Defensa de la competencia: ¿un instrumento de política económica?• Jorge Bogo* 1. Introducción El problema principal que en todo el mundo se plantea con este tipo de legislaciones, es la efectividad de su aplicación. La experiencia internacional indica que esto depende fundamentalmente de dos cuestiones condicionantes. La primera se refiere a la funcionalidad del objetivo que motiva a la legislación respecto del sistema económico, esto es que la preservación y promoción de la competencia en los mercados sea un valor social asumido y que constituya, consecuentemente, un instrumento (no discrecional) de la política económica. La segunda es que el órgano de aplicación sea realmente independiente, tenga prestigio propio, otorgue adecuadas garantías de defensa y cuente con personal técnicamente solvente e identificado con su misión. En suma, que tenga una alta calidad institucional. Para considerar la situación actual y la agenda que permitiera mejorar las perspectivas hacia futuro, se encarará primero una explicación breve del origen y la evolución de esta legislación en el mundo, dada su peculiar naturaleza. En la sección siguiente se desarrollará la historia desde su nacimiento en nuestro país, para luego analizar el grado cumplimiento del renovado mandato establecido en la ley 25.156, sancionada en 1999. 2. Los objetivos de estas legislaciones Este tipo de legislación nació en los EE.UU. al sancionarse la ley Sherman en 1890 y recibió el nombre de antitrust, por referencia a una forma en aquél tiempo muy difundida, de absorción de empresas rivales en conglomerados de gran tamaño. Para la opinión pública de aquella época, estas organizaciones empresarias -con razón o sin ella- fueron sospechadas de haber tenido origen y haberse desarrollado mediante prácticas detrimentales de la competencia. La legislación antitrust fue la respuesta a esa preocupación y tuvo desde su origen, por tanto, el carácter de un instrumento de control del modo en que se adquiere y se ejerce el poder económico. Su importancia radica en que se entiende que complementó los institutos legales que controlan el modo en que se adquiere y se ejerce el poder político en los EE.UU. • Agradezco los comentarios del Lic. Mariano Kestelboin y la colaboración de la Lic. Florencia Bogo. Como es usual aclarar, no les cabe responsabilidad alguna con los errores que pudiera tener este trabajo. Si bien la legislación y la jurisprudencia americana tuvieron gran influencia en la legislación y en su aplicación en el resto del mundo, la legislación europea, que presenta algunas particularidades muy propias, ha sido otra fuente de influencia complementaria. No obstante algunos antecedentes nacionales, su implantación efectiva tuvo origen en Europa en la inmediata posguerra, ocasión en que fue un instrumento para el objetivo de evitar el resurgimiento de los grandes conglomerados industriales, que hicieron posible el armamentismo alemán de la preguerra. No obstante, su aplicación fue muy escasa, ya que al desvanecerse el fantasma del militarismo, perdió significatividad el objetivo que motivara su adopción. 1 Sin embargo, su importancia como instrumento de una política pública resurgió de manera muy vigorosa al constituirse el mercado común europeo, ocasión en que se incorporó como una institución comunitaria al Tratado de Roma de 1957 y se creó una división especial en la Comisión Europea para su aplicación. Esa vinculación funcional de la defensa de la competencia con la consolidación del mercado único europeo, se advierte en la práctica en varias singularidades muy significativas, como son que reemplazara a la aplicación intracomunitaria del dumping y que sumara el disciplinamiento de los subsidios estaduales a la inversión. Pero sobretodo que fuera instrumental para que, como dijera un anterior Comisario de Defensa de la Competencia, se entendiera que: ¨…en la Unión Europea no se eliminaron todas las barreras al comercio intracomunitario provenientes de políticas públicas, para asistir luego pasivamente a su restablecimiento por medio de acuerdos colusivos entre empresarios o de abusos de posicionamientos dominantes¨. 2 Ambos paradigmas institucionales, cada día más cercanos por la vía interpretativa, tuvieron una fuerte influencia en las dos oleadas recientes de adopción o revitalización de este tipo de legislaciones. La primera fue cuando se consideró que tenían un rol funcional en el proceso de reconversión a economías de mercado de las naciones pertenecientes al área de influencia de la ex URSS, en particular en aquellos países que más rápidamente se proponían incorporarse a la Unión Europea. En este caso se trató de un requisito y por ello la Comisión Europea les dio un fuerte apoyo de asistencia técnica, tanto para redactar las leyes como para entrenar y asesorar al personal de las correspondientes agencias. La segunda tuvo lugar en América Latina, donde existió contemporáneamente una ola de creación o revitalización de las instituciones de defensa de la competencia en la década pasada, a impulsos del rol que se entendió que debían jugar en el período de transición 1 2 Igual cosa sucedió en Japón K. Van Miert. XXVI Informe sobre la Política de Competencia. Comisión Europea. 1966. hacia regímenes económicos basados en una mayor confianza en el funcionamiento de los mercados. La importancia de estos momentos de revalorización de la política de competencia, se puede apreciar en la siguiente tabla que sintetiza las etapas que reconoce la adopción de estas leyes en el mundo: PERIODO PAISES 1890-II guerra mundial EE.UU., Canadá, Argentina y Australia Posguerra Alemania, Unión Europea, Reino Unido, Japón, Suecia, Francia, Brasil, España, Chile, Colombia, Tailandia, India, Sud Africa y Pakistán 1980… Kenia, Sri Lanka y Corea 1990… Rusia, Perú, Venezuela, Méjico, Jamaica, República Checa, Eslovaquia, Costa de Marfil, Costa Rica, Bulgaria, Kazaquistan y Polonia FUENTE: G. de Oliveira 3 No obstante la claridad del mandato más general, hay una ambigüedad inevitable en la redacción de los dos primeros artículos de la Ley Sherman, que se repite en lo esencial en la legislación europea. En ambos casos se establecen prohibiciones muy genéricas respecto al uso del poder de mercado individual y del que se obtuviere