PUJOL Y MOUNIER

Anuncio
PUJOL
Y
MOUNIER
“Pujol
sempre
ha
tingut
una
dificultat
per
entendre's
amb
els
intel·lectuals.”
Xavier
Rubert
de
Ventós,
El
Punt,
25
de
agosto
de
2003.
Entre
los
muchos
dogmas
biográficos
que
se
aceptan
sin
demasiado
cuestionamiento
a
la
hora
de
reconstruir
el
periplo
intelectual
de
Jordi
Pujol,
está
la
decisiva
influencia
en
su
ideario
del
pensador
cristiano
Emmanuel
Mounier.
En
El
libro
rojo
de
Jordi
Pujol
(Planeta,
2003),
pueden
leerse
unas
declaraciones
en
primera
persona
que
resultan
bastante
elocuentes
al
respecto:
“Ha
entroncado
con
mis
orígenes
cristianos,
con
mis
concepciones
nacionalistas,
con
mis
concepciones
europeístas
y
con
nuestro
sistema
occidental
de
valores,
el
que
le
ha
dado
a
Europa
el
Estado
de
bienestar.
Entroncado
con
todo
esto,
en
un
momento
determinado
me
pareció
que
el
personalismo
de
Mounier
me
podía
permitir
continuar
siendo
todas
estas
cosas:
cristiano,
nacionalista,
europeísta,
partidario
del
sistema
occidental,
partidario
de
los
derechos
humanos…
y
que
me
lo
podía
permitir
sin
caer
en
los
excesos
porque
siempre
tendría
esta
manera
de
freno,
de
toque
de
atención,
de
luz
de
alarma
que
sería
el
predominio,
la
prioridad
absoluta
de
la
persona”.
No
hay
que
ser
un
experto
en
filosofía
política
para
darse
cuenta
de
que
Pujol
intenta
poner
demasiados
huevos
en
una
misma
cesta:
el
nombre
de
Mounier
funciona
casi
como
un
reservorio
mágico
para
dar
cuerpo
a
una
ideología
política
que
buscaba
desesperadamente
redefinir
el
concepto
de
Catalunya
enunciado
clericalmente
por
Torras
i
Bages.
Sin
llegar
a
los
extremos
enunciados
por
Xavier
Rubert
de
Ventós
‐‐cuando
afirma
que
“Pujol
agafa
el
concepte
de
Catalunya,
que
és
un
concepte
cristià
i
sentimental,
i
el
fa
laic,
el
fa
republicà”
(1)‐‐,
es
indudable
que
el
filósofo
francés
fue
la
pieza
con
la
que
Pujol
intentó
reformular
el
nacionalismo
demasiado
rancio
de
sus
predecesores.
Él
mismo
ha
vuelto
recientemente
sobre
el
tema
con
un
aire
modesto:
"Jo,
el
que
he
estat
és
una
persona
a
qui
estimulen
coses
d’aquest
i
de
l’altre
i
del
de
més
enllà,
i
amb
tot
això
ha
fet
el
seu
propi
pensament;
és
a
dir,
a
Mounier
en
un
cert
sentit
l’he
utilitzat.
He
dit:
mira,
doncs
això
de
Mounier
em
sembla
important
i
alguna
de
les
coses
que
he
utilitzat
de
Mounier,
alguna
de
les
arrels,
alguna
de
les
pedres
que
he
extret
de
la
doctrina
de
Mounier
per
fer
la
meva
pròpia
casa
han
estat
arrels
realment
molt
importants.
Han
estat
arrels
fonamentals
en
la
definició
del
meu
projecte
i
en
aquest
sentit
jo
sóc
un
deutor
de
Mounier."
(2)
El
nombre
y
la
carrera
filosófica
de
Emmanuel
Mounier
(1905‐1950)
se
asocia
generalmente
a
la
llamada
doctrina
personalista
y
a
la
revista
Esprit,
que
desde
1932
hasta
hoy
día
ha
venido
dando
forma
a
una
filosofía
cristiana
inspirada
en
el
pensamiento
de
autores
católicos
como
Péguy,
Guitton,
Maritain,
Marcel
y
el
propio
Mounier.
Los
comienzos
filosóficos
de
Mounier
llevan
la
impronta
de
sus
maestros:
Jacques
Chevalier,
el
Padre
Pouget,
y
sobre
todo
Charles
Péguy,
que
ejercerá
notable
influencia
en
la
formación
de
su
pensamiento.
En
1928
Mounier
obtiene
la
cátedra
de
filosofía
con
el
número
2
en
la
oposición
y
durante
los
años
siguientes
ejercerá
como
profesor.
Para
ir
preparando
su
tesis
doctoral,
que
quiere
dedicar
a
los
místicos
españoles,
realiza
un
viaje
por
España
en
el
año
1930.
En
1932,
junto
con
otros
compañeros,
funda
la
revista
Esprit,
que
marcará
toda
la
cultura
filosófica
de
entreguerras
a
pesar
de
la
censura
del
régimen
de
Vichy
y
con
dificultades
hasta
su
prohibición
definitiva,
en
1941.
Mounier
colabora
inicialmente
en
algunas
iniciativas
de
formación,
como
la
Escuela
de
Jefes
de
Juventud
o
el
movimiento
cultural
Jeune
France,
del
que
fue
director
general
adjunto,
pero
el
pensamiento
personalista
alienta
una
resistencia
“desde
dentro”
que
hace
que
su
promotor
esté
cada
vez
peor
visto
por
el
régimen,
hasta
que
se
le
aparta
de
toda
responsabilidad
pública.
