Tema 9. La caÃ−da del liberalismo: fascismo y nazismo

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Tema 9. La caÃ−da del liberalismo: fascismo y nazismo
Lectura 22. El nazismo alemán
1. La instauración del régimen nazi.
A. Las causas del triunfo del nazismo.
a. El papel de Hitler.
En enero de 1919, el mecánico ferroviario Anton Drexler fundaba en Munich el Partido Obrero Alemán,
uno de los varios movimientos de extrema derecha presentes en la Baviera de la revolución y
contrarrevolución de posguerra. En 1920 pasaba a denominarse Partido Obrero Nacional Socialista Alemán
y pretendÃ−a, mezclando anticapitalismo, pangermanismo y antisemitismo, ganarse al proletariado para la
causa nacionalista. Adolf Hitler se adhirió al partido y pronto destacó como orador. En agosto de 1921 era
ya su máximo dirigente, y su oratoria se consideraba el principal motivo del crecimiento del partido, que en
1923 tenÃ−a 50.000 afiliados.
Son muchos los testimonios de su fuerza como orador y no dejan duda de la intensidad del magnetismo
personal que ejercÃ−a. TenÃ−a un gran talento para la demagogia y electrizaba a las masas. Dirigiéndose
a la parte emocional e irracional del oyente, trabajando con sentimientos y no con razones, provocaba una
exaltación en la audiencia, comparable a la conversión religiosa. AsÃ−, no era difÃ−cil manipular a
quienes, sufriendo las dificultades de la posguerra, nunca habÃ−an comprendido ni la polÃ−tica ni la
economÃ−a. Hitler les proporcionaba explicaciones sencillas del porqué de los males que sufrÃ−an,
culpando a los judÃ−os, a los extranjeros y a los comunistas.
Cuando, en 1923, Francia ocupó los centros industriales del Ruhr (para forzar a Alemania a pagar las
reparaciones de guerra), los alemanes respondieron con huelgas generales y resistencia pasiva. Los nazis
denunciaron al gobierno de Weimar por su sumisión a Francia y creyeron que era el momento oportuno para
tomar el poder. En noviembre, imitando la “marcha sobre Roma”, los camisas pardas llevaron a cabo el
putsch de la cervecerÃ−a en Munich. El golpe, que pretendÃ−a hacerse con Baviera como trampolÃ−n para
organizar otro nacional, fracasó porque la policÃ−a y el ejército no lo apoyaron. Hitler fue a la cárcel
unos meses y se prohibió el partido nazi, lo que frenó su auge. Hitler abandonó la idea de un golpe de
Estado, aceptando usar la vÃ−a constitucional. La adulación de que fue objeto en el juicio, la redacción en
prisión del libro Mein Kampf (“Mi lucha”) y las expectativas creadas entre sus seguidores, le dieron más
seguridad en sÃ− mismo. En adelante insistirá en la obediencia debida a él como lÃ−der (“principio del
liderazgo”).
Entre 1926 y 1928 Hitler se dedicó a unir bajo su mando los varios grupos nacionalistas de extrema derecha.
En 1928 los nazis tenÃ−an ya 100.000 afiliados, pero sólo lograron 12 escaños (3% de votos). En 1930
obtuvieron 6,5 millones de votos y 107 escaños, el segundo partido de Alemania. En 1932 eran el primero,
con 230 escaños y 13 millones de votos (37%). Hitler jugó un papel clave en tan arrollador auge por la
amplia y moderna propaganda del partido e insistió en no entrar en un gobierno de coalición si no era para
presidirlo. En enero de 1933 se salió con la suya: fue nombrado Canciller de un gobierno con mayorÃ−a de
nacionalistas conservadores.
El auge del movimiento nazi no fue sólo fruto del carisma y las cualidades retóricas de Hitler, de su
voluntad y gran astucia polÃ−tica. El carisma no es nada sin una audiencia dispuesta a dejarse atraer. Su
mensaje (incluida su exigencia de una jefatura polÃ−tica fuerte e individual) no hubiera triunfado si no
hubiera respondido a las aspiraciones de una parte importante del electorado alemán. Los votos no se
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consiguen sólo con propaganda como demostró el fracaso electoral nazi en 1928, antes de que estallase la
crisis económica. Parece claro que, entonces, ni el antisemitismo ni el anticapitalismo del partido nazi eran
elementos atractivos para las masas.
b. La debilidad de la República de Weimar.
La Constitución de Weimar (1919) instauró el sufragio universal para ambos sexos y estableció un
parlamento bicameral, con predominio de la Cámara Baja (el Reichstag). Era una de las más
democráticas del mundo, pero muchos la han considerado minada por defectos fatales. Se ha criticado a
menudo el sistema de representación proporcional, que hizo inevitable que todos los gobiernos fuesen de
coalición. Y las coaliciones pluripartidistas de gobierno fueron sumamente inestables: en los 14 años de
existencia, la República tuvo 20 gobiernos distintos, que resultaron ineficaces porque no podÃ−an hacer
nada que desagradase a alguno de los socios.
Una disposición constitucional tendrÃ−a, además, graves consecuencias futuras. El art. 48 facultaba al
Presidente de la República (elegido por votación popular cada 7 años) a gobernar por decreto en
situaciones de emergencia. El primer Presidente (hasta 1925), el socialdemócrata Ebert, hizo frecuente uso
de ese poder. Su sucesor, el mariscal Hindenburg (ultraconservador), irÃ−a más lejos al imponer gobiernos
sin apoyo del Parlamento. A partir de 1930, basándose en el citado art. 48, la mayorÃ−a de las decisiones
legislativas revisten la forma de decretos (en 1932 se publican 59 decretos y se promulgan 5 leyes). Al
permitir Hindenburg el uso de poderes especiales para gobernar por decreto como principal instrumento
legislador, a Hitler le resultarÃ−a después relativamente fácil alcanzar varios de sus objetivos sin
aprobación parlamentaria.
Para muchos, la República de Weimar carecÃ−a de legitimidad desde su origen, ya que tanto el gobierno
como el Parlamento aprobaron el humillante tratado de Versalles. La propaganda nazi aprovecharÃ−a ese
descontento para desprestigiar la democracia de Weimar. La falta de respaldo a la República se refleja en
que, a partir de 1920, casi todos los partidos que la apoyaban (socialistas, Centro Católico y Partido
Demócrata) estuvieron en minorÃ−a. Frente a ella estaba la derecha monárquica y nacionalista, cuyo
máximo exponente era el Partido Nacional Popular (también cabe adscribir a esa derecha al Partido
Popular, aunque éste participó a veces en el gobierno). Los comunistas también se oponÃ−an a la
República por tratarse de un régimen burgués y capitalista. Pero, a pesar de ello, la República logró
superar las tormentas de la revolución y la insurrección armada de 1919 a 1923, y, a partir de 1928,
empezaba a parecer consolidada.
