INTEGRACIÓN Y COOPERACIÓN MONETARIA EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE Intervención del Lic. Javier Guzmán Calafell, Director General del Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos, en el Seminario “La Integración Regional Latinoamericana y del Caribe: Retos y Perspectivas”, organizado por la Universidad Nacional Autónoma de México y el Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe. México, D.F., 24 de agosto de 2010. Quisiera en primer lugar agradecer a la Universidad Nacional Autónoma de México y al Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe, la invitación para participar en este evento, de relevancia muy especial por ser parte de las actividades conmemorativas del centenario de la UNAM y el 35 aniversario de la creación del SELA. Es para mí un honor el tener la oportunidad de intervenir en este importante foro. El tema de discusión del Seminario, “Integración Regional: Retos y Perspectivas”, que ha ocupado un papel central en América Latina y el Caribe desde hace muchos años, es de importancia particular en la coyuntura actual. Por una parte, la reciente crisis financiera internacional ha puesto de manifiesto la necesidad de buscar mecanismos que permitan atenuar la vulnerabilidad de la región a choques externos. Por otra parte, la crisis ha dado lugar a una perspectiva de crecimiento económico más lento en las economías avanzadas en el mediano plazo y, consecuentemente, de un entorno externo más complicado para nuestros países, lo que acentúa la importancia de analizar en qué medida una mayor integración regional pudiera contribuir a atenuar los problemas resultantes de esta situación. Naturalmente, el proceso de integración económica en cualquier región implica la puesta en marcha de acciones en diversos frentes. En esta oportunidad, quisiera compartir con ustedes mis puntos de vista sobre los esfuerzos de integración y cooperación monetaria en nuestra región, y las perspectivas y retos que se enfrentan en este ámbito. Permítanme comentar, de inicio, que la crisis financiera de los últimos años ha dado lugar a un fuerte impulso a la cooperación monetaria internacional. Al respecto, cabe destacar los cambios en la estructura de gobierno del Banco de Pagos Internacionales que permitieron que las actividades de cooperación de ese organismo, después de haber estado determinadas por el Grupo de los 10 durante 1 muchos años, pasaran a ser definidas por 30 bancos centrales de economías de importancia sistémica, entre las que se encuentran 4 de América Latina; los acuerdos de intercambio de monedas puestos en marcha por diversos bancos centrales del mundo, que jugaron un papel crucial para hacer frente a la crisis; las reformas introducidas en el Fondo Monetario Internacional para aumentar los recursos de la institución y adaptar sus facilidades de financiamiento a las realidades actuales; y la creación dentro del G20 de un esquema orientado a analizar la repercusión global de las políticas nacionales y a sentar las bases para implementar las medidas requeridas para alcanzar objetivos comunes. En este entorno de fortalecimiento de la cooperación monetaria a nivel internacional, resulta de especial interés analizar qué está sucediendo en este campo en nuestra región. La primera pregunta, por supuesto, es ¿cuáles son en la actualidad los principales esquemas de integración y cooperación monetaria en América Latina y el Caribe? La necesidad de considerar a los esquemas de cooperación monetaria como parte de los esfuerzos de integración en la región, ha sido plenamente aceptada desde las etapas iniciales de dichos esfuerzos. Esto ha dado lugar a la creación de una serie de mecanismos, tanto a nivel regional como subregional, si bien con una marcada predominancia de estos últimos. Dentro de los esquemas de cooperación monetaria en América Latina y el Caribe, el Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos, el CEMLA, la asociación de bancos centrales de la región, es la más antigua y de mayor cobertura regional. El CEMLA tiene como objetivo fundamental promover la cooperación entre sus miembros para lograr un mejor conocimiento de los temas sustantivos de banca central en la región. Este objetivo se busca a través de diversas actividades de capacitación; asistencia técnica; coordinación de foros de discusión de los temas de mayor relevancia para la banca central, incluyendo a nivel de gobernadores; y divulgación. Como parte de estos esfuerzos, desde hace varios años se han venido promoviendo iniciativas encaminadas a fortalecer la infraestructura financiera de nuestros países. Cuando se creó en 1952, el Centro contaba con 7 miembros. En la actualidad, la membrecía comprende 50 instituciones, entre las cuales se incluyen casi todos los bancos centrales de América Latina y el Caribe, así como los de la mayoría de los principales bancos centrales de las economías avanzadas, además de otras instituciones tales como superintendencias de bancos, aseguradoras de depósitos e instituciones de cooperación financiera y monetaria. El Convenio de Pagos y Créditos Recíprocos de la ALADI es el otro órgano de cooperación monetaria a nivel