Pontificia Universidad Javeriana Maestría en Historia Seminario

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Pontificia Universidad Javeriana
Maestría en Historia
Seminario Teórico de Énfasis II
Categorías y debates de la Historia Cultural
Profesora: Amada Carolina Pérez Benavidez
Justo Serna y Anaclet Pons, historia cultural. Autores, obras, lugares, ediciones Akal, España,
2005
Tatiana Bustos Ramírez
24 de febrero de 2013
Este documento pretende ser una guía de exposición y discusión del libro: historia cultural.
Autores, obras, lugares de Justo Serna y Anaclet Pons, publicado por ediciones Akal en España,
en 2005 y nuevamente publicado este mes de febrero de 2013 en una segunda edición por la
misma editorial. En ese sentido, lo primero por decir será que dentro del programa del curso,
éste libro permite hacer un cierre al componente propiamente introductorio con un panorama
de las “aproximaciones a la historia cultural” que comenzamos con las lecturas de Darton y
Chartier, antes de comenzar a desarrollar las categorías de cultura, prácticas, imaginarios,
representaciones, producción de presencia y experiencia histórica que articulan todo el
programa.
No es casual entonces que este libro nos ofrezca una posible entrada, una aproximación a
historizar la historiografía que ha configurado la historia cultural en la segunda mitad del siglo
XX, a partir de explorar algunos autores, obras y lugares relacionados entre sí, escogido como
camino las tradiciones anglosajona y francesa, de suerte que como afirman los propios autores,
este libro ofrezca un panorama de los antecedentes pioneros de lo que hoy es la historia
cultural.
Para empezar, antes de entrar propiamente en el contenido del texto, vamos a intentar ubicar
el contexto, el lugar de producción de la obra: este libro hace parte de una serie llamada
Historia Contemporánea dirigida por Elena Hernández Sandoica y financiada con recursos
públicos provenientes de la Generalitat Valenciana y de la Comisión Interministerial de Ciencia
y Tecnología (CICYT), este último, un instituto que dirige la política científica y tecnológica
española. Es decir, la producción y circulación de este libro es posible gracias a la larga y
prestigiosa trayectoria de la Dra. Sandoica que le permite articular la producción académica
desde prestigiosas universidades públicas en España con otros recursos públicos del mismo
gobierno, y en general, le permite movilizar un importante aparato institucional estatal para
lograr el resultado final. Los autores del libro, Justo Serna y Anaclet Pons1, al igual que la Dra.
Sandoica son profesores de Historia Contemporánea, en este caso, desde otra Universidad
pública, la de Valencia, España, y al igual que ella con una vastísima trayectoria profesional.
Llama especialmente la atención que estos dos autores ofrecen la mayor parte de su
producción académica como productos conjuntos entre ellos2.
1A
manera de señalar algún tipo de contacto directo de este autor con la academia colombiana, señalaremos que recientemente,
en 2011, publicó un artículo en la Revista de historia de la Universidad de los Andes: Anaclet Pons, “Guardar como”. La historia y
las fuentes digitales “, en: Historia Critica No. 43, Bogotá, enero-abril 2011, 260 pp. issn 0121-1617, pp. 38-61; e igualmente este
autor es quien tiene traduce el artículo d “El arte de tomar notas”, de Keith Thomas para la edición 114 de noviembre de 2010 en
revista el Malpensante.
2 En la obra conjunta de estos autores se destacan: La ciudad extensa, Diputación de Valencia, 1992; Un negoci de famílies.
Gandia,CEIC-Alfons El Vell, 1996, Cómo se escribe la microhistoria (Madrid, Cátedra-Puv, 2000), La historia cultural (Madrid, Akal,
2005). Asimismo, Anaclet Pons y Justo Serna son los responsables de la traducción y edición de las Doce lecciones sobre la historia,
de Antoine Prost (Madrid, Cátedra-Puv, 2001), del volumen de Giuliana Gemelli dedicado a Fernand Braudel (PUV, 2005), de la
versión en catalán del clásico de Carlo Ginzburg, Il formaggio e i vermi (PUV, 2006) y de la versión en castellano del volumen de
Natalie Zemon Davis, L'histoire tout feu tout flamme (PUV, 2007).
1
El libro que nos convoca, está narrado a partir de una metáfora de un viaje a través del tiempo
y el espacio que conecta a cinco historiadores pioneros de lo que hoy llamaríamos historia
cultural, y que los conecta de tal manera personal y académicamente hablando, que Serna y
Pons incluso aventuran una hipótesis en cuanto a que tales conexiones los configuran como
una especie de “colegio invisible” en torno al cual se pueden trazar los hechos historiográficos
más significativos que han forjado el camino para el estado actual de la historia cultural,
siguiendo las historiografías anglosajona y de los Annales que atraviesa ese “colegio invisible”.
En ésta línea, el texto se compone de tres partes principales divididas en siete capítulos:
una primera parte que consta de un capítulo, dedicada a sentar las bases y los indicios
sobre los cuales hacen las elecciones de autores, obras y lugares que serán recorridos,
metafóricamente hablando en lo que los autores llaman los preparativos del viaje;
una segunda parte compuesta de cinco capítulos es el recorrido o viaje propiamente dicho,
donde van de Paris (EHESS) a Princeton, de los Annales y la historiografía marxista británica
al giro lingüístico, de Le Goff a Lawrence Stone, y en general a una serie de situaciones que
terminan de uno u otro modo intersectando a Natalie Zemon Davis, Robert Darton, Peter
Burke, Carlo Ginzburg y Roger Chartier en lo que Serna y Pons han convenido llamar
precisamente “colegio invisible” y en el cual Roger Chartier cumplirá una función
articuladora muy importante, vinculando no sólo a estos autores y sus obras sino en
general a la tradición anglosajona con la tradición francesa y desembocando en un punto
de quiebre con el giro lingüístico;
y una tercera y última parte de un capítulo en la que presentan un balance de lo que fue el
recorrido: de las elecciones, las ausencias, las justificaciones y el alcance del recorrido, en lo
que llaman “el álbum” como haciendo alusión a esas fotos que quedan al final del ejercicio.
Desde el punto de vista metodológico, el trabajo evidencia un profundo conocimiento de los
autores, sus obras y en general de la historiografía de la segunda mitad del siglo XX; una
abundante consulta bibliográfica, y sobre todo un trabajo riguroso de análisis de fuentes, de
entrevistas, de obras, y en el que vale la pena señalar que los autores de esta investigación
incluso acudieron directamente a algunos de los historiadores a quienes se refieren en su libro,
para contrastar con ellos su perspectiva, y en especial a Roger Chartier, Carlo Ginzburg y
Natalie Zemon Davis. Por otra parte, para abordar la labor de identificar y ordenar un campo
de investigación tan vasto, Serna y Pons debieron optar metodológicamente por asumir que la
historia cultural es aquello que hacen los historiadores que se reclaman o son reconocidos
como tales, basados en que este es un recurso frecuente en muchos ámbitos académicos
cuando la definición y los criterios de jerarquía presentan ciertos obstáculos y se acude
entonces a identificar el todo por una de sus partes.
I.
Primera parte. Sobre las bases del recorrido o preparativos del viaje
En el primer capítulo, Serna y Pons propondrán unos contenidos posibles del concepto de
“cultura”, basados sobre todo en Freud y Weber, que consideran básicamente alineados con
las concepciones que se han utilizado en la historiografía que se ha desarrollado desde finales
de los setenta. Siempre asegurándose de ser cuidadosos con los matices o las reservas para
que sus posiciones no se entiendan como propuestas de posiciones definitivas, postulan que
hay un cierto grado de convención en los contenidos posibles de la cultura, y que el problema
básico que permanece es en realidad sobre la jerarquía de esos múltiples contenidos.
Partiendo de ésta base, ese cierto grado de acuerdo es un punto de partida del libro y consiste
en entender la “cultura” como un conjunto de herramientas, prótesis y significados; es decir,
como el límite que los humanos imponen a la naturaleza (herramientas), pero también como
2
su prolongación, como prótesis para llegar hasta donde no podemos por nuestros propios
medios naturales o el instrumento que nos permite alterar el estado natural de las cosas (por
ejemplo, el entorno trazando un camino en el bosque; ó el cuerpo protegiéndolo del clima,
ocultando las vergüenzas o engalanándolo para asombro o reconocimiento de los semejantes);
y finalmente, también como el otorgar significado, proceso de adentrarnos en el mundo, de
averiguarlo, de enfrentarlo. 