Durante
algún
tiempo,
imparte
cursos
en
establecimientos
libres.
Finalmente,
desde
la
primavera
de
1941
mantiene
contactos
y
colaboración
con
la
Resistencia
francesa,
hasta
que
es
arrestado
a
principios
de
1942.
Junto
con
otros
intelectuales
encarcelados,
Mounier
comenzará
en
junio
una
huelga
de
hambre
para
denunciar
su
situación,
hasta
que
días
más
tarde
se
le
levanta
su
reclusión.
En
el
juicio,
celebrado
en
octubre,
es
absuelto
de
los
cargos
que
pesaban
sobre
él.
En
1943
y
1944
se
celebran
dos
Congresos
clandestinos
de
la
revista
Esprit.
Tras
la
liberación
de
París
en
agosto
del
44,
Mounier
vuelve
a
la
capital
francesa
y
en
diciembre,
en
medio
de
las
dificultades
de
la
posguerra,
una
nueva
redacción
vuelve
a
sacar
la
revista.
En
esos
años
de
madurez
intelectual,
la
actividad
de
Emmanuel
Mounier
es
incesante
y
la
revista
crece
en
tirada
y
en
influencia
social.
El
22
de
marzo
de
1950,
cuando
aún
no
ha
cumplido
los
45
años
de
edad,
Mounier
muere
a
causa
de
un
ataque
cardíaco.
De
fuerte
raigambre
antifascista
(pero
también
antiliberal
por
momentos),
los
pensadores
y
defensores
del
personalismo
buscaron
dar
forma
a
un
pensamiento
cristiano
que,
enraizado
en
las
mejores
esencias
del
Evangelio,
pudiera
comprometerse
con
lo
social.
En
el
centro
de
esta
metafísica
estaría
la
combinación
de
tres
dimensiones
del
término
persona:
1)
como
vocación
o
dimensión
espiritual
hacia
lo
universal,
2)
como
encarnación
o
dimensión
espiritual
hacia
abajo,
3)
como
comunión
(dimensión
espiritual
hacia
lo
ancho).
La
persona
trasciende
mi
individualidad,
mi
conciencia
y
mi
personalidad,
de
ahí
que
el
personalismo
se
define
por
un
transpersonalismo:
persona
y
comunidad
son
contrarios
complementarios
dentro
de
la
dialéctica
del
amor
(«existir
es
amar»).
El
personalismo
considera
al
hombre
como
un
ser
subsistente
y
autónomo
pero
esencialmente
social
y
comunitario,
un
ser
libre
pero
no
aislado,
un
ser
trascendente
con
un
puro
valor
en
sí
mismo
que
le
impide
convertirse
en
un
mero
objeto.
Un
ser
moral,
capaz
de
amar,
de
actuar
en
función
de
una
actualización
de
sus
potencias
y
finalmente
de
definirse
a
sí
mismo
pero
considerando
siempre
la
naturaleza
que
le
determina.
Esta
difícil
dialéctica
atravesó
su
prueba
de
fuego
con
los
conflictos
que
marcaron
definitivamente
la
primera
mitad
del
siglo
XX,
e
intentó
definirse
por
una
oposición
paralela
ante
dos
frentes.
Por
una
parte,
contra
el
pensamiento
liberal,
que
proclamaba
la
libertad
del
individuo
y
su
derecho
a
la
propiedad
privada
pero
después
no
establecía
mecanismos
solidarios
entre
los
sujetos,
sino
que
cada
uno
debía
resolver
sus
problemas
con
sus
propias
fuerzas
y
recursos.
En
respuesta
al
capitalismo,
el
marxismo
como
ideología
de
gran
popularidad
en
el
Viejo
Mundo
ofrecía
un
enfrentamiento
con
el
opresor
a
través
de
la
lucha
de
clases
para
reapropiarse
de
los
medios
de
producción
que
habrían
usurpado
los
explotadores.
El
hombre
estaba
subordinado
a
la
humanidad
total
para
lo
que
se
buscaba
el
llamado
paraíso
comunista.
Junto
al
marxismo
aparecieron
dos
movimientos
totalitarios
con
una
concepción
de
la
persona
muy
particular.
El
nazismo,
por
un
lado,
propugnaba
la
supremacía
de
la
raza
aria
sobre
todas
las
demás
y
de
ahí
deducía
su
derecho
a
dominar
sobre
todos
los
pueblos.
El
fascismo,
por
su
parte,
definía
al
hombre
como
un
momento
o
manifestación
concreta
que
adopta
un
Espíritu
absoluto
que
permanece
y
al
servicio
del
cual
debe
colocarse
el
individuo.
Ante
las
corrientes
de
pensamiento
que
subordinaban
al
hombre
a
una
entidad
superior
y
reducían
su
naturaleza
a
dimensiones
concretas
que
no
abarcaban
todo
lo
que
implica
ser
persona,
Mounier
plantea
la
necesidad
de
una
respuesta
que
lo
revalorice
y
defienda
la
verdadera
identidad
del
mismo.
La
filosofía
de
Mounier
afirma
que
el
individuo
es
la
dispersión
de
la
persona
en
la
materia
y
que
la
persona
no
crece
más
que
purificándose
del
individuo
que
hay
en
ella,
la
persona
llega
a
reivindicarse
como
ser
concreto
y
por
ello
relacional
y
comunicativo,
es
decir,
comunitario.
