Año: 251 / Lugar: Catania o Palermo, Italia / 5 de Febrero Aparición de San Pedro y un Ángel Vidente: Santa Águeda de Catania, Virgen y Mártir (~230 - 251) Fue una joven siciliana na de familia noble y de singular belleza. Nació en Catania o Palermo hacia el año 230 y dedicó su juventud al servicio del Señor, a Quien le ofrece, no sólo su vida sino también su virginidad y las gracias con que profusamente se veía adornada. Le ha tocado vivir, en tiempos de persecución, y más ahora, cuando en el trono de Roma se sienta el emperador Decio (que que gobernó entre 249 y 251), 251 quien pretendía acabarr en sus mismas raíces la semilla de los cristianos, tan extendida ya en aquel entonces por or todo el Imperio. Decio comprende la inutilidad de hacer sólo mártires entre los s cristianos, cristiano y ahora organiza de manera sistemática su total extermi exterminio. nio. Inventa nuevos artificios y seducciones; se ha de emplear el soborno y los halagos. Después, en caso de negarse, la opresión, el destierro, la confiscac confiscación de bienes y los tormentos. Y sólo, s como en último recurso, se les había de condenar a muerte. Por el año 250 hace que se publique un edicto general en el Imperio, por el que se citan a los tribunales, con el fin de que sacrifiquen a los dioses, a todos los cristianos de cualquier clase lase y condición, hombres, mujeres y niños, ricos y pobres, nobles y plebeyos. Es suficiente, para quedar libres, que arrojen unos granitos de incienso en los pebeteros que arden delante de las estatuas paganas o que participen de los manjares consagrados a los ídolos. Al que se negara, se le privaba de su condición de ciudadano, se le desposeía de todo, se le condenaba a las minas o a otros tormentos más refinados y a la misma esclavitud. El intento del emperador, al decir de San Cipriano, no era el de no “hacer mártires”, sino “deshacer cristianos”, cristianos” con todos los malos tratos posibles, pero sin el consuelo de la condenación y de la muerte. Esto se vino a hacer con Santa Águeda, que por entonces residía en Catania, donde mandaba, en nombre del emperador, el déspota Quinciano, gobernador de la isla de Sicilia. Martirio de Santa Águeda En las Actas de su martirio se lee que ya de antes, Quintianus,, el procónsul, pr se había enamorado de Águeda, gueda, ““cuya belleza sobrepujaba a la de todas las doncellas de la época.” Ésta había rechazado siempre sus pretensiones, y ahora el desairado gobernador se prometió reducirla intim intimidándola ándola con la persecución y los tormentos a que se hacía acreedora por su constancia en defender la religión cristiana. 1 Águeda, como tantos cristianos de la isla, fue llevada ante el tribunal para que prestara también su sacrificio a los dioses. La Santa no teme a la muerte, pero tiembla ante los infames propósitos del gobernador de hacerla suya. Decidida y llena de fe y confianza, ofrece de nuevo al Señor su virginidad y se prepara para el martirio. Quintianus no se dio por vencido y la entregó en manos de Afrodisia, una mujer malvada, con la idea de que ésta la sedujera con las tentaciones del mundo. Pero sus malas artes se vieron fustigadas por la virtud y la fidelidad a Cristo que demostró Santa Águeda. El Senador en venganza, por no conseguir sus placeres, la envía a un lupanar, donde milagrosamente conserva su virginidad. Durante treinta días estuvo la Santa sufriendo duramente en su sensibilidad, pero no pudieron desviarla de seguir en su propósito de esposa de Jesucristo. Desengañado, el procónsul manda llamar a Águeda a quien increpa ásperamente: “Pero tú, ¿de qué casta eres?” “Aunque soy de familia noble y rica —le contesta—, mi alegría es ser sierva y esclava de Jesucristo.” Quintianus se enfurece. Le hace ver los castigos a que la va a condenar si sigue en su decisión, como a un vulgar asesino; la vergüenza que con ello vendría a su familia, la juventud, la hermosura que va a desperdiciar… “¿No comprendes, —le insinúa—, cuán ventajoso sería para ti el librarte de los suplicios?” “Tú sí que tienes que cambiar de vida, le responde, si quieres librarte de los tormentos eternos.” Desarmado ante tal fortaleza, Quintianus manda la sometan al rudo tormento de los azotes, y ya despechado, sin tener en cuenta los sentimientos más elementales de humanidad, hace que allí mismo vayan quemando los pechos inmaculados de la virgen, y se los corten después de su misma raíz. Es famosa respuesta de Santa Águeda: “Cruel tirano, ¿no te da vergüenza torturar en una mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?” Deshecha en su cuerpo y en los espasmos de un fiero dolor, es arrojada la Santa en el calabozo, donde a media noche se le aparece un anciano venerable, que le dice dulcemente: “El mismo Jesucristo me ha enviado para que te sane en Su Nombre. Yo soy Pedro, el apóstol del Señor.” Águeda queda curada, 2 da gracias a Dios, pero le pide a su vez que le conceda por último la corona del martirio. Pronto el gobernador la vuelve a llamar a su tribunal. —¿Quién se ha atrevido a curarte? —Jesucristo, Hijo de Dios vivo. —¿Aún pronuncias el nombre de tu Cristo?... —No puedo —le responde decidida— callar el nombre de Aquél que estoy invocando dentro de mi corazón. Quintianus quiere intentar la última prueba. Allí mismo prepara una hoguera de carbones encendidos y hace extender el cuerpo desnudo de la Santa sobre las brasas. En esto, un espantoso terremoto se extiende por toda la ciudad. Mueren algunos amigos del gobernador. El pueblo mismo se solivianta. Y entonces Quintianus manda se lleven de su presencia a la heroica doncella que está casi a medio expirar. Cuando la vuelven a meter en el calabozo, su alma se le va saliendo por las heridas, y después de balbucir: “Gracias Te doy, Señor y Dios mío”, descansa tranquila en la paz de su martirio y de su virginidad. Era el 5 de febrero del año 251, último de la persecución de Decio. Los cristianos recogen sus reliquias y pronto se extiende, por todas las cristiandades, la fama de su heroísmo. Según la tradición, en una erupción del volcán Etna, ocurrida un año después del martirio de Santa Águeda, la lava se detuvo milagrosamente al pedir los pobladores del área la intercesión de la Santa Mártir. Por eso la ciudad de Catania la tiene como Patrona. Con la paz de la Iglesia, escriben de ella los Padres y Doctores y son numerosos los templos que van levantándose por todas partes en su honor. En el pueblo queda prendida la llama de su constancia y de su martirio, llegando a ser su devoción una de las más extendidas de todos los tiempos. Las reliquias de Santa Águeda reposaron en un principio en Catania, pero ante el temor de los sarracenos fueron llevadas por un tiempo a Constantinopla, de donde se rescataron por fin en el año 1126. Hoy se veneran todavía en la misma ciudad que fuera testigo de su martirio. 3