POBRES Y OPCIÓN FUNDAMENTAL Gustavo Gutiérrez Los pobres ocupan un lugar central en la reflexión que llamamos teología de la liberación. A este asunto se añaden los del método teológico y de la preocupación evangelizadora, para constituir el núcleo más antiguo y siempre vigente de este esfuerzo de inteligencia de la fe. Desde un inicio se planteó en él la distinción —asumida por Medellín, documento Pobreza de la Iglesia— de tres acepciones de la noción de pobreza: la pobreza real como un mal, es decir, no deseada por Dios; la pobreza espiritual en tanto disponibilidad a la voluntad del Señor; y la solidaridad con los pobres al mismo tiempo que la protesta contra la situación que sufren. La importancia de este punto se halla en la revelación bíblica. El compromiso preferencial con los pobres, en efecto, se arraiga en el corazón de la predicación de Jesús, el reino de Dios (parte II). El reino es un don gratuito que presenta exigencias a quienes lo acogen en infancia espiritual y en comunidad (parte III). La pobreza real ha sido siempre, por eso, un desafío para la Iglesia a lo largo de su historia; pero debido a ciertos factores contemporáneos ha cobrado nueva actualidad entre nosotros (parte 1). I. UNA NUEVA PRESENCIA Nuestros días llevan la marca de un vasto acontecimiento histórico: la irrupción de los pobres. Es decir, de la nueva presencia de quienes de hecho se hallaban «ausentes» en nuestra sociedad y en la Iglesia. «Ausentes» quiere decir de ninguna o escasa significación, y además sin la posibilidad de manifestar ellos mismos sus sufrimientos, sus solidaridades, sus proyectos, sus esperanzas. 303 GUSTAVO GUTIÉRREZ Esa situación comenzó a cambiar, como resultado de un largo proceso histórico, en la últimas décadas en América latina. Pero también en África (nuevas naciones), en Asia (independencia de viejas naciones), en las minorías raciales (negros, hispanos, indios, árabes, asiáticos) de países opulentos y también de países pobres (incluidos los latinoamericanos). A ello se añade un movimiento importante y variado: la nueva presencia de la mujer que Puebla considera «doblemente oprimida y marginada» (1134, nota) dentro de los pobres de América latina. Los pobres se han ido convirtiendo así, poco a poco, en sujetos activos de su propio destino, iniciando un firme proceso que está cambiando la condición de los pobres y despojados de este mundo. La teología de la liberación (expresión del derecho de los pobres a pensar su fe) no es el resultado automático de esa situación y de sus avatares; es un intento de lectura de este signo de los tiempos —siguiendo la invitación de Juan XXIII y el Concilio— en la que se hace una reflexión crítica a la luz de la palabra de Dios. Ella nos debe llevar a discernir seriamente los valores y límites de este acontecimiento, que, leído desde la fe, representa también una irrupción de Dios en nuestras vidas. 1. El mundo del pobre Pueblos dominados, clases sociales explotadas, razas despreciadas y culturas marginadas fue una fórmula frecuente —a la que se sumó una permanente referencia a la discriminación de la mujer— para hablar de la injusta situación de los pobres en el marco de la teología de la liberación. Se buscaba con ello hacer notar que el pobre —que pertenece de hecho a una colectividad social— vive una situación de «inhumana miseria» 1, y de «pobreza antievangélica» 2. Además, los numerosos y crecientes compromisos con los pobres, nos han hecho percibir mejor la enorme complejidad de su mundo. Se trata en realidad de un verdadero universo en el que el aspecto socio-económico, con ser fundamental, no es el único. La pobreza significa, en última instancia, muerte. Carencia de alimento y de techo, imposibilidad de atender debidamente a necesidades de salud y educación, explotación del trabajo, desempleo permanente, falta de respeto a la dignidad humana e injustas limitaciones a la libertad personal en el campo de la expresión, en lo político y en lo religioso, sufrimiento diario. Es una situación destructora de pueblos, familias y personas, que Medellín y Puebla califican de 1. 2. Medellín, Pobreza, 11. Puebla, 1159. POBRES OPCIÓN FUNDAMENTAL «violencia institucionalizada» (a la que se suman las igualmente inaceptables violencias terrorista y represiva). Al mismo tiempo —es importante recordarlo— ser pobre es un modo de vivir, de pensar, de amar, de orar, de creer y esperar, de pasar el tiempo libre, de luchar por su vida. Ser pobre hoy significa también, cada vez más, empeñarse en la lucha por la justicia y la paz, defender su vida y su libertad, buscar una mayor participación democrática en las decisiones de la sociedad, organizarse «para una vivencia integral de su fe» 3 y comprometerse en la liberación de toda persona humana. De otro lado, y en forma convergente, en este tiempo ha habido un proceso que ha llevado a una mayor conciencia de la existencia del problema racial entre nosotros. Una de nuestras mentiras sociales es afirmar que en Latinoamérica no hay racismo. Tal vez no haya leyes racistas como en otros países, pero sí existen costumbres racistas hondamente acendradas, hecho, no por soterrado, menos grave. La marginación y el desprecio por las poblaciones indias y negras son situaciones que no podemos aceptar ni como seres humanos ni mucho menos como cristianos. Entre ellas aumenta hoy, lo que está cargado de fecundas consecuencias, la percepción de su situación y, por consiguiente, el reclamo de sus derechos humanos más elementales. Señalemos también la inaceptable e inhumana situación de la mujer. Una de las más sutiles dificultades para percibirla es su carácter casi escondido, hecho hábito, vida diaria, tradición cultural. Hasta el punto que cuando la denunciamos parecemos gente un poco extraña, empeñada en la disidencia. Este estado de cosas significa entre nosotros un reto al trabajo pastoral y al compromiso de las iglesias cristianas; en consecuencia lo constituye igualmente para la reflexión teológica. En este campo hay todavía una larga ruta por recorrer: los temas culturales, raciales, los de la situación de la mujer, estarán —el inicio es prometedor— cada vez más presentes en la teología de la liberación. La parte más importante de esta tarea corresponderá sin duda a las personas pertenecientes a esos mismos grupos humanos, a pesar de las dificultades que hoy se oponen a este intento. No se improvisa, en efecto, una presencia protagónica, pero su voz ha comenzado a escucharse y este hecho está preñado de futuro. Se trata ciertamente de una de las vetas más ricas de esta línea teológica para los años que vienen. Lo que la miseria y la opresión tienen de muerte inhumana y cruel, y por ende de contraria a la voluntad de vida del Dios de la revelación cristiana, no debe impedirnos ver los otros aspectos 3. 