NIEBLA Miguel de Unamuno Introducción Niebla

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NIEBLA
Miguel de Unamuno
Introducción
En éste trabajo pretendo centrarme en la visión antropológica del libro de Miguel de Unamuno, Niebla, sin
descuidar otros datos que pudieran ser de interés. Escogí este libro porque me pareció, de largo, mucho más
interesante su trabajo, ya que se trata de buscar la filosofía de trasfondo en una novela, o nivola, no siendo la
filosofía de lo que trata el libro en un primer plano.
Miguel de Unamuno nació en Bilbao (1864), donde conoció al pintor Lecuona y al escritor Antonio de
Trueba, quien en 1880 le publicó su primer artículo en El Noticiero de Bilbao. En ese mismo año obtuvo el
grado de bachiller, después de lo cual se trasladó a Madrid para estudiar filosofía y letras. Se licenció en 1883
y se doctoró al año siguiente con una tesis titulada Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la
raza vasca. De nuevo en Bilbao se dedicó a la enseñanza privada y fue nombrado profesor encargado de latín
en el instituto de enseñanza media. Durante un tiempo se dedicó a la preparación de cátedras de segunda
enseñanza y de universidad, realizando sin éxito diversas oposiciones, hasta que después de viajar por Italia y
Francia, en 1891, obtuvo la cátedra de lengua griega de la universidad de Salamanca. Se sintió atraído por la
ideología socialista y colaboró con la prensa obrera de Bilbao. En 1900 fue nombrado rector, al mismo tiempo
que se encargaba de las cátedras del griego y la de la filología comparada del latín y el castellano; en 1902 fue
nombrado consejero de la Instrucción Pública y cesó como rector en 1914. Con otros intelectuales españoles,
realizó en 1917 un viaje al frente de guerra austro−italiano, invitado por el gobierno de Italia. A su regreso fue
elegido concejal de Salamanca y, poco después (1921) fue propuesto para vicerrector y decano de la facultad
de letras, cargos que desempeñó hasta el cese del rector, Luis Maldonado, en 1923. Mostró su oposición a la
dictadura de primo de Rivera en escritos y discursos, lo que ocasionó que el gobierno decretase su
confinamiento en la isla de Fuerteventura. Residió allí desde febrero hasta el 9 de julio de 1924. Se establece
en París con su esposa y al año siguiente va a vivir a Hendaya (1925) y allí permaneció hasta que cayó la
dictadura de Primo de Rivera (1930). Como su cátedra de griego había sido cubierta, fue nombrado
catedrático de la historia de la lengua española. Inmediatamente después de instaurarse al República, fue
nombrado rector de la universidad de Salamanca, elegido diputado por Salamanca en las cortes constituyentes,
y designado presidente del consejo de Instrucción Pública un año después. Jubilado en 1934, se le nombró
rector vitalicio de la universidad de Salamanca, creándose una cátedra con su nombre. También fue nombrado
doctor honoris causa por Grenoble (1934) y Oxford (1936). Se inicia la guerra civil en verano de 1936;
Unamuno se muestra partidario del levantamiento, pero cuando las fuerzas del levantamiento toman
Salamanca, Unamuno oye el Mueran los intelectuales de Millán Astray y le contesta directamente. Se alzan
contra él las voces incluso de los antes amigos, llegando algunas hasta de pedir el fusilamiento. El 13 de
octubre queda bajo arresto domiciliario. Muere el 31 de diciembre
Ya en su etapa de juventud, Unamuno mostró una inclinación a valorar el carácter existencial de los hechos,
empezando por la realidad del propio yo, tendencia que favorecieron las lecturas que, sintomáticamente,
emprendió entonces de una serie de autores (Pascal, el Kant de la Critica de la razón pura, Schopenhauer, los
teólogos protestantes Harnack y Ritschl; literatos como Carducci, Leopardi, Ibsen) coincidentes en denunciar
la incapacidad de la razón para comprender al hombre en su realidad más profunda. Exactamente, en este
meollo sustancial que, nunca ahogado del todo en Unamuno, en cuento confluyeron las circunstancias
precisas, reaccionó enérgicamente contra la postura racionalista, determinando una radical inflexión
ideológica ocurrida en primavera de 1897. Se ha hecho observar que la experiencia de la muerte, que sintió
muy próxima en la persona de su hijo hidrófobo Raimundo Jenaro, consternado irremisiblemente, e incluso en
