PUJOL Y MOUNIER “Pujol sempre ha tingut una dificultat per entendre's amb els intel·lectuals.” Xavier Rubert de Ventós, El Punt, 25 de agosto de 2003. Entre los muchos dogmas biográficos que se aceptan sin demasiado cuestionamiento a la hora de reconstruir el periplo intelectual de Jordi Pujol, está la decisiva influencia en su ideario del pensador cristiano Emmanuel Mounier. En El libro rojo de Jordi Pujol (Planeta, 2003), pueden leerse unas declaraciones en primera persona que resultan bastante elocuentes al respecto: “Ha entroncado con mis orígenes cristianos, con mis concepciones nacionalistas, con mis concepciones europeístas y con nuestro sistema occidental de valores, el que le ha dado a Europa el Estado de bienestar. Entroncado con todo esto, en un momento determinado me pareció que el personalismo de Mounier me podía permitir continuar siendo todas estas cosas: cristiano, nacionalista, europeísta, partidario del sistema occidental, partidario de los derechos humanos… y que me lo podía permitir sin caer en los excesos porque siempre tendría esta manera de freno, de toque de atención, de luz de alarma que sería el predominio, la prioridad absoluta de la persona”. No hay que ser un experto en filosofía política para darse cuenta de que Pujol intenta poner demasiados huevos en una misma cesta: el nombre de Mounier funciona casi como un reservorio mágico para dar cuerpo a una ideología política que buscaba desesperadamente redefinir el concepto de Catalunya enunciado clericalmente por Torras i Bages. Sin llegar a los extremos enunciados por Xavier Rubert de Ventós ‐‐cuando afirma que “Pujol agafa el concepte de Catalunya, que és un concepte cristià i sentimental, i el fa laic, el fa republicà” (1)‐‐, es indudable que el filósofo francés fue la pieza con la que Pujol intentó reformular el nacionalismo demasiado rancio de sus predecesores. Él mismo ha vuelto recientemente sobre el tema con un aire modesto: "Jo, el que he estat és una persona a qui estimulen coses d’aquest i de l’altre i del de més enllà, i amb tot això ha fet el seu propi pensament; és a dir, a Mounier en un cert sentit l’he utilitzat. He dit: mira, doncs això de Mounier em sembla important i alguna de les coses que he utilitzat de Mounier, alguna de les arrels, alguna de les pedres que he extret de la doctrina de Mounier per fer la meva pròpia casa han estat arrels realment molt importants. Han estat arrels fonamentals en la definició del meu projecte i en aquest sentit jo sóc un deutor de Mounier." (2) El nombre y la carrera filosófica de Emmanuel Mounier (1905‐1950) se asocia generalmente a la llamada doctrina personalista y a la revista Esprit, que desde 1932 hasta hoy día ha venido dando forma a una filosofía cristiana inspirada en el pensamiento de autores católicos como Péguy, Guitton, Maritain, Marcel y el propio Mounier. Los comienzos filosóficos de Mounier llevan la impronta de sus maestros: Jacques Chevalier, el Padre Pouget, y sobre todo Charles Péguy, que ejercerá notable influencia en la formación de su pensamiento. En 1928 Mounier obtiene la cátedra de filosofía con el número 2 en la oposición y durante los años siguientes ejercerá como profesor. Para ir preparando su tesis doctoral, que quiere dedicar a los místicos españoles, realiza un viaje por España en el año 1930. En 1932, junto con otros compañeros, funda la revista Esprit, que marcará toda la cultura filosófica de entreguerras a pesar de la censura del régimen de Vichy y con dificultades hasta su prohibición definitiva, en 1941. Mounier colabora inicialmente en algunas iniciativas de formación, como la Escuela de Jefes de Juventud o el movimiento cultural Jeune France, del que fue director general adjunto, pero el pensamiento personalista alienta una resistencia “desde dentro” que hace que su promotor esté cada vez peor visto por el régimen, hasta que se le aparta de toda responsabilidad