Un esfuerzo cotidiano

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Viernes 26 de julio de 2013 l Heraldo de Aragón
22 l TRIBUNA
EL MERIDIANO
Carlos Sauras
Otro
modelo
LA crisis ha puesto de manifiesto el fracaso en algunos capítulos básicos de las
políticas sociales. Por
ejemplo, la vivienda, que se
había convertido en España
en un objeto de inversión.
Hasta la calificada como de
promoción social no dejaba
de ser en muchos casos
una forma de invertir y algo difícilmente asequible
para la clase media-baja.
Personas con empleos modestos y sueldos bajos no
podían adquirir un alojamiento digno.
Analizar esta situación y
realizar propuestas ha sido
el objetivo del estudio de la
Fundación Foessa que se
acaba de presentar, ‘La vivienda en España en el siglo XXI. Diagnóstico del
modelo residencial y propuestas para otras políticas
de vivienda’. Esta fundación de Cáritas, con más de
40 años de experiencia en
estudios sociales, concluye
que es necesario reforzar
todas las políticas que lleven a garantizar el derecho
a la vivienda como expresión de socialización, de
fraternidad, de dignidad
humana. En estos años de
crisis profunda, muchas familias han visto cómo la
pérdida del empleo ha supuesto una marcha atrás en
las mínimas condiciones
que hacían posible una vida digna. Así, vivienda, sanidad o educación han sufrido un serio deterioro en
muchas familias.
En el estudio se insiste
en que la vivienda debe ser
considerada como factor
de inclusión social de primer orden y, por tanto, los
recursos públicos de que se
disponga deben ir dirigidos
a garantizar el derecho de
los más desprotegidos. Las
ayudas deben concentrarse
en las viviendas de promoción pública de alquiler y,
en general, en fomentar el
alquiler. El alquiler social
–los alquileres modestos–
es la única forma de que la
vivienda pueda ser un bien
alcanzable para muchas familias, lo que supone llevar
a cabo algo que no se había
tenido en cuenta: el fomento de parques públicos de
viviendas de alquiler. Supone, al mismo tiempo, excluir las ayudas para la
compra de viviendas, así
como combinar esa política de alquiler con planes
de rehabilitación de cascos
urbanos. Entre las propuestas del estudio de Foessa se
encuentra también la implantación de estrategias
supramunicipales y suprarregionales para luchar
contra la corrupción urbanística e inmobiliaria.
Un esfuerzo cotidiano
DÍA A DÍA
Pilar Cernuda
El dolor
LEJOS de las noticias y los escándalos con los que nos hemos acostumbrado a desayunar cada mañana; al
margen de las polémicas y, sobre todo, del desánimo que produce la grave situación económica que vivimos;
sin tiempo casi con el que digerir el
día a día, miles de empresarios en
nuestro país luchan hoy más que
nunca por mantener a flote sus naves, que son sus empresas, que son
al mismo tiempo una parte esencial
de este sistema en el que vivimos.
La cultura del esfuerzo cotidiano,
callado, sin pausa pero, sobre todo,
sin venirse abajo, haciendo números
y muchas veces equilibrismos en el
alambre es, en estos momentos, el
día a día de estos hombres y mujeres, los empresarios. Todos, en todo
caso, embarcados en aventuras cuyo final feliz nunca está garantizado
y sólo se consigue desde el trabajo.
En medio de tanto ruido y cuando la
incertidumbre se ha convertido en
general, el empresario es, muchas
veces, el primero en llegar a su puesto de trabajo y el último en irse a casa... llevándose los problemas de su
empresa a cuestas, echando cuentas,
pensando en cómo ahorrar sin tocar
a sus empleados.
Un dato es fiel reflejo de esta situación: según reveló recientemente el presidente del Instituto de Empresa Familiar, José Manuel Entrecanales, en estos momentos seis de cada diez empresas en nuestro país están perdiendo dinero; y las otras cuatro ganan la mitad que en un año de
bonanza económica como fue 2007.
