Los manuscritos de Sir Alfred Du Guesclin

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Capítulo I
L
Los manuscritos de Sir Alfred
Du Guesclin
os obreros del Castillo de Calais descubrieron la cava en
pleno verano cuando preparaban el terreno para construir
la cabaña de huéspedes. Algunos estaban todavía
reposando el almuerzo bajo la sombra del castaño, reuniendo
fuerzas para retomar la labor, pero sobre todo escondiéndose del
sol del mediodía, las paredes brillaban bañadas por su luz y su
vista no ofrecía ningún descanso para los obreros, extenuados por
el arduo trabajo de la mañana. El más robusto de ellos fue quien
descubrió los ladrillos de la bóveda de la cava y lo anunció al
maestro de obra. Cavaron dos días en silencio, excitados por el
descubrimiento. El primero en entrar fue el señor Arceneau.
Se decía que había pagado una suma escandalosamente alta por
una propiedad en avanzado estado de abandono, pero el castillo
valía la pena, databa del siglo X, se encontraba en los alrededores
de Calais, en el norte de Francia, y aún podía rescatarse sin grandes
dificultades. Ahora que se había descubierto que albergaba un
tesoro, nadie cuestionaba el valor de la adquisición de la familia
Arceneau. Lo primero que hizo la comisión fue determinar la edad
de la cava, tenía por lo menos un siglo de haber sido adaptada
para tal menester y albergaba 450 botellas de vino perfectamente
conservado que, según los enólogos, databan de 1930.
La teoría más plausible y por la que se inclinaba la comisión de
técnicos y eruditos decía que la cava había sido sepultada en 1940
para evitar que cayera en manos de la soldadesca nazi, luego de
que tropas alemanas rompieran la línea Maginot bombardeando
los viñedos que encontraban a su paso.
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Fernando Bermúdez Ardila
Esa tarde se estaba llevando a cabo la revelación oficial del
descubrimiento. La entrada sólo le fue permitida a la famosa
casa Christie’s, algunos historiadores, enólogos, personalidades
importantes del mundo de la política y allegados a la familia.
Yo, Sir Alfred du Guesclin, estaba allí porque la comisión me
necesitaba, había estando yendo durante varias semanas, pero fue
justo el día del evento que encontré los manuscritos, cuando ya no
me estaba permitido estar en la cava.
Nadie se había dado cuenta de que yo seguía adentro. Me
refugié unos minutos en la oscuridad y cuando estuve seguro de
que no me verían encendí mi linterna y escudriñé hasta el último
rincón de aquella cava. Más que los vinos me interesaba el hecho
de que en el siglo XIII el castillo había sido morada del caballero
templario Pierre Babin; en la oscuridad de aquella vieja cava
buscaba huellas del Temple.
Encontré mucho más que eso, detrás de la piedra de uno de
los muros hallé un cofre con grabados religiosos en su exterior
y manuscritos adentro, guardé los manuscritos con cuidado en
mi portafolios, dejé el cofre y salí. Recorrí los pasillos y salones
y me uní a mis colegas; nos dirigimos hacia la antigua sala de
audiencias donde en breve se realizaría el acto protocolario del
descubrimiento de la cava. Más tarde me tomé una copa del vino
encontrado y dije, acercándome a la familia anfitriona y abriéndome
paso entre los invitados que los rodeaban: definitivamente habría
sido el peor error de guerra haber permitido que los soldados del
Führer bebieran de este vino. Todos sonrieron y alguien agregó:
un pecado de guerra y un delito celestial además.
Los manuscritos tienen más de cinco siglos de existencia, pero
están en buen estado. Aparte de algunos insectos y una humedad
reciente no parecen haber estado expuestos a agentes corrosivos.
Su caligrafía es elegante y cuidadosa al igual que el cofre en el
que se hallaban. El papel es de lino como era de esperarse, pues
esa fue la fibra vegetal más usada por los franceses para fabricar
papel hasta el siglo XII, la humedad lo deformó un poco, pero los
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caracteres en él grabados siguen siendo legibles. Con la ayuda
de mi equipo he procurado transcribirlos, luego de confirmar su
autenticidad, mediante la consulta de numerosos textos, archivos,
crónicas y referencias.
Para que el texto sea más asequible a los lectores he optado
por trasladar la cronología, los nombres de personas y lugares,
las fechas y otras remisiones a un lenguaje más inteligible, con el
mismo fin he puesto notas al pie de página. A pesar de las juiciosas
y apasionadas investigaciones no he obtenido una conclusión
taxativa en cuanto a la veracidad de la historia, pero entre los
manuscritos hallé unos cuántos mapas que podrán ayudarnos a
confirmarla.
Sin más preámbulos publico aquí los manuscritos escritos por
Lorik Candau:
“Es el 24 de Septiembre del año de 1313 de nuestro señor.
Yo, Lorik Candau, monje perteneciente a la orden del Temple,
me propongo ir narrando lo que nos ha sucedido hasta hoy y
en lo posible trataré de contar todo lo que suceda de ahora en
adelante si mi señor me da vida para regresar a la amada tierra
donde nací. Partimos de nuestra querida Francia huyendo como
truhanes, perseguidos por Felipe y Clemente, abandonando
nuestras tierras y posesiones. En cuatro embarcaciones zarpamos
hacia Occidente 180 hombres al amparo de la noche otoñal. Se
nos había encomendado la misión de poner a buen resguardo parte
del tesoro de la Orden, así como importantes secretos contenidos
en libros de palma traídos de Oriente, quizás deba decir también
que esto no era lo único que motivaba nuestra partida; queríamos
salvar nuestras vidas. En Francia nos esperaba lo mismo que
a tantos otros hermanos: la humillación, la tortura, la prisión e
incluso la muerte.
La información que teníamos sobre Occidente era vaga, había
sido traída de Medio Oriente por nuestros antiguos templarios
y provenía a su vez de Extremo Oriente, de los chineses, que
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Fernando Bermúdez Ardila
aseguraban haber hallado tierra firme al otro lado, navegando
hacia el oriente de ellos, el occidente para nosotros. De ser cierto lo
que decían los chineses no sólo hallaríamos tierra firme, también
comprobaríamos lo que hasta el momento muchos desconocían:
la tierra era redonda.
En esas circunstancias partimos a la búsqueda de nuevas
tierras. La primera de muchas dificultades la padecimos cuando
llevábamos poco más de un mes navegando; con viento en popa
habíamos alcanzado la velocidad máxima desde que zarpamos
—siete nudos y un cuarto, según he constatado hoy en el diario
de navegación—. Medíamos la velocidad cada hora, en esto era
bastante estricto porque al trasladar los nudos a la carta marina
podía hacerme una idea precisa de nuestra ubicación para elaborar
los mapas de navegación.
La velocidad alcanzada nos permitió efectuar un viraje por
avante1. Mientras avanzábamos hacia la oscuridad de la noche
un viento helado sacudía las velas de nuestras embarcaciones, el
mar encabritado nos movía a su antojo y en el cielo se empezaba
a dibujar una tormenta, la incertidumbre se apoderaba de nuestros
hombres. Como no había vuelta atrás nos preparamos para
enfrentar la furia del mar, pronto el viento empezó a soplar en
varias direcciones y las olas encrespadas ocultaron la línea del
horizonte, la nave desestabilizada dio varias vueltas y perdimos de
vista a las demás embarcaciones. Se desató un aguacero torrencial
y con él una tormenta eléctrica que averió la brújula.
Nos apresuramos a arriar las velas con tan mala suerte que un
obenque se reventó y golpeó a un marinero tumbándolo al mar.
Como el temporal no amainaba dejamos de ceñir y pusimos el
barco al pairo, pero la fuerza del viento y de las olas escoró la nave
y rompió la arboladura, el agua empezó a ascender lentamente
desde la sentina, dándonos tiempo de reaccionar.
1 Viraje en el que la proa pasa por la dirección de donde viene el viento. Este viraje es difícil en
algunas circunstancias, pero es ventajoso porque no hace perder barlovento (distancia navegada
hacia el viento) y se lleva a cabo con mayor rapidez que la virada redonda.
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La embarcación quedó inservible, salvamos lo que pudimos
y logramos mantenernos con vida hasta que la tormenta pasó y
fuimos rescatados por una de las naves que compartían nuestras
penurias. En esta tragedia murieron siete marineros y cuarenta y
dos caballos; ahora sólo teníamos tres embarcaciones, las reservas
que llevábamos en la bodega se habían perdido en el fondo del
mar y nos tocó racionar la comida.
Esa fue tan solo una de las muchas noches que tuvimos que
luchar contra las bravas aguas del mar. Pasaron días, no supe
cuántos, lo único que sabía era que, pese a nuestros esfuerzos,
seguíamos en la mitad de la nada, y mi fe en aquellas teorías de
más de 180 años de antigüedad se iba perdiendo arrastrada por
las olas. Llegó un momento en el que me parecía más probable
pescar una sirena que hallar tierra firme.
Aunque ninguna de las tormentas y temporales que siguieron
fue tan grave como la que les he contado, éstas hacían mella
en el ánimo de la tripulación, algunos llegaron a pensar que
habíamos sido engañados, víctimas de una treta para deshacerse
de nosotros. Es en circunstancias extremas cuando Dios pone a
prueba nuestra fe, pero mis hombres parecían haberlo olvidado
y su fe se consumía lentamente como la llama de una vela. Mi
situación no era diferente.
He de decir, sin embargo que las bendiciones de Nuestro Señor
no eran pocas, no se extendió epidemia alguna entre nosotros, a
nadie le dio escorbuto. Dios nos mantenía a salvo para lo que nos
esperaba. Un día como cualquier otro, pues desde que zarpamos
todos los días eran iguales y la única posibilidad de romper la
rutina era el sorpresivo avistamiento de una ballena o el paso de
una bandada de aves migratorias, me ausenté a mi litera. Horas
después alguien me despertó tocando a la puerta. Afuera se oían
gritos, la algarabía llegaba hasta el castillo de popa.
Abrí rápidamente, era el contramaestre, de expresión severa
regularmente, tenía ahora un semblante feliz, llegamos, me dijo,
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Fernando Bermúdez Ardila
disimulando apenas su emoción. Salí a verlo con mis propios ojos.
De la profundidad del océano brotaban montañas como por obra
y gracia del Espíritu Santo ¡estábamos llegando a tierra firme!
grumetes, artilleros, cocineros, la maestranza y toda la tripulación
salieron a la cubierta a observar el largo cordón de tierra que se
extendía ante nosotros como una serpiente lista para abrazarnos.
Estábamos más que dispuestos a dejarnos abrazar por
aquellas tierras, nuestra sed de conocimiento era saciada una
vez más; porque lo que nos había concedido el poder era nuestra
constante búsqueda del saber y no la adoración al demonio como
quería hacer creer Felipe IV. Al frente teníamos mucho más que
la salvación, teníamos una fuente inagotable de descubrimientos,
pero esto no lo entenderíamos sino hasta más tarde.
Repartidos en las tres naos2, los caballeros del Temple sentimos
renacer nuestras almas, apagadas tras tantos días de tribulaciones
y angustias. Al caer la tarde, anclamos las embarcaciones a unos
trescientos metros de la playa y acordamos desembarcar a primera
hora del día siguiente. Era el 14 de diciembre del año 1310 de
Nuestro Señor.
Dudo que alguien haya podido conciliar el sueño esa noche, el
ambiente en los navíos no era del todo alegre, pues era inevitable
preguntarse por la suerte de los que dejamos atrás, para nadie era
un secreto que habíamos huido de Francia para salvar nuestras
miserables vidas abandonando a su suerte al gran maestro Jaques
de Molay y a los demás hermanos de la Orden, sabiendo que la
ambición de Felipe y la complicidad ciega y muda de Clemente
acabarían pronto con sus vidas.
El Desembarco
No había empezado a clarear cuando las tres naves abrieron
sus compuertas traseras y salimos ordenadamente sobre nuestros
2 Este tipo de embarcación es una evolución de las cocas medievales común en el siglo XIV
y anterior al Galeón.
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caballos, como habíamos perdido cuarenta y dos en la tormenta,
varios hombres tuvieron que compartir caballo así como cuando
la Orden apenas empezaba y no tenía bestias suficientes para
cada caballero. Avanzamos hacia la línea de costa, mientras los
primeros destellos del sol iluminaban el mar. Todos vestíamos la
cruz paté3 y cada uno llevaba su yelmo y su escudo, además de
las cotas y las polainas de malla, como corresponde a cualquier
caballero de la Orden, sobra decir que nadie portaba la oriflama4.
Pronto vimos que no estábamos solos, nos esperaban
alrededor de 6.000 hombres formados a lo largo y ancho de la
playa, armados con arcos y lanzas; algunos de ellos eran niños
de 10 o 15 años con la cabeza rapada excepto un mechón en la
nuca, otros tenían la cabeza pintada de rojo y azul y en la mitad
una extraña cresta como de gallo. Su indumentaria era colorida y
vistosa.
No era momento para retroceder. Los demás capitanes y yo
decidimos continuar, encomendar nuestra vida al creador y dejar
que fuera él quien decidiera nuestra suerte. Quienes llegábamos
a estas tierras ya no éramos jóvenes guerreros, éramos veteranos
de guerra. Cuando empezó la casería en contra nuestra nos
encontrábamos reclutando jóvenes para iniciar otra cruzada en
Jerusalén, pues las tropas jóvenes se habían quedado en Chipre.
Además éramos 173 hombres contra un ejército de miles.
