¡.,.. J.i. Je"aro Guerrero. Al~",a"ia el) la lu, a. . :. ••••• ••••••• ......... ••••••• ••••• ••• • ~rboleda " Vlllencia - Boaotá Introducción. Los artículos siguientes, escritos por la magistral pluma del distinguido y conocido colombiano señor doctor don Jenaro Guerrero, vienen a poner de manifiesto que la campaña de calumnias, esparcidas en todo el mundo por los enemigos de Alemania, ha encontrado una lógica y contundente refutación, basada en documentos oficiales de autenticidad irrefutable, demostrando así que la verdad se abre paso ya en Colombia, en donde Alemania fue acusada falazmente de haber iniciado esta guerra, que le fue impuesta por frivolidad de sus enemigos. La autoridad moral y las dotes intelectuales de que goza el autor entre sus compatriotas, no dejan duda de que sus conceptos ilustrarán la opinión y el criterio no prevenido de muchos colombianos. Prof~das d~ El \1utlglo It~ un patriota. los mamo [a poltmsa Rlblón. El ex-Ministro de Estado inglés, John Burns, en su famoso discurso pronunciado en Londres diez dias después de la declaratoria de guerra entre la Gran Bretaña y Alemania, ha dejado a la posteridad y a la historia un brillante derrotero para juzgar con acierto el drama sangriento de la guerra, especi almente en l o que atañe a su patria, a la cual anunció con espíritu afligido horas trágicas, de casi irreparable decadencia. El prestantísimo estadista a que venimos aludiendo, separóse del ministerio de Mr. Grey, precisamente porque no compartía con éste las ideas y l os bélicos sentimientos respecto de Aleman ia, con l a cual deseaba Burns que la Gran Bretaña mantuviese estrechas y cordiales relaciones de amistad, por hallarse honradamente convencido, stgún dice, de que «un pueblo tan fuerte y tan completamente consciente de su obra como el alemán no se deja atar con las cadenas qu e se le pretenden forjar». Además, ese -6 - estadista sabia que la única fuerza apreciable de Inglaterra es la marina , y que si ésta llegaba a sufrir un descalabro en el gran duelo que han empeñado las potencias beligerantes, quedaría desvanecido el mágico prestigio de su patria, es decir, que el fantasma con que Albión ha tenido amedrentado al mundo, perderia repentinamente el poder sugestivo sobre la conciencia universal; dejaria de ser la señora de los mares, la nación temida y respetada , :uya voluntad, a menudo caprichosa, se ha aca tado con temor reverencial en los punt os más lejanos de los mares y la tierra. Sabia también que si Alemania, por virtud de su patriotismo y su valor insuperable, o por una de esas veleidades de la fortuna inconstante, lograba derribar de las manos de la Gran Bretaña el tridente de las aguas, ese tridente que tántas veces ha esgrimido para hundir en el polvo de la tierra la frente de los pueblos y naciones, Inglaterra de hecho quedaria convertida en Estado secundario, y acaso en objeto de befa y de ludibrio universal, porque el largo despotismo por ella ejercido sobre los débiles, prevalida de su superioridad maritim a, ha engendrado en la conciencia humana secretos anhelos de venganza, que antes no se habian exteriorizado a causa de la impotencia para infligirle castigo, pero que una vez abatid'! y humillada, tendrían brotes colectivos de jubiloso entusiasmo y alegria. La humanidad ha sufrido en silencio largo y profundo las constantes ofensas que Inglaterra le ha -7- irrogado; sin embargo, en el secreto recogimiento de su conciencia ha proferido su fallo condenatorio, cuando las horrendas iniquidades de los ingleses contra los boers; cuando se adueñaron del populoso im-· perio indostánico sobre saqueos, espoliaciones y cadáveres, según 10 patentiza Edmundo Burke en su célebre acusación contra Warren Hastings. Por eso todos veríamos ahora con íntima complacencia la humillación que en esta lucha recibiera el eterno humillador de los demás. El mundo agraviado por Inglaterra ha procedido hasta hoy con arreglo al proverbio de los árabes, que dice: «Bien callado o bien vengado ». Las naciones siguen con mirada de regocijo los desastres de Inglaterra. El humillado impotente para el desquite es el que más goza con las desgracias del tiránico opresor, no sólo porque le llega la hora de liberación, sino porque advierte en el castigo una manifestación de la justicia. Después de las arrogantes declaraciones de Inglaterra acerca de su inmenso poderío naval, de su famosa amenaza de sacar las naves de Alemania de sus escondrijos, como ratas, ha tenido la pena incomparable de ser humillada con los enormes desastres que su marina ha sufrido. Después de haber garantizado a las naciones neutrales el libre tránsito de los mares, después de haber asegurado que Alemania era impotente para impedir el tráfico de los vapores mercantes en la bloqueada zona de guerra, el mundo ha contemplado atónito y estupefac- -8- to las grandes catástrofes, las hazañas inauditas que los submarinos alemanes han realizado en las costas mismas del imperio vanidoso que tántas seguridades ofrecía. De suerte que hoy nadie será tan cándido para navegar confiado en la palabra oficial de la Gran Bretaña, y mucho menos después de que el mismo Almirante Beresford declaró «que Inglaterra no tiene cruceros suficientes para proteger las rutas comerciales », con Jo cual ha desaparecido totalmente la farsa de las garantías. Y de nada sirve para restablecer el crédito perdido y la confianza engañada, el que Mr. Churchill haya luégo asegurado «que el hundimiento del Lusitania no implicará en manera alguna la suspensión del tráfico marítimo ». En lo sucesivo no se dará crédito a las petulantes promesas de Inglaterra, porque según noticia cablegráfica de 19 de mayo último, «el Secretario del Almirantazgo inglés informó a la Cámara de los Comunes que ascienden a 469.628 toneladas las pérdidas de la marina mercante inglesa hundida por los alemanes». Esta cifra, como se comprende a primera vista, ha sido habilidosamente reducida a sus menores proporciones en relación con la verdad de los hechos. Ahora bien: si Inglaterra, a pesar de su inmenso egoísmo, ha sido impotente para impedir l os desastres de su propia marina mercante, es natural y muy obvio suponer que dista mucho de poder dar protección a l os buques mercantes de otras naciones, y muy necio sería el que creyese lo contrario en vista de lo que pasa. -9- Tenemos, pues, que el gran vestiglo del poderío naval inglés ha dejado de existir, merced a los submarinos alemanes, y que el poderoso Imperio británico quedará seguramente, después de esta lucha