posmetafísico (título que también podría haber elegido Heidegger

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H IS T O R IA U N IV E R S A L D E L A F IL O S O F ÍA
mente») desarrollar una teoría que permita «reconciliar consigo misma
a la modernidad en descomposición»; más concretamente: «encontrar
formas de convivencia en las que, realmente, autonomía y dependencia
alcancen una relación pacífica» ¡Magnífico fin! Quien, movido por él,
pretenda leer el libro, lo tendrá difícil. La materia es ya complicada de
por sí, debido, entre otras razones, a la necesaria abstracción de los
análisis; a ello se añade el propio modo de exposición de Habermas,
que —al menos aquí— tiende a lo complicado y abstracto. Y luego está
la plétora de notas, pues Habermas, minucioso como es, y de una gran
honestidad intelectual, remite sin cesar a los pensamientos y escritos de
otros autores, siendo así el polo absolutamente contrario al gesto
monológico (¿o hay que decir monomaniaco?) de Martin Heidegger,
quien, incluso en las notas a pie de página, no suele remitir mas que a
los propios escritos.
Jürgen Habermas es un intelectual típico (en el buen sentido), que
adopta regularmente una postura en las discusiones públicas. Su último
libro, una colección de ensayos aparecida en 1988, se llama Pensamiento
posmetafísico (título que también podría haber elegido Heidegger).
VI.
1.
LUDWIG WITTGENSTEIN. EL LENGUAJE
COMO TEMA CENTRAL DEL FILOSOFAR DE HOY
W
it t g e n s t e in : p e r s o n a y o b r a
Mientras que la obra y la influencia de Russell, al menos en su pri
mera fase, tiene lugar mucho antes de la aparición del llamado Círculo
de Viena —que puede ser considerado como punto de cristalización, o
como la tropa escogida del movimiento neopositivista— , la obra y el
influjo del segundo pensador que proporcionó estímulos decisivos n
este grupo transcurre, más o menos, paralelamente a él.
Mientras Ludwig Wittgenstein era célebre en los países anglosajo
nes desde hacía mucho tiempo, al menos en círculos especializados, y
los que conocían su mundo de pensamiento le consideraban el pensn
dor más importante de nuestro siglo, y a la vez, el que mejor represen
taba la situación espiritual de nuestra época, en Alemania fue práctica
mente un desconocido para la mayor parte del público hasta el final di
la Segunda Guerra Mundial, y ni siquiera su nombre se podía enconinn
en las obras de consulta filosóficas. La razón de ello estaba, en parte,
en que, la obra filosófica de Wittgenstein se desarrolló, sobre todo, en
Inglaterra; pero también en que el propio Wittgenstein, no sólo no bus
caba la publicidad, sino que la evitaba a conciencia; y por último, tinii
H A STA EL PRESEN TE
713
bién, en que los escritos de su segunda fase de creación no fueron
conocidos, en su mayor parte, hasta después de su muerte.
Ludwig Wittgenstein nació en 1889. Su abuelo paterno se había
trasladado de Sajonia a Viena tras convertirse del judaismo al protes­
tantismo; en esta ciudad, su padre alcanzó gran prestigio y fortuna
como industrial del acero. Wittgenstein creció junto a sus siete herma­
nos en una casa paterna capaz de transmitir múltiples estímulos inte­
lectuales y artísticos; Johannes Brahms y Gustav Mahler eran huéspe­
des habituales de la familia. Ludwig comenzó estudios de ingeniería en
la universidad técnica de Berlín-Charlottenburg, y los continuó en
Manchester. Pronto, sus intereses se trasladaron de la aeronáutica y la
aerodinámica a la matemática, especialmente después de haber leído
los Principies o f Mathematics de Russell (antecesores de los Principia
mathematica); después, a los problemas de fundamentación de la mate­
mática y, por lo tanto, a la lógica y la filosofía. Fue a Cambridge, estu­
diando con Russell a partir de 1912. Durante este tiempo, su interés se
orientó a tres grandes campos: empezó a ocuparse intensivamente de
pensamientos filosóficos, cultivó la música, que le acompañó toda su
vida — sus escritos contienen m uchos ejem plos tom ados de la
música— , y emprendió varios viajes. El estallido de la Primera Guerra
Mundial le sorprendió en Noruega, donde se había retirado en extrema
soledad. Se alistó voluntario en el ejército austro-húngaro.
