De entre la marejada de tabaco se materializó el

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Belita
Escrito por ga=Enrique-Montañez
De entre la marejada de tabaco se materializó el cuerpo de Belita. Falda corta, casi escolar;
dentro, algo que todos imaginaron floreciente; debajo, unas piernas que ya habían olvidado su
infancia; blusa blanca, húmeda, casi al borde de la transfiguración en pechos y pezones libres,
rosados, inflamados. Al gordo Chavarrí se le exacerbó aún más la rabia. Las cicatrices que le
dividían el cuello en grandes pedazos parecían que se le iban a reventar. A sus esbirros se les
inflamó no precisamente lo mismo cuando Belita, al sentarse, cruzó sus piernas para
encandilarlos aún más.
Marcial estaba contento. El mundo era maravilloso y no una mierda como todos creían. El sexo
resultaba formidable, más cuando se hacía con la persona prohibida, pero indicada. Volteaba
con insistencia hacia la puerta, esperaba que la ciudad le trajera el cuerpo codiciado.
La sota de espadas jamás llegó; primero lo hizo el as de oros. Pinches viejas, cuando de
verdad se les necesita nunca aparecen o nos mandan a la chingada sin avisarnos, gritó el
gordo Chavarrí, aventando su revólver, recién lustrado para la ocasión, como si fuera una carta
más. Belita entendió el juego, pero no el motivo ni la suerte que se decidía en ese momento. El
albur terminó y las sillas se desocuparon. El gordo Chavarrí le dio a Belita un beso paternal en
la mejilla, después le palmeó las nalgas —también de manera paternal—, esa materia carnosa
capaz de cambiar vidas. Haz lo que tengas que hacer, le dijo. En cuanto desapareció Belita, el
gordo Chavarrí hizo una llamada.
La sonrisa de Marcial se hizo grande, grande. Belita caminaba por el bar hacia él como una
niña saliendo del colegio. Bien pudo haber sido, en lugar de Belita, el viejo Osmond quien
entrara por esa puerta, turbio ángel de la muerte. Pero los naipes son caprichosos. El abrazo
fue sentido, el beso pasional, con esa ambición de los amantes recién estrenados. Tengo
identificado el hotel, Belita, con todo y canal de películas porno entre mujeres y perros que
tanto te gustan. La sonrisa de Belita también fue grande, grande. ¿No le llamarás a mi Chavarrí
antes para despistarlo?, preguntó con su vocecita de niña mimada. Ya hablé con él; no te
preocupes. Marcial sintió en su interior un pesar espontáneo.
La habitación del hotel era una zona minada por la ropa de ambos. La pantaleta de algodón de
Belita se derramaba por la pantalla de la televisión. Los pantalones de Marcial parecían los
restos de un cadáver consumido en el desierto. Horas después en el baño la tina chorreaba
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Belita
Escrito por ga=Enrique-Montañez
sangre. Belita era hermosa incluso muerta. Marcial se lavaba las manos, pero unas lágrimas le
delataban que ya estaba viejo para el oficio. Era su primer remordimiento después de treinta
años de sicario.
El gordo Chavarrí también empezaba a flaquear, la llamada que sostuvo con Marcial lo
confirmó: no fue capaz de castigarle su alta traición. A Chavarrí le dolió pedirle que matara a
esa putita suya, como paternalmente la nombró. La débil súplica de Marcial no lo disuadió; lo
había decidido. No existía otra solución. Los unían atracos importantes, asesinatos perfectos.
Dejémosle los ajustes de cuentas pasionales a la gente vulgar, recomendó el Gordo Chavarrí.
No la vuelvas a cagar conmigo, pidió a Marcial. Hablar de retirarse le incomodaba al gordo
Chavarrí, pero volvía a la carga. Nos estamos volviendo viejos y sensibles; pendejamente
románticos, aseguró. Además, en estos días cualquiera mata hasta por un mierdoso celular, se
lamentó. A ambos les escorió aceptar que el negocio había perdido categoría. Te espero donde
siempre; trae contigo un güisqui, finalizó el Gordo Chavarrí.
Marcial salió del hotel, tomó rumbo hacia Bucareli para cumplir con la cita. Le pareció que la
noche era más densa en ese lad
o de la ciudad. Cuando pasó por un r
estaurante, recordó que no había comido en todo el día. No obstante, no sintió hambre;
recordar a Belita dentro de la bañera, sumergida en agua entibiecida por su sangre inocente, le
provocaba náuseas. Entonces supo que el gor
do Chavarrí tenía razón. Marcial solía celebrar sus asesinatos con una comida abundante y
buen vi
no. Pero esos eran otros tiempo
s.
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