LA ECONOMÍA DE INDIAS: ENTRE FRENOS Y DESENFRENOS1 El encuentro entre Europa y América desde fines del siglo XV, constituye uno de los fenómenos más trascendentales en la historia de Occidente. Ni el Viejo Continente, ni el Nuevo Mundo, volverán a ser los mismos. Fenómenos de honda repercusión transformaron el escenario social en ambas latitudes, procesos desestructurantes como la imposición de la fe católica a los pueblos nativos americanos, la instauración de un régimen colonial para institucionalizar la obra de conquista, la catástrofe demográfica de los indígenas, las fabulosas remesas de oro y piedras preciosas que empezaron a llenar las arcas de las coronas europeas, el comienzo del proceso de mestizaje, entre otros, cuyas consecuencias todavía se perciben, tuvieron su punto de partida en el período de la conquista. Es en América donde se percibe la particular intensidad de este encuentro. Una nueva sociedad moldeada principalmente por los españoles, pero que no es ni española, ni indígena en sentido estricto, en la que se conjugan elementos de las dos culturas, comienza a nacer, mostrando variadas facetas en el orden religioso, político y económico. En este ensayo, nos ocuparemos del estudio de los cimientos de la economía de indias en el siglo XVI, es decir, del surgimiento de la compleja red de relaciones económicas que se produce con la instauración definitiva del dominio ibérico en los territorios descubiertos. La definición y clarificación de las reglas de juego en materia económica en el continente americano durante el primer siglo de su descubrimiento, implicó un complejo proceso de enfrentamiento de intereses entre quienes estuvieron involucrados en la obra conquistadora. Españoles e indígenas, la Corona y la iglesia, son los grandes protagonistas de una puja en la que son corrientes los conflictos entre los mismos españoles, bien como expedicionarios en sus diversas gradaciones, bien como encomenderos o como funcionarios reales o como miembros de órdenes religiosas, en lo que atañe a la búsqueda y control de la riqueza. 1 Publicado en la serie: Crónicas del Nuevo Mundo, fascículo 17, 1992, ICAN, El Colombiano y CINEP. Por supuesto, los problemas más graves eran los que se presentaban entre españoles e indígenas, estos, en defensa de sus territorios, costumbres, creencias y formas de vida, resistieron de muchas formas, -incluida la guerra-, la codicia y los abusos de los conquistadores, saliendo derrotados en la mayoría de las ocasiones. Como quiera que las comunidades nativas estaban jerarquizadas presentando algunas de ellas, sobre todo en México, en Perú y en Colombia, sistemas de sometimiento económico que incluían la esclavización, también entre los propios indígenas se observaron comportamientos y roles diferentes en el proceso de apropiación, redistribución y control de las riquezas; así, hubo caciques que se asimilaron de tal forma con los españoles que terminaron convirtiéndose en encomenderos, aunque esto no fue lo más usual. En la empresa de despojo a que fueron sometidos los nativos, el interés privado discurrió durante las primeras décadas del siglo XVI, casi descontroladamente. Los conflictos de intereses se definieron en muchas ocasiones por vía de las armas entre las huestes y cuadrillas de conquistadores, por discusiones internas, sublevaciones contra los jefes y otros procederes que denotaban la debilidad del Estado español para entrar a regular las actividades y derechos de sus súbditos en ultramar. Pero la Corona no dormía, el móvil económico siempre estaba presente en sus empresas de conquista. A la par que ensanchaba sus dominios territoriales y evangelizaba nuevos pueblos, tenía grandes necesidades económicas para sostener un Estado cada vez más burocratizado y con altos gastos militares que le demandaban sus guerras constantes con Inglaterra y Francia principalmente. América era entonces un filón, una gran veta, la fuente de recursos de minerales preciosos imprescindibles para el fortalecimiento de sus arcas, por eso, y a medida que se tomaba conciencia de la magnitud del descubrimiento, se financiaban nuevas exploraciones, expidiéndose una serie de normas y leyes que dejaban bien en claro los derechos reales sobre los territorios, las personas y las riquezas descubiertas. Se trataba de una política sistemática que fue imponiéndose paulatinamente a pesar de la resistencia de los primeros conquistadores. En el fondo, lo que pretendía la Corona era delimitar muy precisamente lo que a cada quien correspondía, las fronteras del interés privado, dejando en claro que en ella residía el poder y que su propiedad sobre lo descubierto era indiscutible. Ese fue el telón de fondo de los conflictos económicos durante todo el siglo XVI, en un escenario en el que entraron en juego disímiles intereses y diversas racionalidades. En efecto, la conquista puede mirarse como el fruto de una gran empresa económica en la que confluyen el interés privado -los conquistadores y las casas comerciales del viejo continente- y el interés estatal de la Corona española. Hay en dicha trama toda una racionalidad, una lógica que hace parte de la mentalidad de la época. Los excesos y la crueldad en que incurrieron los españoles para obtener riquezas, se inscriben en una dinámica o conducta que es reiterativa en el ser humano en diversas épocas de la historia, que nos remite al cuadro de las luchas apasionadas por la riqueza y por el poder, cuando los hombres se encuentran ante una nueva frontera y ante la inminencia de la fortuna al margen del control de las autoridades. Los españoles procedieron, pues, de acuerdo con su época, con el ambiente reinante de exploración, descubrimiento de territorios y vías comerciales y conquista de riquezas. Pensar que aquello fue producto de la irracionalidad es dejarse llevar por prejuicios moralistas que impiden ver la complejidad de la situación. ¿Cómo negar la existencia de una lógica en quienes esperaban recuperar con creces las altas inversiones de capital que se hicieron en los sucesivos desplazamientos al nuevo mundo? y ¿cómo no pensar, que la ampliación de fronteras del mundo, tendría que ser incorporada al flujo comercial de Occidente, y que eso estaba al margen de cualquier consideración de corte voluntarista o individual? La conquista en el plano económico, funcionó como una empresa en la que se invertía capital y de la que se esperaban utilidades. Una empresa en la que los principales beneficiarios, los conquistadores y la Corona, se disputaban el control del excedente, los primeros por medio del abuso, del desconocimiento de las leyes, del robo, de la tortura a los nativos, de la explotación de las tierras y las minas, del