Durante toda la guerra llevó consigo sus reflexiones filosóficas, ano­
tándolas en cuadernos. Cuando, hacia el final de la guerra, cayó prisionero
de los italianos, tenía en su mochila el manuscrito terminado de su Tra­
tado lógico-filosófico, que más tarde había de hacerse célebre. Consiguió
(por mediación del que luego sería mundialmente famoso economista
John Maynard Keynes) hacérselo llegar a Russell; pero, a pesar de los
esfuerzos de éste, el escrito no pudo publicarse en alemán hasta el año
1921, en los Anales de Filosofía natural de Ostwald; en 1922, apareció
una edición bilingüe, inglés-alemán, bajo el título, en latín, de Tractatus
logico-philosophicus. De los cuadernos de notas de los años de guerra, en
los cuales surgió este escrito, se han conservado tres, publicados en 1961.
Wittgenstein puso una parte de la considerable herencia del patrimo­
nio paterno a disposición de artistas y escritores austríacos (Rainer María
Rilke y Georg Trakl estaban entre los beneficiarios); el resto se lo entregó
a sus hermanas, y de 1920 a 1929 llevó una vida extremadamente simple
y retirada como maestro de escuela en Austria; luego, como jardinero en
un convento cercano a Viena. Hacia el final de este período, por media­
ción de Moritz Schlick, entró en contacto con el círculo de Viena.
En 1929, bajo la influencia, posiblemente, de una conferencia dé Brower, retornó a sus intereses filosóficos, marchó a Cambridge, donde, a
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H IS T O R IA U N IV E R S A L D E L A F IL O S O F ÍA
instancias de Russell, presentó su Tractatus como tesis doctoral. Enseñó
allí; en 1937, fue nombrado catedrático. Aparte de un período como
enfermero voluntario durante la Segunda Guerra Mundial, cumplió con
sus obligaciones docentes hasta 1947. Murió en Cambridge, en 1951.
Los talentos de W ittgenstein abarcaban, entre otras cosas, la
música (tanto para ejercitarla como para escucharla), la técnica (en
Cambridge, diseñó una tobera), la arquitectura (obra suya son los bocc
tos para una notable villa en Viena), la escultura, y la matemática, la
lógica y la filosofía. Como persona, era «lábil», veleidoso, susceptible
frente a la crítica (no se ocupaba prácticamente nunca de las tesis de
otros filósofos, y con su estilo aforístico, dificultaba también cualquier
análisis comparativo); aceptó los contactos y encuentros con los bri
liantes especialistas del círculo de Viena, inducidos con mucho tacto
por Moritz Schlick, sólo con la condición de que sus tesis filosóficas no
fueran criticadas en ese círculo. Como amigo, era generoso; tendía a )¡i
vida solitaria. Así, en 1913, se retiró a una cabaña en Noruega; tras
dejar su cátedra, vivía por temporadas en una cabaña en la Irlanda occi
dental. Como profesor —hablaba siempre sin papeles— impresionaba
profundamente a sus oyentes. Desde 1949 tuvo cáncer, a partir de 1951
vivió en casa de un médico amigo suyo en Cambridge, pues en ningún
caso quería morir en un hospital. Cuando su amigo le reveló que habí;i
llegado el final, dijo: «Bien».
El pensamiento de Wittgenstein durante el segundo período de su
actividad filosófica — prescinciendo de dos series de cuadernos de­
notas que dictó en inglés a sus alumnos y que se denominan Los cua
demos azul v marrón—no se conoció hasta después de su muerte; en
primer plano, por las Investigaciones filosóficas, aparecidas en 1953 en
una edición en inglés y alemán (todos los textos redactados por Will
genstein están escritos en lengua alemana).
Wittgenstein había determinado que este escrito fuera publicado
postumamente; otros escritos impresos posteriormente han llegado ni
público, probablemente, sin, o quizá contra la voluntad de Wittgenstein
2.
