Historia de los jóvenes - AGDS :: Comunidad de Escuelas Argentino

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Historia de los jóvenes. (1996) Levi - Schmitt
Introducción
En los trabajos de antropología, de psicología o de demografía que se han llevado a cabo durante
las décadas de 1970 y 1980, el tema más recurrente es, desde luego, el de la juventud. Pero en
pocos casos se le ha abordado de frente, ni en una amplia síntesis, ni desde la perspectiva de una
historia cultural invocada por la mayoría de las investigaciones reunidas en la presente obra. Lo cual
bastaría por sí solo para justificar la publicación de este libro, que extrae asimismo su razón de ser
de nuestra concepción, como historiadores, de la juventud y del lugar de los jóvenes en la historia.
Vamos a definir nuestro propósito.
1. La importancia de los trabajos de una persona como Philippe Aries, y el eco —todavía no
apagado— de los debates que han suscitado acerca de la historia de la infancia, podrían llevar a los
historiadores a contentarse con prolongar sencillamente esas investigaciones, y añadir a la
observación de la infancia la de la edad que le sigue, con la esperanza de recorrer el ciclo completo
de la vida... No es ésa nuestra intención, y opinamos que semejante trayectoria no sería ni deseable,
ni verdaderamente posible. Por el contrario, nuestro deseo es poner de relieve la especificidad de la
juventud, sin conformarnos con considerarla como una mera edad entre otras. Por ello nos hemos
enfrentado de entrada con la dificultad de una definición. Pero no se trata de dar una sola, que tenga
validez en todo lugar y en cualquier tiempo. Al igual que las demás edades de la vida, si bien quizás
en mayor medida que ellas, la juventud es una construcción social y cultural. Pero, por ello mismo, se
distingue por su característica de liminalidad. Porque, efectivamente, se sitúa entre los márgenes
movedizos de la dependencia infantil y de la autonomía de los adultos, en el periodo — mero cambio
— en el que se cumplen, rodeadas de cierta turbación, las promesas de la adolescencia, en los
confines un tanto imprecisos de la inmadurez y la madurez sexuales, de la formación de las
facultades intelectuales y de su florecimiento, de la ausencia de autoridad y la adquisición de
poderes. Más que de una evolución fisiológica concreta, la juventud depende
de unas
determinaciones culturales que difieren según las sociedades humanas y las épocas, imponiendo
cada una de ellas a su modo un orden y un sentido a lo que parece transitorio, y hasta desordenado
y caótico. Semejante "edad de la vida" no puede hallar una delimitación clara ni en la cuantificación
demográfica ni en una definición jurídica, hasta tal punto que estimamos de escaso provecho el
dedicarnos, después de otros a la búsqueda de unas fronteras harto señaladas
Por el contrario, lo que retendrá nuestra atención es la característica marginal o liminal de la
juventud, y la percepción de que es algo que nunca logra una definición concreta y estable. Porque
en ello residen tanto la carga de significaciones simbólicas, de promesas y de amenazas, de
potencialidades y de fragilidades que la juventud entraña, como por ende, la atención ambigua,
construida a la vez de esperanzas y de sospechas, que a cambio la dedican las sociedades. En
esas miradas cruzadas donde se mezclan la atracción y el espanto, es donde las sociedades
construyen siempre la juventud, como hecho social inestable, y no sólo como un hecho biográfico o
jurídíco petrificado; y mejor aún, cómo una realidad cultural —preñada de una multitud de valores y
usos simbólicos—, y no sólo como un hecho social inmediatamente observable. Cabe añadir que,
entre los principios de clasificación de las personas, el de la edad tiene la propiedad de definir unas
condiciones pasajeras. A diferencia de la pertenencia a una "clase social" (de la que apenas se
pueden salir sus individuos, a no ser que realicen, a veces, sus esperanzas de "movilidad social"), y
a diferencia de la pertenencia sexual (que en principio es unívoca y está fijada para siempre), la
pertenencia a una categoría de edad, y en particular a la edad juvenil, es para cada individuo un
estado provisional. A decir verdad, los individuos no pertenecen a ella, sino que no hacen más que
atravesarla. La liminalidad esencial de la juventud, conjugada con la brevedad mayor o menor de su
travesía, es lo que en resumidas cuentas caracteriza, pero de manera diferente según las
sociedades, y por consiguiente determinan tanto las actitudes de "los demás" respecto a ella como la
visión que los jóvenes tienen de si mismos. Pero insistamos en el hecho de que, en todo ello, no hay
nada inmutable ni universal, ya que determinada sociedad más "fría" o estática en sus estructuras y
sus representaciones destacará mediante diversos procedimientos jurídicos y simbólicos los
elementos de continuidad y de reproducción de los cometidos encomendados a la juventud, mientras
que otra sociedad más "caliente" y más propensa a reconocer el valor de cambio admitirá con mayor
facilidad el carácter necesariamente conflictivo del paso de una edad a otra y de la transmisión del
relevo entre generaciones.
