La Hacienda en el Nuevo Reino de Granada

Anuncio
LA ECONOMÍA DE INDIAS: ENTRE FRENOS Y DESENFRENOS1
El encuentro entre Europa y América desde fines del siglo XV, constituye uno de los
fenómenos más trascendentales en la historia de Occidente. Ni el Viejo Continente, ni el
Nuevo Mundo, volverán a ser los mismos. Fenómenos de honda repercusión transformaron
el escenario social en ambas latitudes, procesos desestructurantes como la imposición de la
fe católica a los pueblos nativos americanos, la instauración de un régimen colonial para
institucionalizar la obra de conquista, la catástrofe demográfica de los indígenas, las
fabulosas remesas de oro y piedras preciosas que empezaron a llenar las arcas de las
coronas europeas, el comienzo del proceso de mestizaje, entre otros, cuyas consecuencias
todavía se perciben, tuvieron su punto de partida en el período de la conquista.
Es en América donde se percibe la particular intensidad de este encuentro. Una nueva
sociedad moldeada principalmente por los españoles, pero que no es ni española, ni
indígena en sentido estricto, en la que se conjugan elementos de las dos culturas, comienza
a nacer, mostrando variadas facetas en el orden religioso, político y económico. En este
ensayo, nos ocuparemos del estudio de los cimientos de la economía de indias en el siglo
XVI, es decir, del surgimiento de la compleja red de relaciones económicas que se produce
con la instauración definitiva del dominio ibérico en los territorios descubiertos.
La definición y clarificación de las reglas de juego en materia económica en el continente
americano durante el primer siglo de su descubrimiento, implicó un complejo proceso de
enfrentamiento de intereses entre quienes estuvieron involucrados en la obra conquistadora.
Españoles e indígenas, la Corona y la iglesia, son los grandes protagonistas de una puja en
la que son corrientes los conflictos entre los mismos españoles, bien como expedicionarios
en sus diversas gradaciones, bien como encomenderos o como funcionarios reales o como
miembros de órdenes religiosas, en lo que atañe a la búsqueda y control de la riqueza.
1
Publicado en la serie: Crónicas del Nuevo Mundo, fascículo 17, 1992, ICAN, El Colombiano y CINEP.
Por supuesto, los problemas más graves eran los que se presentaban entre españoles e
indígenas, estos, en defensa de sus territorios, costumbres, creencias y formas de vida,
resistieron de muchas formas, -incluida la guerra-, la codicia y los abusos de los
conquistadores, saliendo derrotados en la mayoría de las ocasiones. Como quiera que las
comunidades nativas estaban jerarquizadas presentando algunas de ellas, sobre todo en
México, en Perú y en Colombia, sistemas de sometimiento económico que incluían la
esclavización, también entre los propios indígenas se observaron comportamientos y roles
diferentes en el proceso de apropiación, redistribución y control de las riquezas; así, hubo
caciques que se asimilaron de tal forma con los españoles que terminaron convirtiéndose en
encomenderos, aunque esto no fue lo más usual.
En la empresa de despojo a que fueron sometidos los nativos, el interés privado discurrió
durante las primeras décadas del siglo XVI, casi descontroladamente. Los conflictos de
intereses se definieron en muchas ocasiones por vía de las armas entre las huestes y
cuadrillas de conquistadores, por discusiones internas, sublevaciones contra los jefes y
otros procederes que denotaban la debilidad del Estado español para entrar a regular las
actividades y derechos de sus súbditos en ultramar.
Pero la Corona no dormía, el móvil económico siempre estaba presente en sus empresas de
conquista. A la par que ensanchaba sus dominios territoriales y evangelizaba nuevos
pueblos, tenía grandes necesidades económicas para sostener un Estado cada vez más
burocratizado y con altos gastos militares que le demandaban sus guerras constantes con
Inglaterra y Francia principalmente. América era entonces un filón, una gran veta, la fuente
de recursos de minerales preciosos imprescindibles para el fortalecimiento de sus arcas, por
eso, y a medida que se tomaba conciencia de la magnitud del descubrimiento, se
financiaban nuevas exploraciones, expidiéndose una serie de normas y leyes que dejaban
bien en claro los derechos reales sobre los territorios, las personas y las riquezas
descubiertas. Se trataba de una política sistemática que fue imponiéndose paulatinamente a
pesar de la resistencia de los primeros conquistadores.
En el fondo, lo que pretendía la Corona era delimitar muy precisamente lo que a cada quien
correspondía, las fronteras del interés privado, dejando en claro que en ella residía el poder
y que su propiedad sobre lo descubierto era indiscutible.
Ese fue el telón de fondo de los conflictos económicos durante todo el siglo XVI, en un
escenario en el que entraron en juego disímiles intereses y diversas racionalidades.
En efecto, la conquista puede mirarse como el fruto de una gran empresa económica en la
que confluyen el interés privado -los conquistadores y las casas comerciales del viejo
continente- y el interés estatal de la Corona española. Hay en dicha trama toda una
racionalidad, una lógica que hace parte de la mentalidad de la época.
Los excesos y la crueldad en que incurrieron los españoles para obtener riquezas, se
inscriben en una dinámica o conducta que es reiterativa en el ser humano en diversas
épocas de la historia, que nos remite al cuadro de las luchas apasionadas por la riqueza y
por el poder, cuando los hombres se encuentran ante una nueva frontera y ante la
inminencia de la fortuna al margen del control de las autoridades.
Los españoles procedieron, pues, de acuerdo con su época, con el ambiente reinante de
exploración, descubrimiento de territorios y vías comerciales y conquista de riquezas.
Pensar que aquello fue producto de la irracionalidad es dejarse llevar por prejuicios
moralistas que impiden ver la complejidad de la situación. ¿Cómo negar la existencia de
una lógica en quienes esperaban recuperar con creces las altas inversiones de capital que se
hicieron en los sucesivos desplazamientos al nuevo mundo? y ¿cómo no pensar, que la
ampliación de fronteras del mundo, tendría que ser incorporada al flujo comercial de
Occidente, y que eso estaba al margen de cualquier consideración de corte voluntarista o
individual?
La conquista en el plano económico, funcionó como una empresa en la que se invertía
capital y de la que se esperaban utilidades. Una empresa en la que los principales
beneficiarios, los conquistadores y la Corona, se disputaban el control del excedente, los
primeros por medio del abuso, del desconocimiento de las leyes, del robo, de la tortura a
los nativos, de la explotación de las tierras y las minas, del ejercicio regular del comercio,
del control de la mano de obra, del contrabando, del engaño en sus informes, etc.