Y para resolver el problema de las jerarquías de los múltiples contenidos, y basados en que la
inmensa variedad de trabajos existentes sobre historia cultural, los autores optan por
aproximarse a este tema de las jerarquías a partir de reconocer como historia cultural lo que
hacen los historiadores más reconocidos como historiadores culturales y que por tanto son los
que marcan la jerarquía de objetos y procedimientos en historia cultural, en una selección de
autores que resulta de rastrear tanto sus afinidades personales como sobre el modo de hacer
historia cultural; estos historiadores son precisamente los que ellos inscriben en una especie
de “colegio invisible”: Peter Burke, Robert Darton, Roger Chartier, Carlo Ginzburg y Natalie
Zemon Davis. En el caso de estos autores, Serna y Pons encuentran las siguientes afinidades:
- todos ellos son autores de libros que han influido decisivamente en la historia cultural hasta
renovarla completamente.
- todos ellos tienen algún volumen en el que tempranamente proponen un cambio más o
menor radical o en el que muestran un atrevimiento que los distancia de sus colegas.
- sus libros son productos hechos con la voluntad de cautivar, de atraer un público más vasto
que el de los especialistas interesados por el tema y por la época.
- en general, todos los libros de estos historiadores suelen centrarse en episodios o
circunstancias que, al final, sólo son una pequeña parte de su sociedad y de su tiempo.
- estos textos son producto de abordar de maneras creativas la escases de fuentes que
implica tomar como objeto de estudio asuntos marginados, descentrados.
- Estos libros dan especial importancia a las formas narrativas.
- Más allá de la forma de las obras y del modo en que han enfocado los temas históricos, les
caracteriza la diversidad de objetos que han tratado y que proponen en sus volúmenes.
- Por ser historiadores de gran prestigio y reconocimiento dentro y fuera de la disciplina, por
ser parte de ese colegio invisible diseminado aquí y allá, son reclamados continuamente
para impartir conferencias o para dictar cursos en distintos lugares del mundo.
- Son autores que han estado inmersos en continuo intercambio, debate, y amistad entre
ellos, configurando por esta vía el ya mencionado “colegio invisible” como una “red
textual” que se disemina en ambos continentes.
II. Segunda parte. Sobre el recorrido (viaje) propiamente dicho
Partiendo de la hipótesis de que existe un “colegio invisible” en torno al cual se jerarquiza la
historiografía de la historia, lo que los autores se proponen como desarrollo de su obra, es
rastrear el recorrido que lleva a la constitución de ese grupo que integra de manera flexible a
individuos de edad próxima, sin suponer más afinidades de las que efectivamente puedan
documentar. Para eso, van a buscar rastros por un lado en la historiografía marxista británica y
por otro lado en la tradición de los Annales fraceses.

