LOS ÁNGELES VAN AL INFIERNO Del diario de Helga Von Büllow . Esa noche, Helga von Büllow, en un alarde de buen gusto, se cambió de vestido siete veces. Después de cada movimiento de las dos sonatas que interpretó, la veintitrés y la veintiocho, anunciando cada uno de ellos con el apelativo de cada parte. Así, en la Appassionata, para el tercer movimiento, Allegro ma non troppo, salió vestida con un modelo de Amadori di Ravena, realizado en seda cerina de color rosa pálido que denunciaba con toda claridad, que entre la seda del vestido y la de su piel sólo, podría existir, quizás, una delgada capa de aire. Y, ¿por qué no Beethoven?, si se ha vuelto a poner de moda, por el ta ta ta ta del primer movimiento y por aquel truco con la V de Morse. Del diario de Helga Von Büllow . Era la noche de los recuerdos. A últimos de mayo, la fecha permanecía indeleble en su mente, del treinta y siete, recibió una carta de su hermano. Se trataba apenas de unas líneas que hablaban del intenso trabajo que había tenido en las últimas semanas como preparación de un importante evento que tendría lugar el último día del mes. Pero, finalmente, por suerte, una línea amable, ¡Ábreme, amor mío, hermanita, palomita, pero no había llegado a escribir, ¡qué fino y elegante, siempre!, virginal. Del diario de Helga Von Büllow . Ese día, sin embargo, quizás porque era Navidad y un cierto sentimiento de nostalgia le ponía un nudo en la garganta, quizás porque su amante no estaba allí, nada más sonar la primera sirena, corrió hacia el armario y se puso aquel vestido transparente que tanto disfrutaba Christian, y de pie, ante la inmensa luna, estuvo contemplando su espléndido cuerpo durante los trece minutos que duró el bombardeo. Sven logra una entrevista con Hitler y se tropieza con Sidney en el tren, rumbo a París. Me llamo Sidney y supongo que debo ser inglés, aunque, ¿quién sabe?, no me atrevería a jurarlo. Sven tenía pocas ganas de hablar y hubiera preferido permanecer en silencio, sumergido en sus pensamientos, nada optimistas ni agradables, la verdad. Sin embargo, desde el momento mismo que el hombre gordo atrajo su atención, Con su permiso, señor, le había caído bien, No le molestará que coma un bocado, y de una cesta de mimbre que, ahora acababa de descubrirlo, estaba en el asiento junto al gordo, No le molestará que coma un bocado, ¿no es cierto? Discúlpeme, señor, pero el viaje a París es largo y, con todo el respeto del mundo, el gordo se inclinó hacia delante y mientras miraba en derredor con el rabillo del ojo y se tapaba la boca con una mano, aparentemente no hecha para trabajos duros, y aquí, entre nos, el servicio en los trenes franceses deja bastante que desear. Si dijéramos, por ejemplo, los italianos. ¿Sabe?, siempre pensé que se trataba de una broma, usted sabe, la imagen pública y esas cosas, pero pude constatar que es cierto y que Benito ha logrado que los trenes lleguen y salgan a su hora, no, le ruego que no se ría, es la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad. Y no quiero hablarle de ¡Alemania! ¡La perfección abso luta y total!, la exactitud!, la eficiencia!, la excelencia en el servicio! Los franceses tienen mucho que aprender de sus vecinos, se lo aseguro. Sven se limitó a asentir con la cabeza, pero se cuidó mucho de decir lo que pensaba en realidad de italianos y alemanes, y sobre todo de su eficiencia, su excelencia y perfección en los servicios. El gordo había sacado un paquete envuelto en papeles de periódico, y con el mismo cuidado que pondría un cirujano al realizar una operación delicada, cortó el cordel que ataba el paquete y desplegó las hojas de los diarios, Le Matin, avril 1, 1939, pudo leer Sven de reojo y al revés, gracias a la enorme práctica