Historia de los jóvenes. (1996) Levi - Schmitt Introducción En los trabajos de antropología, de psicología o de demografía que se han llevado a cabo durante las décadas de 1970 y 1980, el tema más recurrente es, desde luego, el de la juventud. Pero en pocos casos se le ha abordado de frente, ni en una amplia síntesis, ni desde la perspectiva de una historia cultural invocada por la mayoría de las investigaciones reunidas en la presente obra. Lo cual bastaría por sí solo para justificar la publicación de este libro, que extrae asimismo su razón de ser de nuestra concepción, como historiadores, de la juventud y del lugar de los jóvenes en la historia. Vamos a definir nuestro propósito. 1. La importancia de los trabajos de una persona como Philippe Aries, y el eco —todavía no apagado— de los debates que han suscitado acerca de la historia de la infancia, podrían llevar a los historiadores a contentarse con prolongar sencillamente esas investigaciones, y añadir a la observación de la infancia la de la edad que le sigue, con la esperanza de recorrer el ciclo completo de la vida... No es ésa nuestra intención, y opinamos que semejante trayectoria no sería ni deseable, ni verdaderamente posible. Por el contrario, nuestro deseo es poner de relieve la especificidad de la juventud, sin conformarnos con considerarla como una mera edad entre otras. Por ello nos hemos enfrentado de entrada con la dificultad de una definición. Pero no se trata de dar una sola, que tenga validez en todo lugar y en cualquier tiempo. Al igual que las demás edades de la vida, si bien quizás en mayor medida que ellas, la juventud es una construcción social y cultural. Pero, por ello mismo, se distingue por su característica de liminalidad. Porque, efectivamente, se sitúa entre los márgenes movedizos de la dependencia infantil y de la autonomía de los adultos, en el periodo — mero cambio — en el que se cumplen, rodeadas de cierta turbación, las promesas de la adolescencia, en los confines un tanto imprecisos de la inmadurez y la madurez sexuales, de la formación de las facultades intelectuales y de su florecimiento, de la ausencia de autoridad y la adquisición de poderes. Más que de una evolución fisiológica concreta, la juventud depende de unas determinaciones culturales que difieren según las sociedades humanas y las épocas, imponiendo cada una de ellas a su modo un orden y un sentido a lo que parece transitorio, y hasta desordenado y caótico. Semejante "edad de la vida" no puede hallar una delimitación clara ni en la cuantificación demográfica ni en una definición jurídica, hasta tal punto que estimamos de escaso provecho el dedicarnos, después de otros a la búsqueda de unas fronteras harto señaladas Por el contrario, lo que retendrá nuestra atención es la característica marginal o liminal de la juventud, y la percepción de que es algo que nunca logra una definición concreta y estable. Porque en ello residen tanto la carga de significaciones simbólicas, de promesas y de amenazas, de potencialidades y de fragilidades que la juventud entraña, como por ende, la atención ambigua, construida a la vez de esperanzas y de sospechas, que a cambio la dedican las sociedades. En esas miradas cruzadas donde se mezclan la atracción y el espanto, es donde las sociedades construyen siempre la juventud, como hecho social inestable, y no sólo como un hecho biográfico o jurídíco petrificado; y mejor aún, cómo una realidad cultural —preñada de una multitud de valores y usos simbólicos—, y no sólo como un hecho social inmediatamente observable. Cabe añadir que, entre los principios de clasificación de las personas, el de la edad tiene la propiedad de definir unas condiciones pasajeras. A diferencia de la pertenencia a una "clase social" (de la que apenas se pueden salir sus individuos, a no ser que realicen, a veces, sus esperanzas de "movilidad social"), y a diferencia de la pertenencia sexual (que en principio es unívoca y está fijada para siempre), la pertenencia a una categoría de edad, y en particular a la edad juvenil, es para cada individuo un estado provisional. A decir verdad, los individuos no pertenecen a ella, sino que no hacen más que atravesarla. La liminalidad esencial de la juventud, conjugada con la brevedad mayor o menor de su travesía, es lo que en resumidas cuentas caracteriza, pero de manera diferente según las sociedades, y por consiguiente determinan tanto las actitudes de "los demás" respecto a ella como la visión