En los marxistas británicos, Serna y Pons van a rastrear el relieve dado a lo popular, a
lo bajo, a lo excluido, así como el peso que le confieren a la cultura (especialmente en el caso
de E.P. Thompson), a partir de sucintas alusiones a Williams, Hobsbown y Thompson, como un
mecanismo instrumental desde el punto de vista de la metodología de Serna y Pons, para
señalar como puente entre la historiografía marxista y el “Colegio Invisible” a Natalie Zemon
Davis, en quien sí se detendrán analizando su obra: El menu peuple y las mujeres [1975],
consideradolo como “el primero de los libros en que es obligatorio detenerse”).
3
En El menu peuple y las mujeres, Serna y Pons ven un primer libro que tempranamente
propone un cambio bastante radical a la demás historiografía del momento y en particular con
asuntos que hoy resultan en gran medida comunes en la historia cultural. Una innovación que
a juicio de los autores, es posible gracias a una gran apertura de esta autora para tomar
referentes de diferentes tradiciones. Esto se verá evidenciado en que a pesar de la unidad de
a obra, cada uno de los ensayos puede ser tratado a su vez de manera individual y en cada
uno de estos, la autora seleccionará referentes de diferentes tradiciones: en uno de los
ensayos, se decidirá por mayor peso específico en la historia social británica y particularmente
en Thompson; en otro en cambio, a pesar de reconocer como grandes referentes a Hobsbawn
y Thompson e incluso una cierta historiografía de los Annales, declarará su principal referente
en la antropología de Van Gennep y en Keith Thomas como uno de los historiadores que más
tempranamente comprendió la necesidad de intensificar los intercambios con la antropología;
en otro evidencia un uso inusual para la época de las ideas de Mijaíl Bajtin, un autor que en el
mundo anglosajón no tuvo mayor difusión hasta 1981, del que a Natalie Zemon Davis le
interesó especialmente el estudio de la cultura popular a partir de aquellas manifestaciones
que tenían un sesgo disolvente: la risa, la fiesta, el carnaval; en otro de los ensayos-capítulos
mantendrá una fuerte referencia en la antropología pero esta vez en Victor Turner y
finalmente; en otro más, abordará la relación entre cultura oral y escrita tomando como
referentes a los franceses e incluso a los primeros trabajos de Rober Darton; y finalmente, en
el último ensayo, apostará por una perspectiva diacrónica.
En última instancia, a través del juicioso análisis de una obra de Natalie Zemon Davis, los
autores evidencian la existencia de una relación intelectual y personal de Natalie Zemon Davis
con los historiadores marxistas británicos y en especial con E.P. Thompson, muestran las
coincidencias en fechas y en lugares de publicación y las referencias que hacen el uno del otro
en sus trabajos, al tiempo que señalan exactamente qué aspectos de los trabajos de estos
historiadores fueron los que más llamaron la atención de Zemon Davis y se pueden trazar en
su obra, así como el hecho de que ella siguió otras referencias también, especialmente de la
antropología y que a partir de estos ejercicios ella fue especialmente innovadora en su
momento con propuestas que hoy siguen vigentes en gran medida en la investigación que ha
venido desarrollándose desde la historia cultural.


Por la otra vertiente, los autores evidencian que todos los autores que han agrupado
en lo que llamaron un “colegio invisible” tienen como circunstancia común haberse inspirado
en la historiografía francesa de los Annales, e incluso haber escogido la Francia moderna
como el principal objeto de sus investigaciones. Una situación que no es casualidad sino que
gira en torno al hecho de que la revista Annales y su entorno institucional se convirtieron en
un polo de atracción y de difusión de debates historiográficos e intelectuales de gran
repercusión, gracias sobre todo a un esfuerzo deliberado del gobierno francés para apoyar
institucionalmente la investigación y difusión de las obras históricas sobre todo con la creación
de la Sección VI de La École des Hautes Études que a partir de 1975 añadiría a ese nombre el
predicado en Sciences Sociales (EHESS), como producto del lugar histórico y geopolítico en el
que Francia se sitúa a sí misma como productora de pensamiento, de intelectuales y con el
liderazgo mundial en estas materias. Así, brillantes historiadores como Natalie Zemon Davis,
Peter Burke, Carlo Ginzburg o Rober Darton acudieron desde sus distintas ubicaciones a
Francia en algún momento al mismo lugar que sería la base de la formación de Chartier desde
1975 en su calidad de Francés y donde todos ellos empezaron o acabaron inmersos en las
discusiones que esta revista generaba y en las controversias en que el pensamiento francés se
difundía; al mismo tiempo que historiadores franceses comenzaron a viajar comenzaron a
viajar a EEUU y contribuyeron a crear centros de difusión de la tradición francesa, entre otros
en PRINSTON como veremos más adelante.
4
A partir de ubicar este polo de atracción donde converge todo el “colegio invisible”, Serna y
Pons comenzarán a hilar un poco más fino para identificar específicamente dentro de la
tradición francesa de los Annales algunos puntos específicos de convergencia de los pioneros
de la historia cultural de hoy, y señalan a Marc Bloch como el primero de estos nodos a partir
de identificar una cierta unanimidad en su admiración hacia éste por haber sido un resistente
que murió torturado ante el ocupante nazi y por ser el autor de Los Reyes Taumaturgos3, libro
que de una u otra manera todos consideran una como un precedente de los estudios acerca
de la cultura porque la conducta de los pueblos formaría parte de un concepto cada vez más
laxo de cultura que la antropología se encargaría de dilatar aún más y que ubica a la obra más
exactamente como antecedente de la antropología histórica; pero incluso más que eso, lo que
más llama la atención de este libro es que el objeto del libro implica una necesaria escases de
fuentes y esto a su vez obliga al historiador a recurrir permanentemente a hipótesis
interpretativas que imponen un determinado tipo de estrategia en la escritura, es decir, lo
que más les llama la atención del libro es su misma retórica expositiva.
Siguiendo en la pesquisa de esos elementos convergentes entre los miembros del “colegio
invisible” dentro de la Escuela de los Annales, Serna y Pons pasan de Marc Block y Los Reyes
Taumaturgos de 1924 a 1969, momento en que Jacques Le Goff asume la dirección de la
revista tras la renuncia de Braudel y en el que cobra vigor la historia de las mentalidades, para
señalar los cambios que se producen en la revista a partir de ese momento, así como el papel
que desempeñará Roger Chartier como eficaz propagador de la “Nueva Historia” que
caracteriza esta tercera generación de Annales. Para esto, Serna y Pons analizan
detalladamente el libro Hacer la historia publicado primero en 1974 (antes de que Chartier
ingresara a la revista) y luego en 1978 con el nombre de La Nueva Historia (esta segunda vez
con una fuerte participación de Roger Chartier), en el cual, Le Goff y sus colaboradores
proclaman los supuestos del cambio que proponían para pasar a hacer una “nueva historia”
basada en “nuevos problemas”, “nuevos enfoques” y “nuevos temas”, una propuesta
respaldada por productos que hay que difundir a través de editoriales como Gallimard y de la
EHESS, y que trasciende los propios límites de la revista y se presenta antes que ligada a una
Escuela como una redefinición disciplinar, aunque vista retrospectivamente continúa siendo
bastante “afrancesada”. La propuesta manifiesto de 1978 giró en torno a la ampliación de los
objetos de estudio; la fidelidad de los avances en la historia social, detallando ahora el análisis
según las diferentes esferas; la coexistencia de métodos distintos que recorrerían de forma
diversa lo que fue el antiguo dominio de las mentalidades (mismo al que se referían en otros
términos tan solo cuatro años atrás el manifiesto que aún no participaba Roger Chartier); e
incluía la perspectiva microanalítica, una reducción de la perspectiva de análisis y detallar el
objeto en un contexto más local, personalizando esta forma de hacer en Natalie Zemon Davis,
Carlo Ginzburg y Jaques Le Goff.
Por otra parte, analizar las diferencias entre los manifiestos de 1974 y 1978, permitirá a los
autores emprender el camino para evidenciar el papel de Chartier como puente articulador
entre los demás miembros del “colegio invisible” y como pionero de la historia cultural de hoy.
En el manifiesto de 1978, gracias sobre todo a Roger Chartier, la diferencia fundamental con el
de 1974 es la introducción de importantes matices al concepto de mentalidad que deja de ser
colectiva y por tanto de lentos procesos y estudios de larga duración, para pasar a ser un
concepto que se preocupe por aprehender el carácter de la propia época centrándose en las
relaciones entre grupos e individuos, y atendiendo en particular a sus múltiples significados
(ya no económicos sino simbólicos) desembocando en lo que Chartier denominará: “historia
sociocultural”, un término que a pesar de lo ambiguo expresa ya un abandono de la
mentalidad y un tránsito en la dirección anglosajona hacia la cultura, y más que eso muestra a
3
Aparecido por primera vez en 1924, recuperado por la editorial Armand Colin en 1961 y publicado nuevamente por Gallimard en
1983, esta vez con un prefacio de Jacques Le Goff
5
un historiador que a pesar de su carácter francés y formación annalista mostrará siempre un
interés extraordinario por la historiografía anglosajona, situación que reforzará sus lazos con
Davis, Darton, Burke y Ginzburg, quién además será quien relacione a unos con otros
creándose vínculos de amistad y camaradería académica entre ellos.

