Cochecito / Víctor Cabrera

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Cochecito / Víctor Cabrera
Cuando, hace algunos meses, la editora universitaria Carmina Estrada me pidió que le sugiriera a alguna poeta joven
con un libro inédito que pudiera dar tÃ-tulo al siguiente volumen de las Ediciones de Punto de Partida, entre los tres o
cuatro nombres que mencioné estaba el de Xitlalitl RodrÃ-guez Mendoza —Sisi, como la llamamos afectuosamente.
Confieso que habÃ-a leÃ-do apenas tres o cuatro poemas de ella desperdigados en el ciberespacio, aunque sabÃ-a que
acababa de concluir su periodo como becaria del programa Jóvenes Creadores del Fonca, lo que me hizo sospechar
que tenÃ-a un libro nuevo en espera de publicación. Fuera de estos detalles y del origen tapatÃ-o de su autora, cuya
simpatÃ-a habÃ-a podido constatar en algunos encuentros fortuitos con amigos mutuos, nada sabÃ-a de ella.
   De entre aquellos poemas cibernéticos que recordaba vagamente, resonaba en mi cabeza el eco de uno publicado el
año pasado en el Periódico de PoesÃ-a de la unam, un juego, o mejor, un ingenioso juguete verbal fundado en las
similitudes sonoras y semánticas de algunas palabras y tópicos literarios y editoriales con la jerga tecnologizante de la
época. A caballo entre la escritura automática, el cadáver exquisito y los muñecos de cuerda del TÃ-o GamboÃ-n, el
poema, para decirlo francamente, no es sino una divertida lista de ocurrencias y hallazgos fonéticos que alude de
pasada al espÃ-ritu fragmentario y atomizante de la era del messenger, el Facebook, el iPod y lo que algunos ociosos
han dado en llamar la literatura wiki: «times new riman / bislexia / miss lexia / Pita Amor Cortés / [...] iLunes / [...] iPoe /
ouliPod / sintaxis driver / [...] dealers que no me maten».
   Debo decir que en cierto momento llegué a temer que toda la propuesta poética de la autora se redujera a este tipo
de artificios verbales sin demasiada profundidad, tan socorridos por cierta poesÃ-a juvenil destinada principal y casi
exclusivamente a suscitar el asombro instantáneo, más que de un lector, de un escucha ideal: tintineos, ruiditos como
de... mucho pop y pocas nueces. Lo que encontré en las páginas de Datsun fue, en cambio, algo extraño y distinto: un
curioso artefacto que evoca las cajas-rompecabezas Himitsu-Bako, esos caprichosos enigmas de marqueterÃ-a
japonesa cerrados herméticamente y cuya apertura exige de nosotros constancia e imaginación, los movimientos
precisos para desentrañar su constreñido misterio, que no es otro que el del vacÃ-o que contienen.
   Detrás de la sencillez aparente, del engañoso candor de este pequeño objeto motorizado llamado Datsun, reposa
una voluntad discursiva que va más allá de la mera pirotecnia verbal o sonora; una voluntad, hay que decirlo, siempre
en riesgo de desbocarse, de precipitarse en el abismo del sinsentido, pero temperada por la ironÃ-a —ese rifle de la
inteligencia—, el humor y una sensibilidad infantiloide —en el sentido literal del término, esto es: de apariencia infantil— que
confieren al libro ese raro y precario equilibrio y hacen de éste (del volumen y de la sección que lo nombra) uno de los
tÃ-tulos más entrañables de la novÃ-sima poesÃ-a mexicana.