El
T r a c t a t u s 15
Este delgado y denso escrito consta de sentencias aforístu ,r.
numeradas decimalmente, de modo que, por ejemplo, «5.1» es i i i i . i
15
H ay una ed ició n crítica del texto, con los trabajos previos y las variantes, en I
W ittgenstein. Logisch-philosophische Abhandlung. Tractatus logico-philasophii ti\ nli
ción crítica, ed. por Brian M cguiness y Joachim Schulte, Frankl'urt/M .. 1989. |T iail espii
H ASTA EL PRESEN TE
715
explicación o continuación de «5», «5.1.1» de «5.1», y así sucesiva­
mente. Aunque esto facilita la orientación, y aunque Wittgenstein uti­
liza sobre todo palabras del lenguaje cotidiano (aparte de conceptos y
símbolos formales de la lógica matemática), este trabajo presenta
extraordinarias dificultades de comprensión para el profano, 1) por
estar escrito en un estilo extremadamente concentrado, 2) porque pre­
supone para su comprensión el conocimiento de las teorías de Frege y
Russell, y 3) porque, si bien Wittgenstein aplica conceptos del habla
cotidiana, les da un contenido propio, más preciso, diferente del coti­
diano.
En todo caso, para una primera aproximación, puede ser útil
citar las tesis principales, las cuales van acompañadas de una sim­
ple cifra y representan, por así decirlo, el armazón que sostiene todo
el edificio:
1.
2.
El m u n d o e s todo lo q u e e s el caso.
L o q u e e s el caso, el hecho, e s la ex iste n cia de estados de cosas.
(Nota: podrían considerarse estas frases como tesis de ontología.)
3.
4.
L a fig u ra lógica de los h ech o s es el pensam iento.
El p en sam iento es la proposición con sentido.
(Nota: se realiza aquí el tránsito de Wittgenstein del mundo que-espara-sí, por así decirlo, al conocimiento humano, la figuración del
mundo en el pensar y el lenguaje.)
5. L a p ro p o sición e s u n a función de verdad de las p ro p o sicio n es e le ­
m en tales (la p ro p osición elem en tal es una función de verdad de sí m ism a).
6. L a fo rm a general de la función de verdad e s :|p ,
N (i;)]. É sta es la
fo rm a universal de la proposición».
(Nota: en estas tesis y sus comentarios se trata del lenguaje y la
«lógica del lenguaje», si bien en un sentido algo diferente del de Fritz
Mauthner.)
7.
D e lo que no se puede hablar, se d ebe gu ard ar silencio.
ñola, Tractatus logico-philosophicus, A lianza. M adrid, 1990; tam bién en español. Confe­
rencia sobre ética. Paidós, B arcelona, 1989. (N. del T.)\ En 1988 se descubrió en V iena
una extensa correspondencia de W ittgenstein con Russell. Frege, el poeta G eorg T rakl, y
el célebre eco n o m ista K eynes. Se conserva en el A rchivo de Brenner. El volum en de los
escritos póslum os de W ittgenstein ocupa cien veces m ás que su obra publicada en vida.
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H IS T O R IA U N IV E R S A L D E LA F IL O S O F ÍA
(Nota: esta lapidaria proposición es el fin del Tractatus, no le sigue
ninguna explicación más. Sólo se hace comprensible si se añade la pro­
posición que inmediatamente le precede:)
6.54. M is p roposiciones se explican porque el q u e m e entiende acaba
reco n o cién d o las com o sin sentido cuando las ha usado (com o peldaños) para
su b ir m ás allá de ellas. (T iene, po r así d ecirlo, q u e arro jar la escalera des
p ués d e h ab er su bido por ella.)
T ie n e que su p erar estas proposiciones. E n to n c es ve el m undo correcta
m ente.
Con su Tractatus, Wittgenstein creía —como dice en el prólogo,
redactado en 1918— «haber resuelto definitivamente, en lo esencial,
todos los problemas»; consideraba la verdad de los pensamientos
comunicados en el Tractatus «intocable y definitiva». Parece conse­
cuente que, mientras su escrito, favorecido por su estilo apodíctico, su
radicalidad y su difícil accesibilidad, desataba una tormenta de comen
tarios y controversias en el mundo filosófico (hay una interpretación
muy clara y convincente de Eric Stenius, en inglés), Wittgenstein
mismo se retirara completamente del mundo filosófico y se ocultara
durante una década en el silencio. Cuando empezó a hablar de nuevo,
se reveló que él mismo había revisado, incluso destruido, el sistema
plasmado en el Tractatus tan radicalmente como ningún crítico ajeno
hubiera podido hacerlo.
