CP-58 JEKYLL-HYDE 3-texto.qxp 18/3/09 12:36 Página 19 EL EXTRAÑO CASO DEL DR. JEKYLL Y MR. HYDE CP-58 JEKYLL-HYDE 3-texto.qxp 18/3/09 12:36 Página 20 CAPÍTULO 1 HISTORIA DE LA PUERTA El abogado Mr. Utterson era un hombre de semblante rudo, nunca iluminado por una sonrisa; frío, seco, vacilante en la conversación y reservado en sentimientos; enjuto, espigado, mortecino, lúgubre y, pese a ello, entrañable. En las reuniones de amigos, cuando el vino era de su agrado, sus ojos irradiaban una humanidad difícil de hallar en sus palabras, pero visible no sólo durante la sobremesa a través de sus muecas, sino también más asidua y descaradamente a través de las acciones de cada día. Era un hombre austero consigo mismo; cuando estaba solo bebía ginebra para castigar el buen paladar de los vinos. Aunque disfrutaba con el teatro, nunca cruzó la puerta de uno en veinte años. Mostraba gran tolerancia hacia el resto de las personas; a veces reflexionaba casi con envidia, presionado por sus malas acciones, y en la duda se inclinaba por ayudar en lugar de condenar. «Secundo la herejía de Caín —solía decir—. Dejo que mi hermano se vaya al infierno por su cuenta.» 1 El distrito Strand en el siglo XIX. —Mapa publicado en Sir Walter Besant: The fascination of London. The Strand. A & C Black, h. 1880. Hemos marcado con sombra el área del Soho, aproximadamnte 1 milla delimitada por las calles Oxford, Regent, Shaftesbury y Charing Cross. 1: la plaza Cavendish. 21 CP-58 JEKYLL-HYDE 3-texto.qxp 18/3/09 12:36 Página 22 22 Debido a ese modo de pensar, asumía su condición de ser el último amigo de buena reputación y la última buena influencia en la vida de los hombres desdichados. Y, mientras la amistad se mantuviese, él nunca mostraba una mínima alteración en su comportamiento. No cabe duda de que tal comportamiento resultaba sencillo para Mr. Utterson ya que, en el mejor de los casos, su reservada naturaleza e incluso sus gestos amistosos podían interpretarse como actos de nobleza. Resulta natural en un hombre modesto el hecho de aceptar el círculo de amistades que le otorga la fortuna, y eso era lo que hacía el abogado. Sus amigos eran o bien familiares directos o bien aquellos a los que durante más tiempo había conocido. Su afecto, igual que la hiedra, crecía con el tiempo y no exigía unas cualidades especiales. Por tanto, no cabe duda de que ésos eran los lazos que le unían con Mr. Richard Enfield, pariente lejano y notorio hombre de mundo. Eran muchos los que no entendían qué veía el uno en el otro o qué tenían en común. Quienes los veían durante sus paseos matinales de los sábados comentaban que permanecían callados y que recibían con aparente alivio cualquier amistad con la que se cruzasen. Sin embargo, ambos esperaban ansiosamente dichos paseos, los consideraban el momento más agradable de cada semana, y llegaban a rechazar otras diversiones e incluso desatendían el trabajo para no ser interrumpidos. Uno de sus paseos les condujo a un concurrido barrio londinense. Se encontraron en una pequeña callejuela conocida por su tranquilidad y por su próspero comercio los días de diario. Sus habitantes eran bue- 23 nos comerciantes y se esforzaban constantemente en renovar sus locales, invirtiendo las ganancias de su trabajo en coquetos adornos, de modo que las fachadas de las tiendas se erguían a lo largo de la calle principal con aire de invitación, como una hilera de dependientas sonrientes. Incluso los domingos, cuando velaba su más florido encanto y no se encontraba demasiado concurrida, la calle resplandecía en comparación con el deslucido vecindario. Sus contraventanas recién pintadas, sus metales relucientes, su pulcritud y su alegría captaban la atención y deleitaban el ojo del paseante. Pasadas dos casas desde la esquina, a mano izquierda, la entrada a un patio rompía la línea de la calle; y justo en ese punto resaltaba el alero de un siniestro edificio. Era un edificio de dos plantas que parecía no tener ventanas y del que sólo se adivinaba una puerta en la planta baja y un piso superior de muros descoloridos. Destacaban a primera vista las señales del largo y sórdido abandono: la puerta, que carecía de timbre o aldaba, estaba abollada y sucia; los vagabundos se arrastraban por sus recovecos y encendían cerillas en sus paredes; los niños comerciaban en sus escalones; un colegial había probado su navaja en las molduras y, durante cerca de una generación, nadie se dejó ver para espantar a dichos visitantes o reparar los destrozos. Mr. Enfield y el abogado se encontraban en la acera de enfrente. Al acercarse a la entrada, el primero señaló algo con su bastón. —¿Te