304 Y Puebla, 1137. 305 GUSTAVO GUTIÉRREZ señalados; ellos manifiestan una hondura humana y una fortaleza que son siempre promesas de vida. Todo esto constituye el complejo mundo del pobre. Pero nuestro juicio global se mantiene: la pobreza real, la carencia de lo necesario para vivir con la dignidad que corresponde a un ser humano, la injusticia social que despoja a la mayoría y alimenta la riqueza de unos pocos, el desconocimiento de los derechos humanos más elementales, es un mal que no podemos sino rechazar como creyentes en el Dios de Jesús. 2. Ir a las causas En este múltiple y ancho universo de los pobres las notas predominantes son, por un lado, su insignificancia para los grandes poderes que rigen el mundo de hoy, y, por otro, su enorme caudal humano, cultural y religioso, en particular su capacidad de crear en esos campos nuevas formas de solidaridad. Así nos son presentados los pobres en la Biblia. Sus diferentes libros dibujan con fuerza la crueldad de la situación de despojo y maltrato en que se hallan. Una de las más enérgicas denuncias de este estado de cosas, se encuentra en la lacerante y bella —pese a lo doloroso del asunto— descripción que nos ofrece el capítulo 24 del libro de Job. Pero no se trata sólo de presentar esa realidad; los autores bíblicos —los profetas, en particular— señalan con el dedo a los responsables de la situación. Los textos al respecto son múltiples, en ellos se denuncia la injusticia social que provoca la pobreza, como contraria a la voluntad de Dios y al sentido de su obra liberadora, manifiesta en la salida de Egipto. Medellín, Puebla, Juan Pablo II, han retomado esta perspectiva en tiempos recientes. Señalar las causas de la pobreza implica hoy el análisis estructural; esto ha sido siempre un punto importante en el marco de la teología de la liberación. No sin costos, porque si bien los privilegiados de este mundo aceptan sin mayores sobresaltos que se afirme la existencia de una masiva pobreza en la humanidad (no hay modo en nuestros días de ocultarla), los problemas empiezan cuando se señalan sus causas. Ellas conducen inevitablemente a hablar de injusticia social y de estructuras socioeconómicas opresoras de los débiles. Es en ese momento cuando aparecen las resistencias. Sobre todo si al análisis estructural se le añade una perspectiva histórica concreta que evidencia las responsabilidades personales. No obstante, las resistencias y temores mayores se dan ante el cuestionamiento que significa la toma de conciencia y la organización consiguiente de los sectores pobres. Los instrumentos de análisis varían con el tiempo y según la eficacia que han demostrado en el conocimiento de la realidad 306 POBRES Y OPCIÓN FUNDAMENTAL social y en la propuesta de las pistas de solución. Lo propio de la ciencia es ser crítica frente a sus supuestos y logros: avanza asi constantemente hacia nuevas hipótesis de interpretación. Es claro, por ejemplo, que la teoría de la dependencia, tan usada en los primeros años de nuestro encuentro con la realidad latinoamericana, resulta hoy una herramienta corta —aunque todavía importante— por no tener suficientemente en cuenta la dinámica interna y la complejidad de cada país, ni la vastedad que presenta el mundo del pobre. Además, los científicos sociales latinoamericanos están cada vez más atentos a factores que no estuvieron en la mira un tiempo atrás y que expresan una evolución en la economía mundial. Todo ello exige afinar nuestros medios de conocimiento, e incluso apelar a otros nuevos; tener en cuenta la dimensión socioeconómica es muy importante, pero es necesario ir más lejos. En los últimos años se ha insistido, y con razón, en la oposición entre un Norte desarrollado y rico (sea capitalista o socialista) y un Sur subdesarrollado y pobre 4 . Esto da una visión diferente del panorama mundial que no puede ser reducido a enfrentamientos de orden ideológico o a una manera limitada de entender los que existen entre clases sociales. Señala también la confrontación de fondo que enmarca la que se da entre Este y Oeste. En efecto, la diversidad de factores que hemos recordado nos hacen sensibles a los distintos tipos de oposiciones y conflictos sociales que se dan en el mundo de hoy. En este asunto hay sin duda una transformación importante en el campo del análisis social que necesita la teología de la liberación. Esto la ha llevado a incorporar valiosas perspectivas y nuevas vertientes de las ciencias humanas (psicología, etnología, antropología) para el examen de una realidad intrincada y móvil. Incorporar no significa simplemente añadir sino entrecruzar. La atención a los factores culturales nos permiten penetrar en mentalidades y actitudes de fondo que explican importantes aspectos de la realidad. La dimensión económica no será la misma si valoramos el punto de vista cultural, y viceversa por cierto. No se trata de escoger entre unos u otros instrumentos; la pobreza es una condición humana compleja y no puede tener sino causas complejas también. Esto no significa dejar de lado la hondura en el análisis; se trata de no ser simplista y más bien de empeñarse en ir hacia las causas más profundas de la situación; en eso consiste la verdadera radicalidad. La sensibilidad ante los nuevos retos implica cambios en nuestro enfoque sobre los caminos a seguir para superar auténticamente los conflictos 4. Cí. Juan Pablo II, Sollicitudo reí socialis. 