Por todo ello, quienes formamos
la Asociación de la Empresa Familiar Aragonesa hemos considerado
conveniente hacer esta reflexión en
voz alta sobre la figura del empresario. Dignificar su imagen y hacer justicia con el esfuerzo diario que realiza en medio de un contexto económico y social que, en muchas ocasio-
EL REFLEJO
Por Fernando Lacasa
Echeverría, presidente
de la Asociación de
Empresa Familiar de
Aragón (AEFA)
nes, lo convierte en blanco de demasiadas iras y circunstancias que ni ha
creado ni es capaz de resolver por sí
mismo.
El mérito de que los negocios
abran sus puertas al público, de que
en estas circunstancias sigamos pudiendo encontrar bienes de consumo es de todos: de los empresarios
y también, por supuesto, de los trabajadores que forman cada una de
las plantillas. Incluso, de los poderes
públicos. Pero, al mismo tiempo que
son noticia algunos expedientes de
regulación de empleo, existen empresarios que han bajado su propia
retribución para evitar despidos y todo ello en un contexto de pérdidas
de su empresa. Los hay que, incluso,
han llegado a hipotecar su vivienda
sabedores de que, si se echa la persiana, el drama será aún mayor. Y, en
definitiva, muchos de ellos se han reinventado con nuevos servicios, horarios sin horario, una mayor especialización e incontables formas de
llegar al público para buscar nuevas
líneas de negocio, nuevos nichos de
mercado, nuevas ventanas y puertas
a las que llamar. El futuro pasa por
aquí, de eso estamos convencidos.
Junto a esta nueva forma de mirar
día a día al mañana, con mejores y
más eficientes cálculos de costes,
evitando gastos superfluos, dando en
el clavo, es preciso destacar también
el enorme esfuerzo que muchos
autónomos y emprendedores están
llevando a cabo en todos los ámbitos
imaginables. Desde una pequeña
tienda de barrio hasta la nube digital, del pueblo más remoto de nuestra geografía a las calles de Zaragoza, en las que el cierre de negocios ha
sido noticia, sí, pero donde muchas
veces se reabre la misma persiana,
aunque sea con una apuesta distinta
a la anterior.
En esta reivindicación del papel
que ejerce el empresario, en muchos casos familiar, es inevitable referirse a las pequeñas y medianas
empresas, verdadero motor económico de esta Comunidad. Las empresas familiares, que aportamos
casi el 30% del PIB autonómico, somos una garantía de futuro. A la
perseverancia se añaden valores,
conocimiento del cliente y una filosofía pegada al terreno que genera riqueza y consolida una recuperación que está cada día más cerca.
Los empresarios no sabemos
cuándo se producirá esa mejoría global, pero sí cómo: trabajando, repletos de ánimo, peleando cada día por
ser mejores y siendo solidarios con
el resto de la sociedad. Porque sin
empresas, sin empresarios, la recuperación económica no es posible.
El verano y los otros veranos
EL verano es el tiempo de las expansiones alegres, esforzadamente alegres tal vez, quizá un tanto sacrificadamente expansivas, ya que la diversión exige su esfuerzo, un propósito
en ocasiones agotador, una voluntad
extenuante de pasarlo en grande o
simplemente de no hacer nada, que
es algo que cuesta mucho hacer. Pero también es el tiempo, a partir al
menos de ciertas edades, de las melancolías, de los recuerdos que regresan sin porqué desde su limbo o
desde donde quiera que estén agazapados. Se acuerda uno, no sé, del
vendedor de patatas fritas, el más veloz de todos los vendedores ambulantes, al que había que perseguir para comprarle un cartucho, ya que iba
siempre como quien pisa brasas, con
su gorrilla ladeada, menudo y chulapón, requebrando a las muchachas
como si en vez de patatas fritas llevase en el canasto, para regalar, un
surtido de escamas de oro.
Se acuerda uno también del vendedor playero de bombones helados,
con su camisa y sus pantalones de
blancura casi fantasmal, con su bidón acorchado en bandolera, siempre con prisas, ya que el sistema de
conservación del frío no era el idó-
LA OPINIÓN
Por Felipe Benítez
Reyes
neo y los helados se reblandecían, licuando el chocolate del recubrimiento y dejando la mercancía fofa
y sin salida comercial posible, pues
nadie estaba dispuesto a comprar un
bombón que, nada más sacarlo del
envoltorio plateado, le pringase los
dedos y se deshiciera como un iceberg dulce y mulato.