regional. Creado en 1982, permite a sus 12 bancos centrales miembros establecer entre sí líneas de crédito en dólares y aplicar un sistema de compensación de los saldos en sus cuentas. Los objetivos principales 2 son reducir la utilización de divisas entre los participantes, agilizar la realización de pagos, intensificar las relaciones económicas entre los países miembros y promover la integración regional. El resto de esquemas de cooperación monetaria actualmente existentes en América Latina y el Caribe tiene un carácter subregional. Entre ellos, cabe señalar al Consejo Monetario Centroamericano, creado en 1964 para fortalecer la cooperación y coordinación entre sus 6 bancos centrales miembros, entre otros objetivos; el Fondo Latinoamericano de Reservas (FLAR), creado por los países andinos en 1978, que proporciona a sus 7 países miembros financiamiento de balanza de pagos y oportunidades de inversión de sus reservas internacionales; la Unión Monetaria de la Organización de los Estados del Caribe Oriental, acuerdo de un grupo de países pequeños del Caribe Oriental para establecer desde 1981 un banco central único y una moneda común; el Acuerdo Financiero de América del Norte, mediante el cual los tres bancos centrales de dicha área cuentan con mecanismos de intercambio de monedas (swaps) para hacer frente a problemas de liquidez de corto plazo; el Sistema de Pagos en Monedas Locales entre Argentina y Brasil, que permite a importadores y exportadores de estos países desde finales de 2008 efectuar sus pagos en moneda local; y el Sistema Único de Compensación Regional de Pagos (SUCRE),que comenzó a operar a principios de 2010 y que incluye una unidad de cuenta común y una cámara de compensación de pagos para los países que son miembros de la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA)1. Este conjunto de mecanismos ha contribuido de manera importante a apoyar el intercambio de información, la comprensión de la problemática económica, los flujos de financiamiento y comerciales al interior de la región y, en general, los esfuerzos de integración en América Latina y el Caribe. Sin embargo, al mismo tiempo su efectividad se ha visto limitada por factores de diversa índole. En parte, lo anterior se deriva del alcance con que fueron concebidos algunos de estos esquemas, y del hecho de que su desarrollo no ha sido resultado de una estrategia global de integración en la región. Además, los distintos mecanismos de integración y cooperación monetaria se han visto afectados por factores que varían de uno a otro, tales como recursos insuficientes para atender las necesidades de los países miembros, costos financieros elevados, el dispar entorno macroeconómico regional, exigencias de garantías para minimizar el riesgo crediticio, mayor disponibilidad de recursos de otras fuentes, fallas de tipo operativo, limitada cobertura de países, etc. En este contexto, la utilidad de estos esquemas para responder a dificultades como las derivadas de la reciente crisis económica internacional ha sido modesta. 1 Antigua y Barbuda, Bolivia, Cuba, Dominica, Ecuador, Honduras, Nicaragua, San Vicente y las Granadinas, y Venezuela. 3 ¿Cuáles son los retos que enfrentaría un objetivo más ambicioso de integración y cooperación monetaria en América Latina y el Caribe? Me parece que para responder a esta pregunta, en primer lugar es preciso reconocer que cualquier esfuerzo para fortalecer la integración y cooperación monetaria a nivel regional, debería representar sólo una pieza de un objetivo mucho más amplio de integración. En virtud de lo anterior, no es posible profundizar en los retos en el ámbito monetario, sin entender los que se derivan de la búsqueda de una mayor integración en general. Al respecto, quisiera enfatizar que desde mi punto de vista las condiciones para la integración económica en América Latina y el Caribe han mejorado en los últimos años. En particular, diversos factores económicos y políticos que obstaculizaron el proceso en décadas anteriores han desaparecido o, al menos, se han debilitado: Primero, la mayoría de los países de la región ha abandonado prácticas proteccionistas extremas, y tanto las barreras arancelarias como las no arancelarias al comercio se han reducido. Segundo, la presencia de una inflación crónica ha dejado de ser un rasgo característico de nuestros países. Tercero, la frecuencia de crisis de balanza de pagos resultado de manejos imprudentes de las políticas fiscal y monetaria es menor. Cuarto, los países de la región han adoptado, en general, una cultura de estabilidad económica. Quinto, la presencia de gobiernos democráticos es en la actualidad la norma y no la excepción en América Latina y el Caribe. Es de esperarse que conforme continúen mejorando las condiciones económicas y la madurez política de la región se consolide, la tendencia hacia una mayor integración económica se fortalezca. Además, existen fuerzas naturales que estimulan la integración económica en América Latina y el Caribe. A pesar de estos signos positivos, es mucho el camino por recorrer. No obstante las distintas iniciativas lanzadas durante las últimas décadas, la integración en