Estas primeras consideraciones acerca del objeto acarrean una renovada reflexión sobre los
métodos. Al descubrir esta Historia de los jóvenes, el lector tiene todo el derecho a plantearse la
pregunta de en qué quedan, en ella, los interrogantes clásicos dé la historia social acerca de la
diferenciación de los grupos o las clases en las sociedades, y qué validez tiene, para el historiador, la
interrogación en términos, por ejemplo, de "clases de edad" (igual que en otras obras la diferencia de
sexos pasa a primer plano). Esas nuevas orientaciones en la problemática suponen evidentemente
la adopción de otros modelos conceptuales, en la encrucijada donde convergen las determinaciones
biológicas (de edad o de sexo) y las construcciones simbólicas que las tornan socialmente eficaces e
históricamente significantes. Pero no es conveniente enfrentar artificialmente esas nuevas
trayectorias con las antiguas: la historia del mundo más contemporáneo nos recuerda, por ejemplo,
que hay más de una juventud, y que la diferenciación social, así como las desigualdades en cuanto a
riqueza y el empleo, ejercen aquí también todo su peso. Sin darle la espalda a la historia social
tradicional, nuestro deseo es, por consiguiente, contribuir simplemente a volver más complejos los
modelos de interpretación, a la par que nos interrogamos sobre la ambigüedad de las
segmentaciones sociales, de las solidaridades y de los conflictos, o bien sobre la eficacia de las
representaciones simbólicas. Por estas razones, la historia de la juventud se evidencia como un
terreno privilegiado de experimentación.
2. Los autores de la presente obra colectiva tienen plena conciencia de las dificultades teóricas
que esos interrogantes implican. Para ellos, no se trataba de responder con voz unánime. Por el
contrario, se adoptó la determinación de dejar bien clara la multiplicidad de puntos de vista, con el fin
de evitar aquello que una síntesis debida a un único autor hubiera podido proponer o imponer en
cuanto a concepciones prematuramente reductoras o demasiado uniformistas. Cada uno de los
historiadores interviene aquí con su conocimiento propio de un terreno específico, en función de las
fuentes que conoce mejor que nadie, y armado con problemáticas que ha podido ir afilando en el
transcurso de investigaciones anteriores. Por ende, no se encontrará aquí una historia de la juventud, sino varias historias que se refieren a varias juventudes y, sobre todo, a muy diversos jóvenes;
historias que en cada caso se reponen en la madeja de las relaciones sociales particulares y se
vinculan a unos contextos históricos diferentes.
Nuestro patente rechazo a toda generalización prematura se percibe asimismo en los terrenos
históricos que estas contribuciones recorren, ya que pertenecen exclusivamente a la historia de las
sociedades y las culturas occidentales, desde la Antigüedad hasta el mundo contemporáneo. Pero
nos abstenemos de tratar el periodo más actual, con el fin de que esta obra conserve su carácter de
investigación histórica (más que sociológica), así como el de una reflexión colectiva acerca de las
condiciones y los límites de una problemática de historiadores. La "larga duración" de la cronología
servirá de compensación al estrechamiento relativo de la perspectiva comparatista: se echará de ver
su conveniencia al interrogarse acerca de lo que separa a un joven obrero de la Revolución Industrial
de un efebo griego o de un escudero de la Edad Media; porque la distancia entre ellos es tan grande
como la que les separa de un joven samurai del Japón antiguo...
Asimismo, queremos evitar otra simplificación: la ilusión que (a veces sin saberlo) suscitan
los historiadores en sus lectores de una historia lineal que se desarrollase de modo continuo y a
ritmo regular, partiendo de un comienzo hipotético para apuntar a una conclusión ya
inscrita en las premisas... Cabría de esa manera imaginar una evolución sin tropiezos
desde la juventud en las sociedades tradicionales, definida por sus funciones rituales y por la
costumbre hasta una juventud “moderna”-cuando no “al día”-, idealmente libre de toda traba
que ha abolido toda diferencia entre sexos en los comportamientos en los modos de vestir (porte
de los pantalones vaqueros "unisex") .y en las posibilidades de elección de un futuro profesional.