Una vez exploradas las raíces en las vertientes anglosajona y francesa, el viaje que nos
proponen Serna y Pons continúa hacia Princeton: otro lugar donde convergerán Burke (finales
de los 60), Darton (1968), Ginzburg (1973), Chartier (1976) y Davis (1987); un lugar donde se
favorecerá una interdisciplinariedad que enriquecerá la historia cultural de hoy; y sobre todo
un punto de encuentro entre las vertientes anglosajona y francesa.
Esto porque por un lado será un centro de difusión de la historiografía francesa hacia
Norteamérica gracias a un programa de intercambio inaugurado en 1968 en el que el director
de ese programa entre 1968 y 1990 es un británico, Lawrence Stone, proveniente justamente
de Past and Present, y evidencia un profundo conocimiento de la investigación que adelantan
tanto marxistas británicos como en Annales, a partir del cual hace una “deliberada” mezcla
entre estas dos bajo la expresión “nueva historia” que describía fundamentalmente la
investigación analista, es decir, llena las etiquetas “historia total” o “nueva historia”
provenientes de la tradición francesa de un contenido más internacional que lo que Le Goff
hacía.
El programa propuesto por Stone y publicado en 1981, está inscrito en un contexto de
posguerra de la segunda guerra mundial, en el que los ideales e intereses individuales habrían
acabado por imponerse sobre los asuntos públicos; en ese contexto se da un retornar al
principio de indeterminación y foco en el ejercicio comprensivo que inevitablemente
conduciría a privilegiar una escritura de tipo narrativo sobre una analítica, cobrarían fuerza los
individuos (antes anónimos) y especialmente los subalternos, para lo cual sería necesario
exhumar nuevas fuentes; habría una sustitución de la sociología y la economía por la etnología
que reforzaría a su vez la necesidad de un retorno a la narrativa por el tipo de objeto que se
trata pero también por un interés de llegar a un público cada vez más amplio; y hasta aquí el
programa no parece tan distante del de los Annales, pero propone unas indicaciones
diferentes a las que dan a la antropología los franceses basados en Levi-Strauss y prefiere
apoyarse en E.E. Evans-Pritchard, Mary Douglas, Victor Turner o Clifford Geertz. Indicaciones
estas que son confirmadas por Natalie Zemon Davis en El relato de Martin Guerre (1982) que
sale publicado justamente un año después de que Stone publicara su artículo (1981) y
rastreadas a partir de los referentes de esta autora, hasta El queso y los gusanos de Carlo
Ginzburg, que por cierto fue presentó en una primera versión en un seminario en Princeton
antes de ser publicado.
Así las cosas, Serna y Pons se detienen a analizar brevemente estos dos libros por su evidente
conexión con Princeton y con el programa de Lawrence Stone, pero sobre todo para ir
orientando la exposición hacia las nuevas formas narrativas que imponen el rumbo que está
tomando la historiografía en ese punto y a resaltar la preponderancia de la influencia de la
antropología en esta época.
Para empezar, llamará la atención de los autores que El queso y los Gusanos haya sido impreso
y editado muchas veces sin ningún cambio con respecto a la primera edición como si se tratase
de una obra literaria, así como el hecho de que resultaba especialmente vanguardista a
mediados de los 70s un libro de historia que tratase una historia individual de un sujeto
marginal que puede ser reconocido en su lugar a partir del distanciamiento, del extrañamiento
del historiador de ese sujeto, a la manera propia de la antropología, del psicoanálisis y de la
perspectiva bajtiniana. Pero más aun, este libro resulta ser un precursor de los estudios
culturales en cuanto a que es un libro sobre el acto de la Lectura y apela a la narración
6
conjetural. Por su parte, en El relato de Martin Guerre de Davis (1982), Serna y Pons exponen
como aspectos claves del libro de Davis el tema de la identidad y la impostura de los individuos,
la escases y casi inexistencia de fuentes que obligan a un análisis conjetural que y un privilegio
de la forma narrativa sobre la analítica. En última instancia, los autores ven en estas obras y
especialmente en la de Davis, algo similar a lo que está hablando también Clifford Geerts,
quien también está en Princeton y quien será posteriormente tomado como referencia
también por Darton y Chartier (aunque este no siempre le resultó tan afín), y que en general
planteará de manera más explicita que otros antropólogos que al tomar “distancia” para
comprender y traducir al nativo se debe realizar un trabajo interpretativo que se asemeja al
del crítico literario, y por esta vía, sin mayor explicación, Serna y Pons terminan planteando
una reflexión sobre las preocupaciones comunes a todos los miembros del “colegio invisible”
con respecto a: i. los documentos, ii. escritura misma de la historia y iii. la práctica de literatura
como objeto de análisis.

