Los grandes deberes cívicos

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Los grandes
deberes cívicos
CARTA
PASTORAL
QUE DIRIGE A SUS DIOCESANOS EL OBISPO
DE CONCEPCION
D. GILBERTO FUENZALIDA
GUZMAN
19 3 6
Imp. "San Francisco". — P. Laa Casas.
LOS GRANDES DEBERES CIVICOS
I
Necesidad de formar una perfecta conciencia cívica
La ignorancia religiosa es uno de los mayores males de
nuestros tiempos y causa de la ruina y perdición de innumerables almas.
El desconocimiento de nuestros deberes privados ocasiona nuestra ruina particular; pero el desconocimiento de los
deberes cívicos acarrea la rjiina de la sociedad entera.
Esos deberes son gravísimos: por la autoridad de donde
emanan, que es Dios; por el objeto a que se refieren, que es
la Nación; por los fines a que están ordenados, que es el
bien común do los ciudadanos.
Dios ha proclamado esos deberes en los Santos Libros;
la Iglesia, depositaría de la revelación, no cesa de enseñarlos por medio de los Romanos Pontífices; los obispos, por
toda la tierra, los comunican a los fieles.
Y, sin embargo, esos deberes son aún desconocidos. La
conciencia cívica de los católicos no está formada. Son innumerables los que al cumplimiento del deber prefieren un cómodo abstencionismo y dejan el camino expedito a los enemi-
gos de la Iglesia y de la sociedad, para que tomen las riendas del Gobierno y acumulen ruinas sobre ruinas.
La Asamblea de los Cardenales y Obispos franceses ha
estimado tan grave y tan funesta esta falta de conciencia
cívica de los fieles, que, para remediarla, acaba de. publicar
un Catecismo sobre los Principios Católicos de Acción Cívica, y lo está haciendo llegar a manos de todos los ciudadanos
franceses.
Entre nosotros la necesidad es aún mayor.
Para contribuir, siquiera en parte, a su remedio, van encaminadas estas instrucciones, que dirigimos a los buenos católicos de nuestra amada diócesis.
II
£1 Autor de la sociedad
Todas las criaturas han salido de las manos del Creador
y están sometidas a su imperio soberano.
Todas las cosas han sido hechas por El y sin El no se ha
hecho cosa alguna de cuanto existe (1).
La sociedad civil es también obra de Dios.
Dios la instituyó cuando puso en el fondo de nuestra naturaleza la necesidad de asociarnos para conseguir nuestro
perfeccionamiento y nuestro fin temporal.
" E l hombre, dice León XII[, está naturalmente orde" nado a vivir en comunidad política, porque, no pudiendo
" en la soledad procurarse todo aquello que la necesidad y.
" el decoro de la vida corporal exige, como tampoco lo con" ducente a la perfección de su ingenio y de su alma, ha si" do providencia de Dios que haya nacido dispuesto al tra" to y sociedad con sus semejantes, ya doméstica, ya civil;
" la cual es la única que puede proporcionar lo que basta
" a la perfección de la vida" (2).
Dios la instituyó cuando puso en la sociedad una autoridad, que se deriva de la suya, capaz de obligar en conciencia a' los subditos. Por lo que decía San Pablo: No hay potestad que no provenga de Dios y Dios ha establecido las que
(1) (Juan, I).
(2) (Inmortale Del).
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hay en el mundo. Por lo cual, quien desobedeciese a las potestades, a la ordenación de Dios desobedece (1).
Siendo, pues, la sociedad civil creatura de Dios, está
obligada a cumplir los deberes que le impuso su Creador.
" Los hombres, dice el Papa León XIII, no están menos suje" tos al poder de Dios unidos en sociedad que cada uno por
" sí; ni está la sociedad menos obligada que los particulares
" a dar gracias al Supremo Hacedor que la formó y la com" paginó, que pródigo la conserva, y benéfico, le prodiga
" innumerables copias de dádivas y afluencia de haberes in" estimables" (2).
III
Deberes de la sociedad para
con Dios
Dios impuso a la sociedad civil deberes fundamentales,
a cuya observancia está vinculada la consecución de su propio fin.
Esos deberes se refieren a Dios, fuente y origen de la
sociedad, y al bien común de los ciudadanos, finalidad suprema de la misma sociedad.
Para con Dios tiene la sociedad los deberes que tiene para con El toda creatura racional: Reconocerlo, rendirle el
culto debido, obedecer sus leyes, servirlo, darle gracias.
"Así como no es lícito descuidar los propios deberes
" para con Dios, el primero de los cuales es profesar de pa" labra y de obra, no la religión que a cada uno acomoda,
" sino la que Dios manda y consta con argumentos ciertos
" e irrefutables ser la única verdadera, de la misma suerte
" no pueden las sociedades políticas obrar en conciencia co" mo si Dios no existiese; ni volver la espalda a la Religión
" como si les fuese extraña; ni mirarla con esquivez ni des" den, como inútil y embarazosa; ni, en fin, otorgar indife" rentemente carta de vecindad a los varios cultos; antes
" bien, y por el contrario, tiene el estado político obligación
" de admitir enteramente, y abiertamente profesar, aquella
(1) Rom. xrrr.
(2) (Inmortale Dei)
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" ley y práctica del culto divino que el mismo Dios ha de" mostrado que quiere" (1).
Y puesto que la única religión verdadera es la que vino
a enseñar el Divino Maestro, Nuestro Señor Jesucristo, y que
confió a su Iglesia para que la enseñara a todas las naciones
a través de los siglos, los deberes que el Estado tiene para
con Dios debe ejercitarlos en concreto con Cristo y su Iglesíaí.
