el magisterio pontificio ordinario

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PAUL NAU
EL MAGISTERIO PONTIFICIO ORDINARIO
Le Magistère pontifical ordinaire, lieu théologique, Revue Thomiste, 56 (1956), 389412
Después del Concilio Vaticano I, ningún católico puede dudar de la autoridad del Papa
al definir un dogma de fe.
Pero las definiciones solemnes no son frecuentes. Las más de las veces, los documentos
pontificios son encíclicas, alocuciones y radiomensajes, que pertenecen al magisterio
ordinario.
Al preguntar ¿qué valor dogmático tienen? la confusión empieza. Con excesivo
simplismo se confunde la autoridad de una enseñanza pontificia con la forma de
proponerla. Si sólo hay que aceptar las definiciones ex cathedra, todas las otras
intervenciones doctrinales del Papa carentes de tal solemnidad no tendrán más valor que
las enseñanzas de un teólogo privado. En este caso, no se daría magisterio ordinario del
Papa. Se crearía un abismo entre sus enseñanzas definitorias- infalibles, y sus
enseñanzas no-definitorias que carecerían de valor.
El magisterio ordinario de la Iglesia no consiste en un acto aislado e irrevocable, sino
en un conjunto de actos que concurren para comunicar una enseñanza. Este es el
procedimiento normal de la Tradición; casi el único que se usó en los primeros siglos, y
el que alcanza generalmente a la mayoría de los cristianos.
El magisterio ordinario del Papa nos aparece, a la luz del Vaticano I, no como un acto
aislado, del que se puede sacar y a toda la luz y certeza, sino como una pluralidad de
afirmaciones que en conjunto concurren a darnos una certeza definitiva. Por lo cual,
ningún acto particular del magisterio ordinario se puede despreciar, como la simple
opinión de un teólogo privado; hay que recogerlos todos como testimonios verdaderos,
aunque de diverso valor.
Si el magisterio ordinario consta de un conjunto de expresiones de diverso valor
teológico, es lógico buscar criterios para discernir el alcance de cada una de ellas.
Estos criterios se pueden reducir a tres:
1) la voluntad del Papa de comprometer al enunciar aquella doctrina;
2) la resonancia en la Iglesia de su enseñanza;
3) continuidad y coherencia de las diversas afirmaciones.
La voluntad del Papa
Dentro del ámbito de su competencia - fe y costumbres-, la voluntad del Soberano
Pontífice es decisiva. El Vicario de Cristo, al ser un instrumento consciente, no
compromete su autoridad sino en el grado que quiere. Puede haber (y hay) casos en que
el Papa no quiera comprometer su autoridad; entonces las enseñanzas del Papa sólo
tendrán un valor privado, y no pertenecen al magisterio de la Iglesia.
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En el extremo opuesto está la voluntad tan expresa del Papa de usar de su autoridad, que
el enunciado de una proposición será suficiente por sí solo para demostrar que pertenece
a la enseñanza de la Iglesia. Tal es el caso de las definiciones solemnes.
Entre estos dos extremos el peso de las afirmaciones pontificias admite grados. Puede
zanjar una controversia, o puede limitarse a dar un consejo o un aviso. Otras veces sólo
orientará los espíritus hacia una solución no plenamente madura aún, alentando a sus
promotores y silenciando a los que se oponen a ella.
Un primer indicio de esta voluntad del Papa puede ser la naturaleza del instrumento
escogido, más o menos solemne. Hay una gran gama de documentos: bulas, encíclicas,
cartas dirigidas a obispos o a presidentes seglares de diversas obras; desde los
radiomensajes a todo el mundo, hasta la simple alocución a un grupo de peregrinos.
Pero la naturaleza del documento sólo es un indicio; el Papa es libre para escoger el
modo de expresión que crea más útil. Así Pío XII declaró que prefería los radiomensajes
por ser más aptos para salvar las barreras creadas por la guerra, que los documentos
escritos.
Tampoco hay que olvidar que dentro del tipo de documentó escogido, hay que
distinguir entre el tema esencial y lo dicho sólo de paso. El objeto de una alocución como la que Pío XII dirigió en 1950 a las comadronas- puede tener más importancia
doctrinal que las exhortaciones de un mensaje radiado.
Resonancia en la Iglesia
El Espíritu Santo asiste personalmente al Papa, pero en bie n de toda la Iglesia, para que
pueda confirmar a sus hermanos. Si un acto pontificio ha de tener gran resonancia en
toda la Iglesia, no se le puede negar una asistencia especial del Espíritu, sin la cual la fe
de todos los fieles podría sufrir una desviación.
Tampoco aquí hay que hacer excesivo hincapié en indicios demasiado materiales.
Instrumentos tan universales como un radiomensaje o una encíclica pueden tener menos
repercusión que una carta o un discurso directamente dirigido a un grupo especializado,
pero para que. sea como portavoz y amplificador de una doctrina.
Este es el caso de las cartas y alocuciones a obispos, que por ser a su vez pastores,
implican un magisterio virtualmente universal. Pero el Papa puede escoger otros
intermediarios; como hizo Pío XII al recordar ciertos principios de moral conyugal
dirigiéndose a auditorios técnicos -vgr. médicos- Sin embargo, tales discursos querían
tener -y tuvieron-, un público muero más amplio que cl auditorio inmediato.
Continuidad y coherencia de la ens eñanza papal
La mayoría de las veces las enseñan-s pontificias ya pertenecen a la doctrina católica, y
no son más que un recuerdo o una ampliación de una enseñanza tradicional. En este
caso, claro está, tienen un valor muy superior al que podría tener una afirmación
absolutamente aislada en el flujo de la tradición. Ante estas enseñanzas no hasta un
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asentimiento prudencial que. bastaría, según la Humani Generis, para una sentencia
aislada sobre materia controvertida.
La continuidad doctrinal se evidencia en primer lugar, por la repetición material de las
mismas verdades. De ordinario, los Papas nos han facilitado la labor llenando sus
encíclicas de citas de sus predecesores, dándonos así la cadena viviente de la tradición.
Pero este criterio se revela todavía de un modo más decisivo en lo que Newman llamaba
la coherencia interna del desarrollo doctrinal.
Es cierto que cada documento debe ser interpretado en su ambiente histórico y no se le
puede cargar de resonancias posteriores, que entonces no tenía Cada Papa ha
desarrollado unos determinados puntos doctrinales, dejando a sus sucesores el cuidado
de aplicarlos a las nuevas circunstancias del futuro. Esta labor fragmentaria de cada
Papa va dirigiría por el Espíritu Santo que. logra un conjunto armónico a base de piezas
de mosaico. Errores opuestos han provocado en la Iglesia reacciones complementarlas,
que el teólogo deberá armonizar.
Por ejemplo, en la doctrina católica sobre el Estado, León XIII tuvo que insistir en la
obediencia del ciudadano; v, en cambio, Pío XI y Pío XII recalcaron los excesos del
totalitarismo. Aquí no hay contradicción, sino que son doctrinas complementarias. En
esta complementación de las enseñanzas pontificias se evidencia su carácter viviente. A
Newman le impresionaba este carácter coherente que no se podía explicar sino por la
presencia en la Iglesia de un principio organizador. Este principio no es otro que la
influencia doctrinal del Pastor Supremo de la Iglesia.
Este criterio es el que ilumina a los anteriores, al valorar cada enseñanza pontificia
dentro del conjunto de la tradición.
Tradujo y condensó: FRANCISCO XAMMAR
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