ejercicio regular del comercio, del control de la mano de obra, del contrabando, del engaño en sus informes, etc. Los segundos a través de las cédulas reales, de códigos como las Leyes Nuevas de 1542, de la organización de la administración estatal de los territorios descubiertos, del nombramiento de funcionarios y del establecimiento de impuestos y de porcentajes para garantizar sus derechos sobre las riquezas obtenidas. El proceso fue largo, doloroso, abundante en conflictos. El triunfo de la Corona significó el comienzo de la obra de colonización que trascendía el aspecto económico. Al colocar el énfasis en el esfuerzo institucionalizador realizado por el Estado español, no pretendemos desconocer la existencia de prácticas económicas alternas o paralelas de carácter ilegal como el contrabando de mercancías de todo tipo y la defraudación al fisco real. Todos los historiadores coinciden en señalar que el contrabando era cosa corriente, incluso entre funcionarios, como uno de las formas de burlar el peso abrumador de los numerosos impuestos con que eran gravados todas las actividades económicas por parte de la Casa Real. Ciertamente, no hay estudios rigurosos ni precisos sobre las cifras y volumen de riquezas implicadas en las actividades económicas ilegales, y es muy improbable que los haya en el futuro ante la ausencia de registros y huellas. La trata de negros es uno de los escasos renglones en los que se han realizado investigaciones aproximativas por medio de cuadros comparativos entre las remesas de negros llegados a Jamaica y los despachados de allí al continente. Pero, el contrabando también involucra otras variables (sobre las cuales hay algunos estudios parciales) como las relativas a la apertura de nuevos caminos y rutas, a la expansión del control de la frontera geográfica, a las prácticas de soborno, amenazas y crímenes, a la formación de auténticas mafias en donde participaban funcionarios estatales, encomenderos, mineros y hasta caciques indígenas, cuyos métodos impregnaron fuertemente las costumbres políticas y el ejercicio de cargos públicos. Las rutas del contrabando no eran necesariamente diferentes a las utilizadas por el comercio legal. En la Nueva Granada, la región de la Guajira cobró forma como zona de desembarque de esclavos negros que eran introducidos ilegalmente al interior del territorio. Los productos objeto de contrabando eran muy numerosos en razón de los gravámenes que recaían sobre casi todos ellos. Así, la sal, los vinos, las armas, el oro, la plata, las telas y los artículos de lujo y ostentación eran los que llenaban las preferencias de las bandas de contrabandistas. La apropiación de la tierra: el comienzo de un gran despojo Si bien la búsqueda de riqueza fue el resorte de las actividades de los españoles en las primeras décadas y estas se concentraron hacia la consecución de oro, plata y piedras preciosas, el proceso de apropiación de la tierra se fue convirtiendo en centro de atracción y de interés para el español en la medida en que se iba consolidando el dominio territorial y creando poblados en los que se comienza a llevar una vida sedentaria, más estable. De acuerdo a las condiciones establecidas por la Corona, los nuevos territorios eran incorporados a la Casa Real. Esta, en contrapartida, otorgaba poder político, nombrando como gobernadores o capitanes a quienes descollaban en la empresa de descubrimiento y conquista. El ejercicio del poder político a nombre del rey, conllevaba al usufructo de riquezas y daba la facultad de distribuir áreas de influencia, tributos, fuerza de trabajo, entre otras cosas. El proceso de apropiación de la tierra estuvo sujeto a los mismos vaivenes de la búsqueda del oro y de los metales preciosos, pero en un principio, no ocupó la atención de los conquistadores para quienes lo primero, lo esencial, era el oro y éste se conseguía por medio de las cabalgaduras, las rancherías, el saqueo de tumbas indígenas, los rescates, los tributos y luego por medio de la explotación de minas de veta y de aluvión. La tierra pues, tenía poco valor desde el punto de vista comercial. Ella interesaba en cuanto se iban fijando los asentamientos, fortines y poblados de los españoles y estos requerían de la adjudicación de solares y pequeñas estancias para la construcción de sus viviendas, que generalmente fueron otorgados por los cabildos de vecinos. Las tierras de vivienda y de labranza de las comunidades indígenas eran útiles en cuanto de ellas dependía el sustento alimentario de las huestes y era la fuente de los tributos pagados por los indígenas a los encomenderos. En sentido estricto, la propiedad del suelo era algo definido a favor de la Corona y su adjudicación a particulares fue un movimiento lento y conflictivo. A medida que transcurría la obra conquistadora y se agotaban las posibilidades de éxito de nuevas exploraciones, el español se fue afirmando al suelo, a vivir "en policía" es decir, de acuerdo a normas, reglas y costumbres que se observaban en la Península Ibérica. Así, el interés por la tenencia de la tierra se fue incrementando. Ciertamente, poseer tierras tenía una doble motivación; de un lado, en cuanto ello daba cuenta de señorío y distinción, reproduciendo el papel de regulador de las jerarquías sociales que tuvo en la sociedad feudal. El proceso fue particularmente intenso en la Nueva España (México), en el virreinato del Perú y en el altiplano Cundiboyacense, sitios en los que se encontraron comunidades nativas numerosas, organizadas y estratificadas. De otro lado, la tierra adquiere valor como mercancía, en cuanto es apta para la agricultura y la ganadería, actividades que cobran importancia en tanto avanza el proceso colonizador. Interés estatal vs. interés privado En las primeras décadas del siglo XVI lo que domina el interés de la Corona y del legislador es el descubrimiento de nuevas tierras y comunidades para la obtención de oro y otros metales preciosos. Las cabalgadas a las rancherías y expediciones en lo profundo de la tierra firme suponen una distribución del “rescate” entre los miembros de la hueste y entre ésta y la Corona. La tierra no es adjudicada, se supone que pertenece a los reyes. Posteriormente, con el establecimiento de la encomienda, la Corona trata de regular la distribución de la fuerza de trabajo indígena cuyo tributo es la fuente de subsistencia material y de enriquecimiento. Intensas y numerosas discusiones se han presentado entre los historiadores en torno a la caracterización de la encomienda. Una de ellas hace alusión al carácter feudal de la misma, que a su vez sirve de puntal a quienes pensaban que la conquista y la colonia reprodujeron en América dicho sistema. Otra