De allí las obligaciones gravísimas de reconocer la soberanía social de Cristo; de facilitar a la Iglesia el desempeño de su misión; de asegurarle amplia libertad; de defender todos sus derechos; de amparar sus enseñanzas; de recibir su sana y benéfica influencia en la familia, en la formación de la juventud, en la beneficencia, y en todas las civiles
instituciones.
No hay para el Estado auxilio semejante al que ofrece
la Iglesia. "Obra inmortal de Dios Misericordioso es su Igle" sia, la cual, aunque de por sí y por su propia naturaleza
" tiende a la salvación de las almas y a que alcancen la fe" licidad en los cielos, todavía, aún dentro del dominio de
" las cosas caducas y terrenales, procura tantos y tan seña' ' lados bienes, que ni más en número, ni mejores en calidad,
" resultarían si el primero y principal objeto de su institu" ción fuese asegurar la prosperidad de esta presente vi" d a " (2).
IV
Deberes de la sociedad para
con los ciudadanos
No menos graves son los deberes que Dios impuso a la
sociedad civil, respecto de los ciudadanos.
Dios señaló a la sociedad un fin especial y su voluntad
soberana es que ese fin se realice.
Para realizar ese fin comunicó su propia autoridad a las
autoridades sociales y dio a éstas normas claras y precisas.
No pueden usar arbitrariamente del poder, sino que deben
(1) (Inmortale Dei).
(2) (Inmortale Dei).
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ceñirse a la voluntad del que se lo confió. No lo recibieron para
beneficio propio, ni por satisfacer ambiciones y codicias, sino
para emplearlo todo entero en beneficio de la comunidad.
¡ El bien común! he aquí la razón de ser, el objetivo principal, la aspiración suprema, la meta y fin último de la autoridad civil.
Pero ¿en qué consiste el bien común?
Consiste en que la comunidad de los asociados logre alcanzar aquella perfección humana, aquella prosperidad, progreso y bienestar que aisladamente no podrían jamás conseguir ni las familias ni los individuos.
Perfección humana, y por lo tanto digna del hombre, que
no es sólo cuerpo sino alma inmortal, y cuerpo y alma destinados a un gloriosísimo fin eterno. Luego la sociedad debe
ayudarlo a conseguir ese fin supremo, estimulándolo al cumplimiento de sus deberes, facilitándole la práctica de la virtud, apartándolo de los vicios y de todo lo que es obstáculo
pa*a su altísimo fin.
No es el hombre para la sociedad, sino la sociedad para
el hombre.
No es la sociedad el fin último del hombre, sino un medio
para que el hombre consiga su fin completo, temporal y
eterno.
Ese bien común general abarca varios otros bienes particulares que no pueden faltar en una sociedad bien organizada. Enumeremos entre otros: Primero. El reconocimiento,
respeto y defensa de los derechos inalienables de la familia
y de los individuos, pues el hombre no viene a la sociedad a
perder sus derechos, sino a consolidarlos y a garantirlos;
Segundo. La ayuda y cooperación de la sociedad al desarrollo intelectual, físico y moral de los ciudadanos, y al progreso
y perfeccionamiento de las ciencias, artes y oficios; Tercero.
La conservación del orden público, que permita un trabajo
tranquilo y fructífero; Cuarto. La ordenación de las relaciones sociales bajo el régimen de la justicia y caridad cristiana,
y como consecuencia la armonía y cooperación de las clases
sociales; Quinto. La suficiencia de recursos materiales, para
que a ningún ciudadano le falte siquiera aquel mínimum de
bienestar que se requiere para el ejercicio de la virtud.
Cuando todos estos bienes existan en la sociedad habrá
en ella orden, progreso, bienestar, prosperidad: entonces se
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conseguirá la felicidad temporal, que es el fruto del verdadero bien común.
V
La sanción divina
Tal fué el plan de Dios respecto de la sociedad civil.
Dios la formó para que en ella encontrara el hombre la
paz y felicidad Temporal y una ayuda para su felicidad
eterna.
Fijó normas para que, ajustándose a ellas, consiguiera
esa doble finalidad.
Impuso a las autoridades civiles preceptos gravísimos
en favor de la multitud y amenazó con castigos no menos
graves a los que lo quebrantaran. El será el vengador de los
sufrimientos que causan al pueblo los malos gobernantes.
Escuchad, (oh Reyes, dice el Señor, y estar atentos; aprended vosotros, oh jueces todos de la tierra; dad oído a mis palabras, vosotros que tenéis el gobierno de los pueblos y os
gloriáis (del vasallaje de muchas naciones. Porque la potestad
os la ha dado el Señor: del Altísimo tenéis esa fuerza, el cual
examinará vuestras obras, y escudriñará hasta los pensamientos. Porque siendo vosotros |unos ministros de su reino, no
juzgasteis con rectitud, no observasteis la ley de la justicia,
ni procedisteis conforme a la voluntad de Dios. El caerá sobre vosotros espantosa y repentinamente; pues aquellos que
ejercen potestad sobre otros serán juzgados con extremo rigor. Porque con los pequeños se usará de compasión, mas los
grandes sufrirán grandes tormentos. (Sab, VI).
VI
Triste situación actual
lSe ajusta la sociedad civil a ese plan que Dios le trazó?
¿Se observan las normas y leyes que Dios le impuso?
Pero mejor puede preguntarse: ¿Cuál de ellas no ha sido
quebrantada y conculcada?