Lejos de perseguir semejante objetivo, pretendemos, por el contrario, destacar las múltiples
dimensiones de datos históricos irreductibles a un solo esquema, no solo abordando épocas
diversas, sino estudiando los problemas y los aspectos de la historia de los jóvenes que varían
de una a otra. Resumiendo, que los textos aquí reunidos no pretenden ofrecer ni la imagen de
un desarrollo histórico continuo, ni la de una homogeneidad de los contenidos sociales y
culturales.
3. Escribir una historia de los jóvenes implica, por consiguiente, una pluralidad de
perspectivas: en la medida en que es el término de una fase de socialización previa a la
edad adulta, la juventud reúne en sí numerosos aspectos del momento "liminal" de los ritos
de paso (en palabras del antropólogo Víctor Turner) o, en palabras de Arnold van Gennep, del
"margen" que constituye de hecho el meollo del rito, entre una fase inicial de separación y otra
final de agregación. Lo aplicable a los ritos es aplicable igualmente a todo el proceso de
socialización de los individuos, desde la infancia hasta la edad adulta. Y, con toda lógica, en el
seno de cada sector de la vida social y cultural, los ritos de liminalidad juvenil constituyen, en su
desarrollo progresivo un objeto privilegiado de estudio. Iremos siguiendo sus
encadenamientos particulares que, por ejemplo, en la tradición católica, llevan de la primera
comunión a la confirmación; y en la vida del ciudadano, del servicio militar al acceso a los deberes
cívicos, a la responsabilidad civil y penal, a la posibilidad legal de casarse, al compromiso
sindical o político, etcétera. Así pues, la juventud está marcada por una sucesión de ritos de
salida y de entrada que nos brindan la imagen de un proceso de solidificación por etapas, que
aseguran la definición progresiva de los cometidos del adulto.
La juventud ha de ser abordada asimismo a escala de los individuos, como tiempo crucial de
la formación y la transformación de cada ser, de la maduración del cuerpo y la mente, de las
opciones decisivas que son preludio de la inserción definitiva entre sus semejantes. Por ello, la
juventud es el tiempo de las tentativas sin futuro, de las vocaciones ardientes (aunque
mudables), de la "búsqueda" (la del caballero medieval), y del aprendizaje profesional, militar y
amoroso, con su alternancia de éxitos y fracasos. Momentos efímeros y llenos de fragilidad,
plasmados en la vela de armas del joven caballero, la toma de velo de la novicia o la de hábito
del novicio, el ingreso en caja del recluta o la novatada del/la estudiante. Momentos de crisis,
individual y colectiva, pero también momentos de los compromisos entusiastas: como ya
veremos, los jóvenes figuran siempre en primera línea en las rebeliones y las revoluciones.
La juventud concentra igualmente un conjunto de imágenes vigorosas, de maneras de
pensarse y de figurarse a sí misma, al mismo tiempo que a toda la sociedad. Esas imágenes
son uno de los principales terrenos de enfrentamiento de lo simbólico. La sociedad se forja
con las imágenes de los jóvenes, atribuye a éstos características y cometidos, y cobra angustiada conciencia de todo lo que ese tiempo de mutación encierra en cuanto a gérmenes de
disgregación, y de todos los conflictos y resistencias que la integración y la reproducción ,
social entrañan. Y por encima de las taxonomías más arraigadas (la de la mayoría de edad
política o de responsabilidad penal), cabe interrogarse acerca de las representaciones más
difusas —aunque quizá más iluminadoras— de los cometidos sociales, positivas unas (cuando
se glorifica a la juventud como baluarte de la Nación) y negativas otras (cuando una hostilidad
diluida hacia los jóvenes autoriza a considerarla como fuente de toda clase de desórdenes y
de desvíos). Y lo cierto es que todas esas proyecciones simbólicas cumplen un cometido eficaz en
las "políticas" de juventud -ya sea por tentación de excluirla o," por el contrario, por la función
de control social que determinadas sociedades reconocen a los jóvenes debido precisamente
a su posición liminal, que los convierte en jueces y censores, en mediadores entre los actores
sociales o entre los vivos y los muertos de la comunidad, delegando en ellos el poder de
sancionar los desórdenes de la sociedad y las costumbres al desencadenar la irrisión del
charivari* o de los ritos del carnaval. Pero también sucede que la sociedad confíe en que los
jóvenes, para bien o para mal, rompan con las solidaridades de clase o de familia, y pasen a
ser portadores de una renovación colectiva que acabe con las concreciones sociales más
rígidas: portavoces y portaestandartes de grupos inspirados, carismáticos o místicos, jóvenes
santos rebelados contra su padre y contra la corrupción del dinero (como Francisco de Asís), o
jóvenes profetas de la guerra de los camisards **. Pero esos mismos jóvenes, en otro lugar o
tiempo, pueden asimismo caer en brazos de la seducción de un Jefe providencial venido para
encarnar el nuevo orden con el que sueñan...
