David es ungido Rey

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EL MINISTERIO DEL APOSTOL JUAN EN SU MADUREZ
David es ungido Rey
1 S 1:11; Nm 6:2-4
(Dong Yu Lan)
“E hizo voto, diciendo: Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y
te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo
lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza” (1 S 1:11)
SERVIR CON UN CORAZÓN VOLUNTARIO
En las semanas anteriores vimos que, a lo largo de estas eras, el Señor ha distribuido
ministerios a sus siervos. De sus experiencias, hemos recibido mucha ayuda. De la experiencia
de Adán, por ejemplo, aprendimos que, a pesar de su fracaso en Edén, posteriormente él fue
el primero en invocar el nombre del Señor. Mucho tiempo después de Adán, en la época de los
jueces, cada vez que el pueblo pasaba por tribulaciones, clamaba al Señor y Él les enviaba
jueces para librarlos.
El último de los jueces fue Samuel. Estrictamente hablando, él no tenía ninguna parte en el
sacerdocio, porque no era de la casa de Aarón. Sin embargo, por medio del principio del
nazareato, fue consagrado a Dios por su madre, incluso antes de ser concebido (1 S 1:11; cfr.
Nm 6:2-4).
Lo que aprendimos con la vida de Samuel, es que todos podemos servir al Señor. Para ello sólo
nos basta tener un corazón voluntario para servirle. Si tenemos ese corazón, podemos tener
un ministerio.
Dios le dio un triple ministerio a Samuel. El primero de ellos fue el de juez; el segundo el de
sacerdote, y el tercero, de profeta. No obstante, es importante resaltar que Samuel sólo pudo
servir a Dios gracias a su madre, que oró insistentemente por él y lo consagró todos los días de
su vida. Por causa de la oración de Ana, Dios obtuvo al hombre que necesitaba, para que
después de algún tiempo, pueda ungir al rey David.
Samuel fue llevado para servir en el templo cuando aún era un niño. Durante su crecimiento,
ni siquiera el pésimo ejemplo de los hijos de Elí, Ofni y Finees, influenció en su vivir.
Pero, aunque Samuel fue un buen ministro de Dios, él falló al constituir a sus hijos Joel y Abías
como jueces sobre Israel, pues ellos no eran justos (1 S 8:1-3). El vivir justo es un requisito
indispensable para cualquier juez.
Por causa del procedimiento de sus hijos, surgió mucho descontento entre el pueblo, que
terminó pidiéndole a Samuel que les constituyera un rey, con el propósito de ser semejantes a
1
las demás naciones (v. 5). Cuando Samuel le consultó al Señor al respecto de la petición del
pueblo, Él le respondió: “Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han
desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos (...) Ahora, pues,
oye su voz; mas protesta solemnemente contra ellos, y muéstrales cómo les tratará el rey que
reinará sobre ellos” (vs. 7, 9).
Una vez que Dios permitió que Israel tuviera un rey, la incumbencia de Samuel en aquel
momento era encontrar al hombre que Dios deseaba hacer rey sobre Su pueblo.
“Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de
los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la
obstinación” (1 S 15:22b-23a)
OBEDECER ES MEJOR QUE SACRIFICAR
Saúl fue el primero en ser ungido como rey de Israel (1 S 10:1). Al principio, él era muy humilde
y nisiquiera se sentía digno de ejercer aquella función, pues era de la tribu más pequeña de
Israel y de la familia más pequeña de esa tribu (9:21). Sin embargo, durante su reinado, Saúl no
obedeció los mandamientos del Señor (15:1-3). Por ejemplo, en cierta ocasión, el Señor, por
medio de Samuel le había ordenado que matara a los amalecitas y todo lo que les pertenecía.
Pero Saúl perdonó al rey de los amalecitas y a los mejores animales del rebaño de ellos (15:9).
Esa actitud de Saúl contradijo la voluntad de Dios, al punto de que el Señor afirmó que le
pesaba haberlo puesto por rey (v. 11). Esto sucedió porque, de acuerdo con la historia del
pueblo de Israel, los amalecitas eran sus principales enemigos. Por eso mismo, Saúl debió
haber obedecido íntegramente a la palabra de Dios, y así, haber cumplido lo que le había sido
determinado.