En
plena
posesión
de
una
dialéctica
existencial,
el
personalismo
aislado
como
unidad
teniendo
en
cuenta
la
humanidad
como
referencia
máxima,
centra
sus
esperanzas
en
el
concepto
de
persona:
“Una
persona
‐‐dice
Mounier‐‐
es
un
ser
espiritual
constituido
como
tal
por
una
manera
de
subsistencia
e
independencia
de
su
ser;
mantiene
esta
subsistencia
por
su
adhesión
a
una
jerarquía
de
valores
libremente
adoptados,
asimilados
y
vividos
por
un
compromiso
responsable
y
una
conversión
constante:
unifica
así
toda
su
actividad
en
la
libertad
y
desarrolla,
por
añadidura,
a
impulsos
de
actos
creadores
la
singularidad
de
su
vocación”.
(3)
En
el
pensamiento
personalista
hay
también
un
lugar
para
la
reformulación
de
algunos
conceptos
base
de
la
filosofía
política
y
de
la
relación
entre
el
Estado
y
el
individuo.
Mounier
habla
sobre
el
estado
como
una
admisión
social
de
que
el
hombre
puede
ejercer
poder
sobre
el
hombre,
pero
argumenta
que
su
inevitabilidad
no
necesariamente
le
otorga
autoridad.
El
Estado
estaría
hecho
para
el
hombre,
no
el
hombre
para
el
Estado,
así
como
la
economía
está
destinada
para
servir
al
hombre,
y
no
el
hombre
al
servicio
de
la
economía.
En
los
términos
del
personalismo,
el
Estado
no
es
una
comunidad
espiritual,
o
una
persona
colectiva
en
el
sentido
propio
de
la
palabra.
No
está
por
encima
de
la
patria
ni
de
la
nación,
ni
mucho
menos
por
encima
de
las
personas.
En
ese
sentido,
viene
a
ser
un
instrumento
al
servicio
de
las
sociedades,
y,
a
través
de
ellas,
al
servicio
de
las
personas,
teniendo
el
carácter
de
artificial
y
subordinado,
pero
al
fin
necesario.
Debido
a
la
naturaleza
dual
del
ser
humano,
en
cuanto
tiende
tanto
al
bien
como
al
mal,
las
personas
y
las
sociedades
sucumbirían
a
la
anarquía
sin
la
presencia
del
Estado.
Para
Mounier,
el
Estado
se
constituye
como
el
“último
recurso”
para
arbitrar
los
conflictos
de
los
seres
humanos
entre
sí.
Esa
sería
su
jurisdicción.
Pero,
en
cuanto
relación
de
medio
a
fin,
se
puede
detectar
ya
que,
según
la
doctrina
personalista,
el
Estado
viene
a
ser
el
medio,
y
la
persona
el
fin.
El
Estado
existe
para
que
las
personas
encuentren
su
realización,
desde
un
primer
plano
de
aseguramiento
de
una
coexistencia
superadora
del
más
absoluto
caos
social.
El
Estado
sólo
existe
en
beneficio
de
la
persona
realizada
en
sociedad.
La
nación
sería
entonces
el
punto
intermedio
entre
sociedad
y
Estado,
alcanzando
su
plena
realización
en
una
comunidad
personalizada.
Uno
de
los
puntos
más
polémicos
del
ideario
de
Mounier
es
su
anuncio
de
un
derrumbamiento
futuro
del
Estado‐nación
europeo,
que
dejaría
lugar
a
una
comunidad
internacional
de
naciones.
Esta
fue
la
base
ideológica
a
la
que
se
acogió
la
pragmática
“carrera
europeísta”
de
Pujol:
su
insistencia
en
la
creación
de
la
euro‐región
constituida
por
las
regiones
vecinas
de
Cataluña
(Midi
Pyrenées
y
Languedoc
Roussillon)
y
su
colaboración
con
el
presidente
Edgar
Fauré
en
el
Consejo
de
las
Regiones
de
Europa,
que
más
adelante
se
convirtió
en
la
Asamblea
de
las
Regiones
de
Europa
(ARE),
de
la
que
fue
vicepresidente
desde
noviembre
de
1988
hasta
julio
de
1992,
y
luego,
en
la
Asamblea
General
celebrada
en
Santiago
de
Compostela
en
julio
de
1992
fue
nombrado
presidente
por
un
mandato
de
dos
años
y
reelegido
para
un
segundo
mandato
en
diciembre
de
1994,
en
Estrasburgo.
El
europeísmo
de
Pujol,
sin
embargo,
está
lastrado
por
la
construcción
de
una
historia
de
Cataluña
más
cercana
al
mito
que
a
la
realidad.
Sobre
este
tema
vale
la
pena
abundar
un
poco.
Muchas
veces
Pujol
usa
unos
materiales
historiográficos
sacados
de
los
historiadores
románticos
y
sobre
todo
de
los
no
románticos
‐‐Vicens
Vives
o
Pierre
Vilar‐‐,
para
dar
color
a
sus
discursos.
Todos
los
“pueblos”,
sea
lo
que
sea
un
pueblo,
tienen
una
historia,
como
tienen
unos
nombres
ilustres
(escritores,
artistas,
sabios,
etc.)
que
poca
gente
conoce
a
fondo
pero
son
un
timbre
de
gloria,
y
Cataluña
no
podía
ser
menos.
Pero
Pujol
no
reivindica
en
exclusiva
los
“derechos
históricos”,
no
es
exactamente
un
foralista.