307 GUSTAVO GUTIÉRREZ sociales que mencionábamos antes, y construir como lo exige el mensaje cristiano un mundo justo y fraterno. II. LA RAZÓN DE UNA PREFERENCIA Si bien es importante y urgente tener un conocimiento serio de la pobreza en que vive la gran mayoría de nuestro pueblo, así como de las causas que la originan, el trabajo teológico propiamente dicho comienza cuando intentamos leer esa realidad a la luz de la revelación cristiana. El significado bíblico de la pobreza constituye por eso una de las piedras angulares de la teología de la liberación. Se trata, claro está, de una cuestión clásica del pensamiento cristiano, pero la nueva presencia de los pobres la replantea con vigor. Una pieza clave de la comprensión de la pobreza en esta línea teológica es la distinción de tres acepciones de la noción de la pobreza que ya hemos mencionado. Ese es el contexto de un tema central de esta teología y hoy ampliamente aceptado en la Iglesia universal: la opción preferencial por el pobre. Se trata de una perspectiva de honda raigambre bíblica. 1. Una opción teocéntrica Medellín hablaba ya de dar «preferencia efectiva a los sectores más pobres y necesitados y a los segregados por cualquier causa» 5. El término mismo de «preferencia» —como es obvio— rechaza toda exclusividad y quiere subrayar quiénes deben ser los primeros —no los únicos— en nuestra solidaridad. Desde un primer momento, en teología de la liberación, se insistió en que el gran desafío venía de la necesidad de mantener al mismo tiempo la universalidad del amor de Dios y su predilección por los últimos de la historia. Escoger exclusivamente uno de estos extremos es mutilar el mensaje cristiano. El gran desafío es mantener las dos exigencias, como decía monseñor Romero en referencia a la Iglesia: «desde los pobres la Iglesia podrá ser para todos». En los duros y difíciles años finales de la década del 60 y de comienzos de los 70, esta perspectiva dio lugar a muchas experiencias en la Iglesia latinoamericana y a las consiguientes reflexiones teológicas. En el proceso se fueron puliendo expresiones con las que se buscaba traducir el compromiso con los pobres y oprimidos. Esto se hace patente en Puebla que recoge la fórmula de la 5. Medellín, Pobreza, 90. POBRES OPCIÓN FUNDAMENTAL opción preferencial por el pobre (cf. el capítulo con ese nombre), expresión que ya había comenzado a usarse en las reflexiones teológicas de ese tiempo en América latina. Dicha Conferencia le dio así un aval y un alcance muy grandes. La palabra «opción» no siempre ha sido bien interpretada. Como toda expresión, tiene sus límites, pero con ella se quiere acentuar el carácter libre y comprometedor de una decisión. No es algo facultativo, si entendemos por ello que un cristiano puede hacer o no dicha opción por los pobres, como tampoco es facultativo el amor que debemos a toda persona humana, sin excepción. Se trata de una solidaridad profunda y permanente, de una inserción cotidiana en el mundo del pobre. De otro lado, la palabra «opción» tampoco supone necesariamente que quienes la hacen no pertenecen al mundo de los pobres; así es en muchos casos, pero conviene precisar que los mismos pobres deben también tomar esta decisión. En estos últimos años importantes documentos del magisterio eclesiástico a nivel universal se han hecho eco de la perspectiva de la Iglesia latinoamericana, empleando directamente la expresión «opción preferencial por el pobre». Hay quienes han pretendido que habría en el magisterio la intención de reemplazar la expresión «opción preferencial» por «amor preferencial», lo que, según ellos, tendría otro significado. Nos parece que el asunto queda zanjado por la última encíclica de Juan Pablo II. Hablando de puntos y orientaciones presentes en el magisterio de estos años, el papa afirma: Entre dichos temas quiero señalar aquí la opción o amor preferencial por los pobres. Esta es una opción o una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana 6 . La opción por el pobre significa, en última instancia, una opción por el Dios del reino que nos anuncia Jesús. Toda la Biblia, desde el relato de Caín y Abel, está marcada por el amor de predilección de Dios por los débiles y maltratados de la historia humana. Esa preferencia manifiesta precisamente el amor gratuito de Dios. Eso es lo que nos revelan las bienaventuranzas evangélicas; ellas nos dicen con estremecedora sencillez que la predilección por los pobres, hambrientos y sufrientes tiene su fundamento en la bondad gratuita del Señor. El motivo último del compromiso con los pobres y oprimidos no está en el análisis social que empleamos, en nuestra compasión humana o en la experiencia directa que podamos tener de la pobreza. Todas ellas son razones válidas que juegan sin duda un papel importante en nuestro compromiso, pero, en tanto que 6. 308 Y Sollkitudo rei sociíllis, n. 42; subrayado en el texto. 309 GUSTAVO GUTIÉRREZ cristianos, éste se basa fundamentalmente en el Dios de nuestra fe. Es una opción teocéntrica y profética que hunde sus raíces en la gratuidad del amor de Dios, y es exigida por ella. Bartolomé de las Casas, en contacto con la terrible pobreza y la destrucción de los indios de este continente, la explicaba diciendo: «Porque del más chiquito y del más olvidado tiene Dios la memoria muy reciente y muy viva». De esta memoria nos habla la Biblia. Esta percepción fue afirmándose en la experiencia de las comunidades cristianas latinoamericanas y llegó a Puebla. Allí se sostiene que, por la sola razón del amor de Dios manifestado en Cristo, «los pobres merecen una atención preferencial, cualquiera que sea la situación moral o personal en que se encuentren» 7. En otras palabras, el pobre es preferido no porque sea necesariamente moral o religiosamente mejor que otros, sino porque Dios es Dios; a quien nadie pone condiciones (cf. Jdt 8, 11-18) y para quien «los últimos son los primeros». Esta aseveración choca con nuestra frecuente y estrecha manera de entender la justicia, pero precisamente esa preferencia nos recuerda que los caminos de Dios no son nuestros caminos (cf. Is 55, 8). Aunque no han faltado las incomprensiones así como las tendencias a operar indebidas reducciones tanto de pretendidos partidarios como de explícitos adversarios de esta opción preferencial, se puede afirmar que se trata de algo que forma parte indefectiblemente de la comprensión que la Iglesia en su conjunto tiene hoy de su tarea en el mundo. Un enfoque cargado de consecuencias, que no está, a decir verdad, sino en su primeros pasos y que se constituye en el eje de una nueva espiritualidad. 