La diplomacia vuelve a fracasar

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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
LA DIPLOMACIA VUELVE A FRACASAR
El hundimiento del “Sheffield” causó estupor en Gran Bretaña. Conocida la noticia, las
primeras planas de los diarios anunciaban la novedad con grandes titulares mientras en
el 10 de Down Street, las cámaras de televisión registraban el llanto de Margaret
Thatcher.
“HUNDIDO”, decía el sensacionalista “Daily Star”; “BARCO DE GUERRA
BRITANICO HUNDIDO POR LOS ARGIES”, resaltaban los titulares del aún más
sensacionalista “The Sun”; “MISIL HUNDIÓ AL HMS SHEFFIELD”, publicó el
“Daily Express” en tanto en el “Daily Mirror” se leía “HMS SHEFFIELD HUNDIDO”.
Por su parte, el “Daily Telegraph” destacó “HMS SHEFFIELD TOCADO Y
HUNDIDO. SEA HARRIER DERRIBADO”, al estilo del popular juego “La Batalla
Naval”. Sin embargo, el más bizarro de todos fue el “Daily Mail” al referir en su
primera plana “UNO A UNO. BUQUE DE GUERRA HUNDIDO”, como si se tratase
de una competencia deportiva.
Los titulares no hacían más que reflejar la consternación que embargaba a la sociedad
británica. La población, sorprendida y confusa, no atinaba a percibir lo que estaba
ocurriendo. Desde la Segunda Guerra Mundial que no se escuchaban noticias
semejantes.
Se izaron banderas a media asta en todo el país, en especial en Porthsmouth, de donde la
nave había zarpado, así como en la ciudad de Sheffield, importante centro industrial
próximo a Manchester, en el condado de Yorkshire, donde la noticia pareció pegar más
fuerte que en ningún otro lado. Al mismo tiempo, compungidos familiares de los
marinos que servían abordo del destructor se apiñaban en las oficinas de la Real Armada
para saber de los suyos, todos sumamente angustiados y alguno, incluso, llorosos.
Al mismo tiempo, en los rincones más apartados de la Tierra se reproducían las
fotografías del “Sheffield” en llamas y las escenas del rescate de los heridos. La revista
norteamericana “Newsweek”, aguardaría hasta el 17 de mayo para publicar un artículo
en el que relataba el ataque y posterior hundimiento de la nave en tanto el “The New
York Times” haría lo propio diez días después.
A bordo de las unidades navales británicas, oficiales y marineros experimentaban
sensaciones encontradas, mezcla de consternación, asombro y temor. El hecho no hacía
más corroborar que su país se hallaba realmente en guerra y que su flota era vulnerable,
además de dejar en claro que la Argentina era capaz de llevar a cabo operaciones de
envergadura, tal como lo había hecho, con un par de aviones solitarios y un misil barato
(su costo era de 300.000 libres esterlinas) que nunca había sido probado en combate.
Un moderno destructor construido específicamente para la defensa antiaérea había sido
enviado a pique.
A partir de ese momento, el alto comando de la Task Force, encabezado por el almirante
Woodward, decidió que desde ese momento en adelante, ante la menor duda, se
emplease el chaff, a efectos de que sus unidades corriesen el menor riesgo posible.
Al finalizar la guerra, el capitán Colombo confirmó en rueda de prensa que esa misma
noche, los integrantes de la escuadrilla a su mando se enteraron por la BBC de Londres
que el “Sheffield” había sido destruido por un Exocet, noticia que causó grandes
expectativas y hasta explosiones de optimismo, aún cuando la atención del personal
(pilotos, oficiales, suboficiales, asistentes y mecánicos) estaba puesta en el segundo
proyectil del que se creía, había impactado en el “Hermes”.
La revista francesa “Heracles” de armamentos y temas militares, aseguraba días
después del ataque, que el portaaviones había sido alcanzado y dañado por uno de los
AM-39, alegando que el éxito obtenido por tan pequeño número de armas y
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combatientes era admirable, especialmente por la facilidad con la que habían enfrentado
a medios ofensivos y defensivos muy superiores 1.
Hoy sabemos que el “Hermes” jamás fue alcanzado y que si sufrió averías fue por
motivos que más adelante veremos.