de las polémicas se refiere al papel jugado por la encomienda en el proceso de apropiación de la tierra y en la formación de los latifundios. En cuanto a la primera cuestión, las investigaciones más recientes dejan ver la estrechez de un modelo que pretendía aprisionar la lectura de aquel proceso bajo el dilema capitalismofeudalismo, mostrando en cambio la variedad de relaciones económicas que se practicaron y la simbiosis, yuxtaposición e interrelación de elementos característicos de las formas de producción de los dos mundos. En relación con la encomienda, diversas investigaciones dan cuenta de su carácter y sus peculiaridades. Algo había de común con respecto a la encomienda castellana a saber, la sanción del poder social del poseedor del título quien además podía cobrar tributos. Lo distintivo tiene que ver con el hecho de que el encomendero en América no reúne poderes para administrar justicia. Ser encomendero era, como el nombre lo indica, poseer el encargo real de cobrar el tributo que los indígenas, como vasallos libres de la Corona, estaban en la obligación de pagar. A cambio de ello, al español que detentaba la encomienda, se le adjudicaban indios para su servicio y un porcentaje de lo recaudado. Pero en dicha relación de contraprestación entre el rey y el conquistador y de sujeción de la población aborigen, la tierra no estaba incluida. Es más, expresamente estaba prohibida su adjudicación. Sin embargo la ausencia de control estatal, la debilidad de las primeras autoridades, la voracidad de los conquistadores, fueron factores que posibilitaron la ocupación y tenencia de hecho de las tierras, tanto urbanas como rurales. Lo que desde el punto de vista formal era inconcebible e ilegal, la vida ordinaria lo convirtió en realidad. Por ello, muchas de las disposiciones reales, como las Leyes Nuevas de 1542 y buena cantidad de cédulas reales apuntaban a reducir el poder de los nuevos señores, los encomenderos, a evitar los abusos con los nativos y el fraude ante las autoridades. La posesión jurídica de la tierra se transforma en un problema político y social, pues el conquistador se cree con mayores derechos que los recién llegados y que los nativos, por lo cual exige más y actúa en consecuencia, apoderándose de lo que no le pertenece. La tierra es al igual que el oro, un motivo mas de discordia entre el interés privado y el estatal. Los reyes católicos adelantaban en España una política centralizadora que implicaba la reducción de los poderes políticos y económicos de los grandes señores feudales, y querían evitar a toda costa que tal situación se reprodujera en el nuevo mundo, por eso abundan las disposiciones reglamentarias con las cuales se esperaba regular la actividad de los particulares y señalar con precisión los derechos de la Corona. Parte de tal política era la norma que impedía el mantenimiento de las encomiendas por más de dos generaciones. De ahí su ulterior debilitamiento a pesar de las maniobras realizadas por los encomenderos para evitarlo. Con respecto a la posesión de la tierra, la Corona procedió con criterios prácticos, aceptando la situación de hecho que se había presentado. Propuso la legitimación de títulos por medio de las "composiciones", actos jurídicos consistentes en el pago de unos impuestos o de un valor previamente acordado para obtener el dominio jurídico de las tierras. La Corona captaba dinero para el fisco a la vez que legalizaba la situación de los propietarios. Este proceder se utilizó también para enmendar injusticias cometidas por encomenderos contra las propiedades indígenas. En algunos casos fueron devueltos, pero, en otros, se destinaron al establecimiento de los "resguardos". Las "composiciones" tuvieron distintas denominaciones según la extensión del territorio y según los usos: mercedes, caballerías, peonías, haciendas y estancias. Todo ello, según el historiador colombiano Germán Colmenares, constituyó una vasta operación fiscal de la Corona, por medio de la cual se legitimó la apropiación territorial en que incurrieron los españoles en el siglo XVI, luego de un anárquico y en veces brutal proceso de despojo de las comunidades indígenas. Hacia 1591, el presidente de la Real Audiencia de Santafé, Antonio González, recibió la orden de revisar los títulos otorgados por cabildos, gobernadores y audiencias. En principio los simples ocupantes debían ser desposeídos y aquellos que pudieran exhibir un título precario se admitían a "composición" mediante el pago de una suma a la Corona. Se debían reservar las tierras necesarias para ejidos, pastos, calles y plazas en los lugares poblados y se reconocería a los indios las tierras que hubieren menester para sus ganados y sementeras. Los orígenes de la Hacienda El interés por la propiedad territorial aumenta en cuanto decrece la posibilidad de obtención de riquezas por los métodos usuales de los primeros años de la conquista; en la medida en que desciende de modo alarmante la población indígena; y también en razón de la expansión de las actividades económicas y la acumulación de capitales provenientes del sistema de encomienda, de la minería, del ejercicio de cargos estatales y del comercio. Las adjudicaciones de propiedades, conocidas con el nombre de mercedes de tierra, las hacía la Corona a través de sus funcionarios y también por los cabildos de vecinos. De esa forma, la Corona compensaba y retribuía a aquellos que le habían prestado un servicio al reino, con más razón si eran servicios militares. En tal sentido la tierra hizo parte, como los indios y el oro, del botín para repartir según méritos de conquista, tal como lo hicieron los reyes durante la reconquista de la península en la guerra con los moros. Claro que no debe desconocerse otro tipo de pretensiones en las otorgaciones territoriales, como las de estimular el poblamiento, la explotación agrícola y ganadera con fines de intercambio, sustento y abastecimiento de una población blanca y mestiza cada vez mayor. La Hacienda en el Nuevo Reino de Granada La formación de grandes propiedades territoriales con fines de explotación económica, tipo haciendas, fue en Colombia un proceso que se remite a las atribuciones de tierra en el curso del siglo XVI y estuvo localizado en las vastas extensiones del Valle del Cauca, zona en la que la fuerza de trabajo indígena era ínfima, lo que obligó a los propietarios a llevar indígenas de otras latitudes y esclavos negros. Colmenares mostró cómo de hecho, en la resolución práctica de las ambiciones que enfrentaban a los conquistadores entre sí y a estos con la Corona, las diferencias jurídicas entre la encomienda (que era mecanismo de repartición de la fuerza de trabajo y de tasación del