respecto a las categorías gramaticales propiamente dichas (género, tiempo...) es opinión
generalizada, la imposibilidad de caracterizarlas atendiendo a su contenido significativo, o, por lo menos,
atendiendo exclusivamente a dicho contenido, ¿por qué no adoptar análoga postura para la definición de
estas otras categorías que son las partes de la oración? Por otra parte. este desajuste entre forma y fondo no
es sólo frecuente en lo relativo al lenguaje, sino que se da también en otros fenómenos sociales: costumbres,
15
20
A. PFÄNDER , Lógica, traducción de J. Pérez Bences; Buenos Aires, 1940; pág. 198.
Véase J. V ENDRYES, Le langage; París, 1950; págs. 111 y sigs.
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ritos..., y obedece, entre otras causas, al distinto ritmo con que suelen moverse ambos elementos. Nada puede
extrañar, pues, que el molde formal creado para indicar el proceso llegue en alguna oportunidad a vaciarse de
contenido y a engendrar la cópula y el auxiliar; ni que una forma nominal deje de traducir la visión estática
de cosa para denotar la dinámica característica del proceso. Es, por ejemplo, lo que ocurre con casi todos los
infinitivos españoles; cuando digo u oigo: "a lo lejos se ve el lento desfilar de las carretas", el desfilar lo
percibo esencialmente como proceso, y no como cosa, aun cuando, formal o gramaticalmente, pueda sentirlo
como nombre. De aquí, quizá, los titubeos de la gramática para encasillar tales formas.
Es en atención a las consideraciones precedentes que he creído necesario buscar en elementos puramente
lingüísticos los fundamentos de ese sentimiento que nos lleva a reconocer las distintas clases de palabras. Y
pienso haberlos hallado en un camino que ya atisbó Ferdinand de Saussure al examinar el papel de las
entidades abstractas y el funcionamiento de las relaciones asociativas. Así, al referirse a las asociaciones en
gramática, dice el sabio ginebrino: "sean los tres genitivos latinos domin-i, reg-is ros-arum; los sonidos de
las tres desinencias no ofrecen analogía alguna que dé lugar a la asociación; y sin embargo están unidos por
el sentimiento de un valor común que dicta un empleo idéntico; eso basta para crear la asociación en
ausencia de todo soporte material, y así es como la noción de genitivo en sí adquiere un lugar en la lengua.
Por un procedimiento muy semejante las desinencias de flexión -us, -i, -o, etc. (en dominus, domini, domino,
etc.) están unidas en la conciencia y despiertan las nociones más generales de casos y de desinencia casual.
Asociaciones del mismo orden, pero más amplias todavía, unen todos los sustantivos, adjetivos, etc., y fijan
la noción de las partes de la oración21.
A mi entender, es la posibilidad de constituir determinados sintagmas lo que caracteriza
fundamentalmente a las partes de la oración. Las palabras son miembros potenciales de sintagmas y se
asocian en la memoria por el sentir de un valor común que determinan las mismas posibilidades
sintagmáticas. Por ejemplo: niño y perro son elementos potenciales de sintagmas como "el niño", "el perro";
"del niño", "del perro"; "niño bueno", "perro bueno"; "el niño juega", "el perro juega"; etc. Estas idénticas
posibilidades sintagmáticas son las que hacen que en el sentimiento lingüístico de los hablantes los dos
vocablos se presenten como pertenecientes a una misma categoría: la del sustantivo. Asimismo, dichas
posibilidades oponen el sustantivo a otras palabras (adjetivos, verbos, adverbios, etc.), que en la mente se
agrupan por el recuerdo de particulares realizaciones sintagmáticas.
Cotéjense, por ejemplo. las siguientes realizaciones sintagmáticas del sustantivo y del adjetivo, que en el
español son normales:
El abuelo
El abuelo materno
Llegó el abuelo
Es abuelo
El sillón del abuelo
Lo bueno
Libro bueno
Está bueno
Es bueno
Muy bueno
Fácil es advertir que las posibilidades de ambas palabras son en algunos casos idénticas: "es abuelo", "es
bueno"; en otros, en cambio son privativas de una de las clases: se dice "está bueno", pero no "está abuelo".
Estas últimas son las que caracterizan cada categoría y la oponen a las demás. En el caso del sustantivo y del
adjetivo la igualdad de muchas de sus respectivas posibilidades descubre su cercano parentesco y explica que
nuestra gramática las haya considerado durante mucho tiempo como una clase única. Además, existen
muchas palabras que han llegado a usarse indiferentemente como sustantivos y adjetivos, y cuya distinción,
por lo tanto, no cabe en la lengua, sino sólo en el habla: "el sabio lo ignoraba", "me dio un sabio consejo".
Según observa el profesor español Salvador Fernández, las metábasis o trasposiciones de categoría no se
realizan siempre en el mismo grado22. "Uno de los caracteres del sustantivo es su capacidad para regir
términos secundarios, nominales o pronominales. El adjetivo usado como principal se resiste en distinto
grado a esta clase de régimen, especialmente a la rección de nombres adjetivos. Se asocia con más facilidad
al artículo y a los pronombres adjetivos".
De lo que antecede puede concluirse:
21
FERDINAND DE SAUSSURE, ob. cit., pág. 228.
22
SALVADOR FERNÁNDEZ, Gramática Española; Madrid, 1951; págs. 98 y sigs.
