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FRATERNIDAD DE AGRUPACIONES SANTO TOMAS DE AQUINO
ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE FIELES DE DERECHO PONTIFICIO
PRIMER ENCUENTRO DE LOS MOVIMIENTOS ECLESIALES Y
LAS NUEVAS COMUNIDADES EN AMÉRICA LATINA
Bogotá, Colombia, 9 – 12 de marzo de 2006
CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS
CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO - CELAM
LA INTEGRACIÓN DE LOS SABERES
MISIÓN Y DESAFÍO DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA
Aporte de la
Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino – FASTASUMARIO:
 Nota Preliminar.
 I.- La fragmentación de los saberes en los tiempos modernos
 II.- La unidad de la verdad y la unidad del conocimiento
 III.- La integración de los saberes y la cultura
 IV.- Misión de la universidad católica
 V.- La dignidad de la persona como objeto y sujeto integrador
 VI.- Un paradigma apostólico-académico
Nota Preliminar:
La Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino es una obra fundada en la República
Argentina en 1962 por el sacerdote dominico Fray Dr. Aníbal Ernesto Fosbery OP.
Es una obra que congrega laicos y sacerdotes bajo la espiritualidad dominicana y carisma específico.
Las misiones apostólicas de FASTA se ponen bajo el patrocinio del Doctor Angélico.
En cumplimiento de su misión apostólica, FASTA aspira a evangelizar la cultura, la familia y la
juventud.
Sus miembros se reúnen en comunidades laicales (familiares y juveniles) o sacerdotales y en obras
apostólicas (colegios, universidades, movimientos pro vida, centros de formación juvenil y familiar,
centros editoriales etc.)
FASTA fue reconocida por el Pontificio Consejo para los Laicos como Asociación Internacional de
Fieles de Derecho Pontificio.
Dentro de las obras apostólicas, especial relevancia tiene la misión en la universidad. FASTA fundó
dos sedes Universitarias -Mar del Plata y Bariloche en la República Argentina- y despliega su tarea a
través de 29 centros asociados a dichas sedes.
La integración de los saberes es una línea de estudio e investigación nacida dentro de la Universidad
FASTA, en el seno de una comunidad apostólica inspirada y constituida por el Padre Fundador. Con el
desarrollo y crecimiento de las tareas de investigación y los trabajos y aportes acumulados, la
“integración de los saberes” se convirtió en un progrmama que finalmente fue definido como política
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de gestión de la Universidad FASTA. Tal es así pues el objetivo de integrar los saberes responde
directamente a su identidad como institución universitaria de inspiración católica y a su carisma
específico.
Queriendo responder a los desafíos planteados a las universidades católicas y de inspiración católica en
todo el pontificado de SS. Juan Pablo II -sobre todo en las líneas magisteriales de la Constitución
Apostólica Ex Corde Eclesiae y en la Carta Encíclica, Veritatis Splendor- y queriendoser fiel a la
impronta tomista de su carisma fundacional, la Universidad trazó esta política de desarrollo1.
Actualmente los trabajos del Programa de Integración de los Saberes es desarrollado en múltiples
foros e instancias por directivos, docentes e investigadores de la Universidad, tanto areópagos comunes
a las diversas áreas del saber y específicos de cada disciplina. En el marco del Programa, se trabaja en
todas las unidades académicas, buscando los fundamentos, principios y contenidos positivos
específicos en cada una de las ciencias y disciplinas que se investigan y enseñan en la Universidad, con
el objetivo de constituir un espacio académico y cultural “(…)donde los estudiosos examinan a fondo
la realidad con los métodos propios de cada disciplina académica (…) estableciendo después un
diálogo entre las diversas disciplinas con el fin de enriquecerse mutuamente” 2 y a la vez buscando
“determinar el lugar correspondiente y el sentido de cada una de las diversas disciplinas en el marco
de una visión de la persona humana y del mundo iluminada por el Evangelio y, consiguientemente, por
la fe en Cristo-Logos, como centro de la creación y de la historia.”3
Guiados por las aportaciones específicas de la filosofía y de la teología, los estudios universitarios se
esforzarán constantemente
Habiendo sido invitados a participar en el marco Primer Encuentro de los Movimientos Eclesiales y las
Nuevas Comunidades en América Latina de la mesa redonda cuya temática era la “presentación de
obras nacidas de la experiencia de los movimientos eclesiales en respuesta a las necesidades” FASTA
quiere presentar como aporte al encuentro el las líneas fundamentales que constituyen marco
conceptual que sustenta los trabajos que se desarrollan en esta experiencia.
FASTA quiere hacer un humilde aporte como movimiento al llamado de la Iglesia a las Universidades
Católicas para:
consagrarse sin reservas a la causa de la verdad. Es ésta su manera de servir, al mismo tiempo, a
la dignidad del hombre y a la causa de la Iglesia, que tiene «la íntima convicción de que la verdad
es su verdadera aliada ... y que el saber y la razón son fieles servidores de la fe». Sin descuidar en
modo alguno la adquisición de conocimientos útiles, la Universidad Católica se distingue por su
libre búsqueda de toda la verdad acerca de la naturaleza, del hombre y de Dios. Nuestra época, en
efecto, tiene necesidad urgente de esta forma de servicio desinteresado que es el de proclamar el
1
Su Santidad JUAN PABLO II enseña en Constitución Apostólica sobre las Universidades Católicas Ex Corde Ecclesiae, nª
17 que: “Promoviendo dicha integración, la Universidad Católica debe comprometerse, más específicamente, en el diálogo
entre fe y razón, de modo que se pueda ver más profundamente cómo fe y razón se encuentran en la única verdad. Aunque
conservando cada disciplina académica su propia identidad y sus propios métodos, este diálogo pone en evidencia que la
«investigación metódica en todos los campos del saber, si se realiza de una forma auténticamente científica y conforme a
las leyes morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en
el mismo Dios». La vital interacción de los dos distintos niveles de conocimiento de la única verdad conduce a un amor
mayor de la verdad misma y contribuye a una mejor comprensión de la vida humana y del fin de la creación.