¡Qué triste camino ha recorrido la sociedad, hasta llegar
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al espantoso desorden actual! ¡Cómo ha irritado la justicia
divina, hasta merecer los castigos que hoy padece!
¡Bien común, paz, prosperidad, felicidad temporal! ¿Qué
queda de todo eso en la sociedad?
Desconoció a su Creador y se rebeló contra El. Borró
su santo nombre de las Constituciones, de las leyes y de los
juramentos. Desconoció a la Iglesia y atropello sus sagrados
derechos. Miró con desprecio sus enseñanzas, sus preceptos,
sus sacramentos, su culto. Contrarrestó su acción benéfica y
procuró impedir su influencia en todas las actividades sociales. Hizo del laicismo su aspiración suprema.
Y después de desconocer los derechos de Dios, desconoció
los de los hombres. '' Desde que el Estado, dice León XIII, re'' husa dar a Dios lo que es de Dios, por una consecuencia ne" cesaría, rehusa también dar al ciudadano lo que por derecho
" le corresponde como hombre, pues, quiérase o no, los ver" daderos derechos del hombre nacen precisamente de sus
" deberes para con Dios. De donde se sigue que el Estado
" faltando al fin principal de su institución, llega en reali" dad a negar lo que es la razón de su propia existencia.
" Estas verdades superiores son tan claramente proclamadas
" por la voz misma de la razón natural, que se imponen a
" todo hombre que no esté cegado por la violencia de la pa" sión".
El Estado, pues, negando los derechos de Dios, negó también los de los ciudadanos. Despreció los que tiene la persona
humana para ser respetada y amparada en la prosecución de
su fin supremo, y en la práctica de sus deberes religiosos;
negó los que tiene la familia para constituirse cristianamente
y ser sostenida en su estabilidad y santidad matrimonial;
los de los niños, para ser educados cristianamente; los de los
obreros para ser respetados en su dignidad de hombres cristianos, tratádos como hermanos y remunerados y asistidos
con justicia y caridad.
VII
El trabajo por la alta política
Trabajar activa y eficazmente porque el Estado vuelva
a ser lo que Dios quiso que fuese; porque reconozca a su Ha9
cedor Supremo y cumpla los deberes que a El lo ligan; porque se someta a la Soberanía de Cristo y acate con docilidad
las enseñanzas de su Iglesia; porque encamine sus actividades en la prosecución del verdadero bien común; porque respete en toda su amplitud, los derechos de las familias y de
los ciudadanos; porque introduzca la armonía y concordia
en las relaciones sociales, sobre la base de la justicia y la caridad, con preferente atención a las clases más desvalidas
y, por lo tanto, más necesitadas de protección y ayuda: tal
es la grave obligación que en los momentos actuales tienen
todos los católicos.
Esta es la verdadera, la grande, la esencial política, en
las que todos debemos tomar parte, por mandatos expresos
del Jefe Supremo de la Iglesia.
En esta nobilísima política hemos de trabajar con todas
nuestras fuerzas. "Los católicos, dice nuestro actual Pontí" fice en su carta al Episcopado Argentino, están obligados
" a procurar con todas sus fuerzas, que la vida íntegra de la
" república se regule por los principios cristianos". ¿Cómo
" podríamos desentendernos de las cosas más grandes e im" portantes?, dice el mismo Pontífice en sus discursos a los
" Hombres Católicos en 30 de Octubre de 1931, ¿cómo po" dríamos desentendernos de aquellas cosas en que el deber
" de caridad es mayor, y de las que dependen los mismos
" bienes que Dios nos ha ctedo, bienes domésticos y privados,
" intereses de la misma Religión"?
Una y otra vez declara el Papa que, "después del culto
" de Dios, que es el deber religioso, no hay deber mayor que
" el de trabajar por esa alta política, que es la cristianiza" ción de la sociedad".
"Deben los católicos, dice en otro documento, conocer
" y establecer los fundamentos y base de una buena y verda" dera y grande política, dirigida al supremo bién cimún de
" la "polis", de la "civitas", al público bienestar, que es la
" "suprema lex" a que deben tener las actividades sociales.
" Y haciéndolo así cumplirán los católicos uno de los gran" des deberes cristianos, ya que cuanto más grande e impor" tante es el campo de trabajo, tanto más obligatorio es el
" trabajo. Y es tan amplio el campo de la política, que toca
" los intereses de la sociedad toda, y aun bajo este aspecto
" es también el campo de la más vasta caridad, de la cari10
" dad política, de la que se puede decir que nada la supera
" fuera de la Religión".
VIII
Fundamentos de ese trabajo
Según las enseñanzas pontificias, cuatro grandes virtudes nos obligan a trabajar incesantemente por el triunfo de
esa elevada política: el amor a Dios, la piedad filial para
con la Iglesia, la caridad paterna y la justicia social.
En primer lugar, el amor a Dios. Si lo amamos, debemos
interesarnos por su gloria, no sólo por la que le tributen los
individuos, sino por la que deben tributarle las naciones. No
podemos mirar con indiferencia que los Estados desconozcan
a su Señor y Rey, que le nieguen el vasallaje y sumisión debidos y que lo priven de la gloria que toda creatura debe a
su Creador. La soberanía social de Cristo no es sólo un dogma de nuestra fe; es también un precepto que nos obliga a
trabajar por su establecimiento.
En segundo lugar, la piedad que debemos a nuestra Santa Madre la Iglesia nos impone el precepto de ayudarla y
defenderla cuando los Estados modernos desconocen su misión, conculcan sus derechos, persiguen a sus ministros y le
arrebatan su libertad, pretendiendo someterla a oprobiosa
esclavitud.
