EL PRINCIPIO DE LEGALIDAD EN LA NUEVA CONSTITUCION POLITICA DEL ESTADO LUIS ALBERTO ARAOZ VILLENA I. INTRODUCCION A partir del 31 de diciembre de 1993 rige en nuestro país una nueva Carta Política, que ha sido elaborada por el Congreso Constituyente Democrático elegido por el pueblo en las elecciones del mes de noviembre de 1992, y posteriormente aprobada en el Referéndum Popular realizado el 31 de octubre de 1993. Son materia de estos comentarios las normas relacionadas con el Principio de Legalidad, que están incluidas en el Capítulo IV del Título III de la nueva Constitución, referente al Régimen Tributario y Presupuestal del Estado. El análisis se limitará a los aspectos sustantivos del referido Principio. No se verán, por lo tanto, los aspectos adjetivos o procesales del mismo, o sea, las acciones constitucionales de garantía. Ahora bien, consideramos que antes de formular tales comentarios, es necesario recordar algunas ideas sobre la Potestad Tributaria, cuyo ejercicio se relaciona directamente con el tema que se va a desarrollar. Al respecto, Héctor B. Villegas, (1) señala que, “la Potestad Tributaria es la facultad que tiene el Estado de crear unilateralmente tributos, cuyo pago será exigido a las personas sometidas a su competencia tributaria especial”. Esta potestad se debe a que los grupos sociales siempre tienen necesidades que sólo se pueden satisfacer mediante la obtención y utilización de recursos públicos, de los cuales los más importantes son los que el Estado obtiene directamente del patrimonio de los integrantes de la propia sociedad, es decir, los tributos. Por esa razón, en el mundo contemporáneo no puede existir una sociedad debidamente organizada, si el Estado no está dotado, por sus normas constitucionales, 55 de la capacidad de establecer, y exigir coactivamente de ser necesario, el cobro de tributos. Esta regulación a nivel constitucional es imprescindible, con el objeto de evitar que esta potestad, tan importante para los fines del Estado, pueda ser dejada sin efecto por una norma con simple rango de ley. En virtud de lo anterior, es natural también, entonces, que como contrapeso de ese poder estatal, los individuos que integran una sociedad organizada tengan los medios jurídicos necesarios para poder defenderse tanto de la creación indebida, como de la exigencia, asimismo indebida, de tributos, y que tales mecanismos jurídicos también estén regulados por normas con rango constitucional. De otra parte, debe recordarse que las constituciones de los países democráticos siempre consagran como un derecho de las personas el respeto a la propiedad, y que el cobro de tributos constituye precisamente una cercenación de una parte de esa propiedad para entregársela al Estado. Por consiguiente, es necesario que un derecho garantizado constitucionalmente, como es la propiedad, cuente con mecanismos de defensa de ese mismo rango jurídico, con el objeto de impedir el uso incorrecto de la Potestad Tributaria. Estos medios de defensa son los llamados Principios de Imposición Fiscal. En la Constitución de 1979, la Potestad Tributaria estuvo consagrada en forma explícita y de manera directa en su artículo 77, que señaló que todos tienen el deber de pagar los tributos que les corresponden y de soportar equitativamente las cargas establecidas por la ley para el sostenimiento de los servicios públicos. La actual Constitución menciona ex- 56 presamente esta facultad en su artículo 74, cuando señala que, el Estado, al ejercer la Potestad Tributaria, debe respetar los principios de reserva de la ley, y los de igualdad y respeto de los derechos fundamentales de las personas, y que ningún tributo puede tener efecto confiscatorio. Sin embargo, a diferencia de la Constitución de 1979, no lo hace señalando expresamente un deber a los ciudadanos, sino estableciendo simplemente dicha Potestad, y reconociendo, de otra parte, los derechos de los contribuyentes a través de los Principios de Imposición Fiscal. II. EL PRINCIPIO DE LEGALIDAD Para la doctrina tributaria, el Principio de Imposición Fiscal más importante es el Principio de Legalidad. Si bien se ha discutido que varios de los demás principios sobre esta materia no son obligatorios para el Estado, sino que son meras recomendaciones al legislador, en lo que siempre ha existido unanimidad para la doctrina fiscal tanto nacional como extranjera es en que la Legalidad es un principio constitucional de cumplimiento obligatorio para las autoridades. Esto, en función de que el Principio de Legalidad es el pilar fundamental de la Seguridad Jurídica. Por esa razón, para el Derecho Constitucional Tributario, los aspectos más importantes de los hechos generadores de las obligaciones tributarias siempre deben estar claramente regulados por la ley. Si ello no fuera así, se producirá entonces, una total inseguridad jurídica en la que primarán el abuso y la sorpresa en perjuicio del contribuyente. Los orígenes del Principio de Legalidad, entendido éste en su acepción más amplia, se remontan a la Edad Media. Así, en el año 1215 los nobles ingleses, apoyados por el Clero y por el Rey Felipe II de Francia, en un abierto rechazo al poder divino y absoluto de los gobernantes, y después de cruentas luchas militares, vencieron a Juan Sin Tierra, obligándolo a suscribir la Carta Magna, en la que aquél se comprometió a limitar sus poderes reales y también, entre otras cosas (Artículo XII), a no crear tributos en el futuro, dejando esa potestad en manos del Parlamento, que era el representante de los contribuyentes y al que en el fondo le correspondía esa facultad por limitar sus derechos. De esa forma, se consagró el consentimiento de los contribuyentes en la creación de los tributos que debían pagar. El Principio de Legalidad fue reconocido e incorporado luego en las constituciones de otros Estados de la Edad Media y de la Edad Moderna. Siglos más tarde, dicho Principio evolucionó y se enriqueció con el Principio de Reserva de la Ley, siendo incluido tanto en la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica, como en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en