LA HISTORIOGRAFÍA LATINA ORÍGENES Y FUENTES DE LA HISTORIOGRAFÍA La historiografía, estudio y narración de los hechos del pasado, es probablemente el género literario más antiguo, pues desde siempre se han transmitido oralmente los recuerdos del pasado de la tribu y la genealogía de las familias. Esa misión la cumplían a veces los ancianos de la misma tribu y otras los narradores “oficiales”. Los niños aprendían desde pequeños las historias de su pueblo oyendo a unos u otros y, a su vez, las transmitían a sus descendientes. Esto dio lugar a la épica –pues es mucho más fácil recordar esas narraciones en versopero también originó la historiografía. Sin embargo, esos relatos eran a menudo narraciones embellecidas, transmitidas y aceptadas sin el menor sentido crítico. Para establecer una comparación, es lo mismo que nos ocurre a nosotros cuando nuestros padres nos cuentan la vida de los abuelos o bisabuelos. Solemos aceptarlo sin cuestionar la veracidad de sus palabras y sin relacionar esos hechos aislados con los procesos históricos que estaba viviendo el país es ese momento. ¿Cuándo se pasa de un sencillo proceso de transmisión acrítica de la información a una reflexión más profunda sobre la autenticidad de dicha información, al intento de fechar los acontecimientos y describirlos de una forma global, tratando de averiguar cuáles son los procesos que los han originado? Esa evolución se dio probablemente en Grecia. Sin embargo la historiografía antigua, ni en Grecia ni en Roma fue lo que entendemos hoy por historiografía como ciencia social. Lo limitado del material histórico con el que contaban y su falta de experiencia histórica no les permitía tener un sentido del desarrollo y de las causas y consecuencias de los procesos históricos a un nivel global. Pero por lo menos tuvieron el mérito de intentar separar lo legendario de lo auténtico y de tratar de hacer historia “universal” más allá del ámbito local. La historiografía romana fue, a pesar de lo dicho anteriormente, mucho menos rigurosa que la griega y de intención más moralizante. El romano no transmitía objetivamente los hechos antiguos, sino que los juzgaba y los describía desde su propio punto de vista. Además, para realizar una labor de historiador se tiene que utilizar fuentes diversas. En una época como aquélla, en la que no existía la arqueología, las principales fuentes eran orales y escritas. Por eso los documentos que consignaban hechos históricos tenían una gran importancia. En Roma los documentos más antiguos que podían aportar datos históricos eran: 1. Textos públicos: Los archivos de los colegios sacerdotales. Los sacerdotes anotaban en registros los acontecimientos más importantes, así como los “prodigios” (rayos que herían estatuas, lluvias extrañas, etc.). Por ejemplo: los Annales pontificum, en los que se consignaban los días fastos y nefastos (laborables y no laborables) así como los principales acontecimientos, los Libri augurales, etc. Los documentos oficiales: tratados, leyes, senadoconsultos (decretos del senado), listas de los magistrados anuales, los registros del censo, etc. 2. Textos privados: Archivos familiares. Las familias patricias tenían sus propios archivos en los que consignaban los cargos importantes que desempeñaban sus miembros, así como sus hazañas militares. Eran relatos a menudo embellecidos o falsificados. Laudationes funebres. Discursos de alabanza a los difuntos pronunciados por un miembro de la familia el día de los funerales. Se guardaba una copia en los archivos familiares. INFLUENCIAS Los grandes maestros de los romanos fueron los griegos. El historiador Polibio, que vivió durante años en Roma y fue amigo de Escipión Emiliano, escribió varios libros sobre la historia de Roma y las campañas de Escipión. Su método era riguroso: consultaba todas las fuentes y ocasionalmente se trasladaba al lugar de los hechos. Buscaba una explicación casual para los diversos acontecimientos. Su obra sirvió de fuente para varios historiadores romanos posteriores y les enseñó las dos normas fundamentales para todo historiador: buscar la