Aún así desenvainamos nuestras espadas y avanzamos rápida
y decididamente hacia la orilla, pero no en señal de ataque sino con
la espada atravesada sobre nuestras piernas y la cabalgadura. No
nos atacaron, quizás porque vieron nuestra inferioridad numérica
o quizás por el desconcierto que les causamos; sus miradas
deslumbradas se posaban en los caballos, en nuestro ropaje y
en nuestras armas. Tenían los ojos levemente rasgados como la
3 Emblema de los caballeros templarios. Sus cuatro brazos representan los cuatro elementos
(tierra, agua, aire , fuego), los cuatro evangelistas (San Juan, San Lucas, San Marcos y San
Mateo) y las cuatro estaciones como fusión del mundo terreno y el divino, es decir el carácter a la
vez guerrero (mundano) y espiritual (religioso) de la Orden.
4 Pendón de guerra de los reyes de Francia.
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Fernando Bermúdez Ardila
gente de Oriente y su tez era más oscura que la nuestra, eran de
constitución fuerte y atlética. Las mujeres vestían sencillamente
y llevaban el pelo suelto, negro y brillante.
Los que poseían los vestuarios más llamativos hablaron en
una lengua que no se parecía a ninguna que yo hubiera escuchado
antes, les ordenaron a los demás que se retiraran y se hicieron
cargo de nosotros junto con un séquito de guerreros que los seguía.
Un hombre alto y corpulento que parecía ser el jefe se dirigió a
los demás capitanes y a mí que éramos quienes encabezábamos la
expedición y nos repitió varias veces la palabra Tlatoani. Ahora
puedo deciros que el Tlatoani era la persona escogida por los
nobles para gobernar el Altépetl5, máxima autoridad y principal
sacerdote del templo, en ese entonces no lo sabíamos.
Seguimos en nuestros caballos las señas de aquellos guerreros
ataviados que nos condujeron a través de un valle y, tras hora
y media de camino, llegamos a un poblado. Había gente en las
calles, era temprano y regresaban a sus casas con mercado o
víveres, a lado y lado de la calle se veían locales donde entraba
la gente para hacer encargos, esa debía ser la calle de los oficios
porque había mucha actividad. Apenas nos vieron todo se detuvo,
algunas mujeres gritaron y salieron despavoridas, para nosotros
también era extraño.
Pronto empezaron a llegar curiosos, querían tocar los caballos
y nuestras barbas, afortunadamente los guerreros que nos guiaban
controlaron la situación, pues nosotros no sabíamos cómo
reaccionar. Nos llevaron a una construcción piramidal, adentro
había pinturas de seres imaginarios, unos parecían humanos, otros
animales, tenían muchos colores y adornos de la naturaleza. A
juzgar por las pinturas y el tamaño de la construcción estábamos
en un templo.
5 Viene de in atl, in tepetl, el agua, la montaña. El término parece referirse a un asentamiento
cercano al agua. Entidad política y territorial de Mesoamérica, sinónimo de Señorío.
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Uno de los guías que venía con nosotros salió, los demás
nos quedamos esperando. Al rato llegó el Tlatoani y se sentó al
frente nuestro en un grueso trono de piedra profusamente tallado.
Todo él irradiaba poder, sus ademanes y su forma de hablar
confirmaban su origen noble, las inflexiones y la gravedad de su
voz inspiraban respeto y temor, traía el pelo corto, su cuello lucía
preciada plumería, llevaba brazaletes y orejera de oro, así como
armas, espadarte y rodela. Tenía numerosas insignias y una capa.
Se mostró muy asombrado con las bestias, creo que en esas
tierras nunca habían visto caballos. Una vez en su trono, empezó a
hablar solemnemente, con él llegaron otros hombres importantes.
Cuando terminó su discurso varios de los presentes intervinieron,
ninguno de nosotros entendía nada, pero se notaba que discutían.
Por los gestos parecía que el Tlatoani y otros cuantos nos defendían
mientras otros se mostraban indignados.
Cuando la discusión estaba en su punto álgido el tlatoani
se levantó de su trono y caminó hacia un pedestal sobre el que
reposaba una roca redonda llena de dibujos y les señaló algo.
Después me enteraría de que ese era el calendario sagrado y la
discusión era porque el tlatoani decía que éramos seres divinos,
enviados por Ometéotl, mientras que dos de los presentes,
miembros del consejo de sabios6, hablaban de sacrificarnos para
tener contento a Huitzilopochtli7, pero también para consumir
carne porque estaban ávidos de proteínas debido a la escasez
de prisioneros en los últimos tiempos. Afortunadamente en ese
momento no entendíamos nada de lo que pasaba. Gracias al
Señor, la fecha de nuestra llegada, muy cercana al día en el que el
6 El organismo más importante del Estado en el Imperio Azteca era el llamado Tlatocán
o Gran Consejo. Este organismo tenía funciones directivas, administrativas y judiciales,
lo integraban un representante por cada calpulli. Los elegidos eran los varones más sabios o
distinguidos del calpulli.
7 Principal deidad de los Mexicas, asociada con el sol. Se le ofrendaba el corazón de cautivos
de habla náhuatl para darle vigor en su batalla diaria y lograr así que el sol saliera en el siguiente
ciclo de 52 años y posponer el fin del mundo por lo menos un ciclo.
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Fernando Bermúdez Ardila
ciclo ritual y el solar8 coincidían, indicaba que éramos enviados
divinos, de lo contrario habríamos ido a parar al estómago de
aquellos hombres.
Esto no complació a los opositores y tras un cruce de palabras
y señas un guerrero joven que acompañaba a uno de los miembros
del consejo salió apurado del templo. Regresó pocos minutos
después con un pajarraco muy raro, el Tlatoani lo cogió en sus
manos sujetándolo con fuerza y, tras observar los ojos del animal,
dio un último veredicto: Éramos enviados de los Dioses.
Desde entonces nos trataron con deferencia, fuimos motivo
constante de agasajo y nos ofrendaron alhajas, oro, plata y piedras
preciosas. Después de aquel viaje tortuoso y ante tan calurosa
bienvenida no teníamos deseos de volvernos a embarcar, nuestros
anfitriones tampoco parecían tener prisa pues nos enviaron
profesores de náhuatl. La barrera de la lengua era infranqueable.
Los mexicas nos permitieron dedicarnos al estudio durante
los diecinueve meses que estuvimos allí, nombraron delegaciones
especiales en la calmécac9 encargadas de nuestra instrucción y
pronto empezamos a aprender astrología y matemáticas además
de su lengua de difícil pronunciación. Aunque muy diferentes a los
europeos, son gente avanzada que posee conocimientos valiosos
de medicina y otras ciencias. El corazón de su organización
civil son los calpullis10. La de los mexicas es una sociedad
estratificada con nobles o pillis, plebeyos y esclavos. En la punta
de la pirámide está el Huey Tlatoani, le siguen los sacerdotes,
guerreros y funcionarios civiles y por último los mercaderes, la
8 El ciclo ritual y el solar concordaban cada 52 años, lo que era celebrado con grandes
ceremonias que incluían sacrificios humanos.
9 Internado para los hijos de los nobles aztecas. En esta escuela se les entrenaba para ser
sacerdotes, guerreros de la élite, jueces, senadores, maestros o gobernantes, educándolos en
historia, astronomía y otras ciencias, la medición del tiempo, música y filosofía, religión, hábitos
de limpieza, cuestiones de economía y gobierno, y sobre todo, disciplina y valores morales.
10 Unidad social propia de la sociedad mexica compuesta por varias familias que se
encargaban de funciones muy diversas. Cada calpulli tenía su dios propio, un templo, tierras y
un gobierno. Está debajo del nivel del Altépetl, podría traducirse como una ciudad estado.
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capa intermedia la conforman los macehuales que rinden servicio
militar y trabajan en sus talleres el oro, la plata, las plumas, las
piedras semipreciosas y la madera o cultivan en su calpulli, en la
base están los esclavos, algunos están pagando una condena o una
deuda, hay entre ellos criminales, delincuentes y mujeres de mala
vida, otros son simples prisioneros de guerra.
Tanto macehuales como esclavos pueden poseer bienes y
casarse con personas libres, pero no pueden tener varias mujeres
ni usar ropa de algodón, tampoco ir a la calmécac, pues estos
privilegios son únicamente de la nobleza. Aunque son una
sociedad jerárquica es posible ascender en la escala social
mediante méritos militares, un guerrero destacado puede enviar a
sus hijos a la calmécac y formar parte de los pillis.
Pero como no estoy aquí para contarles todo lo que aprendí
con los aztecas, sino para narrar lo que nos pasó a nosotros
después de abandonar Francia, les diré que tres días después de
nuestra llegada presenciamos una ceremonia importante que no
olvidaremos nunca, pese a nuestros esfuerzos. Esta celebración
tenía lugar cada 52 años y representaba el comienzo de un nuevo
ciclo. Ya había caído la noche, el manto celeste estaba tupido
de estrellas y las chicharras insistían en su canto, estábamos
descansando en nuestro albergue provisional cuando llegó un
guerrero águila y nos hizo señas de que saliéramos.
Afuera nos esperaban varios tamemes11 con antorchas para
alumbrarnos el camino hasta llegar a la orilla del lago, partimos
en barcas para una ciudad llamada Tenochtitlán, en ese entonces
estaban terminándola de construir, era una ciudad grande con
varios calpullis, que no tenía nada que envidiarle a las mejores
de Europa; rodeada de agua y llena de canales, la ubicaron sobre
un islote en el lago Texcoco. Una vez allí nos llevaron a un
templo deslumbrante, aquellas tierras lejanas estaban llenas de
11 Viene de la palabra náhuatl Tlamama que significa cargar. Los tamemes llevaban a
sus espaldas las cargas que podían ser personas, tributos, artículos para el comercio, etc. En
Mesoamérica no existían animales de carga y se tuvo que emplear al hombre.
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Fernando Bermúdez Ardila
tesoros y las riquezas que nosotros pretendíamos esconder eran
poco comparadas con lo que allí había. Se abría ante nosotros un
mundo nuevo y no necesariamente amable, como vería esa noche.
En el templo había mucha gente, nos ubicaron cerca al Huey
Tlatoani en un lugar con una vista privilegiada como correspondía
a los enviados de los dioses. El ambiente estaba enrarecido, había
agitación y aunque era una festividad la gente no estaba feliz, no
entendí porqué si la danza era divertida y los danzantes tenían
atuendos hermosos. Los bailarines tampoco se veían contentos,
sus expresiones eran más bien ausentes y algo apesadumbradas,
todo era verdaderamente extraño, los espectadores parecían
desbordados por algún extraño pensamiento, como embriagados.
Al mismo tiempo todo estaba revestido de una gran solemnidad.
La danza se extendió hasta el amanecer, los jóvenes estaban
exhaustos y sus disfraces un tanto descolocados, pero eso no
impidió que un hombre se acercara a ellos, los despojara uno por
uno de parte de sus vestimentas dejándoles el pecho descubierto
y los condujera a la pirámide junca donde, para nuestra sorpresa,
los sacerdotes los sujetaron de las extremidades y les extirparon
el corazón. Siendo viejos veteranos de guerra habíamos visto
mucha barbarie, habíamos tenido que luchar decididamente y sin
contemplaciones, conocíamos la crueldad, veníamos huyendo de
ella; aún así los sacrificios humanos de los mexicas nos trastornaron.
Cuando los presenciamos no sabíamos nada todavía de ellos, no
hablábamos su lengua ni conocíamos sus creencias, hasta ese
momento solo conocíamos su amabilidad, esa noche vimos su
otra cara, una cara enigmática e incomprensible para nosotros.
No fue fácil no ceder al espanto ni dejarnos invadir por el
temor. Con el tiempo veríamos que su maldad no era mayor a
la conocida por nosotros en las cruzadas donde también se
mataba a los enemigos o se les dejaba gravemente heridos. Los
mexicas intentaban capturar al enemigo sin herirlo, pues los
cuerpos mutilados no eran aceptados para el sacrificio. Después
los mataban en un acto ritual que ennoblecía su muerte, no los
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dejaban morir tirados en el campo de batalla y, aunque el hecho
no dejaba de ser macabro, para la mayoría de guerreros era un
honor ser sacrificado. La muerte era tanto o más sagrada que la
vida y en últimas nosotros no éramos quienes para cuestionar
sus tradiciones, no era esa la razón por la que estábamos ahí y
habiendo escapado con éxito de la sed de sangre de Felipe no
queríamos arriesgar nuestras vidas indisponiéndonos con nuestros
anfitriones. Nos interesaba más aprender de ellos y de sus avances
que no era pocos.
Los sacrificios humanos no eran pan de todos los días, se
celebraban muy de vez en cuando, mientras tanto seguíamos
aprendiendo su lengua y enseñándoles a montar a caballo. Pronto
nos ubicaron en un mejor lugar, dentro de Tenochtitlán. Los
mexicas tenían enemigos, pueblos que se resistían a pagar tributos,
por eso necesitaban guerreros, luchar en defensa del Imperio traía
grandes beneficios, así es que el ejército era poderoso. Los niños se
entrenaban en las artes militares desde los 10 años, había dos tipos
de guerreros, guerreros águila y guerreros jaguar, los macehuales
podían llegar a convertirse en guerreros jaguar, mientras que sólo
los nobles podían ser guerreros águila. Para ostentar el título de
guerrero era necesario capturar por lo menos cuatro prisioneros
en una batalla, sólo así se podía disfrutar del rango de militar, esto
hacía que los jóvenes lucharan con todas sus fuerzas.
Interesados en nuestros caballos y armaduras, los mexicas nos
acogieron pronto entre los grupos élite de su ejército, aprendimos
técnicas militares y emboscadas —que a ellos les gustaban
mucho—, y nos unimos en la guerra contra señoríos rebeldes
como Tlaxcallan. Nos deshicimos de nuestras pesadas cotas
de malla y adoptamos los Ichcahuipillis, mucho más livianos y
cómodos, acolchados, de tan sólo uno o dos dedos de espesor,
fabricados con algodón y otras fibras vegetales resistían los golpes
y las flechas de obsidiana.