Tras la catastrófica inflación que sufrió Alemania en 1923, el Plan Dawes de 1924 logró asegurar el pago
de las reparaciones y la recuperación económica. En los años siguientes, se invirtió en Alemania mucho
capital norteamericano y las cosas mejoraron. La República gozó de una relativa prosperidad y se
construyeron nuevas carreteras, viviendas, fábricas. Fueron años también de calma internacional. Un
grupo de moderados marcaban la polÃ−tica exterior (Gustav Stresemann en Alemania, Eduard Herriot y
Aristide Briand en Francia, Ramsay MacDonald en Gran Bretaña). En 1925 se firmó el tratado de Locarno,
por el que Alemania, Francia y Bélgica garantizaban sus fronteras mutuas. Con Checoslovaquia y Polonia,
Alemania se comprometió a no cambiar las fronteras a no ser mediante negociación o arbitraje
internacional. Admitida en la SdN en 1926 y eliminados los restos de presencia militar extranjera en su
territorio, Alemania mejoró su posición internacional y era una prometedora realidad como república
democrática.
En 1928 la armonÃ−a internacional se vio fortalecida cuando, por iniciativa de Francia y EEUU, 65 naciones
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firmaron en ParÃ−s el Pacto Briand-Kellog. El pacto rechazaba el recurso a la guerra y, aunque no
establecÃ−a medidas coercitivas, afirmaba solemnemente la voluntad de los paÃ−ses de renunciar a la guerra
como instrumento de polÃ−tica internacional. ParecÃ−a que, al fin, Europa (salvo excepciones) era
decididamente democrática. Pero la depresión, que comenzó en 1929 fue una dura prueba a la que no
pudo sobrevivir la democracia, e hizo que el partido nazi dejase de ser un grupo extremista marginal y se
convirtiera en el partido más votado.
c. La crisis económica y la gran depresión.
La recuperación económica de 1924-28 fue precaria. Hubo desempleo al tiempo que se reforzaban gigantes
industriales como el trust quÃ−mico I. G. Farben. La inversión procedÃ−a sobre todo del extranjero y era a
corto plazo, por lo que podÃ−a retirarse con facilidad. Los empresarios pensaban que los costes laborales eran
demasiado elevados y anularon los compromisos entre sindicatos y patronal, en vigor en los primeros años
de la República. El sistema de seguridad social introducido en 1927 se encontró con la hostilidad del
empresariado debido a sus costes.
El acontecimiento decisivo fue la gran depresión. Los préstamos de EEUU cesaron de golpe, las
fábricas cerraron o funcionaron a medio gas y el paro se disparó. Al acabar 1932 habÃ−a 7 millones de
parados (35% de la población activa). Muchos estaban sin empleo desde hacÃ−a 2 ó 3 años y habÃ−an
agotado su derecho a prestación. La renta nacional cayó un 39%. La intensificación de la crisis en 1932
constituyó la base del triunfo del nazismo, por dos razones.
Primero, impulsó a la gran empresa a buscar una solución autoritaria que mitigase la presión a la que
estaba sometida, desmantelando el Estado del bienestar, frenando o suprimiendo los sindicatos, proscribiendo
a comunistas y socialistas y creando una fuerza de trabajo dócil y barata que le permitiese iniciar su
recuperación. Pero en la gran empresa no habÃ−a acuerdo sobre si apoyar a Hitler o escoger otro tipo de
régimen autoritario, división que seguÃ−a en 1933. Gran parte de su financiación la obtenÃ−an los nazis
de pequeños empresarios, donantes extranjeros, suscriptores de su prensa, afiliados, etc. No obstante, la gran
empresa contribuyó a socavar la República de Weimar apoyando económicamente a grupos radicales de
derecha, como el Partido Popular y los nacionalistas, nazis o no. Algunos representantes empresariales
desempeñaron un papel en las intrigas polÃ−ticas que llevaron a Hindenburg a nombrar canciller a Hitler en
1933. La mayorÃ−a del empresariado aceptó la decisión y algunos dieron importantes subvenciones a los
nazis en los meses anteriores y posteriores a las elecciones de marzo de 1933.
Segundo, la gran depresión propició el desplazamiento masivo del voto hacia el partido nazi. Hasta
1928, la mayorÃ−a del voto nazi procedÃ−a de la pequeña burguesÃ−a protestante: empresarios,
campesinos y artesanos. Su gran crecimiento a partir de 1930 se debió a votos antes dirigidos a partidos
como el Nacionalista, el Popular o el Demócrata, que ahora caÃ−an en picado. Eran votos que procedÃ−an
de casi todos los grupos sociales, en especial mujeres, trabajadores no manuales y obreros de pequeñas
empresas, sobre todo de ciudades pequeñas. Los nazis ejercieron un especial atractivo entre los jóvenes de
esos medios que votaban por primera vez. Los votantes nazis responsabilizaban del caos social, económico y
polÃ−tico a los partidos polÃ−ticos y se sentÃ−an atraÃ−dos por lo que los nazis ofrecÃ−an: una alternativa
dinámica, carismática y bien organizada; que pretendÃ−a acabar con los “marxistas” y devolver a
Alemania su orgullo.
Hubo sectores reacios al voto nazi, como el de los obreros industriales que no habÃ−an perdido su empleo. En
los núcleos industriales con una larga tradición de compromiso con el movimiento obrero, el partido
socialdemócrata siguió siendo fuerte y el voto comunista aumentó. Por su parte, los católicos siguieron
votando al Centro. Pero puede decirse que entre 1930 y 1933 los nazis lograron crear un partido de masas que
obtenÃ−a votos en casi todos los grupos sociales. En los últimos años de la República de Weimar, pues,
el nazismo aglutinó el descontento y ejerció un gran atractivo para los jóvenes y las clases medias
protestantes.
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d. Evolución de la sociedad y la polÃ−tica alemanas a largo plazo.
