PREPARACION DEL JUICIO INVESTIGACION PREJUDICIAL: Ministerio Fiscal-Policía Judicial La irrupción –más que la aparición- de la Ley Orgánica 7/88 de 28 de diciembre, en el marco legislativo procesal español, ha tenido la prodigiosa virtud de borrar de un plumazo, una serie de conceptos o principios que hasta ahora parecían inmutables. En efecto, hasta ahora no parecía concebible que una persona pudiera conformarse con penas privativas de libertad superiores a un año; como tampoco parecía defendible el juicio en ausencia, en el sentido más dramático de la palabra, es decir, en ausencia e…ignorancia del acusado; y, aún parecía más difícil, por existente, que llegara el momento en que el peso del enjuiciamiento de la mayor parte de los asuntos recayera sobre los solitarios hombros de los jueces de lo Penal. No parece oportuno hoy día, a la vista del recién creado procedimiento penal abreviado, plantearse cual deba ser el futuro modelo de investigación prejudicial por el Ministerio Fiscal y la Policía Judicial. Hemos de diseñarlo aquí y ahora ateniéndonos a lo últimamente dispuesto por la citada ley, sin perder de vista el superior mandato de la Constitución. Para un correcto planteamiento del tema de esta ponencia hay que empezar por distinguir la investigación de los delitos, de la instrucción de los procesos. Este mero enunciado permite determinar la diferencia: hay instrucción allí donde ha sido incoado un procedimiento penal; donde, pudiendo no haber todavía responsable criminal conocido, hay la constancia fehaciente de la producción de un resultado típicamente antijurídico, culpable y punible. Es decir, un delito. Delito que como tal ha causado, o ha estado en trance, de causar, unos efectos no queridos ni por el sujeto pasivo de la acción, ni, en última instancia, por la sociedad en general. La mera «noticia criminis» obliga al juez a la apertura de un procedimiento par ala averiguación del culpable, y demás circunstancias de la acción o sus efectos. La investigación preprocesal de los delitos es una fase distinta (aunque complementaria) de la anterior que se caracteriza por ser extrajudicial. Y aún más, cabe caracterizarla por otra nota no menos cualificada: en esta fase no hay «noticia criminis» concreta. Lo que hay es interés por luchar contra una determinada clase de delincuencia o conducir la investigación en el sentido que se presupone nos permitirá transformar las sospechas en material adecuado para la iniciación de un procedimiento judicial. En cualquier caso, no siempre la conclusión de esta fase, dará lugar a la de instrucción por unos delitos concretados en sus circunstancias de realización y de personas. En cualquier caso, de producirse esta fase, la instrucción será mucho más ágil y tendrá un fundamento tan sólido, como sólida y positiva haya podido resultar la investigación. La fase de investigación preprocesal está explícitamente atribuida en la reciente reforma procesal, a la policía Judicial (art. 786) y al Ministerio Fiscal, ya por sí mismo, ya delegando en aquélla las diligencias a practicar (art. 785. bis). La finalidad de esta fase es absolutamente clara: racionalizar el trabajo de la investigación y averiguación de los delitos, llevando (eventualmente) al conocimiento del Juez de Instrucción algo más que vagas noticias de delitos ayunas de la más mínima eficacia probatoria. Permite a la vez racionalizar el trabajo de averiguación del delito y, también la lucha contra la delincuencia, en la medida en que, tras evacuar los medios técnicos y humanos con los que en cada circunstancia se cuenta, se decide la materia a investigar y los medios a invertir. Es decir, que la de la investigación preprocesal es una fase claramente presidida por dos principios: el de legalidad, por supuesto, y el de oportunidad. Resuelta, bien que de forma elemental, la distinción entre actos de investigación y actos de instrucción, y sin adoptar un apostura, pues tampoco es materia de esta ponencia, acerca de quién debe ser el titular de la instrucción (la respuesta nos guste o no la da en abstracto la LO de marras y en concreto, cada fiscalía según sus propias posibilidades de trabajo), hay que despejar una falacia. No es verdad que hasta ahora los jueces