tributo) y las adjudicaciones de tierra, quedaban borradas en razón de los abusos, maniobras y esguinces de los que se valieron los conquistadores para exceder las atribuciones de la encomienda, extendiéndolas al usufructo de las tierras indígenas. Las mercedes de tierra se basaban en una medida consistente en seis mil pasos por seis mil para la estancia de ganado mayor, (2.540 hectáreas aproximadamente), y de tres mil por tres mil para la estancia de pan o de labor o sea 635 hectáreas. El paso era equivalente a una vara de Castilla: 0.84 metros. Sin embargo la precariedad de los títulos -al fin de cuentas todos sabían que la Casa Real podía en cualquier momento intervenir- y las restricciones al sistema de encomiendas, se convirtieron en factores que retrasaron la formación de grandes propiedades en las zonas más densamente pobladas por indígenas. El proceso de apropiación territorial en los altiplanos del Nuevo Reino de Granada Santafé, Tunja, Pasto y Popayán- culmina hacia fines del siglo XVI, por la época en que se inicia la política de las "composiciones" para sanear y legitimar los títulos y ocupaciones de hecho. Así el monopolio de la fuerza de trabajo y el ejercicio del poder político es complementado por la posesión de la tierra. Estas funciones y poderes se concentran en pocas manos, generalmente en los encomenderos que además incursionan en otras actividades como las comerciales y las mineras. Lenta pero inexorablemente, la vida en el Nuevo Mundo tendía a la institucionalidad y a la regularización que la Corona quiso imprimir desde los años iniciales. Es necesario precisar que la consolidación de la gran propiedad territorial y el surgimiento de grandes haciendas de tipo empresarial, es propia de los siglos XVII y XVIII, cuando se puede hablar con más propiedad de la existencia de una sociedad colonial que supuso el fin del período de la conquista. La Hacienda Mexicana Los trabajos de Francois Chevalier y Silvio Zabala han logrado aclarar, a través del análisis de la conquista y la colonia en la Nueva España (México), los caracteres distintivos del proceso de apropiación territorial en cada región, no obstante el hilo común que hacía de todos un mismo fenómeno. En México se forjaron dos repúblicas, la del centro-sur, zonas que en un comienzo coparon el interés de los españoles por estar habitadas por comunidades numerosas de nativos que practicaban la agricultura y tenían una compleja organización política y social en la que unas etnias subordinadas pagaban tributo a las más poderosas; y de otro lado, la del norte, poco poblada, habitada por indios nómadas. Con tierras aptas para la ganadería y la minería. En México, como en la Nueva Granada y en el Perú, se observa idéntico panorama de conflictos entre la Corona y los conquistadores. En cuanto al problema de la propiedad territorial, los virreyes y demás autoridades tratan de poner límites a la ambición desmesurada de los españoles y a sus abusos. Allí también se realizó un gran esfuerzo para tasar los tributos, limitar los alcances de las encomiendas, proteger a los indios ante la evidencia de los malos tratos y la inminente catástrofe demográfica. Así como para sanear por medio de "composiciones" la tenencia legal de la tierra que había sido repartida por los conquistadores y cabildos u ocupada de hecho por los encomenderos. La formación de los grandes latifundios mexicanos comenzó a mediados del siglo XVI, pero las autoridades encargadas de hacer las otorgaciones, se cuidaban de asignar tierras alejadas de los asentamientos indígenas. Estas tierras fueron dedicadas inicialmente a la ganadería. Para fines del siglo XVI, las estancias de ganado se asocian con cultivos para iniciar la transición hacia las grandes haciendas típicas del siglo XVII. Se ha logrado constatar que la hacienda empresarial no proviene de la encomienda, aunque no se desconoce la importancia del encomendero -por la acumulación de capitales y como protagonista de la apropiación de la tierra por medio de las mercedes- en la gestación de aquella. El interés económico en la agricultura se incrementa ante la necesidad de abastecimiento de las poblaciones mineras y además por la disponibilidad de capitales acumulados en el periodo precedente. En busca de "El Dorado": la minería, una empresa jugosa La actividad económica más importante en el nuevo mundo durante el siglo XVI fue la minería de oro y de plata. Los conquistadores, luego de agotar las posibilidades de obtención del oro por medio del sometimiento de los indígenas, organizaron empresas de penetración hacia las zonas que se consideraban ricas en yacimientos para explotarlas utilizando las técnicas de la época. La minería así concebida y practicada, requería de inversiones de capital para la compra de implementos, mano de obra cautiva y materia prima. Por eso, es explicable que se dieran alianzas entre españoles para cubrir esos costos y compartir riesgos, temores, retos y beneficios. De esa forma se explotaron minas de veta y lavaderos en el lecho de los ríos. La búsqueda de oro estaba íntimamente asociada a la expansión de la frontera geográfica. El establecimiento de explotaciones regulares contribuyó al auge del poblamiento, al nacimiento de ciudades, siendo en México y Perú más notorio este fenómeno. También fue fundamental en el ensanchamiento de las actividades económicas a través del intercambio que floreció entre las zonas mineras y los centros del poder estatal y de producción agraria. Formas de Trabajo El conquistador apeló a la fuerza de trabajo nativa en la explotación minera, pero las restricciones de la Corona, el castigo de los abusos y la catástrofe demográfica que afectó a los indígenas, llevó a los españoles a buscar sustituto en la población negra africana esclavizada. Se ha logrado demostrar la inconsistencia de una idea que hizo carrera durante muchos años en las versiones históricas en el sentido de que el creciente uso del trabajo del esclavo negro, tenía que ver con la mayor fortaleza de su raza. Otras circunstancias de orden cultural y político, nos ayudan a entender el problema. En primer lugar, la crisis de la comunidad indígena y las medidas proteccionistas de la Corona que impedían a los españoles arrancar a los nativos de su hábitat natural y tradicional. En segundo lugar, el indio que no rendía lo esperado quizá expresaba de esa forma su resistencia ante los cambios, las enfermedades y abusos a que se vio sometido, y por último, el mayor conocimiento de la metalurgia por parte de algunos pueblos negros africanos. Los empresarios mineros utilizaron, según sus recursos y oportunidades, fuerza de trabajo indígena bajo la forma de "concierto" -o sea, recibiendo un