2. Los últimos serán los primeros En una parábola que le es propia (20, 1-16), Mateo resalta —en el contraste entre los primeros y los últimos— la gratuidad del amor de Dios frente a una estrecha noción de la justicia. «Quiero dar a este último lo mismo que a ti», dice el Señor. Y luego lanza a la cara de los quejosos estas incisivas preguntas: «¿es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿o va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?». Este es el fondo del asunto. La expresión literal «ojo malo» es reveladora; en la mentalidad semita ella designa una mirada torva y envidiosa. Se trata de una mirada que petrifica la realidad, que no da lugar a lo nuevo, que no deja espacio a la generosidad, y sobre todo que pretende poner linderos a la bondad divina. La parábola es una clara enseñanza sobre el núcleo del 7. Puebla, 1142. 310 POBRES Y O P C I ÓN FUNDAMENTAL mensaje bíblico: la gratuidad del amor de Dios. Sólo ella puede explicar la preferencia por los más débiles y oprimidos. «Así, los últimos serán los primeros y los primeros, últimos» (v. 16). Con frecuencia se cita solamente la mitad de la frase: «los últimos serán los primeros» olvidando que, por la misma razón, los primeros serán los últimos. Nos hallamos sin embargo ante una antítesis. Las dos afirmaciones se iluminan mutuamente, no pueden por eso ser separadas. Esta es una constante de los evangelios para referirse a los destinatarios del reino; ellos nos hablan de aquellos que entrarán al reino que anuncia Jesús, al mismo tiempo que nos dicen quiénes no podrán hacerlo. Esta presentación antitética es altamente reveladora del Dios del reino. Ahondemos el asunto tomando algunos ejemplos. a) En Lucas las bienaventuranzas van seguidas de las imprecaciones. El término griego para designar aquí a los pobres es ptojoi; su significado no ofrece dudas: etimológicamente quiere decir «el encorvado», «el asustado». De hecho se emplea para hablar del necesitado, de aquel que debe mendigar para vivir, cuya existencia depende entonces de los otros, se trata de alguien indefenso. Esta connotación de inferioridad social y económica se hallaba ya en los términos hebreos que piojos traduce en la versión llamada de los Setenta. Los estudiosos del punto están de acuerdo en decir que éste es fundamentalmente el sentido con el que el vocablo es usado en el Nuevo Testamento {piojos aparece 34 veces en el Nuevo Testamento, 24 de la cuales se hallan en los evangelios). Muy otra es la situación de los ricos que ya recibieron su consuelo; su sentido es claro igualmente: se trata de los poseedores de grandes bienes materiales. Lucas los opone con frecuencia a los pobres; la parábola del rico y del pobre Lázaro en la que —vale la pena anotarlo— no es el rico, sino el representante de los anónimos de la historia quien es designado por un nombre (16, 19-31); vanidad de los notables y opresión del pobre (20, 4647); óbolo de la viuda (acentuando el contraste que presenta el texto paralelo de Mt 21, 1-3, su fuente posiblemente). Encontramos también una oposición entre hambrientos y hartos. El término griego que usa Lucas {peinontes), así como las palabras hebreas que él traduce en los Setenta, indica que no se trata de un hambre cualquiera, sino de algo que se apodera de las personas como un mal profundo y prolongado. Se trata de una endémica falta de alimento. «Famélicos» sería por eso una versión más correcta que «hambrientos». Los hartos son, por el contrario, los que están plenamente satisfechos; por eso, en el canto que Lucas pone en labios de María se establece un significativo contraste entre los ricos y los hambrientos (1, 53). De hecho, con frecuencia en Lucas se encuentran asociadas tanto pobreza y hambre, como riqueza y abundancia de alimento. 311 GUSTAVO GUTIÉRREZ POBRES Y OPCIÓN FUNDAMENTAL Los que lloran —según la tercera bienaventuranza— son aquellos que experimentan un dolor vivo que los lleva a expresarlo. El llanto es una manifestación de sentimientos a la que Lucas es sensible (11 veces emplea el verbo «llorar»). No se trata acá de una pena pasajera; estamos más bien ante un sufrimiento profundo como resultado de una marginación permanente. Pocas menciones hay por el contrario en el Nuevo Testamento al hecho de reír. La risa puede ser expresión legítima de la alegría (6, 21), pero puede ser también manifestación de una felicidad que olvida el sufrimiento de los otros y que se basa en privilegios (6, 25). Estamos ante situaciones reales —incluso sociales y económicas— de pobreza y riqueza, hambre y saciedad, sufrimiento y autosatisfacción. El reino de Dios será de quienes viven en condiciones de debilidad y opresión. La entrada de los ricos al reino será más difícil que la de «un camello por el ojo de una aguja» (18, 25). b) Los evangelios nos dicen de diversas maneras que los despreciados, y no los importantes, tienen acceso al reino y al conocimiento de la palabra de Dios. Cuando el Señor advierte «dejen que los niños vengan a mí, porque de los que son como éstos es el reino de los cielos» (Mt 19, 14), pensamos rápidamente en la docilidad y confianza infantiles. Pasamos así al lado de la radicalidad del mensaje de Jesús. En el mundo cultural judío de su tiempo, el niño era considerado como un ser humano incompleto; formaba parte de los no importantes junto con los pobres, los enfermos y las mujeres. Esto choca contra nuestra sensibilidad presente, pero son numerosos los testimonios que van en ese sentido. Ser «como éstos», como los niños, quiere decir por consiguiente ser insignificante, alguien no valorado por la sociedad. Los niños son cercanos a los pequeños e ignorantes a quienes Dios Padre ha querido revelarse (Mt 11, 25) y en quienes encontramos a Cristo mismo (Mt 25, 31-46). En oposición a ellos están los «sabios y entendidos» (Mt 11, 25). Son los que se han apoderado de «la llave del saber» (Le 11, 52) y desprecian al bajo pueblo, al