Aunque el éxito electoral fue una condición sine qua non del triunfo nazi en 1933, no es del todo correcto
afirmar que llegaron al poder por medios legales. En efecto, la dictadura sólo fue posible cuando las
instituciones democráticas dejaron de funcionar en 1930, con el gobierno del nacionalista conservador
Brüning. à ste, ante la oposición del Reichstag a varias medidas reaccionarias, hizo aprobar las leyes
mediante el art. 48 y, más tarde, disolvió el Reichstag para que no pudiera protestar. La dictadura sólo fue
posible cuando el canciller Von Papen destituyó inconstitucionalmente el gobierno de Prusia en 1932. Y
sólo fue inevitable cuando los nazis, en los primeros meses del gobierno de Hitler, desataron una campaña
de violencia, terror, asesinato e intimidación contra sus oponentes. La República fue derrotada por sus
oponentes, no por sÃ− misma; la muerte de la democracia alemana no fue un suicidio, sino un asesinato
polÃ−tico.
Para algunos historiadores, es limitado centrarse en 1930-1933 para explicar la caÃ−da de Weimar y la
llegada del Tercer Reich: los valores antidemocráticos tenÃ−an en Alemania raÃ−ces más profundas
que en otros paÃ−ses. Mientras que en Inglaterra y Francia progresaron los valores liberales y democráticos,
la aristocracia terrateniente (los junkers) controló la situación en Prusia e incluso en toda Alemania tras la
unificación. La burguesÃ−a asumió los valores preindustriales y antidemocráticos de la aristocracia y
adoptó formas nacionalistas y autoritarias para contrapesar el desafÃ−o de la clase obrera. Tras la derrota de
1918, la aristocracia junker, los oficiales del ejército, los altos funcionarios, la judicatura, etc., fomentaron
el nacionalismo y no dejaron de socavar las instituciones republicanas. Por último, diversas intrigas
centradas en el presidente Hindenburg, sÃ−mbolo del viejo orden, instalaron en el poder a los nazis.
Pero esta interpretación plantea problemas. Ni la revolución inglesa ni la francesa fueron completas ni
trajeron de inmediato la democracia, que se instauró a través de un largo camino con avances y retrocesos.
Además, los junkers se vieron, de hecho, obligados a llegar a compromisos con las fuerzas “modernas”. El
argumento de que fueron las “viejas” élites las que instalaron en el poder a los nazis, olvida que los
terratenientes se habÃ−an distanciado de los industriales, bastante divididos a su vez con respecto al nazismo
en 1933. Hay que tener en cuenta, por último, que las fuerzas “preindustriales” de la sociedad y la cultura
alemanas no eran dominantes. Es cierto que fuerzas importantes se inclinaban por destruir la democracia, pero
los partidarios de los nazis en 1932 procedÃ−an de todos los grupos sociales, desde la burguesÃ−a
económica y profesional a trabajadores no manuales y obreros no sindicados de la pequeña industria que
no eran fuerzas conservadoras al viejo estilo, sino modernas en muchos aspectos, valores y comportamientos.
El nazismo surgió como la mayor fuerza de la extrema derecha a finales de los años veinte, porque estaba
bien organizado, era dinámico y tenÃ−a un lÃ−der carismático que supo aprovechar los temores y
ansiedades de las clases medias. Se convirtió en un movimiento de masas a comienzos de los años treinta
porque esas cualidades eran precisamente las que atraÃ−an a millones de personas cuyas vidas habÃ−an sido
convulsionadas por la crisis, y que por sus valores y convicciones eran receptivas a la retórica demagógica
del nacionalismo extremo. También es cierto que el ascenso de Hitler es inseparable de la debilidad de la
República de Weimar. Sin duda, la primera experiencia de democracia parlamentaria en Alemania se
realizó en una época de enormes dificultades y de grandes cambios en las estructuras sociales,
económicas y polÃ−ticas.
Lo que el nazismo ofrecÃ−a, y lo ofrecÃ−a cuando habÃ−a millones de alemanes receptivos, era una
versión modernizada y actualizada de los resentimientos nacionalistas radicales, en la que el deseo de los
jóvenes de dinamismo y transformación pudo combinarse con el anhelo de orden, autoridad y estabilidad de
los ancianos y personas de mediana edad.
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B. Los primeros tiempos del poder nazi (1933-1934).
Cuando se nombró a Hitler canciller (30 enero 1933) la opinión pública internacional no manifestó, en
general, una gran alarma, resaltándose que sólo habÃ−a dos ministros nazis (Interior y Aire), mientras las
carteras importantes las tenÃ−an partidos conservadores. Algunos creÃ−an que éstos, tras propiciar el
ascenso de Hitler, podrÃ−an moderar sus excesos. Los conservadores creÃ−an poder felicitarse por utilizar
hábilmente a los nazis para superar la crisis polÃ−tica mientras seguÃ−an controlando la situación. Sin
embargo, los nazis emprendieron una rápida y concienzuda destrucción de las instituciones democráticas,
maltratadas desde 1930, pero aún vivas.
El 27 de febrero era incendiado el edificio del Reichstag (un acto, quizá, de provocación nazi), lo que
sirvió de pretexto para desatar la persecución de los comunistas. Al dÃ−a siguiente, Hindenburg firmó un
decreto de emergencia “Para la protección del pueblo y del Estado” que abolÃ−a los derechos
democráticos básicos. Fueron prohibidas la prensa, las reuniones y las organizaciones comunistas y
arrestados miles de funcionarios del partido. Hitler aseguraba a la prensa extranjera que eran medidas
temporales para hacer frente a un levantamiento comunista. El decreto iba a ser uno de los pasos clave para la
creación de la dictadura nazi, permitiendo obviar el proceso legal normal y destruyendo los derechos y
libertades fundamentales.
Mientras tanto, las SA (las camisas pardas, creadas en 1921, secciones de asalto) y las SS (guardia personal
de Hitler, creada en 1925) usaban el terror contra los oponentes polÃ−ticos: daban palizas, humillaban y
arrestaban. Funcionarios, jueces y fiscales judÃ−os fueron cesados de forma inmediata. Los negocios
judÃ−os eran boicoteados y se adoptaron las primeras medidas para su marginación legal. Sólo en Prusia se
efectuaron unos 25.000 arrestos en marzo y abril.
El 23 de marzo Hitler logró, con el apoyo de la derecha y del Centro católico y sin la presencia comunista,
que el Reichstag renunciara a su poder legislativo al aprobar una ley de emergencia que le daba plenos
poderes al margen de la Constitución. Era el inicio de la dictadura nazi. Los partidos burgueses consideraban
esta ley necesaria y que los violentos excesos de las últimas semanas se debÃ−an a la amenaza de una
conspiración comunista. La incesante campaña de propaganda y la mordaza impuesta a la prensa habÃ−an
contribuido a que muchos ciudadanos no vieran el auténtico propósito de la ley, su origen
anticonstitucional y su imposición ilegal.