Ambivalencia profunda de la juventud y los jóvenes que, aquí y allá y en diferentes modos, ha
conducido a buscar unas identificaciones estatutarias más firmes, a definir los límites de edad y, en
relación con estos últimos, a concretar unos derechos y unos deberes. El desarrollo de Estados
que disponen de un dilatado territorio, y el esfuerzo de homogeneización y de control social, pero
asimismo las exigencias de la producción, la política, la escuela o el ejército, han ido diseñando
progresivamente unas formas orgánicas de socialización y de control, dentro de un sistema
escolar que no deja de prolongarse y codificarse, tanto en el servicio militar como en el derecho.
Por último, será preciso plantearse cómo se contemplan los jóvenes a sí mismos y cómo
contemplan a la sociedad que los rodea. A la inversa de los niños —los grandes mudos de la historia—, algunos jóvenes, y ya desde antiguo, han hablado de sí mismos y han escrito acerca de
su condición. El reto, para el historiador, es rastrear la pista del sentimiento de identidad
individual y colectiva, y la del apego a las solidaridades que llevan a que los jóvenes pasen a ser
un grupo social ritualmente organizado, o políticamente activo en determinados momentos de
la historia... A través de los casos individuales, y exceptuando lo autobiográfico, podrá tratarse
de dar con la exigencia de autonomías o el sentido de rebelión que ayuda a construir la
personalidad, de modo simultáneo en la oposición al mundo adulto y en la elaboración de
nuevos valores procedentes del medio familiar o cultural. Cabrá incluso aventurarse, con
prudencia, por los difíciles senderos de la psicología histórica; pero sin llegar hasta echar
mano de las herramientas del psicoanálisis, objeto de debate entre los historiadores que no
lleva camino de concluir...
4. En resumidas cuentas, la perspectiva deseada por los autores de la presente obra consiste
en sacar a la luz los rasgos liminales que caracterizan a la juventud, entre realidades biológicas,
cometidos sociales y elaboraciones simbólicas. Examinemos algunos elementos más del
programa, y algunos resultados.
La Juventud como producto engendrado socialmente: en ningún lugar ni periodo histórico
cabria definir a la juventud mediante meros criterios biológicos o con arreglo de criterios
jurídicos. En todas partes y en todo tiempo, sólo existe revestirte de valores y sírnbolos. De un
contexto a otro, de una a otra época, los jóvenes asumen funciones diferentes, y su estatuto
queda definido mediante fuentes diversas: la ciudad o el campo, el castillo feudal o la fábrica del
siglo XIX, el compañerismo de las fases de aprendizaje en el Antiguo Régimen, o su equivalente
en las ciudades de la Antigüedad clásica. La condición juvenil, tampoco es la misma en las
sociedades con regímenes demográficos completamente diferentes: a ese tenor, cabría,
comparar el siglo XII europeo con un país del Tercer Mundo actual, en el que la mitad de los
habitantes tiene menos de veinte años, lo cual le impone a la sociedad un dinamismo y un
"estilo" que nada tienen que ver con los de nuestras avejentadas sociedades...
Hay contraste entre épocas, y asimismo desigualdad entre clases sociales, lo cual lleva a
que las condiciones de vida y las opciones culturales de la "juventud dorada" —-cada época tiene la
suya- solo se refieran a una minoría, aunque su presencia en los documentos y la fuerza de
atracción de su modelo sean muy grandes. De todos modos, será preciso no olvidarse de los
esclavos, los campesinos y los obreros, los estudiantes pobres y los parados, ni de los
mendigos y los golfantes.