Francia, ambas de fines del siglo XVIII. Actualmente, el Principio de Legalidad es la columna vertebral de toda constitución contemporánea que preconice la división de poderes del Estado y el respeto de los derechos fundamentales de la persona, como el derecho a la propiedad, cuya regulación corresponde a la ley. En los tiempos actuales, el Principio de Legalidad puede verse desde dos puntos de vista jurídicos distintos. El primero de ellos está vinculado a la necesidad de que los tributos sean creados, modificados o derogados siempre mediante una ley; y el segundo está íntimamente relacionado con los orígenes históricos del Principio de Legalidad, es decir, con la representación de los contribuyentes en la función de crear o establecer los tributos. Dino Jarach (2) dice sobre el particular que “el Principio de Legalidad es el resultado del encuentro y combinación de dos principios, el primero expresado en el aforismo “nulum tributum sine lege” refleja la existencia de una ley formal en materia tributaria; el segundo se conoce habitualmente con el aforismo de origen anglo estadounidense, inspirado en la representación del pueblo en las tareas legislativas, “no taxation without representation”. En cualquiera de estas dos vertientes se le otorga a los contribuyentes la garantía de que la Potestad Tributaria será ejercida por los entes públicos de acuerdo con el marco jurídico formal que la Constitución señala para tal efecto. Por esa razón, esta garantía no está referida a que las normas tributarias tengan que ser justas o técnicamente correctas, lo que no estaría exento en cada caso de generar discusiones cargadas con argumentos de orden subjetivo. La garantía pretende, más bien, centrarse en constataciones objetivas del incumplimiento por parte de los órganos del Estado de las pautas constitucionales sobre la materia. Veamos, ahora, cuales son estas normas sobre el Principio de Legalidad en la nueva Constitución. 1) Normatividad a través de la Ley Trataremos, en primer lugar, el aspecto del Principio de Legalidad relacionado con la necesidad de que siempre sea la ley la que regule las materias tributarias. Al respecto, la primera parte del artículo 74 de la nueva Constitución estable- 57 ce que, “los tributos se crean, modifican o derogan, o se establece una exoneración exclusivamente por ley...” El antecedente inmediato de este dispositivo fue el primer párrafo del artículo 139 de la Constitución de 1979, basado a su vez en toda la teoría sobre el Principio de Legalidad. administración o de cobranza de tributos de los distintos niveles del Estado puedan, sobre todo, crear tributos. Esto alcanza tanto a los órganos del Poder Ejecutivo como a cualquier otro que conforme a la misma Constitución esté facultado para administrar y cobrar tributos. Del artículo 74 surge, en primera instancia, de acuerdo con sus antecedentes, la prohibición absoluta, a nivel constitucional, de que a través de actos administrativos se regulen las cuestiones sustantivas tributarias. Ahora bien, se señaló anteriormente que las materias que deben ser reguladas por la ley, son las relativas a las cuestiones sustantivas tributarias. Esto se debe a que el artículo 74 de la Constitución establece el tratamiento “por ley” de “los tributos”. Sobre el particular debe tenerse presente que el Estado tiene, entre sus atribuciones, tanto la de crear las normas jurídicas como la de aplicarlas. En el primer caso, tal como señala José Pedro Montero Traibel, (3) el Estado actúa en el plano abstracto o ideal, dictando normas generales, antes de que ocurran los hechos materia de la regulación, mientras que en el segundo actúa en el plano concreto o real, respecto de cada individuo y de cada situación, y después de que han ocurrido los hechos normados. En materia fiscal, en el primer caso, el Estado, a través de los Poderes autorizados por la misma Constitución, hace uso de la Potestad Tributaria para dictar las normas jurídicas que establecen cuáles son los hechos afectos al pago de tributos, mientras que en el segundo, el Estado, a través de sus respectivos órganos de administración y de ejecución, determina o constata, luego de ocurridos los hechos afectos a tributación, quién es la persona que debe realizar el pago, así como cuál es el importe de la deuda, y finalmente, a su vencimiento, exige el pago de la misma. El objetivo del Principio de Legalidad es, por lo tanto, impedir que sin existir una ley que lo autorice, los órganos de 58 Téngase presente al respecto, que la obligación de pago de los tributos se origina por la realización, por parte de una persona, de un evento o hecho real, previamente establecido, que la doctrina tributaria denomina Hecho Imponible, el cual tiene distintos aspectos, como son la descripción del hecho gravado mismo (aspecto material), el sujeto acreedor y el sujeto deudor del tributo (aspecto personal), el momento del nacimiento de la obligación (aspecto temporal), y el lugar de su acaecimiento (aspecto espacial). Ninguno de estos aspectos, en especial la descripción del hecho gravado y la de los sujetos involucrados en la relación tributaria, puede ser normado por los órganos de administración o de cobranza de los tributos, sino que necesariamente debe estar regulado por la ley. Lo mismo ocurre con la base imponible y con la alícuota del impuesto, por la importancia que tienen como elementos materiales imprescindibles para la posterior determinación y cobro de los tributos. Sergio F. de la Garza (4) señala al respecto que, “el Principio de Legalidad significa que la ley que establece el tributo debe definir cuáles son los elementos y supuestos de la obligación tributaria, esto es, los hechos imponibles, los sujetos pasivos de la obligación que va a nacer, así como el objeto y la cantidad de la prestación; por lo que todos esos elementos no deben quedar al arbitrio o discreción de la autoridad administrativa. La Ley debe establecer también las exenciones”. Todo lo expresado anteriormente es fundamental para la Seguridad Jurídica, pues el Hecho Imponible como institución del Derecho Tributario Material o Sustantivo es prácticamente