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a) La, palabras se agrupan en la memoria de los hablantes de acuerdo a sus posibilidades sintagmáticas,
y la asociación se realiza tomando como base lo que hasta el momento ha sido normal en los distintos actos
lingüísticos. Ocasionalmente, en el habla, son posibles todas las transmutaciones que no rompan el sistema,
aun cuando se aparten de la norma. Un caso, entre muchos, es el conocido por "sustantivación"23.
b) Las categorías no están separadas siempre por límites definidos y precisos, sino que suele haber entre
ellas amplias zonas fronterizas donde los límites se esfuman y llegan hasta borrarse. Así, por ejemplo, entre
categorías en apariencia tan distintas como el sustantivo y el verbo, en español se tiende como un puente el
infinitivo, que es capaz de admitir simultáneamente realizaciones sintagmáticas de las dos categorías.
c) Dada la complejidad de las realizaciones sintagmáticas, el método que mejor se presta para la
caracterización de las distintas clases de palabras es el descriptivo-mostrativo, y no el definidor.
Obsérvese, por otra parte, que en el criterio que sustentamos se han apoyado, consciente o
inconscientemente, diversos autores, cuando, agotadas las posibilidades de reconocimiento según los otros
criterios, deben determinar ante un vocablo concreto a qué clase pertenece. Así, Jespersen al realizar la
crítica del criterio formal de J. Zeitlin, dice: "Si la forma en el sentido más estricto fuera tomada como único
criterio. llegaríamos al resultado absurdo de que must en inglés, siendo invariable, pertenece a la misma
clase que the. then, for, as, enough, etc. Nuestra única justificación para clasificar "must" como verbo es que
reconocemos su empleo en combinaciones como "I must (go)", "must we (go)?, como paralelo al de "I shall
(go)", "shall we (go)?" 24
También Charles Bally llega por un momento a reconocer la importancia de las asociaciones
sintagmáticas en la clasificación de las palabras cuando, al estudiar las categorías léxicas expresa: "Le mot
français cheval ne peut être que substantif, parce qu'il figure dans des syntagmes qui le caractérisent comme
tel (le cheval, mon cheval, pour un cheval, le cheval trotte, etc.)25. Es curioso, sin embargo, que en la página
anterior recurra, para caracterizar las distintas clases de palabras, a uno de los procedimientos más
vulnerables: "Les catégories lexicales comprennent, dans nos langues, les mots, ou plus exactement les
sémantèmes virtuels désignant des substances (êtres et choses), des qualités, des procès et des modalités de la
qualité et de l'action, autrement dit: des substantifs (homme, pierre), des adjectifs (rouge, bon), des verbes
(march-[er]), et des adverbes (bien, très)". Como se ve, pues, una típica caracterización de viejo corte
logicista.
Quizá alguien objete que el sintagma pertenece al habla y no a la lengua. Ya dijimos que el propio
Saussure afirma que la oración, el sintagma por excelencia, pertenece al habla. También ésa es la opinión de
Gardiner y Bröndal26. Pero ¿puede negarse a la oración todo valor como hecho lingüístico independiente del
acto del habla? Creo que la posición del profesor de Praga Bohumil Trnka, al reconocerle tal valor, es más
acertada: "La phrase le père est malade aujourd'hui, par exemple, est toujours compréhensible, quelle que
soit la personne qui la prononce ou celle à qui elle est adressée, même si nous ne savons pas de quel père, de
quelle maladie et de quel jour il s'agit"27. ¿Y no son ejemplos de esa naturaleza los que han nutrido
fundamentalmente el ejemplario gramatical? Además, cuando Saussure quiere aclarar el concepto de lengua,
dice que puede dar una idea tolerable de ella una gramática y un diccionario; pero es precisamente en la
gramática, en la parte denominada sintaxis, donde hasta ahora se ha estudiado la oración. Nada hay que
impida considerar como unidades de lengua, almacenadas con valor especial en al mente de los individuos,
las estructuras que caracterizan la oración. Ellas tienen en esencia, aunque funciones en otro plano, la misma
naturaleza que las demás unidades lingüísticas.
Para terminar: si no interpreto mal, las conclusiones de Bühler sobre este problema presentan, por lo
menos en algún aspecto, cierta semejanza con las expuestas arriba. Según él, la cuestión de las clases de
palabras no podrá resolverse en general por ningún otro camino que a través del conocimiento de los campos
simbólicos: "En cada lengua existen afinidades electivas; el adverbio busca su verbo y de un modo análogo
los demás. Esto puede también expresarse diciendo que las palabras de una clase determinada señalan en
23
Aprovechamos aquí la distinción establecida por el Prof. EUGENIO COSERIU entre sistema, norma y habla; los dos
primeros son aspectos de la lengua en el sentido saussureano (Comunicación dada en el "Centro Lingüístico de
Montevideo"; mayo, 1952). Véase, del mismo autor, Sistema, norma y habla, Montevideo, 1952.
24
OTTO JESPERSEN , The Philosophy of Grammar, ed. cit., pág. 60; el subrayado es nuestro.
25
CHARLES BALLY, Linguistique Générale et Linguistique Française; 3ª ed., Barne, 1950; pág. 114.
26
Véase ALAN H. GARDINER , ob. cit., y V IGGO BRÖNDAL , Morfologi og Synta; Copenhague, 1932.
27
BOHUMIL TRNKA, Actes du Sixième Congrès International des Linguistes ; Rapports sur les questions théoriques et
pratiques mises à l'ordre du jour, Question III, págs. 19-30; París, 1948.
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torno suyo uno o más lugares vacíos que tienen que llenarse con palabras de otras clases determinadas" (ob.
cit., pág. 197; ver también pág. 342).
Como se ve, pues, la orientación señalada por el ilustre profesor alemán es, si no igual, afín en algún
punto a la señalada precedentemente.
Creo que con esto quedan abiertos los caminos. Recorrerlos será obra de futuro. Asimismo deberá
investigarse no sólo en el sentido del eje sintagmático, que para mí es fundamentalmente donde se determina
la distinción de las palabras, sino también en el del eje paradigmático, cuyo valor al respecto no me atrevo a
descartar del todo.
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