En tercer lugar, nos obliga la caridad para con el prójimo, el amor fraterno, tanto más urgente cuanto más vasto
es el campo donde debe ejercitarse. Es la caridad social, que
se extiende, no a un grupo solo, sino a la sociedad entera.
Finalmente, nos obliga a trabajar en esa alta política
la justicia social. Somos miembros de la sociedad y como tales tenemos que trabajar por ella; somos participantes de sus
beneficios y con nuestro trabajo hemos de retribuirlos.
IX
Dirección práctica del trabajo
¿Cómo cumpliremos prácticamente con este tan grave
deber de trabajar eficazmente por esa elevada política?
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¿Bastará sólo con que la defendamos y pregonemos sus
ventajas, su necesidad, su urgencia, por nuestras conversaciones, por la prensa, por la tribuna, por todos los medios de
propaganda que estén a nuestro alcance?
Todo esto es útil, pero no basta.
El trabajo eficaz consiste en llevar al gobierno y dirección del país personas que implanten los principios y doctrinas de la sana política.
Es evidente que, para que se dicten leyes cristianas, es
preciso que haya legisladores cristianos; que, para que se
administren honradamente los caudales públicos, ha de haber administradores honrados; para que los gobiernos procedan con justicia y rectitud, ha de haber gobernantes rectos y
justos; para que se respeten los derechos de las familias y de
los ciudadanos, para que se distribuyan las cargas sociales
con equidad, y se promuevan las virtudes públicas y privadas, y se afiancen el orden, la paz y la armonía social, y reinen la justicia y la caridad, en una palabra para que se promueva eficazmente el bien común de la sociedad, es necesario, es indispensable que los que han de promoverlo lo conozcan, lo amen y se sacrifiquen por él.
Para enmendar los rumbos de una sociedad que marcha
extraviada, para introducir las reformas necesarias, para ordenar lo que está desordenado, ninguna acción es más eficaz
que la que puedan ejercitar los conductores de la misma sociedad .
Esto no se discute.
Por eso cuando las constituciones de los pueblos ponen
en manos de los ciudadanos la elección de los que han de regir y gobernar la nación, surge para los mismos ciudadanos
el deber más grave, el de mayor trascendencia, el de mayor
responsabilidad, porque del cumplimiento de ese deber depende la suerte de la sociedad entera.
Todos los grandes motivos que nos obligan a trabajar
por la elevada política, a saber: el amor a Dios, la piedad
para con la Iglesia, la caridad paterna y la justicia social,
nos obligan a elegir dignos ciudadanos que rijan la república.
¿Qué son los partidos políticos, sino agrupaciones de
ciudadanos que, de acuerdo en un programa común, se proponen realizarlo por medio del gobierno? ¿Cuál es la aspiración
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suprema de los partidos y de las combinaciones de partidos,,
sino elegir entre los correligionarios o aliados la mayoría
de los legisladores y gobernantes? Nadie duda de que el
partido que es dueño del gobierno tiene asegurada la realización de su programa.
De allí la importancia suma que para la sociedad y para
la Iglesia tiene el triunfo de.un partido o de otro, es decir, la
realización de un programa o de otro.
X
Los partidos políticos
Los partidos políticos son un fruto espontáneo de la sociedad. Nacen de la misma facultad que tienen los ciudadanos
para influir en el bien común y de la diversa manera de concebir y de realizar ese mismo bien.
"Todos los ciudadanos, decía el Cardenal Aquiles Ratti
" poco antes de ser elegido Sumo Pontífice, están obligados
" a trabajar por el bien común; mas, como se trata de cosas
" opinables y ninguno puede tener la pretensión de ser infa" lible, es natural que se produzcan divergencias entre los
" que sinceramente tienden a ese mismo bien común: de
" aquí nacen los diversos partidos políticos. Pero estos par" tidos degeneran en facciones si pierden de vista el bien
" común, para preferir el interés de ciertos individuos y de
" ciertas clases con detrimento de las otras, o, lo que sería
" mucho más funesto, si combatieran los principios cristia" nos, que constituyen para la familia humana la mejor ga" rantía de paz y de progreso" (1).
No debemos pretender que no haya partidos políticos,
pues, como dice Pío XI la doctrina de la Iglesia no reprueba
estas instituciones políticas, como no reprueba ninguna institución conforme al derecho y a la razón (2); pero debemos
lamentar la degeneración de muchos partidos políticos y su
transformación en facciones o partidos sectarios.
Y no hemos de contentarnos con sólo el lamento; hemos
de tomar respecto de ellos la actitud que la Iglesia con tanta
claridad nos prescribe,
(1) Ratti, A los fieles de Lombardía.
(2) Pió XI UW Arcano.
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XI
Las tres categorías de partidos
Es un gravísimo error, y al propio tiempo es gravísima
injusticia, inculpar indistintamente a todos los partidos políticos del triste estado a que ha llegado la sociedad civil.
Hay partidos a quienes ésta les debe profunda gratitud,
porque noblemente lucharon siempre por su bien; y hay partidos que labraron su ruina. Hay, pues, que distinguir y dar
a cada cual lo que le corresponde.
La Iglesia nos obliga a hacer esta distribución y para
•ello nos encarga conocer los programas que los partidos Ge
proponen realizar.