verdad y comprender las causas y las relaciones entre los hechos. También tomaron los romanos de Tucídides, igualmente griego, el sentido moral de la historia, así como la reflexión sobre la calidad moral de los personajes y acontecimientos. HISTORIADORES ROMANOS Los primeros historiadores romanos (siglos III y II a.C.) fueron los analistas, aludiendo a varios historiadores. Se les llama así por la palabra latina annales, de annus que significa año (recuerda los Annales pontificum citados anteriormente). Los anales eran relatos de acontecimientos por orden cronológico y no por temas. Así pues, estos analistas romanos, que escribían en griego y no en latín, se contentaron con narrar los hechos acaecidos sin establecer relaciones temáticas o de causa y efecto, entremezclándolos, eso sí, con fábulas y relatos de prodigios. Además de su falta de respeto por la realidad escribían con notable parcialidad, desde un punto de vista aristocrático y nacionalista. Con Catón el Censor y su obra Los orígenes encontramos ya una evolución respecto a los analistas pues Catón, además de escribir en latín, no concibe la historia como una serie de hazañas de los grandes generales romanos, sino que centra su interés en las principales ciudades de Italia y en el pueblo romano como verdadero protagonista de la historia. Sin embargo, los autores más importantes del período republicano son César y Salustio. JULIO CÉSAR (100-44 a.C.) César fue probablemente la personalidad más atractiva de su época y quizá una de las más geniales de la historia de Roma. Representaba perfectamente el ideal romano: intelectual, político y militar. Era un hombre de gran atractivo físico, muy presumido, elegante y educado, alegre, vividor y esteta, se endeudó a menudo para comprar obras de arte. Se le tomó durante años por un joven sibarita y disoluto, pero lo cierto es que como general demostró que era un hombre sobrio, resistente, valiente y que podía competir con cada uno de sus soldados en esgrima, equitación y natación. Se ganó a pulso su respeto por su austeridad, resistencia, energía y valor, ya que no pedía a otros que hicieran algo que él no podía hacer, y lo idolatraron hasta dar la vida por él. Fue un hijo, marido y padre afectuoso. Quiso a sus esposas (aunque nunca les fue fiel) y las trató con respeto. También fue leal con sus amigos, sin distinciones de clases sociales, en lo bueno y en lo malo, y generoso con sus enemigos. Magnánimo, prefirió perdonar a castigar. Su mayor defecto fue probablemente la ambición. Utilizó todas las artimañas propias de un político de su época, entre ellas la demagogia y la corrupción, para alcanzar sus propósitos. A todo ello unía una inteligencia asombrosa que le hacía capaz de compaginar varias tareas a la vez. No sólo fue un buen escritor, también redactó un tratado de gramática y le apasionaron la astronomía y las ciencias militares. Excelente militar y político inspirado, tenía siempre una visión de conjunto de los hechos. Su vida fue muy agitada. Nació en el año 100 a.C., el 12 del mes Quinctilis que luego se llamó julio en su honor. Procedía de una de las más nobles familias patricias, aunque poco pudiente. El matrimonio de su tía Julia con Mario y el suyo, a posteriori, con Cornelia, la hija de Cina, definieron desde muy joven sus simpatías políticas por el partido democrático, enfrentado a la oligarquía senatorial. Dichas simpatías le resultaron muy peligrosas durante la dictadura de Sila que intentó obligarle a separarse de su mujer. Tuvo que huir de Roma y, arrestado, salvó la vida gracias a la mediación de sus amigos más influyentes. Lo cierto es que Sila desconfió de él, por lo que su vida estuvo a menudo pendiente de un hilo. Tras este episodio prefirió alejarse de Roma con un viaje a Asia Menor y no volvió hasta la muerte de Sila. Empezó entonces una carrera política, compaginando cargos, y se ganó el fervor popular gracias a sus modos amables, elocuencia y generosidad. De entonces data su amistad con el riquísimo Craso que financió toda su carrera. Logró reconciliar a éste con Pompeyo y entre los tres