sí mismo, efecto de una grave neurosis cardiaca, debió de contribuir mucho a que sintiese ese fondo sustancial
del propio ser como una desesperada pero inapagable sed de supervivencia personal más allá de la muerte. Lo
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escandaloso de este giro es que revestía nada menos que la forma de una vehemente reinserción en el
cristianismo. Sin embargo no se trataba de una vuelta a la sencilla fe de la niñez, sino de una actitud
igualmente alejada de del simplismo de los racionalistas ateos como del simplismo de los católicos romanos,
que juzgan demostrables las bases de la fe. Una fe pues, que contra toda racionalidad, se afirma como un grito
incontenible, como un vibrante resucitemos a Dios, contrapuesto −dice− al nihilista Dios ha muerto
nietzscheano. Esta nueva y definitiva postura, estalla en varios artículos del año 1900, y luego va
enriqueciéndose a través de su novela Amor y pedagogía (1902) y de una serie de ensayos que culmina con Mi
Religión (1907) y con el extenso Del sentimiento trágico de la vida (1912), su obra cumbre. En ella Unamuno
incorpora, a su modo, además de los autores cordiales antes mencionados, la de San Agustín, Schleiermacher,
Sénancour, W. James, y , más que ningún otro, la del atormentado preexistencialista Kierkegaard, que él
redescubrió antes que nadie en Europa. El gran motivo unamuniano del conflicto interior, nunca eliminable,
entre la razón negadora y la fe, entendida como una apasionada hambre de libertad, como una querencia o
creación voluntarista de Dios, y no como una fría creencia intelectual, se combina con la aceptación religiosa
de Cristo, Dios hecho hombre, no tanto para redimirnos del pecado −Unamuno, a diferencia, en esto de
Kierkegaard, no ha sentido el pathos de la culpa−, cuanto para asegurarnos una supervivencia personal,
anímica y corpórea, como hombres de carne y hueso que somos y queremos seguir siendo. Ésta temática
fundamental reaparece en los escritos posteriores, pero con muy pocos desarrollos, engarzada con otros temas
unamunianos: la difícil convivencia y comunicación entre las personas (Soledad, 1921; El Otro, 1926); la
negación de al pretendida infecundidad de la envidia y del odio (Abel Sánchez, 1917), el enfrentamiento del
hambre de maternidad con la moral convencional (Tía Tula, 1921) y la amarga necesidad de seguir fingiendo
una fe que ya no se tiene, pero que comunica vida a los demás (San Manuel Bueno, mártir, 1933).
Niebla
Unamuno escribió Niebla en 1907, a los 43 años. La obra no se publicó hasta 1914 (en Editorial
Renacimiento, de Madrid). Siete años después se traduce al italiano, al año siguiente al húngaro, luego al
francés, al alemán, al holandés, al inglés, al polaco, al sueco, al rumano, al serbocroata, al letón...
Fue su obra más traducida. ¿por qué esa predilección del público por ella? Don Miguel, que se formuló la
misma pregunta, dice: La fantasía y la tragicomedia de mi Niebla ha de ser lo que más hable y diga al hombre
individual que es el universal, al hombre por encima y por debajo a la vez, de clases, de castas, de posiciones
sociales, pobre o rico, plebeyo o noble, proletario o burgués.
¿Qué es, pues, Niebla?
Dicen algunos que es un juego continuo y constante de espejos y de reflejos y desdoblamientos y de
confusiones. Hay que confundir, Augusto, hay que confundir. Y el que no confunde, se confunde, dice uno de
sus personajes. Unamuno es un defensor militante del ímpetu confucionista e indefinicionista. De la dialéctica
y del diálogo surge la única luz posible en el mundo: la del ir haciendo, la de la contradicción impulsora, la de
la paradoja. Todo es diverso y contrario, sólo Dios es uno. No puede el hombre detener el fluir constante del
verbo pretendiendo ser Dios, definiendo lo que es movimiento constante, ser siendo. Hasta una novela ha de
estar viva, salirse de sí para ser realidad, sueño de dos. Ha de ser hijo que se haga rompiéndonos, partiéndose
y saliéndose. Voy a escribir esta novela como se vive, sin saber lo que vendrá. Mis personajes se irán
haciendo según obren y hablen, sobre todo según hablen, su carácter se irá formando poco a poco. Unamuno
no es ya un analizador de la sociedad, no quiere dar un testimonio del mundo exterior en la historia, sino que
quiere serse en ella Miguel de Unamuno. No quiere retratar la realidad social en un cuadro exacto o bella.