adquirida entre chivaletes y linotipias, y todavía pudo leer el comienzo de un titular, calibró que en cuarenta y ocho puntos El gobierno de los Estados Unidos reconoce el Gob y no pudo leer el final, pero no hacía falta, sabía perfectamente a qué se refería el artículo. Con la cabeza levemente inclinada hacia delante, el sueco observó los movimientos pausados del otro, Un poco exagerado, grandilocuente, quizás amanerado, pensó el sueco y Sidney, si ese era su nombre de verdad, ya que él mismo había puesto en duda su posible origen inglés, colocó el paquete, abierto como una flor, Es absurdo lo que se le ocurre a uno, sobre la pequeña mesa plegable, junto a la ventanilla. Lo que fuera que fuera el paquete, todavía estaba envuelto en una servilleta de cuadros blancos y rojos, parecido a un tablero de ajedrez, Y siguen los símiles estúpidos, Dios mío, y con los mismos medidos movimientos, Sidney acabó de abrir el bulto y apareció un buen trozo de salami, rosado como la piel de un bebé, ¡Es absurdo, no puedo seguir con estas asociaciones idiotas!, y la mitad de un pan de centeno, Bueno, me temo que no puedo evitarlo, color de oro viejo. Con la navaja que había empleado en cortar la cuerda, el inglés, si de verdad lo era, luego de limpiarla meticulosamente con la servilleta de jugar ajedrez, ¡Pero no puedo seguir así!, cortó una rebanada de pan y le colocó encima una gruesa lasca de embutido de bebé, ¡No, basta! ¡Oh, disculpe!, ¿me permitiría ofrecerle?, pero Sven negó con la mano y No, no, muchas gracias, realmente no tengo apetito, se lo agradezco, pero no tenga pena, disfrute su merienda, por favor, no se preocupe y el gordo mordió el improvisado bocadillo con infinita satisfacción. Mientras se regodeaba con el primer bocado, extrajo de la cesta una botella de vino, ¿Ve?, en esto sí son verdaderos maestros los franceses, por eso, si me lo permite, les puedo perdonar otras cosas y Sven intentó, sin lograrlo, una sonrisa que no pasó de una mueca de cansancio, aunque esa no fuera su verdadera intención, porque el gordo, desde el primer momento, y pese a su desastroso estado de ánimo, le había caído bien. Voilá!, y Sidney ¿Y qué más? No, no le iba a preguntar. Que él, si le parecía bien, le aclarara ese punto. Después de todo yo tampoco le he dicho cómo me llamo, y Sidney descorchó hábilmente la botella, Disculpe mi insistencia, no quiero ser molesto, pero, ¿no aceptaría probar este magnífico Burdeos? Nada menos que un Chateau Margaux, de entre lo bueno, lo mejor, se lo puedo asegurar, pero, ¿qué digo?, se ve enseguida que usted es un hombre, como le gusta decir a mi amigo Peter, Peter van Hooek, un escritor holandés con mucho talento, y no es que lo diga yo, su obra, su obra habla por él, pero como decía que diría Peter, enseguida se ve que usted es un hombre con clase, con señorío y distinción, Sven se pasó la mano por la frente sin saber qué hacer, un señor en el sentido en que lo dicen los españoles, porque usted viene de España, ¿no es cierto? El sueco se puso en guardia, pero inmediatamente el monólogo del gordo volvió a tomar aquel extraño camino repleto de vericuetos y cuyo destino resultaba poco claro, Y un señor como usted no necesita que un simple diletante le hable de nombres y soleras, porque, pero mire, mire usted. Levantó la botella y un rayo del sol, que ya declinaba, la atravesó y descubrió su color ¡Como sangre! ¡Maldita sea!, otra vez con lo mismo! Sí señor, Chateau Margaux, como un rubí magnífico, digno de la corona de un emperador, de un shá o un presidente. Sí, señor, si me lo permite, el más delicado entre los de su clase, con un personalísimo sabor que a veces, los que saben, lo comparan con el delicado aroma del cedro. Sidney respiró hondo