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Idem, 15
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Idem, 16
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sentido de la verdad, valor fundamental sin el cual desaparecen la libertad, la justicia y la
dignidad del hombre.4
I.- La fragmentación de los saberes en los tiempos modernos
1. La situación problemática a la que han ido a parar las ciencias y las artes a lo largo de la
modernidad, plantea a la inteligencia actual el desafío de una integración de los saberes. Esto se ve
con claridad sólo si se reconoce el problema histórico de la fragmentación del saber humano,
acontecimiento trágico del pensamiento, que constituye uno de las condiciones más alienantes para
el hombre de estos últimos siglos, y ha terminado por eliminar del horizonte mental el ‘sentido’ de
la totalidad de la existencia.
2. Aunque la Iglesia se abrió siempre al reconocimiento de la riqueza que hay en todo pensamiento
humano -como lo ha hecho con todo lo valioso que el pensamiento moderno ha aportado-, sin
embargo, el Papa ha puesto de manifiesto la profunda problemática que aqueja a toda la
Modernidad. Al respecto señala:
3. “(...) Se han construido sistemas de pensamiento complejos, que han producido sus frutos en los
diversos ámbitos del saber, favoreciendo el desarrollo de la cultura y de la historia... Sin embargo,
los resultados positivos alcanzados no deben llevar a descuidar el hecho de que la razón misma,
movida a indagar de forma unilateral sobre el hombre como sujeto, parece haber olvidado que éste
está también llamado a orientarse hacia una verdad que lo transciende... la persona acaba por ser
valorada con criterios pragmáticos... en el convencimiento erróneo de que todo debe ser dominado
por la técnica... La filosofía moderna, dejando de orientar su investigación sobre el ser, ha
concentrado la propia búsqueda sobre el conocimiento humano... sus límites y condicionamientos.
Ello ha derivado en varias formas de agnosticismo y de relativismo, que han llevado la
investigación filosófica a perderse en las arenas movedizas de un escepticismo general... La
legítima pluralidad de posiciones ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, basado en el
convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas... todo se reduce a opinión... se
trata de un movimiento ondulante: mientras por una parte la reflexión filosófica ha logrado
situarse en el camino que la hace cada vez más cercana a la existencia humana y a su modo de
expresarse, por otra tiende a hacer consideraciones existenciales, hermenéuticas o lingüísticas que
prescinden de la cuestión radical sobre la verdad de la vida personal, del ser y de Dios... Con falsa
modestia, se conforma con verdades parciales y provisionales, sin intentar hacer preguntas
radicales sobre el sentido y el fundamento último de la vida humana, personal y social. Ha
decaído, en definitiva, la esperanza de poder recibir de la filosofía respuestas definitivas a tales
preguntas”5.
4. Desde este panorama se entiende la situación actual: estamos ante lo que el Papa llama ‘crisis del
sentido’, a la que atribuye como una de sus causas la fragmentariedad a la que ha ido a parar el
conocimiento humano:
4
Idem, 4
JUAN PABLO II. Fides et Ratio, nº 5. Cfr. Idem nn. 46-47.
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5. “...uno de los elementos más importantes de nuestra condición actual es la «crisis del sentido». Los
puntos de vista, a menudo de carácter científico, sobre la vida y sobre el mundo se han
multiplicado de tal forma que podemos constatar cómo se produce el fenómeno de la
fragmentariedad del saber. Precisamente esto hace difícil y a menudo vana la búsqueda de un
sentido... en medio de esta barahúnda de datos y de hechos entre los que se vive y que parecen
formar la trama misma de la existencia, muchos se preguntan si todavía tiene sentido plantearse la
cuestión del sentido. La pluralidad de las teorías que se disputan la respuesta, o los diversos modos
de ver y de interpretar el mundo y la vida del hombre, no hacen más que agudizar esta duda
radical, que fácilmente desemboca en un estado de escepticismo y de indiferencia o en las diversas
manifestaciones del nihilismo6”.
6. El hombre actual vive en medio de una sociedad que lo abruma con informaciones de todo tipo.
Pero esta inmensa masa de datos sólo es un conjunto inconexo, al margen de la búsqueda de la
verdad y, por ello, pierde el sentido. Pues al perder la verdad, se pierde la unidad y todo queda a
merced de la opinión o de los manejos de opiniones con fines pragmáticos. El cosmos entero parece
navegar en el vacío, desde la nada y hacia la nada, en un devenir sin ser, y por ello sin sentido. La
nada aparece como el ‘fantasma del Dios negado’, al decir de Guardini7.