El 5 de mayo, el rey Juan Carlos I de España ofreció su mediación. La forma fría y
despreocupada con la que su país encaró el asunto había provocado malestar en la
Argentina cuya población, mayoritariamente española e italiana, mantenía fuertes lazos
de sangre y tradición con esa nación que para más datos, tenía un problema igual y hasta
más complejo que el de Malvinas: el Peñón de Gibraltar.
Don Juan Carlos de Borbón envió una carta al secretario general de las Naciones
Unidas, solicitando el cese de las hostilidades y proponiendo a las partes en conflicto su
mediación. Decía la misma, entre otras cosas:
Ruego haga llegar a ambas partes la solicitud de un alto el fuego que permita
continuar las gestiones de negociación y formule un llamamiento, tanto a los
gobiernos de Europa, a la que por tantas razones pertenecemos, como a los de la
Comunidad Iberoamericana, a la que nos sentimos tan vinculados por sangre e
historia, a fin de que interpongan todas las posibles acciones conducentes a evitar la
prolongación de las hostilidades.
Mi gobierno ha puesto a disposición de los países contendientes sus buenos oficios
para una solución pacífica al conflicto.
Por mi parte, ofrezco con el mayor desinterés, toda mi buena voluntad y ayuda para
contribuir, en la forma y medida que estime oportuna, la consecución de la paz y la
justicia.
Tarde piaba España en todo este asunto, ajena, indiferente y distante.
El almirante Büsser sostiene en su libro Malvinas. La guerra inconclusa, que aquellas
palabras no eran más que una expresión clásica de la más pura e inconducente retórica.
En realidad, la actitud de Madrid solo apuntaba a atender sus propios intereses,
intentando ofrecer una buena imagen ante los gobiernos de Europa que hasta no hacía
mucho, la trataban con desdén y la consideraban más próxima a África que al resto del
continente. El almirante Büsser opina que si la “Madre” Patria hubiese querido hacer
algo útil, debería haber desplegado algunos buques de guerra y uno o dos transportes de
tropas frente a Gibraltar en tanto un par de regimientos españoles maniobraban en
cercanías del peñón obligando a Inglaterra a distraer algunas de sus unidades de guerra
y parte de sus fuerzas. De esa manera se hubiera equilibrado un tanto el efecto
perturbador que significaban Chile y la desmesurada ayuda de los Estados Unidos a
Gran Bretaña.
Nosotros no iremos tan lejos pero sostenemos con vehemencia que bien podría España
haber ofrecido el concurso de sus esfuerzos mucho antes y con mucha más convicción,
más cuando buena parte de la población argentina, según se ha dicho, era descendiente
de españoles, que millones de sus hijos habían llegado a sus playas en busca de una vida
mejor, que esos millones fueron recibidos con los brazos abiertos, como hijos del país, y
que la Argentina se había jugado por ella cuando después de la guerra, alimentó y
sostuvo con su carne, su cereal y todo tipo de productos a la España de la posguerra,
condenada por todas las naciones de la Tierra.
No poco dolor causó esa actitud, dolor que se trocaría en indignación cuando tiempo
después, el gobierno español desbarató una operación secreta que buzos tácticos
argentinos habían montado para hundir unidades navales británicas en Gibraltar, como
más tarde se supo.
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Quien sí concentró tropas en sus fronteras con Chile fue Perú, con el objeto de amagar
un flanco que tanto preocupaba (aunque innecesariamente, como se verá) a la Junta
Militar.
El mismo día del ofrecimiento español, el gobierno francés también solicitó el
inmediato cese de las hostilidades y la reanudación de las negociaciones diplomáticas.
Casi al mismo tiempo, los embajadores de los países miembros de la OEA rindieron un
homenaje a los muertos en el hundimiento del “General Belgrano”, haciendo un minuto
de silencio en el gran recinto al concluir la sesión ordinaria del Consejo Permanente.
Por otra parte, en Buenos Aires, el ministro de Economía, Roberto T. Alemann, dispuso
una devaluación del 17% elevando el dólar a $14.000 tipo comprador, mientras la
Multipartidaria redactaba una nota en la que se solidarizaba con las Fuerzas Armadas.
