Comentarios de Elena G de White Ministerios PM WWW.PMMINISTRIES.COM Para un tiempo como este: El apóstol Pablo Lección 1 Para el 5 de Julio del 2008 Sábado 28 de junio Cuando el apóstol Pablo se convirtió de perseguidor en cristiano por medio de la revelación de Cristo, declaró que era como uno nacido fuera de tiempo. Desde ese momento Cristo fue para él todo y en todo. "Para mí el vivir es Cristo", declaró. Ésta es la más perfecta interpretación en pocas palabras, en todas las Escrituras, de lo que significa ser cristiano. Ésta es la verdad plena del evangelio. Pablo entendía lo que muchos parecen ser incapaces de comprender. ¡Cuán intenso era su fervor! Sus palabras demuestran que su mente estaba centrada en Cristo, que toda su vida estaba ligada a su Señor. Cristo era el autor, el sostén y la fuente de su vida (Comentario bíblico adventista, t. 7, p. 345). No hubo hombre vivo que fuera un discípulo de cristo mas honesto, enérgico y abnegado que Pablo. Fue uno de los grandes maestros que el mundo conoció. Cruzó mares y tierras hasta que una gran parte del mundo conoció. Cruzó mares y tierras hasta que una gran parte del mundo conocido escuchó de sus labios la historia de la cruz de Cristo. Estaba lleno de un ardiente deseo de compartir el amor del Salvador con los que perecían sin esperanza (Testimonies, t. 4, p. 402). Domingo 29 de junio: Los antecedentes de Pablo Su padre [de Pablo] era un hombre de reputación. Era de Cilicia, y sin embargo era ciudadano romano, pues Pablo declara que nació [como hombre] libre. Otros obtuvieron esa libertad pagando una gran suma, pero Pablo nació libre. Pablo había sido educado por los maestros más sabios de ese tiempo. Había sido enseñado por Gamaliel. Pablo era rabí y estadista. Era miembro del sanedrín (Comentario bíblico adventista, t. 6, p. 1065). Saulo de Tarso sobresalía entre los dignatarios judíos que se habían excitado por el éxito de la proclamación del Evangelio. Aunque ciudadano romano por nacimiento, era Saulo de linaje judío, y había sido educado en Jerusalén por los más eminentes rabinos. Era Saulo “del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos: cuanto a la ley, Fariseo; cuanto al celo, perseguidor de la iglesia: cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible” (Filipenses 3:45, 6). Los rabinos lo consideraban como un joven muy promisorio, y acariciaban grandes esperanzas respecto a él como capaz y celoso defensor de la antigua fe. Su elevación a miembro del Sanedrín lo colocó en una posición de poder. Saulo había tomado una parte destacada en el juicio y la condena de Esteban; y las impresionantes evidencias de la presencia de Dos con el mártir le habían inducido a dudar de la justicia de la causa que defendía contra los seguidores de Jesús. Su mente estaba profundamente impresionada. En su perplejidad, se dirigió a aquellos en cuya sabiduría y juicio tenía plena confianza. Los argumentos de los sacerdotes y príncipes lo convencieron finalmente de que Esteban era un blasfemo, de que el Cristo a quien el discípulo martirizado había predicado era un impostor, y de que los que desempeñaban cargos sagrados tenían razón (Hechos de los apóstoles, p. 92). Los hebreos habían sido instruidos por Moisés, el siervo de Dios, a entrenar a sus hijos en hábitos de trabajo. Se consideraban a la indolencia como un gran pecado, y se les requería a los jóvenes a aprender una profesión que, llegado el caso, pudiera darles con que vivir. Se consideraba que los padres que no lo hacían no estaban siguiendo las instrucciones del Señor. Al trabajo manual se lo consideraba digno y elevado y se instaba a los hijos a combinar los deberes religiosos con los negocios. En el tiempo de Cristo, aun los judíos ricos continuaban con esta costumbre. Pablo había sido bien educado y era admirado por su genio y elocuencia. Había sido elegido por sus conciudadanos como un miembro del Sanedrín, y era considerado como un rabí de grandes habilidades. Sin embargo, su educación no hubiera sido completa sino hubiese aprendido alguna profesión manual que le fuera útil. Por eso se alegraba de tener una forma de sostenerse con un trabajo manual y frecuentemente declaró que hacia frente a sus necesidades con sus propias manos. Cuando visitaba