La diferencia entre sexos: la diferencia cultural entre muchachas y muchachos, ya bien
acentuada en la socialización infantil, encuentra en la juventud las formas de su
institucionalización. Desde los primeros tiempos de la vida las formas de educación, los espacios de
libertad y hasta las mismas actividades lúdicas preparan para destinos divergentes. Yvonne
Verdier ha demostrado de modo magistral que en el medio rural, en una época todavía
cercana a la nuestra, el aprendizaje de la costura, el bordado o la cocina no tenía como único :
objetivo el brindar a las muchachas una verdadera formación práctica, sino más bien la de
inculcarles de manera precoz la idea de un destino necesario de esposa y madre. Modelos
ideológicos y normas de comportamiento no tienen más finalidad que fundar, fijar y justificar la
diferencia y la desigualdad de los cometidos, tanto en la sociedad como en la familia, por
ejemplo respecto de la moral sexual. Hasta tal punto, que sería preciso no hablar globalmente
de jóvenes sin precisar en cada caso los efectos de esa diferenciación.
Las clasificaciones explícitas (edades de la vida, época de la mayoría de edad, etc.):
evidentemente no poseen sino un valor indicativo. No bastan para definir los contextos de una
historia social y cultural de la juventud. Ello se debe a varias razones: la ausencia de
homogeneidad del vocabulario, los deslizamientos semánticos que llevan, por ejemplo, a que la
palabra "infante" puede designar, en una canción de gesta, a un guerrero joven (recordemos las
Infancias del Cid), mientras que la noción romana o medieval de juventus rebasa ampliamente
hacia
abajo
los
límites
de
edad
dentro
de
los
cuales
hoy
enmarcaríamos a la juventud. Y, a la inversa, cuando los términos siguen aparentemente
inmutables, los contenidos semánticos no cesan de renovarse. Si cotejamos los desgloses
conceptuales antiguos con nuestras propias representaciones, para constatar entre ellos unas
correspondencias aproximadas (puesto que las palabras "infancia", "adolescencia" y 'juventud"
siguen estando ahí), forzoso es reconocer que las palabras no tienen ya el mismo sentido: por
ejemplo, aunque los textos antiguos conocen debidamente la palabra "adolescencia", sólo le
otorgan un sentido biológico, jurídico simbólico pero sin la menor carga afectiva que hoy le
atribuyen psicólogos, educadores o médicos cuando hablan de la "crisis de la adolescencia".
Una vez restablecidas en su contexto,.las palabras, las categorías y las clases recobran, para el
historiador, 'todo su peso. Es imprescindible, por ejemplo, prestar atención a los enunciados
jurídicos cuando el límite de la mayoría civil y cívica ha sido simultáneamente rebajado en todas
las democracias modernas... Ese "rejuvenecimiento" de la mayoría de edad es, con toda
evidencia, el indicio de importantes transformaciones, como la elevación del nivel global de
escolarización y la liberalización de las costumbres que permite a los adolescentes unos
comportamientos apropiados con el fin de asimilarles con mayor rapidez a los adultos. Pero
también aquí mantengámonos prudentes: es poco probable que la vida psicológica de los
jóvenes, que asimismo está vinculada a la percepción de su porvenir y a las condiciones
materiales de su existencia, evolucione al mismo tiempo que los términos de la ley...
Unos modelos eficaces: no sólo los límites de la juventud plantean problemas al historiador,
sino que otro tanto puede decirse de los modelos propuestos a los jóvenes en diferentes épocas.
Así como la publicidad exalta los valores de la juventud (belleza, fuerza, rapidez, energía,
libertad, etc.) la vida social cotidiana siente más bien cierto temor hacia los jóvenes, debido a los
disturbios que podrían causar en opinión de los defensores del orden y de los defensores de los
convencionalismos. En una época más lejana, la literatura courtoise exaltaba la juventud de los
valerosos paladines, representantes de las fuerzas del amor y de la primavera, mientras que los
ancianos pausados soñaban con ir a bañarse en la Fuente de la Eterna Juventud. Pero,
simultáneamente, los clérigos ponían en guardia contra la falta de discernimiento de la juventud,
y afirmaban que, en un mundo que envejecía y que inexorablemente se precipitaba hacia su fin
(mundus senescit), era conveniente huir del modo más rápido de los impulsos y las tentaciones
de la juventud. Del propio Jesucristo, los Evangelios se callan las "Infancias" —entre la edad de
doce años y el comienzo de su vida pública a los treinta—, con lo cual cabría suponer que no
hubiera tenido juventud... Sin embargo, el propio Cristo no dejó de dirigirse a los jóvenes (y el
joven Francisco de Asís, entre otros muchos, escuchó su llamamiento), incitándoles a marcharse
de casa de sus padres, para unirse a Él y amarle más que a ellos (Le 14, 26; Mt 10, 33-37).