Los socialdemócratas quisieron creer que la ley iba dirigida contra los comunistas y que su partido y sus
sindicatos sobrevivirÃ−an. Cuando éstos fueron declarados ilegales, los sindicatos cristianos pensaron que
se habÃ−an librado, pero también fueron prohibidos. De igual modo los partidos creÃ−an que Hitler sólo
prohibirÃ−a al partido comunista y luego que el socialdemócrata serÃ−a el último en ser ilegalizado. Poco
después sólo quedaba el partido nazi.
En abril se abolió la autonomÃ−a de los Estados (Ländler) federados en la República y se puso al
frente de cada uno a un gobernador designado por el poder central. En mayo los sindicatos fueron disueltos
y sus bienes transferidos a un Frente del Trabajo patrocinado por el gobierno. Ese mismo mes se celebró la
primera quema pública de libros, un auto de fe presidido por Goebbels, ministro de Propaganda, que
tenÃ−a el control de la prensa, la radio, el cine y todos los medios de comunicación. En julio, Hitler
consagraba al NSDAP como partido único y en octubre Alemania abandonaba la Conferencia de
Desarme y la SdN.
Seis meses después de la llegada de Hitler a la cancillerÃ−a estaban ya establecidos los cimientos del
Tercer Reich que sustituÃ−a a la República de Weimar. Hitler declaraba que, tras el Primer Reich (o Sacro
Imperio Romano) y el Segundo (el imperio fundado por Bismarck), el Tercer Reich continuaba el proceso de
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la verdadera historia alemana y profetizaba que durarÃ−a mil años. Al igual que Mussolini, tomó el
tÃ−tulo de GuÃ−a (Führer). La nazificación de Alemania fue más rápida que la fascistización de
Italia. Cualquier resto de separación de poderes desapareció con el sometimiento de los jueces al dictado
del gobierno. Quienes no estaban convencidos de las ventajas del nuevo régimen, ni lo suficientemente
desmoralizados para resignarse a la pasividad, eran perseguidos por la Gestapo (policÃ−a secreta estatal,
creada en 1933 por Goering). También se crearon, desde el principio, campos de concentración para
disidentes polÃ−ticos, perseguidos raciales e inadaptados sociales. Antes de 1939 hubo varias decenas de
campos en Alemania.
Ernst Röhm, jefe de las SA, deseaba formar un ejército nazi en el que los antiguos oficiales tendrÃ−an un
papel subordinado, lo que suscitaba el rechazo de los militares, que socialmente tenÃ−an poco que ver con las
bases de las SA. En 1933 las SA contaban con millones de miembros. Pero su apoyo ya no le era necesario a
Hitler, una vez nombrado canciller, y las SA se convirtieron en un lastre, ya que la derecha y el ejército
desaprobaban sus métodos brutales. Por otra parte, la retórica revolucionaria de los nazis, que en Hitler no
era más que oportunismo para atraerse al proletariado, debÃ−a, a los ojos de las SA, traducirse en cambios
reales.
La posición de Hitler no era segura: se le escapaba el control de las SA y corrÃ−a el riesgo de ser desplazado
si los conservadores se desencantaban de su gobierno. Algunos conservadores denunciaron el radicalismo de
las SA con palabras que se dirigÃ−an también al propio régimen nazi y amenazaron con retirarse del
gobierno si no se frenaba a los radicales. Hitler tuvo que tranquilizar a los industriales y al ejército
dándoles garantÃ−as verbales y declarando que la revolución se habÃ−a acabado. Pero esto no bastaba.
Hitler era consciente de que a Hindenburg no le quedaba mucha vida y se hablaba de restaurar la monarquÃ−a
a su muerte. Esto llevó a Hitler a acabar con las SA. Obtuvo el apoyo del ejército y utilizó a las SS para
organizar el asesinato de los dirigentes de las SA. El 30 de junio de 1934, en la “noche de los cuchillos
largos”, fueron asesinados varios cientos de jefes de las SA, asÃ− como adversarios al régimen en toda
Alemania.
El resultado fue la estabilización del régimen. A partir de entonces el ejército y la derecha conservadora
aceptaron el dominio de Hitler. La amenaza de revolución social representada por los nazis desapareció y el
ejército gozó de cierto grado de independencia dentro de su campo. Los ganadores fueron las SS, que
sustituirán la brutalidad desorganizada de las SA por métodos de represión más sistemáticos y
eficaces, y mantendrán una rivalidad feroz con el ejército. Dirigidas por Himmler, se transformaron en
una gigantesca organización que durante la guerra llegó a tener un millón de miembros. Sus funciones
eran múltiples: tenÃ−an a su cargo el control de los campos de concentración y las Waffen-SS eran tropas
de élite del ejército. Las SS llegaron a dominar todo el sistema policial, incluida la Gestapo, reorganizada
y centralizada en 1934 para “investigar y contrarrestar todas las actividades que pongan en peligro al Estado”.
Sus actividades no se podÃ−an cuestionar en los tribunales y, como las SS, estaba por encima del sistema
judicial.
En agosto de 1934 muere el presidente Hindenburg y Hitler une a su condición de canciller la de presidente
de Alemania, convirtiéndose en el Führer todopoderoso.
2. El Estado nazi y sus polÃ−ticas.
A. La polÃ−tica económica y el rearme.
Para Hitler los objetivos económicos estaban subordinados a los polÃ−ticos, lo cual se hizo obvio a partir de
1936, con la puesta en marcha de un “plan cuadrienal”. Hitler querÃ−a una Alemania autosuficiente
(autarquÃ−a) que fuese invulnerable al bloqueo económico. Los quÃ−micos desarrollaron, con métodos
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costosos, caucho artificial, plásticos, tejidos sintéticos y muchos otros productos sustitutivos para poder
prescindir de las materias primas importadas. Alemania se benefició de ser el principal mercado del que
dependÃ−a Europa oriental. Mezclando las amenazas polÃ−ticas con los negocios, mediante tratados
bilaterales, los nazis intercambiaban trigo polaco, madera húngara o petróleo rumano por artÃ−culos de los
que a Alemania le convenÃ−a desprenderse.