que los jóvenes tienen de si mismos. Pero insistamos en el hecho de que, en todo ello, no hay nada inmutable ni universal, ya que determinada sociedad más "fría" o estática en sus estructuras y sus representaciones destacará mediante diversos procedimientos jurídicos y simbólicos los elementos de continuidad y de reproducción de los cometidos encomendados a la juventud, mientras que otra sociedad más "caliente" y más propensa a reconocer el valor de cambio admitirá con mayor facilidad el carácter necesariamente conflictivo del paso de una edad a otra y de la transmisión del relevo entre generaciones. Estas primeras consideraciones acerca del objeto acarrean una renovada reflexión sobre los métodos. Al descubrir esta Historia de los jóvenes, el lector tiene todo el derecho a plantearse la pregunta de en qué quedan, en ella, los interrogantes clásicos dé la historia social acerca de la diferenciación de los grupos o las clases en las sociedades, y qué validez tiene, para el historiador, la interrogación en términos, por ejemplo, de "clases de edad" (igual que en otras obras la diferencia de sexos pasa a primer plano). Esas nuevas orientaciones en la problemática suponen evidentemente la adopción de otros modelos conceptuales, en la encrucijada donde convergen las determinaciones biológicas (de edad o de sexo) y las construcciones simbólicas que las tornan socialmente eficaces e históricamente significantes. Pero no es conveniente enfrentar artificialmente esas nuevas trayectorias con las antiguas: la historia del mundo más contemporáneo nos recuerda, por ejemplo, que hay más de una juventud, y que la diferenciación social, así como las desigualdades en cuanto a riqueza y el empleo, ejercen aquí también todo su peso. Sin darle la espalda a la historia social tradicional, nuestro deseo es, por consiguiente, contribuir simplemente a volver más complejos los modelos de interpretación, a la par que nos interrogamos sobre la ambigüedad de las segmentaciones sociales, de las solidaridades y de los conflictos, o bien sobre la eficacia de las representaciones simbólicas. Por estas razones, la historia de la juventud se evidencia como un terreno privilegiado de experimentación. 2. Los autores de la presente obra colectiva tienen plena conciencia de las dificultades teóricas que esos interrogantes implican. Para ellos, no se trataba de responder con voz unánime. Por el contrario, se adoptó la determinación de dejar bien clara la multiplicidad de puntos de vista, con el fin de evitar aquello que una síntesis debida a un único autor hubiera podido proponer o imponer en cuanto a concepciones prematuramente reductoras o demasiado uniformistas. Cada uno de los historiadores interviene aquí con su conocimiento propio de un terreno específico, en función de las fuentes que conoce mejor que nadie, y armado con problemáticas que ha podido ir afilando en el transcurso de investigaciones anteriores. Por ende, no se encontrará aquí una historia de la juventud, sino varias historias que se refieren a varias juventudes y, sobre todo, a muy diversos jóvenes; historias que en cada caso se reponen en la madeja de las relaciones sociales particulares y se vinculan a unos contextos históricos diferentes. Nuestro patente rechazo a toda generalización prematura se percibe asimismo en los terrenos históricos que estas contribuciones recorren, ya que pertenecen exclusivamente a la historia de las sociedades y las culturas occidentales, desde la Antigüedad hasta el mundo contemporáneo. Pero nos abstenemos de tratar el periodo más actual, con el fin de que esta obra conserve su carácter de investigación histórica (más que sociológica), así como el de una reflexión colectiva acerca de las condiciones y los límites de una problemática de historiadores. La "larga duración" de la cronología servirá de compensación al estrechamiento relativo de la perspectiva comparatista: se echará de ver su conveniencia al interrogarse acerca de lo que separa a un joven obrero de la Revolución Industrial de un efebo griego o de un escudero de la Edad Media; porque la distancia entre ellos es tan grande como la que les separa de un joven samurai del Japón antiguo... Asimismo, queremos evitar otra simplificación: la ilusión que (a veces sin saberlo) suscitan los historiadores en sus lectores de una historia lineal que se desarrollase de modo continuo y a ritmo regular, partiendo de un comienzo hipotético para apuntar a una conclusión ya