determinado número de indígenas como parte del tributo- o de la "mita" que implicaba una relación salarial, una retribución a las comunidades. Si esta mano de obra escaseaba o no estaba disponible, se tenía que acudir a los esclavos. Esta forma de trabajo, aunque fue utilizada desde la primera mitad del siglo XVI, se incrementó a partir de 1580 con los hallazgos de los yacimientos auríferos de Cáceres, Remedios y Zaragoza en la Nueva Granada. El esclavo, como fuerza e instrumento de trabajo, circulaba en esta región como una de las mercancías más valiosas. La trata de negros, que en los primeros años fue permitida por la Corona para el servicio personal de autoridades reales y del clero y como personal de carga de los expedicionarios, se transformó luego, en parte integral de la economía de indias, sometida a reglamentaciones estatales de todo orden, como las demás actividades sociales. La Corona y la trata de negros Los monarcas españoles encontraron en el comercio de esclavos, una fuente adicional para la obtención de recursos fiscales. Por ello, cuando la minería entra a funcionar como empresa creando la demanda de esclavos, la Corona concede licencias para la introducción masiva de negros en el continente americano. Luego, en el siglo XVII, se forman las grandes compañías -Asientos- que monopolizaban la trata de negros. Cabe anotar, que un número de esclavos apreciable, pero imposible de precisar, fue introducido de contrabando, práctica muy usual con las diferentes mercaderías procedentes de ultramar. Por sus altos costos, el esclavo era una "mercancía" que el conquistador apreciaba y a la cual le dispensaba toda la atención del caso. Recibía buena alimentación vivienda y tratamiento médico. El empresario sabía que de ello dependía la obtención de un mayor beneficio. El historiador de la trata negrera en Cartagena, Jorge Palacios, considera que de esa relación surge el equívoco sobre la mayor fortaleza de los negros con respecto a los indígenas. Distritos Mineros Como el oro fue el móvil principal de los conquistadores durante todo el siglo XVI, a su búsqueda está asociada la expansión de las fronteras geográficas y el asentamiento de los expedicionarios. El descubrimiento de ricos yacimientos implicaba movilización de recursos humanos, técnicos y administrativos, fundación de poblados, ampliación de la red comercial. A la inversa, el agotamiento de las minas conducía al declive de las regiones y al traslado de sus moradores hacia zonas más promisorias. En la Nueva Granada la mayoría de los distritos mineros estaban situados en la región occidental, en las riberas del río Cauca y afluentes, en las vertientes de la cordillera central y en la costa pacífica, esta última en el siglo XVIII. En el centro se encontraban las minas de plata de Mariquita, Tocaima, Neiva e Ibagué y en el oriente las minas de Pamplona y los aluviones de Vé1ez. A fines del siglo XVI, las zonas que concentraron más las miradas y los recursos de los empresarios mineros, fueron las de Zaragoza, Cáceres y Remedios en el Bajo Cauca, la de Mariquita, Pamplona y Vé1ez entre otras. Los conflictos entre los centros mineros fueron abundantes, el control del agua, las vías de penetración, los esclavos, las materias primas, eran objeto y alimento de esas rivalidades sobre las que existen muchas anécdotas. La pasión de los exploradores para alcanzar riquezas fue de tal magnitud que al móvil económico estuvo fuertemente asociado la gestación de una mentalidad y de una imaginería, pletórica de leyendas y mitos de corte fantasioso como el referido a la existencia de "El Dorado", sueño que estimuló más de una expedición. El empresario minero Aunque la minería fue la actividad predominante a lo largo del siglo XVI, la condición de sus promotores era muy heterogénea. A ella se orientaron muchos encomenderos que por el control ejercido sobre la fuerza de trabajo indígena, explotaban minas y lavaderos de oro en los ríos. Igualmente, encontramos personas de menor rango, expedicionarios que arriesgaban el fruto de sus primeras incursiones, aventureros, comerciantes que se asociaban con quienes poseían algún conocimiento técnico o experiencia en el asunto. Claro está, que los que tuvieron mayor éxito fueron los que aportaron capital, fuerza de trabajo y poder político, porque podían tramitar ante las autoridades las concesiones de tierra y la autorización para explotar. Desde el punto de vista del dominio de la técnica, en el siglo XVI no se observa entre los jefes de cuadrilla y capataces una gran destreza al respecto. Además, no se daba un manejo profesional de las minas. Sin duda era muy importante el arrojo, la capacidad de mando y de control sobre esclavos e indios para conjurar rebeliones y forzar el rendimiento esperado. En Nueva España, la explotación minera se ubicó al norte en condiciones bien difíciles por la escasez de fuerza de trabajo y la ausencia de comercio, lo cual llevó a los empresarios a apropiarse de grandes extensiones de tierra para dedicarlos a la ganadería y la agricultura con fines de abastecimiento de las minas. El tamaño descomunal de estas propiedades ha llevado a estudiosos como Chevalier a pensar que ellas se encuentran ligadas al nacimiento de las grandes haciendas mexicanas del norte. La riqueza de estos empresarios fue tan inmensa, que se hizo corriente la denominación de los "grandes señores del norte" y su poder fue utilizado en ocasiones para distribuir mercedes de tierra, estancias y aguas. En los altiplanos del sur del Perú, fueron famosos los inmensos yacimientos de plata de Potosí, explotados por encomenderos y empresarios que utilizaron fuerza de trabajo indígena en grandes cantidades. En su entorno se creó un pueblo qué llegó a albergar unos 160.000 habitantes. Las cajas reales y el control estatal en América Paulatinamente, la Corona española fue afianzando los controles sobre las diversas actividades en el Nuevo Mundo. En su afán institucionalizador y regulador, trataba de imponer su autoridad señalando límites a los conquistadores. Esta política es particularmente intensa en lo atinente a la vida económica. Como hemos visto, el Estado se disputaba con los particulares los beneficios del descubrimiento y de la conquista. Para el efecto, la Casa Real fijó por medio de normas los porcentajes que correspondían a cada quien, impuso contribuciones, reguló el comercio, expidió leyes de protección a la fuerza de trabajo, organizó el recaudo de impuestos y contribuciones y nombró funcionarios para la ejecución de dichas políticas. El sistema fiscal del Estado se hizo más complejo en la medida en que crecía la emigración de españoles, la frontera geográfica y las diversas actividades