hayan sido los culpables de los retrasos en la instrucción. O dicho de otra forma, que una vez que los fiscales asuman la total instrucción, «todo marchará sobre ruedas». Y lo que es más cierto (aunque así se haya publicado) es que el modelo de Juez de Instrucción sea contrario a los postulados de una justicia eficaz y rápida proclamados por la Constitución. Teniendo en cuenta que el Ministerio Fiscal, por definición –y mandato ConstitucionalNo puede generar actos de prueba; ni adoptar la prisión provisional, ni ninguna otra de medidas de carácter cautelar, el continuo trasiego de expedientes entre el Fiscal Instructor y el Juez Instructor no sólo burocratizaría en exceso el proceso sino que haría a éste todo, menos «ágil, eficaz y rápido». Cosa bien distinta es lo que debe suceder con la fase preliminar a la instrucción donde por definición, no hay todavía imputado. En efecto, junto a un Juez Instructor (o a un «Fiscalinstructor» que goce de independencia en su actuación, que no esté sometido al principio de legalidad, y que, por tanto, no pueda invocar en su actuación, que no esté sometido al principio de jerarquía ni de unidad, que esté plenamente sometido al principio de legalidad, y que, por tanto, no pueda invocar en su actuación razones discrecionales de oportunidad), que prepare la definitiva fase del juicio oral, al tiempo que adopta las necesarias medidas cautelares, el proceso debe completarse o perfeccionarse con una racional fase de investigación preprocesal, dirigida por el Ministerio Fiscal. La investigación de los delitos en fase preprocesal está en estrecha relación con la política criminal. Hace mucho tiempo que la ciencia de la Criminología llegó a la conclusión de que no es posible erradicar el delito (quizás tampoco aconsejable, si no queremos encontrarnos en medio de una sociedad patológica), pero, a la vez, se confirmó en la necesidad de racionalizar la lucha contra la delincuencia, y de identificar ésta correctamente: no siempre –y esto también es algo recogido por la criminología de corte crítico- la delincuencia más frecuente o lo más aparente (léase delitos contra la propiedad) es la más peligrosa para la sociedad, Existe otra soterrada, anónima, casi consentida a ciertos niveles sociales, que es, desde luego, mucho más nociva para la sociedad, y mucho más difícil de descubrir dados los sofisticados medios con los que suele contar. Pues bien, para luchar contra esta delincuencia hace falta no sólo voluntad de lucha, sino una dirección eficaz de investigación que puede y debe ser llevada perfectamente por una Fiscalía con voluntad de trabajo, y material humano suficiente. Junto a ella una Policía Judicial que actúe en estrecha colaboración y siguiendo las instrucciones de quien es su superior funcional, por expreso mandato constitucional (art. 126 de la Constitución y 443 de la LOPJ). EN CONCLUSION 1. La sociedad diseñada por la Constitución, y definida como una de corte social y democrático, dentro de los lindes de un estado de Derecho, exige un proceso penal no tanto «rápido» cuanto eficaz y sobre todo, absolutamente respetuoso de los derechos fundamentales de la persona. 2. Dentro de este proceso, hoy por hoy, el único órgano capaz de llevar una instrucción sin absurdos desdoblamientos de funciones, es el Juez de Instrucción, por cuanto sólo él puede por propia autoridad adoptar medidas de aseguramiento personal o real, y en definitiva, preparar la fase del juicio oral. 3. Ahora bien, una eficaz instrucción exige, sobre todo para la represión de conductas delictivas de mayor complejidad y tecnicismo en su actuación, una fase previa de investigación que prepare, no desde luego, la fase del juicio oral, pero sí la de instrucción judicial, aportando al Juez verdaderas y estudiadas «noticias criminis». 4. Comoquira que la fase de investigación preprocesal debe estar vedada, por definición a la autoridad judicial, es el Ministerio Fiscal quien debe asumirla, contando con la colaboración de la Policía Judicial, y teniendo en cuenta que su actuación debe quedar sometida a los postulados del principio de legalidad (en tanto que poder público) y más específicamente, a consideraciones de oportunidad y discrecionalidad. 