portentosa, como los grandes monarcas que salen a las tablas en las operetas bufas, los cuales sirven de hazmerreír cuando pasada la función se· les despoja de sus reales y pomposos atavíos. El terrible fantasma de la flota inglesa puede resultar embotellado y reducido a minúsculas proporciones, como el genio maléfico de Las mil y lIIlG /loches. Eso justamente fue lo presentido por John Burns, y de ahi su em peño y tenacidad en oponerse a la guerra con Alemania hasta el extremo de abandonar el Ministerio cuando vio que su pensamiento y su videncia de patriota convencido, fueron desechados por la vanidad y la arrogancia. Sin embargo, sus palabras quedan escritas para vindicarlo ante sus afligidos compatriotas y ante la posteridad. «Inglaterra, dice, ha apostado todo en una carta por el triunfo franco-ruso; pero, ¿cómo será si las tropas inglesas, en unión de las francesas, son derrotadas? ¿ Qué sucederá cuando la noticia de la derrota de Inglaterra y de su debilidad se propague en las colonias, las cuales casi nada tienen ya de común con la madre patria, y quizá aguardan solamente una ocasión para separarse de ella? ¿ Qué sucederá si Francia no triunfa? Enormes bienes quedarán perdidos, y la sola pérdida de la influencia en la política continental, será tan grande que nunca, ni aun con el transcur- -10- so de los siglos, se vo l verá a recuperarla, a tiempo que la influencia de Alemania, unida a su aliada Austria, crecería tan enormemente, que ningún poder de la tierra sería capaz de competir con ellas en la construcción de la flota. «Inglaterra está jugando su propia existencia, y sería una traición a la nación in glesa, si miráramos tranquilamente ese juego sin llamar la atención a los funestos resultados, muy posibles, que él traerá consIgo" . Las anteriores profecías han tenido ya en mucha parte su lúgubre cump lim iento. El resto puede venir por añadidura. Bogotá, junio de 1915. ¿Ouí~n bízo la guura? Según recientes publicaciones extranjeras, la guerra en que están empeiiados casi todos los pueblos de Europa obedece a maquinaciones anteriores al gran conflicto que ha ensangrentado la tierra. Esas publicaciones patentizan, por una parte, que Alemania aspiraba al mantenimiento de la paz, y por otra, que sus émulas y rivales fraguaban de tiempo atrás planes de beligerancia, a fin de hostilizar el Imperio germánico, por medio de una acción diplomática insidiosa y agresiva, dirigida a conseguir el aislamiento de Alemania, a formar contra ella una poderosa coalición de Estados que debía cercarla y atacarla en un momento determinado y hasta privarla de todos los medios de subsistencia y aun de los elementos de defensa a que el patriotismo suele acudir en días aciagos de dolor y de infortunio. Es inverosímil que la nación alemana quisiera la guerra, puesto que a la sombra de la paz había culminado en todas las manifestaciones de la mente y de la actividad humana y llegado a una grandeza y poderío que provocaron la envidia y el temor de -12- sus riva les. Estos bienes incomparables, adquiridos al amparo benéfico de la paz, quedaban expuestos al vaivén de la fortuna, siempre instable y caprichosa, en caso de un conflicto en que Alemania tuviese que intervenir. No es prudente ni discreto arrojar a la hoguera de la guerra la conquista valiosa, el fruto opulento, conseguido a fuerza de sacrificio y constancia en luengos años de trabajo bendecido por el cetro de la paz. Los grandes intereses de las naciones no se juegan por sport en las contiendas armadas de incierto y dudoso resultado, porque en esas contiendas no sólo se exponen bienes transitorios de la vida colectiva, sino que también se compromete la suerte y la vida misma de los pueblos que combaten. Según las leyes que rigen el alma individual y el alma de las multitudes, es patente que los hombres y los pueblos que se encuentran en mejores condiciones por las comodidades y el bienestar de que gozan, son los más adictos al reinado de la paz, los mayores enemigos de la guerra que interrumpe y aun acaba las dulzuras del hogar y la existencia. A pesar de lo mucho que se ha escrito acerca de la responsabilidad de Alemania en el drama pavoroso de que es teatro la Europa, no hemos podido armonizar dos hechos que rabian entre sí: se dice que Alemania incendió el mundo con la tea de su ambición, que derribó con mano pecadora el alcázar de la paz; y al mismo tiempo se afirma que esa Alemania alevosa y pendenciera se halla en un es- -D- tado de cultura, de prosperidad, de progreso y florecimiento, nunca antes visto ni gozado en ningún pueblo de la tierra ni en edad alguna de la historia. Prescindiendo de las grandes conquistas de la mente, que en Alemania han sido portentosas, y concretándonos a los asombrosos progresos materiales, que también son fruto de una vasta cultura intelectual, es cosa de todos reconocida que el pueblo alemán es el que más ha culminado en ese campo de los empeños humanos. Y sin embargo, se pretende que Alemania fue la provocadora de la guerra, de la lucha que se opone a su progreso y desarrollo materiales. La nación alemana es muy consciente, es muy dueña de sus destinos para imputarle inclinaciones suicidas, porque en el peligroso juego de la guerra iba a exponer precisamente aquello que le había dado su mayor gloria y explendor, 10 que había despertado la admiración en los buenos y en los perversos la envidia. Si Alemania hubiera querído la guerra en menoscabo de su propia conveniencia, es seguro que habría escogitado mejor oportunidad, ya que, según se dice, estaba preparada desde hace cuarenta añ os; y entonces habría podido abatir a Rusia sin los grandes esfuerzos de ahora y haberle quitado cuanto le hubiese venido en voluntad, aprovechando el infortunio y la derrota en que se hallaba la nación moscovita, después de su inmenso duelo con el Imperio del Sol. Sin embargo, en aquella hora suprema de pesadumbre infinita, hora apocalíptica en que el mun- -14- do presenciaba las agonías de un coloso, Alemania tuvo para su rival manifestaciones de consuelo y de cariño. Fuéra de esto, conviene tener en cuenta que el anhelo de conservar la paz del mundo era un sentimiento profundamente arraigado en la nación, era un dogma no sólo para la concie ncia colectiva del gran pueblo alemán, sino también para su egregio Emperador, que ha cifrado en el reinado de la paz toda su gloria y todo su prestigio, aspirando más que ningún otro gobernante de Europa a pasar a la posteridad con el titulo famoso de apóstol y principe de la paz. Así lo han reconocido