Los guerreros águila y jaguar entraban en un profundo
estado de meditación, vivían cerca del templo mayor y tenían
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Fernando Bermúdez Ardila
recintos especiales para este fin donde pasaban dos semanas o
más sin comer ni beber, a veces sin moverse, en cuclillas. Salían
fortalecidos después de este ayuno y casi siempre conseguían matar
a su enemigo de un solo golpe. Había entre los mexicas quienes
practicaban el arte de la guerra y del sacerdocio o chamanismo
al mismo tiempo, al igual que nosotros que éramos religiosos y
guerreros. Las técnicas militares eran muy diferentes, bastaba
con incendiar el templo principal del señorío para someterlo al
poder del imperio, no era necesario destruir las casas de la gente
ni someterla a su credo, los mexicas querían tributos y prisioneros
para sacrificar no seguidores ni adeptos.
En busca de la ciudad de oro
Cuando ya entendíamos algo de su lengua y nos habíamos
habituado a la cultura y a combatir a su lado, oímos hablar
por primera vez de la ciudad de oro. En Europa esto habría
sido impensable, pero en Occidente era perfectamente posible,
habíamos visto tantas piedras preciosas que no era difícil
imaginarse una ciudad de oro. Éramos “enviados de los dioses” y
por tanto podríamos acceder a ella—eso fue lo que pensamos—.
Preguntamos muchas veces en dónde quedaba y aunque nadie nos
dio indicaciones precisas, todos señalaban el sur.
Ya era hora de partir hacia nuevos rumbos, habíamos
aprendido bastante de los Mexicas. Viendo que había tantas
riquezas en Tenochtitlán, decidimos no enterrar los tesoros sino
dejarlos en las embarcaciones y llevárnoslos. El tlatoani y el
consejo no tomaron mal la noticia de nuestra partida, creo que
habían perdido el interés en nosotros y les parecíamos un poco
simples para ser enviados de los dioses, aún así nos ofrecieron
víveres y nos despidieron con celebraciones. Después de todo,
los enviados de dios tienen también una ruta y no llegan para
quedarse.
Después de haber estado diecinueve meses con ellos
emprendimos el viaje bordeando las costas de aquellas tierras
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desconocidas y a merced de la marea, fondeando en las bahías,
sorteando tempestades y peligros. Navegamos a lo largo del
continente en el océano Atlántico y pasadas unas semanas entramos
a la cuenca de un río inmenso: el Amazonas. Nos encontramos
de pronto en la más espesa jungla, seguimos avanzando con la
esperanza de encontrar un lugar por el cuál poder entrar, el río
tenía muchos afluentes y muy caudalosos, no era fácil navegar
sus aguas.
Desembarcamos cuatro veces en las orillas donde la selva
estaba menos espesa pero nunca nos atrevimos a alejarnos
demasiado de nuestros navíos, la jungla se mostraba impenetrable,
los árboles eran tan grandes que se hacía imposible franquear sus
raíces. Tras un tiempo de estar allí empezamos a ver cientos de
serpientes pegadas a las ramas, monos, micos, pájaros y colchones
de fango y hojas que casi nadie osaba pisar. Entendimos que sólo
alguien que viviera en la selva podría guiarnos al corazón de ella
donde, según los nativos del norte, se encontraba la ciudad de
oro. Todos nuestros intentos por ingresar fueron fallidos así que
desistimos y continuamos río arriba con la esperanza de encontrar
un pueblo que viviera cerca en la jungla.
Hicimos bien, al poco tiempo divisamos un pequeño poblado,
había hombres pescando a la orilla del gran río. Desembarcamos
con nuestros caballos, no se los dejamos a los Mexicas porque no
tenían pastos para alimentarlos, sus cultivos en las chinampas12
apenas alcanzaban para alimentar a una población cada vez más
densa. El recibimiento de este humilde pueblo no fue inferior
al del norte, nos trataron con reverencia, pusieron tamemes a
nuestra disposición y se mostraron muy serviciales a pesar de que
no entendían ni una palabra de náhuatl.
Esa noche hicieron un banquete en nuestro honor, nos ofrecieron
las mejores viandas, pescados, preparaciones de maíz y bebidas
12 Islotes artificiales hechos de cañas y estacas de sauce, rellenos de barro apelmazado con hojas
acuáticas. Las chinampas se colocaban en lagunas bajas o pantanos. Tenían gran fertilidad.
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Fernando Bermúdez Ardila
fermentadas. Al otro día nos trajeron a un indio que había estado en
Tenochtitlán y comprendía el náhuatl, le preguntamos por la ciudad
de oro pero parecía que no nos entendía o no había oído hablar
nunca de ella, después de cavilar un poco mencionó Tiahuanaco,
dijo que esa debía ser la ciudad que buscábamos, cuando le
pregunté si era de oro dijo no muy convencido: de oro y piedra.
Al otro día partimos por el río en busca de aquella ciudad,
nos acompañaban tres guías. Navegamos casi cuatro meses las
caudalosas aguas del Amazonas y entramos al río de Cusco13.
Desembarcamos en un poblado pequeño desde donde caminamos
tres días, siempre en ascenso, por montañas de espesa vegetación,
hasta llegar al Curacazgo del Cusco donde fuimos conducidos al
palacio del gobernador inca, Mayta Cápac o el melancólico. Para
poder verlo tuvimos que descalzarnos y esperar en un recinto de
muros trapezoidales. Ningún tipo de argamasa unía las piedras de
esos muros y sin embargo se veían sólidos y seguros.
Al fin llegó Mayta Cápac cargado en andas por cuatro esclavos,
era bastante joven, de aspecto atlético, rostro de expresión
severa y serena, llevaba mascapaicha14, corona y ushno o cetro
de oro. Nos recibió como a seres divinos, descendientes de los
antepasados de Tiahuanaco. Al igual que los demás, los incas nos
dieron ofrendas y fuimos reverenciados en los más altos círculos
de su Imperio. Todavía hoy me pregunto qué les hizo pensar que
éramos enviados de los dioses, creo que fueron los caballos y los
ojos azules de muchos de nosotros.
Los incas hablan muchos dialectos, entre ellos el quechua,
no tuvimos necesidad de aprenderlo porque tenían traductores.
Las gentes de Occidente viajan a otras tierras, no tienen caballos
ni animales de carga, pero viajan por los ríos y por el mar,
algunas veces parten en grandes expediciones por tierra, caminan
mucho, conocí hombres que recorrían hasta 37 kilómetros
13 Actualmente se llama río Ucayali.
14 Borla imperial inca.
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diarios acompañados de sus tamemes. No son tan fuertes porque
su armamento es más liviano, nosotros en cambio, estábamos
habituados a cargar hasta cuarenta kilos en las cruzadas y aunque
los caballos nos liberaban de gran parte de la carga, en Oriente
siempre llevábamos puestos los yelmos, las cotas de malla, las
calzas y la espaldera además del pesado escudo de hierro. En
Occidente dejamos las cotas de malla para siempre y usamos las
armaduras de los mexicas mucho más livianas.
Después de las respectivas celebraciones de bienvenida
tuvimos tiempo de enterarnos de la situación en el Curacazgo del
Cusco, Mayta Cápac había asumido el poder hacía poco, tenía los
méritos suficientes para convertirse en gobernador, había ayudado
a su padre Lloque Yupanqui en numerosas campañas militares y
su victoria contra los alcavizas15 y la etnia Culunchima lo hizo
merecedor del Huarachico, un ritual de iniciación viril común en la
nobleza que celebraba el paso de la adolescencia a la madurez, en
el que se recibían los waras o pantalones y los discos de oro que se
ensartaban en los lóbulos perforados y dilatados desde la infancia.
Desde pequeño Mayta Cápac mostró su carácter guerrero, se
contaba en Cusco que los alcavizas, con quienes tenían numerosas
reyertas, enviaron diez indios a la casa del sol donde vivía Lloque
Yupanqui con su hijo con la intención de cogerlos por sorpresa y
matarlos, cuando entraron sus enemigos Mayta estaba en el patio
jugando a las bolas con otros muchachos, al verlos cogió una bola
y con ella mató a uno, luego a otro y por último arremetió contra
los restantes que lograron huir muy mal heridos. Por historias
como esta el pueblo inca admiraba a su gobernante, decían que
estaba gobernando mejor que sus antepasados, tan pronto asumió
el poder emprendió campañas militares hacia el sur sometiendo
a las gentes del altiplano e inició la construcción de puentes
flotantes y balsas. Hacía apenas unos meses había incorporado al
imperio la abandonada ciudad sagrada de Tiahuanaco, santuario
del sol y de la luna a donde seríamos llevados. Ahora sus tropas
15 Grupo étnico del valle de Cusco y uno de los mayores rivales de los Incas.
~27~
Fernando Bermúdez Ardila
retornaban airosas tras su victoria, luego de haber sometido a
numerosas tribus en el oriente, y Mayta se preparaba para luchar
contra los collaguas y conquistar los territorios del sur.
Mientras tanto nosotros partíamos para Tiahuanaco con una
delegación de sacerdotes incas, como se trataba de una ciudad
de peregrinaje en donde coincidían gentes de muchas etnias, los
caminos eran fáciles de recorrer, llevamos los caballos que ya se
habían acostumbrado al maíz y las frutas tropicales y salimos con
muchas expectativas porque podríamos estar dirigiéndonos hacia
el Dorado. Al tercer día de iniciada la expedición, las montañas
desaparecieron para abrirle paso a extensas llanuras, cabalgamos
ágilmente hasta que el terreno se volvió quebradizo y accidentado,
plagado de montañas y riachuelos donde refrescábamos a las
bestias. El camino era exigente, nos encontrábamos a gran altura
y terminábamos exhaustos después de cada jornada, por la noche
acampábamos en algún villorrio o levantábamos los campamentos
al lado del camino, los incas que nos acompañaban nos ofrecían
sopas de quinua, amaranto y alguna que otra carne.
Los incas eran gente asombrosamente honesta, no había entre
ellos ladrones ni adúlteros o viciosos y dejaban abiertas las puertas
de sus casas cuando salían sin temor a que alguien entrara y les
robara el oro o cualquier cosa que tuvieran, lo único que hacían
era poner un pequeño palo contra la puerta como señal de que su
amo estaba fuera, eran una sociedad civilizada y más avanzada
que la de los Mexicas que no conocían todavía el cobre.
Un día soleado llegamos a un lago cuyas aguas de azul
prístino se extendían por toda la meseta y se confundían con el
cielo, al levantar la vista por sobre el horizonte no era posible
ver la línea que separaba el agua del firmamento. Llegar hasta el
Titicaca nos costó alrededor de tres meses, en los que pasamos
por muchos poblados y aldeas y fuimos auxiliados por los indios
del camino, siempre amables con los peregrinos. Allí vimos algo
más sorprendente que las chinampas de los mexicas: las islas
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flotantes de totora16 donde vivían los urus; el asedio de los incas
que querían conquistar la mayor cantidad de terrenos los había
empujado a este tipo de vida.
Dejamos los caballos en tierra firme al amparo de unos
esclavos de la delegación y atravesamos el lago en barcas hasta
llegar al extremo sur donde iniciamos el camino a Tiahuanaco.
Desde el lago hasta la ciudad sagrada, santuario del sol y de la
luna, no había más de diez kilómetros. Ya sabíamos que no estaba
habitada pero no imaginamos que fuera tan antigua, según los
indios siempre había estado en ruinas y había sido la ciudad de
los primeros hombres, hombres blancos como nosotros decían
algunos, otros decían que había sido construida por un tal
Wiraqucha17. Los muros que aún estaban en pie tenían piedras
enormes con relieves y algunas de ellas con enchapes metálicos
que refulgían a la luz del sol. Oro no había por ningún lado, si
aquella ciudad existía no era Tiahuanaco.
Con oro o sin oro, las ruinas eran colosales, sus losas de
piedra habían sido cortadas de un modo tan perfecto que en las
junturas no cabía ni siquiera el filo de un cuchillo de obsidiana.
¿Cómo lograron los antepasados constructores de Tiahuanaco
transportar esos bloques de cientos de toneladas? Es un misterio
total y hablando con los habitantes de la zona no es posible recibir
explicaciones que no sean de tipo religioso o que no atribuyan
la construcción de la ciudad a hombres con poderes mágicos o a
seres venidos de otros mundos.
Entre los templos y monumentos de la ciudad hay uno
piramidal, sus tres terraplenes van haciéndose más angostos a
medida que ascienden, en la cima hay un espejo de agua que sigue
siendo usado por los astrónomos para observar el movimiento
celestre reflejado en las quietas aguas del estanque sin tener
16 Junco acuático perenne usado para construir techos, paredes, cobertizos, ranchos, etc.
17 También llamado el dios de la Varas es el más destacado entre los dioses del ámbito
andino. Era nómada y tenía un compañero alado llamado inti, una especie de pájaro mago,
conocedor del presente y el futuro, representado en mitos orales como un picaflor de alas de oro.
~29~
Fernando Bermúdez Ardila
que torcer el pescuezo. También hay un templo subterráneo que
alberga una estatua gigante de más de siete metros, tallada en un
solo bloque. En esta ciudad debió vivir una civilización avanzada,
prueba de ello son sus canales de desagüe, sus construcciones con
cobre y estaño, su arquitectura y la ubicación de sus templos que
corresponde a la constelación de acuario según nos ha explicado
un sacerdote inca. El pasado de Tiahuanaco es un misterio para
los incas que no han podido descifrar la decoración de la puerta
del sol. Además no hay un consenso respecto a la historia del
lugar, algunos le atribuyen su construcción a gigantes, otros a
seres venidos de venus, algunos al Dios Wiraqucha, otros a los
antepasados de los Aimaras y otros a hombres blancos.
