ÑUSTA – MARIA CASTAÑEDA - Editorial Virtual MAPP

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ÑUSTA – MARIA CASTAÑEDA
Ayer sábado 9, un Guardia Civil se apersonó a la Maternidad
Central con una criatura de sexo femenino de apenas uno o
dos días de nacida. La misma fue hallada abandonada en la
Plaza Unión, debajo de uno de los bancos de mármol. La
recién nacida es de raza india y se encontraba en perfecto
estado de salud.
La policía ve con dificultad el que sea posible encontrar a la
madre en vista de que el alumbramiento sin lugar a dudas, no
se habría realizado en un hospital. El parto fue natural, a la
usanza indígena.
El tipo de tejido de la cobija con la cual estaba abrigada la
bebé, hace suponer que se trata de la hija de una mujer india
oriunda de Cuzco o Ayacucho.
El personal de la maternidad ha adoptado de inmediato a la
bebé y la tienen en la Sala “A” del Primer Pabellón, junto con
los recién nacidos de ayer y hoy.
La enfermera a su cargo opinó que una adopción de la criatura
sería deseable. Informes en la Maternidad.
La noticia ciertamente pasó desapercibida para la mayoría de
la población, quizá despertó en alguien algún comentario y
quizá más de uno se sintió llamado a hacer algo que pudiese
ayudar a la recién nacida.
Sin embargo, hasta las doce del día Domingo inmediato
siguiente a la aparición de la noticia, nadie se había
presentado en la Maternidad.
OOOOOOOOOOOOOOOO
En una calle tranquila de Miraflores, Cecilia estaba terminando de poner la mesa
en la terraza para tomar el desayuno dominguero. AnaMaría, de siete años y
Camuncha de seis, las dos hijas del matrimonio, querían waffles con miel
mientras que Rodrigo, el esposo, único varón de la casa, estaba antojado de
huevos fritos con tostadas y chocolate. Cecilia complació a todos. Desayunaron
todos muy alegremente.
Hubiesen querido tener una familia más grande pero el grupo RH negativo de
Cecilia y el positivo de Rodrigo lo desaconsejaban…
-¿Me pasas el segundo cuerpo del periódico por favor? Rodrigo se lo alcanzó
mientras leía el primer cuerpo. Ambos estaban tomando su segunda taza de
chocolate, habían retirado un poco sus sillas hacia atrás y leían sin apuro.
Cecilia encontró la noticia. Leerla y sentirse de inmediato impulsada a tener en
sus brazos a esa criatura, fue todo uno. -Solamente quisiera verla, te prometo
Rodrigo que la tendré un rato en mis brazos y nada más. Quizá podamos de
alguna manera ayudarla… anda… ¿vamos?
-Cecilia, pensémoslo bien. Tú sabes que verla nada más, es imposible.
Seguramente después de conocerla nos será imposible dejarla… piensa en
AnaMaría y en Camuncha… ya son grandes… empezar de nuevo, tú sabes lo
que es eso… por otro lado ciertamente ya encontraron a la madre… además,
quién nos asegura que esté sana y que sea del todo normal… tú sabes…!
En la Maternidad nadie podía decir nada. Lo más que pudieron conseguir era la
información de que la Directora Social no trabajaba ni los sábados ni los
domingos y que recién el lunes a las ocho y media se podría hablar con ella.
Pero por lo menos pudieron ver a la bebé, eso sí.
Esa noche no se habló de otra cosa. En la casa se reunieron dos de las parejas
vecinas, el papá de Rodrigo y la mamá y un tío de Cecilia.
Al principio, nadie estaba de acuerdo con la locura de una adopción, solamente
Cecilia, AnaMaría y Camuncha. Luego Rodrigo tuvo que ceder, no a la presión de
las mujeres de la casa, más bien a la presión del encanto de la preciosa indiecita.
El lunes al llegar a la Maternidad, la Directora Social se encontró con los
Castañeda, sentados esperándola desde las ocho. Ella no sabía nada de nada,
todo había pasado entre sábado y domingo… y ella ni siquiera había leído el
periódico !
Los trámites no fueron simples, ni rápidos en la opinión de Cecilia. Sin embargo,
el jueves de esa misma semana, a las nueve de la mañana, ya tenían en el auto
a la flamante Nusta-María Castañeda.