el centro del Derecho Tributario. Por esa razón, en la medida que la Constitución asegure que principalmente la creación de los tributos, y luego, que la modificación, derogación o exoneración de éstos estén regulados siempre por una ley, con exclusión de los órganos de administración y de cobranza de tributos, estará con ello garantizado el uso correcto de la Potestad Tributaria, al menos desde el punto de vista formal, como se ha indicado anteriormente. Ahora bien, el Código Tributario, según su texto aprobado por el Decreto Legislativo N° 773 de 30 de diciembre de 1993, precisa aún más los alcances del Principio de Legalidad, cuando la Norma IV de su Titulo Preliminar señala que, sólo por ley o por Decreto Legislativo, en caso de delegación de facultades, se puede: a) Crear, modificar y suprimir tributos; señalar el hecho generador de la obligación tributaria, la base para su cálculo y la alícuota; el acreedor tributario; el deudor tributario y el agente de retención o percepción, sin perjuicio de lo establecido en el artículo 10 de dicho Código; b) conceder exoneraciones y otros beneficios tributarios; c) normar los procedimientos jurisdiccionales, así como los administrativos en cuanto a derechos o garantías del deudor tributario; d) definir las infraccio- nes y establecer sanciones; e) establecer privilegios, preferencias y garantías para la deuda tributaria; y f) normar formas de extinción de la obligación tributaria distintas a las establecidas en dicho Código. Estas normas del Código Tributario sobre el Principio de Legalidad son importantes, porque lo aclaran con mayor puntualidad, pero pueden ser variadas por otras normas legales posteriores debido a que no tienen rango constitucional mismo. De ahí su importancia, como ya se ha indicado anteriormente. Precisado lo anterior, es importante señalar que, el Principio de Legalidad no sólo busca impedir la regulación de las cuestiones sustantivas tributarias por parte de los órganos de administración y de cobranza de los tributos, sino que trata de evitar también que ello ocurra a través de disposiciones con carácter general, no individual, pero con rango inferior a la ley, como es el caso de los reglamentos. A esto, la doctrina lo denomina Principio de Reserva de la Ley. Eugenio Simón Acosta (5) dice al respecto que “el principio de reserva de ley es un principio que se refiere a las relaciones entre la ley y las demás normas jurídicas que no tienen rango de ley”, y que, “el significado primario de la reserva de ley es que una materia, en nuestro caso la tributaria, tiene que regularse por ley y no por reglamento”. César Luna-Victoria (6) señala sobre el mismo tema que el Principio de Reserva de la Ley es una expresión del Principio de Legalidad, el cual debe ser reexpresado como un concepto mayor que exige que las normas sean producidas conforme al diseño constitucional, como se verá más adelante. En el Perú tenemos que, según el inciso 8) del artículo 118 de la Constitu- 59 ción, “corresponde al Presidente de la República: ejercer la potestad de reglamentar las leyes sin transgredirías ni desnaturalizarías;...”. Según este inciso 8), el Poder Ejecutivo, a través del Presidente de la República, tiene la facultad de desarrollar, precisar y complementar las leyes. Sin embargo, en virtud del Principio de Reserva de la Ley, el Presidente de la República debe cuidar de no transgredir ni desnaturalizar las leyes fiscales creando tributos, pues, en ese caso violaría tanto el inciso 8) del artículo 118 como el artículo 74 de la nueva Constitución. De acuerdo con lo expresado, el Principio de Legalidad se infringe, entonces, en los casos en que un reglamento fija cualquiera de los elementos materiales esenciales de un tributo, como pueden ser, la descripción del hecho gravado, el contribuyente, la materia imponible o la tasa del tributo. En cambio, no se produce tal infracción si la ley establece, por ejemplo, los montos máximos de la tasa progresiva de un tributo determinado, facultando al reglamento a fijar los distintos escalones de la misma. En este último caso, obviamente, al actuar el reglamento dentro del límite máximo fijado por la ley, no hace sino completar los alcances de la norma legal, dándose así cabal cumplimiento al Principio de Legalidad. 2) Representación Popular Veamos, ahora, el segundo aspecto del Principio de Legalidad, o sea, el relacionado con la representación de los contribuyentes en materia tributaria. Al respecto, el primer párrafo del artículo 45 de la Constitución reconoce que el poder del Estado emana del pueblo y que quienes lo ejercen lo hacen con las 60 limitaciones y las responsabilidades que la Constitución y las leyes establecen. En este caso, se trata fundamentalmente de la designación, que hace la Constitución, del ente estatal encargado de la regulación de los respectivos tributos, en la medida que las personas que integran dicho ente han sido elegidas por el pueblo. Es una consecuencia del principio de la división o separación de los poderes entre los distintos órganos del Estado, que consagra la parte final del artículo 43 de la Constitución. El Principio de Legalidad, así entendido, garantiza al contribuyente que no se le pueda aplicar un tributo sin que éste haya sido establecido por el órgano competente señalado para tal efecto por la propia Constitución. Ahora bien, hasta antes de la Carta Magna, como se ha visto anteriormente, la función de regular los tributos le correspondía exclusivamente al gobernante, es decir, a lo que ahora es el Poder Ejecutivo, pues no había separación de poderes. Luego de dicho documento, pasó a ser una función del Parlamento, o sea, del Poder Legislativo, y así ocurrió hasta que las más recientes teorías del Estado consideraron que en circunstancias especiales, sobre todo cuando la celeridad es imprescindible, el Poder Ejecutivo también debe estar facultado para crear tributos. En el mismo sentido, los Gobiernos Locales deben, asimismo, estar facultados para regular determinados tributos dentro de su respectiva jurisdicción. De acuerdo con ello, el primer párrafo del artículo 74 de la nueva