5. De esta forma, se llega a un «reparto» más adecuado de funciones entre Ministerio Fiscal y Juez de Instructor. Se borran duplicidades y sobre todo, se dota de contenido la actuación de un Ministerio Fiscal que hasta ahora, abrumado por la propia burocracia de su actuación, no ha dado de sí todo lo que estaría en su mano. Y sobre todo, se da respuesta eficaz a una clase de delincuencia (fundamentalmente sutil) que hasta ahora se ha mostrado mucho más inteligente y con muchos más recursos que los aportados por los poderes públicos. EL JUEZ DE INSTRUCCIÓN COMO GARANTIA CONSTITUCIONAL Está bastante extendida la opinión de que el Juez de Instrucción y de la Justicia Penal en general detentan una potestad derivada del Estado de índole represiva, tendente a la persecución y de castigo de quienes vulneran las normas básicas de convivencia. Sin embargo, la promulgación de la Constitución dibuja y resalta otra función: la Tuteladora de los Derechos y Libertades Ciudadanas y de los Valores Constitucionales, imprescindible garantía de cualquier sociedad democrática. Esta misión tuteladota abarca no sólo a quienes han perjudicado una conducta ilícito-penal, sino que adquiere su máxima expresión como garantía en el desarrollo de la fase de investigación del Juez Instructor, no sólo en referencia a la persona del inculpado, si no también en la legalidad de los métodos de búsqueda de futuras pruebas. Si la función instructora persigue la averiguación de la identidad del autor de la infracción penal, y derecho delictivo, adoptando cuantas medidas cautelares fueran necesarias para la preparación del juicio, no puede ser menos que estar influida dicha actividad de los principios constitucionales contemplados en el artículo 24 y concordantes que pueden sintetizarse: El derecho a la tutela efectiva, la prohibición de indefensión y el derecho a un proceso con todas las garantías. La primera de las garantías viene dada por la exigencia constitucional del Juez ordinario predeterminado por la Ley, ante el que se podrá ejercitar el derecho a la apertura de la instrucción preparatorio de un proceso público sin dilaciones indebidas. A lo largo de la instrucción se realizarán las diligencias necesarias encaminadas a la comprobación del delito y averiguación del delincuente, sin que dichas diligencias constituyan prueba, pues ésta sólo se practica contradictoriamente en el Juicio Oral, salvo las pruebas anticipadas que deberán observar las oportunas garantías de contradicción. Dicha investigación sólo podrá realizarse a través de medios lícitos sopena de nulidad y carencia de efectos procesales. Asimismo la instrucción deberá ser pública y, aunque nuestra Ley Adjetiva Criminal consagra el carácter secreto de las diligencias sumariales, la doctrina constitucional anuncia al revés dicho principio: El derecho a un proceso público y a la publicidad de las actuaciones judiciales abarca también a la fase de instrucción del proceso penal. Dicha tramitación deberá ser diligente en garantía del derecho a un proceso sin dilaciones indebidas, no sólo como aspiración técnica sino por su repercusión en el derecho de defensa y en el derecho a la prueba, pues no existe un estatus intermedio en la condición de imputado: O se le condena o recupera su condición de ciudadano libre de toda sospecha. Dentro de las diligencias de averiguación y comprobación, la de inspección ocular permitirá la participación del imputado lo mismo que en la recogida, descripción y conservación del cuerpo del delito. La declaración del imputado será siempre voluntaria, con su derecho a no declarar contra él mismo, pudiendo hacerlo de forma inmediata, cuantas veces quisiera, asistido lingüísticamente en su caso, estando prohibidas las preguntas capciosas o realizadas bajo violencia. En cuanto a las declaraciones de los testigos resulta constitucionalmente legítima la coerción física para su comparecencia ante la autoridad judicial, como exponente de la doble obligación de todo testigo: Concurrir y declarar, sin más límites que su derecho a no hacerlo sobre su ideología, religión y creencias y el veto a la tortura o los malos tratos. Iguales garantías deberán adoptarse en los careos o en los informes periciales. La entrada y registro