pública. Durante algún tiempo, imparte cursos en establecimientos libres. Finalmente, desde la primavera de 1941 mantiene contactos y colaboración con la Resistencia francesa, hasta que es arrestado a principios de 1942. Junto con otros intelectuales encarcelados, Mounier comenzará en junio una huelga de hambre para denunciar su situación, hasta que días más tarde se le levanta su reclusión. En el juicio, celebrado en octubre, es absuelto de los cargos que pesaban sobre él. En 1943 y 1944 se celebran dos Congresos clandestinos de la revista Esprit. Tras la liberación de París en agosto del 44, Mounier vuelve a la capital francesa y en diciembre, en medio de las dificultades de la posguerra, una nueva redacción vuelve a sacar la revista. En esos años de madurez intelectual, la actividad de Emmanuel Mounier es incesante y la revista crece en tirada y en influencia social. El 22 de marzo de 1950, cuando aún no ha cumplido los 45 años de edad, Mounier muere a causa de un ataque cardíaco. De fuerte raigambre antifascista (pero también antiliberal por momentos), los pensadores y defensores del personalismo buscaron dar forma a un pensamiento cristiano que, enraizado en las mejores esencias del Evangelio, pudiera comprometerse con lo social. En el centro de esta metafísica estaría la combinación de tres dimensiones del término persona: 1) como vocación o dimensión espiritual hacia lo universal, 2) como encarnación o dimensión espiritual hacia abajo, 3) como comunión (dimensión espiritual hacia lo ancho). La persona trasciende mi individualidad, mi conciencia y mi personalidad, de ahí que el personalismo se define por un transpersonalismo: persona y comunidad son contrarios complementarios dentro de la dialéctica del amor («existir es amar»). El personalismo considera al hombre como un ser subsistente y autónomo pero esencialmente social y comunitario, un ser libre pero no aislado, un ser trascendente con un puro valor en sí mismo que le impide convertirse en un mero objeto. Un ser moral, capaz de amar, de actuar en función de una actualización de sus potencias y finalmente de definirse a sí mismo pero considerando siempre la naturaleza que le determina. Esta difícil dialéctica atravesó su prueba de fuego con los conflictos que marcaron definitivamente la primera mitad del siglo XX, e intentó definirse por una oposición paralela ante dos frentes. Por una parte, contra el pensamiento liberal, que proclamaba la libertad del individuo y su derecho a la propiedad privada pero después no establecía mecanismos solidarios entre los sujetos, sino que cada uno debía resolver sus problemas con sus propias fuerzas y recursos. En respuesta al capitalismo, el marxismo como ideología de gran popularidad en el Viejo Mundo ofrecía un enfrentamiento con el opresor a través de la lucha de clases para reapropiarse de los medios de producción que habrían usurpado los explotadores. El hombre estaba subordinado a la humanidad total para lo que se buscaba el llamado paraíso comunista. Junto al marxismo aparecieron dos movimientos totalitarios con una concepción de la persona muy particular. El nazismo, por un lado, propugnaba la supremacía de la raza aria sobre todas las demás y de ahí deducía su derecho a dominar sobre todos los pueblos. El fascismo, por su parte, definía al hombre como un momento o manifestación concreta que adopta un Espíritu absoluto que permanece y al servicio del cual debe colocarse el individuo. Ante las corrientes de pensamiento que subordinaban al hombre a una entidad superior y reducían su naturaleza a dimensiones concretas que no abarcaban todo lo que implica ser persona, Mounier plantea la necesidad de una respuesta que lo revalorice y defienda la verdadera identidad del mismo. La filosofía de Mounier afirma que el individuo es la dispersión de la persona en la materia y que la persona no crece más que purificándose del individuo que