Quiere serla en su niebla ¿externa?¿interna? Y si en ese serse no corresponde a géneros o especies, es que
constituye una especie nueva. Pero es algo vivo. Si no es una novela en el sentido decimonónico, será una
nivola o algo que se la parezca.
Unamuno calificó su obra de novela pedagógico−humorística, mezcla de elementos grotescos y trágicos. Pero
ese humorismo, según él, es malhumorismo, rechifla amarga. No está destinado a favorecer la digestión y a
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hacerla más placentera, sino más bien a producir agitaciones tales que fuercen el vómito de lo que se tragó
impropiamente y sienta mal y no quiere salirse de madre. El lector, continuo y fatal protagonista de ese sueño
de dos que es la realidad, sentirá también, como en la vieja dialogación socrática, arte de las parteras, los
dolores del parto. La obra viva será Amor, será Pedagogía. También un buen sermón se puede dar en forma de
diálogo. La forma suma: pensar es dudar y dudar pensar. Esa es la niebla de ser en el mundo. Los hombres no
sucumben a las grandes penas ni a las grandes alegrías, y es porque esas penas y esas alegrías vienen
embozadas en una inmensa niebla de pequeños incidentes. Y la vida es eso, niebla, la vida es una nebulosa.
¡Santo ayer, sustancia de la nebulosa cotidiana! ¡Oh ayer, tesoro de los fuertes! El futuro es de Dios, solo
existe pasado en presente.
Un día sale Augusto de casa a ver un poco la niebla del mundo, y de pronto, de la niebla surgen unos ojos, los
de Eugenia, que deshacen la niebla, que hacen comprender a Augusto lo triste que es tener que soñar solo.
Soñar solo no es soñar de verdad. Solo el sueño de dos es realidad. Decide conquistarla. Llevar el fuego de
esos ojos a su hogar de huérfano, que no es ya hogar, sino cenicero. El de las cenizas del padre. No las cenizas
de su cuerpo, sino las del último habano que fumara. Augusto andaba enamorado, por entre su niebla
cotidiana, de al mujer abstracta. Eugenia concreta la abstracción y de pronto Augusto experimenta un amor
descontrolado al género. De pronto, todas las mujeres parecen deseables para soñar el sueño a dos. Había
pasado de lo abstracto a lo concreto y de lo concreto a lo genérico, de la mujer a una mujer, y de una mujer a
todas las mujeres, a la Mujer. Era todo un Don Juan. Se enamora también de Rosarito, la planchadora. Hasta
se siente tentado a seguir los consejos de su fiel criado, que le dice que lo mejor es casarse con las dos, o las
tres, las que sean, que siendo rico eso se puede hacer, pues teniendo dinero ellas se conforman
facilísimamente. Augusto, quizás con la idea de vengarse, comienza a sentirse también atraído entonces por la
mujer de su propio criado. La niebla se convierte en multiplicación de claridad.
Pero la verdadera claridad, Eugenia, la pianista, el amor de conquista, se burla de él. Al casarse con él tras
haber rescatado la hipoteca que pesaba sobre la casa de ésta, se ve abandonado por su mujer, que vuelve con
su antiguo novio. Augusto va consultando en su odisea a todos los que conoce y, decide suicidarse, al fin,
desesperado, recurre a ir a ver al que es presunto responsable de su propia existencia. Se va a Salamanca a ver
a do Miguel. Va a ver al autor. Y el autor pretende matarle. ¿Qué hacer con él? Una vez concluido el sermón
dialéctico, ¿qué hacer con ese ser que se pretende vivo? Es indiscutible su derecho a hacer con él lo que le dé
la gana. Pero el personaje se subleva. Proclama tener el mismo derecho a la vida que su autor. La sublevación
del personaje subleva a l autor. Le subleva hasta el punto de que prescinde ya de razones y de razonamientos y
diálogos y proclama su derecho a hacer lo que quiera con él.
