1. Cambios y mejoras en la Escuela Católica de América.

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 Misioneras Hijas de la Sagrada Familia de Nazaret
“¿Qué cambios y mejoras se deben dar en la Escuela Católica de América para
el siglo XXI?”
Hna. Monserrat del Pozo. Superiora General de las Misioneras Hijas de la Sagrada
Familia de Nazaret
Afortunadamente hoy ya no es ninguna novedad hablar de la necesidad del
cambio en las escuelas, de la urgencia del cambio en educación. Es una
constatación que está presente en casi todos los países, porque la educación es
para la vida y la vida nunca es estática, cambia y vivimos en un mundo
especialmente dinámico y cambiante. Me han preguntado muchas veces tanto
profesores como familias: ¿Por qué hablamos de cambio ahora? No es una
moda, es una exigencia y hay razones muy profundas que lo urgen. Cuando en el
Colegio sentimos la urgencia del cambio, hace ya algunos años, fue porque
entendimos que había que educar para la vida. Habíamos constatado que
nuestros alumnos eran excelentes estudiantes, salían de nuestras escuelas con las
mejores calificaciones, que también obtenían magníficos resultados en la
universidad, pero eran competitivos, poco solidarios… comprendimos que si no
habían adquirido la competencia global que los hace capaces de
comprometerse en la mejora del mundo, el objetivo de la educación cristiana no
se había cumplido. A partir de ahí optamos por el cambio.
Admitida la necesidad del cambio, la siguiente pregunta siempre es ¿entonces,
ante este desafío, por dónde hay que empezar? La respuesta es muy sencilla: hay
que comenzar por quererlo. El gran desafío de la escuela en este momento es
querer cambiar. Y esto siempre da un cierto miedo, porque es ir de las
seguridades a lo incierto. En el paradigma del siglo XIX todo estaba muy seguro.
La escuela, fruto de la revolución industrial, tenía muy claros los contenidos
iguales, para edades idénticas, a impartir en el mismo tiempo, y de la misma
manera. Todo perfectamente trabado, orientado, dispuesto, un maestro casi
omnipotente y ninguna sorpresa. El siglo XXI nos ha lanzado a los educadores a
mar abierta y en ella hay que educar, con todas las incertidumbres que ello nos
provoca, por esto a veces nos sentimos indefensos y de alguna manera añoramos
antiguos paradigmas. Pero el compromiso de nuestra profesionalidad nos exige
hacer las cosas de otra manera, porque queremos que nuestras escuelas sean
verdaderas escuelas de calidad.
Por imperativo de nuestra misión educadora hoy necesitamos escuelas de
calidad, escuelas en las que el alumno sea el verdadero protagonista, escuelas
vivas, y porque estamos convencidos de que nuestra misión es evangelizar, hoy
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son necesarias escuelas movidas por la brisa suave del Espíritu, escuelas pioneras
que eduquen hoy para un mañana todavía desconocido, escuelas que ayuden
a formar alumnos competentes, comprometidos con el bien, buscadores de la
verdad, sensibles a la belleza.
Y me dirán ¿Cómo conseguir una escuela de calidad? Es el resultado de muchos
factores, pero para llegar a ser una escuela de Calidad hay que crear una
Cultura de Centro. Entiendo por Cultura de Centro el estilo que lo define, su
manera de vivir los valores, su forma de analizar los acontecimientos, de “leer” la
actualidad, el humus que hace que toda la comunidad educativa se identifique
con los valores propios. Cultura de Centro que respira relación, encuentro,
confianza, autonomía,… y, por supuesto, nada de esto se improvisa.
Llegar a la Escuela de calidad que queremos requiere liderazgo. El Equipo
Directivo es el verdadero líder, alma, fuerza que impulsa el cambio en una
escuela. Hay muchas clases de liderazgo, lo sabemos. Desde los liderazgos
fuertes, personalísimos, impositivos, que hacen que todo gire en torno a ellos que,
aunque puede ser cómodo para algunos, porque generan una cierta seguridad,
ya casi nadie tolera, hasta el liderazgo respetuoso, que conoce, confía y hace
crecer a cada uno, facilitándolo que saque lo mejor de sí mismo. Un liderazgo
compartido que, desde una clara visión, impulsa a todos a caminar hacia la
misión común, un liderazgo que aglutina, entusiasma y vibra está en la base de
una Escuela de Calidad. Y que nadie se asuste porque en este caminar juntos, en
este avanzar no hay caminos hechos, me gusta iluminarlo con esta imagen, hay
que seguir construyendo el avión mientras volamos.
Si miramos la educación en el mundo, hoy existen muchos informes nacionales e
internacionales - indicadores más o menos válidos - que nos hablan de sistemas
educativos que se han deteriorado y de otros que avanzan con éxito. ¿Dónde
radica el secreto? Una vez analizados, todos coinciden en que los sistemas
educativos que tienen éxito son aquellos en los que hay una meta común,
cooperación, creatividad, equidad, profesionalidad de los profesores,
responsabilidad basada en la confianza. Por el contrario, los factores que han
deteriorado los sistemas educativos son la competitividad, los resultados basados
únicamente en exámenes, el elitismo, la estandarización, la de-profesionalización
del profesorado. No es necesario comentarlo. El camino está claro, hay que
recorrerlo. Claro que esto supone un cambio y un gran cambio que además
debe darse en todo el Centro. El cambio debe ser sistémico, total; nadie puede
pretender el cambio limitándose solamente a un curso, para probar, porque en él
hay un maestro entusiasmado.