establecieron una alianza para controlar la vida política en Roma: el primer triunvirato. Craso aportaba el dinero, César el poder sobre la plebe y Pompeyo el ejército. Elegido cónsul en el 59 a.C., gobernó por procedimientos casi revolucionarios, prescindiendo de su colega en el consulado y del Senado, e intentó realizar el proyecto de reforma agraria. Al finalizar su consulado se le confió el gobierno de la Galia Cisalpina, Narbonense e Iliria para cinco años. Entonces empieza su carrera militar. En siete años conquistó la Galia, realizó dos expediciones a Britania y dos a Germania, consiguiendo un enorme botín. Estas hazañas provocaron los celos de Pompeyo y sus enemigos políticos en Roma y, muerto Craso, el enfrentamiento se hizo inevitable. Cuando el Senado nombró a Pompeyo cónsul sine collega, éste empezó a maniobrar contra César. César trató de llegar a un acuerdo, proponiendo licenciar simultáneamente a los ejércitos de ambos, pero Pompeyo obligó al Senado a rechazar su propuesta. Ello acaba por desencadenar una guerra civil. Resultó larga y cruenta, pues aunque Pompeyo fue vencido en Farsalia (Grecia) y asesinado en Egipto, sus partidarios siguieron con la guerra, que se libró en tres escenarios: Grecia, África e Hispania. Estaba en juego la continuidad misma del sistema republicano. Al quedar como único vencedor inició un nuevo tipo de gobierno unipersonal de corte monárquico, sentando un precedente para lo que luego sería el imperio. Hizo muchas reformas: el calendario, distribución de tierras a los soldados, reforma del abastecimientos de las provincias e impulso de la romanización. En los idus de marzo (día 15) del año 44 a.C. su hijo adoptivo Bruto y Casio lo asesinaron a la entrada del Senado. Así se inició una nueva era de guerras civiles. SU OBRA Su obra literaria abarca desde tragedias hasta un tratado de gramática, si bien aquí sólo hablaremos de sus textos históricos: la Guerra de las Galias (De bello Gallico) y la Guerra Civil (De bello civili). Son éstas obras autobiográficas, a semejanza de las que escribieron Emilio Escauro y Quinto Lutacio Catulo, en las que narra sus gestas y justifica sus acciones (son biografías “oficiales” para decirlo de algún modo, en las que no hay ninguna referencia a su vida privada). De Bello Gallico es una obra que consta de ocho libros, cada uno de los cuales se corresponde con un año de la campaña de conquista que él llevó personalmente a cabo entre el año 58 y el 51 a.C. De estos libros sólo el VIII no es obra de César, sino de su lugarteniente, Aulo Hircio. Respecto a los contenidos, en una primera visión superficial, podemos decir que tras una descripción geográfica de la Galia el autor va siguiendo sus conquistas y enfrentamientos con los diversos pueblos galos: Campañas contra los Belgas Campañas contra los Germanos Expediciones a Britania Levantamiento general de la Galia dirigido por Vercingetórix y Triunfo final de César con la toma de Alesia No se tiene certeza sobre si fueron escritos año tras año o todos los libros juntos una vez terminada la guerra; en cualquier caso parecer ser que fueron editados como obra unitaria en los años 51-50 al solicitar su autor de nuevo el consulado. De Bello Civili consta de tres libros en los que se narra el enfrentamiento del propio César con Pompeyo para hacerse con el poder en Roma. Comienza con la exposición de las causas de la guerra y sigue con los sucesos principales de la misma: paso del Rubicón por César. huida de Pompeyo hacia Oriente toma de Marsella derrota en Hispania de los lugartenientes de Pompeyo enfrentamiento y derrota definitiva de Pompeyo en Farsalia y, por último, huida de éste a Egipto y su posterior asesinato. Los libros de De Bello Civili debió escribirlos entre el 49-48 y el 44, pero tampoco en este caso se aducen pruebas convincentes sobre la fecha exacta de su publicación. Su propósito al escribirlas fue sobre todo político ya que trataba, con la primera de conseguir una prorrogación de sus poderes consulares y justificar unas campañas militares que nadie le había pedido que hiciera y, con la