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Dualismo antropológico
Francis García Collado
Nabokov, Vladimir. El original de Laura. Traducción de Jesús Zulaika, Barcelona:
Anagrama, 2010, 168 páginas.
Escribía Milan Kundera en Los testamentos traicionados:
Brod editó el diario de Kafka censurándolo un poco; eliminó no sólo las alusiones a las
putas, sino también a todo lo que tenía relación con la sexualidad”. (Los testamentos
traicionados. Barcelona: Tusquets Fábula, 2003, 300 páginas).
Con esto no quiero apuntar a la parte más obvia de la cuestión, a la posible traición, no
solo al encargo vital de Nabokov, sino a la traición textual de lo publicado, sino al
hecho de que uno debería analizar lo que tiene en sus manos como aquello que tiene en
sus manos. ¿Saben? El original de Laura no es una novela acabada, sino la unión de los
tarjetones manuscritos que Nabokov fue juntando desde 1975 hasta su muerte en 1977.
De manera que retomando la cuestión de la traición no nos queda más que rendirnos
ante la evidencia: el estilo metódico, cuidado ordenado de la prosa del conjunto total de
la obra de Nabokov sumado a su deseo explícito de no publicar la novela inacabada nos
sitúa ante el par de traidores que sin lugar a dudas son, tanto su esposa como su hijo. En
primer lugar Vera, fue incapaz de deshacerse del escrito de su marido siguiendo su
testamento vital, para finalmente una vez muerta delegar sobre el hijo de ambos,
Dimitri, la publicación o destrucción de eso que hoy tenemos en forma de libro.
Sin lugar a dudas, es la procastinación de madre e hijo la que hoy ofrece tanto al crítico
como al lector eso que a ambos les gusta tanto: un objeto moral que criticar que va más
allá de lo escrito, una obra cuya historia antes de ser publicada la acerca a una especie
de prensa rosa de la cultura, cuya sombra se proyecta sobre lo publicado alimentando el
fuego devorador de unos y otros que, en ocasiones, son incapaces de distinguir entre el
valor de lo publicado y la carga moral.
Así, no es de extrañar, que por un lado la crítica anglófona haya sido en su mayoría
incapaz de leer El original de Laura como lo que es, una novela inacabada con un gran
valor cultural, y –¿por qué no?– también algo fetichista, al venir publicado con las
fotocopias de los tarjetones escritos a mano donde el lector de habla castellana podrá
entregarse al goce de leer en el inglés original este The Original of Laura mientras
esquiva tachaduras e intenta descifrar algunas letras de la, en general, clara escritura de
Nabokov.
No es una novela; y ahora que ya lo saben, dejemos de analizarla como tal.
Como esbozo, es una nueva genialidad temática, dejemos fluir el encanto de leer algo de
un escritor al que las parcas apartaron de la pluma y del que pensábamos que jamás
podríamos leer nada más.
Permítanme que me embargue el entusiasmo (un tanto forzado, de acuerdo) pero es que,
miren, yo soy de los que duermen con uno ojo abierto a la espera de la apertura de los
textos de Canetti que según testamento no podrán leerse hasta que salgan de la cámara
acorazada del banco suizo en el que se encuentran en 2024; mientras que con el otro ojo
oteo el horizonte en busca de la posibilidad de que algún día, en una excavación para la
construcción de un nuevo centro comercial en la ciudad de Atenas surjan textos inéditos
de Platón o de Antístenes.
La traición debe juzgarse de manera moral. Vera y Dimitri son unos traidores; pero
dejando eso de lado, cabe darles las gracias a ambos por que como toda traición
favorece a uno en detrimento de otro y, en este caso, la citada felonía acaba inclinando
la balanza del lado del arte alejándola del lado de la moral. Además, cabe recordar que
de ser fieles al artista ni tan siquiera habría llegado a nuestras manos Lolita, obra
rescatada de la quema a la que iba a someterla su autor y que Vera –de nuevo ella–
logró sacar del continuum de lo polite al que el autor sabía que atentaba, con una novela,
cuyos personajes principales representan eso que hoy nadie vendría a calificar como una
historia de amor sino como una recalcitrante muestra escrita de los caminos en los que
vienen a confluir la pedofilia y la pederastia.
En cuanto a la obra publicada por Anagrama, es de agradecer que la traducción al
castellano esté acompañada del manuscrito original, ya que añade un valor para el
posible coleccionista encandilado por lo póstumo. Sin embargo echo en falta una
edición en tapa dura que venga a poner la guinda a la biblioteca Nabokov a la que la
editorial ha dedicado tanta tinta y papel durante años.
Si bien la reproducción de los tarjetones del autor puede resultar del agrado para el
lector, en cierto sentido puede resultar un obstáculo para el más purista, ya que el
trabajo del traductor parece presto para ser sometido a colación, y en ese sentido la nota
de Jesús Zulaika sobre la labor llevada a término no acaba de ajustarse a la realidad.