Pujol
ni
siquiera
reivindica
especialmente
el
nombre
de
Generalitat
(resucitado
por
un
determinado
arreglo).
Según
cuenta
Eugeni
Xamar
(4),
Pujol
siempre
se
presentaba
como
presidente
del
Gobierno
de
Cataluña
porque
internacionalmente
entendían
mejor
de
qué
cargo
se
trataba.
Ahora
bien,
Cataluña,
según
el
Pujol
de
1958
(5),
tiene
una
“misión
histórica”,
dar
forma,
definir,
a
los
individuos
que
nacen
en
este
territorio
o
que,
por
la
razón
que
sea,
vienen
aquí,
porque
todo
el
mundo
necesita
“pertànyer
a
un
poble
sòlid
i
amb
unitat
interior”,
y
eso
lo
ha
hecho
Cataluña
“Ha
dut
a
terme
la
seva
missió
«educadora»
i
«formadora»
de
l’home
català
a
través
dels
segles.
Ha
tingut
moments
bons
i
moments
dolents,
com
tots
els
pobles.
Però
ho
ha
anat
fent,
i
en
conjunt
ho
ha
fet
bé.
Catalunya
és
un
país
que,
tot
i
ésser
petit,
ha
deixat
petjada
en
la
Història,
àdhuc
en
la
més
contemporània”,
y
a
la
historia
no
se
le
concede
más
papel
que
éste.
Cataluña
tendría
derechos
por
su
capacidad
de
seguir
haciendo,
y
hacer
mejor
supongo,
lo
que
ya
“ha
anat
fent
a
través
dels
segles”.
En
un
resumen,
dentro
del
mismo
texto
Pujol
dice:
“1.
L’home
té
necessitat
d’una
forma
o
estructura
mental,
espiritual
i
humana.
Té
necessitat
duna
definició.
Aquesta
forma
és
imprescindible
per
al
ple
desenvolupament
humà.
2.
Aquestes
«formes
definidores»
són
el
fruit
de
generacions.
Un
home
sol
no
és
capaç
d’improvisar‐les.
L’home
necessita
poder
disposar
d’una
herència
espiritual,
mental
i
sociològica,
a
partir
de
la
qual
arrencar.
Aquesta
herència
ens
és
donada
per
la
comunitat
nacional.
3.
Donar
una
estructura
sòlida
és
patrimoni
només
dels
pobles
espiritualment
i
humanament
forts.
Els
pobles
malalts
generen
el
dubte
i
l’introdueixen
en
els
seus
homes.
En
fan,
en
molts
aspectes,
homes
estèrils.
4.
És
perquè
els
homes
tenim
necessitat
d’aquesta
estructura
que
els
pobles
tenen
drets.
Perquè
només
ells
–i
la
família,
en
un
altre
estadi–
són
capaços
de
satisfer
aquesta
nostra
necessitat.”
Lo
de
“el
fruto
de
generaciones”
es
algo
vago.
¿Cuántas
generaciones
son
necesarias?
No
parece
que
haga
falta
tener
una
historia
milenaria
ni
mucho
menos.
El
paralelo
con
la
familia
es
ilustrativo,
con
tres
o
cuatro
generaciones
basta,
según
Pujol,
para
que
una
familia
haya
adquirido
formas
de
hacer
y
rutinas
con
aspecto
de
ser
terriblemente
antiguas.
Por
lo
tanto,
no
es
sólo
la
historia
la
que
confiere
derechos
sino
la
capacidad
formativa,
esta
potencia
espiritual,
que
Pujol
atribuye
a
Catalunya.
Consecuentemente,
su
interés
por
la
historia
se
centra
en
los
siglos
XVIII,
XIX
y,
claro,
el
XX,
más
que
en
la
Edad
Media.
A
partir
de
lo
que
ha
leído
de
Vicens
Vives
y
Pierre
Vilar
‐‐y
ha
leído
bastante
a
bulto‐‐,
se
ha
hecho
una
determinada
idea
de
por
qué
el
país
está
como
está.
Pero
lo
notable,
o
lo
grave,
es
que
parece
muy
difícil
determinar
qué
es
lo
que
Pujol
cree,
si
es
que
cree
algo,
y
los
recursos
expositivos
que
usa
en
cada
momento.
En
las
memorias
también
cuenta
que
cuando
iba
por
los
pueblos
y
abordaba
a
alguien
para
ganarlo
para
la
causa
(un
profesional
liberal,
un
pequeño
empresario,
un
cura…),
primero
le
daba
una
charla
sobre
la
comarca,
sobre
su
situación
socioeconómica,
que
llevaba
unas
pequeñas
estadísticas,
etc.
Hacía
sociología,
historia,
economía…
recreativas,
que
le
servían
como
palancas
propagandísticas
para
convencer
a
su
interlocutor.
Corregido
y
aumentado
seguramente
es
el
mismo
método
que
empleó
después
desde
la
Generalitat.
Algo
parecido
hace
con
el
mounierismo.
Aunque
Mounier
no
es
sólo
un
recurso
expositivo
más
sino
también
una
especie
de
cemento
con
el
que
pretende
unir
todo
lo
demás.)
Según
otras
versiones,
la
reluctancia
europea
hacia
Catalunya
y
la
carrera
política
de
Pujol
puede
tener
su
origen
en
que
la
historia
de
Catalunya
según
Pujol
mezcla
indiscriminadamente
política
y
religión,
como
ha
hecho
notar
Javier
Varela
(6).