colusivamente, cuya interpretación se deja a la autoridad de aplicación. Esta ambigüedad nace del hecho que el juego competitivo en los mercados, consiste en ganar participación en la demanda a costa de los competidores, hasta eliminarlos inclusive. Lo que la legislación pretende es que ese juego competitivo se desarrolle en base a lo que la colorida expresión de la jurisprudencia americana denominara “competition on the merits”, y no en base a la restricción o supresión de la competencia mediante el abuso de una posición dominante, o como consecuencia de la colusión de empresas competidoras. Tampoco como resultado haber comprado firmas rivales para eliminarlas como competidores. Esta 3 Gesner de Oliveira. “International Cooperation and Competition Policy”. CUTS Center for International Trade Economics and Environmental Consumer Unit. Pag. 4. circunstancia obliga a dejar a las autoridades de aplicación la difícil tarea de distinguir entre una competencia muy activa y otra emprendida con propósitos exclusorios. Se agrega a ello que desde sus orígenes, hay en esta legislación una difícil convivencia entre dos objetivos sutilmente contrapuestos. El primero es el objetivo de promover el funcionamiento de mercados eficientes como medio para asegurar el bienestar de los consumidores, mientras que el segundo se refiere a la preservación de los competidores de menor tamaño, frente a rivales de mayor envergadura. Este conflicto de objetivos fue intenso en el pasado, pero se ha ido resolviendo paulatinamente a favor del primer objetivo, sobretodo en las dos últimas décadas. Es por ello que, en grado variable y con características propias de cada país, el objetivo económico de preservación de mercados eficientes es o bien el objetivo único atribuido a la ley o bien prevalece por sobre el político de protección de la pequeña burguesía empresarial, que a lo sumo adquirió así en la práctica el carácter de objetivo secundario. La razón para esa evolución está en el hecho que una de las principales funciones de un mercado razonablemente libre de imperfecciones mayores, es la eliminación de productores ineficientes, ya que forzar su permanencia en el mercado redundaría en mayores costos (una mala asignación de recursos escasos) y en mayores precios (pagados por los consumidores). Distinto es el caso en que se eliminaran pequeños productores eficientes a consecuencia de estrategias predatorias practicadas por empresas que, por sí o por colusión, tienen el poder de mercado suficiente para encarar acciones de con perspectivas de éxito. La Unión Europea ha puesto un particular énfasis en la represión de estrategias anticompetitivas de este tipo, como consecuencia de haber privilegiado la preservación de la franja competitiva en aquellos mercados caracterizados por la presencia de una empresa dominante, o de unas pocas empresas que en forma conjunta pueden alcanzar un posicionamiento dominante. En este caso se trata, por tanto, de una interpretación congruente con el objetivo de promoción de la eficiencia. Cabría aquí hacer una referencia más directa al concepto de eficiencia. El mismo se basa en una demostración rigurosa de que es en los mercados competitivos en los que la demanda de los consumidores es mejor satisfecha, tanto en condiciones de precio como de adaptación de los productos a las preferencias de los individuos. La sociedad en su conjunto se ve también beneficiada por la existencia de mercados competitivos, por cuanto el monto de recursos asignado a la producción de ese bien (el costo de producción) es el menor de todos los tecnológicamente posibles y la producción y el consumo se maximizan respecto de todas las opciones disponibles. Este conflicto potencial entre el ideal de mercados competitivos y los incentivos al desplazamiento de competidores, que llevó a la adopción de medidas de protección de las condiciones en que se desarrolla la competencia, cabría sintetizarla en lo expresado por Elzinga y Breit al decir respecto a estas legislaciones que son: “…un bien público destinado a corregir las fallas de mercado (ineficiencia asignativa) asociadas al monopolio”. Agregando luego que “…el antitrust es el medio principal para mantener las condiciones competitivas. [Ya que] No puede confiarse en que las fuerzas privadas aseguren por sí el logro de este objetivo”. Añadiendo a renglón seguido que, “…una política de [absoluto] laissez faire sería peligrosa debido a posibles abusos de los monopolios, ya que éstos, cuando no son controlados, cierran el ingreso a los mercados, restringen la producción y desincentivan la innovación”.4 3. La evolución mas reciente A esa síntesis del propósito último servido por la legislación se llegó luego de una revisión de las ideas iniciada por la escuela de Chicago. La crítica que varios autores muy influyentes vinculados a esa casa de estudios hicieron durante la década del ´60 a la jurisprudencia antitrust anterior, fue parte de un movimiento ideológico más general y se basó en el hecho que en última instancia esta legislación (y otras complementarias) habilita la intervención del Estado en el funcionamiento de los mercados. Esta posibilidad de intervención es muy delicada, ya que puede dar lugar a “fallas de intervenciones gubernamentales” de consecuencias muchas veces peores que las “fallas de mercado” que se quisieron remediar. Más particularmente, cabría agregar que la crítica se centró en el desconocimiento manifestado en los fallos judiciales anteriores, respecto de la magnitud de las eficiencias involucradas en ciertas restricciones verticales de la competencia y en muchas fusiones o adquisiciones de empresas. En ello pesó, además de una crítica fundada en una aplicación muy coherente y unilateral de la teoría neoclásica de precios, la necesidad de ganar competitividad que en esa época enfrentaba la economía americana y que ya había sido asumido con la fuerza de un imperativo por la mayor parte de la sociedad. La influencia de esos puntos de vista sobre los jueces y comentaristas, comenzaron a tener efecto en la década del ´70, siendo el primer caso en que ello se manifestó GTESylvania. En él la Suprema Corte de los EE.UU. aceptó que ciertas restricciones verticales 4 K. Elzinga & W. Breit. “The Antitrust Penalties: a Study in Law and Economics”. Yale U. Press. 