7. Si nos remontamos a los orígenes históricos de esta crisis, podemos afirmar que la desintegración
del saber tiene como causa las dos grandes rupturas operadas por la humanidad que dieron origen a
la época moderna: el Renacimiento y la Reforma Protestante. Éstas configuran el ámbito histórico
espiritual propio del mundo moderno8.
8. El Renacimiento -con sus secuelas de escepticismo y su humanismo de inspiración marcadamente
subjetivista e inmanentista-, fue despreciando a la Teología y minando los tratados de Filosofía. A
ésta última le hizo perder nada menos que su centro sapiencial: la Metafísica. La Filosofía Primera,
como gustaba llamarle Aristóteles, terminó por desparecer del centro de los estudios universitarios.
En muchos casos, estas ciencias supremas del espíritu humano estarán totalmente ausentes del
quehacer universitario.
9. Así lo expresa el Papa: “La consecuencia de esto es que a menudo el espíritu humano está sujeto a
una forma de pensamiento ambiguo, que lo lleva a encerrarse todavía más en sí mismo, dentro de
los límites de su propia inmanencia, sin ninguna referencia a lo trascendente. Una filosofía carente
de la cuestión sobre el sentido de la existencia incurriría en el grave peligro de degradar la razón a
funciones meramente instrumentales, sin ninguna auténtica pasión por la búsqueda de la verdad9.
10. La Reforma Protestante produjo el quebrantamiento religioso de la Iglesia, separando de ella a gran
parte de la cristiandad. Quebró el principio de autoridad, apartando a muchos de la obediencia del
Papa. Pero, además, la escisión se hizo sentir en lo doctrinal-cultural: para Lutero y el
6
Idem n. 81.
GUARDINI, ROMANO. Libertad, Gracia y Destino, Capítulo III.
8
Cf. LORZ, J. Historia de la Iglesia, Madrid, Guadarrama, 1962.
9
JUAN PABLO II. Fides et ratio, n. 81.
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Protestantismo la razón estaba inevitablemente destruida por el pecado original, por lo que no podía
esperarse de ella nada que cooperara a la salvación del hombre. Desde esta afirmación se entiende
que el Protestantismo se niegue a enlazar fe y cultura, porque para Lutero lo que salva es la fe sin
necesidad de las obras del hombre. Éstas últimas están sólo destinadas a la vida en este mundo,
postulado que sitúa a Lutero y al Protestantismo en la profesión formal de un principio anti-cultural,
propio del carácter subjetivista del nuevo cristianismo nacido de la Reforma.
11. A ello se suma el hecho de que, durante los siglos modernos, el universo fue entendido bajo el
modelo mecanicista, inspirado en el atomismo matematicista y expresado, como soporte filosófico,
por el pensamiento de Renato Descartes. La rebelión de las ciencias respecto del saber teológico y
filosófico, dejó al mundo sin el significado de vestigio divino que caracterizaba la cosmovisión del
hombre cristiano. La Modernidad abandonó la consideración del Misterio de Dios en las cosas y,
por esa razón, éstas ya no serán vistas como objeto de contemplación que eleva la mente hacia
Dios, sino sólo como objeto de dominio eficientista. El mundo será considerado como una máquina
a la que hay que explicar desde el instrumento del cálculo matemático y con el fin de alcanzar sobre
él un dominio técnico para el bienestar de los hombres. Éste será un tono distintivo de la época
moderna que llevará, tras el optimismo de la ciencia ‘positivista’, hacia la utopía del progreso
indefinido.
12. Todos estos factores colaboran con el secularismo creciente de la civilización, que desde el siglo
XIV desarrolla en Europa, y después en el resto del mundo, un proceso casi imposible de detener.
Se generan las sociedades ateas, con los estados que se construyen al margen de la relación del
hombre con Dios (el Estado laico, o laicista). La religiosidad será relegada al ámbito de la vida
privada.
13. El quebranto con lo sacral, trajo como consecuencia el quebranto científico-sapiencial. La caída era
entonces inevitable. Las ciencias y las artes han perdido el centro que les otorgaba sentido: la
Revelación Divina y la Metafísica. A partir de allí, cada ciencia se creerá ‘autónoma’ en grado
sumo, sin necesidad de recurrir más que a su propio objeto. Esto traerá como consecuencia las
extrapolaciones típicas de todos los reduccionismos, es decir, el intento reiterado de los científicos
por resolver desde su propio ámbito del saber, cuestiones pertenecientes a otros saberes. De modo
especial este fenómeno se verificó trágicamente respecto de problemas filosóficos y teológicos,
como cuando se intenta explicar el alma humana a partir de las funciones cerebrales, o discernir el
problema de Dios a partir de la Física, o de la Psicología humana, por ejemplo.
14. Si bien la fragmentación de los saberes fue causada por la pérdida del sentido último, como lo
acabamos de exponer, a su vez, esta caótica presentación de los conocimientos de la modernidad
hasta nuestros días, dio lugar en las nuevas generaciones al ‘vacío’ de sentido, o ‘perdida del
sentido de la existencia’10. Las causas son entonces recíprocas, cada una en su orden. Pero si
precisamos en orden a la situación del hombre de hoy, hay que remarcar la especial preocupación
de la Iglesia por el hecho de que la persona humana crezca sin percibir un sentido unitario y
verdadero de las cosas.
10
VON GEBSATEL, F. La comprensión del hombre desde una perspectiva cristiana, Madrid, Rialp, 1964.