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A mi juicio tres grandes conceptos resumen lo que entiendo que es necesario
para conseguir el cambio que queremos: Equidad, Capital Profesional y Juego.
Entiendo por equidad el saber dar a cada uno lo que necesita, muy diferente de
dar a todos lo mismo. Bien decían los clásicos que “súmmum ius, summa iniuria” la
máxima justicia, (todos igual) puede ser la máxima injusticia”. La aplicación de las
Inteligencias Múltiples es básica para valorar a cada alumno y ayudarle a sacar lo
mejor de sí mismo, desde sus posibilidades. Es que todos los alumnos son
inteligentes, pero todos son diferentes y hay que ofrecer igual número de
oportunidades y recursos, a fin de que cada uno consiga su mejor desarrollo.
Al hablar del Capital Profesional me refiero a la excelente obra de Andy
Hargreaves y Michael Fullan en la que desarrollan largamente este concepto.
Para el cambio en una Escuela es necesario el Capital Profesional que está
formado por la suma del capital humano, el capital social y el capital decisorio.
No cabe duda de que siempre, y me atrevería a decir más en educación, lo
fundamental son las personas. Es imprescindible el capital humano. Y entiendo
por capital humano la titulación, la buena formación del profesorado, sin olvidar
que la mejor formación permanente todo maestro la adquiere en el aula, cada
día.
El capital social lo forman las relaciones que se establecen tanto entre profesores,
como de los profesores con la dirección, porque estas interacciones y relaciones
sociales son básicas en todo colectivo y más en una escuela.
Y finalmente el capital decisorio, el capital fruto de generar oportunidades para
que el profesorado pueda reflexionar y establecer planes de mejora para el
Centro, pero no de manera esporádica, sino habitualmente.
La clave está en el poder del capital profesional, es decir, en el desarrollo
sistemático y la integración de los tres tipos de capital: humano, social y decisorio.
El capital profesional tiene que ver con la responsabilidad colectiva, (no con la
autonomía individual. No son eficaces los francotiradores); con una formación
rigurosa y permanente, un aprendizaje continuado, con la retroalimentación y la
evaluación, con el ir más allá de la evidencia para estar abierto a las
necesidades y prioridades del alumnado y de la sociedad.
Y Juego. Sí, he dicho juego. No son incompatibles, como se había creído, el juego
y el aprendizaje, al revés. Hay una dimensión del juego que lleva consigo la
investigación, la motivación, el desafío en el nivel adecuado, el riesgo… todo ello
hace que cuando un alumno está jugando esté tan atento a lo que hace que
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parece que el tiempo se detenga y puede surgir lo que tan atinadamente
Csikszentmihalyi llama “Fluir”. ¿Por qué no hacer del aprendizaje algo parecido?
Hemos de generar un aprendizaje distinto, un aprendizaje por Proyectos que
entusiasme, motive, un aprendizaje que incluya entendimiento, corazón y manos,
nos recordaba el Papa Francisco en el Congreso Mundial de Educación Católica,
recién celebrado en Roma. No podemos olvidar las emociones que tantas veces
juegan un papel decisivo en el aprendizaje, y por supuesto lo que no cristaliza en
obras no está aprendido del todo. Queremos un aprendizaje distinto porque
queremos un alumno ético, un alumno excelente y un alumno comprometido
con el bien y la sociedad en la que vive. Un alumno que sienta la ternura de
Jesús Maestro, un alumno que sepa que su vida tiene sentido y que encuentre el
gran sentido de la vida en hacer el bien a los demás, un alumno que se siente
responsable del cambio del mundo, un alumno misericordioso, evangélico,
excelente en empatía, que sepa ponerse en el lugar del otro y sentir con el otro y
que actúe en consecuencia.
Este cambio necesario, querido y buscado es el que lleva a cuatro grandes
transformaciones en el Centro que apuesta por él.
Tendrá que cambiar el currículo, para integrar las inteligencias Múltiples y
adecuarlo a las necesidades del alumno actual, añadiendo materias nuevas,
cambiando otras; al transformar el currículo es necesario adoptar otras
metodologías y por supuesto se ha de transformar la evaluación, que debe ser
continua y no tanto del aprendizaje cuanto para el aprendizaje. Estas
trasformaciones llevan a un cambio en el papel del alumno, verdadero
protagonista de su aprendizaje y del profesor que se convierte en un guía, tutor,
orientador.
A partir de ahí es necesaria la transformación de toda la organización del Centro.
No puede seguir habiendo el esquema una hora/un profesor/un grupo alumnos y
cuando la organización de todo el Centro cambia, la arquitectura también tiene
que transformarse.
¿Difícil? No lo sé, lo que sí sé es que entusiasma, que da buenos resultados, que
genera un aprendizaje personalizado, que es para la vida y que va configurando
una escuela de calidad, con comunidades profesionales de aprendizaje en las
que todos aprenden.
Sin olvidar nunca que el primer cambio siempre es querer al alumno.
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