A partir de este punto, Serna y Pons comenzarán a guiar el viaje desde la influencia de
la antropología y algunas preocupaciones por la forma narrativa hacia mayores profundidades
en cuanto las dimensiones de lo literario en la historia cultural, y hacia evidenciar cada vez
más una mayor internacionalización de este programan, articulando el camino a partir de un
gran protagonismo de Roger Chartier en este aspecto, y hasta el giro lingüístico.
Serna y Pons han venido señalando como hipótesis y en este punto la desarrollan, que Chartier
es el puente entre las distintas tradiciones atlánticas y los miembros del “colegio invisible”. Así
como a Paris acudieron Davis, Ginzburg, Darton y Burke en el momento en que se estaba
haciendo la nueva historia, por otro lado será Chartier quien responda desde la tradición
Annalista a estos historiadores lo que posteriormente harán desde sus propias tradiciones;
visto desde Estados Unidos, Roger Chartier era quien protagonizaba el tournante critique
desde Francia y desde los Annales que continuará siendo el referente y por tanto el lugar
desde donde se facultaba o se favorecería la corriente.
Para confirmar su hipótesis, los autores Empiezan con una breve presentación de La Gran
Matanza de Gatos de Darton (1984), en la que destaca las similitudes con Natali Davis y
Ginzburg desentrañando la voluntad de Darton no sólo de acoger un modelo etnográfico sino
concretamente el de Geertz, así como la manera en que la investigación de Darton es también
un acto de lectura y propone unas formas narrativas que despiertan mayor atención de la
crítica literaria y una recepción masiva de la obra. Dos puntos a partir de los cuales aparecerá
Chartier: en el primer caso controvirtiendo a Darton por acoger el modelo de Geetz, y por otro
lado, con una cierta línea de continuidad con respecto a la preocupación por el acto de lectura
implícito en el quehacer del historiador y las formas narrativas, que Chartier en las que
Chartier ahondará.
La hipótesis queda confirmada para los autores, en cuanto que más allá del contenido de la
controvierta de Chartier con Darton, esta sirve básicamente para señalar dos puntos: primero
que a esta altura está más clara una cierta internacionalización del programa a partir de Stone
en cuanto que intelectuales franceses se estarían ocupando de entrar en diálogo con un
historiador foráneo; y por otro lado confirma a Chartier como aquel que responde desde la
tradición Annalista a los historiadores que pasaron por París y que posteriormente harán
desarrollos nuevos desde sus propias tradiciones, actuando así como un puente entre las
distintas tradiciones atlánticas y los miembros del “colegio invisible”.
Pero por otro lado, como ya mencionamos, no todo es controversia sino que por el contrario
existe nuevamente un punto de encuentro entre los miembros del “colegio invisible” sobre el
que Chartier ahondará más que cualquiera, en cuanto a la preocupación cada vez mayor por
7
las formas narrativas y por una reflexión sobre el oficio mismo del historiador como un acto de
lectura.
Señalan entonces los autores que existe en todos los miembros del “colegio invisible” una
reflexión por el propio que hacer y en particular por el tipo de escritura de sus propias
investigaciones al punto que contrario a la tradición académica del momento, y sólo posible
gracias al gran prestigio que han alcanzado todos, han privilegiado los ensayos y documentos
cortos sobre la monografía, incluso en el caso de Burke si se considera sus monografías en
conjunto, caso en el cual se pueden ver también como un gran mosaico incompleto; y esto n
solo llevados por móviles mercantiles, sino también como una vía más adecuada para
reflexionar sobre algunos objetos mostrando el proceso mismo de investigación, en la que
seguramente confluyen en gran medida porque todos de una u otra manera la historia del
libro y la lectura. Una reflexión que inquietará especialmente a Chartier.
Chartier entenderá el libro como un objeto material que está compuesto por un discurso
lingüístico y por un envoltorio material con emisores que lo producen y con receptores que lo
decodifican dentro de un espacio cultural saturado de múltiples objetos y actos significativos.
A partir de esto, y en consonancia con Foucault y posteriores influencias de Norbert Elias
(proceso de civilización) y de Michael de Certeau (prácticas sociales), especialmente de este
último, el objeto de análisis de Chartier serán las “prácticas”. Por otra parte, es tal el interés
que despierta lo literario en Chartier que ve incluso ve en Borges un anticipo de la historia
cultural en la forma y el objeto de sus ficciones, anticipando ya una discusión sobre los modos
de observación de lo real.