Siguiendo esta norma, los partidos políticos se dividen
•en tres categorías: 1.a, los partidos cuyos programas contienen puntos contrarios a las enseñanzas de la Iglesia o a sus
derechos: son los partidos anticristianos; 2.a, los partidos que
se proponen reformas de orden puramente político que no
afectan ni a las doctrinas ni a los derechos de la Iglesia: son
los partidos meramente políticos; 3.a, los partidos cuyos programas respetan y defienden las doctrinas y los derechos de
la Iglesia: son los partidos cristianos.
Para que un partido pueda ser calificado anticristiano
"basta que contraríe cualquiera de las doctrinas o derechos de
la Iglesia, pues todos exigen igual respeto y adhesión. Merecen, pues, ese triste nombre los que sostienen el laicismo, el
materialismo, la lucha de clase, el divorcio, la enseñanza laica,
así como los que desconocen los derechos de la familia cristiana, de los padres para educar a sus hijos, de la moralidad
pública, o defienden un concepto del Estado contrario al
concepto cristiano.
XII
Normas de la Iglesia respecto
de cada categoría
Para con cada una de estas clases de partidos la Iglesia
nos señala deberes claros y precisos, que ligan nuestra con14
ciencia. Es absolutamente necesario conocerlos y practicarlos.
Respecto de los partidos anticristianos, la Iglesia nos
manda oponernos a ellos, luchar contra ellos y luchar en el
terreno político, uniéndonos estrechamente todos los católicos, manteniéndonos estrechamente unidos, cortando generosamente toda causa de discordia y no perdiendo nunca de
vista que la causa que defendemos es la causa de Dios, de su
Iglesia y del supremo bien de la patria.
"Todo católico, dice León XIII, debe ciertamente obediencia filial a la Iglesia cuando ésta declara que la adhe" sión a un partido determinado es contraria a las obliga"" ciones de conciencia de un católico. Es falso pretender
"" servir al bien común por un medio que la autoridad religiosa juzga en oposición con la Religión, elemento supre" mo de bien común" (1).
" E s bastante arduo el deber de los obispos y del clero,
dice el Cardenal Gasparri, cuando entre los partidos se
•" enciende la lucha religiosa. En este caso es deber estricto
"" de los obispos y del clero inculcar a los fieles la necesidad
de tomar posiciones contra los partidos hostiles a la Iglesia y de mantenerse unidos, aun sacrificando el propio parecer, a fin de que mediante el trabajo organizado y cons" tante, como se expresaba el Sumo Pontífice León XIII, logren conseguir que las instituciones y las leyes se inspiren
*' en las normas de la justicia y que el espíritu y la virtud
" benéfica de la Religión penetre por todo el organismo de
" la república" (2).
" Y la necesidad de esta unión es tan grande, prosigue
" diciendo el mismo Cardenal, que como escribía Pío X, no
" hay otro camino para lograr que vuestros fieles puedan
" librarse de las dificultades que cada día van siendo mayo*' res y para preparar mejores tiempos a la Iglesia. De lo
" contrario, si no se unen y trabajan los católicos, sucederá,
" como ya lo preveía el citado Sumo Pontífice León XIII,
" que fácilmente se apoderarán de los negocios públicos per" sonas cuya manera de pensar puede no ofrecer grandes
" esperanzas de saludable gobierno. Lo cual, por otra parte,
(X) León XIII, Cum multa.
(2) Cardenal Gasparri. Carta al Obispo de Concepción.
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" estaría unido con no pequeño daño de la Religión Cris" tiana, porque precisamente podrían mucho los enemigos
" de la Iglesia y muy poco sus amigos".
"La Iglesia ha recibido de Dios, dice León XIII, el man" dato de oponerse a las instituciones que dañen a la Reli" gión. Además la Iglesia tiene la misión de hacer continuos
" esfuerzos para penetrar con la virtud del Evangelio las
" leyes y las instituciones de los pueblos" (1).
La Iglesia se opone a los partidos anticristianos y manda
a sus hijos que luchen contra ello^, precisamente para defender las enseñanzas que recibió de su Divino Fundador y dar
cumplimiento a su misión sobrenatural. No hace obra política sino religiosa. " E n este caso, dice nuestro actual Sumo
" Pontífice Pío XI, la Iglesia interviene. Es que la política
" ha tocado a la Religión; ha tocado al altar. Y nosotros
" defendemos el altar" (2).
En vista de estas y de muchas otras declaraciones de la
Santa Sede, el Episcopado chileno, en su última circular sobre las relaciones de la Iglesia con la política, decía terminantemente: "Ningún católico puede en conciencia y sin fal" tar gravemente, pertenecer a partidos cuyos programas
" contengan doctrinas contrarias a la Religión - ".
XIII
Los partidos meramente
políticos
Así como es sumo el interés que la Iglesia tiene por todo
lo que se refiere a su divina misión, que es salvar las almas
mediante la práctica de las enseñanzas de Cristo, así es grande su desinterés y su despreocupación por los negocios de
orden puramente temporal que en nada afecta al espíritu espiritual.
Ella no interviene en manera alguna en los partidos meramente políticos.
"Cuando la lucha política se agita entre diversos parti" dos, pero sin dañar en lo más mínimo los derechos de la
(1) León XIII. Sapientiae Christianae.
(2) Pió XI. Discurso al 4.o Congreso de Juventud Católica.
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" Iglesia, los Obispos deben impedir cuidadosamente que la
" religión llegue a ser un instrumento de un determinado
" partido ,siendo la Iglesia madre común de todos los fieles,
" ministra y de caridad". Así se expresa el Cardenal Gasparri en su Carta de 7 de Junio de 1922.