Del otro lado del Atlántico, más precisamente en Londres, el gobierno de Margaret
Thatcher reconocía oficialmente que el ataque al “Sheffield” había ocasionado 44
víctimas, 20 de ellas fatales e informaba que se estaba trabajando en una nueva
propuesta para alcanzar una solución pacífica
Casi al mismo tiempo en que fracasaba el plan de Belaúnde Terry, daba comienzo la
mediación de su compatriota, el secretario general de las Naciones Unidas, Javier Pérez
de Cuellar.
El diplomático peruano había presentado sus primeras propuestas a ambos bandos el
mismo 2 de mayo cuando preparó el borrador de la que sería su gestión de buenos
oficios.
Esa misma noche arregló cenar en su lujosa residencia de la Av. Sutton Palace de Nueva
York, con Francis Pym y el embajador Parsons, para comenzar a analizar la nueva
propuesta. Tuvo, eso sí, mucho tacto cuando esa tarde se reunió con la parte argentina,
representada por Eduardo Roca y el ministro Néstor Martínez, para entregarle una copia
del texto mientras urgía una pronta respuesta de Buenos Aires.
Cuando los argentinos abandonaron su casa, los aguardaba en el exterior una legión de
periodistas y camarógrafos ávidos de noticias, lo que obligó a Martínez a guardar con
mucho cuidado el sobre con el borrador. Bajo ningún punto de vista los hombres de
prensa debían percatarse de que llevaba encima esos papeles.
El borrador establecía, a grandes rasgos, los siguientes puntos:
a) Retiro de las tropas argentinas de las islas y de la fuerza de tareas de Gran
Bretaña en una fecha a convenir
b) Ambas partes iniciarán negociaciones para procurar una solución diplomática al
conflicto dentro de un plazo convenido.
c) Ambos gobiernos revocarán sus respectivos anuncios de bloquear zonas de
exclusión y pondrán fin a las hostilidades
d) Ambos gobiernos pondrán fin a todas las sanciones económicas
e) Comenzarán a regir arreglos de transición para supervisar el cumplimiento de las
medidas indicadas y atender a las necesidades administrativas interinas.
El 5 de mayo Roca entregó la respuesta favorable de su gobierno en tanto Parsons lo
hizo el día 6. La mediación del Dr. Pérez de Cuellar había sido aceptada.
En vista de lo acontecido, el canciller argentino, Nicanor Costa Méndez, llamó a Roca
para decirle que el vicecanciller, Enrique Ros, había sido designado para hacerse cargo
de la negociación. En realidad, el mismo Roca había contribuido a ello cuando a pedido
del titular de Relaciones Exteriores, sugirió su nombre.
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Ros llegó a Nueva York el 7 de mayo y a poco de descender del avión le dijo al
considerable número de periodistas que lo estaban esperando: “He venido a buscar la
paz, pero solo me interesa una paz con dignidad”2.
Al día siguiente, Margaret Thatcher aprobó la decisión de incorporar a la flota a las
fuerzas de infantería estacionadas en la isla Ascensión a efectos de utilizarlas en el
desembarco anfibio, según sugerencias de su gabinete de guerra.
El 10 de mayo, día en que los restos del “Sheffield” desaparecieron bajo las aguas del
mar, arribó a Buenos Aires en un vuelo de Pan Am, Vernon Walters, el embajador
itinerante de Reagan, con instrucciones de hablar con los integrantes de la Junta Militar
(había declinado hacerlo con Costa Méndez por los recelos que aquel inspiraba al
gobierno norteamericano).
Walters venía a tantear el ambiente debido a la preocupación que manifestaba
Washington por las repercusiones negativas que estaba generando en América Latina el
desmedido apoyo que los EE.UU. brindaba al Reino Unido y por la diferencia de
opiniones que se había originado entre los funcionarios de la administración Reagan3.
Tras el viaje de Walters, los analistas creyeron percibir una leve moderación en Buenos
Aires, lo que vino a traer alguna esperanza en los círculos diplomáticos.
A su regreso, el representante del presidente de los EE.UU. dijo que el conflicto entre la
Argentina y Gran Bretaña era una guerra tonta y que el machismo de las mujeres era
más sensitivo que el de los hombres, esto en clara alusión a la actitud de Margaret
Thatcher. Después añadió, como para rematar la cosa, que la Argentina tenía el
gobierno más prooccidental de los últimos tiempos.