domiciliar requerirá salvo consentimiento de los afectados una resolución judicial motivada, con la presencia del interesado, dos testigos y del Secretario Judicial. También cabe la investigación y registro de documentos y el control judicial de las comunicaciones privadas debiéndose practicar con carácter restrictivo por haberlo por el secreto constitucional. Todas las antedichas diligencias, que deberán ser practicadas siguiendo los principios de inmediación, publicidad e impulso público, conllevarán en ocasiones medidas cautelares que implican restricciones de la libertad. Desde el Tribunal Constitucional se ha revisado a la luz de la Constitución las medidas privativas de libertad, estableciendo los siguientes criterios: Su misión al principio de legalidad, cumplimiento de los requisitos formales, carácter restringido y excepcional, inexistencia de situaciones intermedias entre libertad y detención o prisión, no podrá tener carácter de pena anticipada, no podrá basarse en criterios de orden público o alarma social, y, en definitiva, deberá fundamentarse en la salvaguardia del buen fin de la investigación procesal y en la sujeción del imputado al proceso penal, asegurando su disponibilidad al llamamiento judicial y garantizando la futura y el incumplimiento de una eventual sentencia condenatoria. EL DERECHO DE DEFENSA PENAL El derecho de defensa penal es aquel que tiene un acusado para oponerse a la pretensión penal. En un Estado democrático tiene que reunir el citado derecho, los requisitos siguientes: ser concedido a todo imputado (hay sido o no procesado o acusado), que esté imputado deba ser considerado como parte procesal, y además como titular de los derechos fundamentales a la libertad y presunción de inocencia; y por último, este derecho de defensa debe estar constituido por un conjunto de garantías, derechos y facultades suficientes para una oposición efectiva a la pretensión penal. En este sentido podemos dar este concepto: el derecho de defensa penal en un Estado democrático y social es aquel que corresponde a todo imputado como parte procesal y titular de los derechos constitucionales a la libertad y presunción de inocencia, y suficiente para oponerse efectivamente a la pretensión penal. De esta definición pueden desglosarse los términos siguientes: I. El derecho de defensa corresponde a todo imputado. Nuestra ley Criminal no da un concepto de imputado y dice en el artículo 118 que toda persona a quién se impute un acto punible podrá ejercitar el derecho de defensa. La cuestión es ¿quién puede hacer una imputación penal? ¿Desde cuando existe la imputación? Imputado es toda aquella persona física (capaz o incapaz) contra la que se dirija o resulte alguna indicación fundada de culpabilidad, como acertadamente se expresa el artículo 488 de la Ley Criminal. Si se trata de un particular denunciante o querellante, desde la admisión judicial de la denuncia o querella, desde que la autoridad gubernativa o fiscal procedente a la detención, o la autoridad judicial ordena alguna medida cautelar personal o real, desde cualquier autoridad, sea o no judicial interrogar a cualquier persona como sospechosa de cometer un delito, o en tal concepto se le cita para compadecer ante cualquier autoridad. En este sentido debe entenderse el citado artículo 118 después de la reforma de 4 de diciembre de 1978, pero más claridad debió establecerse que la imputación existe: 1. Desde la admisión de una denuncia o querella contra persona determinada. 2. Desde la detención. Prisión o adopción de cualquier medida cautelar, personal o real, contra una persona como sospechosa de cometer un delito. 3. Desde que se interrogue a alguien en atestado, información fiscal en autos judiciales, o se cite ante cualquier autoridad como sospechosa de cometer el delito. 4. Cuando en cualquier declaración y durante la misma sea ante la policía, Fiscal o Juez, resulte alguna indicación de culpabilidad. 