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15. Esto termina por alienar al hombre, haciéndole perder el sentido de la existencia. Aquí está la gran
preocupación de la Iglesia: “El aspecto sectorial del saber, en la medida en que comporta un
acercamiento parcial a la verdad con la consiguiente fragmentación del sentido, impide la unidad
interior del hombre contemporáneo. ¿Cómo podría no preocuparse la Iglesia?...”11.
II.- La unidad de la verdad y la unidad del conocimiento
16. La unidad del conocimiento humano tiene su más profundo fundamento metafísico en la ‘unidad de
la verdad’: unidad y verdad son dos trascendentales del ser en cuanto ser, es decir, que se
convierten con él. Donde hay ser, hay unidad y verdad. La unidad de la verdad se funda en el ser en
cuanto tal, que es uno es decir, indiviso. A medida que más se penetra en la verdad, más se halla la
unidad del ser. Finalmente, en el orden total del ser, se llega a comprender que todas las verdades
están contenidas en una única y simplicísima Verdad Eterna: Dios, Verdad absolutamente simple
que contiene eminentemente todas las verdades.
17. “... si hablamos de la verdad como se halla en las cosas; así todas son verdaderas por una verdad
primera y única, a la cual cada una de ellas se asemeja según su entidad. Y así, aunque haya
muchas esencias o formas de cosas; sin embargo, es única la verdad del entendimiento divino,
según la cual las cosas se llaman verdaderas”12.
18. Esta unidad ontológica de la verdad se traduce en el conocimiento humano como unidad del
proceso intelectivo: el hombre busca alcanzar la intelección de la realidad en una suerte de ‘visión
comprensiva’.
19. Este plano ‘subjetivo’ de la unidad cognoscitiva está a su vez fundado sobre la unidad del acto:
todo acto es uno. De allí que no podamos entender en acto sino una sola cosa: “... el entendimiento
puede entender simultáneamente muchas cosas por modo de una sola, pero no muchas como
muchas. Digo por modo de una o muchas en el sentido de una o muchas especies inteligibles:
porque el modo de cada acción es consecuente a la forma que es principio de la acción. Así pues
todo cuanto el entendimiento puede entender bajo una sola especie, puede entenderlo
simultáneamente: por eso es que Dios lo ve todo simultáneamente, porque todo lo ve por una sola
cosa, que es su propia esencia. Pero cuando un intelecto entiende cosas diversas por especies
diversas, no las entiende al mismo tiempo. La razón consiste en que es imposible que un mismo
sujeto sea perfeccionado a la vez por muchas formas de un mismo género y de especies diversas,
como es imposible que un mismo cuerpo y según un mismo aspecto sea coloreado simultáneamente
por diversos colores o configurado por diversas figuras. Ahora bien, todas las especies inteligibles
son de un solo género, como perfecciones que son de una potencia intelectiva, por más que las
cosas de que son especies sean de diversos géneros. Resulta pues imposible que un mismo
11
JUAN PABLO II, Fides et Ratio, n. 85.
SANTO TOMÁS DE AQUINO. S. Th. I Pars, q. 16, a. 6, co.
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entendimiento sea perfeccionado simultáneamente por diversas especies inteligibles, para entender
así diversas cosas en acto”13.
20. Para progresar en la comprensión de muchas cosas, necesitamos hallar su fundamento común, para
entenderlas en un solo acto, en una sola idea. Así, la multiplicidad va siendo contenida en la unidad
de nociones cada vez más ricas en contenido. Esta necesidad de ir hacia la concepción de un verbo
mental cada vez más unificado y comprensivo de la totalidad de las cosas es en el fondo una
tendencia hacia Dios mismo.
21. Las verdades parciales sólo se conocen fundadamente cuando se vinculan con la verdad
fundamental. Nosotros no podemos entender todas las cosas en una sola especie -absolutamente
hablando-, pero disponemos de nociones que van conteniendo a otras, como la noción de ser las
contiene a todas. Desde el ser se iluminan las otras “especies” inteligibles. Esto explica que el
“científico” experimente la necesidad de superar el ámbito de la propia ciencia que él cultiva,
orientando su entendimiento hacia un conocimiento sapiencial de la realidad: “(...) las ciencias no
son capaces de responder por sí mismas a las cuestiones fundamentales que surgen de sus propios
descubrimientos”14; “(...) los descubrimientos científicos y tecnológicos, si por una parte conllevan
un enorme crecimiento económico e industrial, por otra imponen ineludiblemente la necesaria
correspondiente ‘búsqueda del significado’... está en juego el significado mismo del hombre»...15.
22. Ahora bien, esta unidad de la verdad encuentra su vértice superior en la luz de la Revelación, que
nos conduce a una mayor penetración de la verdad y se nos ha dado a conocer plenamente en
Jesucristo: “...La unidad de la verdad es ya un postulado fundamental de la razón humana,
expresado en el principio de no contradicción. La Revelación da la certeza de esta unidad,
mostrando que el Dios creador es también el Dios de la historia de la salvación. El mismo e
idéntico Dios, que fundamenta y garantiza que sea inteligible y racional el orden natural de las
cosas sobre las que se apoyan los científicos confiados, es el mismo que se revela como Padre de
nuestro Señor Jesucristo. Esta unidad de la verdad, natural y revelada, tiene su identificación viva
y personal en Cristo... lo que en Él se revela, en efecto, es la « plena verdad » (Cf. Jn 1, 1416)...”16; “...En la comunicación del saber se hace resaltar cómo la razón humana en su reflexión
se abre a cuestiones siempre más vastas y cómo la respuesta completa a las mismas proviene de lo
alto a través de la fe. Además, las implicaciones morales, presentes en toda disciplina, son
consideradas como parte integrante de la enseñanza de la misma disciplina; y esto para que todo
el proceso educativo esté orientado, en definitiva, al desarrollo integral de la persona...17”.