Mientras que éste hace mención a través de una nota aclaratoria al juego fonético
realizado por Nabokov entre “Laura”, “Flora” y el resultado: “Flaura”, (en inglés Laura
se pronuncia “Lora”), obvia algunas cuestiones al no aclarar el porqué:
La señora Lind maldijo a la vieja criada por comprar espárragos en lugar de aspirinas (p,
63).
El lector puede pensar que la criada es una arpía si desconoce que de nuevo la cuestión
fónica hace estragos: asparagus (espárragos) y asperin (aspirina), pueden llegar a
confundirse en inglés, mientras que en castellano es difícil que eso pueda suceder.
Sigo pensando que, tal como sucede con las obras en edición bilingüe, existe cierto
juicio al traductor en la obra, juicio al que en este caso se somete él mismo al señalar,
(cito textualmente):
La traducción al castellano de “El original de Laura respeta fielmente las fichas
manuscritas de Vladimir Nabokov. (p, 23).
Traducir a alguien cuyas ínfulas se confunden con su cabello tiene sus problemas, como
por ejemplo el de intentar realzar la belleza literaria en ciertos pasajes en los que podría
parecer innecesario, como por ejemplo traducir beauty por “beldad” en lugar de recurrir
a la sencillez de la palabra belleza. También sorprende la traducción de leash por
“trailla” en lugar del más cercano “correa” al referirse al objeto con el que se lleva atado
a un gato. Aunque sin duda lo que más llama la atención, es la traducción de quickie por
“rapidillo” en lugar del más conocido e inmerso en la realidad, “polvito”, dado que es
una de las acepciones que –pienso– más se ajustan al contexto de la frase: Not even a
quickie?
De todos modos, la traducción se ajusta al original, y cabe agradecer al traductor el
mostrarse desnudo en el escaparate de la edición bilingüe.
El presente embrión de El original de Laura responde a la publicación de un cuerpo
textual de unas 140 páginas que en realidad corresponderían a unas 55 o 60 páginas de
una edición al uso de la biblioteca Nabokov de Anagrama.
Vayamos ahora a la trama. Flora, es hija de Adam, un fotógrafo homosexual hijo de un
pintor ruso emigrado a Nueva York en los años 20. Su madre es una promiscua
bailarina que verá como el que es su marido y (pese a su ligereza de cascos) progenitor
de Flora, se suicida después de que el joven inalcanzable del que éste estaba enamorado
se quite la vida.
La madre morirá el mismo día de la graduación de Flora y será en ese lugar donde
conocerá a su futuro marido, un psicólogo místico obeso cuyo atractivo para la
protagonista radica en el éxito económico y prestigio social académico del que pronto se
cansará; cosa que hace que, para algunos, Flora sea una especie de alter ego de Lolita
pese a sus veinticuatro años.
Los giros que da el texto, los diferentes capítulos, los excursos médicos o lingüísticos
que forman parte de la obra como recurso literario o como apuntes del autor, no serán
un obstáculo para que el lector se percate de que lo peor de esta publicación se refiere a
la cuestión de la imposibilidad de verla terminada. De lo que un lector prudente debería
escapar es de calificar a la obra de animada lectura o rápida concatenación de sucesos, y
compararla estilísticamente con joyas como Pálido fuego, La verdadera vida de
Sebastian Knight, Pnin o la ya citada Lolita, dado que parece obvio señalar que a su
autor le faltaba bastante que desarrollar en cada uno de sus capítulos y que eso puede
aportar un erróneo ritmo de lectura.
El detalle más importante de la obra se debe al factor sembrado por Nabokov, el cual
nos recuerda el dualismo antropológico cartesiano, dado que el marido de Flora, Philip
Wild, se encuentra inmerso en un proyecto científico-místico de destrucción paulatina,
para ser más exactos, de borrado del cuerpo, a través de la mente, que rescata la idea
dualista de alma/cuerpo del filósofo francés.
A los más preocupados por analizar la obra desde la apócrifa vertiente psicológica del
autor, posiblemente les gustará entender la obra como el grito desesperado del alma
despierta y vital de Nabokov por intentar liberarse de un cuerpo que se le había
empezado a apagar dos años antes de su muerte tras una desafortunada caída en el
transcurso de lo que era una de sus pasiones cotidianas: la caza de mariposas.
El lector más cauto sabrá donde se encuentra, y pese a tener la sensación de haber
pillado in fraganti al genio en paños menores, en la cama del hospital o en la habitación
de un hotel, una vez leído El original de Laura, dejando de lado lo que pudiera haber
pensado el desaparecido autor sobre la publicación de su inacabado proyecto; para los
vivos, ese esbozo, es mucho más que eso, es la prueba fehaciente de que estamos
huérfanos de Nabokov y que poco importa si el manuscrito se encuentra o no terminado.
Miren ¿se imaginan a un egiptólogo haciendo añicos un fragmento de pergamino por
estar éste incompleto?
En cuanto a las obras literarias se refiere, siempre he pensado que es mejor leer que
juzgar. Y en este caso el lector no saldrá defraudado.
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