¿Qué relación existe entre el desempleo y el comportamiento electoral? Hilda Irene Arbonés Lapena, Abogada laboralista. Doctorando en derecho del trabajo y de la seguridad social. @hildaarbones En palabras del profesor de Historia del Derecho D. Juan Antonio Alejandre, el derecho de los ciudadanos a elegir a sus representantes en los órganos de poder del Estado mediante el voto o sufragio, es la expresión inmediata de un régimen de soberanía nacional. Se trata de un sistema de carácter liberal que aparece en España de forma universal importado de la Francia revolucionaria del siglo XVIII y que se constituye como pilar básico de nuestro estado social y democrático de derecho, que reconoce el artículo 1 de la Constitución española. Como resumen de lo ocurrido en nuestra joven democracia, entre 1977 y 2011 (fecha de los últimos comicios), la participación media de la población española en los asuntos públicos se sitúa entre el 73,5 % en las elecciones generales, que disminuye hasta el 69% en las elecciones autonómicas. Sin embargo, la participación es sensiblemente menor en las elecciones al Parlamento Europeo, cuya tendencia histórica muestra una curva sensiblemente descendente, que nos deja una media del 55,9%. Por otro lado, resulta cuando menos asombroso los datos aparecidos en algunos estudios recientes sobre la relación entre desempleo y comportamiento electoral. Así, en el estudio realizado por el profesor de Sociología de la Universidad de Santiago de Compostela, Miguel Caínzos, se concluye que, el hecho de estar parado, no influye de forma importante ni en el sentido o intención de voto, ni incluso en la participación en las urnas. Parece lógico, que aquellos colectivos más castigados por la situación económica, política y de empleo, deberían ser los que más se movilizaran para intentar cambiar dicha situación y sin embargo no resulta así. La cuestión es: ¿por qué? y ¿Qué podemos hacer al respecto? En cuanto al por qué, las opiniones no son unánimes. A mi modo de ver, esto es debido a varios factores. En primer lugar, partimos de una natural y creciente desconfianza del español hacia la clase política en general, que ésta se ha ganado a pulso como se puede comprobar en las portadas de cualquier diario. A ello se añade en segundo lugar, no por ello menos importante, la percepción lejana y borrosa que tenemos de las instituciones europeas, en particular del Parlamento una vez pasado el furor Europeísta de los años ochenta. Esta segunda causa no tiene razón de ser. Como puede comprobarse, en los sucesivos Boletines Oficiales del Estado y Diarios Oficiales de las Comunidades Europeas, España y los estados miembros han ido cediendo progresivamente cuotas de soberanía sobre las más diversas materias. Así, en lo que se refiere al derecho social y laboral, una gran parte de nuestra legislación no es sinó trasposiciones y adaptaciones de Directivas o Reglamentos Europeos. A título ejemplificativo, cabe citar, la Directiva Marco 89/391/CEE sobre medidas para promover la seguridad y salud de los trabajadores (DOCE L 183 de 29 de junio de 2009), que fue traspuesta en la Ley 31/1995 de 8 de Noviembre de Prevención de Riesgos Laborales; la Directiva Marco 93/104 CEE sobre tiempo de trabajo (DOCE L 307 de 23 de noviembre de 1993), que fue traspuesta mediante el RD 1561/1995 de 21 de septiembre sobre jornadas especiales de trabajo o la Directiva 2006/54/CE, del Parlamento y del Consejo de 5 de julio de 2006 relativa a la aplicación del principio de igualdad de trato entre hombres y mujeres en asuntos de empleo y ocupación, que tuvo su reflejo en la LO 3/2007 de 22 de marzo para la igualdad efectiva de hombres y mujeres, entre otras. Recordemos además que las líneas maestras de la política económica, social y laboral del último gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero y el actual de Mariano Rajoy vienen marcadas desde Europa, como hemos comprobado en nuestras propias carnes durante la crisis económica. Y también vienen desde Europa, los trazos gruesos de otras políticas importantes como la competencia, tributación, agricultura, pesca, inmigración… quedando solo el ajuste fino para el Gobierno y Parlamento Nacional. Por otra parte y respecto al Parlamento Europeo hemos de señalar que si bien es cierto que hasta ahora carecía de una auténtica potestad legislativa y decisoria en las comunidades europeas y podía ser percibido como una especie de retiro dorado o cementerio de elefantes, para políticos en retirada, ahora ya no va a ser así. El Tratado de Lisboa ha revitalizado ésta institución de forma que, el Parlamento Europeo comienza a parecerse a los parlamentos nacionales con facultades legislativas y electivas del presidente de la Comisión. En cuanto al ¿Qué podemos hacer?, mi opinión es que la única forma legítima de cambiar el estado de las cosas en un sistema democrático es votando, ya sea para mantener o “botar” a los que ahora estén y propiciar la aparición de savia nueva. Desde ésta tribuna llamo pues a la participación ciudadana en las urnas para el próximo 25 de mayo por varias razones. En primer lugar porque nos ha costado muchas generaciones alcanzar el derecho de sufragio universal conseguido en 1931, para ahora dejarlo en desuso. En segundo lugar, porque frente al desánimo de una situación política neoliberal y restrictiva de los derechos sociales, que en mayor o menor medida recorre toda Europa, la forma democrática de cambiar las cosas es votando y el lugar Estrasburgo. Incluso llamo a la participación de aquellos que estén de acuerdo con los vientos políticos actuales, su refuerzo y continuidad depende de que sigan soplando a nivel Europeo. Así que, parafraseando la vieja canción ochentera “votad, votad benditos…” aunque sea en blanco, siempre será menos malo que la abstención y así al menos podremos maquillar las estadísticas de participación.