económicas. El "quinto real" fue uno de los impuestos de más renombre en la época. De acuerdo con él, del producto de los rescates y explotaciones mineras, correspondía al rey la quinta parte. Claro que éste tuvo variaciones según la situación financiera de las regiones donde se aplicaba y según la capacidad para ejecutarlo. En veces se pagaba una cuarta parte o la octava o la décima. El sistema de captación en la primera mitad del siglo XVI fue muy frágil de modo que los conquistadores encontraban fácilmente la forma de eludir las contribuciones, declarando muy por debajo de las cifras reales. La entronización del engranaje estatal en el nuevo mundo tenía que contemplar, además del aparato político-administrativo, la organización del sistema de recaudos fiscales. Para el efecto, la Corona, a través de las Audiencias, ordenó la construcción de cajas reales en los centros mineros más importantes y a cuyo cargo estaban dos o tres funcionarios: el tesorero, el contador y el factor. Las funciones de las cajas iban desde la acuñación de moneda, el cobro de los derechos reales (quinto, diezmo y, a fines del siglo XVI, alcabalas, requintos, préstamos graciosos y composiciones) hasta los embarques de oro a España. En la Nueva Granada fueron creadas cajas reales en Cartagena, Santafé, Popayán, Mariquita, Pamplona, Remedios, Zaragoza y Cáceres. En 1608 había catorce cajas reales, hacia 1630 ya eran veintiocho. Ellas daban fe de la importancia de cada población. Como expresión de las políticas centralizadoras y reguladoras de la Corona, sirvieron de puente en el establecimiento gradual de un patrón de intercambio comercial -la moneda de oro o de plata- y en tal sentido, a través de ellas, las nuevas riquezas entraban al flujo económico. El comercio, la consolidación de la conquista y los comienzos de la colonización El intercambio comercial en el siglo XVI vive un proceso muy similar al de la explotación del oro y está íntimamente vinculado al nacimiento de centros urbanos. El comercio simple de las primeras décadas, estuvo orientado al abastecimiento alimentario y a algunos objetos con destinación específica, como caballos, lanzas, armaduras, esclavos, incluye también envíos de oro a las Antillas y a España. Posteriormente, en cuanto el español se establece de manera permanente en algunos sitios que se convierten en centros de demanda y de oferta y en puntos de paso hacia otros lugares, se produce un intercambio más regular y complejo. El comercio en tierra firme era sumamente difícil por el requerimiento de grandes cantidades de mano de obra indígena para remontar los ríos, cruzar y abrir caminos por zonas escabrosas, además, por las grandes distancias que separaban a los nacientes poblados de los puertos marítimos como Cartagena y Santa Marta. Se piensa y con razón, que el descalabro demográfico de los indígenas tuvo en esta actividad uno de sus causantes. En ella los españoles también perdían hombres, víctimas de enfermedades o de los ataques de nativos rebeldes que los acechaban. Cuentan las crónicas que Alonso Luis de Lugo perdió en una expedición por el río Magdalena, ochenta soldados, varios esclavos negros, ciento cincuenta caballos y gran cantidad de ganado. Tales dificultades encarecían sobre manera el precio de las mercancías. La certeza de obtener riquezas alentaba a los hombres que acometían diferentes empresas. Todo era riesgoso, el comercio, las expediciones de rescate, la explotación aurífera y hasta la fundación de poblados, porque se ponía en peligro lo invertido y aún la vida misma. Pero, el afán del lucro, las leyendas de un "dorado" que alimentaron la mentalidad de los nuevos miles de inmigrantes españoles, como de los que ya estaban instalados, se convirtieron en motores de suma eficacia en la instauración de una economía de indias. Los españoles se valieron de guías y caminos indígenas en su labor de penetración y poblamiento y para organizar el intercambio de mercaderías. El comercio se hizo tan rentable que muchos de los conquistadores se dedicaron a tan lucrosa actividad. Pero como se requerían capitales, fueron los encomenderos -enriquecidos con el tributo- y los mineros, quienes aportaron sus finanzas para hacer más regular y creciente el comercio entre distintas regiones del continente y entre el Nuevo Mundo y España. El comercio interior La principal vía o ruta comercial en el Nuevo Reino de Granada fue el río Magdalena, por él se navegaba hasta Mompox. De ahí hasta Honda las mercancías se trasladaban en embarcaciones más pequeñas. El objetivo era Santafé. Otra ruta importante fue la del río Cauca, por donde se penetraba hasta la población de Cáceres y de ahí a Santafé de Antioquia, Remedios, Zaragoza, Anserma y Cartago. Adicionalmente a las vías fluviales, se utilizaban caminos y trochas usando indios, esclavos, mulas y caballos para el transporte de la carga. Una vasta red de caminos se fue creando a lo largo del siglo XVI por medio de la cual se conectaban los puertos del Atlántico -Cartagena y Santa Marta- con las ciudades del interior. En efecto, la circulación de oro, alimentos, ropas de castilla "(es decir productos traídos de España), muebles, instrumentos de labranza, armas, materias primas, esclavos y españoles, era asunto corriente entre ciudades como Cartagena, Mompox, Vélez, Pamplona, Santafé, Mariquita, Cáceres, Zaragoza, Popayán y otros pequeños poblados. Como era obvio, los principales centros comerciales fueron aquellos que experimentaron grandes bonanzas en la explotación minera. Los empresarios del oro compraban esclavos, azogue, instrumentos de trabajo, mulas, ropas de Castilla y armas, a cambio de oro en polvo o amonedado. Aunque no había gran abundancia de dinero metálico, se disponía de piezas de plata provenientes de las minas del Potosí peruano y de San Luis y Zacatecas en México. El uso comercial de la moneda en las actividades económicas, jugó un papel de primer orden en la consecuente desestructuración de la economía de los pueblos prehispánicos (habituados generalmente al trueque) y por tanto en la instauración de una economía colonial. El comercio ultramarino Pero el intercambio interior por intenso que fuese, tenía siempre como su máximo referente el comercio con la metrópoli. Era en él, donde se movían los más fuertes intereses y sumas de capital. Se trataba de una actividad monopolizada por poderosas y expertas compañías ibéricas e italianas que proporcionaban grandes cantidades de mercancías diversas al Nuevo Mundo. Al comienzo de la conquista, el comercio se realizaba entre puertos españoles -por muchos años se hizo desde Sevilla- y La Española, pasando por Las Canarias. Los puntos de partida y de llegada eran estipulados