¿Podré ganar esta batalla? ¿Quién peleará por mi?

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¿Podré ganar esta batalla?
¿Quién peleará por mi?
Artículo escrito por: Chuck Swindoll
En los meses venideros usted puede esperar que su valor será sometido a prueba. Es una batalla
constante para nosotros, como pastores. Usted enfrentará un muro que pensará que no puede
superar, una batalla que piensa que no podrá ganar, o un obstáculo que piensa que no podrá
vencer.
Probablemente usted pensó en esa batalla hoy. A lo mejor le quitó el sueño anoche u ocupa sus
pensamientos a ratos. Su “opositor” puede ser alguien de su comunidad, de su congregación, o
alguno de sus ancianos o diáconos. Puede ser una batalla con el orgullo, o la cólera, o algún
hábito, o tal vez alguna adicción secreta. Sea cual sea el reto, la batalla que enfrenta en estos
momentos le parece imposible ganar.
A lo mejor tiene razón. A lo mejor jamás podrá ganar esta batalla porque está peleando de la
manera errada, y usando la estrategia errada.
A usted y a mí nos criaron para enfrentar la fuerza con fuerza. Si el oponente es fuerte, nosotros
debemos ser más fuertes. Si él es ingenioso, nosotros debemos serlo más. La única manera de
ganar es mediante la intimidación. Uno tiene que aplastar o controlar al oponente por la
situación.
Todo eso es cierto, por supuesto, a menos que uno quiera pelear a la manera de Dios. La
estrategia de Dios es totalmente diferente. Dios se especializa en situaciones imposibles. (Ver
Mateo 19:26 y Lucas 1:37). Cuando uno se siente abrumado, enfrentándose a fuerzas vastante
superiores, vastante más fuertes, y vastante más ingeniosas, Dios interviene, porque sólo Él está
calificado para ser el especialista que puede llevarlo a la victoria. Solo que Él lo hace a su
manera.
El valiente Josué enfrentaba una batalla que sabía que no podía ganar. Dios le encargó que vaya
y se apodere de la tierra. “Estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé,” le dijo Dios,
“Esfuérzate y sé valiente” (Josué 1:5-6). Me pregunto si (en un momento de debilidad, a solas)
Josué pensó: ¿Conquistar la poderosa ciudad de Jericó? ¡Ni soñarlo! No se puede hacer. Ni por
poder, ni por intimidación, ni por estrategia ingeniosa. Esta es una muralla que no podemos
derribar. Usted puede leer de esta situación imposible en Josué 6. A lo mejor incluso ha
predicado sobre este pasaje.
Todas nuestras vidas hemos entonado el canto: “Josué libró la batalla de Jericó.” Pero el canto
esta errado. Josué no libró la batalla. Él marchó y gritó tal como Dios le dijo, y los muros se
derrumbaron. Pero no hubo pelea para derribar las murallas. Josué escuchó el toque de las
trompetas, tal como los demás del ejército, y simplemente dio un paso hacia atrás y presenció la
intervención milagrosa de Dios. Las probabilidades estaban en su contra, y ellos ni en sueños
podían ganar la batalla contra el feroz enemigo que tenían delante. Su única esperanza de victoria
era obedecer a Dios . . . y las murallas de la ciudad se derrumbaron por completo.
Esta semana es buen tiempo para que consideremos: ¿Estoy tratando de librar esta batalla con
mis propias fuerzas o con las fuerzas de Dios?
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