5. Desde el procesamiento, o escrito de acusación Por todo ello, si durante la declaración del testigo, se le hace una pregunta que pueda llevar una indicación de culpabilidad, o durante cualquier respuesta aparezca dicha indicación, se le debe levantar el juramento o promesa, instruyéndole de que tiene derecho a ser asistido por un abogado, de guardar silencio y de no declararse culpable. Para el ejercicio del derecho de defensa por el imputado, no es preciso que tenga capacidad de obrar civil. Por ello a los incapaces se les designará de oficio abogado y procurador. En el caso de un imputado que sea enfermo mental (enajenado o que sufre grave alteración de la consciencia de la realidad), el nuevo artículo 790.3 de la Ley Criminal y con relación al Procedimiento Abreviado, dice que pese a que el Ministerio Fiscal y el Acusador particular solicitaran el sobreseimiento, El Juez Instructor devolverá las actuaciones a las acusaciones para calificación «continuando el juicio hasta sentencia, a los efectos en su caso, de los artículos 8 y 20 del Código Penal». Si es lógico y razonable la exigencia de una sentencia absolutoria para la aplicación de las medidas del artículo 8 del código Penal, y para la resolución de las responsabilidades civiles (art. 20 del Código Penal), sería completamente lamentable sentar en el banquillo de los acusados a ser absolutamente incapacitado, con la parodia de ser parte acusada, que no conformarse ni declarar, ni asistir conscientemente a un juicio. Por todo ello es preciso que el imputado tenga aptitud necesaria para participar de modo consciente en el Juicio y comprender la acusación formulada contra él. II. El imputado es parte procesal y titular de los derechos constitucionales a la libertad y presunción de inocencia. Al ser parte Procesal, en cualquier momento –antes incluso de ser procesado o acusado- puede comparecer y personarse con abogado y Procurador y así lo reconoce nuestro tribunal Constitucional. El imputado no puede ser considerado como objeto de prueba, sino sujeto de la actividad probatoria, y por ello ha de intervenir en la misma bajo los principios de inmediación judicial, de igualdad y contradicción (art. 6 CEDH). EL imputado tiene derecho a guardar silencio y no declararse culpable; y pese a su confesión el Juez Instructor debe averiguar la verdad material. Pese al reconocimiento de los hechos que se le imputan y que a su distancia y del Ministerio Fiscal –en el procedimiento Abreviado- se pase directamente al Juicio Oral, sin fase intermedia (art. 789. Regla 5ª), ello no le impide decidirse en el Juicio Oral y solicitar prueba de descargo, pues en caso contrario, dicho artículo 789 en su regla 5ª, sería anticonstitucional, pues la conformidad sólo se puede referir a una acusación (hechos, calificación y pena), pues no existe conformidad de hechos, sino admisión o reconocimiento de los mismos. Como sujeto, y por lo tanto, parte procesal y titular de los derechos a la libertad y presunción de inocencia, no puede ser objeto de «intervenciones corporales íntimas», o lo que no puede ser aplicado a los «sueros de la verdad» ni siquiera voluntariamente, ni contra su voluntad los reconocimientos anales y vaginales, ni extracción de semen o sangre. Por no tener el carácter de íntimo, si se debe permitir sacar fotografías, huellas dactilares o medidas corporales, aún a la fuerza. Para atacar la presunción de inocencia es preciso prueba legal de cargo, y salvo la preconstituida y no repetible, que sea practicada durante el juicio Oral. III. El derecho de defensa es un conjunto de garantías, derechos y facultades suficientes para una oposición efectiva a la pretensión penal. El primer derecho del imputado es el de la información de los hechos presuntamente delictivos que se le imputan. Dicha información lo desarrolla nuestra Ley Criminal en el artículo 118 párrafo 2º: «la admisión de denuncia o querella y cualquier actuación procesal de la que resulte la imputación de un delito contra persona/s determinada será puesta inmediatamente en conocimiento de los presuntamente inculpados». El nuevo artículo 789.4 señala que «en la primera comparecencia se informará al inculpado de sus derechos». Y por último, el artículo 811 dice que «el que se querelle por injuria o calumnia, deberá acompañar copia de la querella, que se entregará al querellante al tiempo de ser citado para el juicio». Como vemos el sistema de información es muy imperfecto, salvo en este último artículo 811. Este defecto puede derivar en nuestra