Retrato de grupo entre jamones La Vanguardia, 19-10-2001 Julià Guillamon El trànsit de les fades es la segunda parte de una ambiciosa trilogía sobre la posguerra en el barrio de Guifré y Cervantes, en los suburbios de la inmigración murciana, en Badalona. La primera entrega del ciclo, L’àngel de la segona mort, trataba de la presencia anarquista, de las familias Pacheco y Caballero, de los comisarios y patrullas de la FAI, de la muerte accidental de un paisano, el Cucharicas, en tránsito hacia la segunda muerte, el olvido definitivo. Era un libro denso, escrito en largos períodos y bellas frases engoladas que sorprendió a los críticos, agradó al público y se llevó el premio Ciutat de Barcelona. Para meterse de lleno en la década de los cincuenta, Julià de Jòdar ha ajustado los referentes y la técnica literaria. El resultado me recuerda All i salobre, la novela de Josep M. de Sagarra. Sobre todo por el personaje de Lilà, una mitja virtut que encarna el viejo pagano, infantil y canalla, sensible, pero sin fundamento moral. Lilà es como la Mari de All i salobre, ambiciosa magnética, fría, pura belleza expuesta a la inmolación. Con la misma mirada antropológica con que Sagarra describe el calvario de los pescadores de El Port de la Selva, la taberna con el humo de caliqueño y la cala donde se cobran los atunes a garrotazos, De Jòdar recrea la tienda de ultramarinos con los jamones goteando grasa sobre 75 el mostrador, los maniquíes de la modista, el ambiente de las costellades en la Conrería. Si en L’àngel de la segona mort era la voz de una vieja la que contaba la historia (conciencia del pasado rural), ahora el narrador es el nieto que ha estudiado. Lilà está omnipresente en sus descripciones y testimonios con un símbolo de la inconsistencia de las ilusiones y del destino que se lo lleva todo. La acción se desarrolla en la Semana Santa. En el teatro están ensayando una obra de Benavente. El barrio entero es un teatro: la niña bien es ahora comediante, la partidaria del amor libre se apunta al relativismo del mostrador, en la fábrica del Cul del Mono obreras e ingenieros se entienden a escondidas. Lo que empieza como un serial acabará en tragedia. Años después, el narrador realiza una encuesta entre los supervivientes para aclarar lo sucedido y restablecer la frontera entre lo real y lo imaginario. De Jòdar deja escapar con cuentagotas referencias al sindicato vertical, al plan de estabilización y al convenio colectivo, Gabriel hojea el París Hollywood (aquella revista de pin ups con el sexo retocado que aparece también en El millor dels mons de Quim Monzó), se oyen canciones de los Cors de Clavé y de Los Llopis. Pero la sociología se supedita siempre a la trama, los personajes y la acción. No hay que haber leído la primera parte de la trilogía para llevarse una gran impresión de El trànsit de les fades. De Jòdar está mucho más suelto (se ahorra incluso el Index personae imprescindible para no perderse en la primera entrega). La novela está mejor trabada, el simbolismo, es más evidente. Hijos rechazados, padres ausentes, personajes destacados, hablan de una memoria incómoda, del pacto del bienestar que obliga a prescindir del pasado. Este libro supera al anterior. Los que siempre se quejan de que en catalán no hay novelas han encontrado su piedra de toque. 76