3.
L a r e v is ió n
Según se desprende del prólogo, fechado en «Cambridge, enero de
1945», Wittgenstein destinaba las Investigaciones filosóficas para su
publicación, aunque con vacilaciones, y siendo consciente de que no
presentaba nada concluido, sino anotaciones, «apuntes paisajísticos··
originados «en largos y complicados recorridos» por un vasto terrilo
rio. «Desde que hace dieciséis años volví a ocuparme de la filosofía, he
tenido que reconocer graves errores en lo escrito en aquel primer libro*·
(se refiere al Tractatus). Esta frase testimonia la honestidad intelectual,
casi sobrehumana, que distinguía a Wittgenstein. Y el lema antepuesto
a la obra puede testimoniar la fundamental postura de modestia y
escepticismo: «En general, lo propio del progreso es que da un espei
táculo mucho mayor de lo que en realidad es. Nestroy.»
Wittgenstein no pudo darle ya al texto mismo, de unas trescientas
cincuenta páginas, su forma definitiva. En gran parte, tiene el caí ai leí
de un diálogo que el pensador mantiene consigo mismo —plantean
H A S T A EL P R E S E N T E
717
dose a sí mismo constantemente preguntas y objeciones— , o de un diá­
logo (fingido) con un interlocutor.
Resulta relativamente sencillo reconocer los puntos en los que
W ittgenstein se aparta de las tesis del Tractatus. Así, desecha el
armazón ontológico que había levantado en él, según el cual el
mundo es una totalidad de «hechos» y «estados de cosas», hechos
individuales, independientes unos de otros y, en cierto modo, «atómi­
cos». Desecha la relación inequívoca, establecida por el Tractatus,
entre el mundo y su figuración en pensamientos y proposiciones.
Desecha el ideal de exactitud incondicionada. Todo lo que se puede
decir, puede decirse claramente, tal era la concepción del Tractatus.
Las palabras y las proposiciones del lenguaje son, habitualmente,
ambiguas, vagas, inexactas, y eso es algo que no podemos cambiar de
ningún modo, tal es la idea del «segundo» Wittgenstein. El que quiera
hablar claramente, tiene que darle a sus palabras y frases un sentido
claro, dice el Tractatus, con el oculto pensamiento de que: lo que sig­
nifique la palabra X es algo que tiene que ser aclarado, en caso nece­
sario, por un análisis a fondo. En cambio, para el «segundo» Witt­
genstein: el que quiera saber lo que significa una palabra tiene que
•examinar cómo se utiliza, siendo este el único camino para alcanzar
alguna claridad sobre su significado.
Tenemos que incluir en este lugar el concepto de juego de lenguaje,
que Wittgenstein introduce con las siguientes palabras (Investigaciones
filosóficas, 7): «Llamaré “juego de lenguaje” al todo del lenguaje y de
las actividades con las que está tramado.» Todo está atravesado por la
analogía entre el hablar y un juego (habitualmente más bien compli­
cado) como el de ajedrez. El hablante opera con palabras y proposicio­
nes igual que el jugador con figuras, según unas reglas determinadas,
establecidas de antemano, que deben ser familiares (aunque no explíci­
tamente conscientes) a los participantes en el juego, sin que, desde
luego, las reglas del juego de lenguaje sean accesibles a una codifica­
ción precisa y concluyente; entre otras razones, porque un juego de len­
guaje sólo puede ser juzgado (y sólo puede ser comprendido) si se tiene
en consideración circunstancias externas, tales como la situación del
hablante, los antecedentes, el contexto, etc.
Tal vez se haga visible por estas indicaciones que Wittgenstein está
planteando una tarea que, al principio, puede resultar modesta (compa­
rada con las pretensiones planteadas por filósofos anteriores), pero que
llega a convertirse en un trabajo de Sísifo: liberar nuestro pensamiento
de la constante tentación, extravío y embrujamiento del lenguaje, una
tarea infinita, ya que siempre estamos atrapados en el médium del len­
guaje, y jamás podremos salir de él.
718
4.