Cuando llegaron a la casa, ahí estaban todos, con flores, música, regalos y con
una inevitable dosis de curiosidad. Rodrigo Castañeda estaba feliz, ahora las
mujeres de su casa habían pasado a ser cuatro…
OOOOOOOOOOOOOOOOOO
El caminito subía indeciso por el lado de la montaña hasta llegar a la choza;
desde abajo se veía inmensamente solitaria y empequeñecida delante de los
enormes macizos de rocas al fondo. La choza en sí, había sido construida por
Julián, en una ladera pedregosa, fría y muy inclinada en la cual crecía
únicamente ichu. Para hacerla, fue subiendo poco a poco desde abajo piedras
y palos, los que fue uniendo lenta y laboriosamente usando barro y paja.
La choza la hizo sin ventanas para protegerse del frío y del viento. Solamente
había una chimenea encima del fogón. El humo salía tímidamente de la choza
y se iba dispersando poco a poco en el aire cristalino y punzantemente frío de
la puna.
Su vecino más cercano estaba como a dos leguas, al otro lado de la quebrada.
De vez en cuando lo veía cuando ambos bajaban al mercado de Huanipaca los
domingos tempranito en la mañana, para comprar maíz o algunas
herramientas que a veces les hacían falta.
Julián bajaba también para vender el queso blanco de cabra que día a día
preparaba María Ucllo, su mujer y los vellones de fina lana de vicuña que de
tanto en tanto lograban esquilar. A veces también tenían una manta tejida o
unos ollucos secos. Por esas pequeñas ventas Julián obtenía algunos Soles
que guardaba celosamente en un atadito de trapo.
Algunos comerciantes siempre venían a Huanipaca los domingos y regateaban
todo lo posible para comprar los productos de los indios que sin falta bajaban
de las montañas abandonando momentáneamente sus cabras o sus llamas y
generalmente dejando en sus chozas a sus mujeres, sus hijos y sus perros.
Los comerciantes llevaban esos productos a Abancay y de ahí a Andahuaylas
o Ayacucho. A veces también los llevaban al Cuzco. De ahí traían coca,
alcohol, ropa, herramientas y a veces un charango o una quena que siempre
podían vender o cambiar.
Julián estaba juntando plata para hacer un viaje a la capital. El no quería
quedarse sin haber conocido Lima. Ahora no tenían hijos, ahora podían
emprender el viaje, más tarde sería imposible. Quizá después ya no querrían
nunca más regresar a Huanipaca…
El domingo siete de agosto, Julián bajó a Huanipaca como siempre. Esta vez
se llevó la llama cargada con queso y tres pieles de vicuña y varias hondas
tejidas para tirar piedras. El quería venderlo todo. Pronto partirían. María Ucllo
estaba preñada de seis meses.
Tendrían tiempo de llegar hasta Andahuaylas, Ayacucho, Castrovirreyna y bajar
a Pisco. De ahí, les habían contado, se podía llegar a Lima en apenas tres horas.
Pero en Huanipaca nadie estaba vendiendo ni comprando nada. Habían llegado
los revolucionarios desde Ayacucho. Estaban repartiendo fusiles. Había que
luchar. Los hombres, todos los hombres, tenían que abandonar todo para
defender su libertad. Julián supo entonces que la semana pasada se habían
llevado a su vecino, el de la casa al otro lado de la quebrada y que lo habían
encontrado muerto a balazos.
Julián regresó a la choza caminando.
Para que lo dejen salir del pueblo tuvo que regalarle la llama y la carga a uno de
los revolucionarios. Solamente le dejaron su poncho, sus ojotas y su chullo, para
que no se muriese de frío. El revolucionario sabía que tarde o temprano Julián
tendría que bajar y que entonces lo atraparía para la causa…
Esa misma noche Julián y María bajaron otra vez y se pusieron en camino a
Abancay. Tuvieron suerte. Antes del amanecer ya estaban llegando a
Andahuaylas. Consiguieron viajar en un camión. Habían cerrado la choza y en un
bulto se llevaron su ropa, un poco de charqui y los trescientos soles que habían
logrado juntar.
Después les contaron que no era bueno irse hacia Ayacucho, había muchos
revolucionarios y estaban matando gente. Se escaparon hacia abajo, llegaron a
Puquio, luego Lucanas y Nazca. Desde ahí, hasta Lima lograron hacerlo en dos
días en la parte de atrás de un camión que estaba llevando papas.