Después de desobedecer la orientación divina, Saúl recibió la visita de Samuel. Al ver llegar a
Samuel, el rey lo saludó de la siguiente manera: “Bendito seas tú de Jehová; yo he cumplido la
palabra de Jehová” (v. 13). Samuel entonces dijo: “¿Pues qué balido de ovejas y bramido de
vacas es este que yo oigo con mis oídos?” (v. 14). A lo que Saúl respondió: “De Amalec los han
traído; porque el pueblo perdonó lo mejor de las ovejas y de las vacas, para sacrificarlas a
Jehová tu Dios, pero lo demás lo destruimos” (v. 15).
Entonces dijo Samuel a Saúl: “Déjame declararte lo que Jehová me ha dicho esta noche” y
continuó: “Aunque eras pequeño en tus propios ojos, ¿no has sido hecho jefe de las tribus de
Israel, y Jehová te ha ungido por rey sobre Israel? Y Jehová te envió en misión y dijo: Ve,
destruye a los pecadores de Amalec, y hazles guerra hasta que los acabes. ¿Por qué, pues, no
has oído la voz de Jehová, sino que vuelto al botín has hecho lo malo ante los ojos de Jehová?”
(vs. 16-19).
Saúl inmediatamente se justificó diciendo: “Antes bien he obedecido la voz de Jehová, y fui a la
misión que Jehová me envió, y he traído a Agag rey de Amalec, y he destruido a los amalecitas.
Mas el pueblo tomó del botín ovejas y vacas, las primicias del anatema, para ofrecer sacrificios
a Jehová tu Dios en Gilgal” (20-21).
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El versículo 22 prosigue: “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en
que se obedezca a las palabras de Jehová?”. Necesitamos saber que Dios se complace cuando
obedecemos a Su palabra. No importa cuán bueno sea nuestro argumento, lo que al Señor
nuestro Dios le interesa, es que Le obedezcamos.
Samuel continuó: “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención
que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como
ídolos e idolatría la obstinación” (vs. 22b-23a).
Debemos guardar estas palabras porque establecen un principio muy importante para todos
los que desean ser ministros de Dios.
“Porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de
sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 S 16:7b)
EL SEÑOR MIRA EL CORAZÓN
Después de los fracasos de Saúl, Dios se arrepintió de haberlo puesto por rey y ordenó que
Samuel ungiera a otra persona en su lugar. En 1 Samuel 16, el Señor le dijo a Samuel: “¿Hasta
cuándo llorarás a Saúl, habiéndolo yo desechado para que no reine sobre Israel? Llena tu
cuerno de aceite, y ven, te enviaré a Isaí de Belén, porque de sus hijos me he provisto de rey”
(v. 1).
Samuel, a diferencia de Saúl, salió a cumplir lo que Dios había determinado. Fue a Belén y al
llegar allí, los ancianos de la ciudad salieron a recibirle con miedo, y le dijeron si su venida era
pacífica (v. 4). El respondió: “Sí, vengo a ofrecer sacrificio a Jehová; santificaos, y venid
conmigo al sacrificio. Y santificando él a Isaí y a sus hijos, los llamó al sacrificio” (v. 5).
Entonces Samuel le pidió a Isaí que trajera a todos sus hijos. Cuando apareció el primero, alto y
de buena apariencia, le dijo: “De cierto delante de Jehová está su ungido” (v. 6). Pero el Señor
le dijo: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque
Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos,
pero Jehová mira el corazón” (v. 7).
Los siete hijos mayores de Isaí pasaron delante de Samuel, sin embargo el Señor no escogió a
ninguno de ellos para ser rey. Samuel entonces le preguntó a Isaí: “¿Son éstos todos tus hijos?
Y él respondió: Queda aún el menor, que apacienta las ovejas” (v. 11a). Todo este relato deja
claro que a los ojos humanos, David era un joven que no se destacaba entre sus hermanos.
Y dijo Samuel a Isaí: “Envía por él, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que él venga
aquí. Envió, pues, por él, y le hizo entrar; y era rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer.
Entonces Jehová dijo: Levántate y úngelo, porque éste es” (v. 11b-12). Después que Samuel
ungió al joven, el Espíritu del Señor vino sobre David (v. 13).
“Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me
librará de la mano de este filisteo. Y dijo Saúl a David: Ve, y Jehová esté contigo” (1 S 17:37)
3
EL PEQUEÑO DAVID Y SU CONFIANZA EN EL SEÑOR PARA LUCHAR CONTRA EL GIGANTE
GOLIAT
El Señor había ungido a Saúl por rey sobre Israel, pero, por el hecho de haber desobedecido a
la palabra de Dios, el Espíritu del Señor se apartó de Saúl, y un espíritu malo comenzó a
atormentarlo. A esa altura, Samuel ya había ungido a David como rey, pero, como eso no había
sido hecho públicamente, muchos todavía no sabían que David había sido escogido para
reinar.
Entonces, los criados de Saúl le sugirieron que buscara a un hombre que supiera tocar el arpa
en la presencia del rey, para que él se sintiera mejor. Así que, David fue llevado a la presencia
de Saúl y cuando el espíritu malo venía sobre él, David tomaba el arpa y tocaba con su mano.
Inmediatamente después, en el capítulo 17, es narrada una guerra entre los filisteos y el
pueblo de Israel. Salió entonces del campamento de los filisteos un paladín, gigante, el cual se
llamaba Goliat, que desafiaba a los israelitas en el campo de batalla (vs. 1-11).
Goliat usaba un casco de bronce en su cabeza, y llevaba una cota de malla, que las armas
comunes no lograban perforar. Además, él también usaba grebas de bronce sobre sus piernas,
y jabalina de bronce entre sus hombros (v. 6). El asta de su lanza era como un rodillo de telar, y
el hierro de su lanza tenía un peso equivalente a siete kilos.
Todos los días, el gigante Goliat se ponía frente al ejército de Israel y se burlaba de ellos
diciendo: “¿Para qué os habéis puesto en orden de batalla? ¿No soy yo el filisteo, y vosotros
los siervos de Saúl? Escoged de entre vosotros un hombre que venga contra mí” (v. 8). Pero
ninguno de los combatientes entre los israelitas tenía el valor de enfrentarlo (v. 11).
No obstante, David, al oír las palabras de Goliat se presentó voluntariamente para luchar
contra él. El hijo menor de Isaí fue llevado al rey Saúl y le dijo: “No desmaye el corazón de
ninguno a causa de él; tu siervo irá y peleará contra este filisteo” (v. 32).
Goliat era enorme, y David era sólo un joven. Cuando se presentó a Saúl, éste le dijo: “No
podrás tú ir contra aquel filisteo, para pelear con él; porque tú eres muchacho, y él un hombre
de guerra desde su juventud” (v. 33). Entonces David respondió a Saúl: “Tu siervo era pastor
de las ovejas de su padre; y cuando venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la
manada, salía yo tras él, y lo hería, y lo libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, yo le
echaba mano de la quijada, y lo hería y lo mataba. Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba; y
este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al ejército del Dios
viviente” (vs. 34-36).
Añadió además David: “Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso,
él también me librará de la mano de este filisteo. Y dijo Saúl a David: Ve, y Jehová esté contigo”
(v. 37).
David era pastor de ovejas y nunca había usado armadura para la guerra. Pero Saúl, con la
intención de protegerlo le ofreció su propia armadura. Sin embargo, después de vestirla, él ni
siquiera lograba caminar, por eso la dejó, tomó su cayado en su mano, y escogió cinco piedras
lisas del arroyo (v. 40). Esas serían sus armas en la lucha contra el gigante Goliat.
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“Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de
los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel” (1 S 17:45)
LUCHAR EN NOMBRE DEL SEÑOR DE LOS EJÉRCITOS
David no se acobardó frente al gigante filisteo. Antes bien, confió en el Señor y fue al campo de
batalla: “Y el filisteo venía andando y acercándose a David, y su escudero delante de él. Y
cuando el filisteo miró y vio a David, le tuvo en poco; porque era muchacho, y rubio, y de
hermoso parecer. Y dijo el filisteo a David: ¿Soy yo perro, para que vengas a mí con palos? Y
maldijo a David por sus dioses” (1 S 17:41-43).
Goliat no tenía temor del Señor y le dijo al joven David: “Ven a mí, y daré tu carne a las aves
del cielo y a las bestias del campo” (v. 44). Sin embargo, el joven David no se intimidó y
respondió al gigante: “Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el
nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has
provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré
hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra; y toda la tierra
sabrá que hay Dios en Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y
con lanza; porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos” (vs. 45-47).