y confesado muchos publicistas, aun de las mismas naciones que ahora lo acusan de ser autor de la guerra en que Europa está abrasada. Sin embargo, para el caso es más decisivo y fulminante aducir el testimonio imparcia l y nada sospechoso del propio Ministro de Bélgica ante el Gobierno imperial, Ministro que dijo, COIl fecha 3 de diciembre de 1905, lo que sigue: «El Em perador alemán tiene la más grande ambición de mantener la paz durante todo su reinado ». A los amigos de los aliados en Colombia que sin estudio de esta materia atribuyen al Emperador de Alemania miras aviesas contra la paz y afán infernal de guerra, les encarecemos meditar acerca del pasaje transcrito, antes de engolfarse en estériles disputas en que más camp ean la ign orancia y la estulticia que el buen sentido y la razón. - - 15-- Además, La Crónica de esta ciudad, en su edición correspondiente al 30 de enero del año en curso, periódico caracterizado a la sazón como adversario de Alemania y amigo decidido de los aliados, da la noticia de que el 29 de julio de 1914 se recibió en la Embajada rusa en París aviso de que ya se estaban movilizando los ejércitos moscovitas, y consigna también, como dato importantísimo para l a historia de esta guerra, la conferencia habida en la noche de ese mismo día, por teléfono, entre el Embajador de Rusia y una señora de la aristocracia francesa, conferencia en que el primero dijo a la segunda: «Las noticias son excelentes; estamos movilizando; en fin, he conseguido mi guerra ». Sin grandes esfuerzos de la mente, es fácil comprender que las palabras del Embajador de I~usia dicen claramente, sin ambages ni eufemismos, que no era Alemania la empeñada en perturbar la paz de Europa . Bogotá, agosto de J9J 5. 1!ra\ltsuras dt jobn Bull. En anterior publicación ensayamos demostrar que la responsabilidad del actual conflicto europeo no pesa sobre Alemania, porque hallándose ésta en pleno goce de una envidiable prosperidad comercia l, de un gran desarrollo en todas sus industrias, habiendo conquistado inmenso prestigio en todos los mercados del mundo, habría sido demencia de su parte lanzarse a los azares de la guerra en que podría perder el fruto de sus pacientes y laboriosos esfuerzos y h~sta comprometer su propia existencia en la lucha descomunal en que tendría que entrar en l a liza con muchos y poderosos enemigos que estaban acechando la ocasión para ver de contener la en su vuelo portentoso y aun para exterminarla, según después lo han confesado. Con palabras del propio Ministro de Bélgica acreditado ante el Gobierno de Berlín, se ha establecido plenamente que el «Emperador de Alemania tiene la más grande ambición de mantener la paz durante todo su reinado». Y con palabras del Embajador de Rusia ante el Gobierno de la República francesa, pu2 -18- blicadas en un periódico notoriamente desafecto a la causa de los Imperi os centrales, se ha patentizado que su soberano, el Zar, lo envió para gestionar y resolver el problema de la guerra contra Alemania y Austria. Los grandes desastres que Rusia ha sufrido, serán ante el tribunal de l a historia el justo castigo de sus gratuitas hostHidades y agresiones. Ahora nos corresponde demostrar que los aliados, especialmente In glaterra, son los principales responsables de la inmensa catástrofe que el mundo está p rese n ci aJi do. Gozaba Europa de paz, garantizada especialmente por la Triple Alianza, constituida por las potencias centrales con Italia. La fecunda y larga tranquilidad de que Europa disfrutaba hasta el l .o de agosto de 1914, debióse principalmente a Alemania, según todos lo sabemos y según lo tiene paladinamente reconocido desde 1908 el Ministro belga en Berlín, Ministro que afirma rotundamente, para eterna confusi6n de los ciegos adversarios de Alemania, «que la Triple Alianza garantizó la paz del mundo durante treinta años, porque estaba dirigida por Alemania, que se hallaba contenta con su situación política en Europa ». Durante esta paz l as naciones de la Triple Alianza y casi todo el universo mundo alcanzaron un alto grado de poderío y desarrollo; pero Inglaterra, siempre envidiosa y cizañera, por razones de egoísmo y celo mercantilista, mal hallada con los progresos y la influencia de los Estados centrales, provocó la Triple Entente, celebrando primero - - 19-- tratado con Francia, cuyo patriotismo estaba herido desde el desastre memorable de Sedán y cuyos sentimientos de rencor y de venganza eran a menudo fomentados por una prensa insubstancial, frívola y patriotera. Y esto facilitó los pérfidos anhelos y las travesuras internacinnales de John Bull. Después imbuvó a Rusia, en quien también se había despertado el sentimíento de la rivalidad y de la envidia, con motivo de la grandeza y de la notoria prosperidad de los Imperios del centro. De esta suerte, por iniciativa y por empeños de Inglaterra, se integró la Triple Entente. Pero no contenta con esto, metió también al Japón en las redes de su perfidía; y entonces tuvo el mundo la grandísima sorpresa de ver que Rusia suscribía un pacto de reconciliación con su terrible vencedor en Pu erto Arturo. Por mala voluntad hacia Alemania, Rusia ol vidó la reciente humillación , la estruendosa derrota que hacía poco le infligiera su enemigo. In glaterra, cuyos planes siniestros contra Alemania se anticiparon luengos años al actual conflicto europeo, necesitaba, ante lodo, las mayores probabilidades de victoria, y al efecto, entendió se también con Bélgica, acerca de la organización y de ciertos proyectos militares iniciados en 1906, proyectos que dejan tan mal parada la pretendida neutralidad de los belgas. Aspiraba, pues, Inglaterra, como se ve, a que Alemania y sus aliadas quedasen aisladas por completo en el centro del continente europeo y con enemigos poderosos hasta en la raza amarilla, que -20- es un peligro, una amenaza constante para las naciones occidentales del mundo. Que la Gran Bretaña perseguía el aislamiento de Alemania , es cosa que nadie i gnora y que sostiene un Ministro belga con fecha 13 de febrero de 1909 en las palabras siguientes: «El Rey de Inglaterra afirma que todos sus esfuerzos son dirigidos a la paz. El siempre ha dicho esto desde el principio de la campaña diplomática favorable, que él persig ue con la intención de aislar a Alemania. Pero no se oc ulta qu e la pa z mundial nun ca fu e más seriamente amena zada que desde que el Rey de Inglaterra dij o que él la aseg uraba». En 1907 dijo el Ministro belga en Berlín sobre ese mismo particular lo sigu i en te, que es