LA REBELIÓN DEL PUEBLO TRABAJADOR Estamos muy lejos de las condiciones históricas que posibilitaron la insurrección de la Comuna de París, pero sus 60 días de gobierno aún encarnan la dignidad del pueblo trabajador, luchando heroicamente por un mundo mejor. Escribió Marx: “El viejo mundo se retorció en convulsiones de rabia ante el espectáculo de la Bandera Roja, símbolo de la república del trabajo, ondeando sobre el Hôtel de Ville”. La represión fue de una ferocidad inaudita. Después de una lucha desigual que duró una semana, el Ejército de Versalles derrotó a los comuneros y fusiló al menos a 30.000 rebeldes, sin respetar la vida de ancianos, mujeres y niños, implicados también en los combates. Más de 40.000 personas fueron deportadas a las colonias y muchas murieron de hambre, agotamiento y malos tratos. Adolphe Thiers, que más tarde sería Presidente de la Tercera República, exclamó: “El socialismo no volverá a molestarnos en mucho tiempo”. En 1911, Lenin evocó los hechos en un famoso artículo: “La Comuna no luchó por un objetivo local o estrechamente nacional, sino por la emancipación de toda la humanidad trabajadora, de todos los humillados y ofendidos”. No creo que a corto plazo puedan surgir ejemplos semejantes de heroísmo y resistencia, pero no dudo que los ejércitos de la UE –siempre bajo el mando de la OTAN- reprimirían a los rebeldes con la misma brutalidad despiadada que el Ejército de Versalles. Pese a todo, no hay que caer en el desánimo. La gente ya ha empezado a luchar. No sólo en Gamonal. En Alcázar de San Juan, los vecinos se encerraron en el Ayuntamiento y se enfrentaron con la policía para evitar que se privatizara el servicio de abastecimiento de agua. Las protestas resultaron infructuosas, pero reflejan un cambio de mentalidad. A veces me preguntan qué haría yo si fuera político. Nunca se me ha pasado por la cabeza, pero creo que diría la verdad, sin ocultar las fuerzas colosales que luchan conjuntamente para mantener a la clase trabajadora en la pobreza, la precariedad y la exclusión social. Tengo 50 años. Soy un profesor de instituto jubilado anticipadamente por enfermedad. Vivo en el campo y mi rutina consiste en leer, escribir y pasear. No busco comida en la basura ni tengo problemas para llegar a fin de mes. Sin embargo, cada vez que reprimo mi deseo de arrojarme a la calle y protestar sin miedo, siento que mi dignidad se encoge miserablemente y miro hacia el suelo, con los ojos húmedos y avergonzados. Blog de RAFAEL NARBONA, escritor y crítico literario