1976. Pag. ix de tipo comercial, no basadas en los precios, debían ser analizadas en función de las características del mercado en cuestión (rule of reason) y no en la mera comprobación de las conductas (per se rule). De esta forma comenzó una nueva era en materia antitrust, basada en la preponderancia del análisis económico sobre el político o social, y la consiguiente adopción de técnicas cada vez más sofisticadas y con mayor respaldo empírico. Esto condujo de manera natural al surgimiento de la llamada escuela “post Chicago” que retomó los temas de los viejos tiempos de la práctica antitrust, en un marco analítico muy riguroso pero menos dogmático que el de aquella. El corsi y ricorsi de esta revisión de una legislación recibió, siguiendo el título de un difundido libro, el muy descriptivo nombre de “la revolución antitrust”. En Europa donde -con la excepción de Gran Bretaña- siempre existió una fuerte tendencia a la codificación de las conductas en estatutos y una cierta resistencia a incorporar el análisis económico a la práctica de la agencia comunitaria, la revolución llegó finalmente en la década pasada. Impulsado por una importante producción académica cuya influencia trascendió ampliamente el marco europeo, tanto en el plano institucional como en la jurisprudencia se fueron acortando las distancias con los EE.UU., especialmente desde la designación de Mario Monti, un economista proveniente del campo académico como Comisario de la división a cargo del tema en la Comisión Europea y la creación –a semejanza de los EE.UU. en su momento- de la oficina del economista jefe. Esta evolución en el campo de la práctica y de la academia tardó en llegar a Argentina, y lo hizo finalmente, como se verá luego, desde mediados de 1996 en que, como parte de un relanzamiento del organismo de aplicación, se impuso finalmente la interpretación económica de la ley. 4. La evolución de la legislación y de su aplicación en Argentina En Argentina la intención de controlar el poder monopólico se manifestó en varios proyectos legislativos presentados desde los albores del siglo XX y se concretó finalmente en 1923, con la sanción de ley 11.210. El artículo 1º de esta pieza legislativa muestra una clara orientación antimonopólica, ya que reproduce en lo esencial y consolidadamente los dos primeros artículos de la ley Sherman, mientras que en su artículo 2º -iniciando una modalidad que se reproduciría en las leyes posteriores- se establecía un listado de conductas penalmente punibles. El carácter penal de la ley se reforzaba por el hecho de estar incorporada al Código Penal por medio del artículo 10. Esta norma fue sucedida por la ley 12.906/47, respondiendo al objetivo declarado de lograr una mayor efectividad en su aplicación. Este propósito tenía un contenido más político que económico, ya que la nueva ley se enmarcaba en un cambio substancial del régimen económico, caracterizado por una mayor regulación de las conductas empresarias por parte del Estado. El reemplazo de las decisiones privadas por las públicas en el manejo empresario, que caracterizó la política económica de ese período, evidenciaba una falta de confianza en la competencia como elemento disciplinante de los mercados, contradictorio con el fundamento mismo de este tipo de legislaciones. En lo formal, la nueva pieza legislativa siguió abrevando en la redacción de la legislación americana al definir las conductas que permitían “establecer o sostener un monopolio” o incluso el extremo muy expresivo del clima ideológico de aquella época, de prohibir “lucrar con él”. Contenía asimismo un artículo 2º en el que se ejemplificaban las conductas que jugaban como agravantes de las sanciones de carácter penal contempladas en la ley, que fuera interpretado como independiente del artículo 1º esto es que no se requería que las conductas enumeradas cumplieran con el requisito general de la misma. Aparte de un agravamiento de las sanciones, el nuevo cuerpo legal establecía un procedimiento administrativo que –a fin de mejorar la efectividad de la aplicación de la leyasignaba amplias facultades a una nueva dependencia del Poder Ejecutivo, cuya misión era efectuar denuncias fundadas ante la justicia penal. Nada de esto sucedió, ya que como refiere un tratadista de prestigio como Guillermo Cabanellas, en los 34 años de vigencia de esta ley se registraron tan sólo dos sentencias condenatorias, número similar al registrado durante los 30 años de vigencia de la ley que había reemplazado. Las razones para ello se encuentran principalmente en que, aparte de deficiencias procesales que pueden tener algún poder explicativo, el control de las conductas anticompetitivas no tenía, como institución, ningún rol funcional a cumplir en el marco de la política económica imperante.5 Para corregir esta situación de virtual letra muerta de la legislación fue que se sancionó en 1980 la ley 22.262, cuya diferencia fundamental con respecto a las anteriores leyes fue la mayor influencia de la legislación europea en su redacción. Esta se manifestó fundamentalmente en dos aspectos, el primero y más importante fue la creación de la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia (CNDC en adelante). Con la creación de este organismo especializado, la aplicación de la ley pasó del ámbito judicial al 5 G. Cabanellas de las Cuevas. “Derecho Antimonopólico y de Defensa de la Competencia”. Ed. Heliasta. 