Constitución establece que “los tributos se crean, modifican, derogan, o se establece una exoneración, exclusivamente por ley o decreto legislativo en caso de delegación de facultades, salvo los aranceles y tasas que se regulan mediante decreto supremo”. Luego, el segundo párrafo del mismo artículo indica que “los gobiernos locales pueden crear, modificar y suprimir contribuciones y tasas o exonerar de éstas, dentro de su jurisdicción y con los límites que señala la ley”. Los antecedentes inmediatos de este artículo 74 son: el primer párrafo del artículo 139 de la Constitución de 1979, en cuanto al tratamiento de los tributos por ley; el artículo 188 de esa norma, respecto a la regulación de los mismos mediante Decreto Legislativo; el inciso 22) del artículo 211 de la citada Carta Política con relación a las tarifas arancelarias; y el cuarto párrafo de su artículo 139 para la tributación municipal. Analicemos a continuación estas facultades otorgadas por el artículo 74. a) Facultades del Poder Legislativo Esta facultad referida a la creación, modificación, derogación o exoneración de tributos, que debe hacerse siempre mediante una ley, está dentro de los alcances del Principio de Legalidad, tal como éste fue concebido desde sus orígenes por la Carta Magna. Se trata de una facultad originaria del Poder Legislativo. Armando Zolezzi Möller (7) señala acertadamente al respecto que el Poder Tributario es originario cuando nace y es reconocido como tal por la Constitución, que distribuye los poderes dentro de los distintos niveles del Gobierno y disciplina su ejercicio. En este caso, la titularidad de la facultad le es otorgada al Poder Legislativo directamente por la Constitución. Es una facultad propia para crear tributos como señalan José Luis Pérez de Ayala y Eusebio Gonzales. (8) Por esa razón, inclusive, puede delegarla en otro poder del Estado, como se verá más adelante. Este es el caso más importante de uso de la Potestad Tributaria, ya que comprende todas las situaciones no excepcionales que contempla el mismo artículo 74. Además, se aplica en todo el territorio nacional. Esta facultad ha sido asignada por la Constitución en favor del poder que representa al pueblo en la forma más directa, porque como se señaló anteriormente, los tributos cercenan una parte de la propiedad individual, con el objeto de obtener los recursos que sirvan para satisfacer las necesidades públicas. Al respecto, el inciso 16) del artículo 2 de la Nueva Constitución consagra el derecho que tiene toda persona a la propiedad, y el artículo 70 de la misma señala que el derecho de propiedad es inviolable que el Estado lo garantiza y que se ejerce en armonía con el bien común y dentro de los límites de la ley. Es indudable, entonces, el vinculo que existe entre el derecho a la propiedad que tienen los particulares y el derecho al cobro de tributos por parte del Estado. Por esa razón, resulta lógico que ambos derechos sean regulados constitucionalmente, y que sea el Congreso de la República el encargado de normar de manera originaria la materia tributaria, especialmente respecto de los impuestos, que constituyen la categoría más importante de ellos. Un caso evidente de violación del Principio de Legalidad en nuestro país, por haber sido creado un tributo por una autoridad distinta al Parlamento, fue el 61 ocurrido entre la Compañía Cervecera del Sur S.A. y el Concejo Provincial del Cuzco. En ese caso, dicho concejo Provincial, mediante el Edicto Municipal N° 002A-CPC-SG, estableció un derecho municipal a cargo de esa compañía, por el uso de vías públicas por la instalación de redes de agua y el aprovechamiento de la canalización municipal para su desagüe industrial. Tal derecho municipal se fijó con la tasa de 9% sobre el precio de venta en fábrica de cada botella de cerveza. La Compañía Cervecera del Sur S.A. interpuso una acción de amparo ante el Poder Judicial contra el referido edicto, acción que llegó hasta el Tribunal de Garantías Constitucionales, que consideró que, si bien el artículo 139 de la Constitución de 1979 permitía a los gobiernos locales crear, modificar o suprimir contribuciones, arbitrios o derechos, debían ejercer esta facultad conforme a ley, lo que suponía entender que “el tributo solamente nace por ley, la misma que sólo puede ser dada por el Parlamento, por ser de su exclusiva atribución a la vez que excluyente respecto de toda otra autoridad”. El Tribunal se basó, también, en que conforme al inciso 4° del artículo 92 de la Ley Orgánica de Municipalidades, los derechos municipales son los tributos obligatorios que deben pagar los contribuyentes, como contraprestación de un servicio que la Municipalidad les brinda, por el uso o aprovechamiento de bienes públicos o municipales, situación jurídica que no se daba con la imposición que contenía el edicto impugnado, pues la Compañía Cervecera del Sur S.A. no utilizaba bienes de propiedad municipal. Por esa razón, el Tribunal consideró, asimismo, que el gravamen establecido, en realidad, constituía un impuesto obligatorio que 62 gravaba con la tasa de 9% el precio de venta de cada botella de cerveza, es decir, un tributo individualizado ajeno al derecho municipal. Como se puede apreciar, esta actitud del Concejo Provincial del Cuzco constituyó una evidente violación del Principio de Legalidad, porque dicho Concejo, invocando una facultad constitucional respecto de la creación de derechos que no tenía, estableció un impuesto que únicamente podía ser implantado mediante una ley del Congreso de la República. b) Facultades del Poder Ejecutivo (i) Facultades Delegadas del Poder Ejecutivo La segunda parte del primer párrafo del artículo 74 de la nueva Constitución regula la delegación de facultades en materia tributaria, por ley del Parlamento, en favor del Poder Ejecutivo. Esta delegación de facultades ya existió en la Constitución de 1979, aunque no referida específicamente a la materia tributaria, como ocurre ahora. En esa oportunidad se trató de un cambio sustancial respecto de la Constitución Política de 1933 que fue recogido de otras Constituciones modernas que optaron por