Paralelamente, las negociaciones seguían aceleradamente, con Pérez de Cuellar
manteniendo entre dos y tres conversaciones diarias con ambas partes, cosa que
Washington seguía con suma atención.
Había tensión en los medios diplomáticos y eso comenzó a erosionar las relaciones
entre los mediadores y sus allegados.
Uno de los motivos que más molestó y dificultó las negociaciones fueron el rigor y la
meticulosidad que Enrique Ros ponía en cada cosa, retrasando todo hasta extremos
exasperantes. Eso acabó por provocar el fastidio de Pérez de Cuellar quien llegó a
comentar que el representante argentino era el funcionario menos indicado para
desempeñar aquella misión, algo en lo que Roca no estuvo para nada de acuerdo.
El 13 de mayo, Parsons y el embajador Henderson fueron llamados con urgencia a
Londres. Al parecer, Margaret Thatcher parecía ceder a ciertas presiones, en especial las
de Pym, en cuanto a realizar un último esfuerzo diplomático, lo que generó expectativas
e incluso esperanzas en algunos medios.
En este punto vale la pena aclarar que Parsons le había dicho al secretario general de las
Naciones Unidas que si los argentinos “elastizaban” sus condiciones con respecto a la
soberanía, podría haber avances. Casualidad o no, en esos momentos Irlanda e Italia
dieron a conocer sus respectivas posiciones anunciando que no iban a renovar su
adhesión a las presiones y sanciones económicas contra la Argentina, al tiempo que
Washington parecía presionar para que Londres se aviniese a un nuevo “esfuerzo”.
Para los argentinos, el caso de Italia fue bastante similar al de España dado que un
porcentaje mayoritario de su población era de origen itálico y eso, creyeron en un
momento, podría llegar a incidir en la política de Roma. No fue así para nada ya que la
tierra del Dante y Miguel Ángel no tenía más lazos con la Argentina que el de los miles,
por no decir millones, de inmigrantes que habían ido hacia allí en busca de trabajo y
porvenir.
Volviendo a Washington y Nueva York, daba la sensación que los funcionarios de
gobierno norteamericanos comenzaban a discrepar. Tanto Jeanne Kirkpatrick como
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William Clark, lograron convencer a Reagan de aplicar una política más equitativa entre
las partes y no tan abierta en favor de Gran Bretaña, pensando siempre en el apoyo que
la Argentina había brindado a la política norteamericana en América Central. Esos
argumentos encontraron la oposición de Haig quien, todavía resentido por su reciente
fracaso, se opuso a cualquier posibilidad de beneficiar a Buenos Aires, por más mínima
que esta fuera. Sin embargo, gente de su entorno como Enders y Walters, parecían de
acuerdo con la embajadora y estaban dispuestos a mediar ante él4.
Todo parece indicar que Washington conoció la nueva propuesta antes que nadie y que
por otras vías, intentó convencer a la Argentina.
En Londres, Parsons y Henderson se encaminaron a Chequers, la residencia campestre
de los primeros ministros británicos, para tomar parte en la reunión que la señora
Thatcher había organizado con sus principales colaboradores con el objeto de trabajar
en el borrador de propuestas.
Allí hablaron e intercambiaron ideas durante más de siete horas en un clima bastante
tenso en el que alguno de los presentes llegó a decir que, de fracasar esa reunión,
moriría mucha gente. En verdad, no se equivocó.
Aquel día en Chequers, Parsons advirtió a sus colegas sobre posibles trampas que la
ONU, siguiendo su tradicional estilo, podría haber puesto en el documento y en ese
sentido se efectuaron algunas modificaciones después de analizarlo a fondo.
Al otro lado del Atlántico, en los Estados Unidos, parecía existir un clima algo más
optimista ya que algunas personas estaban convencidas de que la Argentina iba a
aceptar.
La propuesta elaborada por el gobierno de Londres en base a la gestión de Pérez de
Cuellar establecía básicamente:
1) El acuerdo sería encuadrado dentro de las disposiciones del artículo 73 de la
Carta de las Naciones Unidas.