Estuvimos una semana en Tiahuanaco donde se celebraron
ritos y fiestas en nuestro honor, hasta allá llegaron muchos
peregrinos, atraídos por la noticia de la llegada de unos hombres
blancos montados en animales celestiales. Habríamos seguido
siendo objeto de veneración hasta desmoronarnos con las ruinas,
de no ser porque al tercer día Mayta Cápac envió a un mensajero,
quería que lo acompañáramos en su expedición militar al sur, creía
que al tener de su lado a seres divinos ganaría la batalla y podría
conquistar a los collaguas asentados en el valle del río Colca.
Nos unimos pues en la lucha de Mayta Cápac; no siendo
menester devolvernos hasta Cusco, partimos el séptimo día hacia
el Valle del Colca, avanzábamos rápidamente con dos guías
para encontrarnos con las tropas de Mayta que habían salido
de Cusco hacía un par de días. Seis semanas después llegamos
a las inmediaciones del valle poco después de la media noche y
acordamos avanzar con sigilo y ocultarnos en las dunas y detrás
de los arbustos en espera de una señal de ataque, mientras Mayta
iba a la casa del curaca18 de la etnia collagua acompañado de un
grupo de hombres de confianza. Cuentan que al llegar vieron que
los collaguas estaban armados y listos para hacernos frente, esto
los sorprendió porque pensaban que los cogerían por sorpresa.
18 Jefe político y administrativo del ayllu (agrupación de familias que se consideraba
descendiente de un lejano antepasado común).
~30~
En estado de alerta y bajo vigilancia extrema le permitieron a
Mayta entrar a la casa del curaca. Adentro el viejo estaba con su
hija Mama Tancaray, al verla Mayta Cápac quedó deslumbrado y,
según dicen, el encantamiento fue mutuo.
No sé si se pueda hablar de la belleza de Mama Tancaray
pues los collaguas tenían los cráneos levemente alargados, se los
deformaban, según ellos para diferenciarse de las demás etnias
del valle, esto no le molestó a Mayta que admiró la belleza de
sus cabellos negros, la imponencia de su porte y la gracia de su
carácter. El espíritu guerrero del joven gobernador del curacazgo
de Cusco quedó subyugado y, cambiando de planes, le pidió su
mano al viejo collagua, después de todo esa era una buena forma,
si no la mejor, de conquistar a los collaguas, para qué trenzarse
en feroz batalla pudiendo lograr las cosas por medio del casorio.
Mayta era joven y necesitaba compañía femenina, desde que los
alcavizas asesinaron a su primera esposa Mama Cahua Pata, no
había encontrado mujer con quien casarse.
Cuando Mayta hubo pronunciado su petición el viejo collagua
se quedó en silencio, Mama Tancaray después de esperar en vano
la respuesta le dijo a su padre que con o sin su aprobación se iba
a casar con Mayta, el viejo curaca dijo entonces que aprobaba la
unión y sellaba la alianza de su pueblo con los incas si era nombrado
gobernador de su región. “Ari Kipay”19 dijo Mayta. Enterados
de esto salimos todos de nuestras trincheras y escondites y hubo
fiestas y comilonas durante días enteros, el casorio se celebró ahí
mismo en el pueblo de Mama Tancaray.
A la semana partíamos de nuevo hacia Cusco, algunos de
mis hombres ya hablaban de regresar a Europa, otros decían
que se quedarían en Occidente para siempre. El camino a
nuestras embarcaciones era largo. Estuvimos un mes más en
Cusco reponiéndonos del viaje y preparando nuestra partida,
aprovisionándonos para el largo viaje de regreso a Europa.
19 Ari Kipay en quechua traduce “Sí, quedaos”.
~31~
Fernando Bermúdez Ardila
Cincuenta y tres caballeros de la orden se quedaron, algunos
rompieron sus votos de castidad y se unieron con mujeres incas,
otros, la mayoría botánicos y médicos, se quedaron para hacer
expediciones, dejamos los caballos, nos convenía viajar más
livianos. Cuando le anunciamos nuestra partida a Mayta Cápac,
lo consultó con su pájaro indi, siempre encerrado en una petaca20.
En Cusco nos quedamos todavía cinco meses más al cabo
de los cuales Mayta nos dejó partir tranquilamente, remontamos
las aguas del río de Cusco hasta llegar a la desembocadura del
Amazonas. Poco antes de llegar al océano Atlántico, vimos entre
la vegetación de las laderas del río un ejército de mujeres armadas
con aros y lanzas, semidesnudas, llevaban solamente el pecho
derecho cubierto21, sus cabellos eran negros y brillantes como
los de las demás mujeres que habíamos visto entre los incas y
los mexicas, estábamos muy lejos para poder ver sus ojos, pero
su actitud era desafiante y su sola visión inspiraba temor. Pocos
minutos después, al hacerse más estrecho el cauce, un grupo
de estas guerreras nos hizo señas para que nos detuviéramos,
quisimos ignorarlas y seguir nuestro camino pero lanzaron al agua
un tronco enorme que nos obligó a echar anclas y a prepararnos
para el combate, cuando descendimos a tierra las mujeres se
inclinaron ante nosotros y entendimos que estaban en son de paz,
una de ellas se acercó con ofrendas y nos hizo señas para que la
siguiéramos. Pensando que no iríamos muy lejos y sorprendidos
por su amabilidad la seguimos.
20 El tótem de Mayta Cápac fue el pájaro indi o halcón. Lo conservaba encerrado en una
petaca, desde que Manco Cápac lo trasladó desde Tampu—Tocco; Mayta, deseoso de saber qué
guardaban sus antepasados con tanto celo, abrió la petaca, vio al pájaro y habló con él. Desde
entonces quedó aconsejado acerca de lo que debía hacer e informado acerca de todo lo que habría
de suceder.
21 Se dice que las amazonas se cortaban o quemaban el pecho derecho, para poder usar el arco
con más libertad y arrojar lanzas sin la limitación y obstrucción física. No hay indicios de esta
práctica en obras de arte, en las que las amazonas siempre son representadas con ambos pechos,
aunque con el derecho frecuentemente cubierto.
~32~
En mi vida había visto mujeres así, lanzaban las flechas con
precisión asombrosa, sus movimientos eran gráciles y sus cuerpos
fuertes, se veía que tenían un entrenamiento militar tanto o más
exigente que el de los Mexicas. Cuando cada uno de nosotros
ingresó a la orden los maestros nos dijeron: “consideramos
peligroso para la religión que se miren demasiado las caras de las
mujeres: por esta razón nadie ose besar a una mujer, sea viuda,
doncella, madre, hermana, tía, ni a ninguna otra.” Ya algunos
habían roto los votos en Cusco y en esta nueva situación era
casi imposible no mirar sus caras, eran mujeres muy sensuales,
su fuerza masculina lejos de restarles atractivo, las hacía más
interesantes. De ojos un poco rasgados y labios carnosos, eran
más bellas y soberbias que las mujeres incas y mexicas.
Nos condujeron a través de la manigua, aunque los caminos
eran conocidos por ellas, eran angostos y estaban invadidos por
la selva; las mujeres iban cortando enredaderas y arbustos a su
paso, pero aún así era difícil transitarlos, a veces había raíces tan
grandes que era preciso escalar para sortearlas y poder continuar
el camino, otras veces los árboles eran tantos y tan altos que no
entraba sino un débil hilo de luz. Por donde quiera que mirara
había plantas espinosas, hongos de colores amenazantes, reptiles
peligrosos, pantanos…en fin, había que tener cuidado al dar cada
paso, fijarse en no tocar nada y andar alerta. Las mujeres nos
custodiaron y nos trataron deferentemente desde que bajamos de
nuestros navíos, pero era inevitable sentirse intimidado.
Llevábamos poco más de diez horas caminando cuando
recordé que en Tenochtitlán nos habían dicho que la ciudad de oro
o el Dorado, como la llamaban algunos, era gobernada por mujeres
guerreras. Si los rumores eran ciertos nos estábamos dirigiendo
hacia el Dorado! A medida que avanzábamos, la selva era cada
vez más espesa, una nube incesante de zancudos revoloteaba a
nuestro alrededor, se posaba sobre nosotros y no se espantaba
con nada, las amazonas debían haberse untado algo porque sólo
nos picaban a nosotros. Cuando no teníamos que agacharnos
para poder pasar por debajo de los bejucos, teníamos que saltar
~33~
Fernando Bermúdez Ardila
para esquivar charcos. Gracias al señor dejamos los caballos
en el Curacazgo de Cusco! Habría sido imposible meterlos en
semejante maraña selvática.
¡Habíamos sido obligados a abandonar las embarcaciones por
un grupo de mujeres armadas que nos llevaban no sé a dónde y nos
obligaban a caminar casi sin descanso por una selva cada vez más
agreste! Empezamos a desesperarnos, no llegábamos a nuestro
destino y no sabíamos cuánto faltaba para llegar, las amazonas
no nos entendían, de nada sirvieron las pocas palabras que
conocíamos en aymará ni el náhuatl ni los gestos que les hicimos.
Con el paso de los días entendimos que se trataba de un camino
largo y lamentamos que ni siquiera nos hubieran dejado traer los
víveres que llevábamos en las naves. Por muy deferentes que
fueran nuestras raptoras estábamos allí contra nuestra voluntad y
el cuento de la ciudad de oro bien podía ser una ficción, después
de todo nos habían hablado de gigantes con la mayor naturalidad
del mundo y además siempre habían pensado que éramos dioses,
así es que: ¿Se les podía creer todo lo que decían? Las gentes de
aquellas tierras eran dadas a la fantasía.
Después de caminar largas jornadas pernoctábamos en la
selva en campamentos improvisados por las mujeres, pero éramos
tantos que se hacía difícil hallar el espacio para acomodarnos en
tan apretada jungla. Las noches eran insufribles, no hay palabras
para describir lo malas que eran, sencillamente era imposible
conciliar el sueño. Estando en esa situación oí ruidos que nunca
antes había escuchado, muchos de ellos aterradores, el miedo a
las serpientes, a las arañas y a insectos peligrosos no me dejaba
dormir. Ésta fue la mayor dificultad al principio de aquel viaje
infernal, el insomnio se apoderó de la mayoría de nosotros y al
final la falta de sueño nos jugó muy malas pasadas. La mente
humana es un enorme misterio y al dejar de dormir se abren
puertas que es mejor que permanezcan cerradas.
El insomnio prolongado provoca demencia, algunos de
nosotros llegamos al extremo de tener alucinaciones y delirios. Al
~34~
final el cansancio era tal que dormíamos en cualquier condición,
habríamos podido dormir hasta colgados de un bejuco. Por
fortuna siempre llega el momento en el que el cuerpo vence la
mente y nuestra naturaleza física se impone para preservar la vida,
pasaron varias semanas antes de que esto sucediera y estábamos
visiblemente disminuidos. Además la comida era insuficiente
para el esfuerzo físico que exigía la selva. Las amazonas eran
excelentes cazadoras, pero a veces preferían comer poco para
avanzar más rápido, pues cazar y cocinar quitaba mucho tiempo.
Comíamos frutas, cogollos de palmas y cada tanto charapa,
serpiente o carne de pecarí.
Una mañana cuando nos preparábamos para seguir
caminando, vimos que uno de nosotros, Enrique, seguía acostado,
ardía en fiebre y estaba delirando, una de las guerreras acudió en
seguida y examinó su cuerpo, tenía una picadura en la espalda.
La amazona dio su diagnóstico incomprensible para nosotros y
ordenó algo a un par de guerreras. Éstas se fueron y volvieron
pocos minutos después con unas hierbas que machacaron con un
mortero de piedra, hecho esto, le untaron el ungüento alrededor de
la picadura y le hicieron tragar un poco; un par de mujeres fuertes
lo cargaron en una camilla hecha con bejucos y fibras vegetales,
quisimos ayudarles pero no lo permitieron. Las guerreras eran
verdaderamente incansables, dominaban la selva con una destreza
asombrosa.
Ese día caminamos aún más rápido que de costumbre, las
amazonas estaban preocupadas y tenían afán por llegar a algún
lugar. Cuando cayó la noche seguimos avanzando a la luz de
las teas y llegamos a una pequeña aldea, en el centro estaban
reunidos varios hombres a la luz de una fogata tocando tambores,
apenas vieron a las mujeres interrumpieron todo y se acercaron
a la guerrera principal seguramente para preguntarle qué quería
o en qué podían ayudarle. Por sus rostros noté que se dirigían
a ellas con mucho respeto, casi con temor, era evidente que las
amazonas ejercían el dominio en la selva. Después de un rápido
cruce de palabras, dejaron a Enrique al lado de la fogata, uno
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Fernando Bermúdez Ardila
de los hombres empezó a recorrer con sus manos el cuerpo de
Enrique, sin tocarlo, pasándolas apenas por encima, y otros dos
se fueron a traer algo, mientras tanto las amazonas nos llevaron a
un quiosco grande y no permitieron que ninguno de nosotros se
quedara con Enrique. Al rato llegaron otras mujeres de la aldea
con chinchorros y esteras que recibimos encantados, un par de
horas después nos dieron una bebida amarga y caliente y caímos
en el más profundo de los sueños.
Ni el canto de los pájaros, ni la luz, ni el ajetreo de la mañana
nos despertaron. No fue sino hasta después de medio día que
empezamos a abrir los ojos, no sé si fue la bebida que nos dieron
o el cansancio que en ocasiones es tal que se convierte en el más
eficaz de los somníferos, lo cierto es que dormimos más de quince
horas. Por lo visto a las amazonas les pareció conveniente pues
no nos apuraron para partir. Esa noche hubo mucha comida. Nos
reunimos todos en torno al fuego, Enrique estaba algo mejor pero
su piel era del color de este papel y tenía la mirada extraña, no
supe qué le habían hecho la noche anterior pero habían logrado
ponerlo en pie.
Nos quedamos esa noche y la siguiente, mientras tanto
seguían haciéndole remedios a Enrique, a juzgar por la seriedad
con la que actuaban debió haber sido una picadura grave. Al
tercer día cuando emprendimos la marcha otra vez, ya caminaba,
parecía como si lo hubieran traído del más allá, pálido y enjuto.