inscrita en las premisas... Cabría de esa manera imaginar una evolución sin tropiezos desde la juventud en las sociedades tradicionales, definida por sus funciones rituales y por la costumbre hasta una juventud “moderna”-cuando no “al día”-, idealmente libre de toda traba que ha abolido toda diferencia entre sexos en los comportamientos en los modos de vestir (porte de los pantalones vaqueros "unisex") .y en las posibilidades de elección de un futuro profesional. Lejos de perseguir semejante objetivo, pretendemos, por el contrario, destacar las múltiples dimensiones de datos históricos irreductibles a un solo esquema, no solo abordando épocas diversas, sino estudiando los problemas y los aspectos de la historia de los jóvenes que varían de una a otra. Resumiendo, que los textos aquí reunidos no pretenden ofrecer ni la imagen de un desarrollo histórico continuo, ni la de una homogeneidad de los contenidos sociales y culturales. 3. Escribir una historia de los jóvenes implica, por consiguiente, una pluralidad de perspectivas: en la medida en que es el término de una fase de socialización previa a la edad adulta, la juventud reúne en sí numerosos aspectos del momento "liminal" de los ritos de paso (en palabras del antropólogo Víctor Turner) o, en palabras de Arnold van Gennep, del "margen" que constituye de hecho el meollo del rito, entre una fase inicial de separación y otra final de agregación. Lo aplicable a los ritos es aplicable igualmente a todo el proceso de socialización de los individuos, desde la infancia hasta la edad adulta. Y, con toda lógica, en el seno de cada sector de la vida social y cultural, los ritos de liminalidad juvenil constituyen, en su desarrollo progresivo un objeto privilegiado de estudio. Iremos siguiendo sus encadenamientos particulares que, por ejemplo, en la tradición católica, llevan de la primera comunión a la confirmación; y en la vida del ciudadano, del servicio militar al acceso a los deberes cívicos, a la responsabilidad civil y penal, a la posibilidad legal de casarse, al compromiso sindical o político, etcétera. Así pues, la juventud está marcada por una sucesión de ritos de salida y de entrada que nos brindan la imagen de un proceso de solidificación por etapas, que aseguran la definición progresiva de los cometidos del adulto. La juventud ha de ser abordada asimismo a escala de los individuos, como tiempo crucial de la formación y la transformación de cada ser, de la maduración del cuerpo y la mente, de las opciones decisivas que son preludio de la inserción definitiva entre sus semejantes. Por ello, la juventud es el tiempo de las tentativas sin futuro, de las vocaciones ardientes (aunque mudables), de la "búsqueda" (la del caballero medieval), y del aprendizaje profesional, militar y amoroso, con su alternancia de éxitos y fracasos. Momentos efímeros y llenos de fragilidad, plasmados en la vela de armas del joven caballero, la toma de velo de la novicia o la de hábito del novicio, el ingreso en caja del recluta o la novatada del/la estudiante. Momentos de crisis, individual y colectiva, pero también momentos de los compromisos entusiastas: como ya veremos, los jóvenes figuran siempre en primera línea en las rebeliones y las revoluciones. La juventud concentra igualmente un conjunto de imágenes vigorosas, de maneras de pensarse y de figurarse a sí misma, al mismo tiempo que a toda la sociedad. Esas imágenes son uno de los principales terrenos de enfrentamiento de lo simbólico. La sociedad se forja con las imágenes de los jóvenes, atribuye a éstos características y cometidos, y cobra angustiada conciencia de todo lo que ese tiempo de mutación encierra en cuanto a gérmenes de disgregación, y de todos los conflictos y resistencias que la integración y la reproducción , social entrañan. Y por encima de las taxonomías más arraigadas (la de la mayoría de edad política o de responsabilidad penal), cabe interrogarse acerca de las representaciones más difusas —aunque quizá más iluminadoras— de los cometidos sociales, positivas unas (cuando se glorifica a la juventud como baluarte de la Nación) y negativas otras (cuando una hostilidad diluida hacia los jóvenes autoriza a considerarla como fuente de toda clase de desórdenes y de desvíos). Y lo cierto es que todas esas proyecciones simbólicas cumplen un cometido eficaz en las "políticas" de juventud -ya sea por tentación de excluirla o," por el contrario, por la función de control social que determinadas