En fin, el dialogante cae en el exabrupto. Pero el personaje sigue terco y lanza a Miguel por el despeñadero
del delirio patrio. Pica a don Miguel donde le duele.
No sea usted tan español, don Miguel...
Pues sí, soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de
profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero
creer es una España celestial y eterna, y mi Dios un Dios español y en español dijo :¡sea la luz! Y su verbo fue
verbo español...
Y tras el alarido, le condena a muerte.
Pero Augusto no se deja matar. Se mata. Se suicida de una indigestión.
El hombre que se nos presenta en Niebla está en una continua búsqueda de identidad y de sentido, aun
desconociendo la manera de encontrarlos. Es un hombre contradictorio y solitario, envuelto en su propio ser,
que se pregunta continuamente y se introspecciona a través de autodiálogos. Se crea él mismo una realidad
aparente que le abarca y le supera, nublando a sus ojos el mundo exterior, del que no puede confirmar su
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existencia real. Unamuno nos propone una vida vivida día a día, sin preocuparse del mañana. Existe un
continuo debate agónico y luchador entre el sueño y la realidad. Se tiene presente también el tema de la
mentira consoladora: todo es fantasía, el hombre cuando habla miente a los demás y cuando piensa, se miente
a sí mismo. También halla contradicciones en el propio sentido de la vida: carente de sentido ésta al principio
de la obra cuando pasea por su pueblo, como por la vida, se cruza con Eugenia y la sigue, tomando un camino
concreto, hacia su casa, encuentra por primera vez el amor y el sentido, se comienza a ver como persona
dentro de una sociedad. Más adelante, durante y a partir de la entrevista con don Miguel, se descubre como
individuo y encuentra a su Dios, un Dios que determina, guía y vigila la vida y decide cuando se ha de morir.
Deificación que también se personifica en Augusto para con su perro Orfeo. También implica esto el impulso
humano a ser Dios, a dominar la vida de otros: Unamuno con sus personajes, y Augusto con Orfeo.
El hombre de Niebla no encuentra respuesta a su amor apasionado y encuentra soledad en su comunicación.
Conoce la posibilidad de la no existencia, que se ve confirmada al hablar con don Miguel. ¿Es un personaje de
ficción al tener un autor, un Dios que le predetermina, y por lo tanto no existe?, ¿O es un personaje de ficción,
y por lo tanto, existe?: ¡ahora sí!, ahora me siento, ahora me palpo, ahora no dudo de mi existencia real
¡Pienso luego existo, pienso luego existo!
Existe pues una enorme contradicción entre el hombre y su entorno, el entorno, el mundo se presenta casi
como enemigo del hombre, es niebla que le impide ver la realidad y a los otros hombres. Este entorno es
producto del hombre, y no es posible llegar a él sin salirse del hombre y de la propia individualidad. Una de
las formas de salir es el diálogo.
En resumen, se nos presenta un personaje que se rebela contra su autor y lucha por ser, no por acabarse.
Comentario personal
Nunca antes había leído a Unamuno, y a decir verdad, me ha impactado. La forma directísima de exponer
planteamientos filosóficos a través de una historia convencional, sin tapujos, sin complejos, sin que sobre ni
falte nada y con una autoridad que parece descartar directamente cualquier tipo de crítica.
Creo que la dinámica de la obra de ir buscando, de hacerse uno a sí mismo, de encontrar sentido, pero en el
día a día, se complementa bien con la manera en que fue escrita y el estilo de la obra: en primer lugar, el
hecho de que el autor la escribió sin esquemas previos, va inventando la trama según escribe, escribiendo a lo
que salga, una búsqueda de lo que va a ser su obra en la que puede tomar muchos y muy diferentes caminos,
como en la busqueda del sentido de la vida. A ese vivir al día contribuye la escasez de descripciones y la
relevancia de vehementes diálogos, y de los monólogos. También se acerca a lo lírico cuando refleja
intuiciones, imágenes o emotivas reflexiones.
Recojo el mensaje de Unamuno como una invitación de vivir al día a día, pero creo que no es ahí donde se
encuentra sentido, pues el día a día está vacío, la rutina es agradable pero insípida, el sentido se debe encontrar
en una situación en que se despeje esa niebla de todos los días, como cuando Augusto es capaz de ver, a través
de la niebla, los ojos de Eugenia
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