una ciudad, no habría de ser una carga para gente extraña. Si sus medios se gastaban en hacer avanzar la causa de Cristo, se dedicaba nuevamente a su profesión para ganarse la vida. (Life Sketches From the Life of Paul, pp. 100) Pablo, el gran apóstol a los gentiles, aprendió el oficio de fabricar tiendas. Ese oficio tenia diversas categorías mas altas y mas bajas. Pablo había aprendido el oficio de más elevada categoría, pero también podía trabajar en las otras si las circunstancias así lo requerían. (Cada día con Dios, p. 214) Lunes 30 de junio: Pablo: su conversión y llamamiento El martirio de Esteban causó una profunda impresión en todos los que fueron testigos del hecho. Significó una dura prueba para la iglesia, pero dio como resultado la conversión de Saulo. La fe, la constancia y la glorificación del mártir no pudieron desaparecer de su memoria. El sello de Dios estampado en su rostro, sus palabras, que alcanzaron a cada alma de todos los que lo escucharon, excepto de los que se endurecieron por resistir la luz, permanecieron en la memoria de los presentes y dieron testimonio de la verdad de lo que él había proclamado. No se pronunció sentencia legal en el caso de Esteban, pero las autoridades romanas recibieron grandes sumas de dinero para no investigar el caso. Saulo parecía imbuido de un celo frenético en ocasión del juicio y la muerte de Esteban. Parecía enfurecido por su secreta convicción de que Esteban había sido honrado por Dios en el mismo momento cuando los hombres lo deshonraban. Continuó persiguiendo a la iglesia de Dios, lanzando cacerías contra sus miembros, prendiéndolos en las casas y entregándolos a los sacerdotes y gobernantes para que los encerraran en la cárcel y les dieran muerte. El celo con que lanzó esta persecución constituyó un terror para los cristianos de Jerusalén. Las autoridades romanas no hicieron esfuerzos especiales para detener esta cruel obra y, por el contrario, en secreto ayudaron a los judíos con el fin de reconciliarse con ellos y asegurarse sus favores. El erudito Saulo fue un instrumento poderoso en manos de Satanás para llevar adelante su rebelión contra el hijo de Dios; pero Alguien más poderoso que Satanás había seleccionado a Saulo para que ocupara el lugar del mártir Esteban y trabajar y sufriera por su nombre. Saulo era muy estimado por los judíos tanto por su erudición como por su celo para perseguir a los creyentes. No fue miembro del Sanedrín hasta después de la muerte de Esteban, cuando se lo eligió para ocupar un lugar en ese cuerpo teniendo en cuenta la parte que había desempeñado en esa oportunidad (La historia de la redención, pp. 277-279). La mente de Saulo fue sumamente conmovida por la muerte triunfante de Esteban. Sus prejuicios fueron sacudidos; pero las opiniones y los argumentos de los sacerdotes y gobernantes finalmente lo convencieron de que Esteban era blasfemo; que Jesucristo a quien él predicaba era un impostor y que los que desempeñaban oficios sagrados debían tener razón. Puesto que era un hombre de mente decidida y firmes propósitos, su oposición al cristianismo fue sumamente incisiva una vez que se convenció de que las opiniones de los sacerdotes y escribas eran correctas. Su celo lo indujo a dedicarse voluntariamente a perseguir a los creyentes. Logró que algunos santos fueran arrastrados ante los concilios, encarcelados o condenados a muerte sin ninguna evidencia de ofensa, salvo su fe en Jesús. De un carácter similar, aunque orientado en otra dirección, era el celo de Santiago y Juan cuando querían que descendiera fuego del cielo y consumiera a los que habían despreciado y se habían burlado de su Maestro. (La historia de la redención, pp. 280) Qué humillación representó para Pablo saber que todo el tiempo en que él usó sus facultades contra la verdad, pensando que estaba prestando un servicio a Dios, estaba persiguiendo a Cristo. Cuando el Salvador se reveló ante Pablo en los brillantes rayos de su gloria, quedó lleno de aborrecimiento por su obra y por sí mismo. El poder de la gloria de Cristo podría haberlo destruido; pero Pablo era un prisionero de esperanza. Quedó físicamente ciego por la gloria de la presencia de Aquel a quien había blasfemado, pero eso sucedió para que pudiera