También
está
marcado
por
una
insistencia
excesiva
en
el
tema
lingüístico,
que
las
autoridades
europeas
interpretan
como
una
obsesión
provinciana.
Al
traducir
la
noción
mouneriana
de
comunidad
a
la
"comunitat
nacional"
y
ver
el
pays
en
los
términos
de
una
“gran
familia”,
Pujol
nos
ahorra
muchas
explicaciones
necesarias
mientras
consigue
entroncar
ideológicamente
con
una
tradición
cristiana
y
conservadora
que
era,
también,
la
que
ostentaba
el
poder
económico
en
la
Catalunya
franquista.
La
doctrina
de
Mounier
era
entonces
la
posibilidad
de
inscribir
un
ideario
nacionalista
y
católico
fuera
del
espectro
ideológico
de
una
izquierda
que
había
hecho
del
nacionalismo
catalán
su
bandera
política
durante
el
franquismo.
Podría
parecer
una
cuestión
filosófica,
pero
era
básicamente
la
manera
de
fijar
un
espacio
político
que
polemiza
con
la
idea
moderna
y
liberal
de
los
derechos
exclusivamente
individuales
de
los
ciudadanos
dentro
del
Estado,
y
no
admite
derechos
de
comunidades.
Una
conclusión
similar
se
desprende
también
de
las
referencias
que
hace
Pujol
en
su
reciente
conferencia
sobre
Mounier,
tanto
al
PSUC
como
a
la
Democracia
Cristiana,
como
parte
de
una
disputa
filosófica
entre
la
herencia
de
Mounier,
Maritain,
Péguy
y
el
marxismo.
(7)
Ya
en
1959
Pujol
escribía
que
su
objetivo
era
un
nacionalismo
personalista
que
dota
al
individuo
una
íntima
estructura,
una
definida
manera
de
ser
y
criticaba
severamente
el
catalanismo
republicano,
al
cual
hacía
responsable
de
la
derrota
de
1939,
con
lo
que
se
desmarcaba
del
nacionalismo
en
el
exilio
dominado
por
las
diversas
corrientes
de
ERC,
el
presidente
Tarradellas
o
el
Front
Nacional
de
Catalunya
(FNC)
de
Joan
Cornudella.
La
referencia
a
Mounier
y
a
Esprit
también
le
permitía
a
Pujol
ganarse
a
una
parte
de
la
intelectualidad
catalana
de
izquierda,
que
había
visto
en
Esprit
la
posibilidad
de
una
renovación
social
de
la
doctrina
católica.
En
este
sentido,
resultan
muy
ilustrativas
las
relaciones
de
Pujol
con
el
escritor
Maurici
Serrahima
(corresponsal
de
Esprit
en
Barcelona)
y
con
Joan
Sales,
tal
vez
la
persona
que
estuvo
más
cerca
de
la
doctrina
de
Mounier
en
Catalunya.
Serrahima
fue
miembro
de
Unió
Democràtica
y
amigo
personal
de
Mounier.
Durante
la
guerra
civil
tuvo
un
papel
importante
en
la
ayuda
a
los
sacerdotes
que
vivían
escondidos
y
fue
detenido
por
el
SIM,
pero
exculpado
sin
proceso.
Junto
con
el
cardenal
Vidal
i
Barraquer
fue
uno
de
los
promotores
de
la
reconciliación.
Se
exilió
en
1939
y
volvió
a
España
en
1940.
Muy
pronto
se
convirtió
en
uno
de
los
organizadores
de
la
resistencia
política
y
cultural
catalana
(miembro
del
comité
Pous
i
Pagès
y
de
"Miramar"
y
muy
relacionado
con
los
diputados
demócrata‐cristianos
franceses.
En
su
conferencia
sobre
Mounier,
Pujol
menciona
a
Serrahima
como
precursor
del
interés
por
Mounier
en
Catalunya.
En
realidad,
Pujol
utilizó
a
Serrahima
como
una
especie
de
asesor
filosófico,
y
luego
lo
olvidó
para
reinventar
una
relación
personal
con
el
mounierismo
a
partir
de
su
guía
espiritual,
Roger
Schutz,
el
líder
de
la
comunidad
religiosa
Taizé,
de
honda
raigambre
montserratina.
El
culto
de
Pujol
por
el
personalismo
de
Mounier
ha
tomado
forma,
más
recientemente,
en
el
Institut
Emmanuel
Mounier
de
Catalunya
donde
tampoco
se
han
podido
evitar
algunas
reveladoras
polémicas
(8).
Como
el
mismo
Pujol
ha
explicado,
la
lectura
de
Mounier
fue
parte
de
una
reacción
mucho
más
general
de
la
filosofía
francesa
de
entreguerras
contra
el
racionalismo:
"En
aquell
moment
nosaltres
rebem
molta
influència
intel·lectual
del
pensament
social
i
del
pensament
polític
francès.
I
a
França
hi
havia
hagut
un
gran
moviment,
un
formidable
moviment
intel·lectual
i
espiritual
i
religiós,
d’altra
banda
molt
profètic.
No
era
un
moviment
intel·lectual
que
no
s’aventurés,
sinó
un
moviment
intel·lectual,
i
un
moviment
religiós
també,
que
era
profètic
no
en
el
sentit
d’anunciar
fets
futurs,
sinó
en
el
sentit
de
remenar,
de
furgar
en
les
coses
i
en
les
causes
profundes,
de
no
quedar‐se
en
la
superfície.