2) Sus previsiones no aceptaban las posiciones respectivas de las partes en litigio,
ni condicionaban la solución adoptada.
3) Debía preverse en forma detallada las condiciones a cumplir en cuanto a la
desmilitarización de la zona, proceso que sería verificado por observadores de la
UN.
4) Las dos partes se comprometerían a auspiciar, de manera conjunta, una
resolución del Consejo de Seguridad para que este tomase debida nota del
acuerdo y concediera el mandato al secretario general del organismo a efectos de
asistir a las partes en las negociaciones finales.
5) El secretario general debería designar al funcionario que se haría cargo de la
administración interina, según consentimiento de ambas partes.
6) Ese funcionario debería asegurar la administración ininterrumpida del gobierno
isleño consultando a sus instituciones representativas, a las que se sumaría un
representante argentino en cada uno de los consejos. El administrador apoyaría
su gestión en base a las leyes y prácticas vigentes en las islas.
7) Las partes en conflicto iniciarían negociaciones bajo los auspicios del secretario
general de las Naciones Unidas con el objeto de llegar a una solución pacífica
definitiva con el compromiso de finalizarla antes del 31 de diciembre de 1982.
8) En caso de no llegarse a un acuerdo, el mismo mantendría su plena vigencia
hasta alcanzar a una solución definitiva.
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No hubiese sido tan contraproducente para la Argentina aceptar la proposición si
consideramos que provenía de una nación con tradición diplomática, hábil y poderosa,
que a lo largo de su historia poco y nada había concedido.
El 17 de mayo la embajadora Kirkpatrick decidió jugar una última carta llamando a su
amigo Wenceslao Bunge5 (años después vocero del controvertido empresario Alfredo
Yabrán), para ponerlo al tanto de lo que estaba aconteciendo y pedirle que intercediera
ante su gobierno a efectos de que aceptase las proposiciones.
Se encontraron ambos y junto a Ros y Roca, se reunieron para cenar en la casa de la
diplomática y así tratar a fondo la cuestión y buscarle una salida.
A la funcionaria americana la urgía el plazo de 48 horas impuesto por Gran Bretaña
para obtener una respuesta por lo que fue muy insistente en aquello de que el gobierno
argentino debía aceptar lo más pronto posible.
Durante las charlas, los representantes argentinos se enteraron que la embajadora había
introducido modificaciones en el borrador inglés para hacérselo digerible al
vicecanciller Ros. Sin embargo, nada limpio salió de aquel encuentro ya que después de
varias horas de conversaciones, los presentes, vencidos por el cansancio, decidieron
retirarse a descansar.
Bunge, portador de un apellido prestigioso en su país, se estaba por recostar cuando
recibió una nueva llamada de Kirkpatrick pidiéndole que acudiese a su casa al día
siguiente, lo más temprano posible, para elaborar un nuevo borrador. Solo durmió unas
horas ya que al amanecer, estaba de regreso en casa de la embajadora, con quien se puso
a trabajar de manera inmediata. De ese modo, al cabo de varias horas, obtuvieron los
siguientes puntos:
1) El gobierno del Reino Unido acordaría no introducir la administración británica
en las islas.
2) Se convendría un breve período interino con una fecha tope específica para
finalizar las negociaciones.
3) Se accederá a una administración interina en las islas.
4) Se abandonaría la demanda de un reconocimiento argentino de la soberanía
británica en las islas.
5) Se pactaría el retiro simultáneo de las fuerzas de ambas partes antes que
demandar el retiro previo de la Argentina.
6) Se acordaría que el Consejo Consultivo de las islas estaría integrado por dos
representantes de los treinta argentinos residentes en ellas y seis por los mil
ochocientos británicos.
7) Se accedería a la verificación del retiro de fuerzas por representantes de las
Naciones Unidas antes que por Gran Bretaña.
8) Se establecería la presencia de un observador argentino.
La embajadora Kirkpatrick presentó esa misma mañana una copia del borrador al Dr.
Pérez de Cuellar y otra a su par, Anthony Parsons quien, al leerla, puso el grito en el
cielo. Parece que cuando el primero analizó las propuestas, comprendió en el acto que
todo estaba perdido y así se lo dejó entrever a sus colaboradores más cercanos. El
segundo, fue extremadamente terminante cuando manifestó que aquello era
impracticable.