tener vista espiritual, para que pudiera ser despertado del letargo que había entorpecido y desvirtuado sus percepciones. Cuando despertó su conciencia, actuó acusándose a sí mismo enérgicamente. El celo de su obra, su decidida resistencia a la luz que brillaba sobre él mediante los mensajeros de Dios, ahora producía condenación en su alma y estaba embargado de amargos remordimientos. Ya no se consideraba justo, sino condenado por la ley en pensamiento, en espíritu y en acciones. Se veía a sí mismo como pecador completamente perdido, sin el Salvador a quien había estado persiguiendo. En los días y las noches de su ceguera tuvo tiempo para reflexionar, y se rindió ante Cristo sintiéndose impotente y sin esperanza. Sólo Cristo podía perdonarlo y revestirlo de justicia (Comentario bíblico adventista, t. 6, pp. 1057, 1058). Martes 1 de julio: Pablo: un hombre de pasiones semejantes Pablo era consciente de sus debilidades y sabía que no podía confiar en sus propias fuerzas. Refiriéndose a la ley, dice: "El mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte". Había confiado en las obras de la ley en las que se sentía "irreprensible" y dependía de su propia justicia. Pero cuando se miró en el espejo de la ley, y se vio a sí mismo como Dios lo veía, lleno de errores y manchando de pecado, exclamó: "¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Romanos 7:10, 24). Entonces Pablo contempló al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; escuchó su voz diciendo; "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí" (S. Juan 14:6), y decidió apropiarse de los beneficios de su gracia salvadora: morir al pecado, lavar su culpa en la sangre de Cristo, vestirse con su manto de justicia y llegar a ser un pámpano en la Vid viviente. Decidió caminar con Cristo y hacer de él, no una parte de su salvación complementándola con buenas obras de su parte, sino aceptarlo como el todo en todo; como el primero, el último y el mejor en todas las cosas. Su fe le permitió extraer de Cristo la vida y el poder que lo capacitaría para modelar su vida tras el divino ejemplo. Todo esto no era el resultado de su propia justicia, sino de la justicia de su Salvador (Signs of the Times, noviembre 24, 1890). Allí fue donde Marcos, abrumado por el temor y el desaliento, vaciló por un tiempo en su propósito de entregarse de todo corazón a la obra del Señor. No acostumbrado a las penurias, se desalentó por los peligros y las privaciones del camino. Había trabajado con éxito en circunstancias favorables; pero ahora, en medio de la oposición y los peligros que con tanta frecuencia asedian al obrero de avanzada, no supo soportar las durezas como buen soldado de la cruz. Tenía todavía que aprender a arrostrar el peligro, la persecución y la adversidad con corazón valiente. Al avanzar los apóstoles, y al sentir la aprensión de dificultades aun mayores, Marcos se intimidó, y perdiendo todo valor, se negó a avanzar, y volvió a Jerusalén. Esta deserción indujo a Pablo a juzgar desfavorable y aun severamente por un tiempo a Marcos. Bernabé, por otro lado, se inclinaba a excusarlo por causa de su inexperiencia. Anhelaba que Marcos no abandonase el ministerio, porque veía en él cualidades que le habilitarían para ser un obrero útil para Cristo. En años ulteriores su solicitud por marcos fue ricamente recompensada; porque el joven se entregó sin reservas al Señor y a la obra de predicar el mensaje evangélico en campos difíciles. bajo la bendición de Dios y la sabia enseñanza de Bernabé, se transformó en un valioso obrero. Pablo se reconcilió más tarde con Marcos, y le recibió como su colaborador. También lo recomendó a los colosenses como colaborador "en el reino de Dios", y uno que me ha "sido consuelo" (Colosenses 4:11). De nuevo, no mucho antes de su muerte, habló de Marcos como uno que le era "útil para el ministerio" (2 Timoteo 4:11) (Los hechos de los apóstoles, pp. 137, 138). Pablo oró para que el "aguijón" en su carne le fuese quitado, pero el Señor le dio algo mucho más valioso: gracia para soportarlo con paciencia. El poder de Cristo se manifestó en su debilidad y Pablo fue capaz de soportar en su cuerpo lo que Cristo había soportado en el suyo. Jesús también había orado para que si fuera