H IS T O R IA U N IV E R S A L D E LA F IL O S O F ÍA
En
TORNO AL LENGUAJE;
y
SALIENDO MÁS ALLÁ DE ÉL
Desde siempre, los filósofos, no sólo se han servido (han tenido
que servirse) del lenguaje para la tarea que ellos mismos elegían, sino
que también han reflexionado sobre él. Esto comienza ya en Heráclito
y el concepto de Logos, en el cual «la razón que gobierna el cosmos» y
el «discurso racional» se funden en una síntesis aparentemente casi
indisoluble; continúa con el Cratilo platónico, y se muestra tanto en la
Escolástica como en la Ilustración.
En el siglo xix, el lenguaje no ocupa el centro de la filosofía. Los
pensadores que se habían ocupado a fondo del lenguaje con competen
cia y cariño, tales como Herder, Wilhelm von Humboldt o Schleierma
cher, se quedan más bien al margen de la evolución filosófica. Los pen
sadores que pretendían poner el lenguaje en el centro, por ejemplo,
Fritz Mauthner (1849-1923), quien reclamaba una «crítica del leu
guaje» como complemento a la crítica de la razón cognoscitiva, detli
cando a este fin el trabajo de toda su vida, o Hans Lipps (1889-1941),
encontraron poca atención. Y, sin embargo, Mauthner (obras principa
les: Contribuciones a una crítica del lenguaje y Diccionario de filoso
fía) anticipó mucho de lo que había de venir después: la convicción di
que el lenguaje sería el tema más importante de la filosofía del futuro,
la lucha contra los conceptos aparentes y las pseudoproposiciones, la
inserción del lenguaje en la historia de la cultura y en la antropología
No se tomaba en serio el lenguaje, aunque todo (¿o casi?) lo que pode
mos pensar y conocer es transmitido, y acaso limitado, por él. Ahora,
las cosas son diferentes. El pensamiento de Wittgenstein gira en torno
al lenguaje. Para Heidegger, el lenguaje se ha ido haciendo cada ve/
más importante en el curso de su evolución. En las investigaciones de
Ernst Cassirer sobre formas y símbolos, así como en la antropología
filosófica, el lenguaje es un tema central. También los representante1,
de la filosofía analítica (sobre los que volveré al discutir la teoría de la
ciencia) tratan los problemas del significado, la fundamentación, lo·*
símbolos, la sintaxis, los lenguajes formales (artificiales).
¿A qué se debe este giro hacia el lenguaje?
En una pequeña parte, puede esto tener que ver con que, hoy día, en
filosofía, se enfrentan escuelas y corrientes que, si es que llegan a
entenderse, y ello con mucho esfuerzo, no se acusan unas a otras de
tomar una posición (demostrablemente) errónea, sino de que su dis
curso es incomprensible, o absurdo hasta el sinsentido, o, en el mejot
de los casos, irrelevante. En gran parte, puede deberse a que, desde l eí
dinand de Saussure (1857-1913), se ha ido desarrollando una nueva
ciencia del lenguaje, llamada hoy lingüística, a la que ningún critico
H ASTA EL PRESEN TE
719
puede negarle el título de ciencia, y que, desde el cambio de siglo,
cuando los pensamientos de Saussure se dieron a conocer y empezaron
a influir, hasta las actuales mentes de primer orden, como Noam
Chomsky (n. 1928), ha ido labrando una plétora de conocimientos
sobre el lenguaje, las lenguas, las estructuras lingüísticas, la lógica del
lenguaje, etc.; alcanzándose así un acervo seguro de conocimientos, si
bien, por otro lado, hay opiniones muy divergentes sobre temas impor­
tantes como la adquisición humana del lenguaje.
De entre los pensamientos de Saussure son de destacar: la distin­
ción entre «habla», el acto lingüístico individual, y «lengua», en tanto
que sistema de signos estrictamente ordenado (junto al que hay otros
sistemas de signos, tales como ritos, formas de cortesía, señales milita­
res, etc.); en este sistema, cada elemento individual obtiene su signifi­
cado, su función y su valor de posición sólo a partir de su relación con
otros componentes (signos de todo el sistema: al análisis de una lengua
en su estado actual, es decir, en un corte transversal en el tiempo, lo
llama «sincrónico»; al estudio de las lenguas en su desarrollo histórico,
lo llama «diacrónico»; por último, la afirmación de que el símbolo lin­
güístico (por ejemplo, la palabra «árbol») mantiene una relación acci­
dental y arbitraria con el objeto que designa, mientras que para el que
lo recibe, esa relación es vinculante.