sociedades reconocen a los jóvenes debido precisamente a su posición liminal, que los convierte en jueces y censores, en mediadores entre los actores sociales o entre los vivos y los muertos de la comunidad, delegando en ellos el poder de sancionar los desórdenes de la sociedad y las costumbres al desencadenar la irrisión del charivari* o de los ritos del carnaval. Pero también sucede que la sociedad confíe en que los jóvenes, para bien o para mal, rompan con las solidaridades de clase o de familia, y pasen a ser portadores de una renovación colectiva que acabe con las concreciones sociales más rígidas: portavoces y portaestandartes de grupos inspirados, carismáticos o místicos, jóvenes santos rebelados contra su padre y contra la corrupción del dinero (como Francisco de Asís), o jóvenes profetas de la guerra de los camisards **. Pero esos mismos jóvenes, en otro lugar o tiempo, pueden asimismo caer en brazos de la seducción de un Jefe providencial venido para encarnar el nuevo orden con el que sueñan... Ambivalencia profunda de la juventud y los jóvenes que, aquí y allá y en diferentes modos, ha conducido a buscar unas identificaciones estatutarias más firmes, a definir los límites de edad y, en relación con estos últimos, a concretar unos derechos y unos deberes. El desarrollo de Estados que disponen de un dilatado territorio, y el esfuerzo de homogeneización y de control social, pero asimismo las exigencias de la producción, la política, la escuela o el ejército, han ido diseñando progresivamente unas formas orgánicas de socialización y de control, dentro de un sistema escolar que no deja de prolongarse y codificarse, tanto en el servicio militar como en el derecho. Por último, será preciso plantearse cómo se contemplan los jóvenes a sí mismos y cómo contemplan a la sociedad que los rodea. A la inversa de los niños —los grandes mudos de la historia—, algunos jóvenes, y ya desde antiguo, han hablado de sí mismos y han escrito acerca de su condición. El reto, para el historiador, es rastrear la pista del sentimiento de identidad individual y colectiva, y la del apego a las solidaridades que llevan a que los jóvenes pasen a ser un grupo social ritualmente organizado, o políticamente activo en determinados momentos de la historia... A través de los casos individuales, y exceptuando lo autobiográfico, podrá tratarse de dar con la exigencia de autonomías o el sentido de rebelión que ayuda a construir la personalidad, de modo simultáneo en la oposición al mundo adulto y en la elaboración de nuevos valores procedentes del medio familiar o cultural. Cabrá incluso aventurarse, con prudencia, por los difíciles senderos de la psicología histórica; pero sin llegar hasta echar mano de las herramientas del psicoanálisis, objeto de debate entre los historiadores que no lleva camino de concluir... 4. En resumidas cuentas, la perspectiva deseada por los autores de la presente obra consiste en sacar a la luz los rasgos liminales que caracterizan a la juventud, entre realidades biológicas, cometidos sociales y elaboraciones simbólicas. Examinemos algunos elementos más del programa, y algunos resultados. La Juventud como producto engendrado socialmente: en ningún lugar ni periodo histórico cabria definir a la juventud mediante meros criterios biológicos o con arreglo de criterios jurídicos. En todas partes y en todo tiempo, sólo existe revestirte de valores y sírnbolos. De un contexto a otro, de una a otra época, los jóvenes asumen funciones diferentes, y su estatuto queda definido mediante fuentes diversas: la ciudad o el campo, el castillo feudal o la fábrica del siglo XIX, el compañerismo de las fases de aprendizaje en el Antiguo Régimen, o su equivalente en las ciudades de la Antigüedad clásica. La condición juvenil, tampoco es la misma en las sociedades con regímenes demográficos completamente diferentes: a ese tenor, cabría, comparar el siglo XII europeo con un país del Tercer Mundo actual, en el que la mitad de los habitantes tiene menos de veinte años, lo cual le impone a la sociedad un dinamismo y un "estilo" que nada tienen que ver con los de nuestras avejentadas sociedades... Hay contraste entre épocas, y asimismo desigualdad entre clases sociales, lo cual lleva a que las condiciones de vida y las opciones culturales de la "juventud dorada" —-cada época tiene la suya- solo se refieran a una minoría, aunque su presencia en los documentos y la fuerza de atracción de su modelo sean muy