1983. Pag. 63. administrativo. Procesalmente, la CNDC era en esta ley el organismo encargado de dictaminar sobre la ilicitud de las conductas, para que sobre la base de sus dictámenes (no vinculantes) el Secretario de Industria y Comercio, o quien lo substituyera, finalmente decidiera. Si bien es innegable que la Dirección General de Competencia europea (DG IV) sirvió como modelo para el diseño institucional de la Comisión argentina, el hecho de reservar el poder decisorio al Secretario de Industria y Comercio tiene una evidente semejanza con el régimen británico vigente en aquél entonces, que fuera ideado por cierto para funcionar en un contexto de mucha mayor tradición institucional que el de nuestro país. A este organismo técnico se le concedieron amplias facultades investigatorias y se la habilitó para realizar iniciar casos de oficio, facultad esta última que rara vez utilizó. La vía judicial quedó habilitada para las apelaciones -ante la Cámara Penal Económica y las Cámaras Federales, según la jurisdicción- y cuando las conductas se encuadraran en la tipificación establecida en su artículo 41, para la imposición de sanciones de carácter penal. La segunda modificación importante fue la refundición en su artículo 1º de los artículos 85 (colusión) y 86 (abuso de posición dominante) del Tratado de Roma, así como la sujeción de la ilegalidad de ambos tipos de conducta a que produjeran o pudieran producir un perjuicio al interés económico general. Los elementos que menciona este primer artículo para el encuadramiento de las conductas presuntamente ilegales son tres: restricción de la competencia, abuso de posición dominante individual o conjunta y perjuicio para el interés económico general, el cual puede tener -como la propia exposición de motivos de la ley aclara- un carácter potencial. La típica figura europea de posicionamiento dominante fue así introducida en reemplazo de la más amplia figura americana de estrategias de monopolización. Con respecto a la relación que guardan entre sí los tres elementos antes mencionados fueron aclarados por la misma Comisión en un documento de 1997, al decir: “Si bien la ley 22.262 no exige que las conductas anticompetitivas representen necesariamente un abuso de posición dominante, sí puede afirmarse que para ser punibles las mismas deben ser efectuadas por un agente económico que posea poder de mercado en alguna actividad, y que esté utilizando dicho poder al llevar a cabo la conducta. Si tal situación no se diere, resultará imposible que el agente económico en cuestión pueda restringir, limitar o distorsionar la competencia, ya que el efecto de sus acciones sobre el resto del mercado será por definición nulo”.6 De este modo, como se verá luego, la conducta declarada ilegal por la ley en su enredada redacción, es el abuso de poder de mercado, sea éste adquirido por colusión entre rivales comerciales o por haber logrado (legítimamente) una posición dominante. Este abuso consiste, en la terminología de la ley, en actos relacionados con actividades económicas que “…limiten, restrinjan, distorsionen o falseen la competencia…”. El proyecto de esta ley tuvo una larga incubación en la década del ´70 y, producida su promulgación, tras un período inicial en que su aplicación fue moderadamente activa evidenciada en el número de casos y en la importancia de los mismos para el funcionamiento de algunos mercados- fue perdiendo impulso debido a factores económicos externos y organizativos internos. El organismo de aplicación que creara la ley 22.262, según se dijera en la Memoria Anual de 1997 -la primera desde su creaciónhabía terminado convertido en un ente “…de existencia casi formal, que dedicaba sus pocos recursos a resolver pequeños litigios [entre particulares] que muy poco afectaban el interés económico general”. En 1996 se inició una nueva etapa, de la cual la antes citada memoria da cuenta, que significó un cambio substancial en los criterios interpretativos de la cláusula de afectación del interés económico general, así como de la ley en general. Siguiendo los lineamientos interpretativos prevalecientes en el ámbito académico y en la práctica establecida en el orden internacional, el campo se tornó interdisciplinario, al reconocerse la importancia de condicionar efectivamente el análisis las conductas restrictivas de la competencia a la evaluación de sus efectos sobre el funcionamiento de los mercados involucrados. Esto se evidenció en un documento de 1997, antes citado, relativo a la interpretación de la ley bajo estándares económicos, así como en la jurisprudencia posterior de la Comisión. El giro interpretativo antes aludido se consolidó en lo formal con la sanción de la ley 25.156/99, actualmente vigente, que introdujo tres cambios substanciales respecto de la anterior legislación. El primero fue la creación del Tribunal Nacional de Defensa de la Competencia, al cual le asignó capacidad para resolver los casos por sí, terminando de ese modo con su dependencia de la Secretaría de Industria y Comercio. Esta independencia política del Tribunal se reforzó al establecer los mecanismos de selección de sus integrantes, las garantías de estabilidad en los cargos, la forma de financiamiento y otras providencias, diseñadas para mejorar la calidad institucional del órgano de 6 CNDC. “Breve Análisis de la Ley Argentina de Defensa de la Competencia”. Serie Documentos. Nº 1. 1997. aplicación. Todo esto, cabe aclarar, tuvo su origen en el parlamento y fue una condición inamovible en la discusión del proyecto en comisión. El segundo cambio importante de la nueva ley fue el control de las fusiones y adquisiciones de empresas, que añadió al control de las conductas el de la estructura de los mercados, colocando así a la legislación argentina en línea con la de países de similares características estructurales, como es el caso de Canadá, Sudáfrica, Nueva Zelanda, Australia, Brasil y Méjico, entre otros. Esta iniciativa fue sin duda determinante de las demoras que sufrió el proyecto modificatorio durante años, ya que debió enfrentar un fuerte lobby en contrario liderado por algunos grupos empresarios de capital nacional, con fuerte influencia en el parlamento. El tercer cambio substancial fue la derogación de las normas que habilitaban a algunos entes regulatorios a aplicar la legislación de defensa de la competencia y su restitución al organismo natural de aplicación, complementada con la habilitación a éste para expedirse de manera no vinculante –incluso de motu propio- en cuestiones de competencia en los mercados. Si bien nada impedía en la ley 22.262 que la CNDC emitiera este tipo de opiniones -conocidas internacionalmente con el nombre de “abogacía de la competencia”el hecho de habilitar esta posibilidad de manera expresa legitimó las posibles actuaciones al respecto. Las resistencias para sancionar la nueva ley pudieron ser finalmente vencidas debido a dos razones. La primera fue la visibilidad que había alcanzado la potencialidad de este instrumento legal en ocasión de la reciente multa impuesta a YPF S.A. (más de cien millones de dólares) en el caso iniciado de oficio, por abuso de su posición dominante en el mercado del gas licuado. La segunda y muy decisiva, fue la falta de competencia de la CNDC para intervenir en la venta de YPF S.A. a Repsol S.A.. Ambos hechos valorizaron la necesidad de establecer un control de las fusiones y adquisiciones de empresas, así como la de otorgarle autonomía decisoria al nuevo organismo de aplicación de la ley e integrar su órgano decisorio con criterios profesionales. Cabría por tanto hacer un balance de la gestión de la ley, para evaluar si estas expectativas han sido satisfechas, tras casi cinco años de aplicación. 