Fuerzas ocultas - Julio Ligorría

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Fuerzas ocultas
Julio Ligorría Carballido
A
ntes que nada, expreso mis condolencias más sentidas a los familiares de los ocho
compatriotas que murieron el pasado 4 de octubre en Totonicapán, en un fatal incidente
de esos que jamás querríamos que se vuelvan a dar en nuestra tierra, y además les pido
perdón en nombre de todos los que no hemos podido encontrar los mecanismos para acabar con
las razones primigenias que dan pie a los conflictos sociales. Así como es cierto que en Guatemala
hemos tenido y quizá aún tenemos resabios de una derecha prehistórica y troglodita—con visión
feudalista y anquilosada en valores y principios antediluvianos—, también es cierto que tenemos
una izquierda que no ha superado la derrota militar y que no deja de pensar en términos de
pasado y no de futuro. Debo decirlo: a juzgar por los hechos recientes y sus antecedentes
históricos, son estos activistas derrotados por la paz, en buena parte, los responsables del
desasosiego que turba a nuestra sociedad, porque insisten en sacarse la espina del conflicto y
tratan de encender en todo escenario la llama de una confrontación que la mayoría queremos sea
cosa del pasado.
Acostumbrados a conspirar y actuar en la clandestinidad, los torcidos líderes de la
izquierda criolla son, hoy como ayer, los responsables de los principales eventos que
descomponen las pizarras estratégicas del país en términos de consolidación democrática y
desarrollo económico y social. Por ejemplo, con esto de las tarifas de electricidad, hay varias
formas de ver el problema. En algunos casos se trata de abusos de los alcaldes, al duplicar el valor
de la energía de alumbrado público y trasladarla al consumidor. Igualmente cabe en el análisis
que, teniendo mucho recurso hídrico que podría reducir drásticamente la tarifa, es prácticamente
imposible construir hidroeléctricas porque los activistas de la izquierda se oponen violentamente.
Al final tenemos la “tormenta perfecta”, lista para ser explotada por ONG que instrumentalizan al
movimiento indígena y los utilizan como carne de cañón.
Miremos otros temas incomprensibles. En zonas de contrabando, por ejemplo, el tema de
protesta son los “abusos” de una PNC que detiene un camión y lo decomisa porque entró con
mercadería ilegal al país. Imagínese, estimado lector, indígenas protegiendo a contrabandistas. Y
en las carreteras, como ocurrió infortunadamente la semana pasada, los manifestantes cierran el
camino pero sus instigadores se aseguran de tener gasolina y piedras para cuando sea necesario
atacar.
Esa es la rutina de la izquierda criolla. Atacar. Morder. Asustar. Y por supuesto, hacerse
víctimas cuando se les corrige para que respeten la ley que todos los demás debemos cumplir.
Recientemente escuché a Marcelo Ebrad, el ilustrado líder de la izquierda mexicana,
cuando decía que tenemos que construir una izquierda lista para gobernar y no solo para
protestar. La izquierda consciente tiene su espacio en todo sistema político. Pero cuando la
izquierda vividora instrumentaliza la molestia popular para cobrar viejas facturas, el ambiente
apesta a traición contra el pueblo y contra los mismos manifestantes que, en verdad, no saben
quién los usa. Ni derecha ni izquierda tienen derecho a manipular el dolor que deja un suceso
terrible como el de la semana pasada. Mientras la discusión quede a expensas de la manipulación,
poco o nada habremos avanzado en la construcción de un Estado democrático.
¿Estarán pensando los derrotados por la paz en convertir a las víctimas en útiles después
de muertos?
Guatemala, 10 de octubre 2012
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