Llegó a ser de gran trascendencia para el significado del trata­
miento filosófico del lenguaje la obra de C. K. Odgen (1899-1957)
—quien había de desarrollar el basic english— , y I. A. Richards, apa­
recida en 1938 con el original título de The meaning o f meaning,
[El significado del significado].
Por último, es de señalar la obra de ese genial outsider que era Ben­
jamín Lee W horf( 1897-1941), que estudió a fondo las lenguas de los
indios americanos, sobre todo el navajo y el hopi. Encontró entonces
notables diferencias respecto a la imagen del mundo que, en cierta
medida, está codificada en nuestras lenguas europeas. Ello le condujo a
la tesis (cuya idea central ya había defendido Wilhelm von Humboldt)
de que toda lengua encarna una «visión particular del mundo», que
toda lengua tiene una singularidad estructural y esencial con la cultura
de la que ha crecido (¿o que ha crecido de ella?)16.
El norteamericano Noam Chomsky (nacido en 1928, obras impor­
tantes: Aspects o f the theory o f syntax, 1965; Language and mind,
1968), a quien hemos mencionado más arriba, polifacético lingüista,
16
El escrito m ás im portante de W h o rf no se p u b licó h asta después de su m uerte:
Language, Thought and Reality. Selected W ritings o f B. L. Whorf, ed. by J. B. C assoll,
1956. |T rad . esp., Lenguaje, pensam iento y realidad, 1971. (N. del T.)\
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igualmente versado en disciplinas próximas a la ciencia del lenguaje,
sorprendió al mundo especializado con una tesis que, al menos visto
desde lejos, despierta a una nueva vida una representación que se daba
por muerta desde Locke, la de las «ideas innatas». Se trata del aprendi­
zaje de la lengua por un niño (normal); Chomsky discute resueltamente
que algo así —probablemente, el mayor logro espiritual que la mayoría
de los seres humanos llegan a alcanzar en su vida— pueda realizarse
por vía empírica, es decir, por la pura recepción por el niño del entorno
que le rodea. Llama la atención que cualquier persona medianamente
normal realiza este logro genial; que el niño sólo recibe pruebas al azar
del sistema de una lengua viva, prácticamente inabarcable; que estas
pruebas, en la mayoría de los casos, difieren de las reglas que real­
mente hay que aprender; que la adquisición del lenguaje tiene lugar a
una edad en que el niño no está capacitado para ningún otro logro com
parable, el aprendizaje del cálculo diferencial, por ejemplo; que, a par
tir de las reglas asimiladas (mas o menos inconscientemente) el niño
llega muy pronto a ser capaz de formar miles de frases nuevas que no
ha oído ni pronunciado nunca. En suma: se impone la idea de que los
seres humanos estamos dotados de una capacidad innata (en lo quo
atañe al individuo, de modo que se puede decir: heredada) para apren
der una lengua humana: una lengua humana, cualquier lengua por
igual, pues un niño alemán que crezca en un entorno japonés aprende y
habla este idioma como su lengua materna.
Entre los numerosos pensadores filosóficos cuyos esfuerzos giran
de modo expreso en torno al problema del lenguaje, hay un grupo de
investigadores, sobre todo ingleses y norteamericanos, al que puede
denominarse con la etiqueta «ordinary language philosophy» (filosofía
del lenguaje ordinario). Mencionaré como sus representantes más
importantes, a los ingleses John Langshaw Austin (1911-1960) —obra
principal: Hoy to do things with words, 1962— y Gilbert Ryle (1900
1976) —The concept ofm ind (1949)— l7. Estos pensadores se tomaron
en serio el programa anunciado por el segundo Wittgenstein: abordan
todo problema de modo que comprueban cuándo, cómo, y en qué con
texto, se usan en el lenguaje coloquial los conceptos de que se traía
Por ejemplo: quien, en el contexto de problemas psicofísicos quicio
investigar el problema de lo psíquicamente ajeno (¿puedo saber algo do
modo inmediato sobre procesos que tienen lugar en la conciencia de
otro?), tiene que preguntar primero: ¿cómo, cuando y en qué conloxlo
17
G ilb ert R yle, El concepto de lo mental, 1969 (el original inglés, The com cpl o)
Mind, ap areció en 1949).