A partir de 1936, el gobierno se hicieron con la dirección económica del paÃ−s, fijando objetivos y
mermando la autonomÃ−a de los agentes económicos. Esto no quiere decir que se implantara una
economÃ−a estatalizada y planificada. A pesar de la sumisión de la industria a la voluntad del dictador, los
fundamentos capitalistas de la economÃ−a se mantuvieron. En la producción de armamentos, la frontera
entre el intervencionismo y la iniciativa privada fluctuaba a menudo. A partir de 1936, la industria se puso
cada vez más al servicio de los preparativos bélicos. La industria tuvo que renunciar al principio
capitalista de obtener los máximos beneficios con un mÃ−nimo de inversiones, en favor de los objetivos
bélicos y polÃ−ticos del Tercer Reich. A cambio, se le prometió compensación en años venideros, con
el botÃ−n bélico.
La industria se organizó en torno a la producción de material de guerra, si bien, por expreso deseo de
Hitler, no se redujo mucho la capacidad de atender el consumo privado y civil. Los gastos en armamento
crecieron en detrimento, entre otros, del sector de la construcción. Durante la puesta en práctica del “plan”,
se apeló a la población (y no sin éxito) para que aceptase las estrecheces del momento a cambio de la
expectativa de futuras conquistas de “espacio vital” y venideros botines bélicos. Esta voluntad de “preparar
la guerra en la paz” provocó numerosas tensiones en las relaciones entre polÃ−tica y economÃ−a, debido, en
parte, a la escasez de materias primas, divisas y fuerza de trabajo. La economÃ−a del Tercer Reich, al verse
obligada a satisfacer al mismo tiempo las necesidades de la guerra y de la paz, no estuvo en condiciones de
prepararse para una guerra de desgaste. El rearme no logró suministrar los recursos necesarios para una
guerra a gran escala. Se ha calculado que en 1939 el ejército alemán tenÃ−a reservas de municiones para
sólo seis semanas y no para los seis meses recomendados por el alto mando.
Como consecuencia de la puesta en práctica de un rearme inmoderado, la situación económica se agravó,
convirtiéndose en uno de los retos más serios del régimen. En último término, dicho reto no
podÃ−a conducir más que a la guerra, es decir a una especie de huida hacia adelante con el fin de
superarlo gracias a la utilización del armamento fabricado y al consecuente botÃ−n bélico. El desarrollo
armamentista, al no respetar los principios de rentabilidad económica, conducÃ−a al paÃ−s a la disyuntiva
entre la bancarrota o la guerra.
La economÃ−a alemana entró pronto en un callejón sin salida debido, sobre todo, a que el paro inicial se
vio sustituido por una falta de mano de obra para la industria de armamento. Esta carencia se agravó
debido, entre otras cosas, al aumento del servicio militar a dos años, a la demanda de mano de obra para las
construcciones militares en la frontera occidental y el rearme de la marina, proceso desarrollado sobre todo a
partir de 1938 y 1939 y que vino a añadirse a otros que ya estaban en marcha en el Ejército de Tierra y en
el del Aire. Alemania, ese “pueblo sin espacio”, según decÃ−a la propaganda, no tenÃ−a los hombres que
requerÃ−an sus ambiciosos planes de rearme y conquista (después, como consecuencia de las conquistas
territoriales, esta carencia pudo paliarse un tanto con la utilización de prisioneros extranjeros).
En las fábricas se instituyó al empresario como Führer a pequeña escala, con un control sometido a
estrecha supervisión gubernamental. Las grandes empresas resultaron favorecidas por el sistema de
concesiones de crédito y la ley de cartelización obligatoria. La pequeña empresa y el artesanado se ven,
en cambio, perjudicados por la fijación de precios.
Se lanzó un gran programa de obras públicas, se organizaron proyectos de repoblación forestal y de
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saneamiento de zonas pantanosas, se construyeron viviendas y autopistas. Todo ello, junto con el programa de
rearme, absorbió a los parados, y, en poco tiempo, el paro descendió notablemente. No obstante, incluso
según las estadÃ−sticas nazis, la participación salarial en la renta nacional se redujo, pero los obreros
tenÃ−an trabajo y una organización llamada A la fuerza por la alegrÃ−a atendÃ−a a las personas de pocos
ingresos, organizando diversiones, vacaciones y viajes. No se puede negar que a la mayorÃ−a de los
trabajadores les fue mejor de lo que les habÃ−a ido en 1929-1933. Pero el estancamiento de los salarios
nominales impidió que mejorase la suerte de los obreros, sometidos a una fuerte explotación fÃ−sica.
Aniquilados los sindicatos, los trabajadores fueron incorporados al Frente del Trabajo, organización única,
obligatoria, formada por uniones y asociaciones de oficios, cada una de ellas al mando de un Führer. Los
hombres de confianza de cada empresa eran militantes nazis designados por el personal basándose en una
lista de candidatos presentada por el patrono, de acuerdo con el jefe de la célula nazi de la empresa.
B. Control, propaganda y cultura nazis.
Como en Italia, el nazismo consiguió la adhesión de un amplio sector de la población, movilizada a
través de un poderoso aparato de propaganda. Aunque es evidente que la reabsorción del paro
también contribuyó, la adhesión de las masas al nazismo no puede explicarse sin una propaganda
moderna que incluÃ−a desde gigantescos y elaborados desfiles y concentraciones, hasta los medios de
comunicación de masas y todas las artes visuales.
El nazismo trató en gran medida de definirse y legitimarse por su arte y su cultura de masas. Uno de los
rasgos más impresionantes de su movilización cultural fue el uso de los medios de comunicación de
masas, siendo Joseph Goebbels ministro de Propaganda. La propaganda directa, escrita o hablada, era sólo
un aspecto de un asalto a fondo a la mente y los sentidos, para crear una nueva psicologÃ−a un “hombre
nuevo”. La propaganda, la cultura y el arte se utilizaban tanto para ocultar como para persuadir y su efecto fue
impresionante.
A través de poderosos medios controlados por el Estado, la propaganda sustituyó al pensamiento
independiente. El Estado “manufacturaba” pensamiento y también emociones: los grandes mÃ−tines se
organizaban con una elaborada escenografÃ−a, creando un marco grandioso y una atmósfera adecuada para
que las masas se identificaran con Hitler y la nueva Alemania. Goebbels utilizó hábilmente la radio para
lograr grandes audiencias a los discursos de los lÃ−deres. En agosto de 1933 se inauguraron las “radios del
pueblo”; ese año sólo el 25% de las casas tenÃ−an aparato de radio, pero en 1939 lo tenÃ−an ya un 70%.
Como los libros y todo lo que se publicaba, también la prensa fue controlada. En 1933 la importante prensa
comunista y socialdemócrata fue confiscada. En los años siguientes los nazis se hicieron cargo de casi
todos los periódicos del paÃ−s.