todavía más co nclu ye nte y decísivo en la materia: «L a visita del Rey de Inglaterra al Rey de España es una maniobra de la campaña para el aislamiento de Alemania, que Su Majestad Eduardo VII persigue personalmente con la mi sma tena cid ad y con éxi to». Por su part e, el Encargado de Negocios de Bélgica en 1" propia capital de Inglaterra, dice con fecha 12 de abril de 1907, que . Ia visita del Rey Eduardo a su sobrino real en Cartagena, tuvo por objeto principal estrechar las relaci ones entre España y la Gran Bretaña y disminuir lo más que juera posible la influencia alemana en Madrid». N o queda, pues, duda alguna de que Inglaterra venía de tiemp o atrás hostilizando a Alemania y maquinando desde entonces contra la tranquilidad de los hombres y del mundo. -21 - Ninguna agresión había partido de Alemania hacia Inglaterra y, sin embargo, ésta, por medio de una diplomacia sombría, nacida en la lobreguez de su conciencia, acechaba la ocasión de exterminar a Alemania, olvidando que la alevosía nunca puede abatir a los grandes imperios, animados por la virtud y el patriotismo, y que si éstos se desploman de su grandeza y poderío, conmueven el universo y necesitan una tumba tan grande como el panteón de la Historia. Las afirmaciones que preceden acerca de la actitud pacífica de Alemania y de la agresión manifiesta de Inglaterra, están confirmadas con documentos incontrovertibles, suscritos por el Ministro de Bélgica en Berlín, con fecha 2 de febrero de 1908, documentos en que se lee lo siguiente: «Nadie aquí en Berlín ha oído jamás la absurda e imposible idea de un ataque contra Inglaterra, pero todo el mundo teme un ataque inglés». Según esto, era notoria la buena voluntad de Alemania para conservar la paz ; en tanto que había motivos poderosos para temer que Inglaterra atentase contra Alemania, según el Ministro belga. El 17 de junio de 1911, dice el propio Ministro belga lo que sigue, muy digno de tenerse en cuenta en esta hora de injustas recriminaciones contra el Imperio alemán: «Varios de mis colegas están sorprendidos de la paciencia de Alemania. Cuando el Panther apareció ante Agadir, fue evidente que Inglaterra quiso complicar la situación y obtener por la fuerza una solución de la crisis». • -22- En cambio, el Ministro de Bélgica en París manifiesta con fecha 4 de marzo de 1911, que Alemania no tiene proyectos de guerra y que de su parte ni siquiera se notan bélicas intenciones. Con todo, los enemigos y los adversarios de Alemania continuarán repitiendo, a veces inconscientemente yen ocasiones con refinada maldad, que el Imperio germano es el único responsable de la gran catástrofe de Europa y que Inglaterra es tan inocente en el conflicto que tiene al mundo amedrentado, como los serafines de la corte celestial. Bogotá, septiembre de 1915 . • [as oictorias d~ Jfl~mania • . A pesar de su clásica timidez, El Nuevo Tiempo ha aventurado el concepto de que la dipl omacia alemana ha manejado con inhabilidad las rela ci ones exteriores del Imperio, a lo cual atribuye la posibilidad de que otras naciones entren en contra de Alemania y a favor de los aliados en el conflicto europeo. Sin embargo, los hechos infirman la opinión de El Nuevo Tiempo a ese respecto , porque si la diplomacia germana ha sido tan inhábil como él dice, resultarán inverosimiles los ponderados triunfos diplomáticos de Francia y los tenaces esfuerzos de Inglaterra para ver de aniquilar la influencia decisiva que en el mundo ha ejercido y aún ejerce el Gabinete de Berlin. Poca atención merece en este punto el escritor que califica de inhábil la diplomacia alemana, esa diplomacia que conservó la paz de Europa por espacio de cuarenta años, según lo confesado por el Ministro belga en Berlín en 1908. Si esta larga y fecunda paz de que Europa gozó durante tánto tiempo es el resultado innegable de la diplomilcia que censura el , --24- periódico citado. será fuerza convenir en que el referido Gabinete ha culminado e:1 habilidad, inteligencia y pericia. Y entre la opinión de El Nuevo Tiempo y el concepto discretísimo de una autoridad en la materia, la mente se inclina hacia el último sin esfuerzo ni presión, máxime cuando ese concepto está abonado con el hecho notorio de la paz. Debemos, sin embargo, agradecer a El Nuevo Tiempo el reconocimiento explícito que ha hecho de los grandes triunfos militares de Alemania, porque su confesión tiene para el caso valor excepcional. En efecto, El Nu evo Tiempo reconoce que «terminó la campaña de Galitzia con la expulsión de los rusos de esa provincia austriaca », y que los ejércitos germanos acaban de «llevar a feliz término otra campaña no menos importante: la de la conquista de Polonia ». También reconoce que los mismos ejércitos «en pocos días capturaron las importantes posiciones de Lublin y Cholm », que asediaron a Varsovia hasta el extremo que «hubo de ser abandonada inmediatamente por los ejércitos moscovitas y ocupada por sus adversarios», y que «desde entonces la retirada de los rusos ha continuado, a despecho de los constantes anuncios del cable de que se hallan ya preparados para asumir nuevamente la ofensiva ». Es consolador para los amigos de Alemania que El Nuevo Tiempo confiese «la caída consecutiva de gran número de fortalezas que se juzgaban poco menos que inexpugnables», y que luégo, para mayor -25- desconcierto de los secuaces de los aliados, se consignen los nombres de las plazas tomadas al enemigo" por los alemanes, asi: «Novo Oeorgiewsk, tomada por el vencedor de Amberes y donde los germanos capturaron 90.000 prisi oneros y 700 cañones; Orodno, Brest-Litoswski , Kovno, Olita , Ostrolenka, Pultusk, Lomza, Ivangorod y algunas otras plazas fortificadas se rindieron a los atacantes en menos de ocho semanas». Con esta declaración que agradecemos sinceramente, nos ha ah orrado El Nuevo Tiempo la penosa labor de estar repitiendo a menud o a los adversarios de Alemania, que Il)s temibles ejércitos del Zar han sido aniquilados, que la famosa trituradora de Rusia está casi reducida a menud o polvo y que en poder de los alemanes se halla un gran número de importantes poblaciones y fortalezas que ayer no más fueron orgullo de la soberbia moscovita y vanagloria de los aliados. Agradecemos igualmente a El Nuevo Tiempo la noticia del inmenso peligro que corre el Imperio ruso de que se subleven contra la autoridad, de un momento a otro, «los 24 millones de habitantes que pueblan la Ukrania, en donde nunca se ha aceptado con absoluta conformidad el yugo de los moscovitas ». Reconoce El