Documento 578063

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Educando para una Formación Integral
EXCELENCIA EDUCATIVA A.C.
Módulo 3. Saber facilitar procesos de mediación y metacognición.
Actividad 1. Mis habilidades como mediador
Lecturas
Lectura 1
La cuestión de las flores
“Mira, Tía Gertrudis”, gritó Alfredo mientras caminaba junto a la mesa de la sala.
Esas flores tienen sus cabezas agachadas. ¿Están rezando? ¿O se murieron?
Alfredo y su familia regresaban de un paseo de cuatro días que habían hecho al
lago. Su mamá, su papá y su hermana Alicia estaban guardando el equipaje.
Los crisantemos que estaban en la mesa de la sala, llamaron la atención de Alfredo
en cuanto entró a la casa. En vez de mostrarle sus caras amarillas y brillantes como
estaban antes de que él se fuera, las flores estaban dobladas hacia el frente.
“No hay que preocuparse,” dijo la Tía Gertrudis alegremente, “tienen mucha sed. Lo
único que necesitan es bastante agua fresca”.
La tía Gertrudis, que era la experta de la familia en cuanto a flores, dejó su maleta
y fue a la cocina. Ahí llenó una regadera roja y regresó para dar de beber a los
crisantemos.
Alfredo se quedó pensativo. “No sabía que las flores tuvieran sed,” dijo.
“Igual que tú”, dijo la Tía, “pero van a tomar mucha agua. Mañana ya no tendrán
sed y estarán felices otra vez”.
La puerta se abrió de pronto y entró Alicia quien traía cobijas y animales de
peluche. Detrás de ella entraron Papá y Mamá. “Qué bueno es regresar a casa”,
suspiró Papá, “aún cuando el lago es mas bonito y...”-miró a los crisantemos“aunque las flores de Gertrudis se hayan secado en nuestra ausencia”.
“Las flores no se secaron,” explicó Alfredo, “sólo tienen sed. La Tía Gertrudis les va
a dar de beber.” “Las flores no pueden tener sed,” murmuró Alicia, “no tienen
lengua ni garganta”. Afortunadamente, nadie la oyó. Ella y Alfredo se fueron a la
cama y los adultos se quedaron a tomar una taza de té.
A la mañana siguiente, Alfredo se despertó porque oyó a un perro ladrar. Por un
momento no sabía dónde estaba; después recordó que estaba en su casa y que su
perro Pimienta estaba ladrando para que lo dejaran entrar. Los vecinos de al lado lo
habían cuidado mientras la familia de Alfredo estaba fuera.
Alfredo se estiró, se levantó de la cama, se vistió y bajó a desayunar. Al pie de las
escaleras, Alfredo vio los crisantemos de la Tía. Ella tenía razón. Estaban alegres
otra vez, como ella lo había dicho. Sus cabezas ya no estaban agachadas y
mostraban sus caras brillantes y amarillas que sonreían a los que se detenían a
verlos.
“Buenos días Mamá”, dijo Alfredo a su madre, quien estaba colocando un huevo en
agua hirviendo en la estufa. Le dio un abrazo y Pimienta entró ladrando y haciendo
escándalo. Alfredo lo acarició y lo abrazó cariñosamente.
DR© Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, Universidad Virtual | México, 2005
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“Las flores de la Tía están felices otra vez,” explicó Alfredo.
“Las flores no pueden estar felices,” protestó Alicia, que estaba encorvada sobre un
tazón de cereal. “La Tía habla de las flores como si fueran personas, pero en
realidad no tienen sentimientos. No pueden tener sed, o estar tristes o contentas”.
“¿Es verdad eso, Mamá?” preguntó Alfredo decepcionado.
“Mejor platícalo con la Tía Gertrudis,” dijo Mamá, “ella sabe mucho más de flores
que todos nosotros”.
Lectura 2
El barco
Fernando y Alfredo vivían cerca de un puerto. Iban en sus bicicletas hacia el muelle,
buscando un barco que estaba amarrado ahí.
Fernando vio algo que se parecía al mástil de un barco. “¡Ese es!”, le gritó a
Alfredo.
“Tienes razón,” le contestó Alfredo emocionado, “pero, ¿cómo le hacemos para
llegar hasta él?”
La punta del mástil se veía detrás de una gran bodega que se encontraba tras una
reja muy alta. Los muchachos no encontraban por dónde entrar.
“Mira,” dijo Alfredo a su amigo señalando una reja abierta, “creo que podemos
entrar por aquí”.
Los chicos pedalearon hasta llegar a la reja. De pronto, ahí estaba el barco, atado a
un pequeño muelle. Junto estaba un autobús de dos niveles. Cuando se acercaron,
vieron que en el autobús vendían boletos para pasear en el barco.
El barco, llamado María Magdalena, había navegado por muchos lugares. En cada
puerto, la tripulación daba la bienvenida a los visitantes que compraban sus boletos
en el autobús. Cuando el barco salía al siguiente puerto, el autobús lo seguía por
tierra y al llegar el barco vendían más boletos a las personas que quisieran abordar.
Alfredo y Fernando compraron sus boletos y pasaron el resto de la tarde a bordo
del María Magdalena.
Cuando Alfredo llegó a su casa, su familia le preguntó lo que había visto en el
puerto. Él estaba muy emocionado y les platicó sobre el gran mástil, los camarotes
y por supuesto el autobús en donde se compraban los boletos.
“Es un barco muy hermoso,” explicó Alfredo, “es blanco y muy brillante. Como si
fuera un barco de película. De hecho lo han usado para filmar películas de piratas”.
“¿Qué tan viejo es el barco?”, preguntó el papá de Alfredo.
“Creo que el guía dijo que es de 1840 o algo así”, dijo Alfredo, “pero pocos años
después lo hundieron en una batalla. Estuvo en el fondo del océano por años y
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años. Hace dos años lo rescataron. Es uno de los barcos más antiguos que todavía
navegan.”
“¿De verdad?”, dijo la mamá de Alfredo, “entonces debe estar muy maltratado.”
“No,” le aseguró Alfredo “para nada. El guía nos dijo que cuando lo rescataron,
descubrieron que la mayor parte de la cubierta estaba podrida y la reemplazaron
tabla por tabla. Después vieron que los costados también estaban podridos y los
reemplazaron. Finalmente vieron que el casco del barco estaba muy dañado y
reemplazaron todo por madera nueva. Ahora casi todas las tablas del barco son
nuevas, muy lisas, sólidas y bien pintadas. Es un barco muy bello.”
“Entonces no pueden decir que es uno de los barcos más antiguos,” replicó Alicia,
“no puede ser porque todas las tablas son nuevas. Es un barco nuevo que se
construyó como réplica de uno antiguo”.
Alfredo estaba impactado. Se había imaginado las batallas en las que había estado
el María Magdalena. Se preguntaba cómo serían los marineros que habían
navegado en él y qué se sentiría ser parte de la tripulación y viajar hacia el lejano
Oriente. Se había sentido muy orgulloso de navegar en un barco tan antiguo.
Ahora Alfredo pensaba que tal vez Alicia tenía razón. El barco que él y Fernando
habían abordado no era uno de los más antiguos. Era sólo una réplica del María
Magdalena. Bueno, no era precisamente una réplica. Era algo en lo que el María
Magdalena se había convertido..., un barco nuevo en el que se había transformado
el barco viejo.
El guía había dicho que era uno de los más antiguos. ¿Se habría equivocado?
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