Los segundos a través de las cédulas reales, de códigos como las Leyes Nuevas de 1542, de
la organización de la administración estatal de los territorios descubiertos, del
nombramiento de funcionarios y del establecimiento de impuestos y de porcentajes para
garantizar sus derechos sobre las riquezas obtenidas. El proceso fue largo, doloroso,
abundante en conflictos. El triunfo de la Corona significó el comienzo de la obra de
colonización que trascendía el aspecto económico.
Al colocar el énfasis en el esfuerzo institucionalizador realizado por el Estado español, no
pretendemos desconocer la existencia de prácticas económicas alternas o paralelas de
carácter ilegal como el contrabando de mercancías de todo tipo y la defraudación al fisco
real. Todos los historiadores coinciden en señalar que el contrabando era cosa corriente,
incluso entre funcionarios, como uno de las formas de burlar el peso abrumador de los
numerosos impuestos con que eran gravados todas las actividades económicas por parte de
la Casa Real.
Ciertamente, no hay estudios rigurosos ni precisos sobre las cifras y volumen de riquezas
implicadas en las actividades económicas ilegales, y es muy improbable que los haya en el
futuro ante la ausencia de registros y huellas. La trata de negros es uno de los escasos
renglones en los que se han realizado investigaciones aproximativas por medio de cuadros
comparativos entre las remesas de negros llegados a Jamaica y los despachados de allí al
continente.
Pero, el contrabando también involucra otras variables (sobre las cuales hay algunos
estudios parciales) como las relativas a la apertura de nuevos caminos y rutas, a la
expansión del control de la frontera geográfica, a las prácticas de soborno, amenazas y
crímenes, a la formación de auténticas mafias en donde participaban funcionarios estatales,
encomenderos, mineros y hasta caciques indígenas, cuyos métodos impregnaron
fuertemente las costumbres políticas y el ejercicio de cargos públicos.
Las rutas del contrabando no eran necesariamente diferentes a las utilizadas por el comercio
legal. En la Nueva Granada, la región de la Guajira cobró forma como zona de
desembarque de esclavos negros que eran introducidos ilegalmente al interior del territorio.
Los productos objeto de contrabando eran muy numerosos en razón de los gravámenes que
recaían sobre casi todos ellos. Así, la sal, los vinos, las armas, el oro, la plata, las telas y los
artículos de lujo y ostentación eran los que llenaban las preferencias de las bandas de
contrabandistas.
La apropiación de la tierra: el comienzo de un gran despojo
Si bien la búsqueda de riqueza fue el resorte de las actividades de los españoles en las
primeras décadas y estas se concentraron hacia la consecución de oro, plata y piedras
preciosas, el proceso de apropiación de la tierra se fue convirtiendo en centro de atracción y
de interés para el español en la medida en que se iba consolidando el dominio territorial y
creando poblados en los que se comienza a llevar una vida sedentaria, más estable.
De acuerdo a las condiciones establecidas por la Corona, los nuevos territorios eran
incorporados a la Casa Real. Esta, en contrapartida, otorgaba poder político, nombrando
como gobernadores o capitanes a quienes descollaban en la empresa de descubrimiento y
conquista. El ejercicio del poder político a nombre del rey, conllevaba al usufructo de
riquezas y daba la facultad de distribuir áreas de influencia, tributos, fuerza de trabajo, entre
otras cosas.
El proceso de apropiación de la tierra estuvo sujeto a los mismos vaivenes de la búsqueda
del oro y de los metales preciosos, pero en un principio, no ocupó la atención de los
conquistadores para quienes lo primero, lo esencial, era el oro y éste se conseguía por
medio de las cabalgaduras, las rancherías, el saqueo de tumbas indígenas, los rescates, los
tributos y luego por medio de la explotación de minas de veta y de aluvión.
La tierra pues, tenía poco valor desde el punto de vista comercial. Ella interesaba en cuanto se
iban fijando los asentamientos, fortines y poblados de los españoles y estos requerían de la
adjudicación de solares y pequeñas estancias para la construcción de sus viviendas, que
generalmente fueron otorgados por los cabildos de vecinos. Las tierras de vivienda y de labranza
de las comunidades indígenas eran útiles en cuanto de ellas dependía el sustento alimentario de
las huestes y era la fuente de los tributos pagados por los indígenas a los encomenderos.
En sentido estricto, la propiedad del suelo era algo definido a favor de la Corona y su
adjudicación a particulares fue un movimiento lento y conflictivo.
A medida que transcurría la obra conquistadora y se agotaban las posibilidades de éxito de
nuevas exploraciones, el español se fue afirmando al suelo, a vivir "en policía" es decir, de
acuerdo a normas, reglas y costumbres que se observaban en la Península Ibérica. Así, el
interés por la tenencia de la tierra se fue incrementando. Ciertamente, poseer tierras tenía
una doble motivación; de un lado, en cuanto ello daba cuenta de señorío y distinción,
reproduciendo el papel de regulador de las jerarquías sociales que tuvo en la sociedad
feudal. El proceso fue particularmente intenso en la Nueva España (México), en el
virreinato del Perú y en el altiplano Cundiboyacense, sitios en los que se encontraron
comunidades nativas numerosas, organizadas y estratificadas. De otro lado, la tierra
adquiere valor como mercancía, en cuanto es apta para la agricultura y la ganadería,
actividades que cobran importancia en tanto avanza el proceso colonizador.
Interés estatal vs. interés privado
En las primeras décadas del siglo XVI lo que domina el interés de la Corona y del
legislador es el descubrimiento de nuevas tierras y comunidades para la obtención de oro y
otros metales preciosos. Las cabalgadas a las rancherías y expediciones en lo profundo de
la tierra firme suponen una distribución del “rescate” entre los miembros de la hueste y
entre ésta y la Corona. La tierra no es adjudicada, se supone que pertenece a los reyes.
Posteriormente, con el establecimiento de la encomienda, la Corona trata de regular la
distribución de la fuerza de trabajo indígena cuyo tributo es la fuente de subsistencia
material y de enriquecimiento.
Intensas y numerosas discusiones se han presentado entre los historiadores en torno a la
caracterización de la encomienda. Una de ellas hace alusión al carácter feudal de la misma,
que a su vez sirve de puntal a quienes pensaban que la conquista y la colonia reprodujeron
en América dicho sistema. Otra de las polémicas se refiere al papel jugado por la
encomienda en el proceso de apropiación de la tierra y en la formación de los latifundios.