otorgar facultades delegadas al Poder Ejecutivo, que por su funcionamiento mucho más dinámico está más cerca de las cuestiones tributarias que el Parlamento. En efecto, en el Perú, son los órganos del Poder Ejecutivo los encargados de administrar y cobrar los tributos, y es el Ministerio de Economía y Finanzas el que diseña la Política Fiscal y la Política Económica en general, lo que lo lleva a conocer de primera fuente las necesidades del Estado para la obtención de los recursos que necesita a través de los tributos. Además, el Poder Ejecutivo está en capacidad de dictar las normas legales necesarias con mayor rapidez que el Poder Legislativo. Por esas razones, en aras de una mayor celeridad en la creación, modificación y supresión de los tributos, así como el dictado de las exoneraciones respecto de ellos, esta innovación resultó y es totalmente acertada. Es importante señalar que, sin duda, esta delegación de facultades en favor del Poder Ejecutivo no transgrede el Principio de Legalidad, pues, desde el punto de vista de la representación popular, dicho Principio se cumple en la medida que la potestad tributaria es ejercida por el órgano del Estado señalado para tal efecto por la misma Constitución. Al respecto, Humberto Medrano, (9) comentando el artículo 188 de la Constitución de 1979, señaló que, “en estos casos el Principio de Legalidad se conserva de una forma que puede calificarse como “mediata”, desde que las atribuciones legislativas han sido delegadas por el Parlamento que es el titular de la potestad, de manera que el poder administrador no actúa con ese carácter sino que está legítimamente investido con atribuciones legislativas”. Además de lo expresado, no debe olvidarse que el Presidente de la República, que es la cabeza del Poder Ejecutivo, es elegido en nuestro país por el voto popular, con lo que se cumple en este caso la representación de los contribuyentes en la creación y regulación de los tributos. El indicado artículo 74, en la parte que estamos comentando, debe concordarse con el artículo 104 de la misma Constitución, que está ubicado en el Capítulo II de su Título IV, sobre la Función Legisla- tiva. Este artículo 104 regula de manera general la delegación de facultades en favor del Poder Ejecutivo, por lo que complementa el artículo 74, que es especifico para la materia tributaria, en lo que resulte pertinente. Sobre el particular, como ya se ha indicado, debe recordarse que el artículo 139 de la Constitución Política de 1979, que es el antecedente inmediato del artículo 74 de la actual Constitución, no mencionó esta delegación de facultades específica en favor del Poder Ejecutivo. Sin embargo, el artículo 188 de esa Constitución, sí la mencionó, siendo su texto muy similar al actual artículo 104. Ahora bien, el primer párrafo de este artículo 104 establece que “el Congreso puede delegar en el Poder Ejecutivo la facultad de legislar, mediante decretos legislativos, sobre la materia específica y por el plazo determinado establecidos en la ley autoritativa”. Esta disposición es importante porque señala en forma precisa cuál es el instrumento jurídico que debe utilizar el Poder Ejecutivo para hacer uso de esta Potestad Tributaria Delegada, dicho instrumento es el decreto legislativo. De otra parte, este primer párrafo, recogiendo la esencia de la delegación de facultades, no sólo obliga a que la ley autoritativa establezca claramente los alcances de aquella en cuanto a la materia y el plazo, sino que determina que el incumplimiento del Poder Ejecutivo al respecto significa la violación del Principio de Legalidad. La norma establece, pues, el marco jurídico del cual el Poder Ejecutivo no puede salirse. Luego, tenemos que este artículo 104 señala también, en su tercer párrafo, que “los decretos legislativos están sometidos, en cuanto a su promulgación, publi- 63 cación, vigencia y efectos a las mismas normas que rigen para la ley”, lo que no ofrece problemas, pues únicamente pretende que el instrumento jurídico empleado para la delegación de facultades sea igual a la ley en cuanto se refiere a los aspectos indicados; y finalmente, en su cuarto párrafo, que es una innovación respecto al artículo 188 de la Constitución de 1979, establece que, “el Presidente de la República da cuenta al Congreso o a la Comisión Permanente de cada decreto legislativo”. Esto último es particularmente importante en lo que atañe a la materia tributaria que nos ocupa, porque obliga en todos los casos a que el Poder Ejecutivo informe al Poder Legislativo sobre las normas expedidas, a efecto de que este último adopte las disposiciones que estime conveniente. Esto refuerza de manera evidente al Principio de Legalidad, porque establece que, en última instancia, corresponderá al Parlamento decidir si dicta una nueva disposición que deje sin efecto o modifique lo regulado por el Poder Ejecutivo, o si simplemente lo convalida con su silencio. (ii) Facultades originarias del Poder Ejecutivo Como ya se ha indicado, al final de la primera parte del primer párrafo del artículo 74 de la nueva Constitución, se establece que, los aranceles y las tasas “se regulan mediante Decreto Supremo”. Esta es una facultad originaria del Poder Ejecutivo, porque la Constitución ha puesto la titularidad de la misma directamente en manos de dicho poder, sin restricción, condición o procedimiento alguno. Es un caso distinto al de las facultades originarias del Poder Legislativo y al de las facultades delegadas del Poder Ejecutivo, que se han visto anteriormente. 