Resucita al hijo de una viuda

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Domingo 10 de Tiempo Ordinario
(09:06:2013)
Resucita al hijo de una viuda
“Después de esto fue a un pueblo llamado Naín, acompañado de sus discípulos y de mucha gente.
Cuando se acercaba a la entrada del pueblo, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único
de su madre, que era viuda; un gentío considerable del pueblo la acompañaba. Al verla el Señor, le
dio lástima de ella y le dijo:
–No llores.
Acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
–¡Escúchame tú, muchacho, levántate!
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron
sobrecogidos y alababan a Dios, diciendo:
–Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
La noticia del hecho se divulgó por todo el país judío y la comarca circundante.”
Lc 7,11-17
1. Un relato lleno de detalles y sugerencias
a) Lucas se ha inspirado para centrar este relato en las narraciones de milagros de Elías y Eliseo (1 Re
17). A veces las cita literalmente. Sin embargo, el tono imperativo de Jesús (v. 14) contrasta con el
recurso a la oración de Elías y Eliseo. La narración tiene todos los elementos del esquema de los
relatos milagrosos:
• Realidad del mal: el joven está muerto y bien muerto; lo llevan a enterrar.
• Intervención del taumaturgo o salvador: “¡Escúchame tú, muchacho, levántate!”.
• Manifestación de la curación: El muerto se incorpora y habla.
• Reacción de los presentes: Quedan sobrecogidos y alaban a Dios.
b) Pero a la vez es un relato lleno de detalles y sugerencias:
• Hay un encuentro entre dos comitivas: una camina alegre y es portadora de vida; la otra va triste,
abrumada por la muerte.
• El muerto es hijo único de su madre, que era viuda. En una sociedad en la que la seguridad de la
mujer dependía de los hombres y de su familia, esta viuda, que ha perdido a su hijo, pertenece a
los pobres y pequeños, cuya esperanza ha quedado totalmente truncada. Actuando en favor de la
viuda, humillada por la temprana pérdida de su marido y de su hijo –signo inequívoco de pecado
en la mentalidad judía–, Jesús, en un gesto totalmente espontáneo, le devuelve su dignidad. Ni su
condición de mujer humillada ni el poder de la muerte son obstáculo para la obra salvadora de
Dios.
• La escena tiene lugar en Naín, una ciudad amurallada que representa a la sociedad israelita incapaz
de dar vida. Ni siquiera se ha enterado de la proximidad de Jesús.
• Fuera se encuentra Jesús. Se acerca a la ciudad, como en otro tiempo Dios se había acercado al
Pueblo de Israel humillado y sometido, haciéndose prójimo de una situación precaria y sin
esperanzas de vida.
• Jesús se conmueve, se compromete y da de nuevo la vida. Y lo hace transgrediendo la Ley levítica
que declaraba impuro a quien tocara un cuerpo muerto: “Acercándose al ataúd, lo tocó” (v. 14).
•
El relato destaca la libertad e iniciativa de Jesús. La viuda ni siquiera le pide, como el capitán
romano, una palabra a distancia. Simplemente estaba sumida en su dolor. Y Jesús le devuelve el
hijo porque siente como propio el dolor de esa madre. El evangelio insiste en la gratuidad de la
salvación: ni siquiera hace falta pedir. Basta ser pobre, basta sufrir, para que Dios se haga presente
como Padre de misericordia.
• Por primera vez, los presentes sacan conclusiones sobre la persona de Jesús: “Un gran profeta ha
surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”. El gesto de Jesús de hacer “levantar” al
muchacho es interpretado en el sentido de que finalmente Dios ha decidido liberar al pueblo.