Y en seguida hace una preciosa declaración, que jamás
hemos de olvidar cuando interpretamos cetros documentos
eclesiásticos: " P o r tanto, dice, en este caso, el clero, como
tal, debe observar la más estricta neutralidad; y este es el
verdadero sentido en que la Santa Sede ha prohibido muchas
veces rigurosamente a los eclesiásticos la intervención en las
cuestiones políticas". En este caso, es decir, cuando las cuestiones que dividen a los partidos son asuntos de orden puramente político, que 110 afectan en lo mínimo al orden espiritual, que no se oponen a ninguno de los derechos de la Iglesia y cuya solución ha quedado sujeta, por declaración de la
misma Iglesia, al libre juicio de los ciudadanos.
A esos partidos se refiere el gran León XIII cuando
dice en su encíclica Sapientiae Christianae: " L a Iglesia re" husa por derecho y por deber ponerse al servicio de los
" partidos y plegarse a la exigencia mudable de la política...
" Celosa de su propio derecho y respetuosísima del derecho
" ajeno, se estime obligada a permanecer indiferente res" pecto de las distintas formas de gobierno y de las institu" ciones civiles de los Estados cristianos sin que repruebe
" ningún sistema de gobierno, con tal que respete la reli' ' gión y la disciplina cristiana de las costumbres''.
A esos partidos se refiere el Concilio Plenario Americano, cuando ordena: "Absténgase prudentemente el clero de
" las cuestiones que se refieren a cosas meramente políticas
" o civiles, y sobre las cuales, dentro, de los límites de la
" doctrina y de la ley cristiana, caben distintas opiniones".
A esos mismos partidos, que en nada ofenden ni a las enseñanzas ni a los derechos de la Iglesia, se refiere el Cardenal
Pacelli cuando establece en la primera de sus normas: "He" raidos de la paz de Cristo y de la caridad Que une y her" mana, deben los Obispos mantenerse ajenos a las vicisitu" des de la política militante y a las luchas y divisiones que
" de ellas se siguen, y abstenerse, por lo tanto, de hacer pro" paganda en favor de un determinado partido político".
Palabras que el Episcopado chileno interpretaba diciendo:
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" E l clero debe mantenerse al margen de los partidos políti'' eos, pues su misión, como tal, es más alta e independiente;
" pero, por cierto, su actitud no podrá ser neutral o indife" rente ante partidos que sean abiertamente contrarios a la
" religión".
La Iglesia y el clero se desinteresan de las luchas de
los partidos meramente políticos, pero permiten a los seglares católicos que militen en ellos y resuelvan libremente sus
cuestiones como mejor crean convenir al bien común; y no
sólo que militen en ellos, sino que funden otros partidos con
tal que los derechos de Dios y de la Iglesia queden a salvo.
"Debe dejarse a los fieles, dice el Cardenal Pacelli, la libertad que les compete como ciudadanos, de constituir particulares agrupaciones políticas y militar en ellas, siempre que
estas den suficientes garantías de respeto a los derechos de
la Iglesia y de las almas.
XIV
Los partidos cristianos
Ya hemos visto la actitud de la Iglesia ante los partidos
anticristianos y ante los partidos meramente políticos: de
franca oposición a los primeros y de neutralidad e indiferencia respecto de los segundos. ¿Cuál será su actitud respecto
de los partidos cristianos? Estos son los que se inspiran en
las doctrinas de la Iglesia; los que la defienden en el terreno
político; los que trabajan por realizar la política elevada, la
esencial, la que contempla en la sociedad los derechos de
Dios y de los ciudadanos; los que se proponen como ideal el
orden social cristiano.
La Iglesia ve en estos partidos una ayuda poderosa para
su causa; unos cooperadores para establecer la soberanía social de Dios; unos auxiliares para conseguir que se dicten
leyes cristianas y que, como decía. León XIII, '' el espíritu
" y la virtud benéfica de la religión penetre por todo el or" ganismo de la sociedad".
Para esos partidos la Iglesia tiene su aprobación, su gratitud y sus mejores bendiciones.
"La Acción Católica, lo mismo que la Iglesia, dicen los
" Obispos del Uruguay, en reciente Pastoral, está fuera y
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"
"
"
"
"
"
"
"
"
por encima de los partidos políticos y se distingue deellos, pero distinción de los partidos no es separación».
ni es indiferencia, respecto de la orientación moral o religiosa de éstos, porque es evidente que la Iglesia puede tomar también respecto de los partidos una actitud de reprobación y condenación cuando entran en conflicto con
los principios de la religión y de la moral cristiana; o de
aprobación, cuando se ajustan en su programa y en su actividad a las enseñanzas de la Iglesia".
"Juzgamos, prosiguen diciendo, que sería a todas luces.
" injusta y por ende inexplicable la indiferencia equidistan" te de la Acción Católica respecto de todos los partidos po" líticos, así de los que encarnan una polítiva laicista y ag" nóstica, cuyos frutos en las costumbres sociales, tarde o
" temprano, serán anticristianos; como de los partidos que
" actúan con una ideología religiosa y parten de un recto
" concepto de la vida humana. Mucho más inexplicable aun,
" si el aislamiento entre la Acción Católica y los partidos,
" no hiciera distingos entre aquellos que son francamente
" hostiles a la Iglesia y a sus enseñanzas, y aquellos que
" favorecen la misión religiosa de la Iglesia" (1).