En cuanto a la primera cuestión, las investigaciones más recientes dejan ver la estrechez de
un modelo que pretendía aprisionar la lectura de aquel proceso bajo el dilema capitalismofeudalismo, mostrando en cambio la variedad de relaciones económicas que se practicaron
y la simbiosis, yuxtaposición e interrelación de elementos característicos de las formas de
producción de los dos mundos.
En relación con la encomienda, diversas investigaciones dan cuenta de su carácter y sus
peculiaridades. Algo había de común con respecto a la encomienda castellana a saber, la
sanción del poder social del poseedor del título quien además podía cobrar tributos. Lo
distintivo tiene que ver con el hecho de que el encomendero en América no reúne poderes
para administrar justicia. Ser encomendero era, como el nombre lo indica, poseer el encargo
real de cobrar el tributo que los indígenas, como vasallos libres de la Corona, estaban en la
obligación de pagar. A cambio de ello, al español que detentaba la encomienda, se le
adjudicaban indios para su servicio y un porcentaje de lo recaudado. Pero en dicha relación
de contraprestación entre el rey y el conquistador y de sujeción de la población aborigen, la
tierra no estaba incluida. Es más, expresamente estaba prohibida su adjudicación.
Sin embargo la ausencia de control estatal, la debilidad de las primeras autoridades, la
voracidad de los conquistadores, fueron factores que posibilitaron la ocupación y tenencia
de hecho de las tierras, tanto urbanas como rurales. Lo que desde el punto de vista formal
era inconcebible e ilegal, la vida ordinaria lo convirtió en realidad. Por ello, muchas de las
disposiciones reales, como las Leyes Nuevas de 1542 y buena cantidad de cédulas reales
apuntaban a reducir el poder de los nuevos señores, los encomenderos, a evitar los abusos
con los nativos y el fraude ante las autoridades. La posesión jurídica de la tierra se
transforma en un problema político y social, pues el conquistador se cree con mayores
derechos que los recién llegados y que los nativos, por lo cual exige más y actúa en
consecuencia, apoderándose de lo que no le pertenece.
La tierra es al igual que el oro, un motivo mas de discordia entre el interés privado y el
estatal. Los reyes católicos adelantaban en España una política centralizadora que implicaba
la reducción de los poderes políticos y económicos de los grandes señores feudales, y
querían evitar a toda costa que tal situación se reprodujera en el nuevo mundo, por eso
abundan las disposiciones reglamentarias con las cuales se esperaba regular la actividad de
los particulares y señalar con precisión los derechos de la Corona.
Parte de tal política era la norma que impedía el mantenimiento de las encomiendas por
más de dos generaciones. De ahí su ulterior debilitamiento a pesar de las maniobras
realizadas por los encomenderos para evitarlo. Con respecto a la posesión de la tierra, la
Corona procedió con criterios prácticos, aceptando la situación de hecho que se había
presentado. Propuso la legitimación de títulos por medio de las "composiciones", actos
jurídicos consistentes en el pago de unos impuestos o de un valor previamente acordado
para obtener el dominio jurídico de las tierras. La Corona captaba dinero para el fisco a la
vez que legalizaba la situación de los propietarios.
Este proceder se utilizó también para enmendar injusticias cometidas por encomenderos
contra las propiedades indígenas. En algunos casos fueron devueltos, pero, en otros, se
destinaron al establecimiento de los "resguardos".
Las "composiciones" tuvieron distintas denominaciones según la extensión del territorio y
según los usos: mercedes, caballerías, peonías, haciendas y estancias. Todo ello, según el
historiador colombiano Germán Colmenares, constituyó una vasta operación fiscal de la
Corona, por medio de la cual se legitimó la apropiación territorial en que incurrieron los
españoles en el siglo XVI, luego de un anárquico y en veces brutal proceso de despojo de
las comunidades indígenas. Hacia 1591, el presidente de la Real Audiencia de Santafé,
Antonio González, recibió la orden de revisar los títulos otorgados por cabildos,
gobernadores y audiencias. En principio los simples ocupantes debían ser desposeídos y
aquellos que pudieran exhibir un título precario se admitían a "composición" mediante el
pago de una suma a la Corona. Se debían reservar las tierras necesarias para ejidos, pastos,
calles y plazas en los lugares poblados y se reconocería a los indios las tierras que hubieren
menester para sus ganados y sementeras.
Los orígenes de la Hacienda
El interés por la propiedad territorial aumenta en cuanto decrece la posibilidad de obtención
de riquezas por los métodos usuales de los primeros años de la conquista; en la medida en
que desciende de modo alarmante la población indígena; y también en razón de la
expansión de las actividades económicas y la acumulación de capitales provenientes del
sistema de encomienda, de la minería, del ejercicio de cargos estatales y del comercio.
Las adjudicaciones de propiedades, conocidas con el nombre de mercedes de tierra, las
hacía la Corona a través de sus funcionarios y también por los cabildos de vecinos. De esa
forma, la Corona compensaba y retribuía a aquellos que le habían prestado un servicio al
reino, con más razón si eran servicios militares. En tal sentido la tierra hizo parte, como los
indios y el oro, del botín para repartir según méritos de conquista, tal como lo hicieron los
reyes durante la reconquista de la península en la guerra con los moros.
Claro que no debe desconocerse otro tipo de pretensiones en las otorgaciones territoriales,
como las de estimular el poblamiento, la explotación agrícola y ganadera con fines de
intercambio, sustento y abastecimiento de una población blanca y mestiza cada vez mayor.
La Hacienda en el Nuevo Reino de Granada
La formación de grandes propiedades territoriales con fines de explotación económica, tipo
haciendas, fue en Colombia un proceso que se remite a las atribuciones de tierra en el curso
del siglo XVI y estuvo localizado en las vastas extensiones del Valle del Cauca, zona en la
que la fuerza de trabajo indígena era ínfima, lo que obligó a los propietarios a llevar
indígenas de otras latitudes y esclavos negros. Colmenares mostró cómo de hecho, en la
resolución práctica de las ambiciones que enfrentaban a los conquistadores entre sí y a estos
con la Corona, las diferencias jurídicas entre la encomienda (que era mecanismo de
repartición de la fuerza de trabajo y de tasación del tributo) y las adjudicaciones de tierra,
quedaban borradas en razón de los abusos, maniobras y esguinces de los que se valieron los
conquistadores para exceder las atribuciones de la encomienda, extendiéndolas al usufructo
de las tierras indígenas.