5. Un balance de la gestión en el nuevo período 5.1 La integración del Tribunal Nacional de Defensa de la Competencia El primero y más notorio incumplimiento de las expectativas ha sido la no integración del Tribunal, basándose en que la ley 25.156 tiene entre sus cláusulas transitorias la previsión que hasta la constitución del Tribunal, la CNDC “…entenderá en todas las causas promovidas a partir de la entrada en vigencia de esta ley. Constituido el Tribunal las causas serán giradas a éste a efectos de continuar con la substanciación de las mismas”. Como generalmente ocurre en nuestro país, en este caso también lo provisorio, luego de seis años, va en camino de convertirse en permanente. Veamos a continuación el sinuoso curso seguido por los distintos gobiernos desde la sanción de la ley para desconocer su mandato, y mantener así en funciones a un organismo políticamente subordinado. La primera manifestación al respecto fue la creación en 1999 de la Secretaría de Defensa de la Competencia y del Consumidor, sobre la base de la anterior Subsecretaría de Comercio Interior y de la CNDC. La sola mención de los organismos integrantes de la nueva Secretaría pone de relieve que la integración del Tribunal la hubiera vaciado de competencias relevantes, haciendo injustificable la elevación de rango del organismo. Esto explica que el Decreto Reglamentario 89/01, subordinara groseramente el Tribunal a la nueva Secretaría, contradiciendo no ya el espíritu sino la letra misma de la ley. Mediante este Decreto, tanto el nombramiento como la remoción de las autoridades quedaba políticamente subordinado a un organismo que tenía, asimismo y por vía reglamentaria, la supervisión de todos los pasos procesales y la facultad de apelar las decisiones del Tribunal. De este modo, la Secretaría quedaba hacia futuro en condiciones de negociar las decisiones del Tribunal, cosa que hizo en los casos importantes durante todo ese período de gobierno, al mantener en vigencia a la CNDC mientras se redactaba el decreto aludido. Ello motivó en su momento la reacción de las comisiones correspondientes del parlamento, sin que se concretara nunca la promesa del Secretario de modificar sus aspectos más cuestionables. Este decreto no ha sido derogado aún, sin embargo, en las postrimerías del anterior gobierno se llamó a concurso para integrar el Tribunal, en base a un procedimiento distinto y acorde con el de la ley. Producidas las presentaciones, el actual gobierno paralizó las actuaciones, siendo de público conocimiento que su continuación está subordinada a la aprobación de una reforma de la ley, que facultaría al Poder Ejecutivo a autorizar (o no autorizar) fusiones empresarias denegadas (o autorizadas) por el Tribunal. Mientras tanto, la calidad institucional de la aplicación de esta ley ha caído hasta el extremo de haberse nombrado vocales de la CNDC con carácter provisorio, al producirse el vencimiento de mandatos. 5.2 Los condicionamientos a las aprobaciones de F&A como salida ante las presiones políticas La aprobación de algunas megafusiones recientes han servido para poner de relieve la necesidad de abrir la posibilidad de que el PE pueda aprobar o no aprobar una fusión de empresas, fundado en razones distintas de las que motivan la legislación de defensa de la competencia. Mientras que la aplicación de esta legislación obliga a evaluar las operaciones de concentración teniendo en cuenta el deterioro que produciría en los niveles de competencia prevalecientes, es legítimo asumir que el Poder Ejecutivo pudiera evaluarla a posteriori en base a criterios de política internacional o doméstica y arribar así a una decisión contraria. Un tipo de caso al respecto sería el de desnacionalización de empresas emblemáticas, aunque no haya sido ciertamente ése el tipo de casos que habría motivado la iniciativa reformista. Es por ello que el proyecto de reforma anunciado parece una solución adecuada, respaldada por el antecedente de otros países, para evitar que la autonomía decisoria y el prestigio de un organismo se pierdan, por tener que hacer de la necesidad virtud. Pero mientras esa reforma no se concrete, la CNDC parece firmemente dispuesta a ignorar que entre sus facultades cuenta con la posibilidad de dictaminar la desaprobación de una operación de F&A. En varios casos en los que aumentaba el grado de dominancia sobre un mercado a extremos de un virtual monopolio, el organismo extremó su ingenio para subordinarlas al cumplimiento de desinversiones o compromisos de conductas meramente triviales. El caso paradigmático al respecto fue la adquisición de Quilmes por parte del gigante brasileño AmBev (Brahma), que llevo la participación de aquella del 66% al 81%, siendo que en algunos mercados regionales esa participación creció a más del 90%. El agravante de estas referencias estructurales fue que Brahma era la segunda marca en la opción de los consumidores y revestía el carácter de “competidor vigoroso y efectivo” lo cual, según la normativa vigente, obligaba a una evaluación restrictiva de la operación. La única fusión importante no autorizada fue la del Correo Argentino/OCA, que vio la luz una vez que ambas empresas hicieran público por medio de la prensa que habían desistido de la operación. A ella se agregaron dos casos más de pequeña dimensión, con lo cual se elevaron a tres los rechazos, sobre un total de 238 operaciones notificadas desde 1999. 