Cuando los dos finalmente se acercaron, David metió la mano en la bolsa, tomó de allí una
piedra, y la tiró con la honda. La piedra quedó clavada en la frente de Goliat, y éste cayó sobre
su rostro en tierra. Entonces David tomó la espada del gigante y le cortó la cabeza. Así David, a
quien Dios había ungido para ser el rey de Israel, derrotó al gigante Goliat.
Cuando el ejército de Israel regresaba a casa, muchos salieron a darles la bienvenida al rey Saúl
y al joven David. Continuando en el capítulo 18, leemos: “Y cantaban las mujeres que
danzaban, y decían: Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles” (v. 7). A partir de ese
momento, Saúl comenzó a buscar la oportunidad de matar a David, quien huyó y se escondió
del rey. Aun así, Saúl buscaba saber dónde estaba David, y cuando lo descubría, enviaba a su
ejército para matarlo.
El capítulo 23 de 1 Samuel relata que David estaba en una ciudad llamada Keila, y Saúl mandó
a su ejército para allá, siguiéndolo. Después de consultar al Señor y saber Su orientación, David
logró huir de las manos de Saúl. El versículo 14 de ese mismo capítulo dice: “y lo buscaba Saúl
todos los días, pero Dios no lo entregó en sus manos”.
Saúl quería matar a David por causa de los celos que sentía. Las palabras dichas por el pueblo
cuando regresaban de la batalla lo irritaron, llenando su corazón de envidia y celos. Este hecho
nos remonta a la historia de Caín, que mató a su hermano por un motivo similar. Por el hecho
de que Dios aceptó la ofrenda de Abel y no se agradó de la de Caín, esto hizo que tuviera
envidia de su hermano.
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La lección que aprendemos de estas experiencias es que necesitamos negarnos a nosotros
mismos para no caer en la misma situación. La envidia viene de la carne y necesita ser tratada
con la cruz (Gá 5:21, 24).
“Jehová me guarde de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido de Jehová, que yo extienda
mi mano contra él; porque es el ungido de Jehová” (1 S 24:6)
NO EXTENDER LA MANO CONTRA EL UNGIDO DEL SEÑOR
Por el hecho de que el espíritu malo se apoderó de Saúl, él quería por todos los medios matar
a David. Sin embargo, un día, cuando huía de Saúl, David tuvo la oportunidad de matar al rey.
Saúl acampó en un lugar llamado Haquila cuando perseguía a David. Se quedaron allí para
pasar la noche, él, Abner, general de su ejército, y el pueblo. Entonces, David descubrió el
campamento de Saúl y fue a él mientras todos dormían (1 S 26:1-5).
Entonces Abisai, uno de los generales de David, le dijo: “Hoy ha entregado Dios a tu enemigo
en tu mano; ahora, pues, déjame que le hiera con la lanza, y lo enclavaré en la tierra de un
golpe, y no le daré segundo golpe” (v. 8). Abisai era un gran militar que de un solo golpe era
capaz de matar a Saúl. El versículo 9 describe la actitud de David: “No le mates; porque ¿quién
extenderá su mano contra el ungido de Jehová, y será inocente?”.
Por tanto, vemos que David, en esa ocasión, tuvo la oportunidad de matar a Saúl, pero por
temor al Señor no lo hizo, porque se trataba del ungido de Dios. ¡Gracias al Señor! Esta fue una
prueba de Dios para David. El Señor quería comprobar lo que había en su corazón.
David continuó: “Vive Jehová, que si Jehová no lo hiriere, o su día llegue para que muera, o
descendiendo en batalla perezca, guárdeme Jehová de extender mi mano contra el ungido de
Jehová. Pero toma ahora la lanza que está a su cabecera, y la vasija de agua, y vámonos” (vs.
10-11).
Entonces David se alejó del campamento, subió a un monte cercano y dio voces al pueblo y a
Abner, y éste respondió diciendo: “¿Quién eres tú que gritas al rey?”. David le dijo a Abner que
debía tener más cuidado con la seguridad del rey. Asimismo le dijo que tenía las pertenencias
del rey, la lanza y la vasija de agua, pero que no había extendido su mano contra Saúl.
Saúl reconoció la voz de David y le dijo: “¿No es esta tu voz, hijo mío David? Y David respondió:
Mi voz es, rey señor mío. Y dijo: ¿Por qué persigue así mi señor a su siervo? ¿Qué he hecho?