posible se evitara su amarga copa, pero no fue liberado de su obligación de beberla; en cambio se le dio fuerza para soportar su amargor. Jesús había dicho: "No se haga mi voluntad sino la tuya" (Present Truth, enero 30, 1890). Pablo sufría de una afección corporal: su vista era deficiente. Pensó que con oraciones fervientes podría eliminarse ese mal; pero el señor tenía un propósito, y le dijo a Pablo: No me hables más de este asunto. Es suficiente mi gracia. Hará que puedas soportar la dolencia (Comentario bíblico adventista, t. 6, p. 1107). Miércoles 2 de julio: Vida y salvación por medio de Cristo Para Pablo, la cruz era el único objeto de supremo interés. Desde que fuera contenido en su carrera de persecución contra los seguidores del crucificado Nazareno, no había cesado de gloriarse en la cruz. En aquel entonces se le había dado una revelación del infinito amor de Dios, según se revelaba en la muerte de Cristo; y se había producido en su vida una maravillosa transformación que había puesto todos sus planes y propósitos en armonía con el cielo. Desde aquella hora había sido un nuevo hombre en Cristo. Sabía por experiencia personal que una vez que un pecador contempla el amor del Padre, como se lo ve en el sacrificio de su Hijo, y se entrega a la influencia divina, se produce un cambio de corazón, y Cristo es desde entonces todo en todo. En ocasión de su conversión, Pablo se llenó de un vehemente deseo de ayudar a sus semejantes a contemplar a Jesús de Nazaret como el Hijo del Dios vivo, poderoso para transformar y salvar. Desde entonces dedicó enteramente su vida al esfuerzo de pintar el amor y el poder del Crucificado. Su gran corazón simpatizaba con todas las clases sociales. "A griegos y a bárbaros -declaraba-, a sabios y a no sabios soy deudor" (Romanos 1:14). El amor por el Señor de gloria, a quien había perseguido tan implacablemente en la persona de sus santos, era el principio propulsor de su conducta, su fuerza motriz. Si alguna vez su ardor en la senda del deber flaqueaba, una mirada a la cruz y al asombroso amor allí revelado, bastaba para inducirlo a ceñirse los lomos de su entendimiento y avanzar en la senda de la abnegación (Exaltad a Jesús, p. 240). En la cruz, Cristo no sólo mueve a los hombres al arrepentimiento hacia Dios por la transgresión de la ley divina (pues Dios induce primero al arrepentimiento a aquel a quien perdona), sino que Cristo ha satisfecho la justicia. Se ha ofrecido a sí mismo como expiación. Su sangre que mana abundantemente, su cuerpo quebrantado, satisface las demandas de la ley violada y así salva el abismo que ha producido el pecado. Sufrió en la carne para que con su cuerpo magullado y quebrantado pudiera cubrir al pecador indefenso. La victoria que ganó con su muerte en el Calvario destruyó para siempre el poder acusador de Satanás sobre el universo y silenció sus acusaciones de que la abnegación era imposible en Dios y, por lo tanto, no era esencia en la familia humana. Cristo era sin pecado; si así no hubiera sido, su vida en carne humana y su muerte de cruz no hubieran sido de mayor valor, a fin de obtener gracia para el pecador, que la muerte de cualquier otro hombre. A la par que asumió la humanidad era una vida unida con la Divinidad. Podía deponer su vida tanto en calidad de sacerdote como de víctima... Se ofreció sin mancha a Dios. La expiación de Cristo selló para siempre el pacto eterno de la gracia. Era el cumplimiento de todas las condiciones que, por estar quebrantadas, habían inducido a Dios a suspender la libre comunicación de la gracia a la familia humana. Se quebrantó entonces toda barrera que impedía la más libre actuación de la gracia, la misericordia, la paz y el amor hacia el más culpable de los miembros de la raza de Adán (La maravillosa gracia de Dios, p. 153). Mediante Cristo, se dan al hombre tanto restauración como reconciliación. El abismo abierto por el pecado ha sido salvador por la cruz del Calvario. Un rescate pleno y completo ha sido pagado por Jesús en virtud del cual es perdonado el pecador y es mantenida la justicia de ley. Todos los que creen que Cristo es el sacrificio expiatorio pueden ir y recibir el perdón de sus pecados, pues mediante los méritos de Cristo se ha abierto la comunicación