Bodas de Oro sacerdotales. 1961-2011 San Bernardo solía hablar de una Iglesia “ante et retro oculata”. Una Iglesia con una mirada atrás y otra adelante. Y en este marco quisiera yo encuadrar mi vida de sacerdote en estos 50 años. Mirada hacia atrás como “memoria agradecida” y mirada adelante como “horizonte de esperanza”, Mirada atrás, “memoria agradecida” Partimos de una verdad incuestionable: Los sacerdotes estamos hechos del mismo barro que los demás hombres: somos frágiles, limitados, pecadores. De Jesús se dice:”En todo semejante a los hombres excepto en el pecado”. De nosotros hay que decir: En todo semejante a los hombres, también en el pecado. Y, porque estamos cercados de pecados, dice la carta a los Hebreos, podemos comprender mejor a los demás. Dicho esto, quiero en nombre también de mis hermanos sacerdotes, dar gracias a Dios por el hecho de ser sacerdote. Cuando en el año sacerdotal nos hemos reunido los sacerdotes para reflexionar sobre nuestro sacerdocio, la palabra que siempre ha salido en todas las reuniones ha sido ésta: gracias. Gracias por ser sacerdotes. Hoy día en que está de moda la palabra “orgullo” (Orgullo nacionalista, orgullo gay, nosotros también estamos orgullosos de ser sacerdotes. Y 1 recitamos con frecuencia:”Me ha tocado un hermoso. Me encanta mi heredad”.(Salmo 15,6) lote Creo que es motivo de acción de gracias el amor sincero y cordial de los sacerdotes a la figura de Jesús. No toleramos que se le ataque, se le ridiculice o simplemente se desdibuje su figura. Y, al hablar de Jesucristo, me refiero al proclamado en Calcedonia: “perfecto Dios y perfecto hombre”. Es el Cristo que cautivaba a Agustín cuando se preguntaba:”Qué es esto que al mismo tiempo me enardece y me estremece? Eres Tú, Dios mío. Me enardece eso que tienes tan semejante a mí: eres hombre como yo; pero me estremece eso que tienes tan distinto a mí: eres Dios”. Por eso, personalmente me encanta el cuadro de María Magdalena, después de la Resurrección, besando los pies de Jesús. Para besarle los pies tuvo que ponerse de rodillas. Es el amor hecho adoración. Y, junto con el amor a Jesucristo, el amor a la Iglesia “como cuerpo suyo”. ( Iª Cor. 12,27). Permitidme una anécdota. En el verano de 1972 estaba yo en Potes (Santander) dando ejercicios espirituales a unas religiosas de Nuestra Señora de la Compasión. Por allá pasó el conocido salesiano Álvaro Ginel, hermano de una de las religiosas, y le invité a la celebración de la Eucaristía. Nos contó que Él venía de París donde había tenido la oportunidad de conocer la fondo la eclesiología de mano de los grandes maestros: De Libac, Chenú , 2 Congar... Su madre, profundamente cristiana, al ir a París, tenía una preocupación por su hijo-sacerdote, como todas nuestras madres de aquella época. Al volver, le dijo a su madre: mamá, te traigo un regalo de París. Hijo mío, ¿qué me traes? Te traigo como regalo: mi pasión por la Iglesia. ¡Bonito regalo! También es motivo de dar gracias a Dios la vida de nuestros padres. ¡Qué padres tan cristianos hemos tenido!. Nuestras madres, al mismo tiempo que nos enseñaron a caminar o nos enseñaron a hablar, nos enseñaron también a rezar. Nuestras madres han tenido “alma sacerdotal”. Por eso podemos decir con Jeremías o San Pablo que somos sacerdotes “desde el vientre de nuestras madres”. O, como diría San Agustín: “parióme a mí mi madre antes en la fe que en la carne”. Y, junto con esta acción de gracias por nuestros padres, me quiero fijar en un detalle a tener en cuenta: el trato exquisito, algunas veces hasta llegar a lo idílico, que los sacerdotes dan a sus padres ancianos. Y, una vez que he hablado de la “Memoria agradecida” quisiera abordar el tema del futuro. Mirada hacia adelante. “Horizonte de esperanza”. Al llegar a esta meta de las bodas de oro, todos estamos ya frisando los 75 años. ¿Podemos todavía hablar de ilusión y de esperanza?. Sí, porque para 3 nosotros el futuro no es “algo” que hay que temer, sino Alguien que nos viene a buscar. Sinceramente creo que el futuro lo debemos abordar: Sin chantajes. Con gran realismo. Con mucha fe. Sin chantajes. No podemos chantajear a Dios diciéndole: Como somos pocos