64 A nuestro juicio, esta disposición ha debido ser totalmente concordante con lo dispuesto por el inciso 20) del artículo 118 de la nueva Constitución, que señala que, es atribución del Presidente de la República regular las tarifas arancelarias. Sin embargo, este inciso 20) poniendo de manifiesto una evidente falta de técnica legislativa, omitió mencionar las tasas. No obstante tal deficiencia, consideramos que el Poder Ejecutivo también tiene potestad tributaria respecto de las tasas, porque el texto del artículo 74 es claro en ese sentido. Lo nuevo de la disposición es que la Constitución de 1979 sólo incluía las tarifas arancelarias. Ahora, se menciona también las tasas. Humberto Medrano Cornejo, (10) que comentó el inciso 22) del artículo 211 de la Constitución de 1979, que en términos similares otorgó esta facultad al Presidente de la República respecto de las tarifas arancelarias, señaló acertadamente en esa oportunidad que “la excepción contenida en el inciso mencionado tiene su origen en el carácter complejo y especializado de la materia aduanera y en la fluidez con que -en ocasiones- deben manejarse las mencionadas tarifas. En este caso el constituyente ha optado por lo que entiende pragmático en desmedro del principio y como quiera que la atribución presidencial fluye de la Constitución, tiene que entenderse que esta facultad representa una excepción al principio general, de manera que la atribución conferida al Presidente significa que sus decisiones sobre esta materia son constitucionales”. Respecto al contenido de esta facultad, se ha discutido si el “regular” las tarifas arancelarias sólo permite reducirlas o aumentarlas, o también crearlas o derogar- las. Luis Hernández Berenguel, (11) indica sobre el particular que, “bajo una interpretación del término “regular” en su sentido más amplio, se podría sostener que el Presidente de la República también está facultado para crear o suprimir tarifas arancelarias”, y que, “en efecto, regular significa medir, ajustar o computar por comparación o deducción y también ajustar, reglar o poner en orden una cosa”. Coincidimos plenamente con esta opinión por los mismos fundamentos expresados por Luis Hernández, y también porque muchas veces la reducción o el aumento de las tarifas arancelarias puede tener tal magnitud que, en la práctica, ello constituiría su derogación o su creación, con lo que negar facultades para esto último carecería de sentido. Con relación a lo dispuesto por la nueva Constitución sobre las tasas, debe recordarse que éstas son una especie de tributo, cuyo hecho generador siempre se relaciona con una actividad que el Estado realiza directamente en favor del contribuyente. Por ello, en las tasas el cobro está vinculado a la recuperación de los costos que demande la prestación del servicio estatal. En consecuencia, en una economía dinámica como pretende ser la nuestra, es importante que el monto de estos tributos se actualice prácticamente en el mismo momento en que los costos varíen, lo que en la práctica no se lograría si esta facultad requiriera para su ejercicio de una ley del Congreso. que, por Decreto Supremo refrendado por el Ministro de Economía y Finanzas, y, en su caso, por el Ministro del Sector correspondiente, se puede actualizar la cuantía de las tasas a fin de mantener su valor. c) Facultades de los Gobiernos Locales Más adelante, el mismo artículo 74 que nos ocupa, señala que, “los Gobiernos Locales pueden crear, modificar y suprimir contribuciones y tasas, o exonerar de éstas, dentro de su jurisdicción y con los límites que señala la ley”. La Potestad Tributaria otorgada por la Constitución a las Municipalidades es sumamente importante para que éstas puedan obtener recursos y así atender los gastos en que incurran dentro de su jurisdicción. Armando Zolezzi, (12) dice sobre el particular que, “las municipalidades únicamente podrán satisfacer las necesidades públicas de su colectividad en la medida que se les garantice una adecuada fuente financiera y, en países como los nuestros, no hay otra que no sea la tributaria, tanto por tributos de aplicación local como en la participación en el rendimiento de tributos nacionales”. En tal virtud, consideramos acertado haber otorgado esta facultad al Poder Ejecutivo que, por su propia naturaleza, actúa mucho más rápido que el Parlamento. En nuestro concepto, esta Potestad Tributaria de los Gobiernos Locales es de carácter originario. Cada Municipalidad tiene un derecho propio para regular los tributos respecto de los cuales la Constitución le ha otorgado competencia. No se trata en este caso de que algún otro poder u órgano del Estado delegue sus facultades en favor de los Gobiernos Locales para que éstos la ejerciten en cada oportunidad. De esta manera se ha salvado también el exceso en que incurriera el último párrafo de la Norma IV del Título Preliminar del Código Tributario, que establece Lo que ocurre es que esta Potestad es más limitada que la también originaria del Poder Legislativo, pues no incluye la facultad de regular impuestos, como se 65 verá más adelante. Inclusive, en ese sentido es más limitada que las facultades delegadas del Poder Ejecutivo tratadas con anterioridad. Además, para hacer uso de la Potestad Tributaria conferida, los Gobiernos Locales debe actuar dentro del marco de la ley respectiva, como señala la última parte del párrafo bajo comentario. Dicho marco en este caso está constituido por la Ley N° 23853, que es la vigente Ley Orgánica de Municipalidades y por el recientemente dictado Decreto Legislativo N° 776. Sobre el contenido del artículo 74 respecto de esta materia, debemos mencionar que la terminología utilizada es mucho más adecuada que la que empleó el cuarto párrafo del artículo 139 de la Constitución de 1979, que es el antecedente inmediato de la norma bajo comentario. Dicho artículo 139 se refirió a las “contribuciones, arbitrios y derechos”, a diferencia del artículo 74 que menciona a las “contribuciones y tasas”. Se trata de un acierto, porque según la doctrina tributaria tradicional, los tributos constituyen un género, cuyas tres especies son los impuestos, las contribuciones y las tasas. De todos ellos, la Constitución de 1979 excluyó de la Potestad Tributaria Municipal, como ahora, los impuestos, cuya facultad de creación fue reservada en favor de los Poderes Centrales del Estado, e incluyó, también como ahora, las contribuciones. Sin embargo, de las tasas sólo comprendió los arbitrios y los derechos, cuando debió mencionar todas las tasas. Ello motivó que cuando la antes indicada Ley Orgánica de Municipalidades incluyera en la Potestad Tributaria Municipal las licencias, se cuestionara tal inclusión, por considerársele técnicamente inconstitucional, observación que compartimos. 