H ASTA EL PRESEN TE
721
hablamos normalmente de conciencia, de saber (inmediato)? Por regla
general, obtiene entonces una gran cantidad de material que le pondrá
en condiciones de probar que las cuestiones planteadas están (posible­
mente) mal planteadas, carecen de sentido, y no pueden por ello ser
respondidas. Así, o bien esclarecerá una serie de problemas, o los hará
desaparecer. Austin, merced, probablemente, a un talento especial,
llegó a convertirse en un maestro de este tipo de filosofía.
Ryle, a quien he mencionado junto a Austin, es un influyente pen­
sador, cuyos trabajos, en número superior a los ochenta, se distinguen
por la claridad y la elegancia de estilo. Parte claramente del lenguaje, el
de la vida cotidiana, toma muchos ejemplos de él, y ve en la elimina­
ción de la confusión lingüística y conceptual la primera tarea del filó­
sofo.
En cierto sentido, puede parangonarse con estos dos pensadores un
tercero, Peter F. Strawson (n. 1911). Una de sus obras principales es
Individuáis. An Essay in descriptive Metaphysics'*. Como ya sugiere el
subtítulo del libro, Strawson quiere bosquejar en él una «metafísica
descriptiva». Entiende por tal un análisis de todo el sistema conceptual
que los seres humanos utilizamos, tal como es (de ahí, «descriptiva»), y
como todos (aunque a diferentes niveles de reflexión crítica) lo utili­
zan, no tal como tendría que ser. Es algo comparable a los intentos de
Aristóteles y Kant de despejar las «categorías» fundamentales; Straw­
son considera a ambos pensadores como sus antecesores.
Cierto es que, a diferencia de Kant, el cual pregunta por las formas
más universales en las que tienen lugar el percibir, el pensar y el cono­
cer (el tiempo y el espacio), Strawson parte de que «pensamos el
mundo como compuesto de individuos (de ahí el título), algunos de los
cuales son independientes de nosotros [...]».
Como segunda categoría fundamental, junto a la cosa individual,
Strawson identifica a la persona, el sujeto. Es la presencia de estas dos
categorías lo que hace posible que nos podamos sentir y conocer como
miembros de un mundo «no solipsista» (es decir, que no sólo existe en
nuestra conciencia).
Hay opiniones del tipo de «(quizá) hay cuerpos materiales, pero
sólo existen en nuestra conciencia», o bien, «yo tengo una conciencia,
pero no sé si los otros tienen la suya»; estrictamente, según Strawson,
no es posible refutar tales puntos de vista de un escepticismo radical,
mas deben ser rechazados, ya que no permiten ningún comportamiento
'* D e los libros d e S traw son, sólo se ha traducido al castellan o el que trata de K ant,
Los límites del sentido. R ev ista de O ccidente, M adrid, 1975.
722
H IS T O R IA U N IV E R S A L D E LA F IL O S O F ÍA
racional y son incompatibles con la posibilidad de llevar a cabo nuestra
vida.
Aceptadas estas dos suposiciones fundamentales — hay cuerpos
materiales, hay otras personas con conciencia a parte de mí— , hay
diferentes tipos de «metafísica», de explicación del mundo, sin que
ninguno de ellos pueda afirmarse como único válido frente a los otros.
Esta tolerancia se encuentra en una obra tardía de Strawson, marcada
por la sabiduría de la edad, Escepticismo y naturalismo. Strawson
escribió también un comentario a la crítica de la razón pura kantiana.
En el ámbito de lengua alemana, la filosofía orientada hacia el uso
ordinario del lenguaje, o que parte de él, no está tan extendida como en
los países de habla inglesa, si bien puede que su influencia vaya en
aumento.