Poco a poco fuimos acostumbrándonos a nuestra nueva situación,
pasaban los días y no llegábamos a ningún lugar. Nuestra vida
consistía en caminar por la selva, sin rumbo aparente, siguiendo
las indicaciones de las guerreras amazonas y aguzando el oído y la
vista para detectar a tiempo los peligros. Por esos días muchos de
nosotros, si no todos, deseábamos no haber salido jamás de Francia.
Un mes después de haber abandonado la pequeña aldea
encontramos una caverna en el camino, la entrada era pequeña pero
por dentro sus límites se extendían, era tan grande que dentro suyo
debíamos parecer poco más que hormigas. Nos fuimos adentrando
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cada vez más, pensé que yendo por ahí se acortaría el camino
pero no imaginé que aquella caverna fuera tan larga, caminamos
durante varias semanas. A nuestros pies corría agua y a medida
que avanzábamos el caudal iba aumentando hasta convertirse en
un río subterráneo caudaloso y bravo. Caminábamos por encima
de él siguiendo el borde de la roca, en otros tiempos no debía
existir ese pasadizo pues por las huellas de la piedra se notaba
que el agua había llegado mucho más alto. En aquel río pescaban
las amazonas a la luz de unas pocas teas, las noches en la caverna
eran agradables, de algún modo nos sentíamos más seguros allí
dentro y una vez superado el temor a los escorpiones dormimos
bien, arrullados por el sonido del agua, hasta que el camino se
hizo demasiado largo y nos hartamos de respirar el aire viciado
y la humedad del submundo. Con todo, la caverna y el río que la
atravesaba eran tan grandes que nunca nos sentimos encerrados
más que por la oscuridad.
Íbamos en la misma dirección que el río, a veces se filtraban
algunas luces por el techo de la cueva y entonces podíamos ver
las formaciones calcáreas y la escasa vegetación de allí dentro.
Contrario a lo que imaginábamos no seguimos el río hasta el
final, salimos a la superficie por un estrecho agujero en la parte
superior de la caverna, éramos muchos y tuvimos que salir uno
por uno. Seguimos avanzando por la selva, algunos tramos eran
tan oscuros como la caverna, había tantos árboles y sus copas
llegaban tan alto que tapaban la luz del sol.
Todo iba bien hasta el día nefasto en el que conocimos unas
hormigas que las guerreras llamaban congas, sus diminutas
tenazas eran tan afiladas que una sola picadura era suficiente para
hacerlo retorcer a uno del dolor y ponerlo a temblar. Muchos de
nosotros fuimos atacados por congas y su picadura nos produjo
taquicardia, fiebre y escalofríos además de un dolor insoportable,
tan fuerte como el provocado por una herida de flecha.
Resulta difícil describir acertadamente lo tortuosa que fue
para mí y para los demás caballeros de la orden aquella travesía
por la selva, era difícil estar allí y en muchos momentos temimos
~37~
Fernando Bermúdez Ardila
por nuestras vidas, las inclemencias de la naturaleza en su estado
más puro son de una crueldad superior a la humana. Ni siquiera
para los pueblos que vivían allí era fácil, la sobrevivencia era tan
dura y tan exigente que se veían obligados a abandonar a los
enfermos graves o a acelerar su muerte por medio de ungüentos
y preparaciones. Durante los tres meses que duró el viaje al
Dorado, paramos muchas veces en poblados y aldeas y, aunque
éstas representaban para nosotros un buen descanso y una mejor
comida, no siempre estábamos de ánimo para enfrentarnos a gente
del todo desconocida que invariablemente nos observaba como si
fuéramos bichos raros.
Algunos asumían una actitud servicial y de idolatría exagerada
y otros nos miraban con desconfianza, era como si los habitantes
de la manigua tuvieran que ser tan extremos como la selva misma,
además no entendíamos ni una sola palabra y esto terminaba de
hacernos completamente indefensos y dependientes. No fue una
lección fácil, en nuestra patria éramos poderosos y autónomos,
no dependíamos de nadie, al contrario, hasta los reyes dependían
de nosotros, cada día que pasaba odiábamos más a Felipe y al
Papa. Ahora que veo las cosas desde la distancia no me arrepiento
de haber salido en busca de otras tierras pues a pesar de las
dificultades aprendí mucho.
Una de tantas noches que pasamos en la selva recibimos
una visita no muy grata. Las amazonas solían armar pequeños e
improvisados escampados con tejidos de hojas, muy eficaces para
camuflarse entre el follaje y dormir. Una noche me desperté con
un ruido extraño, similar a un rugido, el caballero que estaba a mi
lado roncaba y pensé que era él hasta que volví a oír aquel rugido
con absoluta claridad. Me quedé inmóvil, como si el corazón
hubiera dejado de latir, debía ser un puma o un felino muy grande.
Los ronquidos de mi compañero nos ponían en peligro a todos,
así es que como pude lo desperté. Nos quedamos los dos quietos
en la oscuridad cuando oímos lo que parecía ser una embestida
del puma contra alguna presa que dio un alarido de dolor. Yo
ni siquiera pestañeaba, sentía que al más mínimo movimiento
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el animal nos iba a descubrir, nos quedamos despiertos toda la
noche. Al amanecer oímos la señal de una amazona, nos llamaba
para iniciar la jornada, al salir de nuestro refugio vimos a menos de
dos metros los restos de un venado. Si el cálculo del puma hubiera
fallado o si el venado hubiera sido un poco más veloz, el felino
se habría abalanzado sobre nuestro toldo y no quiero ni pensar en
lo que habría podido suceder. La mano de Dios intervino una vez
más a nuestro favor.
Me cuidé de no dormir al lado de nadie que roncara. Las
Amazonas cogieron los restos que podían comerse y nos hicieron
un caldo, ni mi compañero ni yo comimos, me dieron náuseas y no
pude dejar de pensar en lo ocurrido durante todo el día. Los demás
caballeros que dormían en el mismo entoldado no se enteraron de
nada y desayunaron con gusto. Retomamos la marcha, el resto de
la mañana transcurrió normalmente, no así la tarde. Avanzábamos
por una parte del camino con muchas palmas y poca vegetación
baja cuando fuimos atacados por unos micos, agazapados en lo
alto de los árboles nos lanzaban frutos y cocos, descalabraron a
una guerrera Amazona y a un caballero. De la herida del caballero
salía mucha sangre, las mujeres le pusieron un emplaste de hierbas
y se encargaron de mantenerlo despierto pues el golpe le había
provocado somnolencia. Para huir de los cocotazos empezamos
a correr, las amazonas les lanzaban flechas pero al final tuvieron
que correr también porque eran muchos y escondidos entre
las palmas y las copas de los árboles se hacía difícil verlos.
Los días siguientes transcurrieron con relativa normalidad,
descansamos una noche en una aldea y seguimos nuestro camino,
pasó una semana sin ningún inconveniente, pero el camino era
largo y nos aguardaban muchas cosas todavía como veríamos al
llegar a aquel claro de selva. Era media mañana, no hacía más
de tres horas habíamos emprendido la marcha de nuevo cuando
nos topamos con aquellos cadáveres, entre ellos mujeres y niños,
había por lo menos diez cuerpos con flechas enterradas y señales
de haber sido fuertemente golpeados. Uno de ellos era una mujer
que murió abrazando a su bebé, muerto también.
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Fernando Bermúdez Ardila
La visión de la muerte no nos aterraba, ya habíamos visto
muchos muertos y mucha sangre en las cruzadas, nosotros
mismos habíamos aniquilado a muchos, pero en la selva era
diferente porque no se trataba de una guerra frontal, uno no sabía
en qué momento podía ser atacado por seres invisibles, animales
u hombres escondidos en la vegetación. Las Amazonas nos
ordenaron quedarnos quietos en nuestros lugares, las vi disparar
flechas y lanzar piedras al suelo en un intento por detectar
trampas, se abrió una. No imagino una muerte más horrible que la
provocada por una de esas trampas, bajo la espesa capa de hojas
había chuzos puntudos y filosos. Tuvimos suerte al no caer en
ninguna.
Yo iba adelante, por eso vi todo. Estando así inmóviles y en
silencio oímos un llanto, aguzamos el oído al máximo pero con
tantos sonidos que tiene la selva era difícil determinar de donde
procedía y si era humano o animal, las guerreras lo descubrieron,
era una niña escondida entre las matas. Después de comprobar
que no hubiera ninguna trampa a su alrededor las amazonas la
sacaron. La pequeña había visto la masacre, entre los cadáveres
estaba el de su madre. Seguimos avanzando con suma cautela,
las guerreras redoblaron sus precauciones y andaban alerta, listas
para disparar sus arcos en cualquier momento. Nosotros también
estábamos dispuestos a desenfundar nuestras espadas al menor
signo de peligro.
Ellas adoptaron a la niña, le enseñaron a defenderse, le dieron
un arco y una flecha acordes con su tamaño y se la llevaban con
ellas cuando iban a cazar. Luego de dos meses de andar caminando
el terreno cambió, como íbamos en ascenso nos cansábamos más
rápido, también descansábamos más, las amazonas ya no tenían
afán, debíamos estar cerca o en territorio más seguro porque
bajaron la guardia. Por esos días nos enseñaron a cazar y nos
llevaron a cascadas y pozos naturales donde nos bañamos todos y
nos tendimos al sol sobre las rocas pues allí si llegaba su luz y en
el cielo se formaba una aureola multicolor a su alrededor. Cuando
digo que nos bañamos todos quiero decir que las guerreras se
~40~
deshicieron de sus armaduras y se metieron en el pozo así como
Dios las trajo al mundo, no sabían que éramos monjes, no debían
saber lo que era un monje. Algunos caballeros se negaron a
meterse al agua pero se dieron cuenta de que podría pasar mucho
tiempo antes de tener otra oportunidad de refrescarse y terminaron
nadando con las amazonas.
Antes que monjes éramos hombres y resultaba imposible
no maravillarse con los cuerpos de esas mujeres, cada una de
ellas se portaba como si fuera una más de nosotros, sin ningún
misterio, sin pudor. Tampoco puedo decir que fueran coquetas,
daba la impresión de que nos ignoraban, disfrutaban del agua y
de su desnudez como si no estuviéramos ahí, algunas sonreían
cuando veían que estábamos extrañados. Eran mujeres plenas,
muy diferentes a las musulmanas y las cristianas, pecadoras dirían
algunos de mis compañeros de la orden, yo prefiero abstenerme de
lanzar juicios cuando se trata de personas de culturas diferentes,
la vida me ha enseñado que no es posible usar la misma medida
con todo el mundo.
Los días en la montaña son el mejor recuerdo que tengo de
la travesía en la selva. Solía acompañar al grupo de cazadoras
y en la noche nos sentábamos alrededor de la hoguera a comer,
en aquel monte encontrábamos frutos maduros y dulces y de
cuando en cuando pequeñas llanuras en las que el paisaje se
abría ante nosotros, cuando eso pasaba nos quedábamos dos
días descansando y luego retomábamos el ascenso otra vez.
Presentíamos que llegaríamos pronto a la ciudad de las mujeres
amazonas, si esa era o no la ciudad de oro no importaba ya, lo
único que queríamos era llegar a algún lugar y quedarnos un
tiempo allí, estábamos cansados de tanta aventura y veíamos lejos
nuestro regreso a Europa. Algunos me llamaban loco por creer
que podíamos regresar, yo guardaba las esperanzas.
Después de seis meses de travesía a merced de aquellas mujeres,
entendimos que jamás podríamos devolvernos y hallar el camino
por nuestra cuenta, hasta allí sólo era posible llegar con guías. Al
fin alcanzamos la cima de la montaña, desde allí divisamos abajo
~41~
Fernando Bermúdez Ardila
muy escondida a nuestros pies, casi imperceptible, una ciudad
cuyas calles estaban adornadas con jardines frondosos; después
apreciaría sus flores de formas y colores obscenos, inexistentes en
Europa y en Oriente. Las casas eran sencillas y amplias, sus techos
bellamente tejidos, las paredes parecían de barro y tenían dibujos
y motivos de la naturaleza, así como escenas de batallas, en las
entradas de las casas había troncos y asientos de madera. Tenían
también un sistema de canales por donde fluía constantemente el
agua refrescando el ambiente.
Iniciamos el descenso y al fin llegamos a lo que parecía ser
la ciudad de oro, en sus calles vimos hombres también, pero
era evidente que los roles estaban intercambiados, los hombres
ejecutaban las labores de servidumbre y delante de aquellas
mujeres imponentes se veían apocados y frágiles, sus cuerpos
eran delgados y esbeltos. La raza de la ciudad de oro era una raza
hermosa, más altos que los incas y los mexicas, tenían buen porte
y sus pieles eran tersas.
Fuimos bien recibidos, su amabilidad no era tan exagerada
como la de los otros pueblos, las mujeres guerreras eran más
distantes y frías que las demás, pero nos hicieron sentir a gusto y
nos trataron como a iguales, esto me alivió porque las reverencias
y la adoración de los incas y los mexicas me desconcertaban y me
aburrían. Nos llevaron a la ciudadela real; una vez allí entendí que
sin ninguna duda estábamos en el Dorado, en las paredes de la
casa real había numerosas escenas de guerra y de la vida cotidiana
recreadas con incrustaciones de piedras preciosas en un fondo
recubierto de oro. Había también refulgentes estatuas doradas
entre los jardines y, alrededor de la casa, lagunas artificiales con
hojas22 redondas y grandes similares a los lotos que conocimos en
Oriente.