¿Qué mal hay en mi mano? Ruego, pues, que el rey mi señor oiga ahora las palabras de su
siervo. Si Jehová te incita contra mí, acepte él la ofrenda” (vs. 17-19a). En otras palabras, David
le estaba diciendo a Saúl que lo matara si su muerte era la voluntad del Señor. David
realmente amaba al Señor, y por eso, también amaba a aquel a quien el Señor había ungido.
En el versículo 21 vemos la reacción de Saúl: “He pecado; vuélvete, hijo mío David, que ningún
mal te haré más, porque mi vida ha sido estimada preciosa hoy a tus ojos. He aquí yo he hecho
neciamente, y he errado en gran manera”.
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Finalmente, Saúl dijo a David: “Bendito eres tú, hijo mío David; sin duda emprenderás tú cosas
grandes, y prevalecerás” (v. 25). Entonces David se fue por su camino, y Saúl se volvió a su
lugar..
“Porque ¿quién extenderá su mano contra el ungido de Jehová, y será inocente?” (1 S 26:9)
RESPETAR Y HONRAR A LOS UNGIDOS DEL SEÑOR
El mensaje de esta semana cubrió una parte importante del libro de Samuel, el cual relata que
David fue ungido como rey de Israel, éste fue un acontecimiento muy importante. Cuando Dios
derramó sobre David la unción, no sólo le dio una comisión, sino también un ministerio.
Lo más importante es que el Espíritu del Señor fue derramado sobre él, y por ese motivo, se
convirtió en el ungido del Señor, lleno del Espíritu. La historia de David nos muestra que,
cuando Dios quiere comisionar a alguien, primeramente Él lo llena del Espíritu y enseguida lo
unge con la unción, con el propósito de que aquella persona ejecute Su voluntad. Si alguien va
en contra del ungido del Señor, está yendo contra el Señor mismo.
Saúl estuvo en las manos de David por lo menos en dos oportunidades. En una de ellas,
cuando perseguía a David, Saúl entró en una cueva para hacer sus necesidades, sin saber que
David y su general estaban escondidos allí (1 S 24:3-7).
En aquella situación, él estaba vulnerable frente a un ataque de David, y fácilmente podría
haberlo matado. David tomó su lanza, se acercó al rey, pero no lo mató. Él sólo cortó un
pedazo de la túnica de Saúl y se alejó.
Después que Saúl salió de la cueva, David le habló de lejos y le preguntó por qué quería
matarlo. Le contó a Saúl que el Señor lo había entregado en sus manos, pero que él le había
perdonado la vida, porque Saúl era el ungido del Señor (vs. 8-9). Le dijo también que mire la
orilla de su manto y viera que había sido cortada (v. 11). Entonces Saúl le respondió: “Más
justo eres tú que yo, que me has pagado con bien, habiéndote yo pagado con mal” (v. 17).
En todo esto vemos que, a pesar de que ya había sido ungido por el Señor, David sabía que no
podía hacerle mal al ungido de Dios. Sus actitudes demostraban que él respetaba y honraba a
los que también habían sido ungidos por el Señor.
Esta es una lección que todo aquel que quiere ser un ministro de Dios necesita aprender. Si
Dios tiene un ministerio para nosotros, Él también nos ungirá y nos dará el Espíritu. Así como
David, hoy nosotros reconocemos que aquel que tiene la unción del Señor tiene el Espíritu
sobre sí, y no podemos hacerle ningún mal.
Nosotros, por ejemplo, respetamos mucho a nuestros hermanos Watchman Nee y Witness
Lee, porque ellos fueron ungidos por Dios y tuvieron sus ministerios.
Necesitamos aprender los unos de los otros, y respetar la porción que el Señor le dio a cada
uno. No abramos la boca para criticar a los hermanos. Usted puede pensar que, si habla de
7
alguien, eso no tendrá ninguna consecuencia, pero un día todos compareceremos ante el
tribunal de Cristo y todas las cosas serán juzgadas. Por eso necesitamos aprender la lección de
respetar y honrar a los ungidos del Señor. ¡Aleluya!
Punto Clave: Ser un ungido del Señor es tener a Dios sobre sí.
Pregunta: ¿Qué lección importante aprendió usted hoy?
Dong Yu Lan
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