5.3 La falta de sanciones La sanción impuesta a YPF S.A. parecería haber marcado un límite del que la aplicación de la ley tenía que volver, dibujando así una parábola. En efecto, luego de este caso la Secretaría de Defensa de la Competencia y el Consumidor y la CNDC tuvieron en su poder un estudio realizado en el Enargas, en el que se ponía en evidencia que esa empresa habría incurrido en otro abuso de su posición dominante, aún mayor. En este caso se trataba del mercado del gas natural y su objetivo habría sido controlar la oferta, para aumentar los precios y consolidar así un mercado del tipo “follow the leader”. El Enargas incumplió su obligación de denunciar la conducta a la CNDC y llegó en cambio a un acuerdo con YPF S.A., que no modificaba en mucho el estado de cosas, mientras que el organismo de aplicación y la Secretaría ignoraron su obligación de iniciar de oficio una investigación al respecto. Puede decirse que desde entonces fue disminuyendo la intensidad de la aplicación de la ley, hasta el punto en que se considera ya un hecho natural que durante los últimos años no se hayan impuesto sanciones de significación. Es más, que la investigación de conductas restrictivas de la competencia haya sido una función relegado por la escasez de recursos, frente a la necesidad de cumplir con los plazos procesales de carácter fatal, que impone la ley en materia de F&A. El siguiente cuadro ilustra sobre la forma en que se cerraron los casos en el período iniciado en 1996. Si bien cabría ponderar esas cifras por algún indicador de magnitud de los casos, descartada esta posibilidad por razones obvias, la estadística resultante parece muy elocuente: RESOLUCION 1996-97 1998 1999 2000 2001 2002 2003 Sanción + compromiso 22% 19% 24% 20% 15% 6% 10% 78% 81% 76% 80% 85% 94% 90% Desestimación + aceptación explicaciones. FUENTE: elaboración propia en base a las Memorias de la CNDC Muy recientemente, en forma ciertamente concurrente con el inicio de la campaña electoral de este año, se impuso una sanción de relativa importancia en un caso de cartelización del mercado de oxígeno líquido. Está aún pendiente desde hace más de seis años otro similar relativo al mercado del cemento, que no sería de extrañar que corriera igual suerte. Si estos casos marcan realmente el inicio un cambio de tendencia, el tiempo lo dirá, pero por los antecedentes y la persistencia de sus causales, cabría suponer que no. Al menos en lo relativo a las empresas que tienen un fuerte poder de mercado (y son importantes contribuyentes al financiamiento de las campañas electorales). 5.4 La pérdida de iniciativa El escenario antes descripto habla de una falta de iniciativa de la CNDC, ya que la agenda le viene impuesta desde la Secretaría de la cual depende y por la recepción pasiva de denuncias y notificaciones. Se agrega a ello la falta de recursos humanos como restricción para incorporar temas a la agenda. Lejos están los tiempos en que asumiendo el monitoreo de los mercados como una función principal, el organismo encaró el estudio de algunos que son claves por su importancia en las cadenas de valor, para comprobar si prima facie existían abusos de posicionamientos dominantes o coordinaciones colusivas de conductas. Uno de estos estudios fue, precisamente, el que condujo a la apertura del caso contra YPF S.A. en el mercado de gas licuado. 5.5 La pérdida de capital profesional Esta pérdida es un hecho comprobable, que no se origina solamente en las bajas remuneraciones y en la no visualización de razonables posibilidades de capitalización profesional. Se extiende a la pérdida de motivación que ocasiona la burocratización de las tareas, así como a la falta de casos relevantes investigados sin restricciones, que permitan sentirse parte de una empresa común, motivadora del esfuerzo personal. El régimen de contratos temporarios, a su vez, culmina un cuadro que ocasiona una alta rotación de personal, una perceptible falta de experiencia y formación en el personal más recientemente incorporado y un recargo de tareas en un pequeño grupo de profesionales experimentados y competentes. 6. Una agenda hacia futuro En nuestro país y máxime en este campo, cabría decir que el primer punto de una agenda de cara al futuro debería ser cumplir con el mandato de la ley. Mientras ese cumplimiento tenga tan bajo grado de concreción y sea tan elemental, el peor de los engaños sería suponer que podría aumentárselo cambiando la ley. No obstante, esa fue la idea prevaleciente a comienzos de la década pasada, cuando se creyó que era una condición necesaria para mejorar la aplicación de la ley 22.262 y se concretó inicialmente en un proyecto que propiciara y financiara el Banco Mundial, y que influyó en la redacción de los distintos proyectos que condujeron a la ley 25.156. A partir de 1996, sin que se hubiera aprobado ninguno de esos proyectos, fue con la desfalleciente ley 22.262 que se produjo un cambio substancial en la intensidad de su aplicación, y fue asimismo con su sucesora que el grado de cumplimiento volvió lenta, pero inexorablemente, hacia atrás. La conclusión obvia de esta secuencia es que más importante que tener una ley ideal, es la voluntad política de aplicarla. Para lo cual ésta tiene que responder a una necesidad funcional objetiva respecto del régimen económico vigente y constituir una demanda de la sociedad. En ese entendimiento se puntualizan algunas ideas para una agenda al respecto. 6.1. La funcionalidad del instrumento legal Sobre lo ya dicho al respecto, cabría agregar, por contraste, lo sucedido en Brasil desde la asunción de su gobierno actual. Allí, al igual que en Argentina y la mayoría de los países latinoamericanos, la intensidad de la aplicación de la ley siguió una parábola, a medida que el instrumento fuera perdiendo sentido funcional. Desde que asumiera la actual administración de ese país y sin que mediaren cambios de la legislación, comenzó una nueva etapa caracterizada por el vigor con que se está investigando la mayor desvirtuación de una economía basada en el libre funcionamiento de los mercados, como son los carteles y otras formas colusivas de fijación de precios y reparto de mercados. A este mayor activismo se sumó la designación de personas con un reconocido prestigio profesional al frente de los organismos intervinientes, la incorporación de profesionales competentes a los mismos y la adopción de técnicas rigurosas y efectivas de análisis y probanza de conductas, para que comenzara a recuperarse el prestigio de las instituciones. La resultante es que en la actualidad las grandes empresas habrían comenzado a contratar consultores más que para defenderse de cargos, para asesorarse acerca de la legalidad de sus estrategias comerciales, al tiempo de diseñarlas. 