hay en ella, la persona llega a reivindicarse como ser concreto y por ello relacional y comunicativo, es decir, comunitario. En plena posesión de una dialéctica existencial, el personalismo aislado como unidad teniendo en cuenta la humanidad como referencia máxima, centra sus esperanzas en el concepto de persona: “Una persona ‐‐dice Mounier‐‐ es un ser espiritual constituido como tal por una manera de subsistencia e independencia de su ser; mantiene esta subsistencia por su adhesión a una jerarquía de valores libremente adoptados, asimilados y vividos por un compromiso responsable y una conversión constante: unifica así toda su actividad en la libertad y desarrolla, por añadidura, a impulsos de actos creadores la singularidad de su vocación”. (3) En el pensamiento personalista hay también un lugar para la reformulación de algunos conceptos base de la filosofía política y de la relación entre el Estado y el individuo. Mounier habla sobre el estado como una admisión social de que el hombre puede ejercer poder sobre el hombre, pero argumenta que su inevitabilidad no necesariamente le otorga autoridad. El Estado estaría hecho para el hombre, no el hombre para el Estado, así como la economía está destinada para servir al hombre, y no el hombre al servicio de la economía. En los términos del personalismo, el Estado no es una comunidad espiritual, o una persona colectiva en el sentido propio de la palabra. No está por encima de la patria ni de la nación, ni mucho menos por encima de las personas. En ese sentido, viene a ser un instrumento al servicio de las sociedades, y, a través de ellas, al servicio de las personas, teniendo el carácter de artificial y subordinado, pero al fin necesario. Debido a la naturaleza dual del ser humano, en cuanto tiende tanto al bien como al mal, las personas y las sociedades sucumbirían a la anarquía sin la presencia del Estado. Para Mounier, el Estado se constituye como el “último recurso” para arbitrar los conflictos de los seres humanos entre sí. Esa sería su jurisdicción. Pero, en cuanto relación de medio a fin, se puede detectar ya que, según la doctrina personalista, el Estado viene a ser el medio, y la persona el fin. El Estado existe para que las personas encuentren su realización, desde un primer plano de aseguramiento de una coexistencia superadora del más absoluto caos social. El Estado sólo existe en beneficio de la persona realizada en sociedad. La nación sería entonces el punto intermedio entre sociedad y Estado, alcanzando su plena realización en una comunidad personalizada. Uno de los puntos más polémicos del ideario de Mounier es su anuncio de un derrumbamiento futuro del Estado‐nación europeo, que dejaría lugar a una comunidad internacional de naciones. Esta fue la base ideológica a la que se acogió la pragmática “carrera europeísta” de Pujol: su insistencia en la creación de la euro‐región constituida por las regiones vecinas de Cataluña (Midi Pyrenées y Languedoc Roussillon) y su colaboración con el presidente Edgar Fauré en el Consejo de las Regiones de Europa, que más adelante se convirtió en la Asamblea de las Regiones de Europa (ARE), de la que fue vicepresidente desde noviembre de 1988 hasta julio de 1992, y luego, en la Asamblea General celebrada en Santiago de Compostela en julio de 1992 fue nombrado presidente por un mandato de dos años y reelegido para un segundo mandato en diciembre de 1994, en Estrasburgo. El europeísmo de Pujol, sin embargo, está lastrado por la construcción de una historia de Cataluña más cercana al mito que a la realidad. Sobre este tema vale la pena abundar un poco. Muchas veces Pujol usa unos materiales historiográficos sacados de los historiadores románticos y sobre todo de los no románticos ‐‐Vicens Vives o Pierre Vilar‐‐, para dar color a sus discursos. Todos los “pueblos”, sea lo que sea un pueblo, tienen una historia, como tienen unos nombres ilustres (escritores, artistas, sabios, etc.) que poca gente conoce a fondo pero son un timbre de gloria, y Cataluña no podía ser menos. Pero Pujol no reivindica en exclusiva los “derechos históricos”, no es exactamente un foralista. Pujol ni siquiera reivindica especialmente el nombre de Generalitat (resucitado por un determinado arreglo). Según cuenta Eugeni Xamar (4), Pujol siempre se presentaba como presidente del Gobierno de Cataluña porque internacionalmente entendían mejor de qué cargo se trataba. Ahora bien, Cataluña, según el Pujol de 1958 (5), tiene una “misión histórica”, dar forma, definir, a los individuos que nacen en este territorio o que, por la razón que sea, vienen aquí, porque todo el mundo necesita “pertànyer a un poble sòlid i amb unitat interior”, y eso lo ha hecho Cataluña “Ha dut a terme la seva missió «educadora» i «formadora» de l’home català a través dels segles. Ha tingut moments bons i moments dolents, com tots els pobles. Però ho ha anat fent, i en conjunt ho ha fet bé. Catalunya és un país que, tot i ésser petit, ha deixat petjada en la Història, àdhuc en la més contemporània”, y a la historia no se le concede más papel que éste. Cataluña tendría derechos por su capacidad de seguir haciendo, y hacer mejor supongo, lo que ya “ha anat fent a través dels segles”. En un resumen, dentro del mismo texto Pujol dice: “1. L’home té necessitat d’una forma o estructura mental, espiritual i humana. Té necessitat duna definició. Aquesta forma és imprescindible per al ple desenvolupament humà. 2. Aquestes «formes definidores» són el fruit de generacions. Un home sol no és capaç d’improvisar‐les. L’home necessita poder disposar d’una herència espiritual, mental i sociològica, a partir de la qual arrencar. Aquesta herència ens és donada per la comunitat nacional. 3. Donar una estructura sòlida és patrimoni només dels pobles espiritualment i humanament forts. Els pobles malalts generen el dubte i l’introdueixen en els seus homes. En fan, en molts aspectes, homes estèrils. 4. És perquè els homes tenim necessitat d’aquesta estructura que els pobles tenen drets. Perquè només ells –i la família, en un altre estadi– són capaços de satisfer aquesta nostra necessitat.” Lo de “el fruto de generaciones” es algo vago. ¿Cuántas generaciones son necesarias? No parece que haga falta tener una historia milenaria ni mucho menos. El paralelo con la familia es ilustrativo, con tres o cuatro generaciones basta, según Pujol, para que una familia haya adquirido formas de hacer y rutinas con aspecto de ser terriblemente antiguas. Por lo tanto, no es sólo la historia la que confiere derechos sino la capacidad formativa, esta potencia espiritual, que Pujol atribuye a Catalunya. Consecuentemente, su interés por la historia se centra en los siglos XVIII, XIX y, claro, el XX, más que en la Edad Media. A partir de lo que ha leído de Vicens Vives y Pierre Vilar ‐‐y ha leído bastante a bulto‐‐, se ha hecho una determinada idea de por qué el país está como está. Pero lo notable, o lo grave, es que parece muy difícil determinar qué es lo que Pujol cree, si es que cree algo, y los recursos expositivos que usa en cada momento. En las memorias también cuenta que cuando iba por los pueblos y abordaba a alguien para ganarlo para la causa (un profesional liberal, un pequeño empresario, un cura…), primero le daba una charla sobre la comarca, sobre su situación socioeconómica, que llevaba unas pequeñas estadísticas, etc. Hacía sociología, historia, economía… recreativas, que le servían como palancas propagandísticas para convencer a su interlocutor. Corregido y aumentado seguramente es el mismo método que empleó después desde la Generalitat. Algo parecido hace con el mounierismo. Aunque Mounier no es sólo un recurso expositivo más sino también una especie de cemento con el que pretende unir todo lo demás.) Según otras versiones, la reluctancia europea hacia Catalunya