segunda, de exculparse de toda responsabilidad en la guerra civil, presentando al Senado y a Pompeyo como responsables del conflicto. César fue un genial propagandista de sí mismo y logró sus propósitos mediante varios recursos: Una narración de aparente simplicidad y objetividad. El recurso de la tercera persona para referirse a sí mismo. Nunca habla en primera persona y así produce un distanciamiento que nos hace olvidar que está hablando de sí mismo, y por tanto subjetivamente, creando una falsa ilusión de objetividad. La separación de acontecimientos lógicamente concatenados. La explicación previa al relato de su propio punto de vista. La omisión de detalles que podrían resultarle desfavorables. CONTINUADORES: Existen otras tres obras: La guerra de Alejandría, La guerra de África, y La guerra de Hispania, que relatan las citadas campañas de César. Se conoce al conjunto como Corpus Caesarianum. Dichas obras están escritas en un estilo distinto y de peor calidad. No se conoce a sus autores. SALUSTIO (85-35 a.C.) Contemporáneo de César y protegido suyo, Salustio desarrolló toda su carrera política al amparo de éste. Completó más o menos su cursus honorum con notables altibajos, como su expulsión del Senado en el 50 a.C. Se trataba pues de un político poco escrupuloso (fue acusado de concusión tras su proconsulado en Numidia) y que participó activamente en todas las luchas políticas de su tiempo. La muerte de César significó el fin de su carrera política. En sus obras adopta una actitud moralista, que no concuerda con su propia vida, y fustiga duramente a la sociedad de su época, incluyéndose a sí mismo en sus críticas, aunque luego se autodisculpa con excusas poco convincentes. ¿Hipocresía o amarga reflexión de un hombre desencantado? El caso es que nos lega un cuadro muy pesimista de la sociedad de su época. Elige temas aparentemente triviales como la guerra de Iugurta y la conjuración de Catilina, sobre los cuales tenía información de primera mano, ya que fue procónsul en Numidia y vivió la crisis causada por Catilina. Además esto le permitió hacer el retrato de los hombres más importantes de su época, César, Cicerón, etc. o de la anterior, como Mario, Sila o Metelo. Su estilo es claro, a veces seco, con un lenguaje ligeramente arcaico en el que combina viejos giros latinos y construcciones imitadas del griego y busca de modo preconcebido la asimetría y la sorpresa. Destacan especialmente los retratos o etopeyas, de gran penetración psicológica, y los discursos que pone en boca de sus personajes, muy trabajados y con sentencias breves y brillantes. OBRAS: La conjuración de Catilina (De Coniuratione Catilinae): en ella trata la Conjuración de Catilina que tuvo lugar el 63 a.C., durante el consulado de Cicerón. Realiza un relato extenso de las causas lejanas de la conjuración, así como de la ambiciones de Catilina, noble degenerado y sin escrúpulos. La guerra de Iugurta (Bellum Iugurthinum): en ésta trata la guerra de Yugurta, rey de los númidas, entre los años 111 y 105 a.C., con el pueblo romano, contra cuya voluntad se había proclamado rey y el "gigantesco escándalo colonial" que desveló a raíz de ésta. Historias (Historiae): era su obra más ambiciosa y madura, que abarcaba en cinco libros los doce años transcurridos desde la muerte de Sila en el 78 hasta el 67 a.C. De esta obra sólo nos quedan algunos fragmentos. LA HISTORIOGRAFÍA DURANTE EL IMPERIO La historiografía latina siempre tuvo un carácter moralizante y político. A partir del imperio se acentuarán estas características. Se producirá además una radicalización política: habrá historiadores adictos al nuevo régimen, simples aduladores del emperador de turno, y enemigos acérrimos de éste. La censura establecida por los emperadores se encargaría de destruir la obra de los más críticos. Los mejores historiadores del período como Tito Livio y, años después, Tácito tampoco son partidarios del régimen imperial. El primero, Tito Livio, escribió su obra durante el reinado de Octavio Augusto, es decir, en los primeros años del imperio, y ésta es una apología del sistema