Nuevo Tiempo que los pueblos que están en lucha, gastando sus energías, su sangre y sus riquezas, son «los más altos exponentes de la civilización». Y para evitar mayores infortunios a la -26- humanidad aspira a que la guerra finalice, pero no por medio de un tratado, ni por avenimiento de los contendores, sino por la entrada de otros Estados en la contienda en favor de los aliados, a fin de exterminar a Alemania, a pesar de ser ésta uno de los más altos exponentes de esa misma civilización que sin duda El Nuevo Tiempo anhela se conserve. Bogotá, septiembre de 1915. nUt~as tra~uuras dt jobn 6ull. El tiempo, silencios o colaborador de la justicia , trae cada día nuevas luces, y con éstas, nuevos puntos de vista , para apreciar la inmensa responsabilidad que ciertos conductores de pueblos han echado sobre sí, con motivo del conflicto europeo. En un principio se hizo pesar exclusivamente sobre Alemania toua la culpa del gran drama de la guerra, atribuyéndole pensamientos opuestos a la paz, delirios de sangre y bélicas provocaciones. Los aliados aparecieron entonces como víctimas inocentes de las rudas agresiones de Alemania; el militarismo de ésta y el Emperador Guillermo produjeron la catástrofe, según publicaciones antigermanas esparcidas por el orbe. Entretanto Alemania, privada de medios de comunicación, a causa del monopolio del cable y del aislamiento a que Inglaterra la redujo por medio del bloqueo, no pudo ni siquiera defenderse de las falsas y calumniosas imputaciones acumuladas contra tila, por una diplomacia artera, sistemáticamente empeñada en desopinarla, en enajenarle la voluntad de los hombres y en hacerla od iosa ar.te to- -28- dos los pueblos de la tierra. Sugestionada de esta suerte el alma colectiva, cristalizada en la conciencia de los necios, cuyo número es infinito, la convicción que aquella propaganda produjera, no ha sido fácil después la liberación de los espíritus, imbuidos en la superchería y tiranizados por los prejuicios y el error. Sin embargo, no son pocos los que han logrado sustraerse a la influencia perniciosa de la prensa antialemana, merced a conocimientos anteriores acerca de las virtudes y progresos del Imperio germano y gracias a ulteriores reflexiones y a lecturas meditadas y conscientes. A pesar de los esfuerzos de sir Edward Grey y de los grandes empeños. de sir Edward Coock, para convencer al mundo de la inocencia de Inglaterra y de la culpabilidad de Alemania en el terrible duelo en que están comprometidas las naciones contendoras, existen pruebas irrevocables que truecan los papeles, y que arrojan sobre la Gran Bretaña, o mejor dicho, sobre sus hombres dirigentes, la tremenda responsabilidad de esta calamitosa hora de sangre, de este momento solemne y angustioso de la vida universal. Inglaterra ha querido .¡ ustificar su intervención en esta lucha sangrienta, pretextando la violación del territorio belga, por parte de Alemania, sin advertir que por circunstancias no previstas, por obra del tiempo, que es aliado sereno de la justicia, habría indefectiblemente de llegar una hora de luz para iluminar los tétricos abismos de John Bull y descubrir, - - 29 - - como en realidad ha sucedido, las secretas maquinaciones entre Bélgica e Inglaterra , dirigidas a hostilizar a Alemania. Esas maquinaciones que el mundo ya conoce, han dejado al descubierto y a la luz purificadora de la historia, la obra de la perfidia, y patentizado que la ponderada neutralidad de los belgas es un mito y que la sup rem a razón in vocada por la Gran Bretaña para su intervención en la guerra contra Alema nia, no pasa de ser una pueril banalidad, una triste superchería, especialmente después de que la hemos visto apoderarse por la fuerza de las islas de de Grecia, Estado que también es digno de respeto y miramientos, al tenor de ciertos principios que Inglaterra preconiza . Además, es bien sabido que desde 1911 una parte del Gabin ete británico había declarado que en caso de guerra entre In glaterra y Alemania, debia «desembarcar un ejército inglés en Bé lgica o en Holanda ». De suerte que el mal humor de Ingtaterra provino de que Alemania se anticipó a hacer primero lo mismo que ella proyectaba realizar en Bélgica, es decir, invadirla. Un órgano ca ra cterizado de la prensa británica afirmaba en 1912, que Inglaterra había puesto en actividad una política internacional aviesa, encaminada a hostilizar gratuitamente a Alemania , política de que sir Grey es el único responsable. Y con tal motivo dice La Nación: «Según nuestra opinión, jamás desde los tiempos de lord Beaconsfield se ha he- -)()- cho política tan peligrosa ni se ha jugado con el país como ahora». y por lu que respecta a las agresiones de Inglaterra contra Alemania, dice el mismo periódico: «A ningún gran poder se ha amenazad o jamás con mayor claridad. «No hay que lzacerse ilusiones sobre este asunto, el centro de esta coalición contra A lemania es Inglaterra. Ni Francia ni Rusia la meditaron, ni hubieran podido meditarla. Somos nosotros, la liberal Inglaterra, quienes en el desarrollo de estos acontecimientos apareceremos OIlte los pueblos como olganizadores de la discordia en Europa, como instigadores y causantes de la guerra ». Por su parte, Daily News dice de la política de Inglaterra dirigida por" sir Grey lo que sigue: «La politica actual no tiene nada de bueno en su favor, ni el derecho, ni la honra, ni las tradiciones de justicia, ni siquiera el apoyo del sentido común» . A pesar de que la política de sir Grey carece de la base del derecho, a pesar de que le faltan la honra y las tradiciones de justicia, a pesar de que carece hasta del apoyo del sentido común, según las afirmaciones que preceden, publicadas en un periódico británico, hay todavia entre nosotros individuos que consideran esa politica como el más elevado clímax de la habilidad, de l a justicia y la sabiduría. También el prestantísimo profesor de la Universidad de Oxford, Frederik Cornw;¡llis Conybeare, cuya fama de sabio ha conquistado justamente el sufra- - - 31 - - gio universal, dice en escrito de 5 de marzo último que sir Grey " provocó la guerra », engañando al propio Gabinete inglés, a cuyos miembros ocultó las buenas disposiciones de Alemania hacia Inglaterra, disposiciones manifestadas el 1.0 de agosto de 1914, lo que dio lugar, cuando la superchería se descubrió, a que sir Grey fuese interpelado por Keir Hardie, el 27 de agosto del mismo año. De las respuestas dadas por sir Grey en aquella ocasión solemne, dice el mismo sabio Conybeare que "son