Hitler valoraba especialmente las artes visuales. El Tercer Reich fijó las normas de su propio estilo de arte,
que tendÃ−a a crear versiones románticas y heroicas del realismo, junto a frecuentes motivos neoclásicos
en arquitectura. El arte nazi insistÃ−a en el desnudo como revelador de la “raza”. En cambio, el de las
vanguardias se consideraba “arte degenerado” y, como miles de escritores, muchos artistas plásticos se
vieron obligados a exiliarse.
Tampoco el cine escapó al control del Estado. Goebbels, que estaba muy interesado en él, no trató de
convertir toda la industria en un instrumento de propaganda. Entre 1933 y 1944, se produjeron en Alemania
unas 1.100 pelÃ−culas, de las cuales la mitad eran musicales o comedias sentimentales. Sólo 96 se rodaron
por orden directa de Goebbels, siendo producciones de gran coste. Hay coincidencia en señalar que las
pelÃ−culas nazis de mayor calidad fueron los documentales de Leni Riefenstahl El triunfo de la voluntad y
Olimpiada.
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La formación de la juventud en los valores nazis fue un objetivo prioritario del régimen, al que
contribuyó la drástica depuración polÃ−tica y racial del profesorado y al que se dedicó un esfuerzo
impresionante. En 1933 se crearon la Juventudes Hitlerianas, obligatorias en 1936 para todos los jóvenes.
Para las jóvenes se creó una organización equivalente, la Liga de Muchachas Alemanas. El Servicio del
Trabajo Obligatorio, que más adelante también incluyó a las chicas, se convirtió cada vez más en una
institución propagandÃ−stica. Todas estas organizaciones estaban pensadas para acabar con las diferencias
de clase y de educación y para crear una sensación de comunidad basada en la pureza ideológica y racial.
También se crearon colegios especiales nazis, que hacÃ−an hincapié en la obediencia incondicional y en
la fe ciega en la causa. Estas instituciones contribuyeron a disimular las eternas divisiones de clase dentro de
la sociedad alemana.
Pocos años después de la llegada de Hitler al poder, aunque el régimen no carecÃ−a de un cierto grado
de confusión y de rivalidades internas, el nazismo habÃ−a convertido a Alemania en una gigantesca y
disciplinada máquina de guerra, habÃ−a liquidado o silenciado a sus adversarios internos, mientras sus
hipnotizadas masas bramaban su aprobación en manifestaciones asombrosas, dispuestas a seguir al Führer
a donde hiciera falta. “Hoy, Alemania. Mañana, el mundo entero”, decÃ−a una amenazadora frase usada
por los nazis.
C. La polÃ−tica racial y la polÃ−tica de género.
La “purificación racial” comenzó con la segregación de los judÃ−os y alcanzó también a los no
judÃ−os con deficiencias fÃ−sicas o mentales. Tras la Ley de Poderes de Emergencia (marzo de 1933),
Goebbels y Streicher formaron un comité para organizar el boicot de todos los negocios judÃ−os en
Alemania, pero la mayorÃ−a de la población no hizo mucho caso e incluso los antisemitas siguieron
comprando en las tiendas judÃ−as cuando los precios eran atractivos. Al cabo de tres dÃ−as el régimen
tuvo que acabar con el boicot, ya que la reacción pública no habÃ−a sido tan positiva como se preveÃ−a y
habÃ−a causado escándalo en el extranjero. La discriminación de los judÃ−os en el funcionariado y las
profesiones liberales y la “arianización” de importantes editoriales fueron los ejemplos más notorios de la
polÃ−tica antisemita del gobierno hasta las leyes de Nuremberg de 1935. Hubo no poca oposición a estas
leyes dentro del funcionariado, sobre todo por el absurdo sistema de clasificación racial en “arios”, “judÃ−os
totales” y “cruces” de grado 1 y 2.
Hasta la “noche de los cristales rotos” (noviembre de 1938) emigraron unos 170.000 judÃ−os. Otros
375.000 prefirieron quedarse, al asegurar Hitler que no se adoptarÃ−an más medidas sobre la “cuestión
judÃ−a”. Pero éstos se quedaron sin derechos, no podÃ−an ejercer su profesión, se les arrebató gran
parte de sus bienes, quedaron sometidos a impuestos especiales y se les prohibió entrar en la mayorÃ−a de
los sitios públicos. Inmediatamente después, unos 30.000 judÃ−os fueron enviados a campos de
concentración. Los que querÃ−an abandonar Alemania debÃ−an pagar un impuesto al alcance sólo de los
ricos. Cuando comenzó la guerra, quedaban en Alemania unos 180.000 judÃ−os. La gran mayorÃ−a de las
vÃ−ctimas de la “solución final” fueron judÃ−os no alemanes.
Para el régimen nacionalsocialista, que se consideraba a sÃ− mismo un régimen masculino, la
emancipación de la mujer era una consecuencia funesta de la influencia judÃ−a, ya que las mujeres judÃ−as
habÃ−an desempeñado un papel importante en el movimiento de las mujeres alemanas, al defender el
reconocimiento social de éstas y su acceso a todas las profesiones.
Las leyes antisemitas fueron sólo parte de la polÃ−tica eugenésica destinada a preservar la pureza de la
supuesta “raza aria”. Las primeras leyes de abril de 1933 expulsaron a los judÃ−os del servicio civil, donde
habÃ−a muchas maestras, y de las universidades, donde la proporción de mujeres estudiantes era mucho
mayor entre los judÃ−os que entre los no judÃ−os.
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En junio de 1933, el ministro del Interior presentó su programa sobre la “raza y la polÃ−tica demográfica”:
estimaba que una parte importante de la población eran indeseables como madres o padres y que la tasa de
natalidad de los alemanes “sanos” debÃ−a subir al 30%. ConcluÃ−a afirmando la necesidad de impedir la
reproducción de los “hereditariamente ineptos”. Inmediatamente se introdujo la esterilización
eugenésica que, si era necesario, debÃ−a ponerse en práctica por la fuerza, con la ayuda de la policÃ−a.
En 1937 habÃ−a sido esterilizadas 200.000 personas, cifra que llegó a las 400.000 en 1942 (hombres y
mujeres al 50%), el 1% de la población en edad fértil. Una gigantesca campaña propagandÃ−stica
intentó (aunque sin demasiado éxito) convencer a los alemanes de los beneficios del antinatalismo
selectivo. Nunca, ningún Estado habÃ−a puesto en marcha una polÃ−tica antinatalista de tales dimensiones,
precursora del asesinato en masa.