am ha-arez, compuesto según ellos por ignorantes e inmorales («gente que no conoce la Ley», Jn 7, 49). El evangelio los llama «gente sencilla» (Mt 11, 25). Para ello emplea el término griego nepioi (literalmente: «niños pequeños»), que tiene una clara connotación de ignorancia y simpleza. También aquí nos encontramos ante situaciones sociales y reales, ante niveles de conocimiento religioso. Ser ignorantes no constituye una virtud, ser sabio no es un demérito. La preferencia por los sencillos no se debe a sus disposiciones morales y espirituales, sino a su fragilidad humana y al desprecio de que son objeto. c) La parábola de los invitados al banquete que nos traen Mateo (22, 2-10) y Lucas (14, 14-24) habría que llamarla más bien de los no invitados, porque éstos constituyen en verdad el centro de su enseñanza. Los exégetas abandonan cada vez más una interpretación frecuente de este texto que se basaba en el esquema de Israel convocado y rechazado por sus faltas, y el no-Israel llamado para reemplazarlo. Se tiende hoy más bien a ver en los primeros convidados a los notables que unen a su rango social el conocimiento de la Ley. Y en los segundos a aquéllos a quienes Jesús dirige preferentemente su mensaje: los pobres y desposeídos, considerados como pecadores por los jefes religiosos del pueblo judío. Mateo va hasta decir algo que sorprende: «Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraban, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales» (22, 10). Malos y buenos, en ese orden. Una vez más se trata no de merecimientos de orden moral, sino de una situación objetiva de «pobres y lisiados, ciegos y cojos», como relata Lucas (14, 21). d) Jesús dice con énfasis que no ha venido por los justos sino por los pecadores, no por los sanos sino por los enfermos (cf. Me 2, 17 par). Una vez más tenemos una presentación antitética de los destinatarios de su mensaje. En esta ocasión, con un tono de ironía; porque ¿hay acaso justos y sanos que no requieran de su amor salvífico? «Justos» son los que se pretenden sin pecado, «sanos» quienes creen que no necesitan a Dios. Ellos son, pese a las muestras de respeto que reciben en la sociedad, los mayores pecadores, enfermos de orgullo y suficiencia. ¿Quiénes son entonces los pecadores y los carentes de salud por los que viene el Señor? En coherencia con lo dicho sobre los justos y sanos, se trata aquí de quienes son mal vistos por los notables del mundo social y religioso. Aquellos que padecían de una enfermedad seria o de alguna mala conformación corporal eran estimados pecadores (cf. Jn 9). Debido a esto, por ejemplo, los leprosos eran segregados de la vida social, a ella los reintegraba Jesús cuando les devolvía la salud física. De otro lado, los pecadores públicos, como los publicanos y las prostitutas, eran tenidos también como escoria de la sociedad. Esa condición, no su calidad moral o religiosa, los hace primeros para el amor y la ternura de Jesús. Por eso apostrofa a los grandes de su pueblo: «Los publicanos y la rameras llegan antes que ustedes al reino de Dios» (Mt 21, 31). La gratuidad del amor de Dios nos sorprende siempre. 312 313 GUSTAVO GUTIÉRREZ POBRES Y OPCIÓN FUNDAMENTAL Tenemos dos versiones de las bienaventuranzas. El contraste entre ambas es atribuido con frecuencia a un intento de Mateo por «espiritualizarlas», en el sentido de convertir en disposiciones puramente interiores y desencarnadas lo que en Lucas era una expresión concreta e histórica de la venida del Mesías. No creemos que sea así. Entre otras cosas, porque es innegable que el evangelio de Mateo es particularmente insistente en la necesidad de hacer gestos concretos y materiales hacia los demás, en especial hacia los pobres (cf. Mt 25, 31-46). Lo que hace Mateo es considerar las bienaventuranzas en la óptica del tema central de su evangelio: el discipulado. El pobre espiritual es el seguidor de Jesús, las bienaventuranzas señalan las actitudes fundamentales del discípulo que acoge el reino y es solidario con los otros. El texto de Mateo puede ser dividido en dos partes. a) El primer bloque de las bienaventuranzas de Mateo son cercanas a la versión de Lucas. En éste se trata de pobres reales, materiales, como se dice con frecuencia. ¿Hacia quién nos orienta Mateo al decir «de espíritu», en la primera bienaventuranza? En la mentalidad bíblica con esa expresión se quiere indicar un dinamismo; el espíritu es soplo, fuerza vital. Algo que se manifiesta a través del conocimiento, de la inteligencia, de la virtud o de la decisión. «De espíritu» transforma entonces la referencia a una situación económica y social en una disposición para aceptar la palabra de Dios (cf. Sof 2, 3). Estamos ante un tema central del mensaje bíblico: la infancia espiritual. Se trata de vivir en plena disponibilidad a la voluntad del Señor, hacer de ella nuestro alimento, como dice Jesús en el evangelio de Juan. Es la actitud de quienes se saben hijos e hijas de Dios, y hermanas y hermanos de los demás. Ser pobre de espíritu es ser discípulo de Cristo. La segunda bienaventuranza (en algunas versiones la tercera) es considerada a veces un desdoblamiento de la primera. Sea lo que fuere de esto, lo cierto es que los términos hebreos anaw y ani (pobre) son traducidos también por el griego praeis (empleado en este pasaje), que significa «humilde», «manso». Nos encontramos ante un matiz de la expresión pobres de espíritu; el manso es aquel que sabe acoger a los demás, es una cualidad humana (en la Biblia no se habla nunca de mansedumbre de Dios; Jesús, él sí, se atribuye esa condición: cf. Mt 11, 28-29). Ser manso es ser como el Maestro. A los mansos se les promete la tierra. Es la primera especificación del reino en las bienaventuranzas y ella tiene una clara connotación de vida en la Biblia. En la tercera bienaventuranza Mateo emplea un verbo diferente al de Lucas, pero de significación semejante. Dicho término sugiere una pena por duelo, catástrofe u opresión (cf. 1 Mac 1, 2527). Dichosos, por consiguiente, aquellos que no se resignan a que prevalezca la injusticia y opresión en el mundo. Ellos serán consolados. El verbo parakalein («consolar») nos remite al segundo Isaías: «el Señor consuela a su pueblo y se compadece de los desamparados (o afligidos)» (49, 13). Esa consolación tiene una nota liberadora. Lucas nos presenta a Jesús cumpliendo la promesa de consolación de Israel (cf. 2, 25). Felices aquellos que hayan sabido compartir hasta las lágrimas el dolor ajeno. Porque el Señor los consolará enjugando sus lágrimas y alejando de «la tierra entera el oprobio de su pueblo» (Is 25, 8; cf. también Ap 21, 4). En la cuarta bienaventuranza aparece un tema central en la versión de Mateo: la justicia. A los hambrientos, el término sedientos añade una mayor urgencia y un matiz más religioso. El objeto de ese exigente deseo es la justicia, en tanto que don de Dios y que tarea humana; ella determina una conducta de parte de los que quieren ser fieles a Dios. Ser justo significa reconocer los derechos de los otros, en particular de los más desvalidos; por lo mismo, supone una relación con Dios que puede ser calificada apropiadamente como santidad. Establecer «la justicia y el derecho» es la misión que el Dios de la Biblia encomienda a su pueblo y es la tarea en la que se revela como el Dios de la vida. Tener hambre y sed de justicia es esperarla de Dios, pero significa igualmente voluntad de ponerla en práctica. Ese deseo —similar al «busquen la justicia» (Mt 6, 33)— será saciado, la satisfacción será una expresión de la alegría que produce la llegada del reino de amor y justicia. b) Con la quinta bienaventuranza comienza el segundo bloque del texto de Mateo, constituido en su mayoría por bienaventuranzas propias de este evangelio. La misericordia de Dios es un tema favorito de Mateo. La parábola que nos cuenta en 18, 23-35 es una ilustración de la presente bienaventuranza. La misericordia 314 315 III. LA IGLESIA DE LOS POBRES Un mes antes del inicio del Concilio, Juan XXIII llamó a ser una Iglesia de los pobres. La frase es conocida: «Frente a los países subdesarrollados, la Iglesia es, y quiere ser, la Iglesia de todos y en particular la Iglesia de los pobres» (discurso del 11 de septiembre de 1962). Esta intuición repercute con fuerza en Medellín y en la vida de la Iglesia latinoamericana a través, especialmente, de las comunidades eclesiales de base. Precisar el significado de la noción de «pobreza espiritual» nos ayudará a ver que el discípulo, aquél que pertenece al pueblo de Dios, debe expresar su acogida del reino en el compromiso solidario y fraterno con todos y en especial con los pobres reales y los despojados de este mundo. 1. Ser discípulo GUSTAVO GUTIÉRREZ POBRES Y OPCIÓN FUNDAMENTAL es el comportamiento exigido al seguidor de Jesús. Mateo entronca esta perspectiva con el Antiguo Testamento cuando cita a Oseas 6, 6: «Misericordia quiero, que no sacrificio» (cf. Mt 9, 13 y 12, 7). Actitudes de fondo y no formalidades. Sobre las primeras se hará el juicio en última instancia: el texto de Mt 25, 31-46 nos habla precisamente de las obras de misericordia. Aquellos que se niegan a ejercer la solidaridad hacia los demás serán rechazados. Quienes ponen en práctica la misericordia son declarados felices, ellos recibirán el amor de Dios, lo que es siempre un don; esa gracia, a su vez, demanda de ellos que sepan ser misericordiosos con los otros. ¿Quiénes son los limpios de corazón? La tendencia frecuente a encerrar lo religioso en actitudes interiores y recoletas puede hacer difícil la comprensión de la sexta bienaventuranza. O más bien demasiado fácil, pero equivocada. La pureza de corazón supone sinceridad, sabiduría y firmeza; no se trata, por consiguiente, de algo ritual o aparente. Lo que cuenta son las posturas profundas. Esta es la razón de las disputas con los fariseos que Mateo nos presenta en términos enérgicos. Ser fariseo es el peligro que acecha a todo cristiano; consiste eñ profesar una cosa y hacer otra, separar la teoría de la práctica. La epístola de Santiago —por tantas razones cercana a Mateo— emplea un término preñado de significación. En dos ocasiones rechaza a las personas de «alma doble» (dipsyjos, en griego, cf. Sant 1, 8 y 4, 8). El Dios de la Biblia reclama una entrega total: «Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro» (6, 24). Acercarse a Dios implica «limpiar el corazón», unificar nuestra vida, tener una sola alma. Ser discípulo del Señor es ser coherente como el Maestro. Por eso el limpio de corazón, la persona íntegra, verá a Dios, «cara a cara», como diría Pablo (1 Cor 13, 12); esa promesa es la causa de la alegría de los seguidores de Jesús. Construir la paz es una tarea medular para el cristiano. Pero para percibir su alcance debemos salir de una concepción estrecha de la paz en tanto que ausencia de guerra o conflicto. A ello nos invita la séptima bienaventuranza. El término hebreo, sbalom, es muy conocido y de una gran riqueza. Apunta a una situación global e íntegra hacia una condición de vida en armonía con Dios, con los demás, con la naturaleza. Shalom se opone a todo lo que va contra el bienestar y los derechos de personas y naciones. No sorprende, en consecuencia, que justicia y paz aparezcan estrechamente ligadas en la Biblia. «Justicia y paz (shalom) se besan» (Sal 85, 10) Justicia y shalom, ambas son negadas a los pobres y oprimidos; por eso ellas se dirigen particularmente a los despojados de vida y bienestar. La paz deberá ser buscada activamente, se trata de artesanos de la paz y no de lo que comúnmente entendemos por pacíficos o pacifistas. Los que construyen esa paz, que implica sintonía con Dios y su voluntad en la historia, así como integridad de vida personal (salud) y social (justicia), «serán llamados hijos de Dios», es decir, serán hijos de Dios. Acoger el don de la filiación implica precisamente forjar fraternidad en la historia. La octava bienaventuranza reúne los dos términos claves: reino y justicia: vivir y establecer la justicia (tener hambre y sed de ella) acarrea la oposición de los poderosos. De ello dan testimonio los profetas y la propia vida de Jesús. Aquellos que han decidido ser sus discípulos no podrán estar por encima del Maestro (cf. Mt 10, 24). La cuarta bienaventuranza de Lucas tenía ya esta perspectiva del discípulo: «Bienaventurados serán cuando los