Desde esta posición de Chartier y los objetos de estudio e inquietudes generalizadas en el
“colegio invisible”, se entiende cómo desde Annales, este historiador liderará un nuevo viraje,
si se quiere una especie de cuarta generación de la revista (aunque los autores del libro no
usan éste término, tal vez porque precisamente están planteando que el movimiento
trasciende el marco de la revista), una proclama por la necesidad de “nuevos problemas”,
“nuevos enfoques” y “nuevos temas”, pero con la diferencia de que en este caso la demanda
será general, no habría fronteras insterdisciplinarias en esta declaración y tampoco habría
fronteras nacionales y finalmente, una demanda asociada a un diagnóstico de la revista sobre
los modos de observación de lo real.
Una declaración que fue publicada en la segunda entrega de Annales de 1988 y
específicamente en el Editorial y en el último artículo que corre por cuenta de Chartier: “El
mundo como representación”. En esta declaración, Chartier sobre todo recuperará la idea de
“representación” que precisamente rotula el volumen.
“Representación” entendido como hacer visible algo que no está pero también mostrarse,
denota una presencia, una materialidad, un artefacto que en sí mismo no es lo que representa
y cuyo significado depende de quién lo emplee. Una dualidad que debe aplicarse tanto al
objeto de estudio del historiador como al documento mismo del historiador. Con esto vuelve
entonces al punto de partida, y reclama una historia cultural en la que los usos y prácticas sean
el elemento constitutivo de la realidad, una realidad que tiene un significado sobre el que se
negocia o por el que se combate.
No todos los historiadores comparten este punto y ni siquiera los otros cuatro que Serna y Pins
convienen en agrupar en el “colegio invisible”, pero lo cierto es que todo historiador relevante
tuvo que ver con esta nueva declaración de Annales y de Chartier en particular, y se
pronunciaron al respecto. Burke indicaba al menos dos maneras distintas de proceder, Davis
no asume una posición muy crítica pero tampoco acepta sin más el programa simplemente lo
recibe con agrado como una voluntad de ofrecer una visión amplia de la variedad de hacer
8
práctica histórica creativa, Ginzburg discrepa contundentemente puesto que este autor en
ningún caso cuestiona la correspondencia de las fuentes con la realidad más allá de las
dificultades para evidenciar dichas correspondencias. Y finalmente, no menos relevante resulta
el hecho de que los pronunciamientos sobre esta proclama no solo provienen de estos autores
en un sentido individual sino que se evidencia un grado cada vez mayor de
internacionalización del proyecto conservando aún un gran más peso específico en Francia,
con la publicación un año después, en 1989, de la University of California Press de: The New
Cultural History como programa en la misma línea de Chartier, y esta vez a cargo de una
alumna de Natalie Zemon Davies (Lynn Hunt).

Finalmente, los autores proponen como último punto del viaje la historia cultural
como el punto donde desembocan la renovación de las tradiciones historiográficas de Annales
y anglosajona, enmarcadas estas por un fenómeno de época que atraviesa la revisión y es la
posmodernidad.
Por un lado, plantean que de acuerdo con Lynn Hunt, sería Hayden White quien más habría
contribuido a la influencia de lo literario en el dominio de la historiografía, en lo que habría
conducido a la idea de “tomar el lenguaje como metáfora y, en última instancia, reconocer la
representación como concepto capital”, que es la discusión con la cual la historiografía se
asomaba a la controversia sobre la postmodernidad. Sin embargo, Ginzburg uno de los
pioneros en interesarse por la forma narrativa y el acto de leer, se distancia fuertemente de
White, retomando al Momigliano de 1974 y afirmando que la historia no se reduce a su
escritura, sino que, por el contrario, exige un depurado proceso de pruebas que permiten
sostener un enunciado frente a otro. Críticas estas que en algún grado compartirán Davis y
Chartier, este último en 1993 afirmando que el estudio de la escritura y el discurso histórico no
impedían presentar la disciplina en términos de verdad.
Sin entrar en los detalles de la controversia de la posmodernidad, Serna y Pons señalan que
para los postmodernos existe una imposibilidad de separar el objeto cognoscente y el objeto
de observación; desde ese marco, para poder discernir entre verdadero y falso habría que
tener un criterio universal que es imposible que exista y por tanto todo discurso entra en el
ámbito de la ficción, y en lo que concierne a la historia, esta no produciría ciencia sino arte, un
relato más o menos conmovedor acerca del pasado.
Ante esto, dicen Serna y Pons, estos historiadores no aceptan ni ser catalogados como
“trogloditas” por no estar dispuestos a renunciar a las pocas certidumbres de la profesión y
mucho menos a la existencia de la verdad, ni ser catalogados como postmodernos, y tampoco
aceptan renunciar a seguir desplegando la gran osadía intelectual que contribuyó a generar las
posiciones de las cuales luego se distancian, al convertir la obra histórica en objeto propio y
privilegiado de la historia cultural. Un distanciamiento, que ilustra especialmente Lawrence
Ston en 1991 desde Past and Present a través un intenso debate con Patrik Joyce, en el que
incluso afirma que por esa vía la historia sería una especie en vía de extinción y el desacuerdo
empieza desde que se define la realidad como lenguaje.
Una indefinición en la posición que a manera de ejemplo señalan los autores, en la obra de
Ginzburg, Ojazos de madera. Nueve reflexiones sobre la distancia, que recopila textos escritos
entre 1991 y 1996 y donde evidencian también por un lado una crítica implícita al giro
lingüístico y una defensa de las reglas básicas de la historiografía, al tiempo que usa la forma
de ensayo antiacadémico para su exposición. Un ejemplo que a juicio de los autores indica que
tal vez el muro de contención que los miembros del “colegio invisible” trataron de anteponer
al giro lingüístico no ha sido suficiente, y que en ese sentido no han podido contener lo que
ellos mismos provocaron y siguen provocando, y que de hecho la inmensa miscelánea de
títulos que hoy se inscriben en la historia cultural demostrarían el triunfo del giro lingüístico y
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la dificultad cada vez mayor de establecer jerarquías y relevancias. A juicio de los autores, se
da entonces, una conversión de la propia disciplina en objeto cultural.