III.- La integración de los saberes y la cultura
23. La unidad de la verdad garantiza la unidad del bien y la belleza. Así surge, desde este vértice del
alma intelectiva, la obra de cultura. Entendemos por cultura la obra que el hombre realiza en las
13
SANTO TOMÁS, S.Th. I Pars, q. 85, a. 4, co.
FÓSBERY, A. La Cultura Católica. Bs. As., Tierra Media, 1999. p. 659.
15
JUAN PABLO II. Ex Corde Ecclesiae. n. 7.
16
JUAN PABLO II, Fides et Ratio, n. 34.
17
JUAN PABLO II, Ex Corde Ecclesiae, n. 20.
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cosas y en sí mismo desde la distancia tomada por el propio espíritu del hombre, en su percepción
de lo absoluto de la verdad, el bien y la belleza: “Toda obra cultural reclama la presencia de una
distancia entre el hombre y la naturaleza. Esta distancia, en el orden de las culturas, se manifiesta
por el modo como el hombre puede escapar al fatalismo cósmico, diferenciarse de las exigencias
de necesidad que impone la naturaleza e insertar en ella la presencia de su espíritu, es decir, de su
razón, de su conciencia y de su libertad (...) en orden a la manifestación de la verdad, del bien y de
la belleza impresos por el Creador...”18.
24. La cultura se realiza desde cierta ‘movilidad’ propia del espíritu respecto de las naturalezas finitas,
porque todo espíritu es quodammodo omnia19 (‘en cierto modo todas las cosas’ por el intelecto).
Esto le otorga al espíritu libertad y creatividad, pues el ‘ser espiritual’ se caracteriza por su esencial
referencia a la infinitud del ser. El hombre como ente que participa de lo espiritual en su naturaleza
(tiene un alma espiritual), supera todo el orden de la naturaleza material. Llega incluso a cierta
superación de sí mismo por el misterioso plus del espíritu que le abre al Misterio de Dios por la
tensión metafísica20. No decimos que la cultura sea una realidad sobrenatural, en el sentido
‘teológico’ del término, sino que al hacer cultura, el hombre rebasa los límites de las cosas del
mundo y de sí mismo en tanto es una cosa del mundo. Por eso la verdad, el bien y la belleza sólo
alcanzan la tensión definitiva y superadora del fatalismo cósmico cuando llegan a contemplarse en
el orden de la infinitud del ser en cuanto tal.
25. Ahora bien, si la vemos desde la confrontación con lo sobrenatural-teológico, la cultura humana
aparecerá como perfección que se inscribe dentro de los límites del orden natural; pero esto no
debe hacernos perder de vista ese plus del espíritu, que mira a lo absoluto, a Dios como verdadero y
único fin último y plenificante.
26. Ahora bien, para que se dé esta distancia en la cual el hombre encuentra lo absoluto de la verdad, el
bien y la belleza, es necesario que los conocimientos del hombre se abran, salgan de la inmanencia
de sus condiciones particulares para dar paso al sentido universal que encierran. La cultura reclama
la integración de los saberes, ésta mira a la concreción de la cultura: “... una de las principales
tareas de la cultura es la integración del saber, en el sentido de una síntesis en la que el conjunto
impresionante de los conocimientos científicos encuentre su significado, en el marco de una visión
integral del hombre y del universo, del ordo rerum ... Una tal confrontación de saberes es
indispensable para sentar las bases de un humanismo integral, radicalmente diferente de la
yuxtaposición de los conocimientos parciales sobre el hombre, el cual tiene necesidad de ser
comprendido en su unidad y su dimensión trascendente...”21.
IV.- Misión de la universidad católica
27. Es la perfección cultural del hombre la que da sentido a la tarea universitaria. Ésta no se entiende
sin una integración de los saberes que posibilite al profesional ser culto: “La cultura le dará a la
18
FÓSBERY, A. Op. Cit. p. 277. Cfr. Idem p. 343.
Cf. ARISTÓTELES. De Anima L. III, t. 37; Santo Tomás: C. G. L. III, c. 112.
20
Cf. FÓSBERY, A. Op. cit. pp. 345-347.
21
Idem, p. 660.
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universidad su razón de ser. Y aún hoy, cuando queremos definir a la universidad, decimos que es
una institución que tiene como finalidad la búsqueda de la verdad y la transmisión de la cultura
(...)22”; “(...) Guiados por las aportaciones específicas de la filosofía y de la teología, los estudios
universitarios se esforzarán constantemente en determinar el lugar correspondiente y el sentido de
cada una de las diversas disciplinas en el marco de una visión de la persona humana y del mundo
iluminada por el Evangelio y, consiguientemente, por la fe en Cristo-Logos, como centro de la
creación y de la historia”23.