y la carrera política de Pujol puede tener su origen en que la historia de Catalunya según Pujol mezcla indiscriminadamente política y religión, como ha hecho notar Javier Varela (6). También está marcado por una insistencia excesiva en el tema lingüístico, que las autoridades europeas interpretan como una obsesión provinciana. Al traducir la noción mouneriana de comunidad a la "comunitat nacional" y ver el pays en los términos de una “gran familia”, Pujol nos ahorra muchas explicaciones necesarias mientras consigue entroncar ideológicamente con una tradición cristiana y conservadora que era, también, la que ostentaba el poder económico en la Catalunya franquista. La doctrina de Mounier era entonces la posibilidad de inscribir un ideario nacionalista y católico fuera del espectro ideológico de una izquierda que había hecho del nacionalismo catalán su bandera política durante el franquismo. Podría parecer una cuestión filosófica, pero era básicamente la manera de fijar un espacio político que polemiza con la idea moderna y liberal de los derechos exclusivamente individuales de los ciudadanos dentro del Estado, y no admite derechos de comunidades. Una conclusión similar se desprende también de las referencias que hace Pujol en su reciente conferencia sobre Mounier, tanto al PSUC como a la Democracia Cristiana, como parte de una disputa filosófica entre la herencia de Mounier, Maritain, Péguy y el marxismo. (7) Ya en 1959 Pujol escribía que su objetivo era un nacionalismo personalista que dota al individuo una íntima estructura, una definida manera de ser y criticaba severamente el catalanismo republicano, al cual hacía responsable de la derrota de 1939, con lo que se desmarcaba del nacionalismo en el exilio dominado por las diversas corrientes de ERC, el presidente Tarradellas o el Front Nacional de Catalunya (FNC) de Joan Cornudella. La referencia a Mounier y a Esprit también le permitía a Pujol ganarse a una parte de la intelectualidad catalana de izquierda, que había visto en Esprit la posibilidad de una renovación social de la doctrina católica. En este sentido, resultan muy ilustrativas las relaciones de Pujol con el escritor Maurici Serrahima (corresponsal de Esprit en Barcelona) y con Joan Sales, tal vez la persona que estuvo más cerca de la doctrina de Mounier en Catalunya. Serrahima fue miembro de Unió Democràtica y amigo personal de Mounier. Durante la guerra civil tuvo un papel importante en la ayuda a los sacerdotes que vivían escondidos y fue detenido por el SIM, pero exculpado sin proceso. Junto con el cardenal Vidal i Barraquer fue uno de los promotores de la reconciliación. Se exilió en 1939 y volvió a España en 1940. Muy pronto se convirtió en uno de los organizadores de la resistencia política y cultural catalana (miembro del comité Pous i Pagès y de "Miramar" y muy relacionado con los diputados demócrata‐cristianos franceses. En su conferencia sobre Mounier, Pujol menciona a Serrahima como precursor del interés por Mounier en Catalunya. En realidad, Pujol utilizó a Serrahima como una especie de asesor filosófico, y luego lo olvidó para reinventar una relación personal con el mounierismo a partir de su guía espiritual, Roger Schutz, el líder de la comunidad religiosa Taizé, de honda raigambre montserratina. El culto de Pujol por el personalismo de Mounier ha tomado forma, más recientemente, en el Institut Emmanuel Mounier de Catalunya donde tampoco se han podido evitar algunas reveladoras polémicas (8). Como el mismo Pujol ha explicado, la lectura de Mounier fue parte de una reacción mucho más general de la filosofía francesa de entreguerras contra el racionalismo: "En aquell moment nosaltres rebem molta influència intel·lectual del pensament social i del pensament polític francès. I a França hi havia hagut un gran moviment, un formidable moviment intel·lectual i espiritual i religiós, d’altra banda molt profètic. No