Las mercedes de tierra se basaban en una medida consistente en seis mil pasos por seis mil
para la estancia de ganado mayor, (2.540 hectáreas aproximadamente), y de tres mil por
tres mil para la estancia de pan o de labor o sea 635 hectáreas. El paso era equivalente a una
vara de Castilla: 0.84 metros.
Sin embargo la precariedad de los títulos -al fin de cuentas todos sabían que la Casa Real
podía en cualquier momento intervenir- y las restricciones al sistema de encomiendas, se
convirtieron en factores que retrasaron la formación de grandes propiedades en las zonas
más densamente pobladas por indígenas.
El proceso de apropiación territorial en los altiplanos del Nuevo Reino de Granada Santafé, Tunja, Pasto y Popayán- culmina hacia fines del siglo XVI, por la época en que se
inicia la política de las "composiciones" para sanear y legitimar los títulos y ocupaciones de
hecho. Así el monopolio de la fuerza de trabajo y el ejercicio del poder político es
complementado por la posesión de la tierra. Estas funciones y poderes se concentran en
pocas manos, generalmente en los encomenderos que además incursionan en otras
actividades como las comerciales y las mineras. Lenta pero inexorablemente, la vida en el
Nuevo Mundo tendía a la institucionalidad y a la regularización que la Corona quiso
imprimir desde los años iniciales.
Es necesario precisar que la consolidación de la gran propiedad territorial y el surgimiento
de grandes haciendas de tipo empresarial, es propia de los siglos XVII y XVIII, cuando se
puede hablar con más propiedad de la existencia de una sociedad colonial que supuso el fin
del período de la conquista.
La Hacienda Mexicana
Los trabajos de Francois Chevalier y Silvio Zabala han logrado aclarar, a través del análisis
de la conquista y la colonia en la Nueva España (México), los caracteres distintivos del
proceso de apropiación territorial en cada región, no obstante el hilo común que hacía de
todos un mismo fenómeno.
En México se forjaron dos repúblicas, la del centro-sur, zonas que en un comienzo coparon
el interés de los españoles por estar habitadas por comunidades numerosas de nativos que
practicaban la agricultura y tenían una compleja organización política y social en la que
unas etnias subordinadas pagaban tributo a las más poderosas; y de otro lado, la del norte,
poco poblada, habitada por indios nómadas. Con tierras aptas para la ganadería y la
minería.
En México, como en la Nueva Granada y en el Perú, se observa idéntico panorama de
conflictos entre la Corona y los conquistadores. En cuanto al problema de la propiedad
territorial, los virreyes y demás autoridades tratan de poner límites a la ambición
desmesurada de los españoles y a sus abusos. Allí también se realizó un gran esfuerzo para
tasar los tributos, limitar los alcances de las encomiendas, proteger a los indios ante la
evidencia de los malos tratos y la inminente catástrofe demográfica. Así como para sanear
por medio de "composiciones" la tenencia legal de la tierra que había sido repartida por los
conquistadores y cabildos u ocupada de hecho por los encomenderos.
La formación de los grandes latifundios mexicanos comenzó a mediados del siglo XVI,
pero las autoridades encargadas de hacer las otorgaciones, se cuidaban de asignar tierras
alejadas de los asentamientos indígenas. Estas tierras fueron dedicadas inicialmente a la
ganadería. Para fines del siglo XVI, las estancias de ganado se asocian con cultivos para
iniciar la transición hacia las grandes haciendas típicas del siglo XVII.
Se ha logrado constatar que la hacienda empresarial no proviene de la encomienda, aunque
no se desconoce la importancia del encomendero -por la acumulación de capitales y como
protagonista de la apropiación de la tierra por medio de las mercedes- en la gestación de
aquella. El interés económico en la agricultura se incrementa ante la necesidad de
abastecimiento de las poblaciones mineras y además por la disponibilidad de capitales
acumulados en el periodo precedente.
En busca de "El Dorado": la minería, una empresa jugosa
La actividad económica más importante en el nuevo mundo durante el siglo XVI fue la
minería de oro y de plata. Los conquistadores, luego de agotar las posibilidades de
obtención del oro por medio del sometimiento de los indígenas, organizaron empresas de
penetración hacia las zonas que se consideraban ricas en yacimientos para explotarlas
utilizando las técnicas de la época.
La minería así concebida y practicada, requería de inversiones de capital para la compra de
implementos, mano de obra cautiva y materia prima. Por eso, es explicable que se dieran
alianzas entre españoles para cubrir esos costos y compartir riesgos, temores, retos y
beneficios. De esa forma se explotaron minas de veta y lavaderos en el lecho de los ríos.
La búsqueda de oro estaba íntimamente asociada a la expansión de la frontera geográfica.
El establecimiento de explotaciones regulares contribuyó al auge del poblamiento, al
nacimiento de ciudades, siendo en México y Perú más notorio este fenómeno. También fue
fundamental en el ensanchamiento de las actividades económicas a través del intercambio
que floreció entre las zonas mineras y los centros del poder estatal y de producción agraria.
Formas de Trabajo
El conquistador apeló a la fuerza de trabajo nativa en la explotación minera, pero las
restricciones de la Corona, el castigo de los abusos y la catástrofe demográfica que afectó a
los indígenas, llevó a los españoles a buscar sustituto en la población negra africana
esclavizada.
Se ha logrado demostrar la inconsistencia de una idea que hizo carrera durante muchos años
en las versiones históricas en el sentido de que el creciente uso del trabajo del esclavo
negro, tenía que ver con la mayor fortaleza de su raza. Otras circunstancias de orden
cultural y político, nos ayudan a entender el problema. En primer lugar, la crisis de la
comunidad indígena y las medidas proteccionistas de la Corona que impedían a los
españoles arrancar a los nativos de su hábitat natural y tradicional. En segundo lugar, el
indio que no rendía lo esperado quizá expresaba de esa forma su resistencia ante los
cambios, las enfermedades y abusos a que se vio sometido, y por último, el mayor
conocimiento de la metalurgia por parte de algunos pueblos negros africanos.
Los empresarios mineros utilizaron, según sus recursos y oportunidades, fuerza de trabajo
indígena bajo la forma de "concierto" -o sea, recibiendo un determinado número de
indígenas como parte del tributo- o de la "mita" que implicaba una relación salarial, una
retribución a las comunidades. Si esta mano de obra escaseaba o no estaba disponible, se
tenía que acudir a los esclavos. Esta forma de trabajo, aunque fue utilizada desde la primera
mitad del siglo XVI, se incrementó a partir de 1580 con los hallazgos de los yacimientos
auríferos de Cáceres, Remedios y Zaragoza en la Nueva Granada.
