61 LATERCERA Lunes 7 de enero de 2013 Deportes COLUMNA Vigouroux, el desconocido E sos datos desperdigados, a manera de un rompecabezas viejo y trunco han bastado para que nos asomemos a la ventana a observar al aparecido. No sabemos mucho de él. Las pocas señas no alcanzan para armar una historia completa y, sin embargo, ya nos seduce. ¿Qué sabemos? Que tiene 19 años, que juega en el Tottenham Hotspur, que es, probablemente, uno de los arqueros más largos que hayamos tenido -mide un metro y 94 centímetros-, que es hijo de un porteño y de una jamaicana, y que se moría de ganas por defender a la Roja, lo que finalmente consiguió -claro, Mario Salas lo lleva al Sudamericano. Lo otro que se sabe es que no es un arquero cualquiera, que ataja, y que es una de las promesas del Hotspur que vela sus armas en la Premier League U21. Es el primer portero afroamericano que defenderá una selección nacional. Un detalle que no dice Marcelo Simonetti Periodista y escritor Ponemos atención en ese chico nacido en Inglaterra, porque queremos creer que aquello por lo que tanto esperamos podría venir con él. mucho, salvo por el hecho de que otros afroamericanos, como Jean Beausejour y Junior Fernandes, ya habían vestido la camiseta roja. Con todo, esas particularidades obligan a poner los ojos en él, más aún entendiendo que no somos un país pródigo en grandes arqueros. Buenos porteros ha habido varios -hoy mismo, quién podría negar que Johnny Herrera, Claudio Bravo y Cristopher Toselli son buenos metas-, pero grandes... Sergio Livingstone, tal vez Mario Osbén -si obviáramos esos cuatro goles que le hicieron los alemanes en España 82-, y sin dudas Roberto Rojas. No son muchos más los candidatos a entrar en esa categoría. La lista de los grandes, con mayúsculas, es escueta. Ya hubiéramos querido tener un arquero como Sam, el mítico portero de Barrabases. Y digo Sam, y no Patas de Palillo -que es más la media del portero chileno, por ahí medio despistado, con lagunas en su rendimiento-, porque en el imaginario curtido en la infancia, siempre se recuerda cómo llegaba a esas pelotas rasantes, anguladas, cómo se estiraba en el aire para detener esos remates imposibles. Pero la realidad impone sus términos y en esa vena es preciso reconocer que en el arco, salvo contadas excepciones, a Chile siempre le ha costado. Y así como en el territorio de la zaga siempre hemos estado esperando al sucesor de Elías Figueroa, bajo los tres palos hemos anhelado el momento en que el relevo de Roberto Rojas aparezca. Lo bueno de los jóvenes, de aquellos que no llegan al cuarto de siglo de existencia, es que son, entre otras cosas, una historia por contar. Frente a un chico de 19 años, cualquiera de nosotros podría pararse y decir que se convertirá en un gran ingeniero o en un médico de fuste o en un trapecista genial, y tendrían pocas armas para rebatirnos. Los jóvenes son borradores humanos, perso- najes difuminados, que pueden mutar hacia bestias sangrientas como a palomas angelicales. Y por eso ponemos atención en ese chico nacido en Inglaterra, hijo de padre chileno y madre jamaicana, porque queremos creer que aquello por lo que tanto esperamos podría venir con él. No sabemos qué ocurrirá en el futuro. Por ahí hasta se aburre del fútbol y termina sus días trabajando en una empresa de publicidad o decide estudiar Paleontología o trabajar como enfermero para la Cruz Roja en Africa. Pero por ahí también se convierte en el relevo del mejor arquero que ha tenido Chile en su historia. En pedir no hay engaños, dicen. En soñar tampoco. A Lawrence Vigouroux le damos la bienvenida al país de las promesas. Queremos creer en él y hasta nos permitimos lucubrar una columna caprichosa y antojadiza. Quién sabe si en unos días más, en pastos argentinos, él comienza a escribir su verdadera historia.