era un moviment intel·lectual que no s’aventurés, sinó un moviment intel·lectual, i un moviment religiós també, que era profètic no en el sentit d’anunciar fets futurs, sinó en el sentit de remenar, de furgar en les coses i en les causes profundes, de no quedar‐se en la superfície. Un espiritualisme fort, a vegades amb components místics, per dir‐ho així. I aquest moviment ―que era format per homes els més llunyans dels quals havien nascut pels voltants de 1850 i que van morir més o menys el 1950― durant aquests cent anys va tenir una gran efervescència, sobretot a partir dels anys setanta i vuitanta del segle XIX. I era un moviment contra el racionalisme. No és que el racionalisme no sigui bo en el sentit que la raó sí que és bona, però no el fet de subjectar‐ho tot a una racionalitat sense dimensions més profundes. Contra el racionalisme, contra el cientisme i contra el positivisme. En definitiva, contra el que Maritain anomena el positivisme científic excloent. És a dir, tot allò que no es pugui mesurar, tot allò que no es pugui pesar, no existeix. I hi ha una reacció contra això. Els diré noms, evidentment Mounier és un d’aquests." (9) Incomprensiblemente, a la hora de analizar cómo este movimiento llega a Cataluña, Pujol presenta el franquismo como un obstáculo, cuando realmente el clima franquista más bien favoreció la reacción anti‐racionalista. ¿Cómo podían no encajar en España autores "dominats, a més, per un esperit antiburgès i també pel que en podríem dir un esperit antimodern"? Hasta hace apenas unos años Pujol seguía aludiendo a Mounier a la hora de diferenciar su proyecto de país del nacionalismo del PSC. En esta entrevista con el diario ABC (10), por ejemplo: ­¿Tiene que cambiar CiU su estrategia ante el empuje de ERC y las redefiniciones del catalanismo del PSC, el patriotismo cívico e integrador del que habla Maragall? ‐Este patriotismo cívico e integrador ha sido el que siempre ha preconizado CiU. Recuerde que nos definimos como un nacionalismo integrador de Cataluña hacia adentro, con voluntad de involucrarnos positivamente en el conjunto de España, y en lo que a mí se refiere, como personalista de la escuela de Mounier, es decir, como adepto a la idea de que ninguna ideología ni ningún proyecto político son válidos sino son útiles a las personas, a las personas como individuos. Cuando ahora Maragall habla de que somos siete millones en realidad se apropia ‐y me parece bien‐ de mi eslogan de «somos seis millones». Hasta hace poco éramos seis millones y ahora somos siete, pero el espíritu es el mismo: hay que construir una Cataluña válida para todos sus habitantes. Pero un patriotismo sólo basado en derechos y deberes, con ser esto muy importante, no basta, no es suficiente. Un país, como una familia, como incluso una buena ONG no funciona sólo sobre la base de derechos y deberes. Tiene que haber un sentimiento, un afecto, una vocación, una solidaridad. No son una sociedad anónima. Y tienen que tener un sentido de proyecto, de futuro compartido. Un sentido comunitario. Y finalmente de identidad. ¿Qué país funciona sin sentido colectivo? Así lo ha visto también Valentí Puig (11), que al indagar en la composición química del pujolismo afirma: “El pujolismo, algo tan arborescente y acomodaticio, propende a sentirse a gusto a la clasificación del nacionalismo personalista. Cierto es que poner a la persona en el centro de la política es algo que se dice fácilmente pero que resulta más bien difícil de demostrar. Mounier vertebra el personalismo, un espacio de comunidad entre el individuo y el contrato social. Es Mounier quien dice que «una política es el producto de la descomposición de una mística». No se trata de una traición repentina del pensamiento, sino más bien es consecuencia de la pesadez que conlleva la falta de inspiración, y es entonces cuando «el apóstol se convierte en partidario, el testigo, en abogado: del impulso místico no queda más que una causa personal». Es una política más patriarcal que patricia, a la medida de una sociedad que mantiene el pulso del diapasón entre la autosatisfacción y el esfuerzo. En 1968, año más bien proclive a otras definiciones y confusiones, Pujol define el nacionalismo personalista catalán: “Ser en tanto que pueblo para que puedan ser los hombres de nuestro pueblo”. Pone el nacionalismo catalanista al servicio del hombre, no de una abstracción. Quién sabe donde estaba en 1968 la actual clase política. Pujol, en no pocos aspectos, estaba donde está.” Pero que en 50 años Pujol haya apenas modificado su ideario no quiere decir que éste no se haya construido sobre algunas cuestiones poco debatidas. La principal de ellas sería el contraste entre la carrera profesional de Pujol como banquero y sus motivaciones místicas. Ya en un artículo de 1999 (12), Joan Ferrán hacía notar que si bien a Pujol “le encanta erigirse como continuador de aquella sensibilidad político/social que recogían las páginas de Ésprit”, su vocación anti‐ capitalista y su gestión política no tenían demasiado acento místico: “El eminente historiador Jean Tochard afirma que la principal razón que empujó a Mounier a fundar la revista Ésprit en 1932 fue «el deseo de romper con el desorden establecido», la necesidad de «disociar lo espiritual de lo reaccionario». En Mounier cristaliza un anticapitalismo que denuncia el mundo del dinero no solo por razones económicas sino también por razones morales y espirituales. «Mi Evangelio ‐dirá Mounier‐ es el Evangelio de los pobres». Incluso llegará a proponer la sustitución de la economía anárquica, basada en la ganancia, por una economía organizada sobre las personas. Se muestra hostil al individualismo liberal al tiempo que denuncia «una democracia enferma de dinero...» Mounier reclamaba también una revolución de las estructuras como fruto de una profunda exigencia espiritual... Y, como es evidente, no parecen haber sido estas las prácticas y la filosofía de nuestro Molt Honorable President, ni de sus consellers de Indústria o Economia, ni la de sus empresarios «modelo». Tras casi un veintenio de gestión, ¿Hay alguien capaz de detectar la huella, el influjo, en la acción gubernamental de CiU del «nuevo orden espiritual» predicado por Mounier? Sospecho que no. Pero, al igual que sus jóvenes leones, Pujol necesita flotar en un mundo virtual agradable a sus sentidos y a su conciencia. ¿quién va a escandalizarse por una nueva y pequeña manipulación de la historia? ¡Hay tantas!” Desde luego, es difícil encajar la idea de que el banquero Pujol sería una pieza del modelo de economía personalista, que descansaría, según Mounier, sobre las siguientes premisas: “Socialización sin estatización de los sectores económicos que mantienen la alienación económica; desarrollo de la vida sindical; promoción, contra el compromiso paternalista, de la persona obrera; primado del trabajo sobre el capital; primado de la responsabilidad personal sobre el aparato anónimo”. En la práctica, Mounier proponía un sistema económico socializado donde la propiedad sindical y la propiedad familiar tengan un papel preponderante. Él habla de un nuevo socialismo frente al socialismo real y a la socialdemocracia: “Aquí el socialismo se duerme, allá se extravía o se pervierte con el aparato administrativo y policial. La necesidad de un socialismo renovado, a la vez riguroso y democrático, es cada vez más apremiante. Esta es la invención que se pide a Europa y hacia la cual dirige el personalismo su camino político actual”. ¿Qué tiene que ver Pujol con esta especie de búsqueda de una “tercera vía”? Sencillamente, nada. Esta notable contradicción entre la búsqueda de un ideario cercano al redentorismo católico (apoyado en el compromiso solidario y la trascendencia ) y la práctica de una gestión capitalista basada en el beneficio salvaje