Domingo V Tiempo Ordinario (Ciclo C)

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UNA PALABRA JOVEN
Secretariado de Pastoral Juvenil-Vocacional de Huelva
Domingo V Tiempo Ordinario (Ciclo C)
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios,
estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los
pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de
Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la
gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
— «Rema mar adentro, y echad las redes para pescar».
Simón contestó:
— «Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu
palabra, echaré las redes».
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red.
Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se
acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se
arrojó a los pies de Jesús diciendo:
— «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador».
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada
de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que
eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
— «No temas; desde ahora serás pescador de hombres».
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
(Lc 5,1-11)
Me gustaría invitaros este domingo a reflexionar sobre la actitud de Pedro en este relato,
prototipo de todos los creyentes que siguieron y siguen a Jesús. Hemos contemplado a Jesús el
pasado domingo en una situación de tensión rodeado de aquellos que no quieren aceptar su palabra;
hoy lo contemplamos provocando el seguimiento a través de un signo que manifiesta su poder: una
pesca milagrosa. ¡Qué hermoso si tú y yo fuéramos testigos de una pesca como ésta!
Observamos que en el texto de hoy se produce un cambio en la percepción que tiene Pedro
de Jesús. Es importante, para empezar, que nos preguntemos qué visión, qué concepción tenemos
cada uno de nosotros de Él.
Vamos a fijarnos en el primer diálogo: Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: –«Rema mar
adentro, y echad las redes para pescar». Simón contestó: –«Maestro, nos hemos pasado la noche
bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes». Pedro llama a Jesús
Maestro, que es un título de respeto. Como pescador no tiene nada que aprender de un hombre de
tierra adentro. Se lo dice claramente: no se pesca a mediodía, sobre todo si no se ha cogido nada por
la noche y los remeros están cansados. Sin embargo, reconoce algo en Él que le lleva a seguir su
indicación, contempla una autoridad en su palabra.
Después de los resultados la cosa cambia: Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de
Jesús diciendo: –«Apártate de mí, Señor, que soy un pecador». Ahora lo llama Señor, título que la
Iglesia primitiva dirigía a Jesús resucitado, arrojándose a sus pies. Su confesión de los pecados nos
indica que Pedro ha dudado de Jesús y no se había dado cuenta hasta entonces de que en él actuaba
el poder de Dios.
Parece como si se nos mostraran dos personajes distintos aunque son el mismo Pedro. ¿Qué
cambio se ha operado en él? El relato evoca el momento de la rehabilitación del apóstol después de
haber negado a Jesús tres veces, sus lágrimas de conversión. Recordad que el evangelio de Lucas se
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UNA PALABRA JOVEN
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escribió en torno a los años 80-90 d. de C. Aquí podemos ver claramente como la historia de los
discípulos y sus encuentros con Jesús son reinterpretados a luz de la Resurrección, a la luz de la
Pascua.
Intentemos, también nosotros, releer nuestra vida a la luz de la experiencia pascual. Muchas
veces nos situamos ante los otros desde actitudes que son muy de nuestro ego, aunque algunas, por
infinitas razones, estamos dispuestos a dar nuestro brazo a torcer. Diría que no es suficiente para
generar adecuadas relaciones y vida en nosotros. Es necesario que estemos dispuestos a contemplar
los signos que se nos muestran a nuestro alrededor y que nos hablan del poder de Dios. Sólo esta
actitud, que requiere generar una sensibilidad, una mirada muy concreta, nos sitúa en una
perspectiva nueva: reconocer la presencia del Resucitado en nuestra vida.
Desde esta sensibilidad podremos descubrir la fuerza de la resurrección, que nos llevará por
caminos siempre nuevos: el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él. Sí, el
camino del asombro, del asombro de un amor, del amor Dios. Se trata de ese asombro que nos lleva
a redescubrirnos cada día como hombres y mujeres amados de Dios y que nos impulsa a nuevas
metas desde su gracia, desde la fuerza del Espíritu; que vence en nosotros dificultades, interiores y
exteriores; que ensambla en nuestra vida los momentos de virtud frente a nuestras debilidades.
¿No es verdad que podríamos asombrarnos hasta de nosotros mismos? No lo dudes, eres
capaz de asombrarte de ti mismo si contemplas la posibilidad de un Dios, el de Jesús, que actúa
siempre en tu vida y en tu historia reconstruyendo lo caído y construyendo lo nuevo; transformando
lo débil y potenciando la bondad y la belleza que hay en ti. Aún te diría más, llegarías al colmo del
asombro si fueras capaz de mirarte con la mirada de Dios.
¿Hasta dónde te podrá llevar este asombro? Te invitaría a no responder a esta pregunta. Sino
más bien a dejar resonar en tu interior la llamada de Jesús: –«No temas; desde ahora serás pescador
de hombres». Es la llamada a una misión concreta, la misión de la Iglesia. Es la llamada al
discipulado: ser discípulos del Maestro reconociéndolo como Señor.
¿Cuál será tu respuesta a esta llamada? Nos indica san Lucas que Ellos sacaron las barcas a
tierra y, dejándolo todo, lo siguieron. Tal vez tú, desde la experiencia del asombro, puedas
embriagarte en el desprendimiento, que es la actitud propia de todo discípulo en el seguimiento. La
generosidad en el desprendimiento ha de ser uno de los signos distintivos de las comunidades
cristianas y de los creyentes en Jesús.
¿Estás dispuesto/a a ser signo de la presencia del Resucitado en medio de nuestro mundo?
Yo sí, estoy dispuesto. ¿Sabes por qué? Porque un día me dejé asombrar por un amor, el
manifestado por Dios en Cristo Jesús, mi Señor. Déjate llevar siempre por el asombro de ese gran
amor.
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