66 Ahora, no hay duda que los únicos tributos no comprendidos en esta Potestad son los impuestos, y resulta claro también que los Gobiernos Locales pueden crear todo tipo de contribuciones y de tasas. Por último sobre este artículo 74 en cuanto se refiere a la Potestad Tributaria Municipal, debe señalarse que su texto también es más preciso respecto al ámbito geográfico en que las Municipalidades pueden hacer uso de esta facultad, pues señala expresamente que la atribución únicamente puede aplicarse dentro de la jurisdicción de cada uno de los Gobiernos Locales, lo que no fue consignado en la Constitución de 1979. El artículo 74 en comentario debe concordarse con el inciso 3) del artículo 192 de la misma Constitución, ubicado en el Capítulo XIV de su Título IV, sobre el Régimen de las Municipalidades, que dice que éstas tienen competencia para “crear, modificar y suprimir contribuciones, tasas, arbitrios, licencias y derechos municipales”. Este inciso 3), en realidad, sólo ha tratado de repetir los conceptos ya definidos y precisados en el artículo 74. Sin embargo, nuevamente puede apreciarse aquí la falta de una adecuada técnica de redacción, porque en este inciso 3) se confunden los géneros tributarios con las especies. Hubiera bastado con mencionar las contribuciones y las tasas, pues los arbitrios, licencias y derechos son tan sólo especies de tasas, como se ha indicado anteriormente. También incurre en el error de haber omitido la mención de que la Potestad Tributaria debe ejercitarse en este caso “con los límites que señala la ley” como establece el artículo 74. De otra parte, el inciso 2) del artículo 193 de la Constitución confirma la Potestad Tributaria del Gobierno Central res- pecto a la creación de determinados impuestos que constituyen rentas en favor de las Municipalidades, como el impuesto predial, por ejemplo, mientras que el inciso 3) del citado artículo 193 vuelve a incurrir en el error del mismo inciso del artículo anterior, cuando indica que son rentas de las Municipalidades “las contribuciones, tasas, arbitrios, licencias y derechos de su competencia, creados por su Concejo”. Debe observarse que la Constitución no precisa cuál es el instrumento jurídico que deben utilizar los Gobiernos Locales para hacer uso de esta Potestad Tributaria. Desde un punto de vista técnico, estimamos que hubiera sido preferible que sí lo señalara como ha ocurrido en los casos de las facultades concedidas a los otros entes estatales. De cualquier forma, la omisión no es insalvable porque puede considerarse que tal designación la debe hacer la ley marco respectiva. Al respecto, el artículo 94 de la vigente Ley Orgánica de Municipalidades establece que tal instrumento jurídico es el Edicto Municipal, y que si se trata de Edictos de las Municipalidades Distritales, éstos deben ser ratificados por el Concejo Provincial para su vigencia. El artículo 95 de la misma ley agrega que los Edictos deben publicarse en el diario oficial “El Peruano” o en el diario encargado de las publicaciones judiciales de la jurisdicción correspondiente, y que si no se hace la publicación en el diario oficial “El Peruano”, la Municipalidad debe remitir copia autenticada de la respectiva publicación al Tribunal Fiscal para su conocimiento. Si no se cumplen estos requisitos, el Edicto no entrará en vigencia. Esto reafirma, pues, el carácter formal del Principio de Legalidad. Por último, debe tenerse presente que el recientemente promulgado Decreto Legislativo N° 776 pone el marco normativo para las contribuciones y las tasas municipales, dando así cumplimiento a lo establecido por el artículo 74. Así, el artículo 60 de dicho Decreto Legislativo establece las siguientes normas generales: a) que la creación y modificación de tasas y contribuciones se aprueban por Edicto; b) que para la supresión de tasas y contribuciones las municipalidades no tienen ninguna limitación legal; y c) que los Edictos Municipales que crean tasas deberán ser prepublicados en medios de prensa escrita de difusión masiva de la circunscripción, por un plazo no menor de treinta días antes de su entrada en vigencia. De otra parte, el artículo 61 del citado Decreto Legislativo, modificando lo dispuesto por el artículo 93 de la Ley Orgánica de las Municipalidades, señala que éstas no podrán imponer ningún tipo de tasa o contribución que grave la entrada, salida y tránsito de personas, bienes, mercaderías, productos y animales en el territorio nacional o que limiten el libre acceso al mercado. En virtud de ello, no está permitido el cobro por pesaje, fumigación, o el cargo al usuario por el uso de vías, puentes y obras de infraestructura y ninguna otra carga que impida el libre acceso a los mercados y la libre comercialización en el territorio nacional. d) Supresión de facultades que otorgaba la Constitución de 1979 (i) Medidas Extraordinarias materia tributaria en Como se recuerda, el inciso 20) del artículo 211 de la Constitución de 1979 67 concedió atribuciones al Presidente de la República para dictar medidas extraordinarias en materia económica y financiera, cuando así lo requiriera el interés nacional y con cargo de dar cuenta al Congreso. Este dispositivo constitucional otorgó al Presidente de la República, dentro de circunstancias excepcionales, una facultad originaria, para regular, entre otras materias, la tributaria. Esta norma salvó un vacío que existió en la Constitución Política de 1933, que hizo necesario que cuando el Poder Ejecutivo deseara contar con una facultad legal en ese sentido, se tuviera que dictar una ley mediante la cual el Congreso delegara determinadas facultades. Este fue el caso, por ejemplo, de la Ley N° 17044 de 20 de junio de 1968, que autorizó al Poder Ejecutivo para dictar medidas extraordinarias para dar solución al desequilibrio estructural de las finanzas públicas, para fortalecer la balanza de pagos y para fomentar el desarrollo integral de la economía. Entre los numerosos Decretos Supremos que se dictaron en uso de estas facultades, se contó el Decreto Supremo N° 287-68-HC de 9 de agosto