Mujer blanca soltera - Itaca Escuela de Escritura

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Mujer blanca soltera
Marta Fernández-Caparrós
Mujer blanca soltera, dice: llevaré un pañuelo rojo.
Siempre nos quedará París, dice: me encanta el rojo…
Mujer blanca soltera, dice: no te pongas romántico… a las diez.
Siempre nos quedará París, dice: allí nos vemos.
Mira el reloj y se desajusta el pañuelo. Odia el rojo, pero le encanta Casablanca. Si le
gusta Casablanca, le tienen que gustar esas películas románticas de los domingos por la
tarde. Aunque seguro que preferirá ver las carreras. Pero le gusta Casablanca. Es
sensible. A lo mejor tiene un gato. Tiene una gata, sin duda, se llama Bettina. Le puso
Bettina en honor a Bette Davis, por supuesto.
Son menos cinco. Recuerda aquella vez que llegó tarde y Cuarentón de provecho la
confundió con una veinteañera. Lo peor de todo fue que aquella adolescente se marchó
con aquel tipo. Desde entonces siempre procura llegar antes, por si acaso. Una vez tuvo
que irse, no le quedó más remedio. Aquel tipo no estaba mal, pero le vio apeado,
esperándola, con el periódico bajo el brazo. Le recordó al cura de su colegio.
No se deja guiar por los nombres. Ulises ha vuelto fue un fiasco. Gladiador era el
presidente del club de parchís de su edificio. Indeciso resultó toda una sorpresa.
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Se ajusta el pañuelo de nuevo y enciende un cigarrillo. Mujer blanca soltera. El busca
le pareció excesivo. Los tíos se asustan con facilidad. Cobardes. Ella no le hizo ascos a
Última oportunidad, ni tampoco a No lo lamentarás.
Reconoce que al principio se ponía nerviosa. En una ocasión sólo cruzó un hola y un
adiós y se volvió a casa. Pero todo es acostumbrarse y perder el miedo. Fue una amiga
del trabajo quién que se lo aconsejó. «A fin de cuentas, pasados los cuarenta… o eso, o
telarañas», dijo, y ella la miró. Visualizó sus telarañas y sintió un ligero escalofrío.
Mujer blanca soltera se le ocurrió viendo la tele. Siempre que puede va al cine, si el
mes no se ha puesto complicado y no ha gastado mucho en teléfono. A veces va con su
madre, otras veces sola. Está cansada de que su madre a mitad de la película quiera ir al
baño. La sesión de las cuatro de un jueves, toda la sala para ella, es su preferida. Lady
Halcón, La princesa prometida, Catwoman. El cine es una mina, también la calle. A
veces va por la acera y caza frases. Exploradora de sueños se la oyó a una chica en una
cafetería. Bionauta la cazó en la cola del pan. En el metro muchas veces no logra
concentrarse en la lectura… mi mujer es tan guapa como un diamante sin esculpir.
Diamante sin esculpir.
En el noventa por ciento de los casos no funciona, no se pasa de la primera cita. A ella
no le afectan las estadísticas. Pervertidos psicópatas se esconden en la red. Conoce las
estadísticas. El veinte por ciento de mujeres mayores de cuarenta años permanece en la
soltería. Alimenta las estadísticas. César también era mayor de cuarenta. Se salta las
estadísticas.
César era Cesar, no buscó otro nombre. Ella era Dama Vagabunda por aquel entonces.
Fue algo muy instintivo y directo. A la mañana siguiente pensó que no le volvería a ver.
Pero él la volvió a llamar. Lo de César duró ocho meses. Luego se cansó. A fin de
cuentas a él no le gustaba el cine, ni ir al campo los sábados, y ella no estaba dispuesta a
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renunciar a todo. Fueron ocho buenos meses. Un buen recuerdo. Él a veces la llama. Las
estadísticas no siempre dicen la verdad.
Mido uno ochenta, tengo el pelo negro, complexión fuerte, recuerda, mientras un tipo de
uno setenta y poco, pelo ralo y delgado mira insistentemente su pañuelo. Ella se toca la
cabellera rubia que no tiene y se pone ligeramente de puntillas.
Han pedido unas chuletas y una ensalada. Piensa cómo comerá las chuletas para no
mancharse. Siempre nos quedará París es informático y hostelero. Es un adicto al
trabajo, dice. Lo suyo es pasión por los ordenadores, y por eso empezó a conocer gente
por ahí. Gente maja como ella, le dice, y le sonríe con intención. Ella bebe un trago de
agua. Luego uno más. No sabe porqué han tenido que pedir chuletas.
