Eduardo Santa Cruz: “Un colegio privado habría sido

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TENDENCIAS | LATERCERA | Sábado 17 de enero de 2015
| 05
Son pocos, pero hay. En un país donde uno de los principales mecanismos para demostrar el
ascenso social es dejar atrás los servicios públicos, sea en salud o educación, hay algunos
profesionales que, teniendo la posibilidad de pagar por otras alternativas, optan hoy por colocar a
sus hijos en colegios municipales. Cinco casos que reivindican esa opción con mucha convicción.
POR:
Angélica Bulnes y Tania Opazo
FOTO: MAURICIO MENDEZ
EDUCACIÓN
Y
REFORMA
Eduardo Santa Cruz:
“Un colegio privado habría sido completamente
contrario a lo que pienso”
P
ara Eduardo Santa Cruz, sociólogo que lleva más de 10 años
investigando temas de educación,
poner a su hija Catalina, de 13, en un
colegio público no fue un tema de
plata sino que de convicciones: “Es
una decisión coherente con lo que
pensamos como familia, con cómo
vemos el mundo y con el valor que
le damos a lo público”. Él se educó
en un colegio privado, el Francisco
de Miranda, un establecimiento que
estuvo muy ligado a la oposición en
la dictadura, pero a su hija le tocó
entrar al sistema escolar mientras
vivían en España, donde él estaba
haciendo un Doctorado en Educación. Allí la matricularon en la escuela pública del barrio, y cuando
regresaron a Chile, cambiarla a un
colegio particular estaba fuera de la
discusión. “Con total conocimiento
de cómo son los colegios en Chile
queríamos una escuela pública. No
era ni por choreza ni por ignorancia,
teníamos nuestras ideas claras”.
Catalina entró a la Escuela Mercedes Marín de Providencia. Aunque la
niña se aburría en algunos ramos dado que venía con un nivel más alto
desde España- Santa Cruz aclara
que “no es un mal colegio”. De hecho, la experiencia fue positiva para
su hija y nunca consideraron cambiarla. En 2014, cuando ingresó a
séptimo básico en el Liceo Carmela
Carvajal, las cosas se pusieron “más
desafiantes” y tuvo que dedicar mayor tiempo al estudio.
Santa Cruz, quien trabaja en la Facultad de Ciencias Sociales de la U.
de Chile y el Programa Interdisciplinario de Investigaciones en Educación (PIIE), reconoce que este “liceo
emblemático” no representa la realidad de la mayoría de los colegios
municipales. “Tengo superclaro
que mi hija está yendo a un colegio
con particularidades, pero creo que
estas son extensibles a más colegios públicos”, dice. Según él, en
general los padres dividen el sistema entre escuelas públicas malas y
subvencionadas y particulares
buenas, lo que a su juicio no es
siempre así. “Nada indica que los
colegios subvencionados son mejores que los públicos. Y si tú miras
los colegios privados en el mundo
no son los mejores”. La diferencia,
como se ha repetido mucho en el
contexto de la discusión de la actual reforma, está en la casa: “La
educación de la familia influye en al
menos un 60 por ciento de los resultados académicos, y súmale a
eso el barrio donde viven”. Por
esto, él cree que los colegios privados son lugares donde “la elite termina de construirse a sí misma” y
que un buen colegio, en cambio,
debe reflejar la diversidad social.
“No me interesa que mi hija se eduque en un club”, asegura.
“Yo creo que a mi hija le beneficia
estar en la educación pública, en
vez de perjudicarla, como muchos
podrían pensar”. Pese a eso, sus familiares y amigos, “muchos de izquierda”, agrega, reaccionan con un
silencio incómodo cuando les
cuenta que Catalina estudia en un
liceo. “Es supertriste, porque en
general uno sabe que ellos están
pagando por humo en sus colegios.
Hay que entender que las escuelas
públicas, hoy tan desmedradas,
son producto de la lógica del sistema, pero también de que quienes
tenemos un mayor capital cultural y
económico hemos sacado a nuestros hijos de ahí. Hay que lograr que
la gente deje de tenerle miedo a lo
público, y para eso se necesita que
el Estado no piense más que lo público es para los pobres”.
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