habías fijado alguna vez en esa puerta? —preguntó, y ante la respuesta afirmativa de su compañero comentó: —Me recuerda una extraña historia. CP-58 JEKYLL-HYDE 3-texto.qxp 18/3/09 12:36 Página 24 24 —¿De verdad? —dijo Mr. Utterson con un ligero cambio de voz—. ¿Qué historia es esa? —Bueno, fue más o menos así —contestó Mr. Enfield—. Volvía a casa desde el fin del mundo, sobre las tres de una oscura mañana de invierno, cuando mi camino pasaba por una franja de ciudad tan desierta que sólo se adivinaban los faroles. Calle tras calle, todos los vecinos dormían; calle tras calle se encontraban todas iluminadas como una procesión y vacías como una iglesia. Definitivamente entré en un estado de ánimo en que prestaba excesiva atención a mi alrededor y llegaba a desear toparme con un policía. De repente divisé dos figuras: una era un hombre pequeño caminando a buen paso hacia el este, y la otra, una niña de ocho o diez años corriendo tan rápido como podía por una calle perpendicular. Pues bien, señor, cada uno corría en dirección al otro, de modo que resultaba inevitable que se chocaran al llegar a la esquina; pero entonces aconteció la parte más terrible de mi historia: el hombre pasó con terrible tranquilidad sobre el cuerpo de la niña y la dejó en el suelo entre alaridos. Así contado parece poca cosa, pero resultó una visión infernal. Más que un hombre parecía un maldito Juggernaut .1 Corrí tras él y, agarrándolo por las solapas, lo conduje de vuelta al lugar donde ya se había arremolinado la gente en torno a su victima. Él se mostró cal1 Juggernaut: el apelativo procede de uno de los nombres, Juggernaut, por los que se conoce a Krishna en la religión hindú. Sus adoradores se lanzan bajo las ruedas de un enorme carro de dieciséis ruedas sobre el cual el ídolo es transportado durante la procesión anual de Puri, una ciudad centro oriental de la India, en la creencia de que así alcanzarán la felicidad eterna. 25 mado y no ofreció resistencia, pero me clavó su mirada de tal modo que me hizo sentir la misma ansiedad que tuviera durante la persecución. La gente que había acudido era la familia de la niña y con gran rapidez apareció el doctor, al que buscaba la pequeña cuando sucedió el accidente. Bueno, la niña no se encontraba mal, más asustada que otra cosa. Supondrás que aquí acaba mi historia, pero ocurrió algo muy extraño: desde el primer cruce de miradas, ese hombre había despertado en mí una gran aversión, lo mismo que en los familiares de la accidentada. Lo que más me desorientó fue la actitud del doctor. Él era el típico matasanos, sin edad ni color característicos, con un fuerte acento de Edimburgo y la misma sensibilidad que un mueble. Pues bien, señor, su reacción fue la misma que la nuestra: cada vez que miraba al prisionero enfermaba de repugnancia y su rostro palidecía como si deseara matarlo. Conozco lo que pasaba por su cabeza, exactamente lo mismo que por la mía y, como matarlo era impensable, hicimos lo que consideramos mejor. Le dijimos al hombre que pregonaríamos la escandalosa noticia, junto a su nombre, de punta a punta de Londres; si tenía algún amigo o alguna credibilidad, nos ocuparíamos de que lo perdiese. Durante nuestras críticas y reproches, tratábamos de apartarle a las mujeres que, como una manada de salvajes arpías, trataban de abalanzarse sobre él. Nunca antes había visto un círculo de miradas despertando un odio similar y, en el medio, se encontraba nuestro hombre con su cómoda y socarrona sonrisa. Por supuesto que él también estaba asustado, pero controlaba la situación como si fuera el mismísimo Satán. CP-58 JEKYLL-HYDE 3-texto.qxp 18/3/09 12:36 Página 26 26 —Si ustedes quieren sacar provecho de este incidente —dijo— me muestro en disposición de colaborar. Un caballero siempre trata de evitar un escándalo. Díganme una cifra. Nosotros, apurando la situación, le exigimos cien libras para la familia de la niña, lo que aceptó en vista de la tensión que se había creado. Lo siguiente sería recoger el dinero, y ¿a dónde piensas que nos llevó? Pues a esa puerta de la planta baja. Sacó la llave, entró y regresó al momento con diez libras en oro y un cheque al portador del Banco Coutts’s, firmado con un nombre que no puedo mencionar aunque sea una de las claves de mi historia. Era un nombre conocido y que suele aparecer en la prensa. La cifra era alta, pero la firma, en caso de ser auténtica, era aval suficiente incluso para una cifra mayor. Me tomé la libertad de dejar caer al caballero que todo aquello parecía fraudulento y que, en la vida real, no es normal que un hombre a las cuatro de la mañana desaparezca por la puerta de un sótano y reaparezca con un cheque por valor de casi cien libras a nombre de otra persona. A todo esto, él se mostraba tranquilo y burlón. —Tranquilícese —dijo—. Estaré con ustedes hasta que abra el banco y yo mismo cobraré el cheque. De modo que todos decidimos pasar la noche en mi casa: el doctor, el padre de la niña, nuestro amigo y yo. Al día siguiente, una vez que hubimos desayunado, fuimos todos juntos al banco. Yo mismo entregué el cheque, no sin avisar de mis sobradas sospechas acerca de su falsedad. Nada más lejos de la realidad: el cheque era auténtico. —Vaya, vaya —dijo Mr. Utterson. 