republicano y de las “prístinas” virtudes romanas. Da una imagen muy idealizada de ese período. El segundo, Tácito, escribe en la época de los Antoninos, un período de paz y prosperidad, ciertamente, pero en la que aún estaba vivo el recuerdo de los abusos y desmanes de la dinastía Julio-Claudia o de Domiciano. La visión de Tácito será pues mucho más pesimista. TITO LIVIO (64 ó 59 a.C. – 17 d.C.) Nació en Padua en un ambiente burgués y de ideas republicanas. Historiador fecundo, trabajó durante 40 años en los 142 libros de los que constaba su historia de Roma (Ab urbe condita), una obra monumental de la que gran parte se ha perdido (107 libros); sólo se nos han conservado tres décadas y media, es decir, 35 libros de los que, además, los últimos están incompletos. Existen resúmenes de la totalidad. La obra, debido a su enorme extensión (unas 7.000 páginas impresas actuales), se comenzó a publicar en grupos de diez libros que se conocen con el nombre de "décadas". Los 142 libros de Ab Urbe Condita no tratan todos los períodos con la misma amplitud: los primeros siglos de la historia de Roma están resumidos en unos pocos libros y la narración de los sucesos se va haciendo más extensa a medida que avanza en el tiempo y se va aproximando a la época del autor. La idea inicial era narrar toda la historia interior y exterior de Roma, desde su fundación hasta la muerte de Augusto, en 150 libros, pero no logró acabarla. Su popularidad, ya en vida, fue enorme. Gozó de la amistad de Augusto, a pesar de sus simpatías republicanas, porque en su obra encontramos la defensa de los mismos valores que Augusto trataba de recuperar: patriotismo, virtud y moralidad. Tito Livio es un historiador de gabinete, un lector infatigable, que no viaja ni conoce personalmente los escenarios de los hechos. Su método consiste en leer las obras de sus predecesores, en elegir de entre las diversas versiones de los hechos la que le parece más verosímil o en transcribirlas todas, cuando no se atreve a pronunciarse por ninguna de ellas. Su espíritu crítico fue desarrollándose paralelamente al avance de su obra; al principio se deja seducir por los historiadores más elocuentes y con tendencia a la exageración, pero la experiencia le enseñó a confiar más en los autores más rigurosamente científicos. En cuanto a los documentos tanto públicos como privados no despiertan en él interés alguno, porque sabía perfectamente que su valor histórico era bastante discutible. Se le reprocha el hecho de que consigne los hechos fabulosos y prodigios, a menudo sin cuestionarlos, actitud ésta impropia de un historiador. Tampoco sigue un método histórico muy riguroso ya que, como hemos dicho antes, utiliza como fuentes a historiadores anteriores, algunos de ellos más que discutibles, sin recurrir a documentos auténticos y eligiendo de diversas versiones aquella que más verosímil le parece. En cuanto a su estilo, es periódico, con períodos densos y simétricos, expresiones antiguas, metáforas abundantes y atrevidas, comparaciones, discursos frecuentes y bien construidos (elaborados por el propio autor y sin base histórica), descripciones dramáticas y rica imaginación. Livio, con Horacio y Ovidio entre otros, se asocia al movimiento promovido por Augusto en pro de una restauración moral y cívica de Roma: este movimiento intenta remontar a las fuentes de la grandeza de romana en todos los aspectos: religioso, literario, moral y patriótico. No se trata de exponer una verdad desnuda, sino de presentar un cuadro de las costumbres para que sirva de lección. El historiador se ha convertido en moralista. TÁCITO (55 – 120 d.C.) Vivió en la segunda mitad del siglo I d.C. y principios del II; así pues escribió su obra bajo el gobierno de Nerva y Trajano, la época dorada del Imperio. A pesar de ello la reflexión sobre las etapas inmediatamente anteriores le hacen trazar un cuadro amargo y pesimista del principio del régimen imperial y los primeros emperadores. Tenemos muy poca información biográfica, pese a ser uno de los más grandes escritores latinos e, incluso, las fechas de nacimiento y