El esclavo, como fuerza e instrumento de trabajo, circulaba en esta región como una de las
mercancías más valiosas. La trata de negros, que en los primeros años fue permitida por la
Corona para el servicio personal de autoridades reales y del clero y como personal de carga
de los expedicionarios, se transformó luego, en parte integral de la economía de indias,
sometida a reglamentaciones estatales de todo orden, como las demás actividades sociales.
La Corona y la trata de negros
Los monarcas españoles encontraron en el comercio de esclavos, una fuente adicional para
la obtención de recursos fiscales. Por ello, cuando la minería entra a funcionar como
empresa creando la demanda de esclavos, la Corona concede licencias para la introducción
masiva de negros en el continente americano. Luego, en el siglo XVII, se forman las
grandes compañías -Asientos- que monopolizaban la trata de negros. Cabe anotar, que un
número de esclavos apreciable, pero imposible de precisar, fue introducido de contrabando,
práctica muy usual con las diferentes mercaderías procedentes de ultramar.
Por sus altos costos, el esclavo era una "mercancía" que el conquistador apreciaba y a la
cual le dispensaba toda la atención del caso. Recibía buena alimentación vivienda y
tratamiento médico. El empresario sabía que de ello dependía la obtención de un mayor
beneficio. El historiador de la trata negrera en Cartagena, Jorge Palacios, considera que de
esa relación surge el equívoco sobre la mayor fortaleza de los negros con respecto a los
indígenas.
Distritos Mineros
Como el oro fue el móvil principal de los conquistadores durante todo el siglo XVI, a su
búsqueda está asociada la expansión de las fronteras geográficas y el asentamiento de los
expedicionarios. El descubrimiento de ricos yacimientos implicaba movilización de
recursos humanos, técnicos y administrativos, fundación de poblados, ampliación de la red
comercial. A la inversa, el agotamiento de las minas conducía al declive de las regiones y al
traslado de sus moradores hacia zonas más promisorias.
En la Nueva Granada la mayoría de los distritos mineros estaban situados en la región
occidental, en las riberas del río Cauca y afluentes, en las vertientes de la cordillera central
y en la costa pacífica, esta última en el siglo XVIII. En el centro se encontraban las minas
de plata de Mariquita, Tocaima, Neiva e Ibagué y en el oriente las minas de Pamplona y los
aluviones de Vé1ez.
A fines del siglo XVI, las zonas que concentraron más las miradas y los recursos de los
empresarios mineros, fueron las de Zaragoza, Cáceres y Remedios en el Bajo Cauca, la de
Mariquita, Pamplona y Vé1ez entre otras.
Los conflictos entre los centros mineros fueron abundantes, el control del agua, las vías de
penetración, los esclavos, las materias primas, eran objeto y alimento de esas rivalidades
sobre las que existen muchas anécdotas.
La pasión de los exploradores para alcanzar riquezas fue de tal magnitud que al móvil
económico estuvo fuertemente asociado la gestación de una mentalidad y de una
imaginería, pletórica de leyendas y mitos de corte fantasioso como el referido a la
existencia de "El Dorado", sueño que estimuló más de una expedición.
El empresario minero
Aunque la minería fue la actividad predominante a lo largo del siglo XVI, la condición de
sus promotores era muy heterogénea. A ella se orientaron muchos encomenderos que por el
control ejercido sobre la fuerza de trabajo indígena, explotaban minas y lavaderos de oro en
los ríos. Igualmente, encontramos personas de menor rango, expedicionarios que
arriesgaban el fruto de sus primeras incursiones, aventureros, comerciantes que se
asociaban con quienes poseían algún conocimiento técnico o experiencia en el asunto.
Claro está, que los que tuvieron mayor éxito fueron los que aportaron capital, fuerza de
trabajo y poder político, porque podían tramitar ante las autoridades las concesiones de
tierra y la autorización para explotar.
Desde el punto de vista del dominio de la técnica, en el siglo XVI no se observa entre los
jefes de cuadrilla y capataces una gran destreza al respecto. Además, no se daba un manejo
profesional de las minas. Sin duda era muy importante el arrojo, la capacidad de mando y
de control sobre esclavos e indios para conjurar rebeliones y forzar el rendimiento
esperado.
En Nueva España, la explotación minera se ubicó al norte en condiciones bien difíciles por
la escasez de fuerza de trabajo y la ausencia de comercio, lo cual llevó a los empresarios a
apropiarse de grandes extensiones de tierra para dedicarlos a la ganadería y la agricultura
con fines de abastecimiento de las minas. El tamaño descomunal de estas propiedades ha
llevado a estudiosos como Chevalier a pensar que ellas se encuentran ligadas al nacimiento
de las grandes haciendas mexicanas del norte. La riqueza de estos empresarios fue tan
inmensa, que se hizo corriente la denominación de los "grandes señores del norte" y su
poder fue utilizado en ocasiones para distribuir mercedes de tierra, estancias y aguas.
En los altiplanos del sur del Perú, fueron famosos los inmensos yacimientos de plata de
Potosí, explotados por encomenderos y empresarios que utilizaron fuerza de trabajo
indígena en grandes cantidades. En su entorno se creó un pueblo qué llegó a albergar unos
160.000 habitantes.
Las cajas reales y el control estatal en América
Paulatinamente, la Corona española fue afianzando los controles sobre las diversas
actividades en el Nuevo Mundo. En su afán institucionalizador y regulador, trataba de
imponer su autoridad señalando límites a los conquistadores. Esta política es
particularmente intensa en lo atinente a la vida económica. Como hemos visto, el Estado se
disputaba con los particulares los beneficios del descubrimiento y de la conquista. Para el
efecto, la Casa Real fijó por medio de normas los porcentajes que correspondían a cada
quien, impuso contribuciones, reguló el comercio, expidió leyes de protección a la fuerza
de trabajo, organizó el recaudo de impuestos y contribuciones y nombró funcionarios para
la ejecución de dichas políticas.
El sistema fiscal del Estado se hizo más complejo en la medida en que crecía la emigración
de españoles, la frontera geográfica y las diversas actividades económicas. El "quinto real"
fue uno de los impuestos de más renombre en la época. De acuerdo con él, del producto de
los rescates y explotaciones mineras, correspondía al rey la quinta parte. Claro que éste
tuvo variaciones según la situación financiera de las regiones donde se aplicaba y según la
capacidad para ejecutarlo. En veces se pagaba una cuarta parte o la octava o la décima. El
sistema de captación en la primera mitad del siglo XVI fue muy frágil de modo que los
conquistadores encontraban fácilmente la forma de eludir las contribuciones, declarando
muy por debajo de las cifras reales.