Un
espiritualisme
fort,
a
vegades
amb
components
místics,
per
dir‐ho
així.
I
aquest
moviment
―que
era
format
per
homes
els
més
llunyans
dels
quals
havien
nascut
pels
voltants
de
1850
i
que
van
morir
més
o
menys
el
1950―
durant
aquests
cent
anys
va
tenir
una
gran
efervescència,
sobretot
a
partir
dels
anys
setanta
i
vuitanta
del
segle
XIX.
I
era
un
moviment
contra
el
racionalisme.
No
és
que
el
racionalisme
no
sigui
bo
en
el
sentit
que
la
raó
sí
que
és
bona,
però
no
el
fet
de
subjectar‐ho
tot
a
una
racionalitat
sense
dimensions
més
profundes.
Contra
el
racionalisme,
contra
el
cientisme
i
contra
el
positivisme.
En
definitiva,
contra
el
que
Maritain
anomena
el
positivisme
científic
excloent.
És
a
dir,
tot
allò
que
no
es
pugui
mesurar,
tot
allò
que
no
es
pugui
pesar,
no
existeix.
I
hi
ha
una
reacció
contra
això.
Els
diré
noms,
evidentment
Mounier
és
un
d’aquests."
(9)
Incomprensiblemente,
a
la
hora
de
analizar
cómo
este
movimiento
llega
a
Cataluña,
Pujol
presenta
el
franquismo
como
un
obstáculo,
cuando
realmente
el
clima
franquista
más
bien
favoreció
la
reacción
anti‐racionalista.
¿Cómo
podían
no
encajar
en
España
autores
"dominats,
a
més,
per
un
esperit
antiburgès
i
també
pel
que
en
podríem
dir
un
esperit
antimodern"?
Hasta
hace
apenas
unos
años
Pujol
seguía
aludiendo
a
Mounier
a
la
hora
de
diferenciar
su
proyecto
de
país
del
nacionalismo
del
PSC.
En
esta
entrevista
con
el
diario
ABC
(10),
por
ejemplo:
­¿Tiene
que
cambiar
CiU
su
estrategia
ante
el
empuje
de
ERC
y
las
redefiniciones
del
catalanismo
del
PSC,
el
patriotismo
cívico
e
integrador
del
que
habla
Maragall?
‐Este
patriotismo
cívico
e
integrador
ha
sido
el
que
siempre
ha
preconizado
CiU.
Recuerde
que
nos
definimos
como
un
nacionalismo
integrador
de
Cataluña
hacia
adentro,
con
voluntad
de
involucrarnos
positivamente
en
el
conjunto
de
España,
y
en
lo
que
a
mí
se
refiere,
como
personalista
de
la
escuela
de
Mounier,
es
decir,
como
adepto
a
la
idea
de
que
ninguna
ideología
ni
ningún
proyecto
político
son
válidos
sino
son
útiles
a
las
personas,
a
las
personas
como
individuos.
Cuando
ahora
Maragall
habla
de
que
somos
siete
millones
en
realidad
se
apropia
‐y
me
parece
bien‐
de
mi
eslogan
de
«somos
seis
millones».
Hasta
hace
poco
éramos
seis
millones
y
ahora
somos
siete,
pero
el
espíritu
es
el
mismo:
hay
que
construir
una
Cataluña
válida
para
todos
sus
habitantes.
Pero
un
patriotismo
sólo
basado
en
derechos
y
deberes,
con
ser
esto
muy
importante,
no
basta,
no
es
suficiente.
Un
país,
como
una
familia,
como
incluso
una
buena
ONG
no
funciona
sólo
sobre
la
base
de
derechos
y
deberes.
Tiene
que
haber
un
sentimiento,
un
afecto,
una
vocación,
una
solidaridad.
No
son
una
sociedad
anónima.
Y
tienen
que
tener
un
sentido
de
proyecto,
de
futuro
compartido.
Un
sentido
comunitario.
Y
finalmente
de
identidad.
¿Qué
país
funciona
sin
sentido
colectivo?
Así
lo
ha
visto
también
Valentí
Puig
(11),
que
al
indagar
en
la
composición
química
del
pujolismo
afirma:
“El
pujolismo,
algo
tan
arborescente
y
acomodaticio,
propende
a
sentirse
a
gusto
a
la
clasificación
del
nacionalismo
personalista.
Cierto
es
que
poner
a
la
persona
en
el
centro
de
la
política
es
algo
que
se
dice
fácilmente
pero
que
resulta
más
bien
difícil
de
demostrar.
Mounier
vertebra
el
personalismo,
un
espacio
de
comunidad
entre
el
individuo
y
el
contrato
social.
Es
Mounier
quien
dice
que
«una
política
es
el
producto
de
la
descomposición
de
una
mística».
No
se
trata
de
una
traición
repentina
del
pensamiento,
sino
más
bien
es
consecuencia
de
la
pesadez
que
conlleva
la
falta
de
inspiración,
y
es
entonces
cuando
«el
apóstol
se
convierte
en
partidario,
el
testigo,
en
abogado:
del
impulso
místico
no
queda
más
que
una
causa
personal».
Es
una
política
más
patriarcal
que
patricia,
a
la
medida
de
una
sociedad
que
mantiene
el
pulso
del
diapasón
entre
la
autosatisfacción
y
el
esfuerzo.