sacerdotes, nos tienes que prolongar la fecha de caducidad. Dejemos a Dios ser Dios y que se cumpla su voluntad en nosotros. Con gran realismo Dentro de unos días, el 24 de este mismo mes, yo cumpliré mis 75 años. Y el Código de Derecho Canónico, en el canon 538, dice:”al párroco, una vez cumplidos los setenta y cinco años de edad, se le ruega que presente la renuncia al Obispo diocesano”. Esto, en términos futbolísticos significa que, en este equipo, yo ya no puedo jugar de titular. Y yo digo: ¿y para qué necesito yo títulos? Me basta con el título que nadie me puede quitar porque es de Derecho Divino: el que me dio Jesucristo cuando me llamó: “Tú, sacerdote para siempre”. Sacerdote. ¡Nada más! y ¡Nada menos!. 4 Yo ya no podré jugar de titular, pero doy gracias a Dios porque todavía puedo jugar de “suplente”. Yo entiendo que si Dios todavía me da salud, no me la para dedicarme a conservar la salud. Yo esto lo entiendo de la siguiente manera. A mí no se me ocurrirá mandar la carta de renuncia por correo y esperar la respuesta. Eso es muy frío. Yo iré uno de estos días a D. Eusebio y le diré: D. Eusebio, yo ya no le puedo ofrecer ni la hora tercia, ni la sexta, ni la nona. Pero todavía me queda la hora úndécima, la última hora. Y es precisamente a los de esta última hora a los que les dice Jesús:”Id también vosotros a mi viña”. (Mt. 20,7). En esta última hora, ¿en qué puedo servir a mi Diócesis a la que tanto debo y a la que tanto amo? Con mucha fe El sacerdote siempre tiene que vivir de fe, pero en esta final tiene que vivir de “sola fe”. Recuerdo unas palabras de Fray Luis de Granada al llegar a esta edad:”Quisiera yo agora, contando siempre con la gracia del Señor, gastar esto poco que queda de vida, en aparejarme para el día de la cuenta, que ya está cerca. No cabe duda de que la cercanía de la muerte hace que la vida se viva con mucha más profundidad e intensidad. 5 En nuestros pueblos, los jubilados que tienen mejor calidad de vida son aquellos que tienen un pequeño huerto y allí cultivan sus borrajas, tomates, pimientos... Su trabajo es un entretenimiento. Pienso que el sacerdote, a esta edad, tiene que tener un huerto en su corazón, es decir, un “pequeño jardín interior”. Y en ese jardín ha de cultivar sólo plantas aromáticas, de exquisito perfume, y que subirán hacia el cielo como el mejor “incienso de la tarde”. Me limito a cuatro de esas plantas y todas comienzan con A. Planta del agradecimiento. No se trata de agradecer sólo lo que Dios nos ha regalado en nuestras vidas, sino de agradecer también los inmensos favores que está dando a toda la humanidad. Miles y millones de personas se aprovechan de los dones de la Naturaleza: El sol, la lluvia, el mar, la montaña... y la mayoría de ellos no son capaces de decir: gracias por tanto derroche. Alguien deberá hacerlo en nombre de ellos. Y nadie mejor que el sacerdote que es puente entre la tierra y el cielo. Siempre me ha impresionado el texto de Pablo en la carta a los Romanos. Al enumerar los grandes pecados de la humanidad, dice:”no le han tributado el honor que merecía, ni le han dado las gracias debidas” ( Ro. 1, 21). 6 Planta de la alabanza. La alabanza, que llena los poemas de los salmistas, se distingue de la acción de gracias en que es la oración más desinteresada. La acción de gracias tiene un carácter antropocéntrico: se da gracias por los beneficios que Dios ha hecho al hombre. La oración de alabanza es teocéntrica. El centro es Dios. Sólo me interesa su gloria. Estoy para Él y para nadie más en estos momentos. En el gloria de la Misa, damos gracias a Dios “por su inmensa gloria”. Los cinco últimos salmos comienzan y terminan con un pletórico Aleluya. Quiere recoger en una palabra todo el contenido de los salmos y, después de invitar a la alabanza a todas las criaturas del cielo y de la tierra, forma una inmensa orquesta con todos los instrumentos musicales. El resultado es un Aleluya, es decir, un grito de entusiasmo y de júbilo para expresar lo inexpresable, aquello que no puede decirse con las meras palabras. Cerquita de mi pueblo, en el Monasterio de santa María de Huerta, hay un fraile pequeño, regordete, simpático: El Padre Ignacio. Él