Abrió una tienda de aparatos de informática en su barrio y fue todo un éxito, le cuenta.
A la gente le encantan los ordenadores, solucionan la vida, ¿qué haríamos sin ellos?
Pero la comida es realmente lo esencial, lo que nos mantiene vivos, ¿qué haríamos sin
chuletas?, dice mientras mastica. Ella asiente. A ella le gusta mucho el ordenador, pero
no está todo el día enganchada. Quiere decir que también sale por ahí, que no es bueno
estar delante de una pantalla todo el día. Yo vivo pegado a la pantalla, dice él. Por eso
cocino, para desconectar, dice. A ella le gusta mucho la cocina, pero apenas tiene
tiempo. Él dedicaría todo su tiempo a la cocina, por eso a veces se engancha a Internet,
para desconectar, dice él. Pero no es bueno estar enganchado todo el día, dice ella. Se
disculpa y va al baño.
Se echa un poco de agua fría sobre la cara. Se le correrá el rimel, piensa. Pero le da
igual. Piensa en el cine, piensa en los sábados en el campo. Piensa en su sueño de abrir
una librería. Piensa en su hermano José y en sus primos de Barcelona, en los conciertos
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de viola de gamba a los que va los martes. Anota con precisión las albóndigas que le
salen muy ricas y el tiramisú. Ahora está preparada.
Siempre nos quedará París se está comiendo la última chuleta. Ella sonríe y dice que
estaban muy ricas, pero que su plato estrella son las albóndigas. Sí, pero donde esté una
buena barbacoa de chuletas, en la playa, que se quite todo lo demás. La playa está bien,
pero el campo es su pasión, dice ella. Pero a él no le gusta el campo, o quizás sí, nunca
lo sabrá.
Mira el reloj. Marca las once y media pasadas. Siempre nos quedará París conoce un
lugar estupendo para tomar una copa. A él le encanta ir a tomar copas después de un
duro día de trabajo. Mujer blanca soltera está cansada esta noche, mañana trabaja.
Caminan por la calle. A ella se le escapa un bostezo. Él le cuenta que los informáticos
duermen poco, y más si también te dedicas a la hostelería. ¿Sabes a qué hora abro el bar
de mis padres?, dice, y ella piensa que se tiene que levantar a las siete. Piensa que
dormirá apenas seis horas, que mañana todo el mundo en la tienda se fijará en sus
ojeras. En realidad siempre tiene ojeras. Él no tiene ojeras. Mientras habla se le marcan
las arrugas en la frente, piensa.
Han llegado a la parada de taxis y él le sonríe mientras le explica que la llevaría a casa
pero que no le pilla de paso. Si me hubiese tomado la copa seguro que me hubiese
llevado, piensa. Él se queda en silencio. Ella le sonríe, se despide y abre la puerta. Pero
él la retiene un segundo. No sé, quizás podríamos vernos otro día, dice. Ir al cine, dice.
Ir al cine, piensa ella. Siempre nos quedará París, recuerda ella. Claro, le gusta el cine,
piensa ella. Casablanca, es sensible, tiene una gata. A Mujer blanca soltera se le escapa
una sonrisa. ¿A que tienes una gata, una gata que se llama Bett…
Antes de que pueda acabar la frase él aproxima su boca hacia ella y la aprieta contra su
cuerpo. Un beso largo y pegajoso. Luego ella se mete en el taxi.
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En la tele están poniendo su serie favorita. Las chuletas le repiten una y otra vez. Le
gustaría darse una ducha, pero no quiere despertar a su madre. Coge el teléfono y marca
el número de memoria. Cruza los dedos. Una voz femenina le responde. Mierda. Hola,
¿Está César?, dice. Un largo silencio. Deja de molestarnos de una vez, responde la voz
al otro lado del aparato.
Se sienta en el váter mientras se cepilla los dientes. Se siente cansada. Mañana todo el
mundo preguntará por sus ojeras. Uno ochenta, pelo negro, complexión fuerte, dirá,
todo un partido. Me volverá a llamar, dirá. Sigue cepillándose los dientes mientras mira
sus pechos en el espejo.
Se mete en la cama y piensa que las estadísticas siempre dicen la verdad. Apaga la luz.
Piensa que está cansada. Mañana no se conectará, ni pasado, piensa. Ella no lo necesita,
todavía está a tiempo. Está cansada. Una retirada a tiempo es lo mejor, piensa.
Retirada a tiempo, piensa.
Retirada a tiempo, dice.
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