modelos de las más descaradas mentiras y la supresión de la verdad y la sugestión de falsedades ». Lichnowski, Embajador de Alemania en Londres, hizo a sir Grey, momentos antes de estallar el conflicto, ofertas y declaraciones conciliatorias, que habrían podido conjurar la tempe stad, si no se l e hubieran ocultado habilidosamente al resto del Gabinete inglés, que deseaba conocerlas para solucionar el asunto en el sentido de la paz, interpretando asi la conciencia nacional , que tamp oco simpatizaba con la guerra. De aquí que toda la responsabilidad de esta vasta conflagración que ha impu esto al mundo tan dolorosos sacrificios y a Bélgic.:l tan grandes infortunios, pese principalmente sobre sir Grey, conforme a las siguientes palabras del sabio precitado: " Nuestro Gabinete con seguridad esperaba que Grey le daría a conocer inm ed iatam ente la actitud conciliadora de Alemania, pero Grey sabía, sin embargo, que si él daba a conocer al Consejo de Ministros las proposiciones de Lichnowski, el Gabi- -)2- nete las aceptaría con alegría, lo que haría imposíble para Grey la realización de los tratados secretos que había hecho con Francia y Rusia. ¿ Qué hízo entonces? Ell.o de agosto no dijo ni una palabra de esta proposíción a ninguno de sus colegas, y también las calló ante el Gabinete reunido el 2 de agosto por la mañana, y de la misma manera las ocultó a la Cámara de los Comunes el 3 de agosto. Así nos precipitó en esta guerra, o más bien, engañándonos, nos obligó a ella, pues con excepción de algunos rabiosos chauvinistas torys la mayoría del país era hostil a una guerra con Alemania, a la que nos unían después de Agadír las más amistosas relaciones. Créame usted , tarde o temprano Grey será hecho responsable por este tenebroso asunto, pues intencionalmente ha ocultado a sus colegas y al Parlamento las concesiones hechas por Lichnowski, que indudablemente habrían sido aceptadas en seguida. A Grey se debe que Bélgica haya sido convertida en un campo de carnicería " . El fam oso documento, cuyas son las palabras que anteceden, termina con el siguiente pasaje, que nunca deben perder de vista quienes aspiran a conocer en las fuentes profundas de la filosofía el origen de las hondas convu Isiones de los pueblos: .. En lo que debemos insistir terminantemente- díce el sabio Conybeare-es en que se separe del Gobierno este grandísimo mentiroso de Grey que siempre tiene la paz en los labios y la guerra en el corazón ». - - 33-- Confiamos, sin embargo, en que el veredicto justiciero de la historia, hará en punto de responsabilidades la debida distinción , entre el pueblo inglés, conducido por engaño a los camp os de pelea, y el estadista inclemente que organizó en Europa la discordia, que provocó la guerra y por cuya causa Bélgica «ha sido convertida en un campo de carnicería ». Bogotá , septiembre de 1915. 3 [as cru~ldadu d~ }fl~mania. Los enemigos de Alemania y de Austria se han dado al empeño de restarles simpatías, imputando a sus ejércitos crueldades infinitas y repetidos actos de barbarie, a fin de hacer odiosos a los imp erios centrales y de alejar de su lado el espíritu de humanidad que casi siempre acompaña a los grandes justadores que en las horas decisivas ponen pecho valeroso al peligro de la muerte. En este punto se ha rebasado la hipérbole, atribuyendo especialmente a Alemania escenas de ferocidad, crímenes horrendos, orgías de sangre que provocan el anatema y la cólera universal. El alma se contrista, se los grandes dolores y las la guerra es así. Junto a heroísmo, figuran también sobrecoge de pavura ante grandes hecatombes, pero los rasgos de nobleza y la atrocidad y la miseria, «la pequeñez de la grandeza hUlnana ». No es imposible que en la lucha portentosa sostenida con gloria por Alemania y Austria-Hungría, contra sus muchos y poderosos enem,igos, se hayan - , )6 - cons uma do por parte de l os elementos milit ares de las potencias centrales, actos que pueden no armo nizar precisamente con las leyes de la guer ra; pero eso no autoriza los dicte rios de bárb aros y salvajes que l os ali ados y sus amigos aplic an constantemente a l os ejérc itos impe riale s. Si tales actos fuesen bastantes a justi ficar aque ll os calif icati vos opro biosos, con may or razón podr ía motejarse a los aliados de salvajes y de bárbaros, ya que en repetidas ocasiones han queb ranta do y escarnecido la ética de la guer ra y los prin cipio s hum anita rios. Sin embargo, los aliado~, con habi lidad que sorprende, han lograd o arro jar sobre Alem ania todo el peso de esta afrenta, al menos por algú n tiempo, según se infiere de la cantinela que los necios repiten todavía con depl orab le inconsciencia. Ni ha valid o para dest ruír ese preju icio el que la com isión suiza, especialmente encargada de inve stiga r 12s crueldades que se imputaban a Alem ania , haya declarado con toda solemnida d que tales atroc idad es 110 son más que una impost ura y una supercheria, fomentadas por la insidia y la ca lumn i a. En punt o de crueldades ning uno de los cont endo res puede hacer a su cont rario justas recri mina ciones. y muc ho men os l os aliad os a Alemania. porque ellos han llegado en este part icula r a excesos inve rosím iles. Sus ejércitos, integrados en mucha parte con auténticos sa lvajes asíáticos y africanos, cons tituyen indic io vehementisimo del poco o ning ún respeto que en sus campamentos se tendrá por los prin - - 37 - cipios de la civilización cristiana. Yeso que los aliados no han tenido la oportunidad que desearan para desplegar toda la plenitud de sus instintos feroces y sanguinarios, por no haber dominado la tierra enemiga, sino transitoriamente y en pequeña porción , donde, sin embargo, han dejado tristisimo recuerdo y huella imperecedera de dolor, por sus crímenes enormes y grandes atrocidades. Es curioso que los amigos de los salvajes africanos y del cosaco desalmado, hablen de civilización y de principios humanitarios. Entre los aliados es Francia indudablemente la que más ha culminado en punto de civilización y de cultura; y, sin embargo, en la misma capital de la que antes fuera República docente, se han presenciado escenas bochornosas que deslumbran las conquistas alcanzadas por la humanidad en su larga peregrinación. Alli dos pobres mujeres alemanas lanzaron vivas a su patria al principio de la guerra , y por este delito fueron brutalmente apaleadas, arrastradas por el pavimento con crueldad canibalesca, hasta rasgarles totalmente sus vestidos y dejarlas completamente desnudas. En seguida