28. Por esto el Papa coloca la integración de los saberes como tarea primordial de la investigación en su
‘carta magna’ sobre las universidades católicas: “En una Universidad Católica la investigación
abarca necesariamente: a) la consecución de una integración del saber; b) el diálogo entre fe y
razón; c) una preocupación ética y d) una perspectiva teológica”24.
29. La cultura que se gesta en la universidad tendrá, entonces, las tensiones propias de esta labor
integradora: “Será una institución que abarcará al mismo tiempo lo cultual y lo cultural. Más aún,
lo cultural se gestará suscitando un movimiento intelectual que irá de arriba hacia abajo, de la
Revelación a la indagación, pasando por el orden natural, para volver, luego de la indagación del
orden natural, a la Revelación. Esto le dará a la universidad un tono de universalidad conciliable
con la realidad de lo particular que debe considerar (...) Avanzada en su reflexión, será tradicional
en su fundamentación; siendo metodológicamente rigurosa estará, sin embargo, siempre abierta
para recibir las nuevas manifestaciones de la realidad; sometida a los postulados de una verdad
sin evidencia, aunque cierta, buscará liberar al ser desde las conclusiones de la evidencia.
Imperturbable en su espíritu, inquieta y cambiante en sus vivencias, coherente en sus fines,
contradictoria en sus desafíos, contemplativa y teorética en sus principios, práctica y eficiente en
sus realizaciones. Esas notas de la universidad pasarán a ser características de la cultura que en
su seno se gesta y cobija”25.
30. Y como la universidad es una comunidad de docentes y estudiantes unidos por el mismo amor a la
verdad, nuestro desafío consistirá en formar ámbitos comunitarios de vida académica, para que se
pueda gestar una visión comprensiva de las cosas que devuelva la unidad del acto intelectivo al
centro de la vida personal, y que las cosas vuelvan a tener el sentido último que las fecunda. Se
tratará de un lento trabajo para acercarnos y acercar a otros a la unidad de la verdad. Habrá que
arcercarse a la verdad de cada cosa, para abrir las verdades parciales a la verdad total, desde la
vertiente metafísica y desde la luz de la plena verdad revelada en Jesucristo. Sólo así será posible la
formación del hombre-culto-universitario.
31. Se trata de expresar la ‘naturaleza social’ del hombre en el ámbito superior de la cultura: la
comunicación de los bienes del saber humano, para alcanzar en forma egregia el sentido del Bien
Común más alto, que es el conjunto de los bienes del espíritu. Por eso la estrategia a ser asumida
por todos tiene como secreto la instauración de los ámbitos coloquiales de la comunidad, o mejor,
22
Idem, pp. 245-246.
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24
Idem, n. 15.
25
FÓSBERY, A. Op. cit. pp. 246-247
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de las distintas comunidades de cada facultad o carrera. Sólo así se establecerá adecuadamente el
dinamismo para la unidad de la verdad.
32. Estamos situando este desafío en el ámbito de la universidad, de una universidad que adquiere
sentido desde la cultura, posibilitando la distancia espiritual para que los profesionales ordenen sus
vidas desde la verdad, el bien y la belleza. Estamos tratando de concebir la forma de esa actividad
integradora de la cultura universitaria tal como hoy reclaman las circunstancias.
V.- La dignidad de la persona como objeto y sujeto integrador
33. El horizonte de la integración de los saberes es muy vasto. Todos sabemos lo complejo que se ha
vuelvo el campo del conocimiento humano. Las ciencias y las artes han generado una multitud
enorme de sectores del saber, de temas nuevos, de problemáticas. Intentar una prolija coordinación
epistemológica completa nos parece por ahora lejano. Intentaremos en cambio partir de un centro
integrador, un centro objetivo, convergente de todo y abierto a la trascendencia para que las
conversaciones sean fecundas.
34. He aquí nuestra opción: creemos conveniente centrar desde un principio la tarea de integración de
los saberes de la Universidad en la consideración de la PERSONA, tal como ésta se define en la
Metafísica, siguiendo a Santo Tomás de Aquino, y es iluminada desde la Revelación Bíblica y el
Magisterio de la Iglesia. Desde la persona, y su apertura a la trascendencia, superadora de todo
fatalismo, será posible hablar de cultura.
35. ¿Porqué la persona humana? Porque en la realidad del mundo en el que nos toca vivir, lo primero
que debemos saber es qué nos concede el resto para poder dialogar. Decía Santo Tomás que en una
discusión lo primero es definir qué cosa me concede el otro. Y lo que el sentido común de la gente
en general hoy nos concede – incluso en medio de tantos desastres del mundo en que vivimos- es
que la persona humana tiene dignidad. Por eso -aunque muchas veces veamos este concepto
formulado y expresado ideológicamente- nos interesan los ‘derechos humanos’. Pero desde la
correcta interpretación de la dignidad personal del hombre.
36. De esta manera nos centramos en el tema más concreto y vital de todos los que aparecen en escena:
la persona humana, que es naturaleza más un plus. No hay persona sin naturaleza; la naturaleza está
contenida en la persona.
37. Nuestro marco está constituido entonces por principios metafísicos y teológicos que se integran en
la noción de persona. Nos incardinamos así en la rica analogía del término. Desde el núcleo de
significado “sustancia individual de naturaleza racional (y cuyo constitutivo formal está en la
subsistencia)”, hasta la aplicación analógica que muestra al hombre inserto en el nivel ontológico
más perfecto de la naturaleza: la persona divina, la persona angélica, la persona humana.