por la Corona con el objeto de facilitar el cobro de impuestos y de los derechos correspondientes así como para buscar la seguridad ante los ataques de los barcos piratas. Los viajes se organizaban de ida y vuelta en dos períodos, principios de año y agosto. Después de La Española, y con el afianzamiento de la conquista de Tierra Firme y del subsiguiente auge minero, se establecieron puertos de desembarque en Veracruz (México) y Cartagena (Nueva Granada). Allí llegaban barcos negreros y otros, cargados de vinos, ropas de castilla, inmigrantes, embarcando para el retorno, viajeros y las remesas de oro recaudadas por las cajas reales. En los puertos del Nuevo Mundo, fijaron su residencia los más poderosos comerciantes para aprovisionarse al por mayor de las mercancías que luego serían vendidas entre los minoristas o a otras compañías dedicadas al intercambio con el interior. La Corona, al igual que en otros frentes, inundó el comercio con impuestos y reglamentos. Si bien se respetaba el interés privado por la ganancia, se quería dejar en claro que el comercio era una fuente de recursos para sus urgencias fiscales. De ahí el monopolio sobre los puertos internacionales e internos, (estos últimos se concedieron a particulares a cambio de una suma por un lapso de tiempo determinado) la fijación de impuestos como el almojarifazgo (7.5% del valor de los bienes movilizados entre los puertos de España y América) y la prohibición a los funcionarios estatales de introducir mercancías que rebasaran sus necesidades de instalación. No obstante, lo corriente durante gran parte del siglo XVI, fue la violación de tales normas. El comercio de contrabando era de grandes magnitudes y no ha sido posible calcularlo con mayor precisión. Los empleados aprovechaban sus viajes y cargos para mover mercancías con fines de lucro, de lo que hay abundante información por los procesos e investigaciones realizadas en la época. El control desde la metrópoli Enterados del descubrimiento de un nuevo continente, la Corona española se dio a la tarea de organizar su dominio, explotación y poblamiento. Para tal efecto, creó en 1503 la Casa de Contratación de Sevilla, encargada por los reyes del envío de flotas, emigrantes, del comercio de exportación e importación y del cobro de los derechos reales de aduanas. En los primeros años de la conquista este organismo funcionó como un auténtico monopolio estatal. Los altísimos costos del intercambio comercial ultramarino y los grandes riesgos de pérdida de la inversión, alejaban a los particulares de cualquier posibilidad de controlarlo. Pero, la consolidación del dominio español, el auge migratorio y el incremento de las remesas de oro y plata, condujo a la ampliación del mercado y a la intervención más sistemática de compañías privadas, que se interesaron por el control de esta institución. De otro lado, desde 1518 fue constituido el Consejo de Indias, órgano supremo de la administración imperial ibérica, encargado de todos los asuntos relacionados con las Indias. En él se elaboró la voluminosa legislación indiana, se reglamentó la actividad comercial y se dirimieron las grandes controversias jurídicas. Jaime Jaramillo Uribe resume así las funciones que cumplía: - Proteger la población indígena. - Proponer al rey personas para cargos eclesiásticos y civiles. - Controlar la administración de hacienda. - Elaborar las leyes para los nuevos territorios. - Revisar y aprobar las ordenanzas de las autoridades coloniales. - Definir en última instancia las sentencias de la Casa de Contratación. - Ordenar visitas generales y especiales a las colonias. Conclusiones: a modo de síntesis La obra de conquista y los comienzos de la colonización en el siglo XVI, acometida por los reinos europeos más poderosos, tienen un enorme significado en las transformaciones que en todos los órdenes experimentó el mundo occidental. Desde la perspectiva económica, son muchos los debates que se han desarrollado en relación con el papel jugado por las riquezas americanas en la expansión del capitalismo. La crisis periódica a que se ven sometidos los modelos teóricos de interpretación del pasado, nos pueden servir para entender la eficacia relativa de los esquemas y paradigmas que pretendían haber agotado el campo del saber sobre la época colonial. La vieja y ardua polémica en torno a si en América se dio el feudalismo o el naciente capitalismo, ha dejado de ser importante. Hoy por hoy, habría que formular preguntas más precisas para dar cuenta de la nueva realidad económica que se implantó desde el siglo XVI. A cuál tipo de desarrollo capitalista y feudal se referían los defensores de una y otra posición? Era evidente que se trataba, en buen número de casos, de esfuerzos que suponían la pureza y la rigidez de los conceptos. La realidad, como lo dan a entender investigadores que tomaron distancia de tal parangón como Colmenares, Zabala y Chevalier, entre otros, era más rica y compleja que unos conceptos que no alcanzaban para comprender el proceso singular que para la sociedad occidental y para las comunidades nativas representó la acción de conquista y colonización. Sin duda, allí encontramos formas de trabajo asimilables a lo que se denomina el capitalismo mercantil, que se entrelazan y combinan con formas feudales, como algunos rasgos del sistema de tributación y con usos y costumbres de los indígenas americanos. En el fondo, todos reconocen que el nervio motor que estimulaba el interés privado de los conquistadores y de la Corona española, era la acumulación de riquezas, principalmente el oro. Pero, en pos del oro llegaron miles y miles de españoles que crearían los asentamientos urbanos de carácter permanente. De forma simultánea a la búsqueda, extracción y comercio del mineral, se desarrolló un poderoso movimiento económico del que además hacen parte otras actividades como la agricultura, la ganadería y el intercambio de mercaderías. En el que además se involucra el uso de fuerza de trabajo y de la tierra; entonces nos encontramos con una situación en la que los conquistadores tienen que buscar la manera y los mecanismos para resolver los conflictos que se derivan del dominio de una nueva frontera económica: América. El asunto no fue nada simple, de él fueron protagonistas tres razas y en él, los intereses del conquistador, de los indígenas y de la Corona, coparon el escenario de una disputa en la que cada cual trataba de perder lo menos y ganar lo más. El desenlace fue claro, las comunidades de indígenas llevaron la peor parte, fueron relegados a las peores tierras, despojadas de sus pertenencias, arrasadas en sus usos y costumbres y sufrieron la peor ola de mortalidad de que se tenga indicios en