La casa o más bien el palacio real, pues era enorme y no tenía
nada que envidiarle a los castillos europeos, era verdaderamente
elegante; en la arquitectura de las Amazonas los espacios eran
22 Todo parece indicar que se refiere a la Victoria Regia.
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aún más amplios y generosos que en las demás culturas que
conocimos. Para llegar hasta el palacio atravesamos un jardín y
después subimos varios escalones, a lado y lado caía agua y las
copas de los árboles se reflejaban en la superficie. Durante todo
el camino desde la entrada hasta la residencia de la reina vimos
hombres trabajando en los jardines, a juzgar por las apariencias
las mujeres ocupaban los cargos de autoridad y los hombres eran
sus subordinados.
Del vestíbulo nos hicieron pasar a lo que parecía ser un
recinto ceremonial, allá nos esperaba la soberana del Dorado
con un consejo de mujeres. Ya sabían que hablábamos la lengua
de los mexicas y tenían una intérprete que tradujo para nosotros
sus palabras que, si mi memoria no me traiciona, eran estas: “El
pueblo del Dorado esperaba su visita, que estén hoy aquí es para
nosotros señal de que los Dioses atienden nuestro llamado y
aprueban a nuestra Reina. Bienvenidos al reino de los mortales,
nos acogemos a sus designios, esperábamos su llegada y nos
preparamos para recibirlos”. Por lo visto con o sin caballos nos
tomaban por Dioses, los pueblos de ese lado del mundo debían
tener algún sistema de comunicación que nosotros ignoramos,
pues las amazonas ya sabían de nuestra llegada y sabían también
que hablábamos algo de náhuatl. La Reina no tenía constitución
de guerrera, pero era hermosa, altiva y elegante. Después de
las palabras de bienvenida la ceremonia continuó con una
demostración de las artes marciales del Dorado, varias parejas
de amazonas presentaron ante nosotros la danza de la guerra
que recreaba una batalla, era un arte exigente, cada movimiento
debía ser perfectamente controlado para no herir a la “oponente”
en la danza, se requería coordinación y fuerza. La celebración
de bienvenida se extendió durante todo el día, nos colmaron de
ofrendas y viandas y después de la ceremonia privada hicieron un
acto público al que asistieron todos los pobladores de la ciudad.
Al final, casi a la media noche, nos condujeron a nuestras
habitaciones en el palacio real, allí estuvimos más cómodos que
en cualquier otro lugar desde que salimos de Francia. Cada uno
~43~
Fernando Bermúdez Ardila
de nosotros tenía su propia alcoba, las amazonas debían estar
acostumbradas a recibir gente pues el palacio real tenía decenas
de habitaciones. Cuando pensábamos que el día había culminado
y que podríamos al fin descansar sucedió lo inesperado, hacía más
o menos una hora nos habíamos acostado cuando en cada una de
nuestras alcobas irrumpió una guerrera amazona y se metió en
nuestra cama. De nada sirvió mi resistencia, por demás bastante
débil. La mujer me envolvió en su red y yo finalmente cedí a sus
encantos rompiendo mis votos.
Yo había permanecido casto desde que ingresé al Temple. Muchos
hermanos rompieron sus votos durante las cruzadas en Oriente, yo
había respetado siempre los preceptos de la orden pero en el Dorado
todo era tan desconcertante que olvidé mi vida pasada y su rigor,
ella se portó como una diosa y usó todo su poder. Esto se repitió
prácticamente cada noche y siempre llegaba una mujer diferente. La
mayoría de caballeros ya no pensaban en regresar a Europa.
Por esos días se hablaba en el Dorado de la unión de la soberana
con un joven noble de una tribu amazónica poderosa y entre nosotros
corría el rumor de que uno de los caballeros había recibido una
visita nocturna de la reina, el caballero en cuestión quiso saber si
ella estaba visitando a los demás también o si él era el elegido como
correspondía a la tradición, cuando supo que la soberana no había
visitado a ningún otro caballero no cupo de la alegría y así empezó a
crecer en él una pasión desbordada. Con el paso de los días la reina
no sólo siguió visitando al caballero, sino que también quería tenerlo
a su lado todo el tiempo. Salían juntos del palacio real y desaparecían
en la espesura de la selva, presos de un amor exaltado. El pueblo
hablaba ya del romance entre su reina y uno de los dioses.
Debo decir quizás que en la orden Etienne era un caballero
de origen noble como cualquiera de nosotros. Antes de su amorío
con la reina era uno más, nunca había reparado en él, ahora lo
recuerdo como un hombre sensible y callado, probablemente
atractivo a los ojos de las mujeres, rubio como la mayoría de
nosotros, de ojos claros, alto y atlético. Aunque la situación no
era fácil el prometido se retiró y guardó silencio pacientemente,
~44~
quizás pensaba que la relación entre ellos no duraría mucho o
estaba intimidado porque su rival era un Dios.
Los días en el Dorado transcurrían con normalidad, las mujeres
iban y venían y de nuestra anterior vida monacal no quedaba casi
nada. Aunque las amazonas conocían algunos metales y sabían
trabajarlos, nunca habían hecho espadas, sus armas eran de
obsidiana, nuestras espadas de acero las deslumbraron y quisieron
aprender a hacerlas, por fortuna en la selva abundaban el hierro y
el carbono. Les enseñamos a fabricarlas y rápidamente el alumno
superó al maestro, ahora eran sin duda alguna el ejército más
temible de estas tierras.
Pasó el tiempo y las visitas nocturnas empezaron a dar sus
frutos, pronto vimos nacer a los hijos de las Amazonas y los
dioses, las dudas sobre la paternidad eran apenas razonables dado
que muy pocas amazonas escogieron visitar solo un caballero,
hallar al responsable tampoco parecía importarles, por más
que para ellas éramos dioses y nos habían preferido por sobre
sus hombres, las mujeres del dorado no parecían tener ningún
interés más allá de la procreación y el esparcimiento, después de
todo, por muy divinos y ultraterrenos que pareciéramos éramos
simples mortales y en esa medida poco nos diferenciábamos de
los habitantes masculinos de la ciudad de oro.
Las amazonas despreciaban a los niños y se regocijaban con el
nacimiento de las niñas que recibían educación y entrenamiento
militar, los hombres no recibían ningún tipo de educación, se
dedicaban a labores ingratas como la cocina, el mantenimiento
de las casas, la confección de trajes o el oficio de tameme. No
podíamos esperar de las amazonas nada más que la rutinaria
visita en nuestros lechos, intentar conquistar el corazón de una
guerrera era una labor titánica, cuando no imposible. Muchos
terminamos acostumbrándonos a ser sus objetos sexuales no
sin desconcierto, pues ni en Europa ni en Oriente las mujeres
utilizaban así a los hombres, en el Dorado en cambio gozaban
de todo el poder y eran plenamente autónomas. Pero no todo
~45~
Fernando Bermúdez Ardila
era malo, nuestra envestidura de dioses nos libraba de cualquier
quehacer y nos atendían bien. Nuestra vida en la orden, siempre
modesta y austera había quedado atrás, ahora disfrutábamos del
hedonismo absoluto y nos habíamos olvidado por completo de
los hermanos que se quedaron atrás cuyo destino, en manos de
Clemente y Felipe, debía ser muy distinto.
Pero mientras nosotros nos entregábamos a la lujuria, el amor
de la soberana y nuestro hermano templario se fortalecía cada
vez más, estaba claro que no se trataba de una aventura pasajera.
La reina se había olvidado por completo de su viejo amor y no
le importó romper el compromiso, tras un año largo de amoríos
anunció formalmente su unión y quedó en cinta, esta fue la gota
que rebosó la copa, el joven príncipe no pudo soportar más y
rompió el silencio. Acudió al consejo que, conformado sólo por
mujeres, era el órgano más poderoso de la sociedad, sus miembros
eran escogidos en orden de sucesión y su historia se remontaba a
la fundación del Dorado. Contó su pena de amor ante diez mujeres
que fruncieron el ceño y anunció que retaría a Etienne a un duelo.
El príncipe Wuy no contó con suerte, pronunciar estas
palabras fue más o menos arrojarse como un cristiano a las fauces
de las fieras; el consejo de mujeres vio en esto una afrenta a los
dioses que bendecían el Dorado con su presencia, según ellas si
permitían que un simple mortal como él los desafiara la desgracia
caería sobre la ciudad en forma de incendios, inundaciones,
sequías, plagas o hambrunas. Por encima de cualquier cosa era
necesario mantener contentos a los dioses. Además los dioses no
mueren y estás condenado a la derrota, dijeron. Las palabras del
joven las hicieron temblar de pies a cabeza por lo que decidieron
entregárnoslo no sin antes descargar toda su furia sobre el pobre
hombre que ya tenía el corazón roto. Lo arrastraron por la ciudad
ante los ojos atónitos de la gente y lo llamaron traidor.
Nos lo entregaron todo herido al tiempo que nos pedían
clemencia con el pueblo que no tenía la culpa de los improperios
del joven a quien su tribu dejó solo por temor a nuestra furia.
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Nuestro desconcierto fue grande. Antes de que pudiéramos
reaccionar Etienne enfrentó con firmeza al consejo y dijo que
aceptaba el duelo con las siguientes palabras: “Los dioses como
los mortales también podemos morir por amor”. Su respuesta
causó gran alboroto pero Etienne se impuso y tranquilizó al
pueblo diciéndole que no habría ninguna represalia y que ese era
un asunto entre el príncipe y él que en nada afectaría el destino
de la ciudad de oro. Después ordenó que curaran las heridas del
joven porque apenas estuviera en forma se “trenzarían en lucha
como dos mortales”.
La noticia del duelo provocó nerviosismo y expectativa entre
las amazonas. La reina dijo que no sería trofeo de nadie y que si
ellos querían matarse eso no era asunto suyo. El consejo tampoco
se mostró satisfecho pero no se atrevió a contradecir a los dioses.
Nadie hizo apuestas por uno o por otro porque todo el mundo
pensaba que Etienne ganaría, puesto que era un guerrero mientras
el príncipe se veía algo escuálido e inexperto en las artes de la
guerra. Etienne tenía más experiencia en el uso de la espada, se
acordó entonces que él usaría la espada y el príncipe el macuahuitl23.
Pasaron todavía tres meses antes de que el anterior prometido
de la reina se curara de sus heridas, pero el encuentro se dilató un
tiempo porque el consejo ponía todo tipo de trabas para impedir
que se realizara. Finalmente, tras la insistencia de los dos, se
decidió realizar el duelo a puerta cerrada en el palacio real, ni
Etienne ni Wuy querían convertirse en el morboso espectáculo
del pueblo y además, por voluntad de Etienne el duelo se haría
siguiendo en lo posible las normas europeas y una de ellas es
que el campo de honor debe quedar en un lugar aislado para
evitar interrupciones. El duelo sería a muerte. Lo único que no
se hizo conforme a las normas fue la elección de las armas, los
dos oponentes debían tener armas iguales, pero ni Etienne sabía
23 Era una arma de mano, esencialmente una espada de madera con filos de obsidiana
incrustados en los lados. También llamada en español con el nombre de origen taino “macana”.
Según los relatos, un golpe de esta arma podía decapitar a un caballo.
~47~
Fernando Bermúdez Ardila
manejar el macuahuitl ni Wuy la espada de acero, por fortuna las
dos armas eran muy parecidas.
Acordar la hora tampoco fue fácil, Etienne explicó que nunca
se batiría por la mañana y Wuy que nunca lo haría por la tarde, el
duelo se realizó entonces a las doce del medio día en un amplio
patio de la residencia de la soberana que no acudió, pero observó
agazapada tras la ventana de su habitáculo. Asistimos todos los
caballeros y las amazonas del consejo. Ese día nos levantamos
más temprano que de costumbre, estábamos preparados para
cualquier cosa, se rumoreaba que la tribu a la que pertenecía Wuy
atacaría el Dorado si su príncipe era vencido.
El duelo se inició con una ceremonia solemne en la que las
amazonas bendijeron a su modo, —bastante extraño por cierto—,
a los dos contendores. En los primeros minutos del combate fue
Etienne quien marcó la pauta hiriendo levemente a Wuy, quien
contraatacó veloz y certeramente cortándolo en el brazo. Los
dos eran valientes y la lucha no fue fácil, fue un duelo largo y
reñido. Ninguno de los dos temía la muerte y no se podía decir
que alguno atacara o se defendiera más, estocadas iban y venían
y la preocupación crecía entre nosotros pues pensábamos que
Etienne ya tenía ganado el duelo antes de haberlo empezado.
La reina debía estar comiéndose las uñas. El consejo, que había
subestimado a Wuy, estaba sorprendido.
El sol llegó al cenit en la parte más álgida del combate y
después siguió su camino lentamente mientras Wuy dejaba sin
fuerzas a Etienne debilitado por la herida en el brazo. Vimos
cómo se desangraba nuestro amigo y caía a los pies del príncipe
que dio su estocada final. “Ve con tu reina y ámala como yo la he
amado. Te estaré viendo desde el cielo”, alcanzó a decir Etienne
antes de exhalar un último suspiro. Su muerte nos dejó perplejos,
el consejo había preparado el acto oficial de anunciamiento
contando con que la victoria sería del Dios y no del “mortal”, por
eso el acto oficial fue un poco improvisado, el desconcierto y la
perplejidad reinaban en el ambiente.
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La reina no asistió y las mujeres del consejo no estaban
satisfechas con el resultado, por primera vez en mucho tiempo se
vieron obligadas a actuar contra su voluntad y el hecho de tener
que imponerle a la reina un amante que ella ya no deseaba iba
en contra del espíritu matriarcal del Dorado. Aún así tuvieron
que anunciarle al pueblo la victoria del príncipe, secretamente
los hombres de la ciudad de oro se regocijaron con la noticia
pues estaban celosos de nosotros desde que las amazonas nos
preferían. Lo único bueno de esa victoria era que ya no habría
ninguna guerra entre la tribu de Wuy y las amazonas, viéndolo así
se salvaron muchas vidas con la muerte de Etienne.
