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El Arzobispo
de Santiago de Compostela
SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI
Junio de 2006
Este es el misterio de nuestra fe. La participación filial en la comunión de vida y
de amor divinos, fue nuestro origen, revela nuestra salvación e indica nuestro
destino. Dios nos envió a su Hijo que en su encarnación inauguró un misterioso
encuentro con el hombre; en su muerte redentora nos libró de la esclavitud del
pecado; en su resurrección venció la muerte; con el don del Espíritu Santo
vivificó el mundo con la vida divina, habiéndonos dejado la Eucaristía como
alimento, fuerza y luz del nuevo Pueblo de Dios. Revivimos en esta solemnidad
el estupor y la maravilla ante esta verdad de fe que es la presencia real de Cristo
en la Eucaristía. “¡En medio de vosotros hay uno a quien no conocéis!”.
La liturgia de esta solemnidad nos hace exclamar: “¡Oh sagrado convite en el
que se recibe a Cristo!”, “¡Oh víctima de salvación!” y nos recuerda la alianza de
Dios con el hombre en la historia de la salvación, pactos de amor y fidelidad
mutua: Dios protegiendo al hombre, el hombre confiando en Dios y
obedeciéndole. La alianza con Noé, Abrahán y Moisés son anuncios renovados
de la alianza de Dios con los hombres en la sangre de Cristo, una sangre que
purifica, embellece y santifica, redime e intercede, sella y une en alianza nueva
y definitiva de la que nadie queda excluido. Sólo Cristo es el centro y el único
contenido de lo que hoy celebramos.
Toda la historia de Dios con los hombres se resume en la Eucaristía que es
presencia divina que responde. “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo
del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6,56).
Nuestra vitalidad cristiana depende de la Eucaristía y está esencialmente
vinculada a ella de tal forma que sin vida eucarística no puede haber sino
apariencias o convencionalismos de vida cristiana. “El que come de este pan,
vivirá para sempre” (Jn 6,59). Compartir el pan de la Eucaristía nos lleva a
recordar la dimensión trascendente del hombre y a configurar la sociedad
respectando la ley santa de Dios reflejada en la ley natural y en la recta razón,
que muestra al hombre el camino que debe seguir para practicar el bien y
alcanzar su fin, manifiesta la dignidad de la persona y determina la base de sus
derechos y de sus deberes fundamentales. Lo auténticamente cristiano es lo
auténticamente humano. Defender los valores de Dios es defender los valores
del hombre.
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El Arzobispo
de Santiago de Compostela
La Eucaristía en la que se encierra todo el bien espiritual de la Iglesia, es
misterio de fe con su fuerza protectora y liberadora. Nos une íntimamente a
Cristo, “llevando siempre en el cuerpo la mortificación de Cristo Jesús, para que
la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo”, hasta que podamos decir:
“Estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Y
aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y
se entregó por mí” (Gal 2,19-20). Esta conciencia nos compromete a servir como
Jesús que lavó los pies a sus discípulos, se inclinó a los heridos del camino física
y espiritualmente, escuchó y curó a los enfermos de cuerpo y alma. Sólo así se
convierte para nosotros en misterio de luz y fuente de vida, revelación y
manifestación del amor. Al alimentarnos de este amor de Cristo, compartimos
sus sentimientos, y nos sentimos urgidos a aceptarnos y comprendernos,
perdonarnos y amarnos, superando toda enemistad, rivalidad y
distanciamiento. No se pueden entender las actitudes de lejanía o rivalidad o
resentimiento o envidia entre los que participan en el banquete de Cristo.
A este banquete todos estamos invitados. Nadie queda excluido aunque no
todos aceptan. Así “recordamos la actuación de Jesús cuando comía con los
excluidos e impuros, con los pobres y pecadores. Recordamos la multiplicación
de los panes y los peces en la que hubo pan para todos. Allí entendemos que el
pueblo de la nueva alianza es una fraternidad sin exclusiones, que es el Señor
quien nos constituye en esa nueva familia, en la nueva fraternidad en la que no
hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer ya que todos somos
uno en Cristo Jesús”. Pero no banalicemos la Eucaristía. San Pablo dice: “Quien
coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la
Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual a sí mismo y después coma el pan
y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe
su propio castigo”. En los primeros tiempos de la Iglesia, en el momento de la
comunión, resonaba un grito en la asamblea: “¡Quien es santo que se acerque,
quien no lo es que se arrepienta!”. La causa de nuestro estupor ante el misterio
eucarístico es la condescendencia y el amor de Dios que se visibilizan en la
Eucaristía y en la caridad que de ella procede.
É o Día da Caridade. Ó adora-la Eucaristía estamos a manifestar que “nós
coñecimos o amor que Deus nos ten e crimos nel”, manifestación fundamental
da nosa vida coma cristiáns. “Deus é amor e quen permanece no amor,
permanece en Deus e Deus permanece nel” (1Xn 4,16). O amor está no centro da
nosa vida: “Amarás ó Señor o teu Deus e ó próximo coma a ti mesmo”, coma
resposta ó don do amor co que Deus ven ó noso encontro. A caridade é tarefa
de toda a Igrexa: “na comunidade de crentes non debe haber un xeito de
pobreza na que se negue a alguén os bens necesarios para unha vida decorosa”.
“A mellor defensa de Deus e do home consiste no amor” porque “a Eucaristía
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non é só expresión de comuñón na vida da Igrexa; é tamén proxeto de
solidariedade para toda a humanidade” (MND 27).
¡Ditosos os invitados ó banquete do Señor! Ó banquete do Señor hai que
achegarse con humildade e limpeza de corazón, asumindo o compromiso de
contribuír a converti-la humanidade nunha fraternidade universal que supere
tódalas exclusións. “Moitos son os problemas que escurecen o horizonte do
noso tempo. Baste pensar na urxencia de traballar pola paz, de poñer premisas
sólidas de xustiza e solidariedade nas relacións dos pobos, de defende-la vida
humana… Neste mundo é onde ten que brilla-la esperanza cristiá. Anuncia-la
morte do Señor ata que veña, comporta para os que participan na Eucaristía, o
compromiso de transforma-la vida, para que toda ela chegue a ser, en certo
modo, eucaristía”. O programa do cristián é o programa do bo samaritano, é o
programa de Xesús. Neste momento a constante chegada de inmigrantes
apremia ao servizo da caridade, dándolles acollida e favorecendo a súa
integración.
Contemplemo-la nosa vida á luz da Eucaristía que ilumina a dignidade de toda
persoa sexan cales foren as súas circunstancias. “Que a fe en Deus que,
encarnándose, fíxose o noso compañeiro de viaxe, se proclame por doquier e
particularmente polas nosas rúas, coma expresión do noso amor agradecido e
fonte de inagotable bendición”. “Ao contemplar en adoración a Hostia
consagrada, atopámosnos coa grandeza do seu don; pero nos atopamos tamén
coa Paixón, coa Cruz de Xesús e a súa resurrección. A través desta
contemplación en adoración, El atráenos cara a si, penetrando no seu misterio,
por medio do cal quere transformarnos, como transformou o pan e o viño no
seu Corpo y no seu sangue. “En a procesión, seguimos este signo e deste xeito
seguímoslle a El mesmo. E pedímoslle: ¡guíanos polos camiños da nosa historia
entre tantos interrogantes!” ¡Bendito e louvado sexa o santísimo Sacramento do
Altar, sexa por sempre bendito e louvado! Amén.
+Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela
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