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CULTURA
UNA TRADICIÓN IGNORADA
Una “sencilla” medalla con muchísimo valor
C
omo suele suceder casi
siempre, en el momento que
menos lo esperas recibes
una grata noticia que, por inesperada, te causa alegría, o gratitud, o
emoción, o todos estos sentimientos
a la vez. Esto fue lo que me sucedió
cuando recibí de mi buen amigo el
coronel de Infantería (R) Fernando
Sánchez Fernández una carta y una
medalla. Después de hablar con él le
confesé que desconocía por completo la existencia de esa medalla y su
tradicional empleo en la Tropa del
Ejército de España.
La historia, resumida, es la
siguiente: Un buen amigo del
coronel Sánchez Fernández, antiguo
Alférez de Complemento de la
Armada e ingeniero naval, le envió
esa medalla, pequeña, de latón, en la
que en el anverso figura la Virgen de
Guadalupe y en el reverso una cruz;
sobre ésta, la frase “AL SOLDADO
ESPAÑOL” y, debajo, dice “CON
ESTE SIGNO VENCERÁS”, en
memoria de la famosa aparición que
tuvo el Emperador Constantino.
Para colgarla del cuello, un cordoncillo trenzado con los colores de la
Bandera española.
Al parecer, el amigo del coronel
Sánchez Fernández, un día que
revisaba libros, papeles, cajones y
recovecos, encontró una caja con
estas medallas y una nota manuscrita de su padre, que había sido
presidente de la Compañía
Trasatlántica y en la que, entre otras
cosas, decía:
- Que en un desalojo de oficinas
de la Compañía aparecieron muchas
medallas que eran las que se repar-
Medalla que llevaban nuestros soldados
que se enviaban para combatir en Cuba y Filipinas
tían a todos los soldados españoles
que marchaban a Cuba y Filipinas
en aquellos períodos trágicos de las
guerras que en aquellas tierras se
produjeron.
- Criticaba con dureza la redención a metálico que entonces se
practicaba en el Ejército, y que
permitía a muchos padres evitar el
servicio militar de sus hijos.
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- Recordaba el famoso artículo
de don Francisco Silvela titulado
“Sin pulso” después del Desastre de
1898, cuando España quedó
anonadada tras la pérdida de sus
posesiones más queridas, Cuba y
Filipinas, gracias a la desastrosa
actuación de sus políticos. Aquella
generación de españoles debía estar
muy harta de ellos.
CULTURA
No obstante, enseguida se hizo
realidad aquello de que “esa, la
buena, vieja y fiel Infantería,
plagada de héroes oscuros y anónimos, que con sus bayonetas forjaban
la percha donde tantos cuelgan sus
glorias...”.
- Y terminaba la nota con esta
frase en letras mayúsculas: “Por
favor, salvad las medallas o conseguid que se fundan en el fuego de
alguna caldera”.
Ésta es la historia, para mí
desconocida, de esta pequeña
medalla que llevaban nuestros
soldados que se enviaban para
combatir en Cuba y Filipinas con
objeto de elevar la moral y, desde el
punto de vista cristiano, para
protegerlos de cualquier mal. Si nos
paramos a pensar sólo un momento
sobre ello, resulta ser una historia
conmovedora. Hombres con un
nivel cultural bajísimo, la mayor
parte de ellos analfabetos y procedentes de las zonas rurales de
España -que era la inmensa mayoría
de nuestro territorio entonces-, pero
con un rescoldo religioso que
procedía de generaciones y generaciones anteriores de las que habían
recibido y escuchado todo lo que
podían saber acerca de Dios y de la
Virgen de su pueblo, recibirían con
devoción y enorme respeto esta
medalla que, sin duda, para ellos
significaba un talismán, un escudo
protector contra las balas y los
machetes del enemigo.
Naturalmente, hoy es impensable que pudiera resurgir, ni siquiera
como tradición, que a nuestros
soldados se les entregara una
medalla semejante cuando salen en
misión de combate fuera de nuestras
fronteras.
Si hace pocos años se podía oír
Misa en formación, ahora se celebra
antes de que se inicie la formación,
en privado, para no herir posibles
susceptibilidades. Si antes la
sociedad entera participaba de una
serie de valores morales, religioso,
éticos y de responsabilidad, hoy
esos valores no sólo se han arrumbado y guardado en un baúl, como las
medallas que encontró nuestro
amigo, sino que, además, son
menospreciados cuando no sujetos a
la burla y hasta el insulto de quienes
se atrevan tan sólo a recordarlos.
Ésta es la sociedad en que
vivimos tan sólo pasados cincuenta
años. El cambio de las ideas que la
sustentan ha sido tan acelerado y
brutal que nos hemos precipitado en
un vacío que es en el que hoy nos
encontramos. Sobre todo, vacío
religioso y moral. Y hoy toda
Europa, cuna de civilizaciones, y en
concreto España, no sólo ha perdido
su pulso sino, lo que es más importante, su camino.
Retomando la historia de nuestra
medalla resulta también increíble la
ignorancia que sobre ella se ha
mantenido durante tanto tiempo.
Desconozco si algún organismo
oficial -incluidos los dependientes
del ministerio de Defensa- tiene
noticia de la misma y, en caso
afirmativo, si esta historia la han
divulgado en algún momento. A fin
de cuentas, forma parte de la cultura
de Defensa, de la de nuestro pasado
y, por tanto, del acervo cultural
militar español.
Pero, por desgracia e insistiendo
en la pérdida de valores de una
sociedad desnortada y pésimamente
gobernada, como me dice mi amigo
el coronel Sánchez Fernández, es
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muy difícil -yo diría ya complicadísimo- que a la sociedad española,
que ha convertido nuestra Bandera
en un mantel y el ardor guerrero en
ardor de estómago, le intereses el
valor que en su día pudo tener esta
sencilla medallita para tantos miles
de soldados que “sólo” dieron su
vida por España.
Sirvan estas líneas, al menos,
para sacar a la luz una historia poco
o nada conocida, que en su día tuvo
para el Ejército un valor espiritual
que compensaba una política de
reclutamiento vergonzosa con
aquello de la reducción a metálico y
que supuso para miles de humildes,
generosos y sufridos soldados un
gran aliento de fe y de esperanza.
Medalla de latón
de la Virgen de Guadalupe
Enrique Domínguez
Martínez Campos
Coronel de Infantería DEM (R)
De la Asociación Española
de Militares Escritores
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