Se acuerda uno del vendedor de
camarones y cangrejos cocidos, un
señor que mantuvo durante varios
años la ilusión de ser torero hasta
que los toros se encargaron de transformarle la ilusión en pesadilla, con
su guayabera blanca de patriarca calé con ecos coloniales, con el género cubierto con un paño húmedo para que no se resecara, con su pregón
minimalista de voz ronca: «Cangrejos, camarones».
Se acuerda uno de aquellos comerciantes de boquerones que improvisaban su despacho en la orilla
misma, vendiendo a ojo. Los niños
recogíamos los que saltaban de las
cajas y se retorcían en la arena como
filamentos de mercurio y procurábamos que sobrevivieran en nuestros cubos de colores, pero al rato el
pececillo flotaba muerto, muerto de
falta de mar. Se acuerda uno del vendedor de dulces, puntual a la hora
aproximada de la merienda. Del vendedor, también, de las tortas de polvorón recubiertas de azúcar glasé,
que no era, en principio, una mercancía muy adecuada para los calores, porque algo tenían aquellas tortas de desierto reconcentrado, y comerte una era como hacer pasar el
Sáhara mismo por la garganta.
Se acuerda uno, en fin, de cosas. El
tiempo tiene eso: que es siempre una
maraña de presente y de pasado, ya
que al futuro más vale dejarlo en el
sitio que le corresponde, que es el
propio de las meras conjeturas.
Llega el verano y llegan, como decía, las expansiones. Entre ellas, como ven, la de recordar otros veranos.
SOLO el orgullo de ver el
comportamiento de los gallegos ante la tragedia mitiga el dolor. España entera
quedó conmocionada por
la noticia del accidente y
las imágenes del horror
quedarán grabadas, pero la
reacción de solidaridad de
Galicia fue ejemplar, conmovedora. La entereza de
la buena gente de Angrois
que no dudó en socorrer a
las víctimas mientras llegaban los servicios de emergencia, sin pensar en el
riesgo de acercarse a un lugar en llamas; las colas para donar sangre, el ofrecimiento de domicilios particulares y hoteles para las
víctimas y sus familias; los
profesionales sanitarios
que se acercaron a los centros de toda Galicia; la eficacia de los servicios de
rescate, bomberos, psicólogos, sacerdotes, fuerzas de
seguridad, fiscales, jueces
y forenses… No hubo gallego que de una manera o de
otra no se sumara a la gran
tarea de paliar los efectos
devastadores de un accidente que ennegrece para
siempre el día del Apóstol.
El dolor se apacigua, se
serena, ante esa obra monumental de solidaridad.
Las autoridades políticas
actuaron como deben actuar, con eficacia, responsabilidad y dando las órdenes adecuadas para que no
fallaran los planes de
emergencia, que no se sabe si son adecuados hasta
que llega el momento de
aplicarlos. Habrá que investigar las causas del accidente, y nadie quiere estar en la piel de un maquinista que, a estas alturas,
no sabemos si pecó de imprudencia o ha sido víctima no mortal de un fallo
técnico. Pero por encima
de la obligación de investigar, está el agradecimiento
a las miles de personas
que se han volcado para
atender a quienes lo necesitaban.
Los hombres y mujeres
de Galicia han mostrado lo
mejor que tienen, la calidad humana que llevan
dentro. Contaba un testigo
de la tragedia que lo primero que hizo fue controlar las piernas, que le temblaban, y a los dos segundos se puso a trabajar para
sacar a unos críos por la
ventanilla de un vagón.
Nadie se dejó avasallar por
el miedo ni por la falta de
recursos. El comportamiento de los gallegos ha
sido inconmensurable:
centenares de héroes anónimos han hecho cuanto
estaba en su mano para reducir en lo posible el efecto devastador de esta gran
tragedia.
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