Penas, prisión y resocialización

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La Opinión de A Coruña – 2 de enero de 2.011
Penas, prisión y resocialización
JOSÉ IGNACIO SANTALÓ. José Ignacio Santaló ejerce de abogado
de A Coruña
En técnica jurídica, la pena es la primera y principal consecuencia jurídica del
delito. Al natural, "amarga necesidad en una sociedad de seres imperfectos
como son los hombres". Desde luego, al consistir en la privación o restricción
de algún derecho, generalmente la libertad, es el medio coactivo más
contundente con que cuenta el Estado. Si éste renunciase a la pena, obligando
a la víctima y a la comunidad a aceptar las conductas criminales como si no
hubieran sucedido, retornaríamos a la "Ley de la selva", a "tomarse cada uno
la justicia por su mano".
Sin duda, la historia de las penas es más horrenda e infamante para la
humanidad que la de los delitos. Nuestra imaginación se desenfrena a la hora
de inventar sus más feroces formas. Hasta los siglos XVII y XVIII fueron
comunes el fuego, la espada, el descuartizamiento, la horca, la asfixia, el
enterramiento en vida, el hierro candente, la flagelación, etcétera. Actualmente
se sofistican las técnicas de ejecución: gas, electricidad o inyección letal, son
los métodos utilizados en algunos estados de Norte América.
Afortunadamente, cada vez más países derogan la pena de muerte dado su
demostrado fracaso para contener la criminalidad. Aspecto que, con el de lo
inútil de la crueldad, ya fue destacado por el maestro Beccaria en su obra De
los delitos y las penas (1764).
Y precisamente de ese fracaso puede decirse que surgió un nuevo invento
social, su sustituto, la pena privativa de libertad, que llegó a imponerse como
la pena por excelencia en la segunda mitad del siglo XVIII.
Sobre la función de la pena existen varias teorías que inspiran la política
penológica de los países y que pivotan en torno a su consideración retributiva
o preventiva, o a una mixtura de ambas. Para las llamadas teorías retributivas
se trataría de la imposición de un mal por el mal cometido según la máxima de
que "es justo devolver mal por mal", y responden a la convicción moral de
que éste no debe quedar sin castigo y el culpable debe encontrar en él su
merecido. Se le critica que es la racionalización de la venganza.
Las teorías preventivas consideran y justifican la pena no en sí misma, sino
como un medio para la prevención de futuros delitos. Se desglosan en dos.
Una, dirigida a la colectividad, es la llamada de la prevención general, que trata
de evitar el delito ya bajo la amenaza de la pena o ya haciendo presente
constantemente en el potencial delincuente la vigencia efectiva de las normas
penales, del Derecho.
Para la otra, denominada de la prevención especial, que se dirige al sujeto que
ya ha sido penado, prevenir es tanto como evitar los delitos en el caso y la
persona concreta evitando que reincida. Persiguen un efecto "resocializador"
de la pena y a tal fin orientan la prisión. Los primeros antecedentes de la
formulación clásica de esta teoría se encuentran en Séneca: "ningún hombre
inteligente impone una pena porque se ha pecado, sino para que no se peque".
Entre las críticas a la prevención general, se ha dicho que olvida que quien
decide cometer un delito no piensa en la pena sino más bien en cómo eludir
su persecución; que los delincuentes impulsivos u ocasionales no son
susceptibles de intimidación; que el carácter intimidatorio de la pena no es
demostrable, lo que se constata con la pena de muerte, ya que allí donde existe
no se ha logrado evitar, siquiera disminuir, los delitos que la tienen prevista; o
que daría lugar a un incremento constante de las penas de los delitos más
graves o de los que se cometan con mayor frecuencia.
Y a la especial, que la imposición de un proceso resocializador contradice el
pluralismo propio de un Estado de derecho; que su fin es tan impreciso que
podría ampliar descontroladamente el poder del Estado dentro del Derecho
Penal; o, el riesgo de singularizarlo en los inadaptados, enemigos políticos o
asociales (mendigos, vagabundos, prostitutas, etc.).
Actualmente predominan las llamadas teorías mixtas o de la unión, que
combinan fines preventivos y retributivos intentando configurar un sistema
que recoja los efectos más positivos de cada una de tales concepciones en
cada uno de los distintos estadios de la pena. Así, cuando el legislador prohíbe
una conducta amenazándola con una pena, es decisiva la idea de prevención
general, pues con ella se intimida a los miembros de la comunidad para que se
abstengan de realizar la conducta prohibida.
Pero si, a pesar de esa amenaza o intimidación general, se comete el delito,
entonces a su autor debe aplicársele la pena prevista para ese hecho,
predominando en su aplicación la idea retributiva. Finalmente, durante su
ejecución prevalecerá la idea de prevención especial, educando y reprimiendo
los instintos agresivos del delincuente, para que, una vez cumplido el castigo
impuesto, pueda integrarse en la comunidad como miembro perfectamente
idóneo para la convivencia.
Llegamos así a los establecimientos penitenciarios. Lugares que Concepción
Arenal, destacada penalista Coruñesa y Visitadora de Prisiones de Mujeres del
siglo XIX, definía como "antros cavernosos de maldad, propios para matar los
buenos sentimientos y dar vida a monstruos". Quizás hoy día no sea para
tanto, pero muchos expertos opinan que se trata de una institución cada vez
más carente de sentido, y que, lejos de disminuir la tasa de criminalidad,
provoca la reincidencia, y estigmatiza y desocializa y produce un coste
económico y de sufrimientos no compensado con ninguna ventaja apreciable.