III. Tercera Parte. “El álbum” o sobre lo que al final queda del recorrido
El título del último capítulo, “EL álbum” como lo que se hace o queda al final del viaje, es el
cierre del libro con un balance del recorrido realizado.
Reconocen los autores que su metodología los llevó a inevitables ausencias, sobre las cuales
ofrecen dos ejemplos casi a manera de excusa: los subalternos o poscoloniales; y la historia
cultural francesa en relación con la nueva historia política (Sirinelli, Rioux, Corbin, Agulhon,
Nora, Remond, Prost, etc). Aceptan también que a pesar de las prevenciones tomadas, de las
justificaciones explícitas, que la pregunta para muchos al final será si su recorrido fue el
adecuado, y saben que eso puede estar en discusión necesariamente, pero de lo que no hay
lugar a duda para ellos es que el destino sí es la historia cultural.
Finalmente concluyen anticipandose a la pregunta que saben que suscitarán sobre si el
recorrido fue el adecuado y afirman que a pesar de haber escogido como camino las
tradiciones anglosajona y francesa y que en esa medida no hayan agotado el posible viaje, lo
cierto es que tampoco hay manera posible de saber cuál sería el camino para completarlo; y
que eso no significa que el itinerario sea erróneo o que se esté desorientado. En esa medida el
libro es una orientación, una guía tentativa “que nos lleva a ese territorio explorado por ciertos
pioneros, aquellos que supieron adelantarse a la avalancha que después sobrevino”
Propuestas para orientar la discusión
A partir de la exposición del contexto, estructura y contenido del libro, y apoyados también en
las reseñas más destacadas que sobre éste se han publicado, propondremos los siguientes
puntos para orientar la discusión. Una propuesta en la que hemos seleccionado preguntas de
orden más crítico no por desconocer la gran calidad e inmensos aportes que hacen Serna y
Pons, sino para enfocarnos precisamente en aquellas vetas que nos permitan extender el
desarrollo del curso más allá de los confines mismos propuestos en el libro y hacer un ejercicio
de lectura crítica, intentando en todo caso que ésta se fundamente realmente. En esa medida,
la propuesta es precisamente eso y pretende que dentro de estos puntos sean ustedes quien
seleccionen aquellos que consideren más sólidos o propongas discusiones adicionales:

La noción de cultura que proponen Serna y Pons parte de lo que ellos mismos llaman
“trivialidades archisabidas” refiriéndose básicamente a una incuestionable división entre
naturaleza y cultura. Sin embargo para otras tradiciones historiográficas esta división no se
puede dar por sentada. Para analizar este punto, con la ayuda de la profesora Amada Pérez,
podemos polemizar esta base de Serna y Pons, utilizando el capítulo que hiciera Stefan PaulValero (historia de la ciencia y cultural) para el libro Hering Torres, Max S. y Amada C. Pérez
Benavides, Historia Cultural desde Colombia. Categorías y Debates, Bogotá, Universidad
Nacional de Colombia, 2012, en el que Pohl-Valero problematiza las dicotomías y
compartimientos que han constituido la separación entre naturaleza y cultura.

Qué significa que una historia cultural por un lado pretende rescatar la mirada de los
de abajo, de lo anómalo, de lo marginal, siempre haciendo del propio ejercicio del autor un
objeto de evaluación permanente; y al mismo tiempo resuelva el tema de las jerarquías de los
objetos eligiendo a un selecto grupo que escribe desde arriba, desde lo centrado? incluso al
punto de referirse a una “red textual” que se disemina en “ambos continentes” cuando se
están refiriendo exclusivamente al centro ubicado en Europa Occidental y EEUU?. En relación
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con lo anterior, cómo se podrían historizar también los canales de recepción de esta
historiografía en Latinoamérica y en qué consisten la prácticas en esta zona descentrada con
respecto a esa historiografía en tanto texto y objeto a la vez, y cuál es la red de significaciones
en que esas practicas están imbrincadas?

En el primer capítulo que hace parte del viaje propiamente dicho, los autores
pretenden rastrear a partid de Natalie Zemon Davis como puente algunas raíces de la historia
cultural en los marxistas británicos.
No obstante, a la hora del desarrollarlo lo que muestran realmente es que a la par de las
referencias que Davis halló en algunos marxistas británicos, esta autora bebió también de la
sociología y especialmente de la antropología, de Annales y Bajtin entre otros, al punto de
configurar una propuesta innovadora y pionera desde el punto de vista actual de la historia
cultural. Por su parte Serna y Pons no justifican entonces el por qué la elección de los
marxistas británicos para buscar raíces cuando en realidad lo que están señalando es que estos
no tienen un peso específico mayor que otras referencias en la autora.
Y por otra parte, traer a algunos de los marxistas británicos como antecedentes de la historia
cultural es dar por sentada la división que plantea Richard Johnson de estos en dos grupos: los
culturalistas y los economicistas, pero ese es un debate que no está en realidad concluido.
Quienes no están e acuerdo con esta división, como Harvey J. Kaye, plantean que son todos
parte de un conjunto coherente donde superan el estructuralismo sin negarlo del todo, a partir
de un enfoque teórico basado en “análisis de la lucha de clases” (distinto al “análisis de
clases”), entendida como producto de relaciones históricas y de procesos que van más allá de
lo económico y por tanto donde la cultura y las ideas son importantes para el análisis histórico
de tales luchas pero no en sí mismo.
Hasta qué punto entonces, están aquí (y aplicaría la pregunta en otras partes del libro o
incluso a su conjunto) eligiendo a aquellos precursores que mejor se adaptan
retrospectivamente al plan que se defiende y dándole a la etiqueta la suficiente antigüedad,
prestigio y ambigüedad para que quepan maneras muy distintas de hacer historia?