entre Dios y el hombre. Dios puede aceptarme como a su hijo y yo puedo tener derecho a él puedo regocijarme en él como en mi Padre amante. Debemos centralizar nuestras esperanzas del cielo únicamente en Cristo, pues él es nuestro sustituto y garantía (La maravillosa gracia de Dios, p. 177). Jueves 3 de julio: Temas de Esperanza Nuestra aceptación delante de Dios es segura sólo mediante su amado Hijo, y las buenas obras no son sino el resultado de la obra de su amor que perdona los pecados. Ellas no nos acreditan y nada se nos concede por nuestras buenas obras por lo cual podamos pretender una parte en la salvación de nuestra alma. La salvación es un don gratuito de Dios para el creyente, que sólo se le da por causa de Cristo. El alma turbada puede hallar paz por la fe en Cristo, y su paz estará en proporción con su fe y confianza. El creyente no puede presentar sus obras como un argumento para la salvación de su alma. Pero, ¿no tienen verdadero valor las buenas obras? El pecador que diariamente comete pecados con impunidad, ¿es considerado por Dios con el mismo favor como aquel que por la fe en Cristo trata de obrar con integridad? las Escrituras contestan: 'Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas". El Señor en su providencia divina y mediante su favor inmerecido, ha ordenado que las buenas obras sean recompensadas. Somos aceptados únicamente mediante los méritos de Cristo; y los hechos de misericordia, las obras de caridad que hacemos, son los frutos de la fe y se convierten en una bendición en una bendición para nosotros, pues los hombres serán recompensados de acuerdo con sus obras. La fragancia de los méritos de Cristo es lo que hace que nuestras buenas obras sean aceptables delante de Dios y la gracia es la que nos capacita para hacer las obras por las cuales él nos recompensa. Nuestras obras en sí mismas y por sí mismas no tienen mérito. Cuando hayamos hecho todo lo que podamos hacer, debemos considerarnos como siervos inútiles. No merecemos el agradecimiento de Dios, pues sólo hemos hecho lo que era nuestro deber, y nuestras obras no podrían haber sido hechas con la fortaleza de nuestra propia naturaleza pecaminosa. El Señor nos ha ordenado que nos acerquemos a él, y él se acercará a nosotros; y acercándonos a él recibimos la gracia por la cual podremos hacer aquellas obras que serán recompensadas por sus manos (Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 1096). La recompensa, las glorias del cielo, concedidas a los vencedores, estarán en proporción con el grado en que hayan representado el carácter de Cristo ante el mundo. "El que siembra escasamente, también segará escasamente". Gracias a Dios porque tenemos el privilegio de sembrar en la tierra la semilla que se cosechará en la eternidad. La corona de la vida será brillante u opaca, relucirá con muchas estrellas, o será iluminada con unas pocas gemas, de acuerdo con nuestro proceder. Día tras día podemos estar colocando un buen fundamento antes de que llegue el tiempo venidero. Mediante la abnegación, practicando el espíritu misionero, llenando nuestra vida con todas las buenas obras posibles y procurando así representar a Cristo en carácter de modo que ganemos muchas almas para la verdad, tendremos puesta la mirada en el galardón. Depende de nosotros si caminamos en la luz, si aprovechamos al máximo cada oportunidad y cada privilegio, si crecemos en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, y así haremos las obras de Cristo y nos aseguraremos un tesoro en los cielos (Comentario bíblico adventista, t. 6, pp. 1104, 1105). Es un error fatal pensar que no hay nada que debéis hacer para obtener la salvación. Habéis de cooperar con los seres celestiales... Hay una cruz que debe levantarse en el sendero, una muralla que escalar antes de que entréis en la ciudad eterna, una escalera que subir antes de llegar a la puerta de perlas; y cuando comprendáis vuestra incapacidad y debilidad y claméis pidiendo ayuda, desde los bastiones celestiales oiréis una voz que diga: "Echa mano... de mi fortaleza" (Isaías 27:5, V.M.) (A fin de conocerle, p. 117). Viernes 4 de julio Los Hechos de los Apóstoles, pp. 93-101 ___________________________________________ Compilador: Dr. Pedro J. Martinez