Cuando llegaron a Lima, el camión los dejó en la Parada. Tenían ciento
cincuenta soles. María Ucllo estaba enferma, tenía calentura y dolor de barriga. A
Julián no le fue tan difícil encontrar un cuartucho en los altos de un cine en la
avenida Cocharcas.
La capital era enorme, caliente, llena de gente y autos y camiones y personas
vendiendo de todo, y de ladrones. El primer día no se atrevían apenas a cruzar
una calle y se sintieron seguros solamente metidos en el cuarto con las piernas
cruzadas y teniendo delante, entre ellos, su atadito blanco percudido, del cual,
sin hablar, iban sacando, grano por grano, el mote que les quedaba.
Casi inmediatamente después de llegar, María Ucllo y Julián ya habían decidido
regresar a Huanipaca.
Tenían que juntar un poco de plata para el viaje. Seguramente los
revolucionarios ya se habrían ido para entonces, y además la capital no les
gustaba nada.
Solamente con la ayuda de otros indios que habían ven ido a Lima antes que
ellos, les fue posible ganar un poco de dinero. Aprendieron a vender maíz
sancochado, al principio directamente desde su bolsa de tela y luego en bolsitas
de material plástico que aprendieron a comprar. Después consiguieron la manera
de calentarlo, freírlo, salarlo y venderlo en unas bolsitas de papel marrón.
El no saber leer o escribir les dificultaba las cosas enormemente, además la
preñez de María Ucllo adelantaba más rápido de lo que podían controlar. Al
empezar el segundo largísimo mes de su permanencia en Lima, María Ucllo casi
ya no podía retener más tiempo en su vientre la guagua que se le caía.
Durante el mes de Octubre, Julián y María aprendieron a bajar hasta la Colmena.
En esos días toda la gente se vestía de morado y sacaban al Cristo en procesión
y compraban turrón y medallitas pero a ellos les era cada vez más difícil vender
su maíz tostado que traían desde arriba, desde la Parada.
Les pareció entonces mejor dejar su cuarto en la avenida Cocharcas y tratar de
encontrar otro más cerca del Rimac para tener que caminar menos y llegar más
rápido hasta la Colmena y vender más de su maíz tostado y de su mote.
El final del mes de Octubre debió llegar sin que ellos lo supiesen porque Julián y
María Ucllo descubrieron que la gente ya no se vestía con hábitos morados y que
ya no llevaban cordones blancos amarrados en la cintura y ya no compraban
nada. Ellos habían abandonado ya su cuartito de arriba y todavía no habían
encontrado otro abajo.
La noche del 4 de Noviembre, estaban debajo de un puente en el Rimac. Julián
abrigó con su poncho a María Ucllo y en silencio la ayudó a recibir a su guagua.
Julián tenía entonces dos mujeres a su cuidado, las limpió, las abrigó, las
consoló, les cantó. Vio como María Ucllo amamantaba a la guagüita y como le
tarareaba bajito y como lloraba. Toda la noche la pasaron entre dormidos y
despiertos cuidándose uno al otro debajo del puente. Nadie los vio.
El martes amaneció y Julián se fue tempranito a traer algo de comer para María y
para él. Todo el día lo pasaron ahí abajo y el miércoles también. Apenas
comieron, no tenían más plata y Julián no sabía robar. Huanipaca estaba muy
lejos para los tres.
La noche del viernes no durmieron.
El sábado en la mañana María Ucllo apenas tenía leche, Lo decidieron, Por lo
menos la guagua viviría en la capital. La envolvieron en el poncho de Julián y
cuidadosamente la protegieron debajo de un banco en la plaza Unión.
Antes de dejarla se quedaron sentados a su lado durante mucho rato. No se
miraban entre ellos. Ambos miraban la camita que le habían hecho debajo del
banco. Solamente le dejaron afuera la carita para que respirase. Cuando fue el
momento se levantaron. Por lo menos la guagua desde ahora, podría comer.
Entonces pensaron en Huanipaca, en la choza cerrada y en el perro en la puerta.
Si hubiesen podido leer hubiesen sabido que los guerrilleros habían tomado por
asalto algunos pueblos indígenas cercanos a Abancay y que estaban reclutando
a todos los hombres e inclusive a los niños y que muchos de ellos morían a
balazos y que las mujeres se quedaban solas en sus chozas, con sus hijos y sus
llamas y sus perros.
Adolfo Pardo
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