odien, cuando los expulsen, los injurien y proscriban su nombre como malo, por causa del hijo del hombre» (6, 22). Mateo asume para todas sus bienaventuranzas este enfoque discipular que no está directamente presente en las tres primeras de Lucas. Además, Mateo refuerza su afirmación de la persecución «por causa de la justicia», añadiendo en el versículo siguiente la promesa de felicidad para quienes son maltratados «por mi causa». Mt 5, 11 se halla, en consecuencia, muy cerca de Le 6, 22, que habla de persecución «por causa del hijo del hombre», al mismo tiempo que establece una equivalencia entre justicia y Jesús en tanto que motivos de la hostilidad recibida. Mateo anuncia de este modo la sorprendente identidad que sostendrá en el capítulo 25 entre el gesto de amor hecho al pobre y el gesto hacia el hijo del hombre venido a juzgar a todas las naciones. Dar su vida por la justicia es darla por Cristo mismo. A quienes sufren por la justicia les es prometido el reino. Con la repetición de este término, usado ya en la primera bienaventuranza, Mateo entiende cerrar y darle fuerza a su texto por el procedimiento literario llamado inclusión. Las promesas de las seis bienaventuranzas comprendidas entre la inicial y la última son precisiones que nos ayudan a percibir el significado del reino. Efectivamente, tierra, consuelo, saciedad, misericordia, visión de Dios, filiación divina, detallan el contenido de vida, amor y justicia que tiene el reinado de Dios. Esas promesas son dones del Señor, fruto de su amor gratuito, y por ello mismo exigen un comportamiento determinado. Las bienaventuranzas del tercer evangelista subrayan la gratuidad del amor de Dios que ama preferentemente al pobre real. Las de Mateo completan esta perspectiva señalando el requerimiento ético para los seguidores de Jesús que se desprende de esa iniciativa amorosa de Dios. Se trata de acentos —ambos aspectos están presentes en cada uno de los dos textos— y de enfoques complementarios. Seguidor de Jesús es aquel que traduce la gracia recibida —que lo inviste como testigo del reino de vida— en obras hacia el prójimo, en especial el pobre; discípulo es quien se hace 316 317 GUSTAVO GUTIÉRREZ solidario —incluso «materialmente»— de aquellos que el Señor ama preferentemente. Por todo ello es declarado bienaventurado y apto para entrar al reino «preparado desde la creación del mundo» (Mt 25, 35). Bienaventurados los discípulos, los que hacen la «opción preferencial por el pobre». Entre la gratuidad y la exigencia, la investidura y la misión, discurre la vida del discípulo. Sólo una Iglesia solidaria con los pobres reales y que denuncia la pobreza como un mal, está en condiciones de anunciar el amor gratuito de Dios. Don que debe ser acogido en pobreza espiritual 8 . 2. Los pobres evangelizan La Iglesia de los pobres es una perspectiva eclesial que viene de lejos. San Pablo supo expresarla con fuerza insuperable. A la Iglesia que vive en la importante y rica ciudad de Corinto el Apóstol escribe: Hermanos, fíjense a quiénes los llamó Dios: no a muchos intelectuales, ni a muchos poderosos; ni a muchos de buena familia; todo lo contrario; lo necio del mundo se lo escogió Dios para humillar a los sabios y lo débil del mundo se lo escogió Dios para humillar a lo fuerte, y lo plebeyo del mundo, lo despreciado se lo escogió Dios: lo que no existe, para anular a lo que existe, de modo que ningún mortal pueda gloriarse ante Dios (1 Cor 1, 26-29). Para percibir la predilección de Dios por los pobres los corintios no tienen sino que mirarse entre ellos al interior de la comunidad cristiana. Es una cuestión de experiencia histórica (en 2 Cor 8, 2 se hablará de la «extrema pobreza» de las comunidades de Macedonia). Pero el texto de Pablo lee teológicamente esa experiencia y expresa una comprensión de la Iglesia hecha a partir del verdadero y más exigente enfoque: desde Dios. Su misericordia y su voluntad de vida se revelan en esta preferencia por lo que el mundo considera necio y débil, por lo plebeyo y los despreciado, por «lo que no existe». La gratuidad de su amor se manifiesta en la confusión y humillación del sabio, del fuerte y de «lo que existe». De esa manera la Iglesia es signo del reino. Lucas nos da el contenido de la proclamación del reinado de Dios, presentándonos el programa del mesías (Le 4, 18-19). Las diferentes situaciones humanas enunciadas en el texto (pobreza, cautividad, ceguera, opresión) aparecen como expresiones de la muerte. El anuncio de Jesús la hará retroceder, introduciendo un principio de vida en la 8. POBRES Y OPCIÓN FUNDAMENTAL historia que debe llevarla a su plenitud. Estamos, por consiguiente, ante la disyuntiva muerte-vida, central en la revelación bíblica, frente a la cual se nos exige una opción radical. Lo central estriba en la buena nueva a los pobres. Esta se concreta en las otras acciones que siguen: liberación a los cautivos, vista a los ciegos, libertad a los oprimidos. En todas ellas, la libertad es la idea dominante. Este es incluso —si tenemos en cuenta el texto hebreo de Is 61, 1-2— el sentido de la expresión «la vista a los ciegos»: alude a la liberación de los encadenados en oscuras prisiones. Así, pues, la buena nueva que anuncia el mesías tiene como eje la liberación. El reinado de Dios, reinado de vida, es el sentido último de la historia humana, pero su presencia se inicia desde ahora a partir de la atención de Jesús —y de sus seguidores— por los pobres y oprimidos. Ante el clamor de los pobres por la liberación, Medellín propone una Iglesia que sea solidaria con esa aspiración de vida, libertad y gracia. Un bello y sintético texto nos dice que la Conferencia quiere presentar «el rostro de una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres» 9. El tema de la Iglesia de los pobres en Medellín, así como en la práctica pastoral y la reflexión teológica que la precedió, y que luego cristalizó alrededor de sus textos, tiene un enfoque netamente cristológico. Es decir, no se trata sólo de una sensibilidad a la situación concreta de la inmensa mayoría de los pobres que vive en el continente; la exigencia fundamental y lo que confiere el sentido más hondo a todo el asunto, viene