los últimos siglos. La Corona fue imponiendo lentamente sus condiciones, sus normas y sus leyes. Aunque expidió medidas protectoras de los indios, la debilidad inicial de sus instituciones las hizo inútiles o les restó fortaleza. Sin embargo, su acción institucionalizante se fue abriendo paso, debilitando el carácter anárquico, la voracidad y los abusos propios de las primeras huestes que prácticamente actuaban a su libre arbitrio. Los reyes católicos, fieles a una filosofía centralista e intervencionista, y llevados por las necesidades fiscales, sometieron al interés privado haciendo respetar los fueros y los derechos del Estado. Impuestos al comercio, a la minería, control de la acuñación de moneda, nombramiento de funcionarios, establecimiento de cajas reales, política de mercedes y composición de títulos de propiedad territorial, tasación del tributo indígena, protección de las propiedades indígenas (resguardos), normas de distribución y uso de la fuerza de trabajo, dan cuenta de una visión estatal, del modelo de sociedad que se quería implantar en el nuevo mundo, del interés de hacer vivir a los españoles e indios en régimen de "policía". La Casa Real no desconocía el afán de lucro, ni la ambición de riqueza de los particulares, lo que quiso fue instituciona1izar el proceso de apropiación de la riqueza, señalando lo que consideraba sus derechos y si se quiere su participación en el excedente. Ello implicó un esfuerzo descomunal, con numerosos e intensos conflictos, en el que sus protagonistas hicieron valer sus opiniones, sus valoraciones, sus ambiciones, las cuales se enmarcaban en el cuadro y en el sistema de valores y de vivencias de la época. Ese esfuerzo es además indicativo del interés de la Corona por instaurar un sistema económico sobre cuya legitimidad no existieran dudas. Lo que hemos llamado una economía de indias, alude entonces a un proceso de múltiples variables que se conjugan y que nos permite entender, en medio de la diversidad y de los particu1arismos de cada una de las Audiencias establecidas en América durante el siglo XVI, la existencia de un marco común de referencia, cuyos ejes son el interés privado y la acción reglamentadora del Estado en torno a la obtención y distribución del excedente. Fuera de duda está el rol jugado por el oro americano en el desarrollo económico y social de Europa. Los reinos de Inglaterra, Holanda, Francia, España y Portugal entraron en la disputa por el control de los nuevos territorios, en pos de riquezas que irían a aliviar sus cargas fiscales y que además serán fuentes de acumulación de capitales a lo largo de tres siglos, durante los cuales el panorama económico europeo se transformó sustancialmente. En el Nuevo Mundo, las políticas económicas de la Corona se constituyeron en firme basamento de una sociedad colonial que evolucionó en los parámetros impuestos por las pretensiones de la metrópoli. Aunque ella tuvo su propia dinámica y una fisonomía distinta, producto entre otras cosas, del lento proceso de mestizaje que actuó a su vez como factor disolvente de la rigidez del régimen colonial. La economía de Indias, en suma, es la denominación que se da a las relaciones que nacen del choque entre dos culturas y dos mundos diferentes que terminan por generar una nueva realidad, un nuevo mundo, que no es ni Europa, ni es la América indígena, es el mundo mestizo latinoamericano, que en el plano económico nos legó como herencia, un Estado reglamentarista e interventor. La huella dejada por el régimen económico colonial es tan profunda, que a mediados del siglo XIX se produce en Colombia un movimiento liberal en contra de sus supervivencias, y aún, a fines del siglo XX, las comunidades que sobrevivieron en varios países siguen siendo acosadas y violentadas por la sociedad mestiza. BIBLIOGRAFÍA Colmenares, Germán. Historia Económica y Social de Colombia. 1537-1719. Ed. La Carreta, Bogotá 1978. En: La Historiografía colombiana de la Colonia, esta obra es de las más completas y orgánicas, es fundamental para quienes se inician en el tema, como también para especialistas. Colmenares, Germán. Ver también sus artículos en Manual de Historia de Colombia Tomo I de Colcultura, y en el compendio de Historia Económica de Colombia editado por José A. Ocampo y el muy sugerente artículo publicado en la revista de la U de A No. 220 bajo el titulo “La aparición de una economía política de Indias", en el que se da cuenta de sus reflexiones sobre la mentalidad de la conquista. Chaunu, Pierre. Historia de América Latina. Ed. Universitaria 7ª. ed. Buenos Aires, 1976. Texto de carácter global, indispensable para ampliar el estudio a un plano continental. Chevalier, Francois. La Formación de los Latifundios en México. F.C.E. México D.F. 2ª. ed. 2ª. reimpresión, 1985. Una de las investigaciones más densas y profundas. Buen ejemplo para quienes gustan del estudio de los fenómenos de la larga duración. Flores Galindo, Alberto. Europa y El País de los Incas. La Utopía Andina. Instituto de Apoyo Agrario, Lima, 1986. Bello e interesante trabajo en la perspectiva cultural: El choque de mentalidades y cosmogonías entre los dos mundos. Friede, Juan. Historia Extensa de Colombia. Vol 11 de la Academia Colombiana de Historia. Friede es uno de los grandes pioneros de la historiografía colonial en Colombia. González, Margarita. Ensayos de Historia Colonial Colombiana. El Ancora Editores, 2ª. ed. Bogotá, 1984. Los escritos de esta investigadora han tenido la virtud de estimular el conocimiento del mundo colonial colombiano. Son textos de obligada consulta en las universidades. Jaramillo U., Jaime y Colmenares, Germán. Estado administración y vida política en la sociedad colonial. En: Manual de Historia Colombiana, Tomo I. Procultura. Bogotá. 1982. Konetzke, Richard. América Latina II. La Epoca Colonial. Siglo XXI Editores S.A. México, 7ª. ed. 1978. Obra de referencia general, muy utilizada en los años 70. Melo, Jorge Orlando. Historia de Colombia. Tomo I. Ed. La Carreta, Bogotá, 1978. Texto de síntesis utilizado con frecuencia en colegios y universidades. West, Robert C. La Minería de Aluvión en Colombia durante el Período Colonial. lmprenta Nacional, Bogotá D.E. 1972. Zabala, Silvio. El Mundo Americano en la Epoca Colonial. México, Parrúa S.A. 1967. Zabala, Silvio. Los Títulos de Posesión en las Indias Occidentales. México, Ed. El Colegio Nacional, 1968. Zabala es uno de los más prolíficos investigadores del mundo colonial. Ha enseñado a las juventudes universitarias y también ha inspirado a otros historiadores para quienes es un maestro en estos asuntos. Sus obras son básicas para alcanzar la comprensión de las diversas facetas de la conquista y la colonia.