"Los católicos que cooperen a la elección de candidatos
" que inspiren sólidas garantías de respeto a los derechos
" de Dios y de la Iglesia, y de sus divinas enseñanzas y que" contribuyeren en forma organizada a la defensa de la
" Iglesia y sin omitir sacrificios, merecerán, dicen los Obis" pos chilenos, nuestro aplauso y nuestra gratitud" (2).
Conviene observar que en los programas de los partidos
católicos hay dos clases de materia: una que se refiere a la
política general y esencial, es decir, a la realización del bien
común por medio de leyes e instituciones conforme a los principios cristianos, y otra que se refiere a la política contingente, es decir, a la aplicación en concreto de tales o cuales
medidas, para cuya realización hay que tomar en cuenta las
variadas y a veces complejas circunstancias que las rodean.
De estas circunstancias dependen muchas veces el resultado
conveniente o inconveniente del proyecto mismo.
La Iglesia da normas generales, pero la aplicación en
(1) Carta Pastoral sobre la Acción Católica.
(2) Circular del Episcopado de Chile sobre las relaciones de la.
Iglesia con la Politica.
concreto y para cada situación particular, la deja al prudente y recto criterio de sus hijos.
Así por ejemplo, la Iglesia enseña los grandes principios
de la moral social cristiana, afirmados solemnemente por
León XIII y Pío XI, y que persiguen la elevación y protección de los humildes, la colaboración de clases, la paz y armonía de la sociedad. Estos grandes principios no son discutibles.
Pero cuando se viene a una medida concreta, a un proyecto determinado, cuyos resultados dependen en gran parte
de las circunstancias peculiares de cada país, la Iglesia deja
la solución definitivá al dictamen de los ciudadanos confiando en su cristerio y en su patriotismo.
Y en tales casos, Ella se limita a pedir a sus hijos que
conserven la caridad, la paz, y la concordia; que eviten todo
cisma y división; que se mantengan estrechamente unidos en
velar por los intereses supremos de Dios y de las almas.
XY
El voto electoral
"Los Sagrados Pastores, dice el Cardenal Pacelli, deben
formar la conciencia de los fieles, educándolos en los principios en que tendrán que inspirarse en el ejercicio de sus
derechos civiles, y procurando que sean oportunamente
instruidos, por ejemplo, acerca de la naturaleza del voto,
de la responsabilidad que importa, de la obligación de valerse de esta arma en defensa del orden social y de
la culpabilidad del abstencionismo político en momentos de
peligro para la patria y la Iglesia, y de otros semejantes
argumentos".
Es lo que ahor^ estamos haciendo; los momentos actuales
-son de verdadero peligro para la patria y para la Iglesia.
El voto es el primero y principal medio práctico que tenemos para cumplir con el sagrado y urgente deber de trabajar por el verdadero bien social.
Todos los motivos que nos imponen ese deber, nos imponen también la obligación del voto. Dios, Autor y Rey del
Estado; la Iglesia, cuya divina misión se extiende a la sociedad; la caridad, que debe ejercitarse en el bien de todos,
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pues todos son hermanos nuestros; la justicia social, que nos
urge a retribuir lo que de la sociedad recibimos y a interesarnos por el cuerpo de que somos miembros, nos están pregonando y urgiendo la obligación de votar y de votar en conformidad con el deber.
No hay mayor bien que podamos hacer al Estado que
el de proveerlo de buenos gobernantes y legisladores; y esto
sólo se consigue por medio del voto.
No hay tampoco mayor mal para una nación que el de
ser gobernada por los enemigos del verdadero bien social.
No sólo la patria sufre las consecuencias de un mal gobierno : la religión, el culto divino, los hogares cristianos, la
paz social, la moralidad pública, las almas, sufren también
esas terribles consecuencias.
De nadie ha recibido la Iglesia mayores daños que de
los malos gobiernos. ¿No han sido las legislaciones inspiradas
por el sectarismo, las que han desorganizado los hogares,
pervertido la educación de la niñez, fomentado los vicios,
corrompido las costumbres, impedido a la Iglesia su misión
salvadora ?
Y en los momentos presentes ¿no vemos en otras naciones
la horrible persecución desencadenada contra lo que más
amamos, por haber descuidado los católicos el cumplimiento
de sus deberes cívicos?
El católico que se abstiene de votar cede el campo al
enemigo y se hace responsable ante Dios de la muchedumbre
de males que caerán sobre la Iglesia y sobre la patria.
Sólo la falta absoluta de conciencia cívico-cristiana puede explicar la facilidad con que muchos católicos se abstienen
de cumplir el deber electoral o la ligeresa con que, por cualquier motivo insignificante, dan su voto a los partidos contrarios a la Iglesia.
¡Cómo se ha difundido esta lepra del abstencionismo político !
Pensar, dice el Padre Coulet, que en 1902 el año en que fué
elegida la Cámara Francesa que rompió ¿on el Vaticano, que
negó la autorización a las comunidades religiosas y confiscó
sus bienes, hubo más de dos millones de abstenciones, no
siendo la diferencia entre el block vencedor y la oposición de
más de doscientos mil votos (1).
(1) Ir'Eglise et le probleme politique.
21
En la última elección de España, que dió el triunfo a los
elementos más exaltados y extremistas, cuyos crímenes y
excesos tienen consternada a la Nación, se abstuvieron de votar cerca de un millón de los partidos del Orden.
Entre nosotros, a juzgar por las inscripciones electorales,
el número de los que se abstienen de votar es también enorme.
El pecado que comete el que se abstiene de cumplir el
deber de votar es de suyo grave, porque coopera a graves
males que recaen sobre la religión y la patria. Y puede, esta
gravedad aumentar y llegar a ser gravísima, cuando la elección es ásperamente disputada entre los verdaderos servidores del bien público y los que amenazan su destrucción y
ruina.