suele decir en plan de gracia que “la santidad también engorda”. Preguntado por su vocación, él mismo dice que no se lo explica. Pero después de más de cincuenta años en el Monasterio, dice:”Me parece bonita una vida dedicada a cantar las alabanzas del Señor, recitar salmos y procurar que Dios disfrute con 7 mi vida”. Qué bonito debe ser eso de vivir para que Dios disfrute...O, como diría nuestro querido sacerdote Martín Descalzo:”al final de la vida quiero dejar a Dios un buen sabor de boca”. Él se refería a su última Misa. Personalmente me da alegría el ver las palabras que puse en mis estampas de mi Ordenación y Primera Misa.”Por Él, con Él y en Él, a ti. Dios Padre, en unidad del Espíritu Santo, todo honor y gloria”. Ya sé que, por mi cuenta, yo no soy nada; pero con Jesús puedo ofrecer a Dios una “alabanza de gloria”. Planta de la Adoración Qué bellas las palabras del gran teólogo del siglo XX Ur Von Baltasar:”Lo importante en la religión es la adoración. Lo demás es juego de niños”. La adoración es lo más contrario al pecado que, por esencia, es no querer aceptar el rol de criatura y pretender ser como Dios. Con la adoración, el hombre toma conciencia de su ser creatural: finito, limitado, contingente, en total dependencia del Absoluto. Creo que, a nuestra edad, la adoración debe ser “existencial”. Aceptar nuestras limitaciones como la mejor manera de expresar que lo que tenemos no es nuestro, es de Otro, y se lo vamos entregando poco a poco, porque es suyo. En este sentido la muerte se nos ofrece como “el supremo acto de adoración”. 8 Permitidme esta confidencia: cuando murió mi madre, quise poner en su lápida unas palabras que me sirvieran también a mí. Y son las palabras del salmo 21,30.”Ante Él se postrarán las cenizas de la tumba, ante Él se inclinarán los que bajan al polvo”. Siempre me han impresionado las palabras de Carlos de Foucauld: “Vosotras mujeres, que habéis triturado perfumes para embalsamar a nuestro Señor, triturad mi vida y trituradme a mí mismo y extendedme como un perfume de agradable olor sobre los pies de Nuestro Señor” El sepulcro de Lázaro despide un olor hediondo. (Jn. 11,39). Es olor a muerte. En cambio, el sepulcro de Jesús huele a perfume exquisito, a jardín, a flor de primavera. Es olor a vida. Nosotros no estamos llamados a volver a la vida, como Lázaro, para volver después a morir. Estamos llamados a resucitar con Cristo. Planta de amor. De entrada, yo no quisiera ser un viejo raro, amargado, displicente, sino un viejo alegre, lleno de ilusión y de esperanza. Si algún día no soy así, me avisáis fraternalmente: eso no es lo que nos dijiste el día de las Bodas de Oro. 9 Los sacerdotes, a esta edad, hemos dado muchos sacramentos. Ahora nos toca ser “sacramento de la ternura de Dios”. Nuestra sacerdocio, por participar del sacerdocio de Jesucristo, es bello como el sol: no sólo cuando nace sino también cuando se pone. Me imagino que la muerte del sacerdote se realizará en un diálogo con Jesús. Se acercará a cada uno de nosotros y nos dirá: ¿Me amas? Y nosotros, con la humildad de un Pedro arrepentido, le diremos: Señor, tú sabes todo, tú me conoces del todo, tú sabes cuánto nos hemos querido, a lo largo de toda vida, ¡tú y yo!. Es verdad que esto es un deseo, un sueño. Pero me animan a pensar así nuestros compañeros sacerdotes que nos han precedido. Por fijarme en los dos últimos, conservo de ellos un bonito recuerdo. Me despedí de José Antonio Marín en el Hospital de Calatayud. Después de abrazarle por última vez, se incorporó y me dio su bendición. Se lo agradecí como el regalo más bonito que me pudo hacer. Con Jesús Garcés estuve en Zaragoza cuando ya estaba muy mal. Y me dijo: “aquí estoy ya en manos de Dios”. No creo que se pueda morir de una manera más bella. En manos del Padre se abandonó Jesús antes de dar el último suspiro. 10 Con cierta libertad, recojo las palabras del poeta Rilke: “En la Naturaleza todo cae: cae la lluvia, cae la tarde; caen los copos de nieve en invierno, y las hojas secas en otoño. Y nosotros...también caemos. Pero hay Alguien que sostiene nuestras caídas: las manos anchas y calientes de nuestro Padre Dios”. Raúl Romero López 11