En el texto, Serna y Pons comparan a Borges con Chartier en los siguientes términos:
El primero suele plantear los límites y posibilidades de la lectura, y la biblioteca tiene los
confines exactos del mundo hasta el punto que la realidad y el libro se solapan. Al final, sólo
cuando se lee se actualiza el sentido de las palabras, el artefacto impreso cobra vida y se
emancipa de su autor y el texto lejos de estar configurado de una vez para siempre, revela su
condición inestable, su recreación continúa. Y por otro lado, en la bibliografía de Chartier los
textos también son inestables y permiten distintos reacomodos, diferentes ubicaciones, así
como lecturas diversas que les dan sentidos variados.
Con qué justificación, explícita o implícita en el libro, Serna y Pons pasan de señalar que el
propio Chartier ha declarado ver en Borges un anticipo de la historia cultural en algunos
aspectos, a hacer esta comparación directa entre uno y otro?; hasta que punto el hecho de
declarar que están “salvando distancias” al hacer la comparación las salva realmente?; por qué
los comparan? qué función metodológica o historiográfica cumple para el desarrollo de su
argumento que lo hagan?

En el penúltimo capítulo donde finalmente el viaje nos conduce a la historia cultural,
los autores afirman que de alguna manera las distancias explícitas que afirman los miembros
del “colegio invisible” con la posmodernidad y sus implicaciones para la historia se ven
desbordadas por los hechos de sus propios trabajos que continúan revolucionado el quehacer
histórico. Es como si de alguna manera los autores plantearan a lo largo de todo el libro que
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esos historiadores contribuyeron a crear de manera activa y jerárquicamente muy influyente
una situación que el último capítulo en cambio desborda en gran medida su capacidad de
agencia, y que incluso a pesar de sus explícitas resistencias es tal la fuerza de ese movimiento
que los absorbe. Es esta una huida de los autores a un compromiso definitorio al final del viaje
que propusieron?

Ricardo García Cárcel, reconocido historiador y ensayista español, premio nacional de
historia en España 2012, publicó en 2005 en el ABC de las Artes en España, una reseña del libro
que nos ocupa. Considerando la importancia y agudeza de este historiador, y para finalizar la
propuesta de discusión, me permitiré copiar a continuación para incorporar en la discusión, las
inquietudes que le plantea al libro (haciendo caso omiso de la mayoría de los reconocimientos
que también hace por las razones ya expuestas al comienzo de esta propuesta):
“La fascinación que el libro de Serna y Pons provoca entre sus lectores-compañeros de viaje no
puede hacernos olvidar algunos silencios que constatamos en el mismo. En primer lugar, el de
algunos autores que han tenido peso representativo directo o indirecto en la historia cultural
que consumimos. No sólo los que, en sutil autocrítica, mencionan los autores al final del libro.
Me refiero a historiadores como Daniel Roche o Giovanni Levi, silenciados
incomprensiblemente en el libro. También cuesta entender por qué no se hacen eco de la
incidencia que esta historia cultural ha tenido y tiene en nuestro país. La influencia de Chartier
es inconmensurable entre nosotros. ¿Por qué no se hace ni una sola alusión a Bouza y los
historiadores de la lectura en España? Por último, me hubiera gustado mayor profundización
en el debate reciente que la historia cultural suscita hoy, más allá del significativo frenazo de
Stone, la crítica de Momigliano a White y hasta la evolución del propio Ginzburg. El capítulo
«géneros confusos» me ha parecido la huida de un compromiso definitorio al respecto,
demasiado fácil. ¿Miedo a ser tildados de antiguos ante el patente monopolio de la
modernidad que encarna hoy la historia cultural? Demasiadas timideces a la hora de abordar
la valoración de los límites de la historia cultural en un libro que, en cualquier caso, explica
magistralmente la arqueología de un género historiográfico de tanto éxito actualmente como
es la historia cultural.”
Bibliografía4
Hering Torres, Max S. y Amada C. Pérez Benavides. “Apuntes introductorios para una historia
cultural desde Colombia”. En: Historia Cultural desde Colombia. Categorías y Debates, editado
por Max S. Hering Torres y Amada C. Pérez Benavides, 15-50. Bogotá: Universidad Nacional de
Colombia et al., 2012, pp. 15-50
Harvey J. Kaye, Los hitoriadores marxistas británicos. Un análisis introductorio; traducción de
María Pilar Navarro Errasti. Zaragoza, Prensas Universitarias, 1989. Edición inglesa: The Brittish
Marxist Historians. An introductory Análisis, Cambridge, en asociación con BASIL BLACKWELL,
Oxford, 1984.
Reseña de Ricardo García Cárcel en ABC de las Artes
Reseña de Rogelio López Blanco en El Cultural de El Mundo
4
Existen por lo menos dos reseñas más del libro que sería importante considerar, pero desafortunadamente no están
disponibles para esta ocasión, ni los archivos, ni en medio electrónico, por lo que será tarea para una próxima oportunidad
ubicarlas y completar la discusión. Estas son: Reseña de Liztte Jacinto en el Suplemento Cultural ´Hoja por Hoja, de distintos
diarios mexicanos; y Reseña de Jaume Aurell en Aferes. Fulls de Recerca i pensament, núm. 52 (2005), págs. 734-737
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