fueron golpeadas sin piedad, especialmente en los pechos, a fin de agotar la escala del sufrimiento y del dolor. Alli mismo se exhibieron, como trofeo repugnante, seis orejas de alemanes engarzadas en alambre, según consta en El Correo Catalán de Barcelona. La prensa universal ha dado cuenta de los cruelísimos tratamientos a que estuvieron sometidos en -38- Africa, particularmente en Dahomey, más de 400 prisioneros alemanes, a quienes se obligó, bajo el rigor de brutales capataces africanos, a desempeñar durísimas labores, expuestos a los rayos del sol, con una temperatura de 50 a 60 grados centígrados. Estos mismos prísioneros, entre los cuales había enfermos, a quienes también se obligaba a trabajar como a los sanos, fueron a veces destinados a menesteres sucios y repugnantes, como «limpiar por quince días las letrinas del campamento». Alemania , por su parte, en represalia y a fin de mitigar el infortunio de los suyos, destinó cierto número de prisioneros franceses a trabajar en algunos sitios pantanosos. Lo cual también ha servido para motejarla de bárbara y de inhumana. Pero lo que hacen los franceses en Dahomey y lo que hicieron en París son manífestaciones de cultura y crístianismo. Por fortuna, la intervención carítativa del Santo Padre ha logrado poner término feliz a los suplicios y padeceres de ambos grupos de prisioneros. También Inglaterra ha incurrido en este particular en los may ores excesos, quizá contando con que el mundo aplaudirá inconscientemente todas las atrocidades que ella comete, sólo porque es la Gran Bretaña quien las perpetra y porque ella se ha reputado prácticamente dueña del universo y tutora de las naciones. Por eso estableció un severísimo bloqueú contra Alemania, encaminado a matar de hambre a 70 millones de seres humanos, cuya parte principal es de ancianos, de niños y de mujeres. - )9 - y la estulticia de ciertos hombres aplaudió aquel acto de refinada crueldad, explícitamente condenado por las leyes de la guerra. En cambio, esa misma estulticia lanzó ruidoso anatema contra Alemania, cuando ésta declaró bloqueadas las costas de la Gran Bretaña. Inglaterra puede impunemente en sus horas de angustia y de peligro izar las banderas de los Estados neutrales; puede requisar las naves españolas, que son parte del territorio de un país neutral , y sacar de ellas a los pasajeros según su voluntad o su capricho; puede violar con audacia incomparable la neutralidad de Chile, atacando un barco alemán en aguas territoriales; puede invadir la tierra clásica de Grecia. Y esto ninguna protesta arranca; pero Alemania no puede invadir a Bélgica, ni siquiera para defender su derecho de nación libre, su derecho a la existencia, seriamente comprometida por el motín de las naciones contra ella confabuladas. Refiriéndose a los excesos cometidos en Tenedas por los soldados ingleses, dice un periódico de Atenas lo que sigue: «Ellos tratan horriblemente a los turcos y a los griegos; los obligan a trabajos muy pesados; a los prisioneros de guerra los tratan con una crueldad especial. Finalmente, saquean en las calles y violan a las mujeres ». También es bien conocida la historia del alemán Callies, «quien hallándose prisionero de los ingleses tuvo que sentarse medio desnudo en un aerodromo, para que refiriese la situación de las tropas alemanas, atormentándole un frio que afeitaba, algo así como un procedimiento inquisitorial ». -40- Sabemos, asimismo, que los alemanes residentes en Inglaterra «son tratados como los peores criminales, aherrojados en calabozos, conducidos a ciertos campamentos, donde se les ha tratado inicuamente, pues los hombres y aun las mujeres y los niños han sido víctimas de insultos y dicterios y también hasta escupidos. «Igualmente sabemos que las propiedades de los alemanes en Inglaterra han sido incendiadas. En la misma capital del Reino Unido, después del hundimiento del Lusifania, se desarrollaron escenas de horror y de barbarie, que serán baldón eterno para la gran metrópoli del mundo, a ser cierto lo que dice de tales excesos el propio Times de Londres, quien refiere que el populacho «atacó las panaderías. Sacos llenos de harina fueron derramados en la calle y grandes pedazos de pan fresco fueron pisoteados ». «Después, dice el mismo periódico, se desarrolló un vivo comercio e intercambio de artículos robados a los alemanes; un piano fue vendido por dos chelines y medio». También «un montón de gente en Leytonston iba saqueando almacén tras almacén, rompiendo ventanas y puertas y llevándose consigo los muebles. Los pianos, por ser demasiado pesados, fueron quemados en la calle. A menudo bastaba que el populacho, al leer un nombre, lo tomara como alemán para deslruir en seguida la casa. Así se explica que a un escocés que se llama Strachan le fueran demolidas todas las '!ental1dS ». Sin embargo, Inglaterra es culta y civilizada, y Alemania es bárbara y salvaje. - - 41 - - Con todo, ésta ha sido siempre la conducta de Inglaterra con los pueblos con que ha tenido que lucharpara satisfacer su codicia mercantil y sus ambiciones imperiales de domin io universal. Así lo hizo con la raza au tóctona, con l os infelices moradores del vastu imperio ind ostáni co, donde los ingleses, según palabras de Macaulay, «ejerc ieron durante cinco años una corrupción y una inm oralid ad tales, que apenas se creen co mpatibles con la sociedad hum ana». Así l o hiciero n también con l os boers infortunados, a cuyas muj eres, en número de 663, y a cuyos niños, en número de 3.447, condenaron a morir de hambre, co mo ahora han pretend id o hacerlo con los niños y mujeres de Alemania. Asi lo hicieron con los mismos boers, a cuyos hijos se obligaba a presenciar el fusilamiento de l os padres y en cuya tierra los ingleses blindaban los trenes con los cuerpos vivientes de niñ os y de mujeres. Por eso el inglés Harding Davis dice que en los ofi ciales y so ld ados de Inglaterra que actuaban en el Transvaal «no se albergaba sen timi ento ' caballeroso alguno». Sin embargo, esos actos de crue ldad espe luznante están rigurosamente aju stados a la historia de Inglaterra, y en particular a las máximas terribles de l Almirante Fischer, l ord de la marina inglesa, según l as cuales «la vio lencia es lo substancial en la guerra, y la moderación es una estupidez». Pero en Rusia es donde las atrocidades de la lucha han tomado aspecto verdaderamente pavoroso y aflictivo. Ya en toda la ti erra se conocen las crue l- -42- dades cometidas por los ejércitos moscovitas con refinamiento de barbarie en