A pesar del resultado o precisamente por él las amazonas
se deshicieron en ofrendas y plegarias a nosotros, temían que
quisiéramos vengar la muerte de nuestro amigo pero al mismo
tiempo lamentaban el hecho de habernos obedecido y haber
permitido que el duelo se realizara, no por la muerte de Etienne
sino por su reina que sufría la pérdida de su amor y el que su
hija acabara de quedar huérfana. Además, con la realización del
duelo la soberana se había convertido en un trofeo y un hombre,
Wuy, había hecho su voluntad y había salido triunfante. Estos
eran los pensamientos que pasaban por las mentes de las mujeres
del Dorado, tenían sentimientos encontrados y estaban molestas
pero seguían convencidas de que éramos Dioses y no se atrevían a
desafiarnos, temían que con nuestro poder desatáramos una serie
de catástrofes naturales.
Abril 28 de 1316
Ayer enterramos a Etienne, fue una ceremonia sencilla, no
quisimos que el ritual se hiciera según las tradiciones del Dorado,
lo hicimos conforme a nuestras costumbres y fue una ceremonia
privada a la que asistimos todos los compañeros de la orden, el
consejo de amazonas y la reina. Etienne tuvo una buena muerte
porque estaba preparado para recibirla, no le temía y no lo tomó
por sorpresa, por eso su tránsito al más allá debió haber sido fácil,
su alma estaba en manos de su ángel guardián.
~49~
Fernando Bermúdez Ardila
El ataúd fue un poco diferente a los usados en Francia, fue hecho
con el tronco de un árbol, siguiendo su forma lo vaciaron dejando
el espacio para el cuerpo de Etienne, encima le hicieron una tapa
que adornaron con cuidadosas tallas e incrustaciones de piedras
preciosas y semipreciosas, a los lados también tallaron figuras de
la mitología amazónica. Para las amazonas Etienne había sido un
Dios valiente y no concebían otra manera de enterrarlo, fue difícil
para nosotros lograr que la ceremonia fuera privada y se hiciera
con nuestras oraciones. Etienne merecía una ceremonia especial
pero los ritos del Dorado nos eran ajenos, por eso nos empeñamos
en hacerlo a nuestro modo. Quemamos sus ropas y lo vestimos
con blancos ropajes de algodón confeccionados en el Dorado, lo
enterramos con el escapulario que llevaba siempre y cubrimos el
ataúd con flores. Queríamos que tallaran un crucifijo en su féretro
pero el artesano no entendió o se hizo el que no entendió, cuando
se lo dibujamos nos miraba sorprendido y le decía al intérprete:
no es bonito ¿qué significa? Al final prometió que lo haría pero
no lo hizo, era terco como una mula, de nada nos sirvió recordarle
que éramos Dioses y que tenía que hacer nuestra voluntad. Era
tan terco ese hombre y tan dueño de su trabajo que tuvimos
que desistir. El sermón lo dio un caballero allegado a Etienne.
Lo enterramos en el cementerio del Dorado y uno de nosotros
talló una cruz que puso en su lápida, las amazonas no entendían
esto, decían que ese adorno era muy simple, no les explicamos
su significado pero les dimos a entender que si retiraban la cruz
enviaríamos tormentas que arrasarían con la ciudad, los dioses
también tienen caprichos.
Nuestros días en el Dorado han sido suficientes, no soy el
único que desea regresar, después de la muerte de Etienne hemos
visto más claramente la necesidad de partir, hemos convenido
en solicitar guías para regresar a nuestros navíos, esperaremos
todavía unos días más a que los últimos acontecimientos se hayan
desvanecido y la situación de Wuy y la reina se haya solucionado.
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Mayo 30
Ha pasado un mes desde que enterramos a Etienne, la reina
sigue encerrada, en todos estos días no ha salido de su habitación.
Wuy fue varias veces a solicitar audiencia pero ella se niega.
Junio 17
La reina aceptó escuchar a Wuy, según cuentan éste le ha dicho
que comprende su dolor porque es el mismo que sentía él cuando
veía cómo se escapaba el amor de su vida y que esperará en su
aldea y con su gente hasta que ella lo ame. La reina no musitó
palabra y lo dejó partir. El consejo de amazonas ha preferido
no pronunciarse y esperar que sea la soberana quien decida qué
hacer. Nosotros seguimos esperando el momento adecuado para
anunciar nuestro regreso, acordamos devolvernos al Curacazgo
de Cusco por los caballos porque no queremos que quede ninguna
evidencia de nuestra presencia en estas tierras, escondite de los
secretos de la orden.
Agosto 5
A los tres días de haberse ido del Dorado Wuy recibió un
mensaje de la casa real, la reina lo mandó llamar para acordar los
detalles de su unión matrimonial, mañana mismo se anunciará
públicamente el compromiso. Tan pronto tenga lugar la boda
nos iremos de aquí, si no hemos dicho nada todavía es porque
no queremos que las amazonas lo interpreten mal, van a creer
que lo hacemos en retaliación por la muerte de Etienne y que
desaprobamos el casorio de su soberana. Nos sorprende un
poco la rapidez con la que la reina ha olvidado a Etienne y se ha
entregado de nuevo a los brazos de su anterior prometido, pero
son muchas las cosas que nos sorprenden aquí en la ciudad de oro
y no queremos alterar más su destino.
~51~
Fernando Bermúdez Ardila
Septiembre 30
Hace ya cuatro meses enterramos a Etienne, la boda de la
soberana con Wuy se celebró ayer, estuvimos en la ceremonia
junto a las personas más influyentes del pueblo de Wuy, el consejo
de amazonas y otras personas del Dorado allegadas a la reina o
pertenecientes a los altos círculos de esta ciudad. Una sacerdotisa
presidió la ceremonia en la madrugada, a la luz de la luna llena,
hubo danzas y música toda la noche, así como abundante comida
y ofrendas de oro y piedras a la reina, hechas por los pueblos
vecinos en cantidades que jamás hubiéramos podido imaginar.
El Dorado sigue de fiesta, las celebraciones populares durarán
un par de días más. Hay rumores de que la reina planea asesinar
a Wuy, no sabemos qué tan ciertos son ni queremos saberlo, lo
único que queremos es salir de aquí. Tan pronto finalicen las
fiestas anunciaremos nuestra partida al consejo.
Octubre 2
La gente se prepara para reiniciar sus labores y volver a la
normalidad después de tres días de excesos. Mis compañeros y yo
hemos empezado a empacar nuestras cosas, nos han dado muchas
ofrendas y la carga es grande. Tres de nosotros nos reuniremos
mañana a primera hora con el consejo y con la pareja real.
Octubre 3
El consejo no ha tomado bien nuestro anuncio, las mujeres
han dicho que si partimos se acabará la bonanza del Dorado y
vendrá una época de oscuridad, dicen que somos nosotros los
que les traemos buena suerte, cosa absurda, pues basta con ver
lo sucedido con Etienne. Ante nuestra firme resolución han dicho
que no nos facilitarán guías ni tamemes. Sin guía no podemos
regresar, partir por nuestra cuenta sería entregarnos a una muerte
dolorosa en la selva. Ya vieron que nuestra supuesta naturaleza
divina no nos exime de la muerte y saben que necesitamos su
ayuda, aún así se han negado rotundamente y lo han asumido
~52~
como si fuera una tragedia, no quieren ser un pueblo abandonado
por sus dioses, sumido en la ruina.
No entiendo a estas mujeres ¿Si temen tanto a los dioses y
creen que somos dioses, por qué no nos obedecen? Todo esto me
empieza a saber mal, mis hombres y yo nos sentimos manipulados.
Alcides no pudo evitar enfurecerse y las amenazó diciéndoles que
si no nos llevaban de vuelta a los navíos desataríamos nuestra
furia en forma de tormentas y catástrofes naturales borrando el
Dorado de la faz de la tierra. Ni el consejo ni la reina esperaban
esta reacción y se quedaron aterrados sin saber que decir, Alcides
salió furioso, Bastien y yo lo seguimos.
Octubre 4
El señor ha escuchado nuestras plegarias y ha mandado un
aguacero torrencial, desde las ventanas de nuestras alcobas hemos
visto los ríos de agua corriendo por las calles de la ciudad de oro.
Es la tormenta más larga que nos ha tocado desde que llegamos
a estas tierras, el estruendo de los truenos nos puso la piel de
gallina. A esta hora no debe quedar ya nada de los cultivos y
sembrados, no hay un alma en las calles, todo el mundo se puso a
buen resguardo. Esto era lo que necesitábamos para poder salir de
aquí, después de la amenaza de Alcides esta tormenta inesperada
nos cae como anillo al dedo, si las amazonas en verdad creen que
somos Dioses nos llevarán de vuelta a las embarcaciones.
Octubre 6
No ha escampado, las primeras gotas cayeron hace dos días
y desde entonces el aguacero ha sido constante y pertinaz. Hace
apenas unos minutos un hombre tocó a nuestra puerta, era un
mensajero enviado por la reina, trajo un papel escrito en náhuatl
con una plegaria para que detengamos el aguacero y el anuncio
de que tan pronto cese la tormenta partiremos con una corte de
guerreras que nos dejarán en nuestras naos.
En manos de nuestro señor está que deje de llover.
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Fernando Bermúdez Ardila
Octubre 12
Llovió todavía un día más, varias casas se inundaron. La
ciudad nos preparó una despedida y vino gente de otras partes,
de aldeas y pueblos cercanos. Nos llenaron de ofrendas, no sé de
dónde sacaron tantos alimentos pero nos dieron mucha comida
para llevar, además de unas canastas de bejuco llenas de figuras
de oro, esmeraldas y diamantes.
Estoy solo en mi dormitorio escribiendo a la luz de la vela.
Esta noche me ha visitado una hermosa guerrera amazona que
ya había pasado antes por mi alcoba, el encuentro ha sido más
intenso, como si lamentara mi partida. Ha debido ser igual para
los demás. Las amantes amazonas se habrán esmerado esta noche
ya que ese es el último recuerdo que nos llevaremos del Dorado.
Ya está listo todo, partiremos mañana a primera hora con las guías
y los tamemes, sé que no podré conciliar el sueño, me quedaré
viendo el último amanecer en esta mítica ciudad y orando para
que podamos regresar a Europa sanos y salvos.
Diciembre 20
El camino no ha sido más fácil que cuando lo recorrimos por
primera vez, como antes, hemos recibido la ayuda de la gente en
los poblados y la protección de las amazonas, aún así la travesía es
dura. Yo me había acostumbrado a la buena comida, a los masajes
diarios en el palacio real, a las visitas nocturnas, a vivir como un
rey… ahora hay que volver a la realidad.
Enero 10 de 1317
Suyay ha venido con nosotros, así la han bautizado, la
intérprete me explicó que quiere decir “esperanza”, esa niña es la
medida de nuestra estadía en la ciudad de oro, cuando la veo me
doy cuenta de que el tiempo ha pasado, ahora es una adolescente
y se ha convertido en toda una guerrera, es una de las mejores
cazadoras y la más bonita de entre las jóvenes amazonas. Pasamos
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cerca a la aldea de su tribu pero no entramos, las amazonas dicen
que su familia fue masacrada por su misma gente que ya los había
expulsado antes del pueblo por sus reyertas con la familia del
jefe de la tribu. Recuerdo claramente aquella mañana cuando la
encontramos escondida sollozando, tuvo suerte al sobrevivir.
Las picaduras y marcas extrañas en la piel son cosa de todos
los días así como los remedios naturales de las guerreras. Las
inclemencias de la selva son muchas y muy variadas, es difícil,
cuando no imposible, encontrar las palabras adecuadas para
describir las penurias que vivimos cada día en esta jungla.
Febrero 22
Alcides está enfermo, casi a diario cada uno de nosotros sufre
alguna dolencia: dolor de cabeza, algo de fiebre, un brote en la
piel…pero lo de Alcides parece más grave, ayer deliró toda la
noche y ya ni siquiera nos reconoce, las amazonas le hicieron
muchos remedios, ninguno funcionó, desesperadas rompieron a
caminar a media noche. Al fin llegamos a un poblado, el chamán
lo está atendiendo pero hay pocas esperanzas.
Febrero 27
La agonía de Alcides duró tres días, el chamán hizo hasta lo
imposible por curarlo, llegaron a la aldea médicos y sacerdotes de
otras comunidades pero todo fue en vano. Por los síntomas creo
que murió de mal aire24, en Europa y en Oriente vi morir a mucha
gente del mismo mal. Su muerte ha sido un golpe duro para todos,
en buena medida fue gracias a él que logramos salir del Dorado,
de todos, Alcides era el que más soñaba con regresar a su tierra,
la intensidad de ese sueño era quizás una expresión de su deseo
inconsciente de escapar a la muerte que le esperaba aquí en esta
selva cerrada y despiadada, tan lejos de su tierra y su gente. Lo
enterramos como mejor pudimos, aquí en la aldea construyeron
24 La palabra “malaria” proviene del italiano medieval “mala aria” (mal aire).
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Fernando Bermúdez Ardila
un ataúd y logramos que tallaran una cruz en su tapa, oramos toda
la noche por su alma.
Esta mañana dejamos la aldea para seguir avanzando,
guardaremos luto por Alcides hasta llegar a los navíos, nuestra
forma de honrar su muerte es caminar en silencio, no podemos
hacer más en esta selva.
Marzo 13
Estamos a tres meses del gran río, han pasado dos semanas
desde que enterramos a Alcides, todo ha transcurrido con
normalidad si es que esa palabra cabe en este lugar apartado y
selvático. Nadie ha muerto, nadie ha sido mordido por ninguna
serpiente venenosa, continuamos la marcha en silencio.
Junio 20
Encontramos las naves tal como las dejamos salvo por las
guirnaldas de flores que nos habían dejado en el palo mayor y en
la proa y la popa. La gente de estas tierras no es amiga de lo ajeno.