de 1968, que, entre otras disposiciones, modificó la Ley del Impuesto a la Renta y creó los Impuestos al Valor del Patrimonio Predial y al Patrimonio Accionario. La Constitución de 1979 llenó el vacío indicado mediante el inciso 20) de su artículo 211, cuyo texto, sin embargo, resultó demasiado amplio, pues no precisó las condiciones en que se debía hacer uso de las medidas de urgencia, ocasionando con ello que la mayoría de las disposiciones dictadas por el Poder Ejecutivo resultaran cuestionadas. Ello motivó que a principios del año 1992 se promulgara la Ley N° 25397 que estableció el Control Parlamentario sobre los Actos Normati- 68 vos del Presidente de la República. Dicha Ley señaló una vigencia temporal, por no más de seis meses, de los Decretos Supremos Extraordinarios que debían contener las medidas extraordinarias. Asimismo, indicó que, bajo sanción de nulidad, la parte considerativa de tales Decretos Supremos Extraordinarias debía comprender una exposición de motivos donde, con suficiencia y precisión, se expusieran los hechos de orden económico y financiero y los fundamentos jurídicos que motivaran las medidas extraordinarias, debiendo el Presidente de la República, dentro de las veinticuatro horas posteriores a la publicación del respectivo Decreto Supremo Extraordinario, dar cuenta por escrito al Presidente del Congreso o al de la Comisión Permanente, según fuera el caso. Teniendo en cuenta la experiencia anterior, mediante estas limitaciones se buscó evitar futuros excesos del Poder Ejecutivo, sobre todo en materia tributaria. Actualmente, si bien el inciso 19) del artículo 118 de la nueva Constitución permite al Presidente de la República dictar medidas extraordinarias mediante decretos de urgencia con fuerza de ley, en materia económica y financiera, cuando así lo requiera el interés nacional y con cargo de dar cuenta al Congreso, la primera parte del tercer párrafo de su artículo 74 ha prohibido que los decretos de urgencia contengan materia tributaria. Al parecer, los excesos del Poder Ejecutivo en este campo durante los casi catorce años que rigió la anterior Constitución, han motivado que con un exceso de cautela, el Congreso Constituyente Democrático optara por eliminar esta Potestad Tributaria. En nuestro concepto, si bien es cierto que existieron tales excesos, no puede ne- garse que las medidas extraordinarias en materia tributaria son necesarias para regular situaciones imprevisibles que hagan peligrar la situación fiscal del país cuando el Congreso no esté en funcionamiento o cuando no pueda dictar las disposiciones legales correspondientes con la premura que el caso concreto requiera. Por esa razón, tales medidas han debido mantenerse debidamente reguladas por la propia Constitución. (ii) Potestad Tributaria de los Gobiernos Regionales El tercer párrafo del artículo 139 de la Constitución de 1979, estableció que los Gobiernos Regionales podían crear, modificar y suprimir tributos o exonerar de ellos con arreglo a las facultades que se les delegaran por ley. Esta Potestad Fiscal delegada no llegó a ser utilizada nunca por los Gobiernos Regionales, por no haberse dictado ley específica alguna que los facultara para tal efecto. N° 24650, de Bases de la nalización, tan sólo dio pautas les que delimitaron el marco de cultad. La Ley Regiogeneraesta fa- La actual Constitución mantiene dentro de la Estructura del Estado a los Gobiernos Regionales, señalando en su artículo 197 que las Regiones tienen autonomía política, económica y administrativa en los asuntos de su competencia. Sin embargo, tales Gobiernos ya no tienen facultades para regular tributos, porque el mismo artículo 197 indica que sus bienes y rentas propias se establecen en la Ley, lo que concuerda con el artículo 74 que no incluye a los Gobiernos Regionales dentro de los entes públicos con Potestad Tributaria. La razón de ello es que se ha estimado que resulta suficiente que sean los Poderes Centrales los que los doten de recursos para el cumplimiento de sus fines, posición que compartimos. 69 BIBLIOGRAFIA 1) Villegas, Héctor B., “Curso de Finanzas, Derecho Financiero y Tributario”, Tomo I, Cuarta Edición, Ediciones Depalma, Buenos Aires, año 1987, página 184. 2) Jarach, Dino, “Finanzas Públicas y Derecho Tributario”, Editorial Cangallo, Primera Edición, año 1983, página 316. 3) Montero Traibel, José Pedro, “Sistemas Tributarios - Principios Generales del Derecho Tributario”, en la Revista del Instituto de Derecho Tributario, Volumen N° 9, diciembre de 1985, página 24. 4) De la Garza, Sergio F., “Derecho Financiero Mexicano”, Editorial Porrúa S.A., año 1976, página 271. 5) Simón Acosta, Eugenio, “El Principio de Legalidad o Reserva de Ley Tributaria”, en “Principios Constitucionales Tributarios”, Compilador Eusebio Gonzáles, Universidad Autónoma de Sinaloa-Universidad de Salamanca, México, año 1993, página 149. 6) Luna-Victoria León, César, “La Agonía del Principio de Legalidad”, en la Revista del Instituto Peruano de Derecho Tributario, Volumen N° 23, Diciembre de 1992, página 84. 7) Zolezzi Möller, Armando, “El inciso 20) del artículo 211 de la Constitución y la Tributación”, en la Revista del Instituto Peruano de Derecho Tributario, Volumen N° 10, Junio de 1986, página 16. 8) Pérez de Ayala, José Luis y Gonzales, Eusebio, “Curso de Derecho Tributario”, Tomo I, Segunda Edición, Editorial de Derecho Financiero, página 161. 9) Medrano Cornejo, Humberto, “Acerca del Principio de Legalidad en el Derecho Tributario Peruano”, en la Revista del Instituto Peruano de Derecho Tributario, Volumen N° 12, Junio de 1987, página 5. 10) Medrano Cornejo, Humberto, obra citada, página 9. 70 11) Hernández Berenguel, Luis, “El Principio de Legalidad y las Medidas Extraordinarias que se pueden dictar mediante Decreto Supremo en materia Económica y Financiera”, en Cuadernos Tributarios, Revista de la Asociación Fiscal Internacional (IFA) Grupo Peruano, Lima, Volumen N° 1, Octubre de 1986, página 13. 12) Zolezzi Möller, Armando, “Tributación Municipal”, en la Revista del Instituto Peruano de Derecho Tributario, Volumen N° 20, Junio de 1991, página 60. 71