Mientras las mujeres constituÃ−an sólo la mitad de las vÃ−ctimas de la esterilización, llegaban al 90% de
los varios miles que morÃ−an a causa de la operación. La ley de esterilización fue proclamada como “la
primacÃ−a del Estado sobre la esfera de la vida, el patrimonio y la familia” y como uno de esos campos en
los que “lo privado es polÃ−tico”, como un campo, obviamente, de particular interés para las mujeres, al
igual que todas las cuestiones relativas a la procreación y la crianza de los hijos. Como modo de resistencia a
la esterilización, muchas mujeres, particularmente las jóvenes, intentaron quedar embarazadas antes de la
operación pero, en 1935, los “embarazos de protesta” (como fueron llamados por las autoridades) dejaron
de tener eficacia al aprobarse una ley de aborto: entonces se impusieron abortos por razones eugenésicas
hasta el sexto mes de embarazo que iban unidos a la esterilización forzosa. Durante el perÃ−odo nazi se
realizaron alrededor de 30.000 abortos eugenésicos, todos acompañados de esterilización.
La propaganda nazi a favor de la esterilización y el racismo se extendió a veces de forma especÃ−fica a las
mujeres, pues se suponÃ−a que eran especialmente reacias a esta polÃ−tica. La propaganda nazi decÃ−a a las
mujeres que el “objetivo” del Estado no era la “procreación”, sino la “regeneración”. El “maternalismo”
fue tildado de humanitarismo sentimental y se aseguraba que “del instinto femenino de cuidar de todo el que
requerÃ−a ayuda” se derivaba un peligro para la raza. Los libros escolares para niñas enseñaban en tres
páginas la gloria de la maternidad, pero dedicaban doce a la posible necesidad de esterilizar “al propio hijo
amado” y de prohibir casarse con judÃ−os, gitanos y otros individuos de “inferior” calidad hereditaria.
La polÃ−tica nazi de esterilización, llamada también “prevención de la vida sin valor”, tuvo su
continuación en la campaña de eutanasia para liquidar a deficientes y enfermos incurables, la llamada
“acción T4”. à sta comenzó en 1939: en la primavera se eliminaron a unos 5.000 niños con defectos
mentales o fÃ−sicos, y en el otoño, una segunda fase liquidó a unos 100.000 “enfermos incurables”,
llegándose a matar a 200.000 enfermos, ancianos y minusválidos, en su mayorÃ−a internados en clÃ−nicas
psiquiátricas. Todos los internos judÃ−os fueron eliminados: el programa de eutanasia fue la primera fase de
la masacre sistemática de judÃ−os. En una especie de ensayo para la “solución final”, se construyeron
varias instalaciones especiales con gas venenoso. Esta experiencia y parte del personal se aprovecharÃ−an
más tarde para aplicarla a los judÃ−os.
A finales de 1941, las cámaras de gas y su personal masculino fueron trasladados a las zonas ocupadas del
Este, donde sirvieron para matar a millones de judÃ−os y gitanos. Antes de usarse gas, ya se habÃ−a matado
a miles de judÃ−os mediante fusilamientos masivos. Al parecer, los hombres de las SS tuvieron “dificultades
psicológicas”, especialmente en relación con el fusilamiento de mujeres y de niños. El gas se introdujo a
finales de 1941 no sólo para acelerar las matanzas masivas, sino también para evitar a los verdugos esos
escrúpulos. Los primeros furgones de gas se utilizaron principalmente para matar mujeres y niños. En la
primera fase de la masacre del gueto judÃ−o, la mayorÃ−a de las vÃ−ctimas fueron mujeres. Cuando, desde
finales de 1941, entraron en funcionamiento las cámaras de gas fijas de Auschwitz, las vÃ−ctimas
selecciona-das para morir apenas llegadas eran sobre todo mujeres judÃ−as, y sobre todo las que tenÃ−an
hijos, mientras que a muchos de los varones judÃ−os se los enviaba a campos de trabajos forzados. Casi dos
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tercios de los judÃ−os alemanes deportados a los campos de exterminio y muertos allÃ− fueron mujeres; y de
los gitanos gaseados en Auschwitz, la proporción de mujeres fue del 56%.
Las mujeres activistas nazis eran minorÃ−a entre los ejecutores y entre las mujeres en general, pero muy
decididas y eficientes. Aunque la polÃ−tica de esterilización estaba dirigida por hombres, habÃ−a
trabajadoras sociales y médicas que ayudaban a seleccionar a los candidatos. HabÃ−a enfermeras que
asistÃ−an a los médicos en la selección y el asesinato. HabÃ−a académicas que cooperaban con sus
superiores en los estudios sobre gitanos y sentaban las bases para su selección y exterminio. Las guardianas
de los campos de concentración provenÃ−an en su mayorÃ−a de los estratos más bajos o de clase obrera y
se habÃ−an ofrecido voluntarias para el trabajo con miras a un cierto ascenso social. Muchas otras mujeres,
conscientes o no, trabajaron junto con los hombres en la compleja burocracia genocida, como las secretarias
en las oficinas del Estado y del partido.
La imagen de las mujeres como madres y esposas no ocupó el centro de la visión nazi de la mujer ni fue
especÃ−fica del nazismo. El régimen nazi no excluyó del empleo a las mujeres. El número de
empleadas se elevó más de un millón entre 1933 y 1939. No sólo el número de empleadas solteras, sino
también, y mucho, el de mujeres casadas y madres. En 1939, más del 24 % de las mujeres que trabajaban
tenÃ−an hijos. Durante la 2ª G.M. se incorporaron casi 2,5 millones de mujeres extranjeras al trabajo en la
industria y la agricultura alemanas junto con un número mucho mayor de hombres. La mayorÃ−a de ellos
procedÃ−a de la Europa del este ocupada y se les hacÃ−a trabajar por la fuerza. Cuanto más bajo era su
“valor racial” (el más bajo era el de los rusos seguido de los polacos), mayor era la proporción de mujeres
trabajadoras.
El constante crecimiento del empleo femenino desde finales del siglo XIX no se interrumpió durante el
perÃ−odo nazi. Una parte notable del mismo se localizó en sectores “no modernos” (agricultura, servicio
doméstico...), pero las cifras globales muestran una elevada proporción de empleo femenino en relación
con otros paÃ−ses. Incluso se invirtió la polÃ−tica de excluir a las mujeres de las universidades y de muchas
profesiones, predominante entre 1933 y 1936. El culto a la maternidad distaba, pues, de ser en general un
objetivo primario de la polÃ−tica nazi. Durante las campañas electorales de principios de los años treinta,
los nazis pusieron mucho énfasis en desmentir la afirmación de que el régimen nazi expulsarÃ−a a las
mujeres de sus trabajos y prometÃ−an elevar el nivel del empleo femenino. En las tres últimas elecciones el
apoyo femenino al partido nazi parece haber subido considerablemente.