propia Constitución al reconocer el derecho a ser informado de la «acusación» formulada (art. 24.2), y artículo 17.3 de que toda persona detenida debe se informada inmediatamente de las razones de su detención, haciendo saber al imputado que se ha dirigido una denuncia o querella o se le ha detenido o se le imputa, por ejemplo de la comisión es un robo; ya que es preciso informarle de los hechos básicos y constitutivos del tipo penal, salvo de aquella circunstancia (cuyo conocimiento) que se declaren secretas, cuando su conocimiento pueden entorpecer la investigación, así debe entenderse el artículo 302. Todo imputado tiene derecho de ser asistido por un abogado, bien lo designe él mismo, o se le nombre de oficio. Y necesariamente cuando sea detenido, procesado o acusado. El abogado asume la defensa formal del imputado, y su único interés es el de defenderlo, en sentido amplio; es decir, durante la fase instructora debe aportar los datos en relación con los hechos y las cuestiones jurídicas para que se elimine la imputación y luego la consiguiente acusación, que no se adopten contra el imputado medidas cautelares, o en su caso, que dure lo menos posible procurando el sobreseimiento. En la fase intermedia, hacer el escrito de defensa, proposición de diligencias complementarias, o de prácticas de prueba anticipadas, y proposición de los recursos correspondientes. En la fase del Juicio Oral, asistencia obligatoria su conformidad con la del acusado para la no continuación del Juicio, proposición y práctica pruebas, concluir definitivamente el escrito de defensa o calificación provisional, e informar oralmente. Como conclusión el abogado tiene el deber de defender al acusado aunque el mismo no quiera defenderse ni que se le defienda. Por ello el defensor no puede considerase como un ayudante o colaborador de la Jurisdicción, por lo que los contactos y las relaciones entre el Abogado y acusado quedan fuera del control del Tribunal y del Ministerio Fiscal. La intervención de los Abogados en la asistencia de detenidos, no debe ser simplemente pasiva, sino que tiene derecho a informarse del atestado o denuncia, y al final del interrogatorio Judicial, puede intervenir activamente haciendo observaciones y preguntas relacionadas con la defensa. Una vez terminada la declaración tiene derecho a una entrevista no controlada con el imputado o acusado. Esta restricción de no tener derecho a la entrevista hasta después de la declaración, se atenúa en la práctica cuando el imputado en la declaración policial guarda silencio y dice que sólo declarará ante la Autoridad Judicial y a continuación ya tiene derecho a dicha entrevista por que ya declarará posteriormente ante la Autoridad Judicial teniendo en cuenta las instrucciones que le ha dicho su abogado. Salvo causa justificada, el Abogado que ha asistido al detenido, debe continuar, durante toda la continuación del Procedimiento, como así se establece para el Procedimiento Abreviado. LA DEFENSA EN EL PROCESO ABREVIADO Todas las personas tienen derecho a obtener la tutela judicial efectiva de los Jueces o tribunales, en el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos, sin que, en ningún caso, pueda producirse indefensión. Así se pronuncia el artículo 24-1 de la Constitución, añadiendo en el punto 2 que asimismo todas tienen derecho a la defensa y ala asistencia de Letrado, a ser informados de la acusación formulada contra ellos, a un proceso público sin dilataciones indebidas y con todas las garantías, a utilizar los medios de prueba pertinentes para su defensa, a no declarar contra sí mismos, a no confesarse culpables y ala presunción de inocencia. Este principio fundamental, acogido en el artículo 24-1 de la Constitución, de obtener la tutela efectiva de los Jueces y tribunales, comporta la exigencia de que en ningún caso puede producirse indefensión, significando que en todo proceso judicial debe respetarse el derecho de defensa contradictorio de las partes. Esta norma se conculca cuando los titulares de derechos legítimos se ven imposibilitados de ejercer los medios legales para su defensa, proscribiendo la desigualdad de las partes, por contener la norma un mandato dirigido al legislador y al intérprete