La entronización del engranaje estatal en el nuevo mundo tenía que contemplar, además del
aparato político-administrativo, la organización del sistema de recaudos fiscales. Para el
efecto, la Corona, a través de las Audiencias, ordenó la construcción de cajas reales en los
centros mineros más importantes y a cuyo cargo estaban dos o tres funcionarios: el
tesorero, el contador y el factor. Las funciones de las cajas iban desde la acuñación de
moneda, el cobro de los derechos reales (quinto, diezmo y, a fines del siglo XVI, alcabalas,
requintos, préstamos graciosos y composiciones) hasta los embarques de oro a España.
En la Nueva Granada fueron creadas cajas reales en Cartagena, Santafé, Popayán,
Mariquita, Pamplona, Remedios, Zaragoza y Cáceres. En 1608 había catorce cajas reales,
hacia 1630 ya eran veintiocho. Ellas daban fe de la importancia de cada población. Como
expresión de las políticas centralizadoras y reguladoras de la Corona, sirvieron de puente en
el establecimiento gradual de un patrón de intercambio comercial -la moneda de oro o de
plata- y en tal sentido, a través de ellas, las nuevas riquezas entraban al flujo económico.
El comercio, la consolidación de la conquista y los comienzos de la colonización
El intercambio comercial en el siglo XVI vive un proceso muy similar al de la explotación
del oro y está íntimamente vinculado al nacimiento de centros urbanos. El comercio simple
de las primeras décadas, estuvo orientado al abastecimiento alimentario y a algunos objetos
con destinación específica, como caballos, lanzas, armaduras, esclavos, incluye también
envíos de oro a las Antillas y a España.
Posteriormente, en cuanto el español se establece de manera permanente en algunos sitios
que se convierten en centros de demanda y de oferta y en puntos de paso hacia otros
lugares, se produce un intercambio más regular y complejo.
El comercio en tierra firme era sumamente difícil por el requerimiento de grandes
cantidades de mano de obra indígena para remontar los ríos, cruzar y abrir caminos por
zonas escabrosas, además, por las grandes distancias que separaban a los nacientes
poblados de los puertos marítimos como Cartagena y Santa Marta. Se piensa y con razón,
que el descalabro demográfico de los indígenas tuvo en esta actividad uno de sus causantes.
En ella los españoles también perdían hombres, víctimas de enfermedades o de los ataques
de nativos rebeldes que los acechaban. Cuentan las crónicas que Alonso Luis de Lugo
perdió en una expedición por el río Magdalena, ochenta soldados, varios esclavos negros,
ciento cincuenta caballos y gran cantidad de ganado. Tales dificultades encarecían sobre
manera el precio de las mercancías.
La certeza de obtener riquezas alentaba a los hombres que acometían diferentes empresas.
Todo era riesgoso, el comercio, las expediciones de rescate, la explotación aurífera y hasta
la fundación de poblados, porque se ponía en peligro lo invertido y aún la vida misma.
Pero, el afán del lucro, las leyendas de un "dorado" que alimentaron la mentalidad de los
nuevos miles de inmigrantes españoles, como de los que ya estaban instalados, se
convirtieron en motores de suma eficacia en la instauración de una economía de indias.
Los españoles se valieron de guías y caminos indígenas en su labor de penetración y
poblamiento y para organizar el intercambio de mercaderías. El comercio se hizo tan
rentable que muchos de los conquistadores se dedicaron a tan lucrosa actividad. Pero como
se requerían capitales, fueron los encomenderos -enriquecidos con el tributo- y los mineros,
quienes aportaron sus finanzas para hacer más regular y creciente el comercio entre
distintas regiones del continente y entre el Nuevo Mundo y España.
El comercio interior
La principal vía o ruta comercial en el Nuevo Reino de Granada fue el río Magdalena, por
él se navegaba hasta Mompox. De ahí hasta Honda las mercancías se trasladaban en
embarcaciones más pequeñas. El objetivo era Santafé. Otra ruta importante fue la del río
Cauca, por donde se penetraba hasta la población de Cáceres y de ahí a Santafé de
Antioquia, Remedios, Zaragoza, Anserma y Cartago.
Adicionalmente a las vías fluviales, se utilizaban caminos y trochas usando indios,
esclavos, mulas y caballos para el transporte de la carga. Una vasta red de caminos se fue
creando a lo largo del siglo XVI por medio de la cual se conectaban los puertos del
Atlántico -Cartagena y Santa Marta- con las ciudades del interior. En efecto, la circulación
de oro, alimentos, ropas de castilla "(es decir productos traídos de España), muebles,
instrumentos de labranza, armas, materias primas, esclavos y españoles, era asunto
corriente entre ciudades como Cartagena, Mompox, Vélez, Pamplona, Santafé, Mariquita,
Cáceres, Zaragoza, Popayán y otros pequeños poblados.
Como era obvio, los principales centros comerciales fueron aquellos que experimentaron
grandes bonanzas en la explotación minera. Los empresarios del oro compraban esclavos,
azogue, instrumentos de trabajo, mulas, ropas de Castilla y armas, a cambio de oro en polvo
o amonedado.
Aunque no había gran abundancia de dinero metálico, se disponía de piezas de plata
provenientes de las minas del Potosí peruano y de San Luis y Zacatecas en México. El uso
comercial de la moneda en las actividades económicas, jugó un papel de primer orden en la
consecuente desestructuración de la economía de los pueblos prehispánicos (habituados
generalmente al trueque) y por tanto en la instauración de una economía colonial.
El comercio ultramarino
Pero el intercambio interior por intenso que fuese, tenía siempre como su máximo referente
el comercio con la metrópoli. Era en él, donde se movían los más fuertes intereses y sumas
de capital. Se trataba de una actividad monopolizada por poderosas y expertas compañías
ibéricas e italianas que proporcionaban grandes cantidades de mercancías diversas al Nuevo
Mundo. Al comienzo de la conquista, el comercio se realizaba entre puertos españoles -por
muchos años se hizo desde Sevilla- y La Española, pasando por Las Canarias. Los puntos
de partida y de llegada eran estipulados por la Corona con el objeto de facilitar el cobro de
impuestos y de los derechos correspondientes así como para buscar la seguridad ante los
ataques de los barcos piratas. Los viajes se organizaban de ida y vuelta en dos períodos,
principios de año y agosto.