Pero la opinión nazi sobre el empleo femenino no era homogénea. Muchos se oponÃ−an al “doble
salario”, si bien esa oposición no fue especÃ−fica del nazismo, ya que la apoyaban hombres y mujeres en
todos los paÃ−ses afectados por la crisis. La propia imagen nazi de la mujer tampoco era coherente, pues
incluÃ−a una mezcla de rasgos diferentes. Pero, desde luego, distaba mucho de la imagen tradicional que
limitaba a la mujer al mundo doméstico, ya que, aunque incluÃ−a este rasgo, se reconocÃ−a que era un
sueño imposible. La mujer nazi ideal debÃ−a servir al Estado por encima de todo, en la familia o en el
trabajo, en la paz o en la guerra. De hecho, la imagen pública de la mujer en EEUU en los años treinta se
limitaba mucho más a las “tareas del ama de casa” que la imagen nazi. Por ello, durante la 2ª G.M., la
propaganda lo tuvo más difÃ−cil en EEUU que en Alemania para persuadir a las mujeres de que se
incorporaran al trabajo. En Alemana, a diferencia de EEUU, se crearon muchas guarderÃ−as infantiles antes y
durante la guerra para posibilitar a la mujer trabajar fuera del hogar. En 1942 la ley protegÃ−a a la mujer
embarazada y a las madres jóvenes empleadas con el fin de alentar o conciliar trabajo y maternidad.
En cuanto a la polÃ−tica natalista, se adoptaron algunas medidas de protección social para aumentar los
nacimientos: préstamos a bajo interés para maridos cuyas esposas hubieran dejado su empleo para
casarse; descuentos sobre el impuesto sobre la renta y sobre la herencia para quienes tuvieran hijos y aumento
de los impuestos para quienes no los tenÃ−an; y algunas ayudas estatales mensuales para familias con muchos
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hijos. En otros paÃ−ses europeos existieron medidas análogas, pero lo que sÃ− era especÃ−fico de
Alemania fue el hecho de que los subsidios familiares no se pagaban a esposas y madres sino a maridos y
padres. No se trataba de mejorar el estatus de la madre, sino el del padre en relación con el de los solteros.
El partido nazi sÃ− ofrecÃ−a ciertos beneficios directamente a las madres y los hijos, socorriendo a las
madres pobres pero “puras” y con muchos hijos, a las mujeres embarazadas, viudas o divorciadas y a las
madres solteras, si bien la abrumadora mayorÃ−a de las madres no recibió beneficios económicos, sino tan
sólo honores y propaganda. El efecto de la propaganda pronatalista y de las ayudas a la natalidad fue
limitado. Las tasa de natalidad se incrementó entre 1933 y 1936; entonces se quedó casi estancada y
volvió a caer durante la 2ª G.M.
D. Nazismo y cristianismo.
Teológicamente, puede calificarse al nazismo de movimiento pagano; a veces se le ha considerado
también como una “religión polÃ−tica”. Hitler pretendÃ−a que la ideologÃ−a racial aria cumpliera una
especie de función religiosa (no olvidemos el carácter tan marcadamente litúrgico de los rituales
públicos nazis). Al convertirse el nazismo en un movimiento de masas, los nazis cuidaron (aunque no
siempre) de hablar con respeto del cristianismo y de la Iglesia, asÃ− como de condenar el carácter
“antirreligioso” del marxismo. Pero esto no era más que oportunismo dirigido a la conquista y al
afianzamiento del poder, ya que los nazis eran conscientes de la incompatibilidad entre las concepciones del
cristianismo y del nacionalsocialismo.
Ya en julio de 1933 la Iglesia católica decidió apoyar al régimen nazi (abandonando al partido del
Centro Católico, entonces disuelto), firmando un Concordato que garantizaba a la Iglesia sus propiedades y
pleno derecho a administrar los sacramentos. Se podÃ−an publicar cartas pastorales y se seguÃ−an tolerando
los colegios católicos. El cardenal Paccelli (el futuro PÃ−o XII) aceptó que todas las organizaciones
polÃ−ticas y sociales de la Iglesia fueran disueltas, y PÃ−o XI manifestó su “alegrÃ−a de ver en Hitler, al
frente del gobierno alemán, a una personalidad decidida en la lucha sin compromiso contra el comunismo y
el nihilismo”.
La situación era algo distinta entre los protestantes. Un grupo, los “cristianos alemanes”, apoyaba
plenamente a los nazis e incluso se autodenominaban “nacionalsocialistas evangélicos”. Los que creÃ−an
que el mensaje evangélico y el nazismo eran irreconciliables se unieron a la “Liga de Emergencia de los
Pastores”, que serÃ−a la base de la Iglesia confesional, centro de oposición al régimen. El que sus
miembros fueran en su mayorÃ−a sólidos burgueses conservadores, planteaba algún problema al
régimen, pero no impidió que algunos fueran vÃ−ctimas de la represión nazi.
Con el tiempo la Iglesia católica modificó su posición, quejándose de las constantes violaciones del
Concordato, en especial de los ataques a colegios católicos después de 1935. La polÃ−tica nazi sobre
esterilización obligatoria, aborto y trato a los minusválidos se topó con una fuerte oposición por parte de
la Iglesia. En marzo de 1937 el Papa publicó la encÃ−clica Mit brennender Sorge (“Con ardiente celo”), en
la que hablaba de los sufrimientos de la Iglesia en Alemania y de la “batalla de aniquilamiento que se estaba
librando contra ella”.
En la Iglesia evangélica los “cristianos alemanes” seguÃ−an siendo leales al régimen en tanto que la
Iglesia confesional lo criticaba abiertamente. En 1935 los confesionales condenaron la filosofÃ−a nazi por
anticristiana y falsa y propusieron que la obligación de un cristiano de obedecer al Estado tuviera lÃ−mites.
En 1937 unos 8.000 sacerdotes de la Iglesia confesional fueron arrestados. Si el régimen nazi hubiera
sobrevivido no cabe duda que habrÃ−a incrementado sus ataques a las iglesias, pero con el estallido de la
guerra se vio obligado a ser un poco más tolerante para evitar poner en peligro la cohesión nacional.
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Hª Contemporánea Universal (hasta 1945) - Lectura 22
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