en el sentido de promover la contratación, para lo cual el acusado ha de tener oportunidades de defensa y el Tribunal elementos de juicio para dictar Sentencia. En congruencia con la Constitución, la Ley Orgánica del Poder Judicial reguló la defensa en varios artículos. Así el 238-3 determina la nulidad de pleno derecho de los actos judiciales cuando se infrinjan los principios de audiencia, asistencia de Letrado desde que se dirigen cargos contra el mismo. En los artículos 436 a 442 se regula la actuación de los Abogados, consagrando el principio de libertad e independencia del abogado y se garantiza su libertad de expresión y defensa (art. 437); se declara la libre designación de Letrado y la garantía de que siempre se gozará de su asistencia, nombrándose de oficio a quien lo solicite o se niegue a nombrarlo por ser preceptiva su intervención (art. 440), y se impone a los poderes públicos la obligación de garantizar la defensa y asistencia de Letrado en los términos establecidos en la Constitución y en las Leyes (art. 441). De esta manera el principio de asistencia y defensa se contempla desde el punto de vista de derecho-deber. Todos tienen derecho a ser asistidos de Letrado y al mismo tiempo tienen obligación de nombrarlo, derecho que se corresponde con la obligación pública de garantizarlo. Consecuentemente con lo expuesto, las Leyes de procedimiento contemplaron la defensa del procesado que luego se hizo extensiva al acusado o a aquél contra quien se pudieran derivar cargos en la investigación sumarial y para hacer efectiva la defensa la Ley 7/1988 de 28 de diciembre ha previsto que sea el mismo Letrado que inicia la asistencia desde que es detenida una persona o se le acusa de un delito, el que le defienda durante todo el procedimiento hasta que se concluya por Sentencia definitiva, pues sólo quien ha conocido las incidencias procesales desde el inicio puede garantizar la efectividad de la defensa dado el principio de oralidad que rige en materia penal, evitando la intervención sucesiva de Letrados en una misma causa. Garantizado el derecho de defensa sólo puede ser efectivo si se toman adecuadas medidas para que no quede desvirtuado por subterfugios o corruptelas que frustran la iniciativa legal y conviertan el mandato constitucional y las Leyes que lo desarrollan en meros principios programáticos o declaraciones de intenciones. La efectividad del principio de defensa ha de ser encomendada a los Jueces de Instrucción, Jueces de lo Penal, y Audiencias Provinciales. Los primeros en la fase de Instrucción, y los segundos en el acto del Juicio Oral. Una eficaz vigilancia y control puede evitar la renuncia de Abogados a la defensa so pretexto de disparidad de criterios con el acusado, que en ocasiones encubre motivos económicos, contrarios a la ética profesional y a la buena fe que le impone el artículo 437-1 de la LOPJ, y de las disposiciones estatutarias de la profesión de Abogado. Igualmente debe evitarse la indebida dilación en la calificación y devolución de las causas, que sólo obedece a intereses ajenos, exigiéndoles el cumplimiento de los plazos legales. Otra de las garantías que ha de tutelarse es la de la correcta utilización de los medios de prueba, pues sólo con una prueba plena debe dictarse Sentencia, procurando que todos los medios de prueba se practiquen en el acto del Juicio Oral, con las citaciones y con la debida antelación para evitar suspensiones innecesarias y retrasos en la Administración de Justicia. PUBLICIDAD Y SECRETO DE LA FASE INSTRUCTORA Un procedimiento criminal respetuoso con los principios constitucionalmente recogidos en el artículo 24 debe de estructurarse de modo que el justiciable tenga, en todo momento, un perfecto conocimiento de los motivos por los que se dirige contra él una acusación. Sólo así puede ejercitar su legítimo derecho de defensa y sólo así se garantiza el necesario control de la actuación de la administración de Justicia. Sin embargo, en la fase instructora, cuya finalidad es el esclarecimiento de unos hechos presuntamente delictivos, puede resultar imprescindible la limitación, en mayor o menor grado, del conocimiento por el imputado del estado de la investigación. Seguramente lo hasta aquí dicho, por