las poblaciones de Austria y de la Prusia oriental, por ellos transitoriamente dominadas. Allí dejaron recuerdo perdurable de dolor; la mente se desconcierta con las escenas de sangre, con las torturas y los suplicios aplicados sin objeto. Allí los rusos asesinaron miles de hombres, de mujeres y de níños, ir.cendiaron 20.000 casas y cerca de 80.000 habitaciones fueron por ellos saqueadas y destruidas. Pero la crueldad y la sevicia culminaron en la persona de una niñita de tres años, la cual asesinaron , «clavándola contra la puerta y martirizándola de una manera indescriptible; al padre lo clavaron en una mesa, y a la madre le cortaron los dos pechos y le abrieron el vientre. En otro caso, clavaron en una mesa por la lengua a marido y mujer, dejándoles morir lenta y cruelmente por hambre y pérdida de sangre». En Rusia se extremó el rigor hasta con los representantes diplomáticos y consulares. El Cónsul de Alemania en Kowno estuvo en severísima prisión durante más de ocho meses, luégo se le «internó en la insalubre fortaleza de Peter Paul, en una estrecha celda, obligado a llevar el traje de presidario, a dormir en las duras tablas ya comer el insoportable rancho de los reclusos ». Los demás Cónsules fueron también sometidos a duros tratamientos, y ' por todo ejercicio tenian un paseo diario de veinte minutos, en una jaula del patio, en forma de segmento, de diez pasos de largo por tres pasos en su parte más ancha ». - 4) - El Cónsul Nolte fue aherrojado con dos compañeros más «en un cuarto pequeño, en el cual apenas podían dar tres pasos " . En la mayor parte de las prisiones destinadas a los Cónsules no había camas, «tenían que acostarse en el suelo, pegados unos a otros, en cuartos fríos, plagados de chinches y de pi ojos» . El Canci:ler alemán Forner fue sometido a la horrible tortura de dormir en la repugnante y peligrosa compañía de un «convaleciente de tifus y un tísico" . Ni aun las mujeres, que en todo pueblo culto tienen fuero de atención, lograron escapar de la saña y los instintos sanguinarios de los rusos. Una señorita llamada Selma Meyer fu e bárbaramente perseguida y ultrajada en la ciudad de Moscou. Metiéronla primero en una jaula de cinLuenta centímetros de fondo, acompañada de un «hombre andrajoso y sucio, que por el aspecto debía de haber pasado semanas enteras en el arroyo, y que ya no llevaba encima ni pantal ones " . En esa jaula permaneció expuesta largo tiempo para b efa de una turba insolente, ebria de sangre y de venganza. Sacada de allí la ll evaron a un cu~rto donde la desnudaron completamente y la dejaron desnuda por un buen rato. Después la forzaron a ingresar a un grupo de 152 prisioneros, entre l os cuales ella era la única mujer. La Embajada alemana en San Petersburgo fue asaltada por la multitud , saquead a y casi dem olida a ciencia y paciencia de la policía que presenciaba -44- los desmanes de la turba enfurecida, y la habrían reducido a cenizas si la misma policía no lo hubiera impedido por temor de que el incendi o se propagase. Moscou también fue teatro de brutalidades semejantes a las cometidas contra la propiedad de los alemanes en Londres. Los saqueadores se organizaron en grupos de cien hombres y «andaban por las calles llevando consigo un retrato del Zar y banderas rusas para dar a los disturbios el carácter de revuelta nacional - . De esta suerte saquearon varios almacenes de alemanes, botando a la calle las mercancias que no alcanzaban a robarse, destruyéndolas con refinamiento de maldad, y en su demencia colectiva llegaron hasta reducir a menudos fragmentos finisimas alfombras persas. «Los tranvias eléctricos estaban cubiertos de diferentes objetos, que al tirarlos a la calle habian caido sobre el techo, y asi se paseaban por toda la ciudad. Una gran pastelería, con sus siete sucursales, fue completamente destruida, junto con la correspondiente fábrica , que ocupaba unos cuatro mil trabajadores. Montones de muebles rotos y objetos diversos form aban barricadas en las calles - . y a pesar de esto los alemanes son los bárbaros, los representativos del militarismo y de la fuerza bruta, en tanto que los aliados son los apósto les de la civi lización y la cultura, los mensajeros de la caridad y el altruismo. No es que Moscou haya subido a la ponderada civilización de Londres y de Pa- - - 45-- ris: es que Paris y Londres han descendido a la barbarie de Moscou. Sin duda, de ambos lad os se han comet id o crueldades, y, por lo mismo, no es justo imputarlas exclusivamente a uno de los contendores. Sin embargo, las atrocidades imputadas a Alemania son ya motivo de duda y de controversia, a juzgar por el concepto de un ruso, que dice: «Los alemanes y austriacos cometen crueldades numerosas, terribles, que no hablan en pro de las ideas fundamentales guerreras entre pueblos civilizados. Pero pruebas no las tenemos» . El empleo de los gases asfix iantes está condenado exp li cita mente por las leyes de la guerra, pero en este punto no corresponde a Alemania la iniciativa del crimen, puesto que todos recordamos que fueron los aliados los pri meros que aplicaron ese od ioso sistema de exterminio, sistema que Alemania denunció como viola tor io de l os principios de la guerra, advirtiendo, además, que ella también podría servirse de los gases asfix iantes, superando a los ali ados. Asi ha sucedido, y ahora se insulta a los alemanes porque emp lean el mismo procedimiento que los aliados fueron l os primeros en aplicar en la lucha. El criterio notoriamente parcial con que se juzga a Alemania, ha sido expuesto con toda su inverecundia por un agente que el periódico Le Journal envió a Suiza, y cuyas palabras son del tenor siguiente: «En la Suiza francesa todas las fábricas metalúrgic as trabajan en la fabricación de fusiles y mu- -46 - niciones de guerra para los aliados. Sólo en la Suiza alemana comerciantes poco escrupulosos entregan éf nuestros adversarios cantidades de víveres, violando la neutralidad ». Esto es ya el colmo de la audacia y de la impudencia, esto es hablar sobre la base de que los lectores carecen de sentido común y de sindéresis. En efecto, los comerciantes de la Suin alemana que venden víveres a los germanos, violan la neutralidad, pero los industriales que en la Suiza francesa fabrican fusiles y municiones para los aliados, no quebrantan la neutralidad ni cometen falta alguna. Parece que estuviéramos asistiendo no solamente al cataclismo de las ideas, al naufragio de los principios, sino también a la bancarrota de la razón. Bogotá, octubre de 1915.