   Modelo 2010 de tres puertas, este vehÃ-culo es una pieza única de desenfado y extravagancia equiparables con los
que otrora exhibieron el psicodélico Rolls Royce de Lennon, el Cadillac dorado de Elvis y el añorado Batimóvil de
Adam West. Como aquéllos, el Datsun de Sisi resulta un ejemplar tocado por la paradójica belleza del exceso. La
primera sección —la puerta del conductor— está conformada por una pieza que evoca sin nostalgia la gracia y la rareza de
las lÃ-neas de modelos clásicos de nuestra modernidad literaria como la oweniana Novela como nube y El café de nadie
de Arqueles Vela. Si atendemos a las definiciones y los lÃ-mites propuestos por Luis Ignacio Helguera en el prólogo de
su famosa AntologÃ-a... del Fondo de Cultura Económica, Datsun es un poema en prosa narrativo que relata las
improbables peripecias de un niño con un nombre igualmente improbable, que no es otro que el de la antigua
compañÃ-a automovilÃ-stica japonesa. Es este detalle el que potencia la atmósfera incoherente en que se funda el
poema y por la que transita su protagonista. Niño freak medio lerdo y medio loco, condenado a la incomprensión y en
última instancia a la incomunicación, a la imposibilidad de nombrar, el desvalido Datsun resulta un antihéroe
tragicómico, grotesco, ridÃ-culo desde su nombre: francamente encantador. Si, como sostuvo Freud, los niños son
perversos polimorfos, la criatura que habita estas páginas se trasviste en planta o en niña para evidenciar su condición
de outsider, y, al adoptar las múltiples formas del desvarÃ-o, evade el sentido aparente y las significaciones superficiales
y apela a algo más profundo e importante: devolvernos —con esa perversidad que en él sospecharÃ-a «el brujo de
Viena»— al demorado hastÃ-o de ciertas tardes de la infancia en que el crecimiento y el aprendizaje resultaban
particularmente dolorosos. Peligrosamente lindante con la banalidad y la cursilerÃ-a, desde el absurdo de sus evidencias
primigenias, Datsun nos enfrenta con ese otro vasto sinsentido que conocemos bajo el sospechoso nombre de realidad.
   La segunda parte es la puerta trasera que abre el maletero, en cuyo interior se guarda «La cajita feliz», especie de
cajón de sastre (cajuela desastre) donde caben chistes, bromas y vaciladas («Un, dos, tres por mÃ- / que estoy leyendo
esto»): ingenios poéticos (incluido aquel descrito en los primeros párrafos de esta reseña), una «Lista de palabras
favoritas» bastante anodina que no desvela hasta su último verso su naturaleza poética. AquÃ-, un lago que cuando
«sube al aire, se convierte en aire» finge un abolengo zen; acá, un ondulante vestido se infla de un aire metafórico
con cada pedaleo; más allá, una piscina azul azulejo invita a ahogarse en la reflexión ociosa. Poemas en verso,
poemas en prosa, pequeños ensayos disfrazados de poema, de todo hay en esta botica cuyos dos mejores remedios
contra la excesiva solemnidad poética se exhiben en sendos frascos ambarinos. La etiqueta de uno advierte de
antemano de las consecuencias de su abuso: «Muertes absurdas»; el otro no dice nada, pero dentro trae un recado
para que el lector, siguiendo puntualmente las instrucciones, prepare y se tome una sopa de su propia medicina («Por
favor, al salir, cierre el paréntesis»).
   Al final, desde la puerta del copiloto, el TÃ-o Venancio —oficio: salt(e)ador de trenes— mira pasar el paisaje de su absu
vida ferroviaria en las lÃ-neas de un imposible guión cinematográfico que alguien le sopla, alguien capaz de sentir «el
indicio de un relato en un muro, un graffiti, una esquela, una lámina con nombre, una novela escrita en un rollo de papel
higiénico»... Incluso en un poema. «Apuntador» es una joya de humo, una breve alhaja anómala, de una bella
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imperfección, como la de aquellos sueños que nos perturban pero que quisiéramos seguir «viendo», como la de esas
pelÃ-culas que «soñamos».
   «Todas las grandes novelas de nuestra época comenzaron por hacer exclamar al lector: “¡Esto no es una novela
declaró alguna vez Lezama Lima. También muchos de los poemas más aventurados y propositivos de nuestro tiempo
levantan la ceja de más de un custodio de esa entelequia llamada tradición para hacerlos señalar con dedo flamÃ-gero:
«¡¡¡Eso no es poesÃ-a!!!». Sin duda, Datsun hará que se alce más de una de esas cejas. Xitlalitl RodrÃ-guez lo sabe
y corre el riesgo: dueña de un ánimo bien templado, en Datsun juega sus cartas sin bluffear y apuesta su resto
sabiendo que, en realidad, hay mucho que ganar. Datsun, de Xitlalitl RodrÃ-guez Mendoza. unam / Ediciones de Punto
de Partida, México, 2009. Â
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