27 —Veo que piensas igual que yo —dijo Mr. Enfield—. Sí, me da mala espina. Mi hombre era una persona con la que nadie querría tener nada en común, alguien despreciable. El que firmó el cheque es una persona de lo más respetable y muy conocida, y (lo que es peor) de conducta intachable. Supongo que será un chantaje. Un honrado hombre de bien que paga por algún pecado de juventud. Desde entonces llamo a este edificio «La Casa del Chantaje». Aun así, todo este asunto está lejos de encontrar una explicación —añadió en tono meditativo. Entonces, repentinamente, Mr. Utterson preguntó: —¿Y no sabes si la persona que firmó el cheque vive ahí? —Parece probable, ¿no crees? —respondió Mr. Enfield—. Pero por lo que sé, vive en una plaza por los alrededores. —¿Y nunca has preguntado por el edificio de la puerta? —No, he tenido la delicadeza de no hacerlo —fue la respuesta—. Estoy rotundamente en contra de realizar preguntas, ello me hace sentir partícipe de un juicio. Empezar con una pregunta es como empezar lanzando una piedra. Estás sentado tranquilamente en lo alto de una colina y, con el rodar de la primera piedra, se contagia el resto. En poco tiempo, un pobre desgraciado (el último que hubieras pensado), en su propio jardín, es golpeado en la cabeza y la familia tiene que cambiar de apellido. No, señor, hay una norma que cumplo a rajatabla: cuanto más extraño resulta algo, menos pregunto. —Una buena norma —dijo el abogado. CP-58 JEKYLL-HYDE 3-texto.qxp 18/3/09 12:36 Página 28 28 —Pero he estudiado este sitio por mi cuenta —continuó Mr. Enfield—. Ni tan siquiera parece una casa. No hay otra puerta, y nadie entra o sale de ella excepto, muy de vez en cuando, el caballero de la aventura que te he relatado. En la primera planta hay tres ventanas que siempre están cerradas, aunque se mantienen limpias. Y hay una chimenea que generalmente echa humo, por lo que deduzco que alguien vive ahí. Pero aun así no queda todo claro, ya que los edificios están muy apiñados y es muy difícil distinguir dónde termina uno y empieza el siguiente. Ambos continuaron paseando en silencio durante un rato. —Enfield —dijo Mr. Utterson—, tu norma me parece una maravilla. —Sí, eso creo —contestó Enfield. —Por cierto —continuó el abogado—, hay algo que me gustaría preguntarte: quisiera saber el nombre de aquel tipo que pisoteó a la niña. —Vale —dijo Mr. Enfield—. No veo nada malo en decírtelo. El hombre se apellidaba Hyde. —Ah —dijo Mr. Utterson—. ¿Y cómo es físicamente? —No es sencillo de describir. Tiene algo extraño en su aspecto, algo repelente y desagradable. Nunca he conocido a un hombre que me provocara tal repulsión, y sin embargo no sabría concretar el porqué. Debe tener algún tipo de deformidad, por lo menos esa era la sensación que ofrecía, aunque me cuesta especificar dónde se hallaba dicha desproporción. Tiene un aspecto fuera de lo normal, pero no sabría explicar que es lo que lo diferencia del resto. No puedo describirlo, pero no es 29 falta de memoria, pues te prometo que es como si lo tuviera delante ahora mismo. Mr. Utterson comenzó de nuevo a caminar en silencio, reflexionando. —¿Estás seguro de que usó una llave? —dijo al fin. —Mi querido amigo… —replicó sorprendido Enfield. —Sí, ya sé —dijo Utterson—. Ya sé que debe sonar muy extraño. En realidad si no te pregunto el nombre de la otra persona es porque ya lo conozco. Richard, esta historia me resulta familiar, por tanto, si has sido inexacto en algún punto debes corregirla —Creo que deberías haberme advertido —contestó un poco molesto—. Pero he sido exacto hasta la pedantería, como tú dices. El hombre tenía una llave y, más aun, todavía la tiene. Lo vi cuando la usaba hace menos de una semana. Mr. Utterson respiró profundamente sin pronunciar palabra. El más joven resumió la conversación: —Y aquí tenemos otra lección acerca de quedarse callado —dijo—. Me avergüenzo haber sido un bocazas. Hagamos un trato y no volvamos a hablar nunca más de este tema. —Perfecto —dijo el abogado—, trato hecho, Richard.