7 6.2. La autonomía del Tribunal Sobre este punto hay poco por añadir, salvo que el hilo puede cortarse por lo más delgado, ya que la autonomía decisoria de un tribunal administrativo contraría las normas no escritas de nuestra cultura política. Cortar por lo más delgado se refiere al presupuesto 7 La Nación. Economía y Negocios. “Con nuevas herramientas, las autoridades antimonopolio de Brasil ponen mano dura”. Reproducido del The Wall Street Journal. 12 de Julio de 2005. de un organismo autónomo y a la manera de asegurarlo mediante un instrumento legal. Sin ánimo ni espacio para entrar al detalle de las posibles soluciones, cabe dejarlo señalado como un punto clave de la agenda. 6.3. La revisión de las decisiones del Tribunal Actualmente, la revisión de las decisiones por el tribunal de alzada no se limita al resguardo de los derechos de denunciantes y denunciados durante el proceso de investigación, como ocurre de hecho o de derecho en algunos países, sino que incluye la revisión de lo dictaminado por el tribunal inferior respecto al fondo del asunto. Ello implica que el caso pase de un tribunal especializado, que conoce el significado y las implicancias de la “regla de la razón”, a otro no especializado que carece de medios para arribar a una decisión revocatoria bien fundada, referida al fondo del asunto. Una situación como ésta contiene un fuerte incentivo para que la Cámara de apelación no revise la opinión fundada de un tribunal especializado y se concrete, por ende, a revisar los aspectos procesales de los casos, con obvio detrimento de garantías jurídicas más substanciales. Estas falencias de conocimiento especializado –y las dificultades para suplirlas- cobran más relieve aún si se considera que muchas de las cuestiones involucradas en los casos son teóricamente complejas, implican un inevitable margen de subjetividad e incluso la posibilidad de errores de cálculo. Todo ello abona para proponer, al igual que en algunos países de avanzada en la materia, que se cree un tribunal administrativo especializado al que deban dirigirse las apelaciones que hacen al fondo de los casos. La forma, esto es los posibles vicios de procedimiento, se apelarían en la forma establecida hoy en la ley 25.156 por la vía judicial, y de manera exclusoria de la otra vía. 8 Por razones de economías de escala y de alcance, la competencia de un tribunal administrativo como el descripto debería extenderse al derecho económico que, como resultado del cambio de régimen económico, surgió en la década pasada. Ello comprendería además de la ley de defensa de la competencia, el derecho antidumping y los marcos regulatorios de los servicios públicos. Todas estas legislaciones tienen en común que lo jurídico encuentre sentido a partir de la comprensión de la forma en que están organizados y funcionan los mercados. Cabría agregar, de último, que estas legislaciones tienen hoy diferentes órganos judiciales de apelación, con detrimento de la acumulación de experiencia y de la previsibilidad de las decisiones. 8 H.Lynch & Rodriguez Estévez. “Justicia y monopolios”. En FORES y Colegio de Abogados de Buenos Aires. “Justicia y Desarrollo”. Buenos Aires. 1999. 6.4. La creación de una fiscalía de defensa de la competencia Este es un tema recurrente en las propuestas de reformas a la legislación. Su racionalidad está muy ligada a las garantías de defensa y se basa en que éstas pueden ser vulneradas cuando quien denuncia es asimismo quien juzga. La propuesta parece impecable, si no fuera por las particularidades propias de esta legislación, que obligan a matizarla. La particularidad principal, distintiva y universal, de esta legislación, es la dificultad para lograr una aplicación efectiva. Lo anterior puede ser reexpresado de manera más gráfica, diciendo que las agencias nacionales pueden ser clasificadas en dos gruesas categorías: aquellas que se han limitado a matar hormigas y aquellas que fueron tras los animales grandes. En el segundo caso han sido instrumentos de la política económica, ya que sus casos involucraron a empresas importantes que estaban además en mercados muy determinantes de la competitividad de esas economías. En el primero, por el contrario, se trata de agencias cuyo cometido se ha limitado a resolver pequeños conflictos entre partes, cuya solución poco y nada puede agregar al funcionamiento de la economía. Ahora bien, para que una legislación protectiva de la competencia pueda adquirir el status instrumental antes comentado, debe tenerse en cuenta que en la legislación y en la práctica debe llegarse a un razonable compromiso entre el objetivo de efectividad en su aplicación y las garantías de defensa, a que obliga el procedimiento administrativo y judicial. Este compromiso guarda una obvia relación de subordinación de lo segundo a lo primero, ya que las garantías de defensa adquieren relevancia cuando hay casos, y en especial cuando esos casos son importantes. Pero se retroalimenta, ya que sin garantías de que se llegará a fondo en la investigación, no habrán denuncias. Esta cuestión es en el caso argentino muy importante, porque no hay en la ley suficientes incentivos para que los particulares presenten denuncias ante la agencia, ya que quien lo hace está declarando ipso facto las hostilidades contra una empresa (o conjunto de empresas) que en muchos casos tienen capacidad para represaliar duramente. La reclamación de daños y perjuicios, que podría compensar ese riesgo, sólo ha sido efectiva en los EEUU, en razón de haberse habilitado la vía judicial a esos efectos. En el resto del mundo, incluido nuestro país, la obtención de reparaciones estaba subordinada a la finalización de la instancia administrativa, por lo que es una posibilidad poco operativa.9 Desde esta perspectiva, resulta atractiva la posibilidad de crear una fiscalía que actúe investigando denuncias in voce de particulares y también por propia iniciativa, para 9 Recientemente se ha hecho lugar a demandas por daños y perjuicios basados en la ley 25.156, argumentando que la morosidad con que actúa la CNDC obliga a