En
1968,
año
más
bien
proclive
a
otras
definiciones
y
confusiones,
Pujol
define
el
nacionalismo
personalista
catalán:
“Ser
en
tanto
que
pueblo
para
que
puedan
ser
los
hombres
de
nuestro
pueblo”.
Pone
el
nacionalismo
catalanista
al
servicio
del
hombre,
no
de
una
abstracción.
Quién
sabe
donde
estaba
en
1968
la
actual
clase
política.
Pujol,
en
no
pocos
aspectos,
estaba
donde
está.”
Pero
que
en
50
años
Pujol
haya
apenas
modificado
su
ideario
no
quiere
decir
que
éste
no
se
haya
construido
sobre
algunas
cuestiones
poco
debatidas.
La
principal
de
ellas
sería
el
contraste
entre
la
carrera
profesional
de
Pujol
como
banquero
y
sus
motivaciones
místicas.
Ya
en
un
artículo
de
1999
(12),
Joan
Ferrán
hacía
notar
que
si
bien
a
Pujol
“le
encanta
erigirse
como
continuador
de
aquella
sensibilidad
político/social
que
recogían
las
páginas
de
Ésprit”,
su
vocación
anti‐
capitalista
y
su
gestión
política
no
tenían
demasiado
acento
místico:
“El
eminente
historiador
Jean
Tochard
afirma
que
la
principal
razón
que
empujó
a
Mounier
a
fundar
la
revista
Ésprit
en
1932
fue
«el
deseo
de
romper
con
el
desorden
establecido»,
la
necesidad
de
«disociar
lo
espiritual
de
lo
reaccionario».
En
Mounier
cristaliza
un
anticapitalismo
que
denuncia
el
mundo
del
dinero
no
solo
por
razones
económicas
sino
también
por
razones
morales
y
espirituales.
«Mi
Evangelio
‐dirá
Mounier‐
es
el
Evangelio
de
los
pobres».
Incluso
llegará
a
proponer
la
sustitución
de
la
economía
anárquica,
basada
en
la
ganancia,
por
una
economía
organizada
sobre
las
personas.
Se
muestra
hostil
al
individualismo
liberal
al
tiempo
que
denuncia
«una
democracia
enferma
de
dinero...»
Mounier
reclamaba
también
una
revolución
de
las
estructuras
como
fruto
de
una
profunda
exigencia
espiritual...
Y,
como
es
evidente,
no
parecen
haber
sido
estas
las
prácticas
y
la
filosofía
de
nuestro
Molt
Honorable
President,
ni
de
sus
consellers
de
Indústria
o
Economia,
ni
la
de
sus
empresarios
«modelo».
Tras
casi
un
veintenio
de
gestión,
¿Hay
alguien
capaz
de
detectar
la
huella,
el
influjo,
en
la
acción
gubernamental
de
CiU
del
«nuevo
orden
espiritual»
predicado
por
Mounier?
Sospecho
que
no.
Pero,
al
igual
que
sus
jóvenes
leones,
Pujol
necesita
flotar
en
un
mundo
virtual
agradable
a
sus
sentidos
y
a
su
conciencia.
¿quién
va
a
escandalizarse
por
una
nueva
y
pequeña
manipulación
de
la
historia?
¡Hay
tantas!”
Desde
luego,
es
difícil
encajar
la
idea
de
que
el
banquero
Pujol
sería
una
pieza
del
modelo
de
economía
personalista,
que
descansaría,
según
Mounier,
sobre
las
siguientes
premisas:
“Socialización
sin
estatización
de
los
sectores
económicos
que
mantienen
la
alienación
económica;
desarrollo
de
la
vida
sindical;
promoción,
contra
el
compromiso
paternalista,
de
la
persona
obrera;
primado
del
trabajo
sobre
el
capital;
primado
de
la
responsabilidad
personal
sobre
el
aparato
anónimo”.
En
la
práctica,
Mounier
proponía
un
sistema
económico
socializado
donde
la
propiedad
sindical
y
la
propiedad
familiar
tengan
un
papel
preponderante.
Él
habla
de
un
nuevo
socialismo
frente
al
socialismo
real
y
a
la
socialdemocracia:
“Aquí
el
socialismo
se
duerme,
allá
se
extravía
o
se
pervierte
con
el
aparato
administrativo
y
policial.
La
necesidad
de
un
socialismo
renovado,
a
la
vez
riguroso
y
democrático,
es
cada
vez
más
apremiante.
Esta
es
la
invención
que
se
pide
a
Europa
y
hacia
la
cual
dirige
el
personalismo
su
camino
político
actual”.
¿Qué
tiene
que
ver
Pujol
con
esta
especie
de
búsqueda
de
una
“tercera
vía”?
Sencillamente,
nada.
Esta
notable
contradicción
entre
la
búsqueda
de
un
ideario
cercano
al
redentorismo
católico
(apoyado
en
el
compromiso
solidario
y
la
trascendencia
)
y
la
práctica
de
una
gestión
capitalista
basada
en
el
beneficio
salvaje
es
uno
de
los
signos
típicos
del
franquismo,
que
marcó
definitivamente
la
carrera
del
político
Pujol.
En
circunstancias
similares,
cuando
en
1964
le
tocó
exaltar
con
toda
la
pompa
de
su
florida
retórica
la
carrera
“civilizadora”
del
banquero
Juan
March,
el
irredento
falangista
Ernesto
Giménez
Caballero
se
permitía
recordar
unos
versos
de
Rainer
M.