Después de La Española, y con el afianzamiento de la conquista de Tierra Firme y del
subsiguiente auge minero, se establecieron puertos de desembarque en Veracruz (México) y
Cartagena (Nueva Granada). Allí llegaban barcos negreros y otros, cargados de vinos, ropas
de castilla, inmigrantes, embarcando para el retorno, viajeros y las remesas de oro
recaudadas por las cajas reales.
En los puertos del Nuevo Mundo, fijaron su residencia los más poderosos comerciantes
para aprovisionarse al por mayor de las mercancías que luego serían vendidas entre los
minoristas o a otras compañías dedicadas al intercambio con el interior.
La Corona, al igual que en otros frentes, inundó el comercio con impuestos y reglamentos.
Si bien se respetaba el interés privado por la ganancia, se quería dejar en claro que el
comercio era una fuente de recursos para sus urgencias fiscales. De ahí el monopolio sobre
los puertos internacionales e internos, (estos últimos se concedieron a particulares a cambio
de una suma por un lapso de tiempo determinado) la fijación de impuestos como el
almojarifazgo (7.5% del valor de los bienes movilizados entre los puertos de España y
América) y la prohibición a los funcionarios estatales de introducir mercancías que
rebasaran sus necesidades de instalación.
No obstante, lo corriente durante gran parte del siglo XVI, fue la violación de tales normas.
El comercio de contrabando era de grandes magnitudes y no ha sido posible calcularlo con
mayor precisión. Los empleados aprovechaban sus viajes y cargos para mover mercancías
con fines de lucro, de lo que hay abundante información por los procesos e investigaciones
realizadas en la época.
El control desde la metrópoli
Enterados del descubrimiento de un nuevo continente, la Corona española se dio a la tarea
de organizar su dominio, explotación y poblamiento. Para tal efecto, creó en 1503 la Casa
de Contratación de Sevilla, encargada por los reyes del envío de flotas, emigrantes, del
comercio de exportación e importación y del cobro de los derechos reales de aduanas.
En los primeros años de la conquista este organismo funcionó como un auténtico
monopolio estatal. Los altísimos costos del intercambio comercial ultramarino y los
grandes riesgos de pérdida de la inversión, alejaban a los particulares de cualquier
posibilidad de controlarlo. Pero, la consolidación del dominio español, el auge migratorio y
el incremento de las remesas de oro y plata, condujo a la ampliación del mercado y a la
intervención más sistemática de compañías privadas, que se interesaron por el control de
esta institución.
De otro lado, desde 1518 fue constituido el Consejo de Indias, órgano supremo de la
administración imperial ibérica, encargado de todos los asuntos relacionados con las Indias.
En él se elaboró la voluminosa legislación indiana, se reglamentó la actividad comercial y
se dirimieron las grandes controversias jurídicas. Jaime Jaramillo Uribe resume así las
funciones que cumplía:
- Proteger la población indígena.
- Proponer al rey personas para cargos eclesiásticos y civiles.
- Controlar la administración de hacienda.
- Elaborar las leyes para los nuevos territorios.
- Revisar y aprobar las ordenanzas de las autoridades coloniales.
- Definir en última instancia las sentencias de la Casa de Contratación.
- Ordenar visitas generales y especiales a las colonias.
Conclusiones: a modo de síntesis
La obra de conquista y los comienzos de la colonización en el siglo XVI, acometida por los
reinos europeos más poderosos, tienen un enorme significado en las transformaciones que
en todos los órdenes experimentó el mundo occidental. Desde la perspectiva económica,
son muchos los debates que se han desarrollado en relación con el papel jugado por las
riquezas americanas en la expansión del capitalismo.
La crisis periódica a que se ven sometidos los modelos teóricos de interpretación del
pasado, nos pueden servir para entender la eficacia relativa de los esquemas y paradigmas
que pretendían haber agotado el campo del saber sobre la época colonial. La vieja y ardua
polémica en torno a si en América se dio el feudalismo o el naciente capitalismo, ha dejado
de ser importante. Hoy por hoy, habría que formular preguntas más precisas para dar cuenta
de la nueva realidad económica que se implantó desde el siglo XVI. A cuál tipo de
desarrollo capitalista y feudal se referían los defensores de una y otra posición? Era
evidente que se trataba, en buen número de casos, de esfuerzos que suponían la pureza y la
rigidez de los conceptos.
La realidad, como lo dan a entender investigadores que tomaron distancia de tal parangón
como Colmenares, Zabala y Chevalier, entre otros, era más rica y compleja que unos
conceptos que no alcanzaban para comprender el proceso singular que para la sociedad
occidental y para las comunidades nativas representó la acción de conquista y colonización.
Sin duda, allí encontramos formas de trabajo asimilables a lo que se denomina el
capitalismo mercantil, que se entrelazan y combinan con formas feudales, como algunos
rasgos del sistema de tributación y con usos y costumbres de los indígenas americanos. En
el fondo, todos reconocen que el nervio motor que estimulaba el interés privado de los
conquistadores y de la Corona española, era la acumulación de riquezas, principalmente el
oro.
Pero, en pos del oro llegaron miles y miles de españoles que crearían los asentamientos
urbanos de carácter permanente. De forma simultánea a la búsqueda, extracción y comercio
del mineral, se desarrolló un poderoso movimiento económico del que además hacen parte
otras actividades como la agricultura, la ganadería y el intercambio de mercaderías. En el
que además se involucra el uso de fuerza de trabajo y de la tierra; entonces nos
encontramos con una situación en la que los conquistadores tienen que buscar la manera y
los mecanismos para resolver los conflictos que se derivan del dominio de una nueva
frontera económica: América.
El asunto no fue nada simple, de él fueron protagonistas tres razas y en él, los intereses del
conquistador, de los indígenas y de la Corona, coparon el escenario de una disputa en la que
cada cual trataba de perder lo menos y ganar lo más. El desenlace fue claro, las
comunidades de indígenas llevaron la peor parte, fueron relegados a las peores tierras,
despojadas de sus pertenencias, arrasadas en sus usos y costumbres y sufrieron la peor ola
de mortalidad de que se tenga indicios en los últimos siglos.
La Corona fue imponiendo lentamente sus condiciones, sus normas y sus leyes. Aunque
expidió medidas protectoras de los indios, la debilidad inicial de sus instituciones las hizo
inútiles o les restó fortaleza. Sin embargo, su acción institucionalizante se fue abriendo
paso, debilitando el carácter anárquico, la voracidad y los abusos propios de las primeras
huestes que prácticamente actuaban a su libre arbitrio. Los reyes católicos, fieles a una
filosofía centralista e intervencionista, y llevados por las necesidades fiscales, sometieron al
interés privado haciendo respetar los fueros y los derechos del Estado.