es uno de los signos típicos del franquismo, que marcó definitivamente la carrera del político Pujol. En circunstancias similares, cuando en 1964 le tocó exaltar con toda la pompa de su florida retórica la carrera “civilizadora” del banquero Juan March, el irredento falangista Ernesto Giménez Caballero se permitía recordar unos versos de Rainer M. Rilke en sus Elegías de Duino: “Cuando de la mano del comerciante pasa la balanza a aquel ángel que en los cielos la aquieta". NOTAS: (1)‐ Xavier Rubert de Ventós, El Punt, 25 de agosto de 2003. (2)‐ Jordi Pujol, “Mounier en el context polític i intel·lectual català dels anys cinquanta”, Discurs en la Casa de Cultura de Girona, 11 de novembre de 2008. (3)‐Emmanuel Mounier, Manifiesto al servicio del personalismo, Taurus ediciones, Madrid, 1976, p. 59. (4) Eugeni Xammar, Seixanta anys d'anar pel món. Converses amb Josep Badia i Moret, capítulo IV, Quaderns Crema, Barcelona, 2007 (5) Jordi Pujol, Inmigració i integració, 1958. (6) Javier Varela, “Jordi Pujol y la Marca Hispánica”, EL PAIS, 01.05.1996. (7) “El senyor Coll i Alentorn, patriarca d’Unió Democràtica, un patriarca democratacristià sé que de mi va dir una vegada: “si en Pujol hagués llegit més Maritain i menys Péguy seria d’Unió Democràtica”. Doncs no. No sé què seria si no hagués llegit ni Péguy ni Mounier, però de fet jo tinc, i no ho he amagat mai, una forta influència social cristiana i sempre he mirat que políticament hi hagués una mena d’encaix entre el que és el pensament social cristià i el pensament socialdemòcrata, que no és el pensament marxista, que no és el pensament comunista, que no és el pensament del socialisme radical ni tan sols potser del socialisme radical i una mica utòpic que havia promogut Mounier. Però sempre he pensat que això era positiu. Ara, la veritat és que la meva recerca intel·lectual reclamava un altre element, a part de Maritain i a part de Mounier. Només amb elles no era complet el meu pensament. Quan tenia vint‐i‐cinc, trenta anys i pensava en dedicar la meva vida a Catalunya i a la democràcia i al progrés de la gent, jo necessitava una eina. Per a aquesta eina no en tenia prou amb Maritain ni amb Mounier. I aquesta eina és Péguy. Péguy diu que hem de pagar amb la pròpia persona. I això forma part, a més, del risc. Cal que hi hagi gent que sigui capaç d’assumir bé això que se’n diu el risc. Pagar amb la pròpia persona, és a dir, no pot ser que al meu país domini la idea de: “ens aixequem tots però hi aneu vosaltres”. No. El que hi ha d’haver és molta gent que es posi al davant. O bé que es posi contra aquest pensament cientista, és a dir, contra l’essència deslligada de la profunditat humana, contra el determinisme.” Jordi Pujol, “Mounier en el context polític i intel·lectual català dels anys cinquanta”, Discurs en la Casa de Cultura de Girona, 11 de novembre de 2008. (8) En noviembre del 2008 tuvo lugar una curiosa polémica entre los mounieristas catalanes (son legión) y un periodista, Alfons Quintá, que desde el Diari de Girona se atrevió a seguir el rastro procomunista de Mounier y a contrastarlo con el "Mounier de Pujol". Los mounieristas‐pujolistas acusan a Quintá de no haber leído las tres mil quinientas y tantas páginas de la obra completa del francés, pero yo creo que diletantismo aparte, hay algo contradictorio en ese afán de Pujol por una figura que ‐‐simplificaciones aparte‐‐ teóricamente proponía una tercera vía (persona vs individuo y vs colectivismo) pero en la práctica acabó defendiendo muchas de las posiciones del socialismo. (9) Jordi Pujol, “Mounier en el context polític i intel·lectual català dels anys cinquanta”, Discurs en la Casa de Cultura de Girona, 11 de novembre de 2008. (10) Pujol entrevistado por Pablo Planas, en ABC, 24.10.2004. (11) Valentí Puig, “Largos adioses de Pujol”, en ABC, 26.06.2003 (12) Joan Ferrán, “Cuando Pujol citó a Mounier”, en El Mundo, 12.11.1999