muerte son aproximadas. Procedía sin duda de familia distinguida y estuvo vinculado por matrimonio con la clase dirigente. Recorrió con éxito todas las magistraturas del cursus honorum, alcanzando el consulado en el 97. Probablemente sea el mejor historiador romanos, no sólo por su estilo, vigoroso, conciso, a veces oscuro, con una gran concentración expresiva y construcciones arcaicas poéticas, dramatismo y penetración psicológica, sino también por su buena documentación, ya que fue un alto funcionario y utilizó a menudo los archivos imperiales. Tiene una pasión por la información exacta y comprobada. Su principal mérito radica en haber utilizado todas las fuentes que manejaba con gran imparcialidad, o mejor dicho, con gran sinceridad y sin ánimo de engañar, a lo que contribuía su fina penetración psicológica, su desconfianza y su pesimismo. Cae no obstante en el mismo defecto que los otros historiadores romanos, que es el de poner en boca de sus personajes discursos construidos por él. El gran valor de la obra de Tácito es que nos da un retrato muy vivo de la época que describe y un estudio psicológico de los personajes. Es un gran pintor El objetivo de la historia para Tácito es de carácter moral. Se trata de salvar del olvido las virtudes y de estigmatizar los vicios. El estudio de las motivaciones humanas individuales le lleva a un gran pesimismo y da al conjunto de su obra un tinte de acritud y desasosiego. Su estilo, lleno de vivacidad y dramatismo es, pues, hermético, “conceptista”, nervioso, poético, irregular y asimétrico. Es, con Virgilio y Séneca, el autor latino más cargado de pasión y sentimiento. SUS OBRAS: Diálogo de oradores: obra de crítica literaria en la que compara la poesía y la oratoria y reflexiona sobre las causas de la decadencia de la oratoria. Agrícola: biografía ligeramente idealizada de su suegro, gobernador de Britania. El interés fundamental de la obra radica en la descripción geográfica de Britania y en la exposición de la religión y costumbres de sus habitantes. Germania: descripción de los germanos (situación y costumbres). Es un trabajo muy documentado y claro en su exposición. Obras históricas: Historias: narra el período desde la muerte de Nerón a la de Domiciano. No se conserva en su totalidad. Anales: desde la muerte de Augusto a la de Nerón. También sólo se conserva parcialmente. Tácito tenía el proyecto de completar estas dos últimas obras con las biografías de Augusto, Nerva y Trajano, pero se lo impidió la muerte. Aparte de éstos, el historiador más conocido es SUETONIO (75-160 d.C.), quien escribió la biografía de los doce primeros emperadores en Los doce Césares. Disponía de una información de primera mano ya que trabajó como secretario personal o Ab epistulis (archivero) bajo el mandato de Adriano, teniendo acceso a todos los documentos públicos y privados de los emperadores. Esto le permitió contar detalles curiosos y desconocidos de dichos personajes, pero tampoco se puede considerar como absolutamente verídico todo lo que relata, pues Suetonio, aparte de la información extraída de los archivos, era también muy dado a contar todos los cotilleos. Lo cierto es que su obra tiene escaso rigor histórico, y un valor literario relativo por lo confuso de su estilo. Habría que esperar dos siglos para que surgiera otro historiador de la talla de Tácito, AMIANO MARCELINO (330-400 d.C.). Era un oficial inteligente y activo, que se propuso continuar la obra de Tácito en el punto en el que éste la había dejado. Introducía además digresiones etnográficas y geográficas de gran interés y relatos de sus propias experiencias. Con todo esto nos dio una información de primera mano sobre su época y, sobre todo, de los ambientes castrenses. Se puede considerar a Amiano Marcelino como el último gran historiador romano. Sus sucesores serán ya historiadores cristianos y escribirán desde una perspectiva distinta considerada como propia de una nueva civilización. El vehículo utilizado, la lengua latina, es el mismo, pero el espíritu genuinamente romano fue reemplazado por otra filosofía de la vida.