Impuestos al comercio, a la minería, control de la acuñación de moneda, nombramiento de
funcionarios, establecimiento de cajas reales, política de mercedes y composición de títulos
de propiedad territorial, tasación del tributo indígena, protección de las propiedades
indígenas (resguardos), normas de distribución y uso de la fuerza de trabajo, dan cuenta de
una visión estatal, del modelo de sociedad que se quería implantar en el nuevo mundo, del
interés de hacer vivir a los españoles e indios en régimen de "policía".
La Casa Real no desconocía el afán de lucro, ni la ambición de riqueza de los particulares,
lo que quiso fue instituciona1izar el proceso de apropiación de la riqueza, señalando lo que
consideraba sus derechos y si se quiere su participación en el excedente. Ello implicó un
esfuerzo descomunal, con numerosos e intensos conflictos, en el que sus protagonistas
hicieron valer sus opiniones, sus valoraciones, sus ambiciones, las cuales se enmarcaban en
el cuadro y en el sistema de valores y de vivencias de la época. Ese esfuerzo es además
indicativo del interés de la Corona por instaurar un sistema económico sobre cuya
legitimidad no existieran dudas.
Lo que hemos llamado una economía de indias, alude entonces a un proceso de múltiples
variables que se conjugan y que nos permite entender, en medio de la diversidad y de los
particu1arismos de cada una de las Audiencias establecidas en América durante el siglo
XVI, la existencia de un marco común de referencia, cuyos ejes son el interés privado y la
acción reglamentadora del Estado en torno a la obtención y distribución del excedente.
Fuera de duda está el rol jugado por el oro americano en el desarrollo económico y social
de Europa. Los reinos de Inglaterra, Holanda, Francia, España y Portugal entraron en la
disputa por el control de los nuevos territorios, en pos de riquezas que irían a aliviar sus
cargas fiscales y que además serán fuentes de acumulación de capitales a lo largo de tres
siglos, durante los cuales el panorama económico europeo se transformó sustancialmente.
En el Nuevo Mundo, las políticas económicas de la Corona se constituyeron en firme
basamento de una sociedad colonial que evolucionó en los parámetros impuestos por las
pretensiones de la metrópoli. Aunque ella tuvo su propia dinámica y una fisonomía distinta,
producto entre otras cosas, del lento proceso de mestizaje que actuó a su vez como factor
disolvente de la rigidez del régimen colonial.
La economía de Indias, en suma, es la denominación que se da a las relaciones que nacen
del choque entre dos culturas y dos mundos diferentes que terminan por generar una nueva
realidad, un nuevo mundo, que no es ni Europa, ni es la América indígena, es el mundo
mestizo latinoamericano, que en el plano económico nos legó como herencia, un Estado
reglamentarista e interventor.
La huella dejada por el régimen económico colonial es tan profunda, que a mediados del
siglo XIX se produce en Colombia un movimiento liberal en contra de sus supervivencias,
y aún, a fines del siglo XX, las comunidades que sobrevivieron en varios países siguen
siendo acosadas y violentadas por la sociedad mestiza.
BIBLIOGRAFÍA
Colmenares, Germán. Historia Económica y Social de Colombia. 1537-1719. Ed. La
Carreta, Bogotá 1978. En: La Historiografía colombiana de la Colonia, esta obra es de las
más completas y orgánicas, es fundamental para quienes se inician en el tema, como
también para especialistas.
Colmenares, Germán. Ver también sus artículos en Manual de Historia de Colombia Tomo
I de Colcultura, y en el compendio de Historia Económica de Colombia editado por José A.
Ocampo y el muy sugerente artículo publicado en la revista de la U de A No. 220 bajo el
titulo “La aparición de una economía política de Indias", en el que se da cuenta de sus
reflexiones sobre la mentalidad de la conquista.
Chaunu, Pierre. Historia de América Latina. Ed. Universitaria 7ª. ed. Buenos Aires, 1976.
Texto de carácter global, indispensable para ampliar el estudio a un plano continental.
Chevalier, Francois. La Formación de los Latifundios en México. F.C.E. México D.F. 2ª.
ed. 2ª. reimpresión, 1985. Una de las investigaciones más densas y profundas. Buen
ejemplo para quienes gustan del estudio de los fenómenos de la larga duración.
Flores Galindo, Alberto. Europa y El País de los Incas. La Utopía Andina. Instituto de
Apoyo Agrario, Lima, 1986. Bello e interesante trabajo en la perspectiva cultural: El
choque de mentalidades y cosmogonías entre los dos mundos.
Friede, Juan. Historia Extensa de Colombia. Vol 11 de la Academia Colombiana de
Historia. Friede es uno de los grandes pioneros de la historiografía colonial en Colombia.
González, Margarita. Ensayos de Historia Colonial Colombiana. El Ancora Editores, 2ª. ed.
Bogotá, 1984. Los escritos de esta investigadora han tenido la virtud de estimular el
conocimiento del mundo colonial colombiano. Son textos de obligada consulta en las
universidades.
Jaramillo U., Jaime y Colmenares, Germán. Estado administración y vida política en la
sociedad colonial. En: Manual de Historia Colombiana, Tomo I. Procultura. Bogotá. 1982.
Konetzke, Richard. América Latina II. La Epoca Colonial. Siglo XXI Editores S.A.
México, 7ª. ed. 1978. Obra de referencia general, muy utilizada en los años 70.
Melo, Jorge Orlando. Historia de Colombia. Tomo I. Ed. La Carreta, Bogotá, 1978. Texto
de síntesis utilizado con frecuencia en colegios y universidades.
West, Robert C. La Minería de Aluvión en Colombia durante el Período Colonial. lmprenta
Nacional, Bogotá D.E. 1972.
Zabala, Silvio. El Mundo Americano en la Epoca Colonial. México, Parrúa S.A. 1967.
Zabala, Silvio. Los Títulos de Posesión en las Indias Occidentales. México, Ed. El Colegio
Nacional, 1968. Zabala es uno de los más prolíficos investigadores del mundo colonial. Ha
enseñado a las juventudes universitarias y también ha inspirado a otros historiadores para
quienes es un maestro en estos asuntos. Sus obras son básicas para alcanzar la comprensión
de las diversas facetas de la conquista y la colonia.
Descargar