Reconocen que Jesús es un gran profeta. La escena recuerda de cerca la resurrección del hijo de la
viuda de Sarepta por obra de Elías. Lucas prepara, de esta manera, la identificación de Jesús con
Elías por parte de las multitudes, a la que hará referencia más adelante (Lc 9,8 y 19), y la respuesta
que va a dar a los emisarios de Juan Bautista –“los muertos resucitan”–, en el relato siguiente (Lc
7,22).
c) Frente a toda esta expresividad del relato tienen poca importancia los detalles erróneos, que muestran
que Lucas no era judío. Por ejemplo, ignora que los judíos no usaban ataúd, sino que envolvían el
cadáver en lienzos y lo trasladaban en angarillas. Igualmente, habla de “país judío” o Judea, para
referirse a toda Palestina; Judea era solamente la provincia del sur. Naín, lugar en el que se sitúa el
episodio, pertenece a Galilea, la región del norte de Palestina.
2. Se le removieron las entrañas
El relato acentúa la iniciativa y misericordia de Jesús, al que se designa, por primera vez en el
evangelio de Lucas, como Señor: “Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: no llores. Se acercó al
ataúd...” (vv. 13-14). No había precedido ruego alguno de la mujer. En este caso Lucas, como también
Marcos lo hace con frecuencia, nos ofrece la clave que explica y da el verdadero sentido a esas acciones
que nosotros llamamos comúnmente milagros: “Al verla le dio lástima”. Lucas emplea aquí el mismo
verbo que usa al hablar de la compasión del samaritano (10,33) y que literalmente significa: “Se le
removieron las entrañas”. Eso es lo que experimenta Jesús al ver el dolor de esta mujer viuda.
Lo importante no es el prodigio, sino la acción que brota de la bondad misericordiosa de Jesús ante el
sufrimiento humano: compasión, consuelo, cercanía, compromiso personal y eficaz. Bondad que genera
vida y transforma las actitudes de quienes la acogen. La acción de Jesús no se queda en sentimiento, es
fuerza de vida: levanta al joven y le hace hablar (v. 15). Es una bondad con incidencia y eficacia
históricas. Lucas no olvida, además, el detalle tan humano de Jesús: “Y se lo entregó a su madre” (v. 15).
El llanto desconsolado de la mujer era lo que le había conmovido.
Hoy también muchas madres y pueblos pobres acompañan la muerte, física o moral, de sus hijos
jóvenes maltratados por el hambre o por la muerte temprana, por la falta de trabajo y oportunidades, o
porque sucumbieron desesperados ante la droga o los caminos violentos. Hoy muchos jóvenes se
encuentran paralizados, como muertos, ante la inseguridad de su futuro y la falta de lugar para ellos en la
sociedad, sin que tengan la oportunidad de hablar y ser escuchados. La actitud de Jesús señala a la
comunidad cristiana un camino: el de la compasión, que lleva a la ayuda eficaz; el del estímulo y aliento,
que los impulsa a levantarse, a decir su palabra, caminar con iniciativa...
3. La visita de Dios
La acción de Jesús, como también la de Elías, no sólo suscitó admiración, sino reconocimiento y
alabanza de Dios. En el evangelio, Jesús no es un taumaturgo que obra prodigios; es “un gran profeta” por
el que “Dios ha visitado a su pueblo” (Lc 7,16). Las acciones, en las que se concreta eficazmente su
bondad y misericordia para con los que sufren, son reveladoras del reino de la bondad gratuita de Dios
para con su pueblo; son evangelio creíble que insta a la conversión para hacerse hijas e hijos del Padre de
la misericordia. En un pueblo que cada día lleva a enterrar a tantos de sus hijos e hijas, no hay otra forma
de anunciar la buena noticia de la visita de Dios en Jesucristo, y la verdad de su Palabra, que la
misericordia hecha práctica efectiva de solidaridad y de vida.
El mensaje más esperanzador de la fe cristiana es que nuestro Dios es el Dios de la vida y no de la
muerte. Su vida no se la reserva para sí solo, sino que la comparte generosamente con los hombres. El
Dios de la vida se compromete definitivamente con la vida en favor del hombre en Jesús, su Hijo.
En cuanto negación de una vida digna y humana, la muerte es demasiado frecuente en el mundo. Las
más de las veces tiene lugar por culpa de los hombres: guerras, hambre, violencia, odios, injusticias,
abortos, torturas... Combatir tantos y tan crueles atentados contra la vida humana sólo es posible dando
algo de nuestra propia vida a los demás.