XVI
Conclusión
Si los católicos cumplieran los deberes políticos que Dios
les ha impuesto; si informaran su conciencia en las normas
tan claras y precisas que la Iglesia les señala; si prescindieran de toda división interna y sacrificaran las cuestiones meramente temporales en obsequio de los supremos intereses
de Dios y de la patria; si marcharan estrechamente unidos
en< el terreno político y se mantuvieran firmes en esa unión,
tendrían asegurado el triunfo.
Los católicos, que defienden el orden social cristiano
son la inmensa mayoría del país.
¿Por qué no ocupan en la legislatura y en el gobierno
el lugar que les corresponde? Porque muchos aun no tienen
una convicción íntima del valor del voto, ni una conciencia
firme y clara de la responsabilidad que trae consigo.
¡Con cuánta razón decía Möns. Gouraud que el deber
electoral es en la hora presente el primero de los deberes de
los católicos!
"La acción electoral, dice, debe ser lo primero en la acti" vidad católica: nadie puede poner esto en duda. Convcn" cerse a sí mismo y convencer a los demás de la existencia
" de este deber, ha de ser el primer acto del católico en esta
" materia. Se nos ha puesto en la necesidad de defendernos
22
y de confundir los intereses religiosos con los intereses
" electorales del país. Se nos ha obligado y forzado a ver
en el deber electoral no sólo un deber cívico, sino un de" ber religioso. El deber electoral es el primer deber de los
" católicos en la hora presente" (1).
Cumplid, pues, como buenos católicos, con este primero
y principal de vuestros deberes.
Marchad unidos, disciplinados, obedientes a las órdenes
de vuestros jefes: en la unión y en la disciplina está la fuerza.
No deis vuestros nombres a partidos cuyo programa no
consulte, además del respeto a la Iglesia y a sus enseñanzas,
una defensa verdadera y sólida de todos sus derechos. Así lo
prescriben vuestros Pastores.
No os dejéis seducir, por promesas de reconstruir la sociedad y de crear una nueva patria, por caminos diversos de
los que Dios ha trazado. Si el Señor no la reconstruye, iodo
trabajo será vano. Ni creáis a los que os halagan diciéndoos
que, para esa reconstrucción social, se valdrán también de
la Iglesia, a la que defenderán de sus peores enemigos y utilizarán su acción moralizadora, pero subordinándola a su
dirección y manteniéndola alejada de la política. La Iglesia
no renunciará jamás a su independencia, ni tendrá otra
fuente de inspiración que la del Espíritu que la vivifica.
No olvidéis las palabras del Sant9 Pontífice Pío X cuando decía: "Hay muchos que, llevados por el amor de la paz,
" que es la tranquilidad del orden, se agrupan para formar
" lo que ellos llaman el partido del orden. ¡Esperanza vana,
' ' cuidados perdidos! De partidos de orden, capaces de traer
" la paz en medio de la turbación presente, no conozco sino
" uno sólo: el partido de Dios" (2).
Seguid ese partido; luchad por él; conquistadle el triunfo. La paz y la felicidad volverán a esta tierra.
Y para que os mováis a este trabajo con más ardor, escuchad el mensaje que nos acaba de enviar nuestro Santísimo
Padre Pío XI, desde la grandiosa Exposición Mundial de la
Prensa católica, palabras paternales con las cuales terminaremos esta Carta.
(ti Möns. Gouraud. Pour l'Action Catolique.
(2) Pío X. E supreml.
23
Dirigiéndose a millares de representantes de los diarios
católicos de todo el mundo, les pidió que trasmitiesen a sus
lectores el pensamiento que llenaba su alma de dolorosa inquietud, por los espantosos males que veía venir sobre la humanidad, y dijo:
" E l principal, el más grande y el más general de los peligros que nos amenazan es el comunismo en todas sus formas y gradaciones. Porque amenaza y ataca, ya descarada, ya
hipócritamente: la dignidad individual, la santidad de.la familia, el orden y la seguridad del civil consorcio, y sobre
todo, la religión, hasta la abierta y organizada lucha contra
Dios, y particularmente contra la Religión Católica y la Católica Iglesia.
Peligro grande, total y universal: universalidad que se
proclama, y se invoca, y se procura, y se promueve por medio
de una propaganda siempre activa, y tanto más peligrosa
cuando, como ahora se practica, toma una actitud menos violenta y en apariencia menos impía, para poder penetrar en
ambientes menos accesibles y conseguir convivencias increíbles, o al menos silencios y tolerancias de inestimables ventajas para el mal y de funestísimas consecuencias para la
causa del bien.
Diréis, amadísimos hijos, que habéis visto al Padre Común de todos los redimidos, al Vicario de Cristo, profundamente preocupado y adolorido por este máximo peligro que
amenaza a todo el mundo y que ya en diversas naciones produce daños gravísimos.
Diréis, amadísimos hijos, que el Padre Común no cesa
de señalar el peligro que muchos, demasiados, parecen ignorarlo o no quieren reconocer su gravedad y su inminencia".
Que la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo
descienda sobre vosotros y permanezca con vosotros para
siempre.
Dada en Concepción, 16 de Julio de 1936, día de Nuestra
Señora del Carmen, Patrona y Reina de Chile, bajo cuya
protección ponemos el cumplimiento de esta Pastoral.
t
GILBERTO, Obispo de Concepción
Jorge Vásquez M.
Secretario suplente
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