-¡Estas concesiones van mucho más lejos de lo esperado. Serán interpretadas como una
entrega completa por muchos de los integrantes de la Cámara de los Comunes!
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Cuando el plazo establecido por Londres para recibir una respuesta expiró, Ros le
entregó a Pérez de Cuellar la contrapropuesta argentina, que este se apresuró a enviar a
Parsons aunque con ninguna esperanza de que aquel las aceptase. La misma establecía:
1) Se incluirían las islas Georgias del Sur y Sándwich del Sur en el acuerdo.
2) La administración interina debería estar a cargo de las Naciones Unidas
exclusivamente, asistida por observadores de ambas partes.
3) La administración desempeñará una tarea en base a la vigente antes del 2 de
abril de 1982.
4) Las negociaciones se llevarán a cabo en la ciudad de Nueva York insistiéndose
en las resoluciones 1514 (XV), 2065 (XX) y demás, referidas a la cuestión de la
Asamblea General de las Naciones Unidas.
5) El plazo acordado será hasta el 31 de diciembre de 1982 con “una única opción
de prórroga” hasta el 30 de junio de 1983.
6) En caso de llegarse a esa fecha sin encontrarse una solución pacífica, las
actuaciones serán giradas a la Asamblea General, que resolverá el fondo de la
cuestión.
Rápidamente, y antes de que Londres se pronunciase, Pérez de Cuellar llamó por
teléfono, primero a Galtieri y después a la Thatcher, para solicitarles a ambos más
concesiones. Lamentablemente, a esa altura era imposible y ninguno de los dos cedió a
sus pedidos.
El 20 de mayo, el secretario general de las Naciones Unidas convocó a reunión a su
Consejo de Seguridad para informarle que sus gestiones habían fracasado.
Hecha una furia, Jeane Kirkpatrick llamó a Bunge para espetarle, con tono indignado,
que la propuesta de Ros no era más que “la guerra total”, agregando que la Argentina
tenía que anunciar a la mayor brevedad posible que aceptaba la proposición por
constituir la última esperanza de detener el conflicto. Bunge atinó a decir que aquello
excedía sus capacidades pero la diplomática insistió, advirtiéndole que tan delicado
asunto estaba siendo manejado por gente que no tenía ningún interés en llegar a un
acuerdo diplomático. Por esa razón, agregó, había que alertar a la opinión pública
argentina de lo que estaba aconteciendo porque tenía derecho de saberlo.
Bunge no siguió el consejo de su amiga norteamericana pero corrió al primer teléfono
que encontró para comunicarse con Lami Dozo, el más moderado de los integrantes de
la Junta Militar, y transmitirle las palabras de aquella.
Lami Dozo le contestó que en tales términos era imposible aceptar un acuerdo porque
eso significaba ceder las islas al Reino Unido y en eso, tanto Galtieri como Anaya y
Costa Méndez, habían endurecido su posición y se mostraban intransigentes.
Muy conmovido, Bunge llamó a la Kirkpatrick para transmitirle la respuesta y aquella
le respondió con vehemencia:
-¡Tus compatriotas cambiaron una victoria diplomática por una derrota militar!
No se equivocaba pues manejaba información fidedigna y sabía a esa altura que al día
siguiente se iniciaría el desembarco en San Carlos.
A partir de ese momento, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas cambiaría su
táctica centrando todos sus esfuerzos en lograr un cese de las hostilidades. Gran
Bretaña, decidida a obtener el triunfo en el terreno militar, vetaría constantemente esos
esfuerzos.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Referencias
1
Eddy, Linklater, Gillman, op. cit
2
Oscar Raúl Cardoso; Ricardo Kirschbaum y Eduardo Van del Kooy, Malvinas, la trama secreta.
3
La embajadora Kirkpatrick llegó a manifestar que la política exterior de su país estaba siendo manejada
por británicos vestidos de norteamericanos.
4
Eddy, Linklater, Gillman, op. cit
5
Oscar Raúl Cardoso; Ricardo Kirschbaum y Eduardo Van der Kooy, op. Cit.
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