dirigirse a la vía judicial. Ninguno se ha cerrado aún. formular luego denuncias debidamente fundadas ante el Tribunal. Este es un esquema muy difundido en todo el mundo, pero que ha arrojado en general malos resultados cuando esa instancia asume en forma exclusiva facultades de instrucción, ya que en la práctica ha dado lugar a conflictos entre ambos organismos, y a una duplicación de tareas que ha servido poco y nada para mejorar la efectividad de la acción pública. Desde el punto de vista procesal, sin embargo, es importante, ya que brinda adecuadas garantías de defensa -sobretodo cuando el caso se inició de oficio- al establecer un control sobre la discrecionalidad del tribunal. Una solución en base a un razonable compromiso de objetivos podría establecerse siguiendo el criterio adoptado en Francia, donde la fiscalía –un órgano del poderoso Ministerio de Finanzas- no es una instancia previa obligatoria para acceder al Consejo de la Competencia, que retiene así facultades investigativas en todos los asuntos sobre los que debe expedirse. Pero de todos modos cabría hacer un comentario final respecto a su entidad: este es un tema que ha dado lugar a más ruido que nueces, ya que la CNDC inició muy pocos casos de oficio en toda su historia y todos por conductas que no hubieran sido denunciadas por particulares. 6.5. La figura del arrepentido La antes aludida falta de incentivos para denunciar la existencia de conductas, en especial de carteles, se extiende obviamente a los testigos y participantes. Esta razón a llevado a que una tras otra, las legislaciones nacionales hayan incorporado esta figura, que permite obtener pruebas sobre la base de un tratamiento atemperado de la culpa. La adopción más reciente y formal se produjo en la Unión Europea, de antiguo reticente al respecto, bajo la denominación en español de “clemencia” y en inglés de “leniency”. En una agenda tentativa de mejoras a la ley, ésta no debería faltar. 6.6. Una abogacía de la competencia efectiva Esta es una tarea importante de las agencias en muchos países, que debe entenderse como un complemento y no como un substituto del cumplimiento de los objetivos principales que marca la ley, como son la preservación de mercados competitivos mediante la prevención y la represión de las prácticas anticompetitivas. La primera condición para que esta función sea efectiva es, por tanto, haber adquirido prestigio en base al cumplimiento de los objetivos que dan origen a la agencia. La segunda es que ese prestigio no se asiente sólo en lo anterior, si no también en un elevado nivel profesional y que éste se videncia en los dictámenes que elabore. La tercera es que predomine una visión de política económica estructural, esto es que la introducción de competencia en los mercados sea considerada como una solución más efectiva que la regulación de las conductas. 7. Conclusiones Cabría reiterar una vez más que el problema principal que en todo el mundo plantea este tipo de legislaciones, es la efectividad de su aplicación. Esto no implica negar la posibilidad que en las normativas aplicables existan deficiencias procesales, que puedan tener alguna incidencia en la aplicación efectiva de la ley. Pero implica sí, afirmar que son usualmente secundarias frente a dos cuestiones que constituyen condiciones necesarias -aunque no suficientes- para ese propósito. Se trata en primer lugar de la funcionalidad del objetivo que motiva a la legislación, esto es que la preservación y promoción de la competencia en los mercados sea un valor social asumido y que constituya, consecuentemente, un instrumento (no discrecional) de la política económica. Cuando esto no ocurre la ley se convierte en letra muerta, o en el mejor de los casos en un instrumento sin proyección social. La razón cabe referirla al juicio de un observador imparcial, al decir que ello ocurrió en nuestro país durante un largo período como “… consecuencia de la vigencia de políticas económicas contrarias al desarrollo de la competencia, tales como la presencia de generalizadas regulaciones sobre las condiciones de funcionamiento de los mercados, controles de precios muy extendidos, escasa apertura económica y alto grado de estatización de la economía”.10 La segunda condición es la existencia de un órgano de aplicación independiente, que tenga prestigio propio, otorgue adecuadas garantías de defensa y tenga un plantel de personal técnicamente solvente e identificado con su misión. Una de las innovaciones fundamentales de la ley sancionada en 1999, actualmente vigente, fue precisamente establecer un mandato legal para que el órgano de aplicación de la ley pudiera tener estas características. El mandato tuvo un origen estrictamente legislativo y está aún incumplido, luego que varios gobiernos, de hecho (por inacción) o de derecho (al sancionar el Decreto Reglamentario Nº 89/2001), manifestaran su oposición a la constitución de un tribunal no subordinado a los mandatos del poder político. 10 G. Rozenwurcel. Defensa de la Competencia en la Argentina de los noventa: lecciones de la experiencia en los sectores regulados. Trabajo preparado para el Proyecto “Balance del proceso de transformación de los servicios de infraestructura en la República Argentina” (Fundación de Investigaciones Económicas y Sociales) Con vistas al futuro mediato, puede decirse que las respuestas que encuentren estas dos cuestiones son determinantes de la posibilidad de que esta institución pueda cumplir un rol importante para el desarrollo del país. Esto se refiere a que las fallas de mercado originadas en restricciones de la competencia o en la compra de empresas rivales, se resuelvan con más competencia y no con regulaciones o intervenciones ad hoc. Así como que el órgano de aplicación de la ley tenga independencia, profesionalidad y demuestre con hechos su voluntad de sancionar (cuando corresponda) a actores con capacidad de influencia política. * Contador Público Nacional, UBA y MPA (especialización en economía institucional) de la Universidad de Syracuse (USA). Actualmente asociado al Grupo CEO (Consultores en Economía y Organización). Consultor del Banco Mundial en políticas de competencia. Miembro del Consejo Académico del Instituto de Investigaciones Económicas de la Unión Industrial Argentina.