DEONTOLOGIA PRACTICA (IV)- La rendición de cuentas

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DEONTOLOGIA PRACTICA (IV)
Miguel Albertí Amengual
Presidente de la Comisión Deontológica.
La rendición de cuentas
Sabido es que, en sus relaciones con los clientes, el abogado tiene el deber de mantener una
conducta profesional íntegra, honrada, leal, veraz y diligente, fundamentada en la confianza,
que no debe defraudar (cfr., entre otros, arts. 42.1 del Estatuto General de la Abogacía
Española, 4.1 y 13.1 del Código Deontológico). Dentro de esta lealtad, confianza y
transparencia exigida en la relación letrado-cliente, y por lo que a las cuestiones económicas se
refiere, se enmarca la obligación de rendición de cuentas de los fondos recibidos del cliente o
por cuenta del mismo; esto es, ya sean cantidades recibidas en concepto de provisión de
fondos para suplidos u honorarios o cualesquiera otros fondos ajenos de los que el abogado
deba responder, cuyo tratamiento diferenciado contemplan, respectivamente, los arts. 17 y 20
del C.D., a cuyo contenido nos remitimos.
Curiosamente, la obligación de rendición de cuentas no viene recogida de forma explícita en el
actual Código Deontológico, si bien dimana claramente de los preceptos anteriormente citados,
puestos en relación con los arts. 1.258 y 1720 del Código Civil, de directa aplicación a las
relaciones contractuales subyacentes entre abogado y cliente.
Dicha rendición de cuentas consiste, simplemente, en la obligación de proceder a la entrega a
nuestro cliente, de forma diligente, en cuanto nos sea requerido y, en todo caso, a la
finalización del encargo efectuado, de la liquidación de los correspondientes honorarios en
relación al asunto en cuestión, relacionando los trabajos efectuados, el importe de tales
honorarios, las provisiones de fondos recibidas a cuenta de éstos, los suplidos y el saldo final
que resulte, ya sea a favor del letrado o del cliente, procediendo en este último supuesto a la
entrega material al cliente del saldo remanente a su favor, sin que pueda destinarse a otras
finalidades, salvo expresa autorización de aquél. El cumplimiento de dicha obligación se ve
colmado con la expedición y entrega de la correspondiente minuta, siendo que con ello el
cliente puede hacer valer sus derechos con la debida seguridad jurídica, aceptando o
impugnando debidamente la liquidación presentada.
Más concretamente, en el caso fondos ajenos en poder del letrado (v.g. indemnización recibida
directamente del adverso, mandamiento de pago del Juzgado, etc.), dicha entrega debe ser
inmediata, justificando al cliente en qué momento se han recibido dichos fondos y estando
expresamente prohibido cualquier pago efectuado con los mismos, salvo disposición legal,
mandato judicial o consentimiento expreso del cliente. Cuestión trascendental es la de que, tal
y como determina el art. 20.2 del C.D., dicha prohibición abarca incluso la detracción por el
abogado de sus propios honorarios, salvo autorización del cliente recogida en la hoja de
encargo o ulterior escrito, sin que, como tiene reiteradamente declarado nuestro T.S., pueda
oponerse un derecho de retención o compensación mediante un acto unilateral de propia
autoridad. Por ello, es más que aconsejable la suscripción de la correspondiente hoja de
encargo, informando debidamente al cliente y recabando del mismo las pertinentes
autorizaciones, que deberán constar de forma expresa y clara, evitando tanto situaciones de
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abuso como el que algún cliente indigno nos sorprenda en la buena fe, lo que
desgraciadamente ocurre con demasiada frecuencia.
Respecto del lugar donde debe procederse al cumplimiento de la obligación que se analiza, no
es otro que el propio despacho del abogado. No obstante, en los supuestos en que la relación
con el cliente haya llegado a unos extremos tales que impidan o desaconsejen un encuentro
personal, resulta conveniente el envío a través de cualquier medio de notificación fehaciente de
la oportuna rendición de cuentas, con remisión, en su caso, del numerario correspondiente e
incluso su consignación judicial, puesto que se está ante una obligación que el letrado debe
cumplir activamente. Por ello, ante la apertura de un expediente, no se constituye “per se” en
excusa absolutoria el señalar que la liquidación o el saldo está a disposición del cliente en el
despacho, salvo que se acredite que la solicitud de rendición de cuentas haya tenido lugar por
primera vez mediante la interposición de queja formal ante el Colegio o supuestos de
requerimientos inopinados o sorpresivos seguidos de forma cuasi inmediata de la formalización
de denuncia, en cuyo caso lo aconsejable sería el efectuar la rendición de cuentas en el propio
expediente, lo que, según las circunstancias del caso, podría hasta dejar sin efecto la queja
efectuada.
Señalar que, al igual que vimos en el caso de la retención indebida de documentos, se está en
el supuesto de una infracción deontológica dolosa de tracto permanente (no prescribe hasta
tanto no se efectúe la oportuna rendición de cuentas), aunque en aras a la debida seguridad
jurídica últimamente se viene imponiendo el criterio de que el tracto de la falta se agotaría una
vez transcurrido el plazo civil otorgado al cliente para accionar frente al abogado en solicitud de
la rendición de cuentas y que, a falta de uno especial, es el de 15 años establecido por defecto
en el art. 1964 del Código Civil.
Finalmente, la Junta de Gobierno del ICAIB, de ordinario y sin perjuicio de considerarse
circunstancias excepcionales que aconsejen su degradación a leve, viene sancionando la falta
de rendición de cuentas como falta grave, entendiendo agravada la actuación del letrado en
aquellos casos en que se ha dado en el mismo una conducta especialmente refractaria o
renuente al cumplimiento de la obligación que le era exigible o concurriendo graves perjuicios
para el cliente, por atacar de lleno a la lealtad y probidad para con el cliente y a la dignidad
misma de la profesión.
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