de la fe en Cristo. El documento Pobreza de Medellín, deja esto muy claro; son numerosos los textos al respecto. Citemos sólo uno: «La pobreza de tantos hermanos clama justicia, solidaridad, testimonio, compromiso, esfuerzo y superación para el cumplimiento pleno de la misión salvífica de Cristo» 10. La liberación plena en Cristo, de la que la Iglesia es un sacramento en la historia, constituye el fundamento último de la Iglesia de los pobres. Esta óptica cristológica se inspira también en otra afirmación del Vaticano II. En Lumen gentium se dice que la Iglesia «reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su fundador pobre y paciente... y procura servir en ellos a Cristo» (LG 8). Esta identificación de Cristo con los pobres (cf. Mt 25, 31-46) es un tema central en la reflexión sobre la Iglesia de los pobres. Puebla lo expresa hermosamente en uno de sus textos más importantes, 9. Medellín, juventud, 1.5; subrayado nuestro. 10. Medellín, Pobreza, 7; subrayado nuestro. Cf. Medellín, Pobreza, 4. 318 319 GUSTAVO hablando de los rasgos de Cristo presentes en los «rostros muy concretos» de los pobres " . Es decir, la Iglesia de América latina (magisterio, práctica pastoral, teología) asume una perspectiva teológica en el tratamiento del tema de la Iglesia de los pobres. Hablar de ésta no es sólo acentuar los aspectos sociales de su misión, sino referirse en primer lugar a su ser mismo como signo del reino de Dios. Ese era el nervio de la intuición de Juan XXIII («la Iglesia es y quiere ser»), desarrollada con profundidad por el cardenal Lercaro en sus intervenciones en el Concilio. Importa subrayarlo porque hay tendencia a ver estos temas sólo desde el ángulo del «problema social» y creer que se atiende al significado de la cuestión de la pobreza para la Iglesia con un secretariado sobre temas sociales. El asunto es más exigente; la intención de Juan XXIII apunta a una honda renovación eclesial. El profundo y exigente tema evangélico del anuncio del evangelio a los pobres estuvo presente en el Vaticano II, pero no se convirtió en su cuestión central como pidió el cardenal Lercaro al final de la primera sesión. Lo fue, en cambio, en Medellín; en ese contexto se ubica la opción preferencial por los pobres que inspira sus textos mayores. Hemos recordado las bases bíblicas de este anuncio del evangelio a los pobres. Lo que aquí interesa subrayar es que esta perspectiva ha marcado la vida de la Iglesia latinoamericana en estos años. Muchas experiencias y compromisos han buscado hacer realidad esta proclamación del mensaje a los más desheredados. En ese camino la Iglesia encontró la profunda inspiración a la liberación de los pobres y oprimidos del continente. Todo esto ha significado una renovación muy grande de la acción de la Iglesia. El requerimiento misionero implica siempre una salida del propio ámbito y la entrada en un mundo distinto. Eso es lo que importantes sectores de la Iglesia latinoamericana han experimentado al lanzarse por los caminos de la evengelización de los despojados e insignificantes; han comenzado a descubrir el mundo del pobre, y a encontrar las dificultades e incomprensiones que esa opción provoca en los grandes de este mundo. De otro lado, años de compromisos en defensa «según el mandato evangélico (de) los derechos de los pobres» 12 , y de creación de comunidades cristianas de base como «primero y fundamental núcleo eclesial de base, que debe responsabilizarse de la riqueza y expansión de la fe» 13, han abierto nuevas perspectivas. Esas experiencias eclesiales «han ayudado a la Iglesia a descubrir el 11. 12. 13. POBRES GUTIÉRREZ Puebla, 31-39. Medellín, Paz, 22. Medellín, Pastoral de conjunto, 10. 320 Y OPCIÓN FUNDAMENTAL potencial evangelizador de los pobres» 14. Se trata de una afirmación fundamental de Puebla, que se arraiga en la experiencia de la Iglesia en América latina, al mismo tiempo que subraya la continuidad con Medellín. Destinatarios privilegiados del mensaje del reino, los pobres son también sus portadores. Una expresión de esta posibilidad son las comunidades eclesiales de base que constituyen sin duda una de las más fecundas realidades de la Iglesia en Latinoamérica. Ellas se sitúan en el amplio cauce abierto por el Concilio al hablar del pueblo de Dios en el mundo de la pobreza; presencia eclesial de los insignificantes de la historia, o, para decirlo con otra expresión del Concilio, del «pueblo mesiánico» (LG 9). Es decir, un pueblo que camina en la historia en la espera del reino que opera constantemente la inversión mesiánica: «los últimos serán los primeros». La opción por el pobre, con sus consecuencias pastorales y teológicas, es uno de los aportes más importantes de la teología de la liberación y de la vida de la Iglesia en nuestro continente. Como hemos dicho, esa opción echa sus raíces en la revelación bíblica y en la historia de la Iglesia. Al mismo tiempo presenta hoy características propias y nuevas. Esto se debe a nuestro mejor conocimiento de la hondura y complejidad de la situación de pobreza y opresión que vive la mayoría de la humanidad, a nuestra percepción de los mecanismos económicos, sociales y culturales que la producen, y ante todo a la nueva luz que la palabra del Señor arroja sobre ella. Esta perspectiva se convierte por eso en el eje de la «nueva evangelización» que comenzó en América latina hace dos décadas, pero que urge retomar continuamente. La novedad mencionada fue reconocida, en cierto modo, por el sínodo convocado con motivo de la celebración de los veinte años de la clausura de Vaticano II. Se dice en sus conclusiones: «Después del concilio Vaticano II, la Iglesia se ha hecho más consciente de su misión para el servicio de los pobres, los oprimidos y los marginados». Este servicio resulta riesgoso hoy entre nosotros. Los intereses en juego son poderosos, son muchos los que han encontrado la prisión, el maltrato, la sospecha, el exilio y la muerte debido a su voluntad de ser solidarios con los pobres. Esto constituye una realidad martirial simultáneamente dolorosa y fecunda. En ella vive una Iglesia que aprende día a día que no puede estar por encima del Maestro. 14. Puebla, 1147. 321