grandes. De todos modos, será preciso no olvidarse de los esclavos, los campesinos y los obreros, los estudiantes pobres y los parados, ni de los mendigos y los golfantes. La diferencia entre sexos: la diferencia cultural entre muchachas y muchachos, ya bien acentuada en la socialización infantil, encuentra en la juventud las formas de su institucionalización. Desde los primeros tiempos de la vida las formas de educación, los espacios de libertad y hasta las mismas actividades lúdicas preparan para destinos divergentes. Yvonne Verdier ha demostrado de modo magistral que en el medio rural, en una época todavía cercana a la nuestra, el aprendizaje de la costura, el bordado o la cocina no tenía como único : objetivo el brindar a las muchachas una verdadera formación práctica, sino más bien la de inculcarles de manera precoz la idea de un destino necesario de esposa y madre. Modelos ideológicos y normas de comportamiento no tienen más finalidad que fundar, fijar y justificar la diferencia y la desigualdad de los cometidos, tanto en la sociedad como en la familia, por ejemplo respecto de la moral sexual. Hasta tal punto, que sería preciso no hablar globalmente de jóvenes sin precisar en cada caso los efectos de esa diferenciación. Las clasificaciones explícitas (edades de la vida, época de la mayoría de edad, etc.): evidentemente no poseen sino un valor indicativo. No bastan para definir los contextos de una historia social y cultural de la juventud. Ello se debe a varias razones: la ausencia de homogeneidad del vocabulario, los deslizamientos semánticos que llevan, por ejemplo, a que la palabra "infante" puede designar, en una canción de gesta, a un guerrero joven (recordemos las Infancias del Cid), mientras que la noción romana o medieval de juventus rebasa ampliamente hacia abajo los límites de edad dentro de los cuales hoy enmarcaríamos a la juventud. Y, a la inversa, cuando los términos siguen aparentemente inmutables, los contenidos semánticos no cesan de renovarse. Si cotejamos los desgloses conceptuales antiguos con nuestras propias representaciones, para constatar entre ellos unas correspondencias aproximadas (puesto que las palabras "infancia", "adolescencia" y 'juventud" siguen estando ahí), forzoso es reconocer que las palabras no tienen ya el mismo sentido: por ejemplo, aunque los textos antiguos conocen debidamente la palabra "adolescencia", sólo le otorgan un sentido biológico, jurídico simbólico pero sin la menor carga afectiva que hoy le atribuyen psicólogos, educadores o médicos cuando hablan de la "crisis de la adolescencia". Una vez restablecidas en su contexto,.las palabras, las categorías y las clases recobran, para el historiador, 'todo su peso. Es imprescindible, por ejemplo, prestar atención a los enunciados jurídicos cuando el límite de la mayoría civil y cívica ha sido simultáneamente rebajado en todas las democracias modernas... Ese "rejuvenecimiento" de la mayoría de edad es, con toda evidencia, el indicio de importantes transformaciones, como la elevación del nivel global de escolarización y la liberalización de las costumbres que permite a los adolescentes unos comportamientos apropiados con el fin de asimilarles con mayor rapidez a los adultos. Pero también aquí mantengámonos prudentes: es poco probable que la vida psicológica de los jóvenes, que asimismo está vinculada a la percepción de su porvenir y a las condiciones materiales de su existencia, evolucione al mismo tiempo que los términos de la ley... Unos modelos eficaces: no sólo los límites de la juventud plantean problemas al historiador, sino que otro tanto puede decirse de los modelos propuestos a los jóvenes en diferentes épocas. Así como la publicidad exalta los valores de la juventud (belleza, fuerza, rapidez, energía, libertad, etc.) la vida social cotidiana siente más bien cierto temor hacia los jóvenes, debido a los disturbios que podrían causar en opinión de los defensores del orden y de los defensores de los convencionalismos. En una época más lejana, la literatura courtoise exaltaba la juventud de los valerosos paladines, representantes de las fuerzas del amor y de la primavera, mientras que los ancianos pausados soñaban con ir a bañarse en la Fuente de la Eterna Juventud. Pero, simultáneamente, los clérigos ponían en guardia contra la falta de discernimiento de la juventud, y afirmaban que, en un mundo que envejecía y que inexorablemente se precipitaba hacia su fin (mundus senescit), era