38. La noción de persona en la cultura católica, expresa adecuadamente la dignidad del hombre,
iluminada sobre todo desde la Revelación, y desde la luz de la Metafísica.
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39. En efecto, el hombre es definitivamente reconocido en su dignidad personal desde que es entendido
como una creatura hecha ‘a imagen y semejanza de Dios’. Ahora bien: esta jerarquía ontológicodinámica de la persona puede contemplarse en tres grados: a) La naturaleza humana como ser
dotado de intelecto y voluntad; el hombre es el animal racional, es decir, poseyendo un alma que no
es sólo forma que anima al cuerpo, inmersa en los límites de lo corpóreo, sino principio racional
que ordena el vivir humano a la consecución de la verdad, el bien y la belleza absolutos; b) el don
divino de la Gracia, que hace al hombre partícipe de la naturaleza divina, incoando en aquél, ya en
esta vida, el misterio de la vida íntima de Dios, a modo de hábito entitativo del alma humana del
que fluyen hábitos operativos para perfeccionar al hombre en su vida teologal y sobrenatural; c) la
gloria de la visión beatífica, por la que el hombre, viendo a Dios ‘cara a cara’ (Cf. I Co 13, 12)26
alcanza el grado máximo de su semejanza con Dios, según la medida que Dios le ha fijado en su
sabiduría y los méritos de la vida presente.
40. Esta visión termina de enmarcar la analogía ‘metafísico-teológica’ de la persona y expresa el sentir
más hondo de la Universidad FASTA. Esta será la realidad desde la que pretendemos tensionar los
saberes de la vida académica para alcanzar una integración fecunda, es decir, humanizante y
salvífica a la vez. Todos los saberes, en nuestra Universidad, deberán ordenarse a la consideración,
afirmación e iluminación de la dignidad personal del hombre desde su horizonte de trascendencia.
Se trata de manifestar claramente, como verdad acuñada por la Revelación Divina y la cultura
católica, qué hombre hay en el entramado de las disciplinas y asignaturas que hacen a la docencia y
a la investigación; y se sigue, naturalmente la contraria: qué hombre no hay o no debe haber en ese
entramado.
41. La persona debe aparecer en su tensión perfectiva como individuo y como miembro de una
comunidad de personas. Como individuo, es lo más perfecto de la naturaleza, destinado a ser todas
las cosas en tanto participa de la realidad del espíritu, ‘a imagen y semejanza de Dios’. Pero a la
vez, la persona humana aparece con toda su natural ordenación a la vida social, porque necesita de
los demás hombres para perfeccionarse en el intercambio de bienes y sobre todo en la construcción
y participación del Bien Común. La persona que se perfecciona, llega a ser algo muy perfecto que
tiende a irradiar la verdad y el bien sobre los demás, por la esencial difusividad de éstos. La persona
culta irradia así sobre la civilización, configurando un hábitat humano adecuado para la perfección
de las personas, como ciudad y como tradición que alimenta a las sucesivas generaciones27.
42. De este modo evitamos toda consideración ‘individualista’ o ‘colectivista’ de la persona; nos
ponemos más allá de toda ideología que aísle y desampare a la persona humana bajo el pretexto de
una libertad sin contornos, o que disuelva a la persona en los intereses del Estado, o del progreso o
flujo de un devenir sin sentido, es decir, en el fondo, nihilista.
43. “El ordenamiento armonioso de las condiciones sociales es uno de los máximos imperativos de
nuestro tiempo. Por ello, en el sentido más noble, la cultura es inseparable de la política, entendida
26
Sobre esta triple perfección con que se mide la imagen y semejanza de Dios en el hombre, consultar a SANTO TOMÁS
DE AQUINO, S. Th. I Pars, q. 93, a. 4.
27
Cf. FÓSBERY, A. Op. cit. p. 631.
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como el arte del bien común, de la justa participación en los recursos, de la ordenación y
colaboración dentro de la libertad. La cultura tiene que ayudar a esta noble tarea política sin dejar
que nadie se apropie indebidamente de la cultura y que la instrumentalice para sus propias miras
de poder”28... “...la persona, en cuanto tal, se reserva en términos absolutos una superioridad
ontológica, ya que éticamente nunca puede ser absorbida por lo social. Hay en la cultura católica
una prioridad de perfección que mira a la persona. Sobre ella se asienta la formalidad cultural.
Después, o secundariamente, el hombre se proyecta sobre el bien común en busca del bien vivir...
EL instinto de simpatía lo lleva a cultivar la amistad, la afabilidad, la jovialidad, el
agradecimiento, la cortesía, la verdad. Se hace de esta manera discreto, justo, veraz; evita la
mentira, la maledicencia, la calumnia; se siente obligado a reparar. Sólo en este sentido de
perfección social, la sociedad deviene también sujeto de la formalidad cultural, pero en este caso,
manifestándose más bien como civilización...29.
44. Esta noción de persona, así definida, hará las veces de un objeto formal ‘quod’ de la investigación
y la enseñanza en nuestra Universidad. Será iluminante para toda la estructura académica y, por
eso mismo, unificante de su despliegue científico y técnico.