La corte de guerreras y tamemes que nos había acompañado
esperó en la orilla hasta que pusimos en marcha las naos. Los vi
hacerse cada vez más pequeños con la distancia hasta convertirse
en pequeñas manchas y fundirse con el follaje.
Ahora no hay quien nos visite en nuestro lecho pero somos
libres de nuevo, nos deleitamos observando los animales en las
copas de los árboles de las orillas y pescando. Somos dueños de
nuestro destino otra vez. Pronto arribaremos al Curacazgo del
Cusco, recogeremos los caballos e iniciaremos el gran viaje de
regreso.
Octubre 19
Los caballeros que decidieron quedarse aquí en Cusco son
quienes han cuidado los caballos, según dicen, los incas viven
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intimidados con las bestias y no saben cuidar de ellas, convienen
en que lo mejor es que nos las llevemos de regreso, también les
parece conveniente que no queden huellas visibles de nuestra
estadía en estas tierras, aparte de los niños “mitad humanos, mitad
dioses” producto de las relaciones de algunos de nosotros con las
nativas.
Mayta Cápac no está en el Curacazgo, anda en una de sus
expediciones militares. No queremos aplazar más nuestra partida,
estaremos aquí solamente el tiempo necesario para preparar el
viaje. Dos de los caballos murieron, una yegua y un macho. Hay
cinco potrillos, uno de ellos nació hace apenas un par de días, los
otros cuatro ya están grandes para ser domados pero nunca han
sido montados, nuestra prioridad es salir lo más pronto posible,
no tenemos tiempo de amansarlos, luego pararemos en algún
islote para sellar nuestro pacto de silencio y adiestrar los caballos.
Los compañeros que se quedaron aquí no quieren regresar con
nosotros, les he dicho que está es la última oportunidad que tienen
para pensarlo mejor y volver a Europa, pero dicen que aquí son
felices. Los he visto absortos en sus estudios de botánica, ahora
son todos unos hombres de familia y nada queda ya de su anterior
vida de monjes y guerreros. Son muy respetados por los incas.
Diciembre 25
Todo está listo para nuestro viaje, salimos mañana en la
madrugada, llevamos provisiones suficientes y los caballos
ya están en las naos. Esta semana hicimos las reparaciones
correspondientes, la gente de aquí nos ayudó en todo lo que
necesitamos. Hace un rato me reuní con los demás capitanes y
observamos el mapa de navegación que fuimos trazando cuando
veníamos, si todo sale bien y Dios nos lleva con gracia pronto
llegaremos a Europa.
Como Mayta no está y nuestros compañeros, que ya hablan
perfectamente la lengua del Curacazgo, hablaron con los miembros
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Fernando Bermúdez Ardila
del consejo, no celebraron ninguna despedida. No queremos retrasar
más el viaje y además ya nos despidieron antes cuando salimos la
primera vez, confiados en que llegaríamos a Europa y completamente
inocentes de nuestro destino en la ciudad de oro. Llevamos tantas
ofrendas y tesoros y hemos sido objeto de tantas celebraciones…
Marzo 10 de 1318
Remontamos el río de Cusco y navegamos por la cuenca del río
grande durante diez semanas, sus laderas estaban despobladas y
no había ni rastro de las amazonas, ni siquiera pudimos reconocer
el lugar en el que recuperamos nuestros navíos hace algunos
meses. Ahora estamos en el océano25, dejamos estas tierras con
más plata y oro del que teníamos al llegar y con la certeza de
que la tierra es redonda, nos enfrentamos de nuevo a los peligros
del mar, pero esta vez con más experiencia y con un mapa de
navegación que, aunque no es lo suficientemente preciso porque
fue trazado sobre la marcha y con grandes cavilaciones, nos
orientará. En esta odisea tendremos la oportunidad de corregir la
carta de navegación para que sea lo más precisa posible.
Abril 8
Como habíamos acordado, nos detendremos en uno de los
islotes cercanos a la tierra de los mexicas para consumar nuestro
pacto de silencio, adiestrar los caballos y descansar. Calculo que
estaremos en tierra firme antes de que caiga la noche, es casi
seguro que la isla que ya alcanzamos a divisar está deshabitada,
es justo lo que necesitamos, un lugar aislado y despoblado en el
cual poder celebrar nuestra ceremonia con tranquilidad.
Mayo 12
Arribamos a la isla por la tarde, no hallamos indicio alguno
de presencia humana en sus tierras. La playa era ideal para
25 Iniciaron su viaje de retorno por el Océano Atlántico.
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echarse a descansar porque no había piedras, sólo arena blanda,
más allá se extendía un bosque tupido de vegetación más bien
baja. Prendimos una fogata, bajamos algunas de las provisiones
y comimos allí reunidos en torno al fuego. Esa noche dormimos
en las naves.
Al otro día empezamos a abrir camino como vimos que lo
hacían las amazonas: a machete. La playa no era muy grande,
necesitábamos más espacio para los potros, por fortuna los árboles
no estaban ahí recién terminada la playa sino mucho más adentro
y fue fácil preparar el terreno. Al tercer día bajamos las bestias
e iniciamos la doma natural. Había entre nosotros un caballero
que poseía un don especial con los caballos, los domesticaba sin
violencia, él y un ayudante suyo se encargaron de los cuatro potros.
Nosotros montamos en los demás caballos ya desacostumbrados
a las cabalgaduras.
Explorando la isla encontramos un terreno de pastos que nos
hizo pensar que podría estar habitada, pero desechamos la idea
porque no hallamos nada más que pudiera indicarnos la presencia
de humanos.
Mayo 29
No hay paraíso mayor, estamos solos y tenemos alimento
suficiente para los animales; nos encontramos a nuestras anchas
en esta isla, nos bañamos en sus aguas cristalinas, pescamos,
recolectamos frutas y de vez en cuando cazamos pequeños
mamíferos. Se está tan bien aquí que no dan ganas de continuar
el viaje.
Imanol nos ha dicho hoy: domar es un duro privilegio y un
domador nunca debe estar apurado, ha dicho que necesita por
lo menos un mes más para domar los potros y que uno de ellos
está muy pequeño todavía para poderlo montar. Convenimos en
quedarnos hasta que los cuatro caballos mayores estén domados a
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Fernando Bermúdez Ardila
media monta. Mirándolo bien no es tan importante irnos con los
caballos domados, eso lo podemos hacer en Europa, pero estamos
tan felices aquí que esa es la excusa perfecta para quedarnos más
tiempo, sabemos que las cosas en nuestra patria no deben estar
nada bien y el deseo de regresar se ha ido disminuyendo cada vez
más al vernos libres y solos en este paraíso.
Julio 2
Los días pasan sin ninguna novedad, el tiempo que no se me
va en las labores diarias de sobrevivencia se me va en la mera
contemplación. Los potros han reaccionado bien al adiestramiento
de Imanol y de seguir así retomaremos nuestro viaje en un par de
días.
Julio 5
Hace unos días me siento extraño, algo cambió en el ambiente,
noto cierta ansiedad en mis compañeros pero no hay ninguna
razón, quizás nos estamos cansando. Me siento observado. Imanol
dice que los potrillos están listos y que es hora de sellar nuestro
pacto de silencio y preparar el regreso.
Julio 30
No todo es color de rosa y no siempre lo que parece es, cuando
creíamos que estábamos en el cielo estábamos en realidad llegando
a las llamas del averno. Sólo por obra y gracia de nuestro señor
sigo con vida y puedo dar testimonio de lo sucedido, pues bien
podría contarme entre los 16 fallecidos que no podrán regresar
con nosotros y esperan todavía que les demos digna sepultura.
Nuestra última noche en la isla, luego del anuncio de Imanol,
guardamos los caballos en las naos y nos preparamos para la
ceremonia, nos pusimos la espada al cinto y las demás prendas
propias de nuestra envestidura de caballeros, como correspondía
a la ocasión y formamos un círculo en la playa; Pierre sacó una
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gran copa ceremonial de oro con incrustaciones de diamantes y
esmeraldas que un sacerdote inca le entregó en Tiahuanaco y se
ofreció para presidir la ceremonia. Todos estuvimos de acuerdo
en que actuara como maestro, y dio inicio con las siguientes
palabras:
“Alejados del vaticano pero sin considerarlos nuestros
enemigos, defenderemos nuestras causas y causas nobles como
lo hemos hecho siempre, nos protegeremos entre nosotros y
trataremos de avanzar con la sabiduría, adelantados al tiempo,
lo juramos por esta sangre, la misma que han derramado quienes
nos precedieron y los que han estado con nosotros, la que estamos
dispuestos a derramar y la que derramarán quienes nos sucedan
en nuestra noble tarea, por Cristo a quien seguimos, no porque
creamos que sea el hijo de Dios sino por el ejemplo que ha dejado
a la humanidad con un legado digno de esparcir como semilla, que
así sea… mientras Pierre hablaba, la copa iba circulando y cada
uno de los caballeros se pinchaba el dedo y vertía en ella una gota
de su sangre, juramos también proteger nuestros secretos y no
revelar los descubrimientos que aquí hemos hecho ni la ubicación
de estas tierras por el bien de quienes las habitan”.
Cuando la copa llegó otra vez a Pierre éste la terminó de
llenar con un poco de vino y fue el primero en beber, la copa fue
pasando de mano en mano y todos tomamos, sellando así el pacto
de silencio. Una vez terminada la ceremonia celebramos nuestra
última noche en el paraíso con comida, vino y música. Al ritmo de
la guitarra y en la penumbra de la noche recordamos con nostalgia
algunas de nuestras aventuras en las nuevas tierras de Occidente
y lamentamos la muerte de Etienne y de Alcides. La partida era
inminente, no queríamos irnos pero sabíamos en nuestro fuero
interno que ya era hora y al mismo tiempo sentíamos cierto
alivio, por no decir, cierta alegría. Estando en esas salieron de
entre los arbustos unos hombres con lanzas y arcos, llevaban la
cara y el cuerpo pintados y se nos vinieron al ataque tomándonos
por sorpresa y con una fiereza que nunca habíamos visto en
estas tierras. En número nos sobrepasaban cuatro o cinco veces,
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Fernando Bermúdez Ardila
nosotros éramos 164. Si no hubiéramos bajado las espadas para la
ceremonia nos habrían acabado, quiso Dios que no fuera así y nos
lanzamos en valiente defensa.
La lucha fue ardua y no terminó sino hasta la madrugada,
perdimos dieciséis compañeros y abatimos incontables de los
suyos, al final se batieron en retirada y pudimos subir los cuerpos
de nuestros hermanos a las embarcaciones. La luz del amanecer
llegó pronto y borró la ensangrentada noche que tuvimos en la
isla. Ahora tendremos que volver a tierra firme a darle digna
sepultura a quienes perdieron la vida en el combate.
Agosto 3
Nunca antes nos habían atacado en estas tierras, en esa isla en
cambio los hombres eran tan feroces que parecían salvajes. Debían
haber estado observándonos desde que iniciamos la ceremonia o
quizás desde que llegamos hace ya varias semanas. La mayoría
de ellos tenían la piel pintada de negro y superaban en estatura
a los incas y a los mexicas pero no en estrategia militar pues
se lanzaron al ataque de manera desordenada y torpe, viéndose
obligados horas después a retirarse derrotados. Aún así perdimos
dieciséis de nuestros hermanos.
Recibí un fuerte golpe en el brazo derecho, por fortuna no
en el izquierdo que es con el que escribo. Llevamos todo el día
navegando y tenemos prisa por enterrar nuestros muertos.
Agosto 7
Caída la noche anclamos nuestros navíos en el primer islote
que vimos y nos pusimos a cavar a la luz de las teas bien adentro,
lejos de la playa, mientras otros vigilaban que no llegara nadie
y no se repitiera un ataque sorpresa. Antes de que amaneciera
habíamos sepultado todos nuestros muertos, con sus crucifijos al
cuello y mortajas de algodón, en medio de una ceremonia sencilla.
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Abordamos las naos y continuamos con la firme intención de no
detenernos más en el camino y llegar a Europa en tres meses.
Agosto 21
Estas dos semanas que llevamos navegando desde el sepelio
en el islote han transcurrido sin inconvenientes, navegamos con
el viento a nuestro favor, siguiendo el mapa de navegación que
trazamos al venir.
Noviembre 1
Estamos viendo sargazos26, eso quiere decir que estamos
cerca a tierra firme, ya no estamos en alta mar, según el mapa,
ahora más exacto porque en la marcha se han corregido todas
las imprecisiones, arribaremos a tierras europeas dentro de una
semana. Hemos estado navegando a una velocidad de siete nudos.
Noviembre 13
Una bandada de gaviotas sobrevuela nuestra nao, en pocas
horas arribaremos a tierras españolas.
Noviembre 13 de 1318
Hoy llegamos como una flota mercante a un puerto de la
bahía de Cádiz en España. Aquí nos enteramos de la trágica y
terrible muerte del gran maestro Jaques de Molay, de Godofredo
de Charney, Hugo de Péraud y Godofredo de Goneville.
Aquí termino mi relato, lo que he plasmado en estos
manuscritos es la parte de la historia que yo mismo he vivido y
puedo dar fe de la veracidad de lo que en ellos narro. Los secretos
que nos habían sido encomendados los escondimos en el lugar
que alguien pueda descifrar en este manuscrito. La cartografía
26 Algas muy verdes.
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Fernando Bermúdez Ardila
y la ruta de navegación para llegar a las tierras de Occidente
serán divididas en dos para que cada capitán guarde una mitad
y sólo uno de ellos guarde estos manuscritos. Confiamos en que
nuestros secretos hayan quedado bien guardados en las tierras que
Dios nos dio a conocer y a las que algún día llegarán quienes nos
sucedan en la orden”
Así termina uno de los manuscritos hallados en el castillo
de los Arcenau, a su debido tiempo daré a conocer los demás
documentos encontrados en la cava.
Atentamente,
Sir Alfred du Guesclin.
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