2 PISOS ATRÁS Tardó casi un minuto en subir los cuatro escalones de la entrada: nueve décadas en los talones pesaban demasiado. Iba con un descolorido traje negro que realzaba la curvatura de su espalda. Entró en el ascensor y pulsó el botón de su piso. De repente llegó un vecino, apresurado. Se cerraron las puertas. El vecino preguntó “¿Qué tal está, Don José?” . “Bien, hijo, bien”, respondió. Ambos callaron. Podría haber sido más cordial y haberle preguntado por la familia, “sus hijas ya están hechas unas mujercitas, ¿eh?”. Podrían haber hablado del tiempo, o de las obras del séptimo que tantos problemas estaban dando a la comunidad. Podrían haber comentado qué mal iba el país. También, podría haber dicho que acababa de volver del entierro de un amigo, el único que le quedaba vivo. Que sin él no sabe con quién charlará por las tardes. Que apenas salía a la a la calle, ya que le costaba un mundo dar un paseo y más aún subir las escaleras del portal. Que odiaba su casa porque le recordaba a su señora fallecida. Que hace unas semanas su médico le informó que a su edad era muy complicado recibir un trasplante. Que la medicación le quitaba el dolor pero lo deprimía. Que estaba asquerosamente solo. Que la soledad lo deprimía aún más. Que todo en su vida estaba muerto. Que todo en su vida estaba muerto, menos él; y que desde hacía tiempo su rutina se limitaba a esperar al Destino. Podría haber dicho algo, pero el vecino ya había bajado del ascensor 2 pisos atrás. L. Piles. Noviembre 2010.