conveniente huir del modo más rápido de los impulsos y las tentaciones de la juventud. Del propio Jesucristo, los Evangelios se callan las "Infancias" —entre la edad de doce años y el comienzo de su vida pública a los treinta—, con lo cual cabría suponer que no hubiera tenido juventud... Sin embargo, el propio Cristo no dejó de dirigirse a los jóvenes (y el joven Francisco de Asís, entre otros muchos, escuchó su llamamiento), incitándoles a marcharse de casa de sus padres, para unirse a Él y amarle más que a ellos (Le 14, 26; Mt 10, 33-37). Los jóvenes, actores en la ciudad: forzando los rasgos, cabría decir que los jóvenes son los primeros sujetos activos de la historia. Por su parte, los niños sólo suelen tener un cometido pasivo. Prosigamos aquí el diálogo entre presente y pasado. Hemos evocado ya la manera en que el desarrollo de los Estados modernos ha modificado radicalmente el papel de los jóvenes, mientras que se amplían las bases territoriales de las comunidades, haciendo que los jóvenes sean un grupo social cuyas solidaridades rebasan los límites del pueblo o el barrio. Las estructuras sociales de referencia llegan ahora a la escala de conjuntos territoriales más amplias que las del pasado, modificando con ello la imagen que los jóvenes tienen de sí mismos, así como la que la sociedad tiene de ellos. El Romanticismo afirmó el vínculo natural entre la juventud y la Nación, y luego los jóvenes burgueses del siglo XIX se adhirieron a las ideas de la Revolución a todo lo largo de Europa; más adelante vinieron los movimientos juveniles, católicos o protestantes, y luego el fascismo o el nazismo tomaron bajo su férula a los jóvenes; más recientemente, las revueltas estudiantiles —desde los campus americanos hasta las barricadas parisinas de mayo del 68, en una época en que los medios de comunicación confieren a los "acontecimientos" una resonancia planetaria inmediata—. Todos esos fenómenos demuestran el incremento de poderío de una nueva percepción, globalizante —nacional y luego internacional— de la juventud, de sus problemas (la "crisis generacional"), de sus modelos (recuérdense las estrellas de cine "ídolos de los jóvenes", la música pop lengua inglesa, la de los cantantes de rock), y quizá —por lo menos, así lo esperamos— de nuevas solidaridades. 5. Para terminar, breves palabras acerca de la economía de esta obra, en la que alternan los estudios históricos tradicionales con la presentación de bloques iconográficos. ¿Por qué razón? Porque la iconografía —que en gran medida sigue siendo la terra incógnita de los historiadores — tiene que contribuir a que se comprendan las complejidades que acabamos de enumerar, y a revelarnos otras. Por ello, era importante el poner de relieve hasta qué punto, para una historia de la juventud, están preñadas de sugerencias las fuentes iconográficas disponibles. En las imágenes se funden la visión que la sociedad tiene de los jóvenes con, a veces, la que los jóvenes tienen de sí mismos y de la sociedad. En ellas se combinan también de modo nunca fortuito, pero siempre significante para quien sabe ver las imágenes, lo implícito y lo explícito de la representación. La presencia o ausencia de jóvenes en una ilustración o en una serie de ellas, las actitudes y los cometidos que las imágenes les atribuyen, se prestan a una multiplicidad de lecturas posibles. Y, a mayor abundamiento, debido a que el cotejo entre historiadores de la sociedad (la mayoría de nuestros autores) y los historiadores de arte (más excepcionalmente) saca a relucir las divergencias de interpretación ante las mismas imágenes. Donde los historiadores de lo social se inclinan a pensar que Caravaggio quería representar deliberadamente el conflicto entre jóvenes y viejos, los historiadores del arte, más prudentes, se muestran reticentes a aceptar como voluntario y explícito lo que — en su criterio — no es sino implícito y, como mucho, inconsciente. En cualquier caso, el lector juzgará acerca de la fecundidad de esas miradas y esas opiniones cruzadas. En los dos volúmenes de la presente obra se echará de ver, ante todo, que pretende ser la puesta en perspectiva de un campo de investigación, un punto de partida para la reflexión y el debate, y no la culminación de una síntesis. Que el lector, sea o no historiador (por gusto o de profesión), encuentre en estas contribuciones tantos estímulos como los autores de este libro encontraron al escribirlo. Giovanni Levi Jean-Claude Schmitt