45. Esta primera integración en la visión sapiencial de la persona deberá dar sentido de unidad a todas
las demás integraciones que puedan sucederse. En cuanto al vasto conjunto de saberes que se
cultivan en la vida universitaria, en todo campo o disciplina de conocimiento hay líneas de
pensamiento que apuntan a afirmar y desarrollar el objeto propio de su especulación. Algunas de
esas disciplinas tienen ya una historia trazada y comportan un cierto estilo tradicional propio del
pensar; otras son novedosas y se incorporan siguiendo un legítimo intento de cambio. En nuestra
Universidad, esta dialéctica del pensamiento deberá enriquecerse confrontando todas las teorías u
opiniones, cuando intelectualmente correspondiere, con la noción de persona que afirmamos. Habrá
casos en que esa confrontación sea innecesaria, habrá otros en que las teorías u opiniones podrán
enriquecerse y habrá casos donde esas teorías contrasten con el sentir de la Universidad, y allí
deberá ejercerse el discernimiento.
46. Es necesario asumir esta política, no como un poder burocrático, sino como fuerza iluminante del
espíritu que debe animar a nuestra institución a buscar una común visión sobre el problema de la
dignidad de la persona en el mundo de hoy. Es necesario que las respuestas aparezcan con claridad,
pues es esa claridad la que se nos requiere en tanto que afirmamos que nuestra Universidad es ‘de
inspiración católica’.
47. En esta reflexión nos unimos con la mirada del Papa: “... Guiados por las aportaciones específicas
de la filosofía y de la teología, los estudios universitarios se esforzarán constantemente en
determinar el lugar correspondiente y el sentido de cada una de las diversas disciplinas en el
marco de una visión de la persona humana y del mundo iluminada por el Evangelio y,
consiguientemente, por la fe en Cristo-Logos, como centro de la creación y de la historia”30.
28
FÓSBERY, Op. Cit. p. 663.
Idem, pp. 400-401.
30
JUAN PABLO II, Ex corde ecclesiae, n. 16.
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VI.- Un paradigma apostólico-académico
48. Desde esta centralización de los objetos de estudio, queda claro que el desafío no consiste sólo en la
búsqueda de una mera ‘fundamentación epistemológica’, como disquisición filosóficagnoseológica-crítica, sino en salvar la identidad católica de nuestra universidad. El desafío no
consiste solamente en integrar una ciencia con otra, sino en integrar los saberes en el sentido
primero y último de las cosas y de la vida humana, apelando al sentido común e iluminando desde
la Metafísica y el Evangelio.
49. Esta política se instaura desde la misión de Evangelizar la cultura a través de la pastoral de la
inteligencia. Es tarea de ‘inculturación’. Para llevarla a cabo tendremos que inspirarnos en el
paradigma de Santo Tomás de Aquino como investigador, predicador, docente; fiel a la Tradición y
al Magisterio y siempre abierto a recibir las verdades de donde provengan; riguroso y erudito en
las ciencias, pero subordinándolas a todas a la sabiduría; humilde, asombrado, orante, cultual,
sobrio al hablar o escribir, respetuoso; un espíritu lleno de la caridad de la verdad. Será siempre un
paradigma apostólico-académico.
50. Pero no será sólo un ejemplo de actitud y conducta, sino que será fuente primordial para abrevar en
los principios que permiten una inteligencia de la realidad. En este sentido, tenemos de su pluma
una síntesis que posibilitará iluminar progresivamente los claustros universitarios, conforme lo
indiquen los tiempos prudenciales.
51. En esa síntesis aparece, con claridad y precisión insuperables, el conocimiento ontológico-teológico
de la persona humana, tensionada dinámicamente por el ser, los trascendentales y el dinamismo
teologal.
52. Este horizonte descubierto a la persona, permite comprender el maravilloso dinamismo de la
naturaleza en armonía con la gracia, que la supone y la eleva. Se establece así un orden moral que
articula las virtudes y el decoro humanos con la Ley Evangélica y la vida en el Espíritu Santo.
53. Este paradigma iluminará nuestro discernimiento, para evitar y superar la disolución de la persona
en el fenómeno de los empiristas, en las sensaciones de los sensualistas, en el fideísmo ciego que
niega el valor de la razón del hombre; en todo tipo de sentimentalismo alienante, en todo
racionalismo que clausure la razón ante el misterio y en todo idealismo que disuelva a la persona en
un todo confuso o panteísta.
54. Frente a todas las filosofías del ‘devenir’, el pensamiento del Aquinate será el que ilumine el núcleo
comprensivo del mundo, del hombre como persona y de Dios, desde la filosofía del ‘ser’,
entendido como acto del ente.
55. Quedarán descartadas todas las filosofías del ‘devenir’, que disuelven la persona, para afirmar al
hombre en su dignidad, desde la ‘filosofía del ser’ de Santo Tomás, que concibe al ente como
aquello cuyo acto es el ser (esse).
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56. Desde esta tesitura doctrinal, y siempre bajo el amparo del Magisterio de la Iglesia y en
consonancia con el tesoro de su Tradición, habrá que iluminar los claustros, yendo de la persona
como ‘objeto’ de reflexión y estudio, a la persona como ‘sujeto’ viviente de la vida académica.
57. Tendremos que acercarnos a las personas para transmitir este mensaje en medio de lo que es propio
de la vida universitaria. He aquí nuestro desafío apostólico-académico.
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