América Latina y el Caribe es todavía incipiente y está concentrada geográficamente en su mayor parte. Según algunos estudios, el nivel actual de integración en América Latina es comparable al que existía en Europa en la década de los sesentas. Además, sobre la base de las lecciones que nos proporcionan experiencias como la europea, la posibilidad de una integración económica rápida a nivel regional en América Latina y el Caribe parece baja: 4 Primero, el fuerte compromiso político que dio lugar al proceso de integración económica en otras regiones, como Europa, está ausente en nuestros países. Segundo, en este contexto, no es sorprendente que la integración institucional en América Latina y el Caribe, ingrediente de suma importancia para profundizar la integración regional, es modesta. Tercero, a pesar de los esfuerzos realizados en años recientes, la convergencia económica entre los países del área continúa siendo baja y, como lo muestra la situación en algunas economías de la región, los retos para la integración económica que resultan de episodios de inestabilidad macroeconómica, no han desaparecido. Cuarto, con una determinación política sólida y esfuerzos persistentes, llevó a los países europeos más de 50 años alcanzar el nivel actual de integración económica. Esto nos da una perspectiva adecuada del tamaño del reto que se enfrenta en América Latina y el Caribe. ¿Cuáles son las implicaciones de esta situación para las perspectivas de integración y cooperación monetaria en la región? Naturalmente, por los motivos que mencioné con anterioridad, la posibilidad de pensar en esta etapa en esquemas tales como la introducción de una moneda única a nivel regional es poco realista. De hecho, las recientes dificultades en la zona del euro han puesto de manifiesto con toda claridad los retos que enfrentan este tipo de esquemas. Pienso que incluso mecanismos de cooperación monetaria ambiciosos pero de menor alcance, tales como la creación de una red regional de intercambio de monedas (swaps) entre bancos centrales, como el existente entre un grupo de países asiáticos, la llamada iniciativa Chiang Mai, enfrentaría dificultades enormes. La dispar situación económica de los países de América Latina y el Caribe representa un obstáculo obvio para moverse en esta dirección. Además, en ausencia de dispositivos adecuados de seguimiento de la situación económica de los países involucrados, cualquier esquema de esta naturaleza tendría que estar vinculado a programas con el Fondo Monetario Internacional (FMI), lo que desalentaría la participación de algunos países. El caso de la Iniciativa Chiang Mai es ilustrativo a este respecto: después de 10 años de esfuerzos, los países participantes pueden utilizar solamente 20 por ciento de los recursos disponibles en ausencia de un acuerdo con el FMI. ¿Significa esto que no existen posibilidades de progreso en la integración y cooperación monetaria en América Latina y el Caribe? Por supuesto que no. Desde mi punto de vista, contamos con márgenes amplios para avanzar en varios frentes. 5 Uno de ellos es el fortalecimiento y/o adecuación de las instituciones de integración y cooperación monetaria actualmente existentes, para permitirles cumplir de manera adecuada con sus mandatos. Creo que es fundamental dar a estas instituciones la oportunidad de alcanzar de manera eficiente los objetivos para los que fueron creadas. Otro se refiere a la exploración de vías adicionales para fortalecer la integración y cooperación monetaria a nivel subregional. Considero que las perspectivas en este plano son más favorables que al nivel regional. Procede mencionar, por ejemplo, los exitosos resultados de la introducción de una sola autoridad monetaria y una moneda única en la Unión Monetaria del Caribe Oriental. Vale la pena también analizar la viabilidad de fortalecer algunos de los acuerdos subregionales de intercambio de monedas actualmente existentes, y de crear otros nuevos, por ejemplo entre países en los que la fortaleza de sus fundamentos económicos ha logrado el reconocimiento de la comunidad internacional. Adicionalmente, considero que debería buscarse una intensificación del diálogo sobre temas monetarios y financieros a nivel regional. Si bien este objetivo se logra de manera importante a través de los foros coordinados por el CEMLA, vale la pena contemplar la creación de un proceso de seguimiento y revisión de pares, complementario de los existentes en otros foros, que permita ir desarrollando la capacidad analítica en el plano regional y fomentando un mejor desempeño al interior de la región. Me parece, y con esto finalizo mi intervención, que independientemente de los esfuerzos de integración regional que se lleven a cabo, los países de América Latina y el Caribe deben asignar la más alta prioridad a fortalecer sus economías, hacerlas más estables, eficientes y flexibles, con miras a alcanzar tasas de crecimiento apropiadas y sostenibles en el largo plazo. Éste es indudablemente un ingrediente fundamental para sentar las bases de una mayor integración económica, y estrechar los lazos de cooperación y la confianza recíproca entre los países de la región. 6