y se dejó caer blandamente contra el respaldo. La civilización, según el famoso profesor Babrius, es una flor que no crece espontáneamente más que en el seno de los viñedos. Este hombre, ¿a qué se dedica? no sé, pero me habla de civilización, ahora que vengo, él bien lo dijo, fijó su vista en la botella, de donde se bebía mucho vino, buen vino, y del que en este momento no podría decirse que en el seno de sus viñedos florezca la civilización. ¡Sangre!, parece sangre, de la que pronto correrá a raudales ahogándonos a todos si alguien no pone fin a esta locura. Plinio, el gordo bajó la botella y la hizo descansar sobre su vientre descomunal, nos asegura que con el vino se sostienen las fuerzas, la sangre, ¡Y volvemos con lo mismo! ¿Habré hablado en alta voz?, no, no lo creo, la sangre y el calor del hombre, y Sidney se sirvió en un vaso plegable que había estado buscando al tacto dentro de su despensa. El Eclesiastés nos informa Dad vino a aquellos cuyo corazón padece tristeza, Sí, eso lo recuerdo, y concluye, beban y olvídense de sus necesidades, es posible que el Libro tenga razón esta vez, aunque me pregunto, si les diera vino a aquellos que vi dirigirse, a través de barrancos y despeñaderos, hacia la frontera, ¿olvidarían sus penas, sus miedos, sus vidas destrozadas, quizás para siempre? El vino tiene la facultad, sostenía Salomón, el gordo tendió el vaso hacia Sven que dudaba si cogerlo o no, sostenía Salomón, de fortalecer el entendimiento, ¿Tan mal me veo?, ¡Dios!, y hasta Catón nos recomienda, el gordo se inclinó hacia delante para acercar más el vaso, embriagarnos de vez en cuando, Sven tendió su mano izquierda y cogió el vaso metálico, embriagarnos para esparcir el ánimo. Bueno, si Catón lo dice, pero tengo mis dudas, aunque este gordo parece tener razón en algunas de las cosas que dice, los trenes aquí es verdad que son un desastre, habrá que ver cómo se comporta el ejército francés cuando le llegue la hora, que no sé por qué, sospecho que va a ser mucho antes de lo que algunos piensan o puedan desear. Se pone el sol, diría que se pone en todo el mundo al mismo tiempo, ¡qué tristeza tan grande!, y comienzo a sentir frío, será una larga noche, se llevó el vaso a los labios y de un solo trago lo vació. Sí, es un buen Burdeos, y es un pecado beberlo así, en este miserable vaso metálico y de un sorbo, como si se tratara de una medicina. ¿Y qué podría ser si no, llegado el caso? Y un agradable calor descendió por la garganta y le llegó al estómago desde donde se esparció rápidamente por las extremidades un poco entumecidas ya por el largo viaje. El vino es la vida, nos asegura el calavera de Petronio que dice Trimalción, y el gordo volvió a beber. No entiendo o a lo mejor no quiero entender. El mundo está a punto de saltar en pedazos y este Sidney me habla de Petronio, de Catón, del Eclesiastés y hasta de un famoso profesor Babrius del que nunca he oido hablar, y de las cualidades y virtudes del buen Chateau Margaux. Desvió la vista hacia fuera y vio pasar ante sus ojos la hermosa campiña, los campos recién roturados, todo en orden, todo perfecto y en paz. ¡Ojalá que durara!, pero lo dudo. Vio también algunos campesinos que evidentemente habían terminado la faena diaria y regresaban a sus casas. Caminaban en dirección opuesta a la marcha del tren, pero no tan lejos que no pudiera apreciar la expresión de sus rostros. Estos también se tomarán su buena botella de vino durante la cena que les espera en la casa, y como casi todo el mundo, deben ignorar el peligro que nos amenaza a todos. Al final del grupo venía una pareja de jóvenes un poco separados del resto. Era claro que sus intereses particulares no iban más allá de los próximos cinco o diez minutos y como