Los jóvenes, actores en la ciudad: forzando los rasgos, cabría decir que los jóvenes son los
primeros sujetos activos de la historia. Por su parte, los niños sólo suelen tener un cometido
pasivo. Prosigamos aquí el diálogo entre presente y pasado. Hemos evocado ya la manera en
que el desarrollo de los Estados modernos ha modificado radicalmente el papel de los jóvenes,
mientras que se amplían las bases territoriales de las comunidades, haciendo que los jóvenes
sean un grupo social cuyas solidaridades rebasan los límites del pueblo o el barrio. Las
estructuras sociales de referencia llegan ahora a la escala de conjuntos territoriales más amplias
que las del pasado, modificando con ello la imagen que los jóvenes tienen de sí mismos, así
como la que la sociedad tiene de ellos. El Romanticismo afirmó el vínculo natural entre la
juventud y la Nación, y luego los jóvenes burgueses del siglo XIX se adhirieron a las ideas de la
Revolución a todo lo largo de Europa; más adelante vinieron los movimientos juveniles, católicos
o protestantes, y luego el fascismo o el nazismo tomaron bajo su férula a los jóvenes; más
recientemente, las revueltas estudiantiles —desde los campus americanos hasta las barricadas
parisinas de mayo del 68, en una época en que los medios de comunicación confieren a los
"acontecimientos" una resonancia planetaria inmediata—. Todos esos fenómenos demuestran el
incremento de poderío de una nueva percepción, globalizante —nacional y luego internacional—
de la juventud, de sus problemas (la "crisis generacional"), de sus modelos (recuérdense las
estrellas de cine "ídolos de los jóvenes", la música pop lengua inglesa, la de los cantantes de
rock), y quizá —por lo menos, así lo esperamos— de nuevas solidaridades.
5. Para terminar, breves palabras acerca de la economía de esta obra, en la que alternan los
estudios históricos tradicionales con la presentación de bloques iconográficos. ¿Por qué razón?
Porque la iconografía —que en gran medida sigue siendo la terra incógnita de los historiadores
— tiene que contribuir a que se comprendan las complejidades que acabamos de enumerar, y a
revelarnos otras. Por ello, era importante el poner de relieve hasta qué punto, para una historia
de la juventud, están preñadas de sugerencias las fuentes iconográficas disponibles. En las
imágenes se funden la visión que la sociedad tiene de los jóvenes con, a veces, la que los
jóvenes tienen de sí mismos y de la sociedad. En ellas se combinan también de modo nunca
fortuito, pero siempre significante para quien sabe ver las imágenes, lo implícito y lo explícito de
la representación. La presencia o ausencia de jóvenes en una ilustración o en una serie de ellas,
las actitudes y los cometidos que las imágenes les atribuyen, se prestan a una multiplicidad de
lecturas posibles. Y, a mayor abundamiento, debido a que el cotejo entre historiadores de la
sociedad (la mayoría de nuestros autores) y los historiadores de arte (más excepcionalmente)
saca a relucir las divergencias de interpretación ante las mismas imágenes. Donde los
historiadores de lo social se inclinan a pensar que Caravaggio quería representar
deliberadamente el conflicto entre jóvenes y viejos, los historiadores del arte, más prudentes, se
muestran reticentes a aceptar como voluntario y explícito lo que — en su criterio — no es sino
implícito y, como mucho, inconsciente. En cualquier caso, el lector juzgará acerca de la
fecundidad de esas miradas y esas opiniones cruzadas.
En los dos volúmenes de la presente obra se echará de ver, ante todo, que pretende ser la
puesta en perspectiva de un campo de investigación, un punto de partida para la reflexión y el
debate, y no la culminación de una síntesis. Que el lector, sea o no historiador (por gusto o de
profesión), encuentre en estas contribuciones tantos estímulos como los autores de este libro
encontraron al escribirlo.
Giovanni Levi Jean-Claude Schmitt
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