Rilke
en
sus
Elegías
de
Duino:
“Cuando
de
la
mano
del
comerciante
pasa
la
balanza
a
aquel
ángel
que
en
los
cielos
la
aquieta".
NOTAS:
(1)‐
Xavier
Rubert
de
Ventós,
El
Punt,
25
de
agosto
de
2003.
(2)‐
Jordi
Pujol,
“Mounier
en
el
context
polític
i
intel·lectual
català
dels
anys
cinquanta”,
Discurs
en
la
Casa
de
Cultura
de
Girona,
11
de
novembre
de
2008.
(3)‐Emmanuel
Mounier,
Manifiesto
al
servicio
del
personalismo,
Taurus
ediciones,
Madrid,
1976,
p.
59.
(4)
Eugeni
Xammar,
Seixanta
anys
d'anar
pel
món.
Converses
amb
Josep
Badia
i
Moret,
capítulo
IV,
Quaderns
Crema,
Barcelona,
2007
(5)
Jordi
Pujol,
Inmigració
i
integració,
1958.
(6)
Javier
Varela,
“Jordi
Pujol
y
la
Marca
Hispánica”,
EL
PAIS,
01.05.1996.
(7)
“El
senyor
Coll
i
Alentorn,
patriarca
d’Unió
Democràtica,
un
patriarca
democratacristià
sé
que
de
mi
va
dir
una
vegada:
“si
en
Pujol
hagués
llegit
més
Maritain
i
menys
Péguy
seria
d’Unió
Democràtica”.
Doncs
no.
No
sé
què
seria
si
no
hagués
llegit
ni
Péguy
ni
Mounier,
però
de
fet
jo
tinc,
i
no
ho
he
amagat
mai,
una
forta
influència
social
cristiana
i
sempre
he
mirat
que
políticament
hi
hagués
una
mena
d’encaix
entre
el
que
és
el
pensament
social
cristià
i
el
pensament
socialdemòcrata,
que
no
és
el
pensament
marxista,
que
no
és
el
pensament
comunista,
que
no
és
el
pensament
del
socialisme
radical
ni
tan
sols
potser
del
socialisme
radical
i
una
mica
utòpic
que
havia
promogut
Mounier.
Però
sempre
he
pensat
que
això
era
positiu.
Ara,
la
veritat
és
que
la
meva
recerca
intel·lectual
reclamava
un
altre
element,
a
part
de
Maritain
i
a
part
de
Mounier.
Només
amb
elles
no
era
complet
el
meu
pensament.
Quan
tenia
vint‐i‐cinc,
trenta
anys
i
pensava
en
dedicar
la
meva
vida
a
Catalunya
i
a
la
democràcia
i
al
progrés
de
la
gent,
jo
necessitava
una
eina.
Per
a
aquesta
eina
no
en
tenia
prou
amb
Maritain
ni
amb
Mounier.
I
aquesta
eina
és
Péguy.
Péguy
diu
que
hem
de
pagar
amb
la
pròpia
persona.
I
això
forma
part,
a
més,
del
risc.
Cal
que
hi
hagi
gent
que
sigui
capaç
d’assumir
bé
això
que
se’n
diu
el
risc.
Pagar
amb
la
pròpia
persona,
és
a
dir,
no
pot
ser
que
al
meu
país
domini
la
idea
de:
“ens
aixequem
tots
però
hi
aneu
vosaltres”.
No.
El
que
hi
ha
d’haver
és
molta
gent
que
es
posi
al
davant.
O
bé
que
es
posi
contra
aquest
pensament
cientista,
és
a
dir,
contra
l’essència
deslligada
de
la
profunditat
humana,
contra
el
determinisme.”
Jordi
Pujol,
“Mounier
en
el
context
polític
i
intel·lectual
català
dels
anys
cinquanta”,
Discurs
en
la
Casa
de
Cultura
de
Girona,
11
de
novembre
de
2008.
(8)
En
noviembre
del
2008
tuvo
lugar
una
curiosa
polémica
entre
los
mounieristas
catalanes
(son
legión)
y
un
periodista,
Alfons
Quintá,
que
desde
el
Diari
de
Girona
se
atrevió
a
seguir
el
rastro
procomunista
de
Mounier
y
a
contrastarlo
con
el
"Mounier
de
Pujol".
Los
mounieristas‐pujolistas
acusan
a
Quintá
de
no
haber
leído
las
tres
mil
quinientas
y
tantas
páginas
de
la
obra
completa
del
francés,
pero
yo
creo
que
diletantismo
aparte,
hay
algo
contradictorio
en
ese
afán
de
Pujol
por
una
figura
que
‐‐simplificaciones
aparte‐‐
teóricamente
proponía
una
tercera
vía
(persona
vs
individuo
y
vs
colectivismo)
pero
en
la
práctica
acabó
defendiendo
muchas
de
las
posiciones
del
socialismo.
(9)
Jordi
Pujol,
“Mounier
en
el
context
polític
i
intel·lectual
català
dels
anys
cinquanta”,
Discurs
en
la
Casa
de
Cultura
de
Girona,
11
de
novembre
de
2008.
(10)
Pujol
entrevistado
por
Pablo
Planas,
en
ABC,
24.10.2004.
(11)
Valentí
Puig,
“Largos
adioses
de
Pujol”,
en
ABC,
26.06.2003
(12)
Joan
Ferrán,
“Cuando
Pujol
citó
a
Mounier”,
en
El
Mundo,
12.11.1999

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