su generalidad, no plantea problemas en cuanto a su aceptación. Los problemas surgen cuando hay que delimitar de qué modo se articula la exigencia constitucional de publicidad con la necesidad de reserva de las actuaciones instructoras (en los casos en que tal necesidad exista). Parece adecuado plantear el secreto de las actuaciones instructoras como posibilidad excepcional y en cuanto tal, el Juez debe justificar, hasta dónde pueda hacerlo sin comprometer la reserva que pretende, la decisión de limitar el derecho del imputado a conocer los cargos contra él existentes. La operatividad de la limitación de la publicidad de las actuaciones instructoras exige una regulación flexible, que sin limitaciones cuantitativas del tiempo durante el que se permite al instructor decretar el secreto de las actuaciones que se realicen,, exija un cambio, periódicamente, dar cuenta de los motivos que existan para mantener esa situación excepcional. Esta posición sería acorde con lo expresado repetidamente por el TC en las sentencias 13/85 de 31 de enero o 176/88 de 4 de octubre, sin que haya nada que impida extender la posibilidad de declarar secretas las actuaciones seguidas por cualquiera de los procedimientos existentes: es decir, no sólo para el caso del sumario, sino también en la instrucción de delitos que se investigan por la vía del procedimiento abreviado. En todo caso tiene que garantizarse que el secreto en la fase instructora no produzca indefensión de la persona contra quien se dirige la acusación, lo cual se consigue permitiéndole conocer el resultado de la investigación antes del juicio oral. Una regulación respetuosa de la limitación al derecho del acusado a unas actuaciones instructoras públicas exigidas por el artículo 120 CE, debe incorporar mecanismos de control rigurosos, de unas facultades, igualmente amplias, del instructor durante la investigación. Hablar de la publicidad y el secreto en la fase de instrucción no sólo supones hacerlo de las posibilidades de acceso del imputado a las actuaciones judiciales que se desarrollan en esa fase, sino también del conocimiento de un ciudadano de la existencia de actividades judiciales con relación a hechos en los que ha intervenido o interviene. Son muchas las ocasiones en las que una intervención telefónica o una entrada o registro domiciliario son llevados a cabo. Parece evidente que son actuaciones cuya eficacia depende del desconocimiento de su práctica. La realidad de un proceso público en el que no se produzca indefensión no exige sino llevar a cabo aquellas actuaciones limitativas de derechos fundamentales dentro de los más estrictos términos en que el interés de la Justicia exija su ejecución, para a continuación poner en conocimiento del afectado las razones de su ejecución y los conocimientos obtenidos. También relacionado con el tema que da pie a esta ponencia está cuál debe ser el desarrollo que la Ley procesal penal da a los artículos 234 y 235 de la LOPJ. No se debe ser cicacitero en al facilitación a los interesados, que debidamente acrediten su condición de tal, de información sobre el estado de las actuaciones judiciales: De acuerdo con lo que hemos dicho una regulación flexible de los mecanismos procesales de declaración del secreto de actuaciones judiciales, exige contra partida la facilidad para que las partes accedan a conocer de la mismas cuando tal secreto se haya levantado. Facilidad que no debe entorpecer el funcionamiento de la oficina judicial y que debe tener los límites del artículo 234 de la LOPJ -expedir los testimonios que se solicitan con expresión de su destinatario- durante la fase instructora, para concretarse una vez finalizada la fase de investigación en la concesión de un plazo suficiente para que las partes preparen sus posiciones de cara al juicio. La publicidad por último, de las actuaciones judiciales en fase de instrucción debe de predicarse sólo con relación a los interesados, debiendo regularse en régimen sancionador para las conductas de aquellos que hoy en día, inpunemente, sacan a los periódicos informaciones que pueden dañar la imagen de personas contra las que, aún existiendo imputación penal, siguen amparadas por el principio de presunción de inocencia.