para justificar los pensamientos de Sven, él aminoró la marcha para que la muchacha lo alcanzara, enseguida la atrajo hacia sí con un abrazo, le metió la mano por el escote y trató de besarla. Sven sonrió, de buena gana por primera vez en muchos meses, y se sorprendió al descubrirse interesado en otra cosa, algo amable, alejado de los sombríos pensamientos de los últimos tiempos. Pero ya el grupo había quedado atrás y no tuvo más remedio que pensar en el final que sin dudas tendría aquel lance. Pienso lo mismo que usted, señor. Sven se volvió hacia el gordo. Luego se le ocurrió que quizás el hecho de que lo arrebataran de un segundo de reposo y bienestar espiritual, lo había inducido a volverse con una cierta brusquedad hacia su interlocutor, No, no, discúlpeme, pero yo también alcancé a ver a la pareja, sólo que desde mi posición pude ver que los jóvenes se besaban y que eso era, sin duda, el preámbulo de lo que usted debe haber imaginado de acuerdo con la expresión, perdóneme, por favor, con la expresión de su rostro y con la sonrisa que les dedicó, porque es que yo, como es lógico, pensé exactamente igual que usted, señor. Ah, l’amour, tojour l’amour! ¡Lástima que en el mundo no haya suficiente bondad!, y rió con una risa asmática y entrecortada que parecía estar muy acorde con todo su físico monumental, pero todo lo hizo con la misma expresión de placer con que se había comido el bocadillo. Y Sven, también por primera vez, siempre parece haber una primera vez, solía pensar, sintió que quizás en otro momento. en otro lugar y otras circunstancias, él y el gordo hubieran podido ser buenos amigos y no pudo evitar tenderle la mano, Sven Lindström, periodista y creo que sueco y ensayó una sonrisa, pero con el temor de que en ella se reflejara toda la amargura que atenazaba sus sentidos, mientras el gordo ripostaba con una más de sus carcajadas estremecedoras, el sueco sacudió la cabeza con una cierta ambigüedad. Y en algún momento, aspirante a novelista. Ahora, el gordo extrajo de su cesta un gran vaso de plata y lo limpió meticulosamente con la servilleta de jugar ajedrez y luego rozó levemente el borde de este con la uña, quizás demasiado cuidada, del pulgar y la caricia, Se me siguen ocurriendo tonterías, produjo algo remotamente parecido al repicar de una campana lejana, do sostenido menor, se dijo el sueco, y luego se sirvió del buen Chateau Margaux. Tomó un largo sorbo y suspiró pesadamente, Sí, una novela. Es una tentación, y un reto que todos, más o menos, deberíamos enfrentar en algún momento y del que muy pocos salen airosos. Sobre todo porque nunca, el gordo subió los hombros en un gesto que parecía serle peculiar, el sueco ya se lo había visto hacer en varias ocasiones, porque nunca sale enteramente de la mano y el espíritu, y eso me parece lo más importante, si me lo permite, de la mano y el espíritu del autor. Sin verdadera conciencia de lo que hacía, Sven tendió el vaso plegable para que Sidney le sirviera una nueva ración de vino lo que el gordo, Muchas gracias, realizó, fue muy evidente, encantado. Y, ¿qué ocurrió con su proyectada novela?, digo si es que no cometo una indiscreción, e inmediatamente el gordo comenzó a prepararse un nuevo bocadillo. Por un instante, Sven miró hacia fuera por la ventanilla y con las últimas luces del crepúsculo pudo ver que los cultivados campos se habían quedado vacíos. Todos los que laboraban en ellos, habían desaparecido. Pronto será de noche y el gordo volvió a servirse vino en el vaso de plata, Como un cáliz. Quien beba de este vino beberá mi sangre y quien coma de este salami, no, no el salami, decididamente, ¡qué mal estoy!, de este pan, comerá de su cuerpo y todos nos convertiremos en caníbales y vampiros.