Quisiera nombrar en este apartado un pensador más cuyo trabajo
arranca igualmente del círculo de problemas de «lenguaje y conocí
miento», pero que en su desarrollo posterior va más lejos, intentando
englobar los ámbitos del pensar histórico y de las ciencias del espíritu,
así como el de la sociedad y la acción social. Karl-Otto Apel (n. 1922)
es uno de esos pensadores a los que no se puede estampar de antemano
el sello de una escuela determinada, ya que, por un lado, estaba ligado
a Martin Heidegger, por ser alumno suyo, y por otro ha dedicado un
extenso trabajo a Charles Sanders Peirce. Que el pensamiento de Apel
intenta vencer toda la distancia que va de Heidegger a la filosofía ana
lítica es algo que suena ya en el título de su tesis doctoral Existencia v
conocimiento, así como en el título de su lección inaugural en Riel:
Wittgenstein y Heidegger (1962), con el subtítulo: «La pregunta por el
sentido del ser y la sospecha de falta de sentido de toda metafísica»;
muestra en ella algunos paralelos sorprendentes (a primera vista) entre
los pensamientos de estos dos filósofos, tan alejados uno de otro.
Para proporcionar al lector una impresión aproximada de la di ice
ción en que se mueve el filosofar de Apel, voy, pars pro toto, a refci n
un extracto de la conferencia de Apel Lenguaje y orden, leída en el
congreso de Munich en 1960 (impresa en la obra, de dos tomos, Tranx
formación de la filosofía (1973).
Desde Aristóteles, la filosofía occidental ve el lenguaje y el pensil
miento como una copia en signos del mundo y su orden (suposición
ésta que, posiblemente, sólo podía darse en un pensador que vivía en
la estructura sujeto-objeto-predicado, propia de las lenguas indoeuro
peas). También el Tractatus de Wittgenstein presupone la coinciden
cia entre la estructura (en este caso, atomística) del mundo y la lengua
que lo representa en frases con sentido. Resulta coherente que, según
Wittgenstein, no podamos expresar en una proposición esta singulai
H ASTA EL PR E SEN T E
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correspondencia entre lenguaje y mundo, antes bien, subyace a toda
proposición como su condición de posibilidad y, a lo sumo, puede
«mostrarse»; pero sobre el presupuesto fundamental — y sobre el
mundo como un todo— no podemos decir nada. Antes bien, tenemos
que callar.
Si eso es así, ¿debe plantearse la sospecha de sinsentido contra
cualquier tipo de metafísica? Pero, entonces, ¿también contra la meta­
física, que subyace tácitamente al Tractatus, de la correspondencia
indisoluble de lenguaje y mundo?
Los intentos emprendidos para liberarse de esta antinomia constru­
yendo lenguajes artificiales formalizados (cálculos) han demostrado
que, para aplicar semejantes sistemas de signos artificiales al mundo de
las cosas, es precisa la mediación del lenguaje cotidiano (como metalenguaje último), y la interpretación precientífica del mundo implícita
en él.
¿Tenemos, entonces, siguiendo a Wittgenstein, que limitarnos a
buscar e interpretar los juegos de lenguaje que de hecho aparecen? ¿Es
eso posible sin recurrir a una comprensión de sentido ya previamente
dada y presupuesta, comprensión que trasciende todo comportamiento
meramente práctico? Apel concluye: «Lo que sigue aquí, me parece, es
el problema kantiano de una síntesis a priori en la forma más universal
que pueda pensarse.» De hecho, los esfuerzos de Apel se orientan a
encontrar en una comunidad comunicativa una nueva fundamentación
última del conocimiento, y derivada de ello, de la acción ética con sen­
tido. Hasta aquí este extracto.
Si encontramos el recurso a Kant, la nueva meditación sobre el (así
llamado, con tan extremada confusión) idealismo trascendental kan­
tiano, en pensadores tan fundamentalmente diferentes como Jürgen
Habermas, Karl-Otto Apel, Karl R. Popper y, también, en el último
Wittgenstein: ¿no sugiere esto un nuevo renacimiento de Kant, un
segundo neokantismo («Hay que volver a Kant»)?
¿O al menos, que la obra del gran «pulverizador», que era a la vez
un gran ilustrado, arroja su sombra, como un rocher de bronce, y
supera todavía el curso de la historia?
VII.
1.
EL NEOPOSITIVISMO
A c l a r a c ió n
d e c o n cepto s
En sentido amplio, positivismo designa, no sólo una teoría o úna
escuela filosófica determinada, sino una actitud filosófica o científico-
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