El gran fracaso de la Justicia penal.
Lo cierto es que una vez que la persona es encarcelada sus posibilidades de
regresar a la vida social normal son muy difíciles por lo complicado de educar
para la libertad en condiciones de no libertad. Qué decir de los dos sistemas
de vida existentes en la cárcel: el oficial y el no oficial, que es el que rige
realmente la vida de los presos y sus relaciones entre sí y constituye una
especie de código del recluso, conforme al cual no debe nunca cooperar con
los funcionarios y mucho menos facilitarles información que pueda perjudicar
a un compañero. Sin olvidar tampoco la falta de medios, instalaciones
adecuadas y personal capacitado para llevar a cabo un tratamiento
mínimamente eficaz.
El "tratamiento penitenciario" es uno de los pilares de la meta resocializadora,
y así, nuestra propia Ley Orgánica General Penitenciaria, siguiendo los
dictados del artículo 25.2 de la Constitución, lo define como "el conjunto de
actividades directamente dirigidas a la consecución de la reeducación y
reinserción social de los penados".
Cierto que expertos en la materia dicen que se halla en crisis, que sus informes
evaluadores vienen a demostrar que rara vez impide, paraliza o interrumpe la
carrera criminal, pero al mismo tiempo no dejan de prevenirnos de los
peligros del retorno a concepciones puramente retributivas y de mayor
represión en la ejecución penitenciaria, abogando, como mucho más
razonable, por mantener la orientación de la pena en la dirección de propiciar
influencias positivas sobre los penados, como sucede con la resocialización.
Y es que, en efecto, según el artículo 25. 2 de nuestra Constitución "Las penas
privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la
reeducación y reinserción social". Y, en opinión de muchos doctores de esta
ciencia, este mandato constitucional dirigido al legislador debe interpretarse en
una única dirección, la de orientar la política
que los penados reciban las oportunidades
personalidad que se atribuyen a todos en
cementerios" y luchar decididamente, y
humanización de la institución penitenciaria.
penal y penitenciaria de modo
y medios de desarrollo de la
general; huir de las "cárceles
en primer término, por la
Y para orientar las penas privativas de libertad a la resocialización del
delincuente dicen que es obligado, en primer lugar, que, en la medida de lo
posible, la Administración despliegue a favor del penado una actividad de
medios de carácter asistencial y material, que le faciliten el logro de una vida
futura sin delitos. Y, en segundo lugar, tener presente que a la privación de
libertad va a seguir la vida en libertad, para la que es preciso prepararse, por lo
que durante la ejecución de la pena se debe fomentar el contacto del recluso
con la sociedad, que el interno no rompa las relaciones con el mundo exterior;
y, a tal fin, el instrumento fundamental son los permisos de salida.
Con tal status quo, desde la segunda mitad del siglo XIX asistimos a un
proceso de búsqueda e invención de alternativas a la institución carcelaria que
ha provocado que en la mayoría de los sistemas penales actuales se incluyan
instituciones destinadas a evitar el ingreso en prisión de condenados a penas
de escasa gravedad o a permitir la excarcelación con anterioridad al
agotamiento completo de la duración de la pena.
Nuestro Código Penal, desde puntos de vista resocializadores, de prevención
especial, regula alternativas a la prisión como la suspensión de la ejecución de
penas no superiores a dos años, incluso a cinco en caso de drogodependientes;
multa o trabajos en beneficio de la comunidad como sustitutivos de penas de
prisión no superiores al año, excepcionalmente a dos; y, ya en el ámbito
penitenciario, la libertad condicional de los que encontrándose en el tercer
grado de tratamiento hayan extinguido las tres cuartas partes de la condena y
observen buena conducta.
Se ha criticado por un sector que las vigentes 108 Reglas Penitenciarias
Europeas (2006), aunque modernizan puntos neurálgicos, mantienen casi al
pie de la letra los tradicionales principios fundamentales que giran alrededor
del delincuente (reinserción y normalización social), sin referencia alguna a la
víctima.
De lege ferenda "los más avanzados" propugnan no abogar por la proyección
de las prisiones, sino por lo contrario, por las denominadas nuevas Ciencias
Victimológicas (Mendelsohn, Von Hentig o Neuman), surgidas a partir de
1950, cuando la criminología comienza a prestar atención a la víctima, a sus
características bio-psico-sociales, a su relación con el delincuente y al papel
asumido en la génesis del delito.
En esa dirección, dicen, las Instituciones Penitenciarias avanzarían, por un
camino no punitivo-aflictivo sino compasivo-victimal, hacia la abolición como regla general- de la prisión como pena. Un camino revolucionario,
como fácilmente se observa, que propugna el establecimiento y desarrollo de
alternativas eficaces en determinados delitos: nuevas formas de multa, trabajos
a favor de las víctimas y de mediación-conciliación.
Merecen en este sentido destacarse los programas de mediación en Cataluña,
consistentes en la participación voluntaria del imputado y de la víctima en un
proceso de diálogo conducido por un mediador imparcial, con el objetivo de
conseguir la reparación adecuada del daño causado y la solución del conflicto
desde una perspectiva justa para ambas partes, y que en el año 2005
alcanzaron las 445 solicitudes.
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