4. La absoluta iniciativa de Jesús
Apliquémonos el mensaje: tomemos la iniciativa, como cristianos, sin esperar la petición de quien está
necesitado. Iglesia, comunidades, grupos, organizaciones cristianas..., tendrían que estar en la vanguardia,
en primera línea, cuando se trata de liberar al pobre, débil o indefenso; cuando se trata de salvar a las
personas de la muerte y transmitir vida. ¡Qué triste espectáculo cuando las vemos marchar a remolque de
la historia, siendo a veces torpes y lentas en sensibilizarse ante el clamor de los pueblos!
5. Sugerencias para orar
a) Imagino la escena. Leo la narración percibiendo las pinceladas y detalles que recoge el evangelista;
subrayo las palabras o frases que más me llegan. Imagino la escena. Observo el contraste entre ambas
comitivas: una, llena de vida y alegría; la otra, atravesada por el dolor y la tristeza.
b) Revivo situaciones parecidas. La vida, la de ayer y la de hoy, está llena de situaciones parecidas: de
personas que sufren y mueren, de personas que arrastran su dolor y su tristeza, de personas
necesitadas. Y también la vida, la historia, está atravesada de comitivas que portan vida, alegría y
solidaridad. Revivo esa realidad actual que nos recuerda el evangelio, y desde ella alzo mis ojos y mi
corazón a Dios.
c) Me identifico con ese joven. Me doy cuenta de que el muerto soy yo mismo. Mi vida está hueca, vacía,
sin aliento, sin horizonte... Estoy caído, tumbado, desanimado, sin palabras, sin obras, sin espíritu...
He perdido la ilusión, la fuerza, la esperanza. Soy un cadáver; no tengo nada, estoy vacío, no ofrezco
nada. Me llevan a enterrar... Ese es mi horizonte. Estoy en manos de otros.
d) Contemplo a Jesús. Se me acerca. Me mira, me toca. Detiene la comitiva de tristeza y muerte. De sus
entrañas brota sensibilidad, ternura, compasión, amor que se desparrama a mi alrededor. Él me
devuelve la ilusión y la vida. Soy persona nueva. Me levanto y agradezco. Dios es siempre Dios de
vida y no de muerte.
e) Tener entrañas de misericordia. Para orar hay que tener entrañas de misericordia, porque ellas nos
acercan a Dios y a las personas. Tener entrañas de misericordia para acoger y consolar a las personas
que viven y pasan a nuestro lado. Entrañas de misericordia para comprender a los demás, para darse a
los demás, para dejarse tirar por los demás. Es imposible comprender, sentir, vivir y acoger a Dios si
no tenemos entrañas de misericordia.
AYER Y HOY
Ayer a ti, Señor,
ante la carne doliente del enfermo,
ante la carne olvidada del marginado,
ante la carne agotada del anciano,
ante la carne necesitada del discapacitado,
ante la carne cansada del parado,
ante la carne arruinada del hambriento,
ante la carne sometida del esclavo,
ante la carne corrompida del leproso,
ante la carne afligida de la madre,
ante la carne deshabitada del joven...
se te conmovieron las entrañas,
te dio un vuelco el corazón
y no pudiste quedarte al margen.
Hoy nos encontramos,
a poco que abramos los sentidos,
con una realidad más flagrante y triste:
montones de cuerpos masacrados y degollados;
columnas de cuerpos desplazados y rotos,
aglomeraciones de cuerpos hinchados y esqueléticos,
pabellones de cuerpos moribundos,
manifestaciones de cuerpos desgarrados...
Cuerpos vendidos,
cuerpos hacinados,
cuerpos pisoteados,
cuerpos malheridos,
cuerpos abandonados.
Haz, Señor, que mis entrañas se conmuevan
y mi corazón dé un vuelco
para no quedarme al margen.
Hazme compasivo y tierno,
para ser digno y poder así introducir en la historia
esperanza y misericordia.
Ulibarri, Fl.
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